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Habitualmente la expresión latina alter ego (otro yo) indica una “duplicación”, o
mejor, la existencia de un “segundo yo” con caracteres distintos a los del primero. El
diccionario de la Real Academia Española indica a su vez que esta locución se entiende en
el sentido de una “persona en quien otra tiene absoluta confianza y, por ello, puede hacer sus
veces sin restricción alguna” (el alter ego del juez) o también “persona real o ficticia en quien
se reconoce o se ve un trasunto de otra”.
Podrían considerarse algunos ejemplos del tratamiento literario del alter ego como el
Doppelgänger hoffmanniano; o el William Wilson que acosa a un protagonista del cuento de
Allan Poe; el stevensoniano doctor Jekyll/Mister Hyde que son dos muy diferentes hombres
en uno; hasta (si se quiere) el fantasma que asume el propio rostro y adquiere vida propia y
aterradora cuando en la noche, por distracción o por broma, alguien se atreve a esbozar una
mueca ante el espejo del cuarto de baño.
El alter ego o doble aparece cuando dos incorporaciones del mismo personaje
coexisten en un mismo espacio o mundo ficcional; cuando el individuo se contempla a sí
mismo como un objeto ajeno gracias a una suerte de autoscopía o bilocación del sujeto. Es
común en el relato la presencia simultánea del original (o primer yo) y su doble (segundo y
otro yo), ya que de la confrontación surge el conflicto de identidad que nutre de sentido al
motivo romántico. La actividad visual, la contemplación, siempre cederá paso a la reflexión
cognoscitiva y a la interrogación ontológica (sobre el ser mismo). Y es que la relación con el
doble se establece principalmente en la coordenada de la identidad del individuo y de su
relación problemática con la realidad en la que está inmerso. Porque la noción de alter ego,
en fin, se inscribe en una línea de interrogación acerca de la identidad y la unidad del
individuo. Puede afirmarse que está constituido como un mecanismo del lenguaje y la
1
HERRERA, Víctor: “La sombra en el espejo”, Sello Bermejo, Madrid, 1997, ISBN: 970-180-365-5 (p. 12)
literatura para dirigir y dar una forma coherente a los conflictos entre los términos individuo
e identidad.
En otras palabras, la figura de alter ego implica que el autor de un texto literario se
permite asumir como propias –a través del relato- algunas experiencias que nunca podrían
ser vividas en la realidad (“El otro” de Borges es un buen ejemplo) o viceversa, describir
vivencias personales desde la mirada de un “otro” que observa y opina sobre lo acontecido.
La figura del doble en literatura es asumida también como sombra, reflejo, imagen
especular, anverso, espíritu protector, yo secreto, desdoblamiento de personalidad, múltiple
personalidad, en fin. Doppelganger en Alemania y Fetch en Escocia. Con Doppelganger se
hacer la referencia a aparición o espectro y significa “el que camina a mi lado”.
Según Juan Antonio Molina Fox, en su prólogo a la antología de cuentos sobre dobles
Alter Ego, el primer doble literario aparece en La epopeya de Gilgamesh, donde la diosa
Aruru, esposa del dios fecundador Marduk, crea del barro a su réplica Enkidu.
La presencia del doble sirvió para comedias romanas en las que el parecido físico
entre dos personas causaba confusión, donde dos gemelos que no se conocen coinciden en
2
KOHAN, Martín: “Alter ego. Ricardo Piglia y Emilio Renzi: su diario personal”, en Revista Landa (Vol. 5 n° 2 –
2017 – p. 261 – 272).
un lugar creando el enredo con malos entendidos (varias películas tomas este tema para sus
argumentos).
a- La suplantación.
b- Los cambios de sexo o trasvestismo.
c- La sustitución voluntaria (Prueba de amistad o doble accidental, sin ningún
parentesco).
d- La usurpación de identidad.
(Se podría agregar también los encuentros con dobles pertenecientes a “tiempos” o
“lugares” diversos).
Borges y yo
Jorge Luis Borges – en “El hacedor”
“Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me
demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de
Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un
diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo
XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas
preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería
exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges
pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha
logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo
bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás,
yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir
en el otro. Poco a poco voy cediéndolo todo, aunque me consta su perversa costumbre de
falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la
piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en
mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que
en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las
mitologías del arrabal
a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré
que idear otras cosas.
Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.
No sé cuál de los dos escribe esta página.”
BIBLIOGRAFÍA: