You are on page 1of 14

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA

DIVISIÓN DE CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES

LICENCIATURA EN CIENCIA POLÍTICA

TEORÍA POLÍTICA VI: MODELOS DE DEMOCRACIA

ADRIÁN GIMATE-WELSH

APUNTES A LA TEORÍA DE LA DEMOCRACIA MODERNA

POR MARÍA FERNANDA TREJO BERMEJO 204332867


Este trabajo pretende hacer un esbozo de la teoría de la democracia moderna

o lo que se conoce como democracia liberal; haciendo una crítica a algunos

conceptos específicos que se han seleccionado, en perspectiva del trabajo

realizado en clase y tratando de seguir una cronología histórica de la teoría y

praxis de la democracia.

Los trabajos de David Held y Bernard Manin, son las obras más significativas a

las que nos hemos remitido para la realización de éste ensayo, dado que

presentan una retrospectiva del desarrollo de la democracia, para concluir en la

etapa actual.

Vamos a comenzar por definir el concepto de democracia liberal, para analizar

varios aspectos de su composición, y cómo se ha desarrollado al día de hoy; y

así concluir con generalizaciones de encauzamiento hacia sus posibilidades

futuras.

¿A partir de cuándo podemos llamar a la democracia “liberal”? El liberalismo

como doctrina política y económica comienza en el siglo XVIII. Es un modelo

de organización estatal al que Bernard Manin y otros autores, ubican a partir de

las revoluciones inglesa, francesa y norteamericana.

Políticamente estos acontecimientos, además de marcar el quiebre con la

monarquía, crean las repúblicas modernas, que se constituyeron como

democracias, haciendo una distinción entre la democracia directa, o modelo

clásico griego y la democracia representativa, cuya institución central, es el

parlamento. La república moderna se basa en la representación parlamentaria.


Es importante señalar que esa concepción de democracia se distingue de la

griega, no en una comparativa pragmática, sino teórica, puesto que ningún

pueblo ha conocido la democracia directa fuera de la Hélade.

Es por esto que autores como Rousseau, consideraban que había una notable

diferencia entre un pueblo enteramente libre haciendo sus leyes, y la mediación

de la representación política.

Manin menciona a Madison, autor de The federalist papaers de 1787 y dice:

“Madison no considera la representación como una aproximación al gobierno

por el pueblo, necesaria técnicamente por la imposibilidad física de reunir a los

ciudadanos de los grandes Estados (a usanza griega). Al contrario, lo ve como

un sistema esencialmente diferente y superior. El efecto de la representación,

observa, es el de <<refinar y ampliar las visiones públicas pasándolas por

un…órgano elegido de ciudadanos cuya sabiduría puede discernir mejor los

verdaderos intereses de su país y cuyo patriotismo y amor a la justicia hará

menos probable sacrificarlos (los intereses generales) por consideraciones

temporales o parciales>>…” 1

Madison separa la democracia de la representación, no son lo mismo, y nos va

encausando hacia una problemática aún más compleja, las condiciones que

hacen que la representación funcione. Lo primero que denuncia es el hecho de

que la representación es superior, porque ve desde una perspectiva

distanciada de los intereses particulares los objetivos que debe analizar un

gobierno de ésta naturaleza; pero ¿es esto posible?, ¿lo ha sido?.

1
Bernard Manin, Los principios del gobierno representativo, Madrid, 1998. Pág. 13. Las negritas son
mías.
Para otros autores esta supuesta “superioridad” no radica en el hecho de que la

representación produzca resultados sin condicionantes pasionales y

enteramente en beneficio del interés público, sino porque es una forma de

gobierno más apropiada a las sociedades modernas y capitalistas, en la que

los ciudadanos se ocupan de la producción y el comercio, sin dejar más tiempo

y atención a los asuntos públicos “…la representación (es)…la aplicación en el

ámbito político de la división del trabajo.” 2

La política y el gobierno se vuelven una “profesión especializada” mientras que

la sociedad en general se despolitiza. Esto nos revela el carácter individualista

de la democracia liberal, puesto que las decisiones políticas recaen en

individuos que son especialistas en asuntos públicos, sin que esto pueda

significar que en sus acciones se reflejan las necesidades de la sociedad

totalitariamente; es decir, ¿la especialización nos demuestra que hay un

desinterés, un desapasionamiento, una despersonalización a la hora de

gobernar; o que es el individuo, en su acepción de representante político, el

que gobierna para sí mismo? Aunque los optimistas liberales defienden la

primera posibilidad, su argumento es contradictorio.

