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Acuicultura en Chile.
El rol de la ciencia y la tecnología

Osmani Baullosa Acosta


Periodista. Área de Comunicaciones Fondef-Conicyt

En plena modernidad, el ser humano ya no mitiga su hambre sólo con plantas silvestres, después que aprendió a
cultivarlas hace miles de años; ni con bestias salvajes, desde que sabe criar animales. Sin embargo, aunque no
seamos sociedades de recolectores y cazadores, la pesca no es todavía, de manera definitiva, ni siquiera
generalizada, una alternativa prescindible para procurarnos alimentos que tienen su origen en las aguas.
No hemos avanzado mucho en la vastedad abismal de los océa-nos, puesto que apenas conocemos el diez por
ciento, equivalente a unas 210 mil especies de la flora y fauna marinas que se calcula existe. Quizás antes que esto
suceda, y mientras nos afanamos buscando vida extraterrestre, más de un millón de plantas y animales en todo el
planeta podrían extinguirse producto del cambio climático.
Pero otro factor, de más antigua data que el calentamiento global, amenaza el equilibrio ecológico de los mares: la
sobrepesca. Ha sido advertido en muchas partes del mundo desde principios del siglo pasado, y de manera oficial
quizá por primera vez en la Conferencia de Londres sobre la Sobrepesca, en 1947. Hoy este fenómeno está presente
en la mayoría de las zonas pesqueras del orbe y atañe a las capturas tanto de los países desarrollados como en vías
de desarrollo.
El “Consenso sobre la Pesca Mundial”, aprobado en 1995 por la Conferencia Ministerial de la FAO, y otros foros
internacionales, han tratado de darle respuesta a esta situación. No obstante, bajo las medidas y acuerdos políticos
logrados a nivel mundial, aún subyacen graves problemas de fondo por resolver. En Chile, si bien se han logrado
notorios avances en materia de gestión y ordenamiento pesquero —incluidas las distinciones más claras en cuanto a
regímenes de propiedad y explotación actuales—, aún persisten importantes vacíos estructurales que nos impiden
consolidar un desarrollo sustentable de la pesca que beneficie a todos los chilenos. En este contexto, la educación
pesquera y en general un mayor conocimiento del medio oceánico juegan un rol determinante.
En nuestro país, por cierto, no está tan arraigado como en otros el consumo de productos del mar. El consumo de
pescado en Chile no supera los siete kilos anuales per cápita, en promedio; mientras que en Perú, España y Japón la
cifra se eleva hasta veinte, cuarenta o sesenta kilogramos por persona al año, respectivamente. No obstante, los
desembarques pesqueros nacionales son cuantiosos, al punto de ubicarnos en sexto lugar a nivel mundial el año
2002, con aproximadamente 4.2 millones de toneladas. 1 Gran parte de las capturas se transforma en harina de
pescado y se exporta como complemento para la dieta de diversos tipos de ganado. Sin querer desmerecer los
progresos de esta industria, no deja de servir como ejemplo de uso paradójico de los valiosos recursos marinos.
Una de las razones de ser de la ciencia es, precisamente, la búsqueda de soluciones a aquellas contradicciones a
las que el ser humano se ve llevado por su negligencia o eventual falta de conocimiento. La investigación científica
puede ofrecer respuestas propias a la merma parcial o temporal de la vida marina o de los recursos pesqueros,
causada ya sea por el cambio climático o por la mencionada sobrepesca.
La ciencia está llevando a buen puerto una actividad que sin duda revolucionará al mismo tiempo la economía y la
relación histórica del hombre con el mar. Hablamos de la acuicultura, considerada por muchos gobiernos,
empresarios y científicos como la industria alimentaria del futuro; un sustituto, se espera en el largo plazo, o al menos
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una alternativa equiparable a la pesca comercial, que contribuya cuando menos a disminuir o evitar la sobrepesca. El
año 2002 se capturaron en todo el mundo alrededor de 93 millones 190 mil toneladas de pescados, crustáceos y
moluscos; mientras que la producción acuícola en todo el planeta ese mismo año apenas superó las 39 millones 798
mil toneladas.2

