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Como punto de partida se tratará de definir de la forma más precisa posible el término relaciones
internacionales. El diccionario las define como “una rama de las ciencias políticas que estudia
las relaciones entre unidades políticas con el rango de Nacionales y que trata fundamentalmente
con la política internacional”. Aunque la anterior definición parece ser razonablemente buena y
suficiente, tres problemas saltan a consideración. En primer término, ¿Dónde encuadra dentro de
este tema un actor como el denominado cartel de Cali, de Colombia, con relaciones y contactos
con las redes internacionales del narcotráfico? ¿Qué pasa con las corporaciones multinacionales
o con los bancos privados de Occidente que registran en sus activos inmensas obligaciones de los
países pobres altamente endeudados? O ¿Dónde encuadra el Movimiento de Resistencia Islámica
(HAMÁS) que ha dificultado los intentos de Israel para solucionar la cuestión palestina? Cierto,
que ninguna de éstas es una “unidad política con rango de nacional”, ni está subordinada a ellas,
por lo tanto, aparentemente estarían excluidas de tal definición.
En segundo lugar, en un mundo interdependiente, ¿es tan fácil, como la definición del
diccionario sugiere separar decisiones políticas “externas” de decisiones políticas “domesticas”?
Una decisión asumida por Estados Unidos para legalizar cierto tipo de drogas puede ser un
asunto puramente doméstico, pero con seguridad estará acompañada también por cambios en la
política externa norteamericana. La confusión entre asuntos de política interna o externa se torna
aún más problemática en otras áreas tales como la energía, el sector económico o la política
agrícola. En tercer lugar, aunque el diccionario habla de relaciones internacionales como una
“rama de la ciencia política”, el tema de estudio abarca no solo relaciones de carácter político,
sino también de carácter económico, y de otra naturaleza, con un alcance multidisciplinario. Para
un entendimiento pleno de las relaciones internacionales, es necesario establecer algunos límites
y por ello se propone una segunda definición más amplia que la anterior: “Es el estudio de todas
las interacciones humanas a través de las fronteras nacionales y de los factores que afectan tales
interacciones”.
El concepto de sistema internacional, el cual puede definirse como el patrón general de las
relaciones políticas, económicas, sociales, geográficas y tecnológicas que configuran los asuntos
mundiales, como el escenario general en que ocurren las relaciones internacionales en un
momento dado, es muy útil para hacer un esquema histórico breve de varios cientos de años. Con
frecuencia el material de que están hechas las relaciones internacionales tiende a cambiar de tal
forma que se puede decir entonces que el sistema internacional se ha “transformado”. Para
facilitar la discusión es conveniente dividir los últimos siglos de la historia de las relaciones
internacionales en cuatro periodos: (1) el sistema clásico internacional (1648-1789), (2) el
sistema internacional de transición (1789-1945), (3) el sistema posterior la segunda guerra
mundial (1945-1989), y (4) el sistema contemporáneo o posterior a la guerra fría.
Para comparar las diferentes eras de la política internacional es necesario identificar aquellos
elementos del sistema internacional que potencialmente están sujetos a cambio y tienen mayor
valor en la comparación. Esas variables son: (1) la naturaleza de los actores (naciones-Estado y
actores no estatales), (2) la distribución del poder (el equilibrio entre los diversos actores), (3) la
distribución de la riqueza (magnitud de la diferencia entre los actores ricos y pobres); (4) el
grado de polarización (flexibilidad o rigidez de las alianzas), (5) los objetivos de los actores, (6)
los medios a su disposición para el logro de sus objetivos, y (7) el grado de interdependencia.
Casi todos los analistas coinciden en que la historia de las relaciones internacionales comienza
en el año de 1648, con la paz de Westfalia, mediante la cual se puso fin a la guerra de los treinta
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años. A esta fecha se le reconoce generalmente como la que marca el origen del sistema
internacional; fue a mediados del siglo XVII en que el mundo comenzó a registrar el nacimiento
de los actores denominados Naciones-Estados. En ese momento, aparecieron en escena ciertas
entidades que revestían las siguientes características: (1) un gobierno central único que ejercía
soberanía sobre (2) una población relativamente constante, dentro de (3) un territorio
relativamente bien definido. Se decía entonces que estas entidades eran “soberanas” en el
sentido de que existía un gobierno con autoridad suprema en la toma de decisiones dentro de las
fronteras territoriales de cada unidad y que no se reconocía dentro de las mismas ninguna
autoridad superior.
