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ETOLOGÍA
LA CIENCIA DEL COMPORTAMIENTO ANIMAL
SÒNIA SÀNCHEZ LÓPEZ (COORD.)
NORBERTO ASENSIO, JOSEP CALL, JOSÉ M. CAPEROS,
MONTSERRAT COLELL, FERNANDO COLMENARES,
JUAN ANTONIO DELGADO, ANA FIDALGO, CARLOS GIL,
ARTURO GONZÁLEZ, JOSÉ LUIS LOSADA,
BIBIANA MARTÍN, FERNANDO PELÁEZ, VICENÇ QUERA,
DIEGO REDOLAR, CARLES ENRIC RIBA,
JOSÉ RAMÓN SÁNCHEZ, SUSANA SÁNCHEZ,
BETTINA TASSINO, DANIEL TURBÓN
Etología. La ciencia del
comportamiento animal
Etología. La ciencia del
comportamiento animal
© Sònia Sànchez López, Norberto Asensio Herrero, Josep Call Balaguer, José Manuel
Caperos Montalbán, Montserrat Colell Mimó, Fernando Colmenares Gil, Juan Antonio
Delgado Iniesta, Ana Fidalgo de las Heras, Carlos Gil Burmann, Arturo González
Zamora, José Luis Losada López, Bibiana Martín Prat, Fernando Peláez del Hierro,
Vicenç Quera Jordana, Diego Redolar Ripoll, Carles Enric Riba Campos, José Ramón
Sánchez Martín, Susana Sánchez Rodríguez, Bettina Tassino Benítez, Daniel Turbón
Borrega, del texto.
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Coordinadora
Autores
Índice
Agradecimientos ........................................................................................ 15
Prefacio ....................................................................................................... 17
3. El etograma ......................................................................................... 58
3.1. Concepto de etograma ................................................................ 59
3.2. Catálogo de conducta ................................................................. 61
3.3. Tipos y ejemplo de etograma ...................................................... 62
3.4. Fases en la elaboración de un etograma ..................................... 63
4. Cuantificación de la conducta ........................................................... 65
4.1. Medidas de las unidades de conducta ........................................ 65
4.2. Medidas del catálogo conductual ............................................... 70
5. Registro y muestreo observacional .................................................... 73
5.1. Conceptos básicos ....................................................................... 73
5.2. Selección de sesiones de observación ......................................... 76
5.3. Reglas de muestreo intrasesional de individuos ......................... 77
5.4. Reglas de registro ........................................................................ 79
5.5. Obtención de medidas conductuales ......................................... 89
5.6. Instrumentación ......................................................................... 90
6. Concordancia entre observadores .................................................... 91
6.1. Fiabilidad, precisión y validez .................................................... 92
6.2. Tipos de concordancia entre observadores ................................. 93
6.3. Índices de concordancia global .................................................. 95
6.4. Índices de concordancia local ..................................................... 100
Bibliografía.................................................................................................. 553
¤ Editorial UOC 15 Agradecimientos
Agradecimientos
Prefacio
http://www.editorialuoc.cat/etologalacienciadelcomportamientoanimal-p-1293.html?cPath=1
¤ Editorial UOC 19 Capítulo I. Historia de la Etología
Capítulo I
Historia de la etología
Carlos Gil Burmann, Bibiana Martín Prat y Sònia Sànchez López
Los hombres han estado interesados en la conducta animal desde las épo-
cas más remotas, básicamente porque los animales podían ser una buena presa
para alimentarse o porque ellos mismos podían ser la presa de los depredado-
res, como por ejemplo, en las sociedades de los cazadores/recolectores. Por ello
existen unas profundas raíces evolutivas por prestar atención a los animales,
lo que E. O. Wilson (1984) llama biofilia (literalmente significa amor por los
‘amor por los seres vivos’).
Los primeros humanos han observado y especulado sobre la vida de los ani-
males, aunque la comprensión de la conducta animal ha tardado mucho en
¤ Editorial UOC 21 Capítulo I. Historia de la Etología
plantearse. Para los filósofos griegos el ser humano era un ente aislado dotado
de alma, mientras que los animales, al no tener alma, eran meras comparsas
que actuaban irracionalmente. Claramente, la conducta animal no era intere-
sante. Sin embargo, tenemos alguna excepción: Aristóteles en su Historia ani-
malium registró la conducta animal y reconoció en ellos memoria, inteligencia
y emociones, e incluso un desarrollo evolutivo de las especies.1
Siguió la Edad Media (V-XV) con ideas parecidas: los animales se limitaban
a obedecer un instinto donado por un Creador por el que se garantizaba su su-
pervivencia. Esta corriente, conocida como creacionismo, consideraba a las es-
pecies inmutables. Como el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, era
el único ser cuyo comportamiento estaba regido por la razón, San Alberto
Magno y Santo Tomás de Aquino excluyeron al hombre de la Scala naturae de
Aristóteles. Durante el Renacimiento (1400-1700) comenzó a aumentar el in-
terés por el arte, el comercio y la erudición. Algunos sabios dejaron de seguir
los dogmas religiosos y empezaron a estudiar los hechos naturales directamen-
te. Pronto entró en conflicto qué y quiénes seguían las leyes naturales o las le-
yes divinas. Este conflicto fue resuelto por René Descartes (1596-1650), que
argumentó que el universo se componía de materia física (cerebro y cuerpo) y
de mente humana (alma o espíritu). La materia física estaba gobernada por las
leyes naturales, mientras que la mente lo estaba por las leyes divinas. Este dua-
lismo cartesiano, obviamente sancionado por la Iglesia, difundió la idea de
que el cerebro y la mente constituían entidades separadas. El cerebro y el cuer-
po, al ser materia física, podían ser objeto de investigación científica.