En aguas chilenas
El epicentro de desarrollo actual de la acuicultura se encuentra en China, India, Japón, Indonesia, Tailandia y
Vietnam; y en menor medida en naciones como Noruega, Estados Unidos y Chile. Aunque la acuicultura moderna
recién cumple tres décadas, en algunos países del Lejano Oriente tiene sus raíces en la más remota antigüedad.
Los antecedentes de la acuicultura en Chile pueden encontrarse hasta 150 años atrás. Las primeras acciones
correspondieron a la introducción de truchas, salmones y carpas, y se llevaron a cabo en el sur desde mediados del
siglo XIX hasta bien entrado el siglo XX. Aquellas tentativas de crear poblaciones artificiales en ríos y lagos tenían
como fin propiciar la pesca deportiva. Posteriormente, el objetivo de esta práctica se tornó eminentemente comercial,
llegando a realizarse en nuestro territorio el intento más importante en todo el hemisferio sur de asilvestrar el salmón.
Sin embargo, no se produjeron los retornos económicos calculados, ni tampoco regresaron como se esperaba los
millones de alevines y juveniles liberados hasta hace apenas veinte años.
No fue la naturaleza un mal aliado en estos esfuerzos, como queda demostrado hoy, cuando el cultivo de
especies acuáticas en Chile constituye una actividad económica consolidada y altamente com-petitiva. El éxito llegó
tras ulteriores y acertadas estrategias que im-plicaron un sólido compromiso del Estado, los empresarios, cientí-ficos
y tecnólogos —justo es decirlo— tanto chilenos como extranjeros.
A mediados de los ochenta, tras muchas décadas de sostenidas inversiones y esfuerzos públicos y privados,
comienza un despegue imparable de la acuicultura nacional. Tal vez muy pocos apostaban entonces a que nos
convertiríamos en el principal productor mundial de salmónidos, hito registrado por primera vez el año 2003 y que hoy
amenaza con desplazar permanentemente a Noruega de su liderazgo histórico. Por lo pronto, la industria en torno a
este recurso se convirtió en el cuarto sector exportador del país, disputándole terreno a la minería, la agricultura y la
industria forestal y maderera.
La disputa de terreno es, claro está, una metáfora. La acuicultura ha evidenciado que el limitado margen de tierras
cultivables que posee Chile no resulta un freno a la hora de cosechar buenos resultados económicos o de encontrar
nuevas fuentes de alimentación. En muchas partes del mundo se trata, además, de una alternativa que apela no sólo
a los excesos de la pesca extractiva, sino también al desgaste de las zonas agrícolas o su repliegue causado por la
desertificación.
Lo anterior implica que los ríos, lagos o mares no son el único hábitat posible para las diferentes especies
acuáticas. La tierra también, y no sólo por los estanques que utilizan determinadas pisciculturas en la costa. Otro
ejemplo de ello es el cultivo de crustá-ceos de agua dulce (astacicultura), que permite revalorizar áreas de bajo o nulo
rendimiento agropecuario. Aunque se trata de una actividad que recién comienza en Chile, hay proyectos en distintas
fases de madurez que apuntan a esta reconversión productiva. Entre los más representativos figuran el de la
langosta australiana “marrón” (de la Universidad Católica del Norte y Fondef-Conicyt) en la zona centro norte del
país, y el del camarón de río del sur (de Fundación Chile y FDI-Corfo) en la Patagonia.
La salmonicultura es, sin duda, el gran paradigma de la pujante industria acuícola chilena, pero no su única
protagonista. Tal como lo reconocía en 2001 el presidente de la Asociación Internacional de Productores de Salmón, el
islandés Vigfus Johannsson, Chile ha devenido en uno de los principales actores mundiales, no sólo en el cultivo del
salmón, sino también en actividades crecientes con otras especies.
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Desde las gélidas aguas australes que presagian la Antártica, hasta las más cálidas del Norte Chico, se está
abriendo un espacio cada vez mayor al cultivo de otros animales y plantas, en algunos casos desde hace muchos
lustros y con gran éxito. Si bien los salmónidos concentran actualmente cerca del 92 por ciento de las pisciculturas,
existen otras producciones de mucho menor volumen, aunque no por ello irrelevantes. A fin de cuentas, la
exportación de salmónidos comenzó en 1981 con apenas 53 toneladas, para alcanzar en 2004 la cifra de 354.756
toneladas netas.3