Es importante tener en cuenta que desde la perspectiva histórica de largo plazo, la nación-Estado
es una institución relativamente reciente de la sociedad humana, no llega a los 400 años, lo cual
no es mucho si se compara con los 5000 años de la existencia del hombre en la tierra. El hombre
había tenido otro tipo de organización política como las tribus, las ciudades-Estado y los
imperios, más no las naciones-Estado. Se pueden leer escritos como los de Tucidides (la ciudad-
Estado en Grecia), Kautilya (el sistema del Antiguo Indio) y Maquiavelo (la ciudad-Estado en
Italia) y la historia de la humanidad puede interpretarse como la búsqueda de una óptima unidad
política con el péndulo oscilando entre un orden único y universal y un conjunto de entes
políticos más pequeños y altamente fragmentados. En Europa en 1600 existían elementos tanto
de fragmentación como de universalismo. Los primeros se hicieron evidentes en las
jurisdicciones de entes políticos semi-soberanos, presididos por diversos señores feudales y
príncipes, mientras los segundos se manifestaron en la autoridad del Papa y el Sacro Emperador
Romano, quien aspiraba a detentar la autoridad espiritual como civil. El escenario político en
Europa consistía en forma gubernamental de ducados, ciudades independientes, Estados
feudales, reinos, territorios eclesiásticos y otras variedades que se entrelazaban en una jerarquía
bastante compleja.
A medida que se acercaba 1648, el panorama político fue cambiando, el poder de la pólvora y de
las armas hacía cada vez menos viables y más vulnerables las ciudades amuralladas como
unidades de organización política capaz de proteger a sus moradores. Por otra parte los
comerciantes se vieron atraídos por la idea de un gobernante único que presidiera dentro de un
territorio determinado en el cual prevaleciera un conjunto común de normas legales, una
moneda, unidades de peso y medidas estándar. Esta pequeña clase media de burgueses en
aumento empezó a inclinarse hacia las prerrogativas de reyes; la autoridad del Papa y del Sacro
Emperador Romano se fue haciendo cada vez más marginal. La Paz de Westfalia simboliza un
conjunto de acuerdos fundamentales basados en la soberanía de la nación-Estado. En la
consolidación de este poder en contra de los príncipes locales y repudiando cualquier sumisión a
la autoridad superior de carácter religioso fuera de su territorio, los monarcas nacionales parecían
rechazar las fuerzas tanto de la fragmentación como del universalismo.
Poder y riqueza
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El poder en términos de la capacidad militar y de otros factores se distribuía en forma bastante
similar entre los diversos Estados dominantes de Europa, además porque su poder y riqueza eran
equivalentes. Conceptos que tendían a ir de la mano en la medida que el poder se ejercía
principalmente a través de las hazañas militares, las que necesariamente implicaban el soporte
económico. En el momento en que la revolución industrial aún no estaba en pleno desarrollo,
todos los Estados tenían un grado de riqueza bastante similar y las diferencias entre ellos no eran
tan grandes como las disparidades que se fueron desarrollando con el tiempo. En ausencia de una
autoridad política centralizada en el sistema internacional, el orden entre los Estados se mantenía
principalmente a través del llamado equilibrio de poder. Cualquier Estado de mentalidad
agresiva seria disuadido por la perspectiva de enfrentarse a una coalición de Estados. Durante la
mayor parte de esa era, Francia fue considerada como la mayor amenaza para la estabilidad a
tiempo que Inglaterra asumía el papel de quien ponía en orden la situación.
Grado de polarización
El sistema internacional de la época fue bastante flexible, los poderes europeos y otros actores no
cayeron dentro del rígido campo de las armas en polos opuestos y envenenados unos contra
otros, más bien eran receptivos a hacer y deshacer alianzas conforme a la situación a que se
enfrentaran. Hecho que se presentó no necesariamente como un intento consciente por parte de
los Estados para mantener el orden sino como un producto natural de sus preocupaciones acerca
de la seguridad mutua. Contribuyeron a la flexibilidad del sistema y a la operación de los
mecanismos de equilibrio de poder, la concentración de autoridad para la toma de decisiones en
pocos soberanos y en segundo lugar la inexistencia de diferencias ideológicas entre los
principales actores. Los líderes de los Estados eran conservadores, habían crecido en tradiciones
culturales similares y además estaban emparentados por vínculos matrimoniales y familiares.
Esta combinación de múltiples centros de poder en conjunto con la flexibilidad propia de las
alianzas produjo un sistema que los académicos han denominado como multipolar.
Objetivos y medios
Coincidían los objetivos de los gobernantes de Europa, entre ellos fortalecer la riqueza, el poder
y el prestigio de la dinastía. Aunque compartían tanto la sangre como los valores, a la vez
registraban conflictos de intereses que los llevaron a experimentar el dilema de la seguridad
como aconteció en las generaciones posteriores. Así, sintieron la necesidad de un mayor poder
para incrementar la seguridad de la nación. Aun cuando algunos gobernantes poseían sin duda
aspiraciones hegemónicas, los objetivos que buscaban eran relativamente limitados, debido a la
escasez de los medios disponibles para tratar de obtener los objetivos nacionales; por lo que se
luchaba en las guerras consistía en unas pocas cuadras de terreno, muchas de las cuales
cambiaban de mano sin que sus habitantes tuviesen la oportunidad de desarrollar una identidad
nacional. Para efecto de la guerra y del fuego de los fusiles, los monarcas dependían de ejércitos
pequeños y muy costosos que consistían generalmente de mercenarios extranjeros, cuya lealtad
era muy dudosa y deserción frecuente; la tecnología militar, aunque sencilla, era lo
suficientemente mortal. Las masas apenas eran observadores inocentes, muchas veces violadas,
saqueadas y sometidas al pillaje, la situación política y económica no estaba sujeta a mayores
cambios cualquiera que fuera la suerte del soberano.
Grado de interdependencia
Aun cuando la Revolución Francesa fue precedida una década por la Revolución Americana, el
“disparo que se oyó en todo el mundo” e inició la revolución de las trece colonias contra la
denominación británica no fue tan sonoro como el vendaval de la Bastilla en Paris y tampoco
constituyó un quiebre tan revolucionario para el desarrollo del sistema internacional. La razón
fue simple: Francia en ese momento constituía parte integral del sistema de Estados europeos
que dominaba la política de la época, mientras los Estados Unidos era un Estado aún muy
inmaduro y localizado en la periferia. Los aspectos distintivos del sistema internacional de
“transición” que salió a luz al fin del siglo XVIII y que tuvo permanencia hasta 1945, radicaban
precisamente en el hecho de que el mismo constituyó un puente entre la era clásica y era
posterior a la segunda guerra mundial. Aunque este sistema mantuvo algunas características del
primero, mientras introdujo algunas otras que presagiaban el segundo sistema, la era transicional
fue como un “prisma” a través del cual pasaron ciertos elementos del pasado que se refinaron y
se moldearon, y del cual emergió un nuevo ambiente alrededor del que giraban las relaciones
internacionales.
Con la Revolución Francesa, la cual en último término trajo al poder a Napoleón Bonaparte, se
inicio una época de nacionalismo que se continuaría hasta bien entrado el siglo XX. Este se
basaba en una relación más firme entre el gobierno central del Estado y los gobernados,
especialmente una muy importante relación emocional entre estos dos participes que fue creando
una injerencia de las masas en la vida política del país. El nacionalismo francés provocó iguales
corrientes en otros Estados, así se abrían las puertas a las presiones democráticas que recibían el
respaldo de la clase media y la población en general. Si el crecimiento de la democracia de las
masas significaba que los líderes tenían que ser más sensibles a escuchar la opinión del pueblo a
efecto de formular la política internacional, como también ellos potencialmente podían contar en
forma creciente con las capacidades militares y económicas que les podía ofrecer la sociedad en
el campo de las relaciones internacionales. Los impulsos nacionalistas condujeron a la aparición
de nuevos Estados, algunos lograron su independencia de los poderes coloniales y otros
emergieron a través de unificaciones políticas de grupos culturalmente similares, tal incremento
fue el preludio de una proliferación explosiva en la era subsiguiente. En ésta etapa también se
registró la proliferación de otro tipo de actores, particularmente los seres humanos individuales.
En 1830 la población mundial llegó a los mil millones de habitantes; tal aumento se produjo por
la rebaja en las tasas de mortalidad como resultado de los descubrimientos en el campo médico.
Poder y riqueza
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La creciente industrialización en Europa y América en el siglo XIX y comienzo del XX,
contribuyó a que se incrementara la disparidad de riqueza entre las sociedades del hemisferio
Norte y Sur. La revolución industrial se difundiría partiendo de Europa, pero pasó por encima del
Hemisferio Sur; mientras unas sociedades alcanzaron un crecimiento bastante rápido, otras no
registraron modificación alguna. La creciente brecha entre ricos y pobres se fue acentuando aún
más en la época de la posguerra de la segunda guerra mundial. La industrialización no solo
distorsionó la distribución de la riqueza en favor de algunos Estados, sino que también
distorsionó la distribución del poder a favor de los mismos, toda vez que la nueva tecnología
económica se tradujo rápidamente en una ventaja militar. Como en la etapa anterior, el poder a lo
largo de la era de transición se distribuyó de una forma más o menos equitativa entre los Estados
que dominaron el resto del sistema. Gran Bretaña que se consideraba “primera entre iguales” y la
identificaban “otros grandes poderes” tuvo cambios significativos entre los dos siglos.
Esta era fue testigo del surgimiento de dos Estados no europeos altamente industrializados, como
grandes poderes mundiales a principios del siglo XX: Estados Unidos (con la derrota de España
en 1898) y Japón (con la derrota de Rusia en 1905). Rusia misma, un Estado semi-europeo que
se expandía entre Europa y Asia, vendría a tomar importancia especial como actor mundial
después de la revolución bolchevique de 1917, la cual dio origen a la Unión Soviética. En
realidad fue el paso gradual de la dominación europea del sistema de Estados lo que constituyo
quizá la característica más sobresaliente de la era de transición.
Grado de polarización
Al final de esta era los Estados Unidos, bajo la dirección de Woodrow Wilson y la Unión
Soviética, bajo la dirección de Lenin, intercambiaban diatribas acerca de los meritos relativos de
la democracia capitalista como filosofía opuesta comunismo; esta lucha continuó en las
posiciones antagónicas de Benito Mussolini y Adolfo Hitler, quienes pretendían convencer a los
sucesores tanto de Wilson y Lenin acerca de la supremacía del fascismo y del
nacionalsocialismo. A lo largo de esta era las alianzas en el sistema internacional eran flexibles;
ni los países recientemente desarrollados ni las diferencias ideológicas impidieron que los
estados mantuvieran abiertas sus opciones de futuras alianzas entre unos y otros. El sistema era
aún multipolar en términos de poder como de alianzas.
Objetivos y medios
Los cien años del periodo entre 1815 y 1914 han sido recordados como de relativa paz en las
relaciones internacionales. Sin embargo, el imperialismo fue una respuesta a la doble necesidad
de pacificar unas gentes inquietas en sus respectivos países y asegurarles acceso a las fuentes de
materias primas y a los mercados asociados con el crecimiento de la industrialización en los
últimos años del siglo XIX. Los objetivos de los principales países –que consistían
fundamentalmente en la adquisición de nuevos territorios- no fueron diferentes de los que se
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perseguían en la era clásica, sin embargo, eran mucho más expansionistas y estaban
caracterizados mas por el logro de la gloria y el bienestar de la nación que por las ambiciones de
un determinado líder. Los objetivos imperialistas pudieron acomodarse sin mayor conflicto en la
medida en que existió suficiente territorio para colonizar, situación que en efecto ya no se
presentaba en 1914.
Grado de interdependencia
Así como la era de transición registró el arribo de la guerra total, también fue testigo de la
llegada de una creciente interdependencia entre los Estados, particularmente en la esfera
económica. En el periodo entre guerras, la interdependencia económica entre los Estados
industrializados era de tal naturaleza que hizo posible una diseminación mundial de una gran
depresión, elemento que se sumó a las grandes tensiones que resultaron en la segunda guerra
mundial. Algunos analistas llegan a identificar los últimos años del siglo XIX y primeros del XX
como la belle époque de la interdependencia. Aun cuando la interdependencia internacional
crecía en el siglo XIX, no sería correcto sugerir que el fenómeno alcanzó su punto culminante en
los años que precedieron a la primera guerra mundial y posteriormente fue declinando. En
relación a los flujos humanos y las comunicaciones a través de las fronteras nacionales
presagiaron una interdependencia aun mayor que vendría a ocurrir después de la segunda guerra
mundial. De la misma manera, la sensibilidad y la vulnerabilidad mutua, propias de la estrategia
militar y de los aspectos ecológicos; la era transicional escasamente presagió un mundo
verdaderamente interdependiente. Se debe resaltar que al final de esta era, aparecen las
organizaciones internacionales como actores no Estados dentro del marco de la política mundial,
donde se destacan la Liga de las Naciones y la Organización de las Naciones Unidas, así como
también las organizaciones no gubernamentales y las corporaciones multilaterales.
Estados Unidos y la Unión Soviética tuvieron el carácter de poderosos actores, precisamente por
su poderío económico y por su capacidad para proporcionar ayuda externa y beneficios
comerciales a los países de su órbita; contaban con su destreza y capacidad militar lo que
conjuntamente les proporcionó una buena posición de negociación en la política internacional.
Sin embargo, la influencia económica empezó a erosionarse cuando tanto la economía
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estadounidense como la soviética iniciaron a registrar crecientes problemas. Al patrón oro y
dólar – en el cual se basaba desde 1945 la hegemonía económica norteamericana, en la seguridad
de que el dólar era tan bueno como el oro- se le permitió un retroceso en 1971 para evitar una
disminución en las reservas de oro de los Estados Unidos y acepto la “flotación” a valores más
normales, dada la necesidad de los norteamericanos de hacer sus exportaciones a precios más
competitivos.
Nada ilustra mejor la creciente complejidad y el gran cambio ocurrido en la naturaleza del
sistema económico después de la posguerra que el análisis de lo que sucedió con el embargo
petrolero de 1973. En la década de los 70´s, los principales países industrializados del mundo
dependían fuertemente de sus importaciones de petróleo son solo para atender sus necesidades de
consumo sino, lo que es más importante, sus requerimientos de energía en todos los campos. La
OPEP -compuesta por un grupo de trece países menos desarrollados que se encontraban en
cuatro continentes y que representaban más del 85% de las exportaciones de petróleo del mundo-
había tratado por algún tiempo de adquirir un control más directo sobre sus propios recursos,
mas allá de lo que había logrado a través de las corporaciones multinacionales (las siete
hermanas, entre las se contaban Shell, Exxon, etc) y de los gobiernos de los países
industrializados consumidores de petróleo.
Sin embargo, a medida que crecía la bipolaridad, algunos países ocuparon terreno intermedio
para conformar el grupo de los “no alineados”, rehusándose a ingresar al bloque del Este o del
Oeste y que sin ser determinantes, si representaron un tercer elemento que debería catalogarse
dentro de la política mundial. A los países menos desarrollados localizados principalmente en el
hemisferio se les llamó del “tercer mundo”; los que posteriormente se encargaron de impulsar el
anticolonialismo especialmente en Asia y África. Entre 1945 y 1975, el número de naciones-
Estado se duplicó al pasar de 60 a 130, además en el lapso de una generación mil millones de
personas y 80 naciones lograron su independencia. Más que buscar la adquisición de nuevos
territorios, el objeto de la lucha entre las superpotencias era el de ganar influencia sobre la
política exterior de los países del tercer mundo.
Durante la década de los ochenta, el conflicto a lo largo del eje Este-Oeste siguió siendo un
elemento importante de la política internacional. A pesar de la creciente hostilidad entre Estados
Unidos y la Unión Soviética, las líneas de contienda eran cada vez menos definidas y más
confusas. Las disputas dentro del bloque occidental, especialmente en materia comercial hicieron
a un lado el conflicto entre Este y Oeste, o al menos le restaron importancia. Para el año de 1989
el silencio acerca de las diferencias ideológicas y acerca de la desintegración de las alianzas de
los países rivales había llegado al punto en que los países de Europa oriental abandonaran la
órbita soviética y consideraran la posibilidad de presentar solicitudes de admisión a la
Comunidad Europea. La desintegración de la Unión Soviética y la caída del muro de Berlín
marcaron el fin de la guerra fría.
En el periodo posterior a la guerra fría se van a dar situaciones más complejas en el sistema
internacional. En primer lugar existe una creciente ambigüedad y una creciente difusión del
poder. En segundo lugar se presenta cada vez más una fluidez en las alianzas. Tercero, se hace
evidente la existencia de un patrón de interdependencia cada vez más complejo, asociado con
una agenda a su turno progresivamente más grande de preocupaciones (economía, ecología, etc.)
y una ampliación en la concepción de la “seguridad nacional”, más allá de las tradicionales
consideraciones de carácter militar. En cuarto lugar, se presenta una creciente importancia de los
actores no estatales, al mismo tiempo con una mayor integración entre diversos niveles de la
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actividad desarrollada por entidades subnacionales, transnacionales e intergubernamentales, con
las naciones-Estado y los gobiernos nacionales en el centro de la política mundial.
La crisis de Yugoslavia suscitó en los 90´s serias preguntas sí en efecto existía una jerarquía de
poder entre los países del mundo, toda vez que ni Estados Unidos ni Rusia, ni tampoco los
europeos parecían capaces de influir sobre el curso de los acontecimientos a efecto de dar por
terminado el conflicto de una manera rápida. En el caso de la Unión Soviética, incapaz de
mantener la casa en orden (en 1992 se desintegró dando origen a más de doce repúblicas
independientes). Estados Unidos quizás no tanto por la falta de recursos, sino por la ausencia de
una política clara. El declive de la hegemonía norteamericana ya se había convertido en un tema
común en el campo de las relaciones internacionales, su participación en el gasto militar del
mundo bajó del 50% al 25%, en las reservas internacionales también del 50% al 7% y su
participación en la producción industrial se redujo de 2/3 partes a menos de 1/3 parte. Sin
embargo, algunos académicos sostienen que, la posición de los Estados Unidos en la jerarquía
internacional pareciera superior al status que gozó durante la guerra fría, debido al
desmantelamiento de su principal rival y ante la ausencia de un nuevo ente que desafiara su
liderazgo.
Lo que llama la atención en la era contemporánea es que los países se encuentran en posesión de
ciertos recursos no militares, que en el pasado no traducían directamente en poder, pero que hoy
constituyen eficaces instrumentos de la política mundial. El petróleo, los cereales y las
inversiones de capital han llegado a constituirse de manera parcial en el poder efectivo, mientras
los recursos tradicionales de carácter militar en general han venido devaluándose en cierta forma.
Henry Kissinger sostiene que: “los asuntos susceptibles de solución mediante una acción militar
están en declive y el poder militar cada día es menos relevante en la solución de las crisis
internacionales que puedan preverse”.
Hoy en día podría argumentarse que, en adición al potencial del poder militar tradicional, una
alternativa importante sería el “tecno-poder”. Los activos económicos de un Estado entran en
juego, pero sobre todo en la medida en que son manejados y enlazados para la creación de
nuevas formas de producción y la adquisición de nuevos conocimientos de los cuales puedan
llegar a depender fuertemente otros Estados. Mientras, algunos observadores de las relaciones
internacionales clasifican a los países de acuerdo a su poder, siguen viendo a Estados Unidos con
capacidad para manejar las amenazas del orden internacional, mediante una labor unilateral;
otros consideran que Washington no puede permitirse ser el único “policía mundial”, debiendo
conformarse con el papel de “jefe de la patrulla”. El surgimiento de al menos otros cinco centros
del poder mundial: Estados Unidos, Rusia, Japón, China, y los miembros de la Unión Europea.
Más aún, se habla de la creciente importancia de los “poderes medianos” tales como Brasil,
Argentina, Turquía, Indonesia, Nigeria, India, Argelia, Canadá, los países nórdicos y Australia.
El orden de jerarquía asume que existen ciertos atributos nacionales que constituyen “elementos”
o “bases” del poder nacional. Poder que depende de factores tales como la posición geográfica
del país, su organización política y la legitimidad de su gobierno, como también de la
competencia por el liderazgo y la capacidad material. Capacidades que se clasifican en tres
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“dimensiones”: capacidades demográficas, representadas en la población urbana educada,
capacidades industriales, reflejadas en el consumo de energía por parte de la sociedad, y
capacidades militares, representadas en el tamaño de sus Fuerzas Armadas.
Distribución de la riqueza
Grado de polarización
Si la guerra fría con todos sus peligros expresaba una cierta sombra de estabilidad, las alianzas,
las fidelidades y rivalidades estaban claramente definidas… las rivalidades nacionales, los
fanatismos religiosos, las disputas territoriales no resueltas, los antiguos prejuicios y
enemistades, se hallan comprimidos dentro de una caja de pandora. Algunos ven que el mundo
se está dividiendo en bloques continentales construidos sobre las bases de sus relaciones
económicas, compartiendo todos ellos los valores del capitalismo democrático, pero
comprometidos sin embargo en una intensa competencia. Otros prevén un “choque de
civilizaciones” basado en valores culturales competitivos, argumentan que el eje de la política
mundial será la relación entre el “Occidente y el resto”. Otro foco central de conflicto para el
futuro inmediato será el que se desarrolle entre occidente y los diversos Estados islámico-
confusianos.
La condición global como la asumen las relaciones internacionales, puede perder su enfoque si
no se tiene en cuenta y se anota que por debajo del nivel global se encuentra un número muy
importante de subsistemas regionales. Aun cuando tienen sin duda una relación con el concierto
global, exhibe una vida propia en ciertos aspectos. La política regional puede tener un papel más
importante en el futuro, en la medida en que los poderes regionales intentan presionar por la
atención de agendas más localizadas y zonificadas. Entonces, es posible esperar ciertos patrones
de alianzas dentro del sistema internacional que estén caracterizados cada vez más por nuevas y
cambiantes coaliciones entre diversos actores y en campos muy numerosos. En otras palabras, el
mundo podría estar entrenado en una era de “no alineamiento”.
Objetivos y medios.
En este periodo la seguridad nacional se ha convertido en un concepto más ambiguo del que
revestía en el pasado y hoy en día no está ligado exclusivamente con los asuntos militares.
Aspectos tan importantes como la economía, la ecología y otras disciplinas son incluidas en la
noción de seguridad en las agendas de gobierno. Según Kissinger, los problemas de energía,
recursos, medio ambiente, población y el uso del espacio y de los océanos, alternan con los
aspectos y las situaciones de seguridad militar… y con la rivalidad territorial que
tradicionalmente ha sido objeto de la agenda diplomática. Claramente, la prosperidad económica
y el bienestar general han llegado a ser aún más importantes como metas nacionales en la era de
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la posguerra fría. Parece que los Ministros de finanzas se están robando los titulares de las
primeras páginas de los periódicos que en una época estaban reservados para los de Defensa y
Relaciones Exteriores. La economía se considera la “continuación de la política por otros
medios”. Basados en el paradigma idealista, analistas sugieren que las sociedades
industrializadas constituyen hoy en día una “zona de paz” que eventualmente incluirá a África y
otras partes en desarrollo.
Grado de interdependencia
El embargo petrolero de 1973 popularizó el concepto de que el mundo había llegado a un alto
grado de interdependencia, probablemente más que cualquier otro episodio particular ocurrido en
el periodo posterior a la II G.M. En su estudio Alex Inkeles concluyó que “una amplia gama de
sistemas de intercambio explican el rápido crecimiento en el desarrollo de los vínculos que ligan
entre sí a las naciones y con algunas variaciones que dependen básicamente de los indicadores
específicos utilizados, las décadas recientes muestran una tendencia general a una creciente
intercomunicación en diversas formas de la humanidad entre sí, más allá de las fronteras
nacionales y con la evidencia de que tal nivel de comunicación se duplica cada diez años”.
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