En el siglo XIX los estudios combinados de observación y experimentación
en animales estaban regidos por la corriente instintivista: el instinto es con-
siderado como un comportamiento innato que impulsa al animal a realizar
ciertos actos sin pensamiento ni reflexión que le conduce inconscientemente
a su supervivencia. Probablemente, la idea más común a mediados del
siglo XIX era que ningún animal era capaz de razonar; el razonamiento era una
característica distintiva humana (Boakes, 1989). Algunos científicos de esta
1. Aristóteles (384-322 a. C.) fue el primero que trató de hacer una clasificación sistemática de
todos los seres vivos. Los organizó en forma ascendente, del más simple al más complejo. Incluyó
al ser humano en el nivel más alto. Esta clasificación se conoció como la Scala naturae, o Escala de
la naturaleza. Como anécdota cabe mencionar que, dado que los datos faunísticos podían provenir
de viajeros de tierras lejanas, Aristóteles incluyó a los unicornios dentro de esta clasificación.
¤ Editorial UOC 22 Etología
Figura 1.1
La cría hambrienta de gaviota argéntea (Larus argentatus) cuando sale del cascarón es sensible a determinados estímulos clave del
total de estímulos visuales de su entorno. En este caso, la mancha roja del pico de sus padres actúa como estímulo desencadenador
innato (EDI). El estímulo desencadenador conecta a través de las vías visuales con el sistema nervioso central y activa las estructuras
implicadas en el procesamiento de la información visual. Los mecanismos desencadenadores innatos regulan la acción de los mús-
culos que permiten realizar la secuencia programada de contracciones y relajaciones musculares de la respuesta de solicitar comida.
El resultado final es la activación de la pauta de acción fija (PAF), exhibida a través de picoteos seguidos sobre la mancha roja del
pico de la madre para pedir la comida. Imagen adaptada de Abril et al. (2009).
La impronta
Representación del modelo psicohidráulico de Lorenz (1950) y el modelo jerárquico de Tinbergen (1951).
Ambos modelos utilizan un sistema de válvulas para representar el concepto de acumulación de energía para explicar la motivación
subyacente a la conducta.
En el modelo de Lorenz, a medida que se va acumulando la energía en el organismo (energía específica de acción), se reduce el
umbral de repuesta en el organismo, con lo que un estímulo de menor intensidad puede desencadenar la respuesta. En este modelo
la conducta instintiva es el resultado de dos variables: la energía que progresivamente se acumula en el organismo-estado de ne-
cesidad/impulso (factores internos), y, por otra parte, la presencia estímulo clave/relevantes para liberar los mecanismos innatos/
conducta (factores externos).
El modelo jerárquico de Tinbergen, más detallado que el de Lorenz, propone la existencia de varios centros conectados entre sí. En
esta jerarquía de control, cada centro controla el funcionamiento de los centros que se encuentran por debajo de él, de tal forma
que el centro superior controla el funcionamiento de todos los centros restantes, y el centro inferior controla los movimientos im-
plicados en el patrón de acción fija. Cada uno de los centros en esta jerarquía recibe influencias, no solo del centro inmediatamente
superior y del estímulo clave propiamente dicho, sino también de otros factores como: los cambios hormonales, la información
sensorial interna y la actividad del sistema nervioso central.
¤ Editorial UOC 29 Capítulo I. Historia de la Etología
por Yerkes y Morgulis y en 1916 por Watson. Su libro y obra principal Condi-
tioned reflexes no fue traducido al inglés y publicado hasta 1927.
Dentro de la psicología comparada surgió la escuela conductista o behavio-
rista, que restringía el estudio del comportamiento a los eventos conductuales
que podían ser observados y medibles. Así, eliminaba cualquier elemento de
subjetividad de las respuestas y de los estímulos que las provocaban mediante
experimentos de laboratorio altamente controlados, como respuesta al anec-
dotalismo de Romanes. Skinner (1953) observaba cómo las ratas aprendían
(aprendizaje por recompensa) a manipular las palancas para obtener alimento,
el refuerzo positivo, en cajas especialmente diseñadas para los experimentos
(las cajas de Skinner) en condiciones de laboratorio. Liderados por John B.
Watson, para los behavioristas, la conducta era aprendida y se debía a la expe-
riencia y el desarrollo. Según ellos, los animales nacían como una hoja en
blanco (o tabula rasa) donde todo debía ser aprendido y rechazaban cualquier
influencia genética en la conducta. Según Watson (1916), los reflejos condi-
cionados podrían servir de paradigma para el aprendizaje en general y para los
behavioristas todo tipo de conducta animal y humana podía explicarse en tér-
minos de condicionamiento. Aunque el aprendizaje fue el foco principal de
los estudios de los psicólogos americanos hasta 1950, otros se interesaron por
las bases fisiológicas de la conducta. Por ejemplo, Karl Lashley comenzó a exa-
minar el efecto de las lesiones cerebrales sobre la conducta de las ratas con el
fin de comprender la base neural del aprendizaje y la memoria y algunos estu-
diaron los efectos de las hormonas en la conducta sexual (Beach, 1950). Otros
psicólogos comparados, como Schneirla con hormigas, Yerkes con ratones y
Watson con tortugas de Florida, combinaron los estudios experimentales en
el laboratorio con los de campo en temas como orientación, aprendizaje, lo-
calización de nidos, posturas (displays) y desarrollo. Reconocieron que la con-
ducta animal estaba relacionada con las actividades de los miembros del
grupo. Muchos psicólogos comparatistas empezaron a estudiar la conducta so-
cial, principalmente la de los primates. Con el establecimiento del Yerkes La-
boratory of Primate Biology en Orange Park (Florida) y los estudios de distintas
especies de primates en Centroamérica se sentaron las bases para la tradición
de los estudios conductuales y fisiológicos con primates (Boakes, 1989).