Un caso muy destacado lo constituye la pectinicultura, o cultivo de ostiones, que comenzó en la década de los
ochenta y se centra en la especie Argopecten purpuratus, el apreciado ostión del norte. Hoy Chile es el tercer
exportador mundial del molusco. Ocupa el mismo tercer puesto en la producción de turbot (Scophthalmus maximus),
un pez plano introducido, y del abalón californiano (Haliotis rufenscens).
Desde fines de los sesenta han ido ganando en importancia los cultivos de mitílidos (choritos, cholgas y choros), y
del alga conocida comúnmente como pelillo (Gracilaria chilensis). Más antigua es la ostricultura, cuyos primeros
establecimientos en el territorio nacional se remontan a principios del siglo XX. Hoy se produce la ostra nativa (Ostrea
chilensis) y la ostra japonesa (Crassostrea gigas).
En la Tabla 1 se muestran los valores de las exportaciones chilenas del año 2004 para algunas de las especies
mencionadas. Estas cifras se refieren a productos obtenidos de los respectivos cultivos.
Pese a la comparativa exigüidad de estos números, tales cultivos emergentes forman parte de los más de 1.581
millones de dólares generados por las exportaciones acuícolas chilenas en 2004; las exportaciones pesqueras de ese
mismo año equivalen a US$ 997.848.000.4 Y aunque estas cifras están lejos de igualar las del pez estrella, la
salmonicultura no está exenta de desafíos propios, muchos de ellos transversales a todo el sector. Entre ellos
destacan la expansión hacia nuevos mercados y la producción con mayor valor agregado. La otra cara de la moneda
es el impacto ecológico. En efecto, la acuicultura nacional aún debe solucionar la presión que ejerce sobre la
biomasa marina para alimentar a las especies en cautiverio, y la emisión de residuos de alimentos o medicamentos al
medio ambiente, entre otros problemas.
Tales desafíos implican la incorporación de tecnología de punta al sector. Desde el boom de esta actividad en
Chile viene ocurriendo así: el equipamiento y las instalaciones artesanales características de las primeras
pisciculturas progresan hacia construcciones, técnicas y equipos más sofisticados y eficientes, sin discriminar entre
innovaciones tecnológicas criollas y provenientes de allende los mares. La demanda de la industria ha encontrado
eco en las paredes de los laboratorios y respuestas para temas diversos, ya sea nutrición, salud u otra urgencia.
En principio, no ha sido ni es determinante para el éxito económico de la actividad si la tecnología se importa o se
genera a partir del desarrollo científico nacional. Porque, pese a las recurrentes acusaciones de dumping contra los
salmones chilenos y otras dificultades, se ha comprobado que esta industria mantiene una coherencia con la
economía de mercado: la eficiencia como base de la competitividad. Desde ese punto de vista, no interesaría el
origen de las innovaciones que sustentan esta eficiencia.
No obstante, con toda razón, la investigación y desarrollo de índole local constituye un asunto prioritario para las
naciones más avanzadas. Entre sus ventajas está, para empezar, el logro de aplicaciones según los requerimientos
específicos del país donde se originan: sus condiciones geográficas, climáticas o de otro tipo. También que los
resultados podrían ser genéricos; es decir, aplicables o antecedentes a varios procesos, además de aquel para el
que fueron creados. Piénsese, por ejemplo, en alimentos que suplan exigencias nutritivas de especies diversas,
cuando inicialmente fueron solicitados para una en particular. Por otra parte, Chile se ahorraría con esta apuesta a
local, altos costos vinculados a patentes extranjeras, y en cambio recibiría dividendos importantes por la venta de
royaltis al exterior.
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Con el salmón y las demás especies cultivadas o cultivables, es factible prever que la capacidad productiva de
la industria dependerá en gran medida del desarrollo científico y tecnológico. Esto no significa desconocer factores
de éxito demostrados, como la asociatividad dentro del sector, la evolución del marco legal e institucional u otras
estrategias igualmente eficaces. Lo cierto es que ya está sucediendo: hoy puede hablarse de investigaciones que
se llevan a cabo en nuestro país para elaborar paquetes tecnológicos de cultivo y otros avances capaces de
ampliar los horizontes de la acuicultura, esa actividad nacida en el siglo XIX de la persistencia por crear un
pequeño paraíso de la pesca deportiva.

Rol de la ciencia
El gran logro inicial de carácter científico en la acuicultura chilena se considera la obtención de ovas nacionales de
salmón Coho, hecho registrado por primera vez en 1990 y que marcó un quiebre respecto de la dependencia frente a
los proveedores extranjeros. También durante los años noventa se logró elaborar alimentos más nutritivos y de mejor
suministro para salmones, se optimizó el proceso de desove mediante manejo del fotoperíodo y se perfeccionaron los
sistemas de traslado de los peces de agua dulce a salada. Todo “made in Chile”.
El gobierno ha abordado diversos criterios de cooperación con el sector a través de distintas épocas, ya sea
financiando directamente la producción, o estableciendo institucionalidades y regulaciones legales que culminan en la
promulgación de la Política Nacional de Acuicultura el año 2003. También ha venido desempeñando un papel
fundamental en el fomento de la investigación básica y aplicada, y la transferencia tecnológica.
En las universidades, la cuna antonomástica de las ciencias, podemos encontrar un enorme y tal vez poco
conocido esfuerzo por impulsar el desarrollo de la acuicultura. En estas instituciones se generan capacidades
científicas, para empezar, a través de la docencia. Al respecto, se pueden considerar desde las primeras carreras de
Biología Marina o Ingeniería en Pesca, creadas en los años cincuenta y sesenta; hasta la más reciente carrera de
Ingeniería en Acuicultura, que se impartió por primera vez en la Universidad Católica del Norte en 1987.
Actualmente, alrededor de quince universidades y tres institutos profesionales —en ambos casos estatales y
privados— dictan carreras relacionadas con el ámbito pesquero y acuícola. Dentro de sus respectivas facultades o
departamentos realizan además investigación aplicada y participan en proyectos financiados a través de fondos
concursables de distintas entidades como la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (Conicyt), el
Fondo de Investigación Pesquera (FIP), la Cor-po-ración de Fomento de la Producción (Corfo), el Fondo Nacional de
Desarrollo Regional (FNDR) y el Servicio de Cooperación Técnica (Sercotec), entre los más importantes.
En varios de estos fondos, las instituciones que efectúan la investigación participan asociadas con empresas
del sector pesquero y acuícola, a las que posteriormente transfieren los productos, servicios y procesos creados o
mejorados. Así se completa el círculo que liga la ciencia al desarrollo económico y social: por los nuevos empleos
ligados a la apertura de unidades y lí-neas de negocios dentro de empresas; o propiamente la creación de
empresas. La acuicultura, dicho sea de paso, ha demostrado ser una importante fuente laboral, con más de
setenta mil puestos de trabajo asociados de manera directa o indirecta, hasta hoy.
No hay que olvidar tampoco que muchas universidades incursionan en el ámbito comercial directamente, como
prestadoras de servicios generados a partir de sus propias innovaciones o invenciones y a través de las cada vez
más recurrentes incubadoras de empresas. Y no sólo las universidades, por cierto, realizan investigación en el área.
También lo hacen, en algunos casos desde mucho tiempo atrás, entidades como la Fundación Chile, el Instituto de
Fomento Pesquero (IFOP), el Instituto de Investigación Pesquera (Inpesca), el Comité Oceanográfico Nacional
(CONA) y el Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada de Chile (SHOA), sin que aquí se agote la lista.
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Desafíos actuales
En medio del desborde de esta “revolución de las aguas” que es hoy la acuicultura en Chile, la ciencia está
llamada a ofrecer, si no la última palabra, al menos en principio el criterio más confiable sobre cómo, dónde, cuándo y
qué cultivar a lo largo de esta ancha franja de océano hacia la cual el país ha ido asomándose progresivamente con
mayor interés.
La ciencia, a medida que se torna más dinámica e integrada al sector productivo, es capaz de mostrar de
inmejorable manera los cauces por donde deben fluir esfuerzos y recursos hacia la llamada industria alimentaria del
futuro.
Son muchos los retos que enfrentan los científicos chilenos dedicados al ámbito de investigación acuícola. Por
primera vez a nivel mundial, se está estudiando en nuestro país el cultivo de las especies hidrobiológicas o botánicas
que habitan de modo natural el territorio nacional, como el loco, la centolla, el erizo blanco o la luga roja. De modo
que la partida ha sido prácticamente desde cero, en lo que respecta a conocer su hábitat y ciclo de vida natural antes
de recrearlo en medios cerrados.
En algunos de estos organismos se presentan además complicados estados microscópicos y metamorfosis que
es preciso tener en cuenta y saber manejar. Todo ello para lograr un adecuado crecimiento de los individuos que les
confiera valor comercial. O, enfocado de otra manera, que logren satisfacer los requerimientos nutricionales y
culinarios de los consumidores, a la vez que salven de la extinción a sus propios congéneres de los ríos y mares
abiertos.
El salmón es un caso típico de complejidad del cultivo, debido a su hábito de migrar entre el mar y los ríos y lagos.
En Chile, si bien es cierto no se inventó cómo adaptarlo al cautiverio, los científicos ejecutan en cambio el más
relevante programa de mejoramiento genético a nivel internacional, específicamente de la especie de salmón Coho
(Oncorhynchus kisutch).
Asimismo, a fines de los noventa en nuestro país se descubrió y secuenció la proteína fundamental para crear la
vacuna que combate una de las enfermedades más devastadoras para los cultivos salmonícolas, responsable de
pérdidas de hasta veinte millones de peces cada año. Este mal se conoce como Síndrome Rickettsial del Salmón
(SRS) y es causado por la bacteria Piscirickettsia salmonis, la primera bacteria en el mundo cuyo genoma ha sido
secuenciado, conviene decirlo, por científicos chilenos.
Con otras especies introducidas, como los abalones californiano y japonés (con los que también se realiza
mejoramiento genético en Chile), o la langosta australiana, la tecnología para su cultivo —ya probada en Estados
Unidos, Japón y Australia respectivamente—, ha debido readecuarse a las condiciones geográficas y climáticas
locales.

