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2.

LA PERSONALIDAD JURÍDICA DEL ESTADO


Una vez terminado el Estado, se produce en forma permanente un fenómeno
singular: los actos de ciertas personas —los agentes del poder— van a
comprometer de manera directa o indirecta, permanente o transitoria, al Estado
mismo. Así, cuando el jefe del Estado sanciona una ley o suscribe un tratado,
compromete al Estado por entero; cuando un ministro suscribe un contrato, quien
contrata es el Estado, o cuando un agente de policía comete un atropello contra un
ciudadano, quien deberá responder en última instancia es el Estado. Así, tanto el
presidente de la República, como sus ministros o el agente de policía son
considerados órganos del Estado y este es considerado persona jurídica.
La teoría según la cual el Estado es persona jurídica parte del supuesto de que
por encima de los elementos que lo componen —la población, los órganos del
poder público— existe una persona que los comprende a todos; que esos elementos
forman entonces una personalidad integral que se asienta sobre un fundamento
territorial. Existen, por consiguiente, normas jurídicas en virtud de las cuales en
lugar del querer y del obrar de los individuos, actúa y quiere un sujeto de derecho
autónomo. Además, en virtud de los conceptos de la representación y del mandato,
esa voluntad superior se manifiesta y exterioriza por intermedio de órganos.
La idea del Estado como personalidad jurídica fue expuesta originalmente
por HOBBES. Luego fue desarrollada entre otros por LOCKE, PUFENDORF y ROUSSEAU,
pero no logra imponerse sino en época posterior, gracias a los planteamientos de
tratadistas como JELLINEK, GIERKE, M. HAURIOU, DABIN O SAVIGNY. Actualmente esta
teoría es aceptada por la generalidad de los tratadistas de derecho público. Ella ha
sido aceptada como una ficción legal necesaria para otorgarle al Estado trato de
sujeto de derechos u obligaciones y radicar en él interés general23. Es bien sabido
que solo el hombre tiene una personalidad natural plenamente reconocida, fruto de
su propia naturaleza, la cual conlleva una serie de atributos que le son exclusivos:
inteligencia racional, voluntad, fines existenciales exclusivos, trascendentes e
independientes de cualquier otro sujeto; él se considera como una unidad sustancial
diferente a las demás y completa en sí misma. De tal suerte que, en principio,
aparece que solo la persona natural —el hombre— puede ser titular de derechos y
de obligaciones. Sin embargo, la realidad del mundo jurídico ha hecho necesario,
con el correr de los tiempos, conformar una teoría según la cual esa personalidad
debe ser reconocida a entes o grupos distintos de los individuos que los constituyen,
como las sociedades comerciales, o científicas, o culturales. Y si a estas se reconoce
esa personalidad, con mayor razón habría de reconocérsele al ente superior dentro
de la organización social que es el Estado.
2.1 Maneras de comprender la personalidad del Estado
Las maneras de comprender la personalidad del Estado han variado. Algunos

