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ASTRÓNOMOS SIN ESTRELLAS

Textos acerca del arte contemporáneo en el Cono Sur

ROSTROS Y RETRATOS

Hay que distinguir entre el rostro y el retrato. El primero carece de carácter


estético; el segundo señala, en cambio, una distinción privilegiada; enmarca la
fisionomía exclusiva de una personalidad. Hay, por tanto, que ganarse el derecho
a poseer un retrato. Roland Barthes fue enfático respecto a las posibilidades
policiales del retrato contemporáneo. No era lo mismo, en este caso, el retrato
pictórico y el retrato fotográfico. El primero alude a la personalidad (cualidad
romántica), el segundo a la identidad masiva (cualidad policiaca). De lo
pictórico a lo fotográfico, de lo personal a lo identitario, lo cierto es que el
derecho a poseer un retrato ya no exige ahora la más mínima aprobación de
la persona mediada por la pintura o la fotografía. Da lo mismo lo que opine.
Cualquiera puede intervenir la faz del otro, rememorando una vieja práctica
mágica, colindante con la venganza: agredir o intervenir jocosamente la faz
del otro. Si agredo la imagen del otro, es posible que termine apropiándome de
su espíritu. Se trata –lo anterior– de un predicado que distingue la operación
pictórica de Marco Arias.

II

Aquí lo decisivo tiene que ver con determinadas figuras del poder empresarial
y político local. Como buen fisonomista, Marco Arias ha debido extremar
determinadas partículas figurales presentes en la topografía facial de ciertos
sujetos henchidos de poder (el poder suele ser inflamatorio, abundante, obeso).
Desde inicios del arte moderno en adelante, ciertos retratos son inflados a
modo de escarnio: los de Goya, los de Daumier, los de Lucian Freud, los de
Francis Bacon, por nombrar algunos. Aunque a los poderes les importe un
comino la ignominia cutánea reflejada en la sátira pictórica, lo cierto es que esta
provocación no le resta un ápice al sentido más crudo y mediato del sarcasmo
visual.

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Guillermo Machuca

III

Por lo general, el objeto del sarcasmo (el rostro del poder) suele ser representado
riéndose sardónicamente en la figuración pictórica. Comprime la boca y realza
sus marcas cutáneas. Todo es caricaturesco. Pero las caricaturas no se miran a
sí mismas y menos se reconocen entre sí. Y se sabe que ciertos representantes
del poder político y empresarial sólo se miran al espejo, o, recientemente, al
reflejo proyectado por los medios de comunicación masivos. Ahí –en ese nicho
privilegiado de poderes y prebendas– el rostro inflamado del poder puede ser
desinflamado a base de refinadas técnicas de reposición de la imagen pública,
como el retoque post fotográfico (el Photoshop), o por medio de una buena y
onerosa operación de cirugía reparadora.

IV

Hay que consignar un hecho biográfico: Marco Arias no sólo ha estudiado


pintura, también periodismo (titulado en ambas disciplinas). No se trata de algo
menor en términos teóricos, menos estéticos. Existen periodistas y periodistas:
de política, deporte, economía, farándula y cultura. Son, en términos
estrictamente pragmáticos, recolectores avezados de información. Marco Arias
es un detective informático; recolecta y selecciona imágenes del mundo social
y cultural de variada índole: son su materia prima para producir aquello que
llamamos obras de arte. Obras atiborradas de imágenes de la cultura de la
información, donde conviven políticos, deportistas, gente de la farándula, gente
de la televisión y del teatro en general, gente de las artes visuales y sus obras
reproducidas por los medios de comunicación social.

Muchos periodistas culturales son ratones de bibliotecas virtuales (valga la


cacofonía). Conversando con ellos, uno debe apelar a la memoria depositada
en terminologías pasadas, anacrónicas, en desuso. Pero también el exceso
de información medial produce amnesia respecto del pasado. He estado con
periodistas culturales que no ubican a Paul Newman; con Marco Arias hemos
conversado acerca de diversos registros de información medial, extraídos de
épocas y décadas distintas (desde los orígenes del cine, las reproducciones
técnicas del arte y la moda, todo ahora aplanado en las actuales tecnologías
de la información). En todo caso, si uno revisa ciertas obras de Warhol podrá
comprobar que las informaciones de la estrella del pop norteamericano

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mezclaban un zapato de los 60 con un automóvil de los 30 (todo un homenaje a
la nostalgia, opuesta al progresismo de las vanguardias).