Todas las especies


Aunque son nativos de Chile la mayoría de los peces, moluscos y crustáceos que lentamente han ido
diversificando la acuicultura nacional, no obstante, una parte significativa es introducida desde otras regiones del
planeta. Precisamente la diversificación de los cultivos en base a nuevas especies es uno de los campos que
absorbe mayor cantidad de investigaciones. Todo lo que se está haciendo al respecto en el país, a nivel básico y
aplicado, resulta suficiente como para escribir un libro completo sobre el tema.
A modo de ejemplo, para que el lector no especialista se familiarice con este tema, en la Tabla 2 puede apreciar
algunos proyectos ejecutados por universidades y otros centros de investigación relacionados con el Fondo de
Fomento al Desarrollo Científico y Tecnológico, Fondef, de Conicyt. Esta entidad estatal ha destinado al área Pesca y
Acuicultura cerca de treinta mil millones a proyectos de Investigación y Desarrollo (I&D) y Transferencia Tecnológica
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(TT) en los últimos diez años. Está considerada la instancia que mayores aportes realiza en Chile a proyectos
científicos con aplicaciones productivas o comerciales.
Las iniciativas que adjudica Fondef-Conicyt son presentadas, ejecutadas y co-financiadas por universidades e
institutos de investigación. Cuentan además con el aporte adicional de las empresas ligadas o afines al sector, que
actúan como socios y contrapartes. Creado en 1992, El Fondo financia como máximo el sesenta por ciento del costo
total de cada proyecto.
La Tabla 2 incluye una selección de proyectos relevantes de Fondef en el Área Pesca y Acuicultura, relativos a las
nuevas especies con las que se experimenta su cultivo, con una referencia breve a sus propósitos y la evolución de
las investigaciones sobre cada especie a través del tiempo.
A través de Fondef-Conicyt se experimenta además con el cultivo de otras especies de peces, como: puye
(Galaxias maculatus), bacalao (Dissostichus eleginoides), corvina (Cilus monti), pejerrey (Odontesthes spp.), rollizo
(Pinguipes chilensis). De moluscos, como macha (Mesodesma donacium), almeja (Tawera gayi, Mulinia edulis, y
Protothaca thaca), choro zapato (Choromytilus chorus), ostión del norte (Argopecten purpuratus), ostión patagónico
(Chlamys patagonica), ostión del sur (Chlamys vitrea), ostra japonesa (Crassostrea gigas), caracol trumulco (Chorus
giganteus), lapa (Fissurella sp.), navaja (Ensis macha). Crustáceos y equinodermos como centolla (Lithodes santolla)
y erizo blanco (Loxechinus albus); y las algas laminaria (Laminaria japónica), luche (Porphyra sp.).
Hay otros trabajos de investigación con especies de peces no incluidas hasta ahora en el catálogo del Fondo
perteneciente a Conicyt; entre las cuales están el congrio colorado (Genypterus chilensis), la corvina (Cilus gilberti), el
dorado (Coryphaena hippurus), el robalo (Eleginops maclovinus), el bagre de canal (Ictalurus punctatus), el esturión
blanco (Acipenser transmontanus), la trucha ártica (Salvelinus alpinus) y el atún aleta amarilla (Thunnus albacares).
Para completar la lista de especies cuyo cultivo en nuestro país se encuentra actualmente en fase de estudio, es
preciso mencionar algunas no contempladas en ningún proyecto Fondef de Conicyt al momento de la redacción
definitiva de este libro. Entre los moluscos se encuentran la almeja (Venus antiqua), el choro “araucano” (Mytilus sp.),
el pulpo del sur (Enteroctopus megalocyathus) y el del norte (Octopus mimus); entre los crustáceos la langosta
australiana (Cherax cuadricarinatus) y el camarón tigre (Penaeus japonicus), ambas especies introducidas.
Finalmente, en una situación más o menos similar, se encuentran algas como la luga negra (Sarcothalia crispata) y el
chascón (Lessonia spp.).