El gobierno representativo –sea o no distinto a la democracia- se ha

desarrollado con la ampliación del derecho a voto y el sufragio universal, es

decir, la democracia liberal se constituye a partir del desarrollo de la

ciudadanía. La ciudadanía se asocia con dos conceptos: libertad e igualdad. La

libertad es la primera condición para el capitalismo, el que surge de la

liberación del sistema feudal, hecho que produjo la separación social de clases:

capitalistas y no capitalistas; por lo que se hace lógico afirmar, que la libertad

2
Ídem.
no genera igualdad, sin embargo, la democracia liberal, se vale de la premisa

política de que el uno siempre es igual al otro, el pobre siempre es igual al rico,

ambos son ciudadanos; ambos pueden votar y ser votados; ambos pueden

participar en la democracia representativa; sin embargo empíricamente, las

diferencias se hacen evidentes.

Teniendo a la contradicción como punto de partida, podemos aproximarnos a

una primera conclusión, la democracia representativa y liberal no es,

parafraseando a Abraham Lincon, lo que significa el gobierno del pueblo por el

pueblo en beneficio del pueblo.

En éste siglo XXI, la inmensa mayoría de los Estados nación son democracias

representativas, al mismo tiempo que son economías liberales inmersas en la

globalización económica. Ya no hay autoritarismos, o no en sus tipologías

clásicas de gobierno. Llanamente podemos decir que el régimen autoritario es

una forma de gobierno en la que hay nulos derechos políticos, y –legal o

ilegalmente- se establecen mecanismos de coerción física y/o mental, mediante

los cuales se sustenta el poder.

Si aceptamos ésta definición y la contraponemos a un concepto de democracia

liberal que ha nacido de la exigencia ciudadana de libertad, igualdad,

participación popular en la política e impartición equitativa de la justicia; un

régimen en el que el ciudadano se constituye como su unidad mínima y

fundamental, gozando de derechos y obligaciones por igual; ¿cómo nos

explicamos la legitimación del Estado por medio del monopolio legal de la

violencia, última facultad del Estado moderno frente al imperio corporativo del

mercado, que también puede significar un rastro de autoritarismo como

cualidad endógena de la constitución del gobierno?; o ¿cómo nos explicamos


la despolitización moderna, la ultra enajenación social, la descalificación y

mercadotecnización de la política? ¿Cómo hemos llegado a construir la

democracia que tenemos hoy?

Si el capitalismo se conforma a partir del fin del feudalismo, y su forma política,

la democracia liberal surge con las revoluciones del siglo XVIII, y el siglo XIX es

su periodo de culminación; podemos afirmar que en la primera mitad del siglo

XX, entra en crisis. La Gran Depresión, la Revolución Rusa y las guerras

mundiales, significaron una afrenta al sistema mundial de dominación

mercantilista. Sin ahondar en los hechos, para la segunda mitad del siglo XX,

según David Held, es sistema vuelve a tener un periodo de estabilización y uno

de crisis, que desarrollan dos nuevas formas de democracia, la del Estado de

Derecho y la del Estado Participativo. La primera tendencia es también

denominada “nueva derecha”, y la segunda “nueva izquierda”. No debemos

olvidar, al estudiar estas categorías, que tanto la derecha como la izquierda,

son posiciones políticas que surgen a partir del desarrollo del capitalismo, que

una se formara como perpetuadota y otra como transgresora, no es el objeto

de éste análisis.

Tras la Segunda Guerra Mundial, se vivió un periodo de estabilidad política

mundial, que aunque inmerso en la tensión bélica de la Guerra Fría, se

caracterizaba por el consenso, la confianza en la autoridad y la legitimidad de

los gobiernos.