VI

Este sentido de la nostalgia ha sido tematizado por muchos autores de la


época posmoderna. Algunos dicen que el pasado está reemplazando al futuro:
muchos memoriales, muchos museos de la memoria, muchas referencias a un
pasado que, en el caso de la enseñanza de arte, choca paradójicamente con
la ignorancia general del alumnado. Estudiantes a disposición de millones de
datos, pero ignorantes en extremo. Entonces hay que refrescar la memoria,
llenarla de imágenes y referencias en un cerebro parecido a un queso Gruyer.
Marco Arias sabe de estas amnesias en el mundo de la información globalizada:
no le queda más que convocar o exhumar rostros pretéritos conocidos desde
años anteriores, para luego mezclarlos –de manera pegoteada– con aquellos
conocidos por las generaciones actuales (me ha pasado estando con gente de
25 años que no conocen a Prince). Ya lo sabemos: toda mezcla es obscena;
aquí no valen nada las jerarquías (cualquier descerebrado “pokémon” te puede
decir a la cara que vale callampa Da Vinci, aunque sea sin conocerlo). Todo da
lo mismo: Frank Sinatra o Kanye West. También hay que considerar la falta
de desapego de muchos usuarios de las redes, quienes escapan a diario de sí
mismos y exponen sus esfínteres privados al público virtual y a veces exponen
a los otros –sus enemigos o rivales virtuales– a funas maleteras, siempre
pendientes de que el acusado –culpable de antemano- haga uso de su libertad
de expresar algo que no sea políticamente incorrecto (mucho cuidado con caer
en actitudes u opiniones que vayan en contra de las reivindicaciones raciales,
sexuales, de clase o de género).

VII

En términos artísticos, todo vale. Se ha repetido hasta el cansancio: el arte


no es ciencia ni religión; es arte, lo que significa que cualquier tema puede
ser transformado en materia estética. Lo moralino no es lo ético. Y en arte
lo ético debe convivir con lo estético (pensar la vida en términos visuales).
Los periodistas saben de ciertos límites entre lo que se investiga y lo que se
muestra, entre lo que exige ser publicado y aquello frente a lo cual hay que
poner el pecho abierto a las balas de la censura, el castigo judicial y el peso de
los poderes centrales. Pero Marco Arias es un periodista devenido en artista:
no tiene que rendir cuentas al orden público. Se mueve, después de todo, a
Guillermo Machuca

nivel de las representaciones. Lo que nunca ha sido garantía de no ser atrapado


por las redes de determinados poderes. Lo sabemos desde el origen del arte:
los poderes se ofenden frente al uso visual de ciertos temas: siempre habrá
talibanes ideológicos que se molesten y se autodefinan bajo los múltiples
“istas” de moda: mapuchistas, feministas, animalistas, anarquistas, ecologistas,
anti imperialistas, anti capitalistas, etcétera.

VIII

¡Tantos “istas” en el Chile actual! Pero este no es el asunto que motiva las
pinturas de Marco Arias; más bien es un efecto de la obra. Después de todo,
las muecas y rictus de sus retratos pasados (del año 2014), y que detentaban el
imaginario pétreo de los rostros del poder (político, empresarial y económico)
han podido ser actualizados a énfasis faciales de última generación: Donald
Trump, Vladimir Putin, Alejandro Guillier o Camila Vallejo (entre otros). Los
retratos se multiplican en la medida que se multiplican los rostros del poder y
la farándula. También en la medida en que se multiplican las opciones formales
y temáticas del arte. En el presente, Marco Arias ha combinado gran parte del
discurso del arte pop (ahora universal), con ciertos coqueteos con la escultura
figurativa (citemos a Pistoletto, George Segal, Robert Longo, los hermanos
Chapman, León Ferrari, Liliana Porter, y en Chile a Osvaldo Peña, Juan Pablo
Langlois y Gonzalo Díaz). En términos generales, los críticos han hablado de
dos clases de estética ligadas al pop: una fría y otra caliente. Ambas no son
excluyentes entre sí. Un ejemplo: la obra de Claes Oldenburg, y antes la de
Robert Rauschenberg. Se trata de pasar de una extrema suciedad a una extrema
limpieza, siempre de manera embrollada y no lineal.