Como era de esperar, los psicólogos comparatistas confundidos con los be-
havioristas reaccionaron contra el concepto de instinto que utilizaban los
¤ Editorial UOC 31 Capítulo I. Historia de la Etología
Tabla 1.1.
Diferencias entre la Etología clásica y la Psicología Comparada (modificado y ampliado de Guillén Salazar, 1994, p. 61)
¤ Editorial UOC 32 Etología
• Teoría de la selección de parentesco (Hamilton, 1964): Dado que los individuos em-
parentados comparten material genético, la evolución favorecerá la tendencia a
ayudar de forma altruista a los parientes.
• Hipótesis del nivel individual de actuación de la selección natural (Williams, 1966): La
selección natural actúa a un nivel individual y no a un nivel de grupo o especie,
como proponía Wynne-Edwards (1962).
• Teoría de la optimalidad: A partir de la hipótesis del forrajeo óptimo (McArthur y
Pianka, 1966), la teoría de la optimalidad sugiere que los animales se comportarán
de forma que la eficacia individual sea máxima optimizando la relación costes/be-
neficios en conductas relacionadas con la supervivencia y la reproducción.
• Teoría de los juegos y estrategias evolutivamente estables. Ampliando los conceptos uti-
lizados en los modelos de optimalidad, John Maynard Smith (1974) sugirió que los
animales tendrán una estrategia individual que dependerá de las estrategias de
otros individuos. Cuando una estrategia y la estrategia alternativa llegan a un pun-
to de equilibrio en el que ninguna desplaza a la otra, la llamamos estrategia evolu-
tivamente estable.
• Teoría de la inversión parental (Robert Trivers, 1972): Dado que la inversión en tiem-
po y energía en la reproducción (embarazo, lactancia, cuidado de las crías) es muy
superior en las hembras que en los machos, la estrategia reproductiva óptima de
ambos sexos será distinta.
gen, busca una explicación de por qué los animales de una especie determina-
da se comportan de una forma característica en una situación concreta
(función adaptativa de la conducta). Si el éxito en la supervivencia y la repro-
ducción de un animal dependen de su conducta, la selección natural tenderá
a diseñar animales que sean eficientes en la búsqueda de alimento, en la evi-
tación de predadores, en la reproducción, en el cuidado parental, etc. (Krebs y
Davies, 1993). La ecología de la conducta aborda temas sobre modelos de op-
timalidad, competición y cooperación, selección sexual, inversión parental,
territorialidad, estrategias de supervivencia y reproducción en función del
ambiente físico y social y, en general, las fuerzas selectivas que han influido
en la evolución de sociedades complejas de vertebrados e insectos (Krebs y
Davies, 1997). Dado que los primates muestran los aspectos más complejos
del comportamiento social, la primatología ha sido un campo de gran interés
para los ecólogos de la conducta.
La ecología de la conducta es una de las subdisciplinas de mayor auge en la
Etología y ha tenido como consecuencia un espectacular aumento de los estu-
dios funcionales a partir de los años setenta, en detrimento de las otras tres
cuestiones básicas de Tinbergen (Huntingford, 1991, citado en Peláez y
Veà, 1997; Krebs y Davies, 1991). A ello ha contribuido de forma importante
la publicación de los libros de Krebs y Davies Behavioural ecology: An evolutio-
nary approach (1991, 1997) y An introduction to behavioural ecology (1993) y la
creación por parte de los ecólogos del comportamiento de sus propias socie-
dades, revistas científicas, congresos y workshops específicos.
Por otro lado, la aparición de la teoría de la selección de parentesco pro-
puesta en 1964 por Hamilton, propició que se realizaran muchos estudios con
la finalidad de interpretar la conducta social, la evolución del altruismo y la
cooperación en términos de eficacia inclusiva. Sin embargo, no fue hasta 1975
cuando E. O. Wilson introdujo en su libro, Sociobiología. La nueva síntesis (pu-
blicado en España en 1980), el término sociobiología para designar una aproxi-
mación evolutiva con el fin de explicar la conducta social de los animales y
los humanos. Dado que la conducta social juega un papel esencial en la super-
vivencia y reproducción de los organismos, puede considerársela como una
fuerza moldeadora y optimizadora de los procesos biológicos de la evolución.
La sociobiología complementa la teoría neodarwinista de la evolución apo-
yándose en la moderna biología de poblaciones. Para los sociobiólogos, la uni-
¤ Editorial UOC 36 Etología
el ser humano incluido, pero se constituye durante las tres últimas décadas del si-
glo XX con el advenimiento de la etología y los rápidos avances de las técnicas
neuroanatómicas y neurofisiológicas. Esta subdisciplina ha tenido reuniones re-
gulares desde 1977 en el congreso anual de la Society for Neuroscience. Y desde 1980
se empezaron a publicar textos introductorios (Ewert, 1980; Guthrie, 1980;
Camhi, 1984) de esta materia (véase volumen 2, “Ámbitos actuales de la etología”).
La etología humana estudia desde una perspectiva filogenética qué parte
del comportamiento y conocimiento del ser humano es de origen innato y,
por tanto, genéticamente almacenado y programado. El discípulo de Lorenz,
Irenäus Eibl-Eibesfeldt, se dedicó plenamente a esta nueva subdisciplina, a la
que denominó, en 1966, etología humana (Eibl-Eibesfeldt, 1989, 1993).4
La etología cognitiva es el estudio de la cognición animal basado en la per-
cepción, el aprendizaje, la memoria y la toma de decisiones. Los etólogos cog-
nitivos tratan aspectos básicos, como la formación de conceptos de objeto y
conceptos abstractos y la utilización de la información en un contexto para la
creación de una categoría o extracción de un principio general como solución
a problemas en otro contexto (inteligencia), el aprendizaje del lenguaje, la me-
moria, la percepción y los procesos cognitivos complejos, como la intenciona-
lidad, planificación, autorreconocimiento, teoría de la mente y la posibilidad
de la conciencia en los animales (Matsuzawa, 2001). En estrecha relación con
las capacidades cognitivas de los animales también se estudian las conductas cul-
turales. Esta subdisciplina fue introducida por Donald R. Griffin en 1976 y en las
últimas dos décadas ha adquirido un notable prestigio. Una de las revistas dedi-
cada totalmente a la cognición animal es Animal Cognition, fundada en 1998.5
Por último, la etología aplicada aborda tres áreas de investigación: produc-
ción y manejo animal, conservación de la biodiversidad y bienestar animal.
Esta subdisciplina se considera como tal desde 1962 con la publicación del pri-
mer manual sobre el comportamiento de animales domésticos (Hafez, 1962).
Un análisis de los artículos de la revista Applied Animal Behaviour Science, pu-
blicación periódica dedicada exclusivamente a la etología aplicada, indica que
la mayoría de los trabajos entre 1974-1990 se refieren a especies domésticas de
mayor interés para la producción (ovejas, vacas, cerdos y gallinas), especial-
Capítulo II
Los métodos de observación de la conducta en la etología
Vicenç Quera Jordana y José Luis Losada López
1. El estudio de la conducta
nipular las condiciones en las que se produce, precisamente porque lo que desea
es obtener información acerca de la conducta espontánea de los individuos o gru-
pos en las condiciones menos artificiales posibles; de este modo, la investigación
naturalista u observacional se dice que posee validez externa, porque los resultados
que suministra pueden ser generalizados a la conducta natural o habitual de los
individuos. El experimentador, por otra parte, manipula determinadas variables
con la finalidad de averiguar si al cambiar éstas, cambian también ciertas conduc-
tas de los individuos estudiados; logra así obtener resultados con validez interna,
porque manipulando las variables necesarias de modo conveniente hace que sean
mínimas las hipótesis posibles acerca de qué factores afectan a la conducta.
Observación y experimentación son dos formas complementarias de inves-
tigar la conducta. En la etología la observación es un método fundamental. El
investigador solamente puede descubrir nuevas conductas invirtiendo un tiem-
po, a veces considerable, en la observación directa de los individuos que estudia.
Esta observación de descubrimiento puede ser muchas veces un tanto fortuita o
asistemática, pero en general debe complementarse con una fase de observación
sistemática, cuya finalidad es la obtención de datos objetivos que sirvan para la
descripción de la conducta y para la contrastación de hipótesis acerca de la mis-
ma. Debe tenerse en cuenta, no obstante, que aunque al realizar una observa-
ción sistemática podemos estar más seguros de que los datos que obtenemos
reflejan la conducta natural, usualmente desconocemos si los factores que he-
mos registrado como posibles condicionantes de esa conducta (variables am-
bientales, conductas de otros individuos o especies, etc.) son los principales o
los únicos que la afectan o determinan (es decir, logramos que el estudio tenga
buena validez externa a expensas de una baja validez interna).
En la etología se utiliza también el método experimental. Al experimentar,
tenemos la posibilidad de controlar los posibles factores que influyen en la con-
ducta y así poder estar más seguros de que conocemos sus condicionantes, pero,
debido a que sometemos a los sujetos del estudio a una situación artificial, des-
conocemos cómo sería su conducta si no fuese manipulada por nosotros (esto
es, conseguimos tener buena validez interna a expensas de una baja validez ex-
terna). Optar por uno u otro método (observar sistemáticamente o experimen-
tar) viene determinado por los objetivos de la investigación. Por ejemplo, si
estamos interesados en elaborar el etograma de una especie de primate, es decir,
¤ Editorial UOC 44 Etología
2. Observación sistemática
Hay tres maneras posibles de definir las unidades de conducta (p. ej.,
Hawkins, 1982; Hutt y Hutt, 1970; Martin y Bateson, 2007; Rosenblum, 1978):
Como ejemplos de definiciones estructurales cabe citar las utilizadas por McGrew
(1972) en su estudio de la conducta infantil: “agarrar: coger un objeto con la flexión
de manos y dedos”; “besar: la boca cerrada y/o apretada (es decir, los labios pero no
los dientes) o cualquier otra parte de la cara, mentón incluido, entra en contacto con
alguna parte del cuerpo de otro individuo"; “golpear: mover un objeto súbitamente y
con fuerza hasta ponerlo en contacto con otro mediante la extensión del brazo”, etc.
Es decir, en una definición estructural se especifican los movimientos que han de rea-
lizar los individuos observados para que el segmento observado pueda clasificarse
como una realización de tal unidad.
Para que una definición sea objetiva ha de hacerse empleando términos que
correspondan a aspectos observables de la conducta y del entorno, que otros ob-
servadores puedan comprender fácilmente y que hagan posible la concordancia
entre observadores independientes; es decir, en la definición debe prescindirse
¤ Editorial UOC 54 Etología
la unidad original, en este caso una forma diferente de asear. Mientras que, de
haber empleado la unidad original, podrían haberse obtenido resultados sobre
el tiempo invertido por cada individuo del grupo en aloaseo, la cantidad total
de veces que asea, etc., con las nuevas unidades podrá conocerse además qué se-
cuencias de formas de aseo son las más comunes.
Por el contrario, agrupar unidades consiste en clasificar en una nueva unidad
segmentos que antes se clasificaban en unidades diferentes, pero con ciertas ca-
racterísticas comunes. Agrupar unidades da lugar a una pérdida de información
y a un aumento de la molaridad. Por ejemplo, en un estudio de la locomoción
de las chimpancés hembras con cría, se definen, entre otras, estas unidades de
locomoción: locomoción cuadrúpeda con la cría agarrada frontalmente, cua-
drúpeda con la cría agarrada en un brazo de la madre, cuadrúpeda con la cría en
la espalda de la madre, trípeda con la cría agarrada frontalmente, trípeda con la
cría agarrada de un brazo de la madre, trípeda con la madre sosteniendo a la cría
agarrada frontalmente, bípeda con la cría agarrada frontalmente, bípeda con la
madre sosteniendo a la cría agarrada frontalmente, etc.
Tras una primera fase de observación, el investigador se percata de que cier-
tas formas de locomoción son muy infrecuentes, y además decide que el lugar
exacto donde se encuentra la cría es irrelevante, mientras que sí es relevante el
que la madre la sostenga o no. Por todo ello, agrupa ciertas unidades infrecuen-
tes en una sola (o incluye una unidad infrecuente en otra similar pero frecuente),
y agrupa en una nueva unidad varias unidades originales que compartían un as-
pecto considerado ahora irrelevante. Por ejemplo, algunas de las nuevas unidades
podrían ser: locomoción cuadrúpeda (la madre no sostiene), trípeda con la madre
sosteniendo, trípeda sin que la madre sostenga, etc. Resulta obvio que con las
nuevas unidades no se obtendrán resultados tan informativos, pero quizás serán
más adecuados si en la investigación se requiere una descripción más global y
menos minuciosa de la conducta de locomoción.
Slater (1978) recomienda que, si dos conductas son muy semejantes pero
existen criterios objetivos para considerarlas conductas diferentes, es mejor
mantenerlas separadas que agruparlas. En general, antes de proceder a la ob-
servación sistemática es preferible dividir que agrupar unidades, esto es, es
aconsejable conservar todas las distinciones posibles entre distintas varieda-
des de una misma unidad de conducta. Dos unidades muy semejantes pueden
acabar mostrándose más distintas que lo que inicialmente se suponía (por
¤ Editorial UOC 58 Etología
3. El etograma
El etograma de una especie “representa las restricciones bajo las que opera
la inteligencia en su interacción con el entorno” (Fagen, 1978, p. 26). Por de-
finición, un repertorio es exhaustivo, esto es, no existen conductas del orga-
nismo en cuestión que no estén recogidas en ese conjunto. La obtención de
un etograma generalmente representa un trabajo de dimensiones considera-
bles que exige bastante tiempo y esfuerzo, de modo que la elaboración de
taxonomías conductuales puede considerarse un campo de investigación en
sí mismo.
Idealmente, las unidades de conducta que componen el etograma han de
ser naturales, esto es, poseer un significado para los propios animales obser-
vados en su propio universo o umwelt (un término utilizado por el biólogo
von Uexküll). El umwelt de una especie animal es el entorno en el que vive,
tal como es interpretado por los individuos de esa especie en función de sus
acciones sobre el mismo y de su sistema perceptivo, el cual es el resultado de
una adaptación a tal entorno. Cada especie animal tiene su propio umwelt,
anque viva en el mismo ecosistema que otras especies. Es tarea entonces del
investigador definir aquellas unidades de conducta que probablemente tie-
nen significado para la especie en cuestión, y para ello necesitará conocer as-
pectos como la funcionalidad de las conductas, su secuenciación temporal
más probable, etc.
La exhaustividad de un repertorio es una propiedad teórica o conceptual
del mismo. Es decir, el repertorio ha de contener toda la conducta posible.
Cuando existe exhaustividad conceptual forzosamente existe también exhaus-
tividad temporal, esto es, en cualquier unidad de tiempo en que se observe a
un individuo de la especie se estará produciendo alguna de las unidades de
conducta que constan en el repertorio. Ello es así porque los organismos
¤ Editorial UOC 60 Etología
T = 1 – (N1 / N)
• Postural
• Locomoción
• Conducta exploratoria
• Conducta ingestiva o trófica
• Conducta de eliminación
• Conducta sexual
• Conducta lúdica
• Conducta sexual
• Conducta lúdica
• Conducta agonística o relacionada con el conflicto
• Conducta anagonística o de evitación de conflicto
• Conducta epimelética y etepimelética o de cuidado de las crías y de solici-
tación de cuidado
• Conducta alelomimética o de imitación
• Cooperación
¤ Editorial UOC 63 Capítulo II. Los métodos de observación...
• Predación
• Competencia trófica
• Comensalismo
• Mutualismo
• Parasitismo
• La madre inspecciona: con la vista o con la mano explora el cuerpo de la cría sin
asearla.
• La madre restringe: impide que la cría se separe de ella sujetándola, por ejemplo ti-
rando de su brazo o pierna o agarrándola firmemente con los brazos.
• La madre rechaza: impide que la cría entre en contacto con ella o mame, mante-
niéndola a distancia con el brazo, tapándose el pecho con el brazo o evitando a la
cría.
• Juego madre-hijo: la madre inicia un episodio de juego social con la cría (por ejem-
plo, haciéndole cosquillas, forcejeando con ella o persiguiéndola). Se considera que
se inicia un nuevo episodio de juego cuando transcurren 10 s como mínimo desde
el anterior.
• Aseo madre-hijo: la madre asea o acicala a la cría. Se considera que se inicia un nuevo
episodio de aseo cuando transcurren 10 s como mínimo desde el anterior.
• Agresión madre-hijo: la madre ataca a la cría, por ejemplo amenazándola, golpeán-
dola o mordiéndola.
• Protección materna: la madre amenaza, ataca o persigue a otro gorila para proteger
a la cría.
“Nido diurno. 23 marzo 1960. Grupo VII. Mientras mantiene cogida contra el pecho
con la mano izquierda a la cría de 6 meses, la hembra desliza un tallo de lobelia hacia
la base del montón de hojas; con un giro de la mano hacia abajo arranca el extremo
del tallo y lo deja a su lado. Repite el proceso con otro tallo, y dobla un Peucedanum
con la mano derecha y lo deposita a su izquierda. Permanece a tres patas, con la cría
colgando del pecho, y desgaja una lobelia que tiene enfrente con una mano y se la
coloca en la espalda. Se cambia la cría de brazo, dobla dos matojos de hierba y se los
mete bajo el cuerpo. Por último, se echa encima de la hierba. Tiempo total: aprox. 25
segundos.” (p. 193).
conflicto; en ese caso, puede describir esa misma conducta así: un mono aulla-
dor macho realiza un bostezo de amenaza.
Observaciones continuadas pueden indicar que existen determinadas se-
cuencias de conducta, u órdenes preferentes de aparición de las unidades. La se-
cuencia reiterada de unidades de conducta es un patrón conductual. Los patrones
conductuales tienen un anclaje empírico, unas unidades concretas que explican
la unión temporal de toda la secuencia y le dan sentido. Por ejemplo, una se-
cuencia de unidades de conducta sexual se inicia con una subsecuencia de con-
ductas previas o preliminares, a la que sigue la cópula (anclaje empírico de la
secuencia), que es seguida por una determinada subsecuencia de conductas pos-
teriores.
Un tipo particular de etograma es el llamado etograma funcional, en el que
se especifica no solamente una lista de las unidades de conducta sino las co-
nexiones o transiciones temporales que son más probables entre ellas.
4. Cuantificación de la conducta
El flujo conductual puede ser segmentado de dos formas distintas para ser
cuantificado: a) Segmentación conductual: el observador debe detectar en qué mo-
mentos empieza y termina cada segmento conductual, clasificarlo en la unidad
de conducta que le corresponde (p. ej., codificarlo) y, si lo requieren los objetivos
de la investigación, registrar sus tiempos de inicio y finalización. b) Segmentación
temporal: en cada unidad o intervalo de tiempo (de duración constante) el inves-
tigador debe detectar qué tipos de unidades de conducta están ocurriendo.
¤ Editorial UOC 66 Etología
Fi
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¦Fj
j 1
¤ Editorial UOC 68 Etología
Di
Si
m
¦ Dj
j 1
Di
di ¬¬¬( u.t . / ciclo)
Fi
Fi
Pi
m
¦Fj
j 1
Tabla 2.1
Duración
Duración Frecuencia Duración Tasa
Frecuencia media
(seg) relativa relativa (/hora)
(seg)
H ¦ pi log2 pi
H max H H
E 1
H max H max
Figura 2.1
Gráfica de entropía basada en la frecuencia para las unidades de conducta. En la abscisa se representan las conduc-
tas ordenadas según su frecuencia, de mayor a menor. En la ordenada, sus frecuencias relativas acumuladas. La
recta señala el límite inferior de la gráfica de entropía, que se obtendría si las conductas fuesen equiprobables.
Figura 2.2
En general, el tipo de conductas que se estudian, las medidas que se desean ob-
tener para ellas y el hecho de realizar la observación en vivo o a partir de vídeos
grabados previamente son factores que determinan cuántas sesiones de obser-
vación han de realizarse y cuánto ha de durar cada una. Las sesiones han de ser
suficientemente largas para que en ellas tenga lugar una variabilidad aceptable
de la conducta que se observa, es decir, para que ocurra un número grande de
transiciones entre ocurrencias de las unidades de conducta, lo cual dependerá
del grado de molaridad de éstas y de sus duraciones medias; por ejemplo, si una
conducta como el aseo social tiene una duración media muy grande (digamos,
30 minutos) y el investigador quiere conocer qué otras conductas tienden a pre-
ceder y a seguirla, entonces las sesiones de observación deberán durar más que
dicha duración media, a fin de que sea posible registrar tales antecedentes y sub-
secuentes.
La cantidad total de sesiones a realizar ha de ser suficientemente grande para
que el volumen de datos recogidos permita contrastar las hipótesis de investiga-
ción formuladas; por ejemplo, si se pretende comparar las duraciones medias de
ciertas conductas de dos especies diferentes, los individuos deberán ser observa-
dos el tiempo necesario para que las frecuencias de las conductas cumplan con
las condiciones de aplicación de los contrastes estadísticos que vayan a realizar-
se. Por otra parte, si es preciso registrar la conducta en vivo (en el momento en
que está ocurriendo), el hecho de tener que prestar atención constantemente re-
percute en un aumento de la fatiga de los observadores y de la probabilidad de
cometer errores; por ejemplo, en la observación en vivo de procesos de interac-
ción social en grupos medianamente grandes y registrando conductas con tasas
elevadas, suele considerarse que las sesiones más largas de 45 o 60 minutos tien-
den a producir demasiada fatiga en el observador; obviamente, en tales casos la
solución es grabar en vídeo a los individuos y registrar su conducta posterior-
mente a partir de la grabación.
¤ Editorial UOC 76 Etología
otros momentos del día. Sin embargo, puede ser perfectamente conveniente en
determinadas investigaciones en las que lo que se desea es estudiar una conducta
que tiende a producirse siempre en la misma franja horaria (por ejemplo, conduc-
ta alimentaria, elaboración de nidos en los chimpancés, etc.).
d) Por criterios conductuales: el investigador determina que las sesiones se ini-
ciarán cuando ocurra una cierta unidad de conducta (por ejemplo, los indivi-
duos entran en proximidad), y terminará o bien cuando ocurra otra cierta
unidad de conducta (por ejemplo, los individuos se alejan) o bien cuando haya
transcurrido un cierto tiempo fijo desde el inicio si la conducta que marca el fi-
nal todavía no se ha producido; en este caso, los datos serán representativos úni-
camente de aquellos períodos de tiempo iniciados y terminados por tales
conductas (por ejemplo, de períodos de tiempo de interacción social en proxi-
midad), lo cual puede ser precisamente lo que desea el investigador.
las acciones que el individuo que está siendo focalizado dirige a otros como las
que recibe de otros en ese mismo intervalo.
Tabla 2.2
Sesión 1
Individuo focal Pom Fifi Figan Melissa Satan Goblin Pom Fifi ...
Sesión 2
Individuo focal Pom Fifi Figan Melissa Satan Goblin Pom Fifi ...
Un ejemplo hipotético de plan de muestreo de barrido para observar a un grupo de 6 chimpancés (en las sesiones siguientes se repetiría el
mismo plan)
81
Capítulo II. Los métodos de observación...
Un ejemplo de registro continuo combinado con muestreo focal de un individuo, en el que se anotaron las transiciones de las conductas de aseo (que dio y recibió), así
como posturales y de locomoción, y sus tiempos de inicio y fin en minutos y segundos.
¤ Editorial UOC
Figura 2.4
82
Representación de los datos de la figura 2.3 en una gráfica de tiempo x conductas. Cada letra indica un segundo en el que estuvo ocurriendo la conducta en cuestión (o en el que estuvo
implicada una hembra o un macho en el aseo social del individuo focalizado).
Etología
¤ Editorial UOC 83 Capítulo II. Los métodos de observación...
Figura 2.5
Existen varias clases de registro intermitente, siendo las siguientes las más
utilizadas:
84
Un ejemplo de muestreo momentáneo combinado con muestreo focal de un chimpancé, en el que se anotaron las conductas de aseo que dio y recibió, el sexo del compañero de
aseo, y las conductas posturales y de locomoción del individuo focalizado, que se observaron al término de cada intervalo consecutivo. Duración de cada intervalo: 10 s; número de
intervalos: 23. La situación observada fue la misma que para el ejemplo de la figura 2.3.
Etología
¤ Editorial UOC
Figura 2.7
85
Capítulo II. Los métodos de observación...
Un ejemplo de muestreo uno-cero combinado con muestreo focal de un chimpancé (véase tabla 2.2), en el que se anotaron las conductas de aseo que dio y recibió, el sexo del com-
pañero de aseo, y las conductas posturales y de locomoción del individuo focalizado, que se dan durante cada intervalo consecutivo. Duración de cada intervalo: 10 s; número de
intervalos: 23. La situación observada fue la misma que para el ejemplo de la figura 2.4.
¤ Editorial UOC 86 Etología
88
Etología
Ejemplos de plantillas de registro intermitente, correspondientes a los ejemplos de las figuras 2.6 y 2.7; mientras que en aquellas figuras se ilustra el tipo de datos que se ob-
ienen, el modo práctico de anotarlos es empleando plantillas como estas. Puede observarse que, para una misma situación observada, la cantidad de datos que proporciona
el muestreo uno-cero es mayor.
¤ Editorial UOC 89 Capítulo II. Los métodos de observación...
Tabla 2.3
¬ Frec. F. rel. Tasa Dura. D. rel. D. med.
Algunas de las medidas conductuales que pueden obtenerse a partir del registro continuo mostrado en la figura 2.3. Las duraciones están
expresadas en segundos; la tasa, en ocurrencias/minuto.
ˆi
D FM i W
¤ Editorial UOC 90 Etología
ˆi
D (FMi PFi) · W
Tabla 2.4
Muestreo instantáneo Muestreo uno-cero
FM PF FM PF
Autoaseo 2 1 Autoaseo 4 2
Sentado 16 3 Sentado 20 2
Agachado 3 2 Agachado 4 1
Camina 4 4 Camina 8 5
Medidas conductuales (frecuencias modificadas y pseudofrecuencias) que pueden obtenerse a partir de los registros intermitentes mostra-
dos en la figura 2.8.