Círculo virtuoso
Como se ha mostrado, hoy las universidades y otras instituciones chilenas que incursionan en áreas de
investigación acuícola están fuertemente centradas en la diversificación de los cultivos, que incluyen especies
autóctonas y exóticas.
De manera creciente, se están ejecutando también proyectos que implican otros temas, como por ejemplo la
búsqueda de fuentes alternativas de alimentación. O de soluciones para problemas sanitarios. Un ejemplo a
propósito de esto es el proyecto “Investigación y desarrollo de tecnologías para la utilización de probióticos en el
cultivo del ostión del norte” (1997), de la Universidad de Antofagasta. Los investigadores han propuesto el uso de
probióticos, que son bacterias benéficas, para resolver un problema que afecta a los miticultores, logrando
incrementar la sobrevivencia larval de los ostiones. De esta manera logran, además, estar en consonancia con las
regulaciones internacionales respecto del uso de antibióticos en producción animal.
Otras iniciativas se espera que provoquen un impacto transversal dentro del sector acuícola, por ejemplo
ofreciendo respuestas a factores climáticos adversos. O a requerimientos medioambientales, pues no faltan reclamos
de quienes ven en la joven industria un daño irreversible para el ecosistema marino.
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La Universidad Católica de la Santísima Concepción ha presentado recientemente el proyecto “Uso de


fotocatálisis heterogénea para el tratamiento de agua en sistemas de recirculación en acuicultura intensiva nacional”,
cuyos resultados permitirían disminuir los costos de tratamiento del recurso hídrico, y aplicar a futuro un sistema que
destruya los contaminantes sin generar residuos. Para despejar posibles dudas acerca de la competitividad que
reportaría a las empresas del sector, el equipo de investigadores espera conseguir una considerable reducción en los
costos frente a los sistemas tradicionales de tratamiento biológico de aguas. Por otra parte, posibilitaría la
introducción de nuevos cultivos que hasta ahora no se han implementado porque implican enormes gastos de agua.
Dentro de las tendencias que muestra la investigación vinculada al sector acuícola está la implementación de
nuevos cultivos destinados a satisfacer requerimientos propios de otros cultivos; por ejemplo de especies botánicas
—marinas o terrestres—, cuyo fin último es suministrar nutrientes a peces, moluscos u otros organismos
hidrobiológicos.