IX

Esta mezcla entre limpieza y suciedad la desarrolló Warhol en los años 60 en


su célebre Factoría: en dicho espacio mezclaba lesbianas asesinas, putines
callejeros, transformistas abigarrados, mendigos sin dientes, músicos under,
cineastas de mala factura, actores de cuarta, conviviendo con la elite de Nueva
York encarnada por Truman Capote, Mick Jagger, Marilyn Monroe, John
Lennon, Yoko Ono, Miles Davis y Jackie Kennedy, entre otras lumbreras.
La estrella puede convivir con los bajíos de los planetas a punto de perecer.
Marco Arias ha encendido aún más las luces de las estrellas que se apagan:
Warhol o la Marilyn Monroe, se han proyectado al pacífico, específicamente
a los países japoneses y coreanos. Es el pop en su versión más globalizada:

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Textos acerca del arte contemporáneo en el Cono Sur

desde las historietas Meteoro y Robotech, hasta llegar a series como Dragon
Ball Z, Evangelion, Pokémon, Sailor Moon, y a nivel de la moda y la música,
al decorado de las estéticas urbanas, aparecidas –por ejemplo– en el Chile de
los últimos años: Otakus, Pokemones, Neo Góticos, Visuals y uno que otro
wachiturro, bachatero o reggaetonero mamándose un completo gigantesco a
las afueras de las universidades privadas –donde se compran los títulos y se
carretea a diario–, ubicadas al sur poniente de la comuna Santiago de la capital
de Chile.

La obra de Marco Arias es revuelta; es una versión periférica de la mezcla entre


el under y la elite (con todas las diferencias entre Nueva York y Santiago) que
ilustraba una clase de arte imbuida de ímpetus transversales a nivel social, de
género, o de cualquier otra diferencia etaria. Como se sabe, la gran manzana
neoyorquina fue limpiada por el alcalde Giuliani en los años 90. Cito una
experiencia local: existen galerías multinacionales en Santiago que realizan
inauguraciones con un cocktail desmesurado: hartos canapés, licor a granel
y mozos de aspecto militar, todo expuesto en paneles de vidrios gigantescos;
todo exhibido frente a una muchedumbre de gente pobre con hambre y sed, y
a quienes se les prohíbe el ingreso a la fuerza. La Factoría de Warhol, antes del
atentado a balazos en su contra, no tenía reparos en que ingresara la mayor parte
de gente: un putín travestido conviviendo con la primera dama de la república.

XI

Las pinturas actuales de Marco Arias revuelven el pop tercer mundista,


combinándolas con ciertas estéticas del arte bruto y póvera europeo (tal como
lo han hecho antes, a nivel local, Francisco Brugnoli, Virginia Errázuriz,
Juan Pablo Langlois, Carlos Leppe y Gonzalo Díaz): esculturas y pinturas
autobiográficas, leones de yeso comprados en una calle de Estación Central
que vende objetos kitsch, pinturas desordenadas sobre el muro, la mayoría de
gran formato y abigarradas de citas pictóricas y gráficas referidas al imaginario
popular, provenientes de las poderosas luminarias que rigen el mundo global:
la animación japonesa, los videojuegos, las historietas locales populares (desde
el Condorito hasta los memes hirientes que pululan en las redes), ciertos
personajes de la política, del deporte, de la farándula, de la música (Jorge
González, Charly García, Alex Anwandter), y también –a modo de cita culta– a
múltiples referencias a la poesía con mayúsculas y –como decía Mallarmé–
aquella que podía unificar el lenguaje de la tribu.

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