23
Luis CARLOS SÁCHICA, Constitucionalismo colombiano, Bogotá, Ed. El Voto
Nacional, 1962, pág. 139.
tratadistas —particularmente de la escuela alemana— consideran que la noción de
la personalidad del Estado significa que este es un ser jurídico distinto de los
individuos que componen la Nación, e inclusive del cuerpo nacional de los
ciudadanos. Una vez constituido el Estado, este no viene a ser, pues, la
personificación de la Nación, como dice ESMEIN, sino que se personifica a sí mismo.
Tampoco es el sujeto de los derechos de la nación, sino que es el sujeto de sus
propios derechos. El Estado es, en consecuencia, una persona en sí; en otras
palabras, lo que se encuentra personificado en el Estado no es la colectividad de
individuos que contiene sino el establecimiento estatal en sí. De este modo, la
persona estatal se encuentra situada completamente aparte de los integrantes
humanos del Estado. Pretende pues esta teoría que el Estado sea considerado como
una entidad jurídica totalmente distinta de la Nación, como si se tratara de una
persona que adquiere su consistencia fuera de la Nación.
En cuanto a la cuestión de la personalidad de la Nación, los sostenedores de la
tesis anterior se dividen en dos grupos. En primer lugar los que niegan a la Nación
toda personalidad: según estos, solamente el Estado tiene personalidad. Esta
opinión ha sido sostenida especialmente en Alemania, entre otros por JELLINEK,
quien rehúsa incluso admitir que el pueblo, como integrante del Estado, sea
persona, y sostiene que no es más que un órgano del Estado. Otros que consideran a
la Nación como un sujeto jurídico, pero distinto al Estado; esta opinión ha sido
admitida particularmente en Francia. DUGUIT, quien no la comparte, sostiene que
ella forma parte, desde 1789, de las ideas fundamentales del derecho público
francés. En efecto, se dice que, en virtud del principio de la soberanía nacional, la
Nación debe ser considerada como el sujeto ordinario de la soberanía y, por
consiguiente, como anterior al Estado; la Nación da vida al Estado al delegar su
soberanía en los gobernantes que la Constitución establece. Esta doctrina conduce a
crear dentro del Estado una dualidad de personalidades: la de la Nación primero y la
del Estado, después.
CARRÉ DE MALBERG por su parte, afirma que todas esas teorías que separan al
Estado de la Nación están en contradicción con el principio mismo de la soberanía
nacional, tal como fue establecido por la Revolución Francesa. Al proclamar que la
soberanía —potestad característica del Estado— reside esencialmente en la
Nación, la Revolución consagró implícitamente, en la base del derecho francés,
según este autor, la idea capital de que los poderes y derechos de los cuales el
Estado es sujeto no son otra cosa, en el fondo, que los derechos y poderes de la
Nación misma. Por consiguiente, concluye CARRÉ :z MALBERG, el Estado no es un
sujeto jurídico que se yergue frente a la Na- ción oponiéndose a ella; desde el
momento que se admite que los poderes de naturaleza estatal pertenecen a la
Nación, hay que admitir también que existe la identidad entre la Nación y el Estado,
en el sentido de que este, de acuerdo con la definición de ESMEIN no es sino la
personificación de aquella. En otros términos, la Nación no se convierte en persona
más que por el hecho de su organización estatal, es decir, por el hecho de estar
constituida una persona fuera de la Nación, la Nación no tiene personalidad sino en
y por el Estado24. JELLINEK afirma que la Nación no puede existir jurídicamente
fuera del Estado, y MICHOUD por su parte, sostiene que “la Nación no tiene ninguna
existencia jurídica distinta; el Estado no es sino la Nación misma jurídicamente
organizada; es imposible —concluye este autor— comprenderla como un sujeto de
derecho distinto del Estado”25.
En conclusión, de acuerdo con CARRÉ DE MALBERG, los términos Nación y
Estado no designan sino dos fases de una misma persona. O, más exactamente, la
noción de personalidad estatal es la expresión jurídica de la idea de que la Nación,
al organizarse en Estado, se encuentra por ello erigida en un sujeto de derecho, el
cual es precisamente el Estado; de modo que lo que personifica al Estado es la
Nación misma, estatalmente organizada.
2.2 Escuelas que niegan la personalidad del Estado
El anterior concepto, deducido del principio de la soberanía nacional
aceptado en el derecho público francés, ha sido combatido por una escuela que
niega la personalidad tanto del Estado como de la Nación. Los seguidores de esta
escuela se dividen, a su vez, en dos grupos. En primer lugar aquellos que
fundamentan su negativa en razones jurídicas. Sostienen ellos que la comunidad
nacional no constituye una persona distinta de los miembros que la componen;
afirman que no debe verse en la colectividad de los ciudadanos sino a estos mismos
estimados colectivamente; sacan la conclusión de que el Estado no es una persona
suplementaria que se añade y superpone a las personalidades individuales de sus
nacionales, sino que los representa únicamente considerados en su conjunto26.
En segundo término, aparecen aquellos que conforman la llamada escuela
realista o empírica la cual, pretendiendo atenerse a los hechos materiales y
adaptarles las teorías jurídicas, declara que no es posible reconocer la calidad de
personas más que a los seres humanos porque —afirman— solo el hombre posee
como tal, una existencia real y, por tanto, solo él está dotado de voluntad; por
consiguiente, los autores de este segundo grupo sostienen que el concepto de una
personalidad estatal no es más que un concepto escolástico nacido por entero de la
imaginación de los juristas, sin tener fundamento real y, es por lo tanto, superfluo
para la construcción de la teoría jurídica del Estado. Entre quienes han sostenido
esta tesis figura DUGUIT, en su obra L’État.
La anterior teoría ha sido fuertemente criticada. Su error manifiesto, como
señala CARRÉ DE MALBERG, consiste en que, con el pretexto de establecer las
realidades materiales, desconoce las realidades jurídicas, que deben ser objeto de
preocupación fundamental del jurista. La objeción de que no debe confundirse la
personalidad jurídica con la existencia física es primordial. Sin duda en el mundo

24
R. CARRÉ DE MALBERG, ob. cit., pág. 31.
25
Cit. por CARRÉ DE MALBERG, ibídem, pág. 32.
26
Entre los sostenedores de esta teoría figura JOSEPH B ARTHÉLEMY, Traité élémentaire
de droit administratif, 7éme éd., págs. 62 y ss.
físico no pueden existir personas-Estado; para el jurista toda la cuestión se reduce a
saber si el Estado constituye un ser del mundo jurídico, es decir, si él es o puede ser
sujeto activo o pasivo de derechos. Por otra parte, el derecho se mueve en un campo
de ideas y por consiguiente de abstracciones. Inclusive la personalidad jurídica de
los seres humanos no es un hecho que caiga bajo los sentidos, ni tampoco una
consecuencia de su naturaleza física; el concepto jurídico de la personalidad
humana es la expresión de una idea abstracta. En cuanto a la tesis de que el Estado
es incapaz de querer o sentir como una persona, ella no es del todo convincente,
pues también al hombre incapaz de manifestar una voluntad propia, como es el caso
de los niños o los dementes, se le reconoce una personalidad; por lo demás, según
CARRÉ DE MALBERG, no puede decirse propiamente hablando, que la voluntad del
Estado forme base de su personalidad27.
En cuanto a la primera escuela que sostiene que el Estado no puede constituir
una persona diferente de la colectividad nacional y que esta no es un sujeto
diferente a los miembros que la componen, es necesario considerar las principales
teorías que han sido planteadas con objeto de legitimar el concepto de la
personalidad del Estado.
2.3 Teorías para legitimar la personalidad jurídica del Estado
Según una primera doctrina, este concepto tiene su fundamento en el hecho
de que la colectividad estatal tiene intereses propios, distintos de los intereses
individuales de sus integrantes. Así, MICHOUD28, sostiene que el Estado es un sujeto
de derecho porque es el sujeto de los derechos que corresponden al interés colectivo
nacional. Para demostrar que el interés nacional no se identifica necesariamente
con los intereses particulares de los nacionales, es necesario tener en cuenta varias
consideraciones: la principal se funda en que la colectividad nacional no consiste
solamente en la generación presente y transitoria de los nacionales, sino que es un
ente sucesivo y durable que comprende tanto las generaciones actuales como las
futuras y también las pasadas; por lo tanto sus intereses son permanentes, con un
vencimiento remoto, mientras que el individuo como tal no percibe, generalmente,
sino sus intereses inmediatos y su provecho próximo. De esta manera el Estado,
actuando en función del interés nacional, es obligado frecuentemente a exigir a sus
integrantes sacrificios cuyo fruto no verán sino generaciones posteriores. Un
régimen político que no aspirara sino a dar satisfacción inmediata a los intereses
actuales de los nacionales, podría comprometer con ello la prosperidad futura de la
Nación. Por otra parte, aun prescindiendo del carácter de continuidad de la Nación,
sería igualmente inexacto sostener que el interés colectivo se reduce a la suma de
los intereses individuales, porque estos se contradicen a menudo, y por
consiguiente no es posible adicionarlos. A lo sumo el interés nacional podría
consistir, como afirma CARRÉ DE MALBERG, en un término medio, es decir, ocupar un