En estos años, los pensadores, tanto de derecha como de izquierda, señalaban

un amplio apoyo popular a las instituciones estatales. Se creía en que el mundo

de la <libre empresa>, debía ser contenido y moderado por lo que se conoció

como el Estado Benefactor y la política económica keynesiana.


El reordenamiento mundial surgido tras la guerra, propició un desarrollo social

constante, que en poco tiempo se desvelaría como frágil –en el caso del

capitalismo- o aparente –en el caso del socialismo soviético-.

El Estado de Bienestar tiene sus fundamentos en las nociones de la

democracia desarrollista y la política de Keynes, mucho de aquel consenso de

debía al desarrollo económico; pero al comienzo de la década de los setentas,

éste sistema se hizo incontenible, el Estado intervensionista dejó de ser

funcional.

Hay que explicar primero cómo se dio el consenso de la posguerra, para

comprender cómo entró en crisis. Las tesis que hablan sobre el consenso,

como proceso de estabilización y reafirmación de la democracia liberal, son las

de “el fin de las ideologías” y “el hombre unidimensional”. Las tesis que

explican la crisis, son las del “gobierno sobrecargado” y la de la “crisis de

legitimidad”. El entendimiento de estas posturas nos llevará al análisis de dos

nuevos modelos de democracia.

Una primera postura, la de “el fin de las ideologías”, desarrollada por Lipset en

1963, afirmaba que el consenso social estaba dado por el descenso en el

apoyo a lo que él llamaba “la ondeante bandera roja” o el proyecto socialista

del marxismo-leninismo. La idea se definía por “la muerte” de ésta ideología,

que se reducía al sistema política de Europa de este, bajo el argumento de que

“…las cuestiones ideológicas que separan a la izquierda de la derecha se han

reducido a una mayor o menor propiedad gubernamental y planificación


económica (y que) realmente de más o menos igual qué partido político

controle la política doméstica de cada nación” 3

Para Lipset las democracias occidentales sólo podían evolucionar en pro de la

resolución de los conflictos sociales. Es una teoría de fin del conflicto de clases.

Esta postura, a pesar de ser optimista con las condiciones del Estado que

reflejaba, también es una afrenta al argumento direccional del intervencionismo

del Estado, puesto que menosprecia al socialismo como una amenaza, postura

que sostenía todo el sistema gubernamental de la Guerra Fría.

La segunda postura acerca del consenso es la de Herbert Marcuse de 1964, y

es contraria a la de Lipset, es la denominada “sociedad unidimensional”.

La concentración del capital, los avances científicos y tecnológicos, la

tendencia a la autorización del trabajo y el crecimiento de las burocracias

privadas, hizo que los Estados de posguerra reorganizaran sus prioridades al

único objetivo de la producción -se despolitizan- que aunque meramente

económico, encontraba su cause político en la “amenaza comunista”.

“La despolitización resulta de la expansión de la <razón instrumental>; es decir,

de la expansión de la preocupación por la eficiencia de los distintos medios con

respecto a unos fines previamente dados” 4 El único fin es la acumulación de

capital.

Esta despolitización o unidimensionalidad del individuo, se refuerza por los

medios de comunicación, que acaban con la cultura –sobre todo con las

culturas en resistencia de las clases subordinadas o las minorías-, ya que la

comunicación de masas se controla por los intereses publicitarios de los

3
Citado en Modelos de Democracia de David Held, Madrid, 1996. Pág. 272
4
Ibid. Pág. 274
grandes capitales; lo que crea una “falsa conciencia” de la realidad social e

individual, a favor de un aumento del consumo.

El comportamiento de las sociedades hace pasivo y condescendiente a un

orden represivo y manipulador; es decir, no existe consenso, existe coerción

ideológica. Por lo que la democracia no es plausible.

Ambas posturas concuerdan en que “a) (hay) un alto grado de conformidad en

integración entre los grupos y las clases de la sociedad, y b) como resultado

del cual se refuerza la estabilidad del sistema político y social” 5

Como ya dijimos, después del consenso viene una crisis, que si bien no es una

crisis de transformación, pues no ha cambiado el sistema capitalista de

producción y los argumentos de Marcuse son, a mi parecer, absolutamente

válidos al día de hoy, marca el fin del Estado de Bienestar.