Nuevos programas
Aunque Chile se ha convertido en un líder en la producción mundial de salmón, aún no se ubica siquiera entre los
diez primeros países que producen conocimiento vinculado a las ciencias del mar.
En 2002 Fondef-Conicyt creó el Programa “Hacia una Acuicultura de Nivel Mundial”. Su meta es lograr que
nuestro país alcance una posición de excelencia y liderazgo a nivel internacional en el desarrollo de la acuicultura,
mediante acciones de investigación, desarrollo, transferencia e innovación tecnológica que utilicen capacidades
chilenas existentes y en desarrollo. Se espera que este esfuerzo logre acelerar los ciclos de desarrollo de nuevas
especies y productos acuícolas para posibilitar su inserción oportuna en los competitivos mercados internacionales,
entre otros objetivos específicos.
También el año 2002, FDI de Corfo y Fondef-Conicyt lanzaron el “Programa de Ciencia y Tecnología en Marea
Roja”, que surge como respuesta a un problema que en los últimos años se ha vuelto frecuente, persistente e
intenso, abarcando extensas áreas marítimas de Chile.
Se denomina marea roja a las floraciones de determinadas especies de microalgas nocivas, que en altas
concentraciones suelen provocar un cambio de color en las aguas. De ahí su nombre. Han ocasionado grandes
perjuicios económicos y situaciones sociales conflictivas, en especial, en el sector acuicultor y pesquero artesanal. Lo
que es más grave aún, este fenómeno ha causado problemas de salud, incluyendo la pérdida de vidas humanas por
intoxicación.
En las bases de este programa se puede encontrar uno de los objetivos que mayores implicancias tiene para la
acuicultura: “Diversificación y reconversión productiva”, mediante el repoblamiento con especies marinas no sensibles
a la microalga tóxica, en áreas de manejo y/o concesiones de acuicultura entregadas a pescadores artesanales.
Con estas dos grandes iniciativas, que implican la inversión de cuantiosos recursos, el gobierno de Chile se
propone aumentar la cobertura científica y tecnológica de un sector cada vez más prioritario y estratégico para la
economía nacional.

Un océano de oportunidades
De Chile se dice, sin que falte razón en tan poéticas pretensiones, que fue dotado con casi todo lo más preciado
que puede encontrarse en las más diversas latitudes del planeta. Los climas, la geografía y el mar, son muy buenas
razones para afirmarnos en esta creencia.
Reivindicando a la naturaleza, sin duda que la apuesta de los diferentes sectores del país por el desarrollo de la
acuicultura se ve estimulada no sólo por los éxitos económicos recientes y sostenidos. El litoral chileno, que abarca
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más de cuatro mil kilómetros de costa, es uno de los más ricos en recursos marinos en todo el planeta, tanto
pelágicos como demersales y bentónicos. Ello ocurre, entre otras razones, porque en nuestras aguas territoriales se
encuentra gran abundancia de nutrientes y favorables condiciones de temperatura y salinidad.
A esto se añaden las vastas zonas fluviales y canales marítimos interiores en el sur, con áreas muy protegidas del
oleaje, temperaturas óptimas y baja contaminación. Todos estos elementos son difíciles de encontrar, al menos
reunidos, en el hemisferio norte. Allí este tipo de áreas suelen poseer por ejemplo regímenes muy bajos de
temperatura que dificultan o impiden el crecimiento de los peces.
Resultan también casi naturales a ojos del observador, diversas ventajas internas de Chile que prestigian su
posición internacional. A grandes rasgos: su política de apertura e integración económica, las acciones coordinadas
público-privadas y una creciente, aunque todavía tímida, colaboración entre empresa y universidad en pos de la
innovación tecnológica.
Esperamos que los argumentos expuestos hasta aquí hayan contribuido a distinguir, entre todas estas bondades
naturales y del establishment, cuál es el papel que le corresponde jugar a la ciencia y cuáles son los actores de
quienes se espera las pautas que determinen el potenciamiento de la industria alimentaria del futuro.
La acuicultura no es sólo una oportunidad de complementar los cultivos en la tierra con el cultivo en las aguas;
resulta sin duda la forma más noble e inteligente de heredar, de la mano de la ciencia, el inmenso patrimonio del mar.

notas
1 y 2, Fuente: FAO, Anuarios de Estadísticas de Pesca. 3, Fuente: Salmonchile. 4, Fuente: Subpesca.

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