27
R. CARRÉ DE MALBERG, ob. cit., pág. 37.
28
Cit. por CARRÉ DE MALBERG, ibídem, pág. 39.
justo centro entre esos intereses opuestos. A este respecto sostenía ROUSSEAU: “Con
frecuencia hay mucha diferencia entre la voluntad de todos y la voluntad general;
esta solo mira al interés general; la otra mira al interés privado y no es sino una
suma de voluntades particulares; pero quítense de estas voluntades los más y los
menos que se neutralizan y queda como suma de diferencias la voluntad general”.
De una manera general, pues, el hecho fundamental que el jurista debe
interpretar como referencia a la naturaleza jurídica del Estado es, como lo de-
muestra JELLINEK, SU unidad. Toda teoría del Estado que prescinda de este hecho,
queda por fuera de la realidad. Esta unidad del Estado se manifiesta desde dos
puntos de vista principales:
a) En primer lugar, el Estado es una unidad de personas. Si existe una
estrecha relación entre el Estado y los hombres que lo componen; si estos hombres,
por lo mismo que son los miembros del Estado, no pueden ser entonces
considerados con respecto a él como terceros; si, por lo tanto, no se puede negar
que, en cierto sentido, el Estado consiste en una pluralidad de individuos, por otra
parte, sin embargo, es necesario observar que esta pluralidad se halla constituida y
organizada en forma tal que se resume en una unidad indivisible. Para establecer
que el Estado es una unidad de hombres conviene, pues, fijarse esencialmente en su
estructura, es decir, en la organización que realiza esta unidad.
Este hecho innegable y esencial de la unidad del Estado no puede expresarse
por la ciencia del derecho sino con ayuda del concepto de personalidad. Implica, en
efecto, que la colectividad de los nacionales no se reduce a una mera sociedad de
individuos, sino que forma, en su conjunto indivisible, un sujeto único de derechos,
por tanto, una persona jurídica. La personalidad del Estado no es, pues, una ficción,
una comparación, una imagen, como han sostenido tantos autores, sino que es la
expresión rigurosamente exacta de una realidad jurídica.
b) La personalidad del Estado resulta de un segundo hecho que es su
continuidad. A tiempo que los individuos que componen el Estado o que expresan
su voluntad en calidad de gobernantes, cambian sin cesar, el Estado permanece
inmutable en su esencia; es permanente y, en este sentido, perpetuo. No solamente,
pues, los individuos que coexisten en cada una de las etapas sucesivas de la vida del
Estado forman en esos momentos diversos una unidad corporativa, sino que
además la colectividad estatal es una unidad continua, ya que por su organización
jurídica se mantiene, a través del tiempo, idéntica a sí misma e independiente de sus
miembros transitorios. Esta inmutabilidad es una realidad que se pone de
manifiesto por los siguientes hechos jurídicos: según el derecho público positivo,
las leyes dictadas o los actos administrativos cumplidos en virtud de la potestad del
Estado, así como los contratos celebrados por el Estado con los particulares o los
tratados firmados por los Estados entre sí, sobreviven en la mayoría de los casos a la
generación de individuos y al gobierno en cuya época nacieron o se realizaron.
2.4 Conclusiones sobre la personalidad jurídica del Estado
Sea cual fuere la naturaleza de este ente como persona —ficción o realidad—
el hecho es que a ella se atribuyen las características de la persona natural,
particularmente la responsabilidad de las acciones de quienes la integran y
representan. Así como los hombres o seres humanos deben responder jurídicamente
de sus actos u omisiones, de la misma manera las personas jurídicas responden de
los actos u omisiones de quienes las representan legalmente: el gerente de una
sociedad comercial firma contratos que comprometen a esa sociedad; en igual
forma el Estado debe responder de las obligaciones contraídas legalmente por
quienes ejercen funciones en su nombre.
La teoría de la personalidad jurídica del Estado permite, pues, someterlo al
ordenamiento jurídico al igual que cualquier persona natural: puede actuar como
demandante o demandado, celebrar contratos, pagar indemnizaciones por daños
causados a terceros, ser representado judicial y extrajudicialmente, etc. Todas esas
actuaciones que el Estado cumple en la vida ordinaria pueden ser comprendidas
mejor, gracias a la teoría de la personalidad jurídica del Estado.

3. LA SOBERANÍA DEL ESTADO

La doctrina clásica de la soberanía del Estado consiste fundamentalmente en


el supuesto de que en toda sociedad existe un poder absoluto, superior e
incontrolado, que tiene la decisión final con respecto a la adopción y promulgación
de las normas jurídicas que deben regir esa sociedad. Según esta concepción, el
soberano no está sujeto a ninguna autoridad superior y puede emplear —de manera
ilimitada— la coacción sobre quienes están sometidos a su poder. El derecho puede
estar así encamado en una persona, como ocurriría en una monarquía absoluta o en
un régimen autocrático, en una pluralidad de personas, como en las monarquías
limitadas o en los regímenes aristocráticos, o en todo el conglomerado de la
población como ocurre con las democracias.
La doctrina clásica confiere a la soberanía un carácter absoluto. De esta
manera, la soberanía definiría al Estado en sí mismo.
3.1 Noción de la soberanía del Estado
En términos generales, por soberanía se entiende un poder absoluto, por
encima del cual no puede haber otro poder. Para BURDEAU “la soberanía es la

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