Las causas de la crisis del Estado intervencionista de posguerra está marcada

por la ruptura del consenso social, cuya principal causa fueron los numerosos

conflictos del siglo XX; la crisis de la democracia y la crisis económica.

La primera teoría de la crisis es la que parte del punto de vista del pluralismo y

se llama del “gobierno sobrecargado”, sus exponentes son Brittan (1975/77),

Huntingdon (1975), Nordhaus (1975), King (1976) y Rose y Peters (1977). La

segunda teoría, “la crisis de la legitimidad” de fundamentos marxistas, es

desarrollada por Habermas (1976) y Offe (1984).

El “gobierno sobrecargado” una postura de derecha, parte de la premisa

pluralista de Robert Dahl, de que el poder está fragmentado en la sociedad y

los resultados políticos se determinan por los procesos democráticos que el

5
Ibid. Pág. 275
Estado de política keynesiana trata de mediar. Esto aumenta las expectativas

de vida; las aspiraciones sociales sectoriales se refuerzan por causa de las

políticas benefactoras, que minan la iniciativa privada al proveer a la sociedad

de servicios gratuitos insolventables. Crecen las promesas, pero no los

resultados.

Las presiones al gobierno se transforman en promesas políticas que ponen en

riesgo el ejercicio democrático y la competitividad política. La burocracia crece

así como sus intereses de élite, al tratar de resolver las demandas sociales. Sin

embargo el Estado es cada vez menos capaz de de ejercer acciones

administrativas eficientes y no puede costear sus programas. Los gastos

públicos generan una crisis económica. El Estado expandido merma el espacio

de la empresa privada y se hace inoperante.

Contrariamente, la teoría de la “crisis de legitimidad”, parten de la idea de que

la competitividad democrática está seriamente limitada por la dependencia del

Estado a los recursos del capital privado. El Estado tiene que responder a los

interese de la clase dominante, al mismo tiempo que se posiciona de un papel

rector de los objetivos generales para no perder apoyo electoral.

Ya que el sistema capitalista es inherente a la inestabilidad, el Estado tuvo que

aumentar su intervensionismo, no en papel de benefactor de todos los estratos

sociales, sino como protector de la clase capitalista en la vulnerabilidad

posterior a la guerra. La necesidad de proteger a las empresas privadas

nacionales, hace que la burocracia se incremente desarrollando un déficit en el

erario público.

Dentro de las limitaciones sistemáticas en las que se ve inmerso, el Estado

entra en crisis, la que Habermas llama “crisis de la administración racional”. El


Estado no puede reducir su déficit por miedo a perder el apoyo popular y

empresarial –en la idea de que fluctúa entre la aceptación de ambos-. Políticas

de izquierda y de derecha se implantan alteradamente.

En ambas posturas el poder estatal se está erosionando, sea por falta de

autoridad, (teóricos del Estado sobrecargado), sea por falta de legitimidad

(teóricos de crisis de legitimidad)

Las dos teorías, abstractamente opuestas, en la realidad están

interrelacionadas. Un “Estado sobrecargado”, que ya no puede responder a las

demandas de la población, pierde legitimidad, sobre los grupos que, a) ya no

reciben los apoyos sociales del Estado benefactor como salud y educación; y

b) demandan la liberalización económica en orden de disminuir sus

contribuciones al Estado y generar mayor capital.

Si bien en términos generales, la crisis de autoridad siempre deriva en una

crisis de legitimidad, la separación de categorías teóricas es útil para derivar el

posterior desarrollo de ambas posturas.

Como ya hemos señalado, la respuesta a ésta “erosión del Estado”, como

consecuencia de la ingobernabilidad de un Estado ilegitimizado, no ha

ocasionado una transformación del sistema. Hemos pasado del Estado de

bienestar capitalista al Estado neoliberal, una versión más purista de todas las

tesis del capitalismo; ¿por qué ha pasado así?

La crisis trazada por el “fin de las ideologías” o la unidimensionalidad social, no

sobrepasa los condicionantes primordiales del capitalismo y sus arraigadas

consecuencias, por lo tanto la crisis no pudo ser transformadora, fue más bien,

de adaptación y reafirmación; de perfeccionamiento del Estado liberal en su


forma de Estado mínimo –aunque paradójicamente a su denominación, sea

mucho más coercitivo que el Estado benefactor-. Un primer argumento del por

qué lo da Held, “…el extendido escepticismo y desapego de muchos hombre y

mujeres en su actitud hacia la política no ha dado lugar a ninguna demanda

clara de instituciones alternativas.” 6

La despolitización como un mal endógeno de la sociedad capitalista y que se

deriva paradójicamente de la apertura a la participación política, y que es

fundamento de la democracia liberal, ha ocasionado que “…mientras los

gobiernos…sean capaces de asegurarse el consentimiento y el apoyo de las

colectividades cruciales para la continuidad del orden existente (los intereses

financieros poderosos, las industrias vitales…por ejemplo), el orden publico

podrá mantenerse…” 7

Los métodos no políticos para hacer política, como “arte de lo posible”, se

reproducen como mecanismos de perpetuación de un sistema económico que

se sustenta en la desigualdad, aunque políticamente se fundamente es la

existencia lo contrario.

El neoliberalismo perpetúa el aspecto fundamental del individualismo. El

individuo es libre e igual en la medida en que persigue sus propios fines –las

oportunidades, contextos, obstáculos, condicionamientos y más, no tienen

importancia, claro está-. La justicia se mantiene si se respeta la libertad que es

la económica. “Este ha sido, por supuesto, desde Locke, un principio central del

liberalismo…el Estado existe para salvaguardar los derechos y libertades de

los ciudadanos que son, en último término, los mejores jueces des sus propios

6
Ibid. Pág. 288
7
Ibid. Pág. 289
intereses…el Estado debe estar restringido en cuanto a su ámbito y limitado en

cuanto a su práctica, para garantizar el máximo nivel de libertad posible.” 8

El hecho es que desde la perspectiva en la que nos encontramos, el

capitalismo perdura y se regenera con mayor vitalidad, a partir de la década de

1980 con el neoliberalismo imperante., cuya forma política es el Estado de

Derecho; y mientras ésta sea la postura predominante y además en expansión

por la conquista imperial del mercado mundial en el proceso de globalización –

proceso de aculturación por medio de los monopolios de la tecnología y la

información- el Estado Participativo será un modelo alternativo en resistencia,

cuyo desarrollo se ve transgredido por la presión de los grandes poderes

políticos y económicos, y focalizados a algunos países y/o a algunos aspectos

de su constitución estatal.

Si esto perdura y se expande mañana aún más, las alternativas existirán, pero

se enfrentarán a mayores dificultades. Una democracia participativa, como

proposición teórica de la “nueva izquierda”, aboga por la conveniencia de los

fines sociales sobre los individuales, cuestionándose el libre mercado; sin

embargo, no se puede negar las presiones del mercado, que cada vez

restringe más la autonomía de los Estados nación, hace muy difícil el camino

hacia la pretendida construcción de la verdadera igualdad y la verdadera

libertad, que como grandes valores universales, hoy no existen, aunque así se

exprese y legitime en el mundo capitalista.

8
Ibid. Pág. 323
BIBLIOGRAFÍA

EMMERICH, Gustavo y Víctor Alarcón, coordinadores, Tratado de Ciencia

Política, 1ª edición, Anthropos/ Universidad Autónoma Metropolitana, Madrid

2007.

GONZALES GARCÍA, José M. (coord.), Teorías de la democracia, 1ª edición,

Anthropos, Barcelona, 1988.

HELD, David, Modelos de Democracia, 2ª reimpresión a la 1ª edición, Alianza

Editorial, Madrid, 1996.

LIPSET, Seymour Martin, El hombre político: las bases sociales de la política,

1ª edición, Editorial Tecnos, Madrid, 1978.

MANIN, Bernard, et al., Elecciones y representación, en Revista Metapolítica

no. 37, septiembre-octubre 2004.

_____________, Los principios del gobierno representativo, 1ª edición, Alianza

Editorial, Madrid, 1998.

O´ DONELL, Guillermo, Democracia, ciudadanía y desarrollo humano, 1ª

edición, Homo Sapiens, Buenos Aires, 2003.

You might also like