5.6. Instrumentación
Por muy complejas o sofisticadas que sean las técnicas de análisis de datos
que luego se utilicen para contrastar las hipótesis de la investigación, produci-
rán resultados equivocados si los datos son erróneos. Por ello, es necesario de-
mostrar que los datos poseen calidad y que carecen de error. En otras palabras,
los registros o datos obtenidos por observadores entrenados sólo son creíbles si
es posible demostrar que los observadores son intercambiables, es decir, que no
dependen del observador concreto que los ha generado.
La concordancia entre observadores es el sine qua non de la observación sis-
temática (Bakeman y Quera, 2011), esto es, no puede considerarse que la obser-
vación es científica a no ser que los observadores concuerden cuando registran
la misma situación empleando las mismas unidades de conducta y la misma téc-
nica de registro. Por lo tanto, es imprescindible averiguar el grado de concor-
dancia de los observadores para saber hasta qué punto son intercambiables.
La calidad de los datos tiene tres aspectos o componentes que se complemen-
tan: fiabilidad, precisión y validez.
Obsérvese que, si unos observadores tienen una buena concordancia local, en-
tonces también concordarán de manera global; es decir, si en cada momento de
la observación sus registros tienden a coincidir, entonces también coincidirán las
medidas globales (como la frecuencia) que se deriven de esos registros. Por lo tan-
to, si se evalúa su concordancia local y es elevada, no es necesario evaluar su con-
cordancia global porque también lo será. La inversa no es cierta; esto es, de una
alta concordancia global no puede inferirse una alta concordancia local. Los ob-
servadores pueden obtener medidas globales muy similares pero, a pesar de ello,
no coincidir bien en los registros que realizan momento a momento.
s12
r12
s1 s2
donde s12 representa la covarianza entre las medidas globales obtenidas por
el observador 1 y las obtenidas por el observador 2 (por ejemplo, entre las tasas
de una determinada unidad de conducta obtenidas por uno y otro en diversos
individuos), y s1 y s2 son las desviaciones tipo de dichas mediadas según uno
y otro observador. Si la correlación es alta y positiva (cercana a +1), entonces
existe una buena concordancia entre las medidas globales obtenidas por los
dos observadores. No obstante, es preciso averiguar si uno de los dos observa-
dores obtiene medidas sistemáticamente mayores que el otro, ya que el coefi-
ciente de correlación puede tener un valor cercano a +1 también en aquellos
casos en que existe un desfase sistemático entre las medidas obtenidas por uno
y otro observador. Por sí solo el coeficiente de correlación de Pearson no es un
indicador adecuado de la concordancia y debe obtenerse la recta de regresión.
La recta de regresión del observador 2 en función del observador 1 es:
x2 a b x1
¤ Editorial UOC 96 Etología
b = s12 / s21
a = x2 bx1
Tabla 2.5
Concepto Estadístico Valor
Covarianza
n 1
s12 [ ¦xi 1 xi 2 x1 x 2 ] s12 = 0.9556
n 1 n
Correlación
s12 0.9556
r12 r12 0.91
s1 s2 1.1353 0.9189
Cálculo del coeficiente de correlación de Pearson para evaluar la concordancia de dos observadores respecto a la frecuencia de una conducta
de aseo social. n = número de sesiones de observación.
¤ Editorial UOC 97 Capítulo II. Los métodos de observación...
Como puede verse en la tabla 2.5, en este ejemplo la correlación es alta y po-
sitiva, es decir, en apariencia existe una buena concordancia entre los datos de
los dos observadores. No obstante, debemos averiguar si uno de los dos obser-
vadores obtiene medidas que son sistemáticamente mayores que el otro:
x2
b
x1
t
2
1 r12
n2
3.2
0.741
t 3.2 1.76
1 (0.91)2
10 2
V2I
U2c
V2I VO
2
V2E
VO2 = Varianza debida a los observadores, que son la variable irrelevante (o que se espera que sea
realmente irrelevante). Indica el grado en que existen inconsistencias entre observadores,
es decir, sesgos sistemáticos del observador.
VE2 = Varianza del error; su raíz cuadrada es el error tipo o error estándar de la medida global
respecto de aquella con la que se evalúa la concordancia.
Tabla 2.6
Fuente de Variancias
Sumas de cuadrados Cuadrados medios
variación (estimaciones)
Fórmulas de las varianzas utilizadas para el cálculo del coeficiente intraclase de Berk.
Tabla 2.7
Observador 1 Observador 2 Observador 3 Observador 4 Medias
Frecuencias de la conducta agredir obtenidas por cuatro observadores independientes al observar simultáneamente a un grupo de cinco
individuos.
Tabla 2.8
Fuente de variación Sumas de cuadrados Cuadrados medios Varianzas
Cálculo de las varianzas para el coeficiente de Berk aplicado a los datos de la tabla 2.7.
Tabla 2.9
Ob2
A B C Totales
Po
¦ nii
n
Pe
¦ ni ni
2
n
¤ Editorial UOC 102 Etología
Po Pe
N
1 Pe
Figura 2.9
Figura 2.10
Parámetro Cálculo
Kappa
0,727 0,264
N 0,63
1 0,264
Tabla de concordancia para los datos de la figura 2.9 (su diagonal principal contiene las cantidades de intervalos
donde hay concordancia) y cálculo del coeficiente Kappa.
Tabla 2.10
Observador 2
Ejemplo de tabla de concordancia punto por punto para datos de un registro continuo. Las frecuencias corresponden a segundos.
Tabla 2.11
Observador 2
Ejemplo de tabla de concordancia punto por punto respecto a una única unidad
de conducta.
Figura 2.11
Por otra parte, cuando los observadores emplean un registro continuo pero
no registran los tiempos de las conductas (porque tal información no es intere-
sante para su investigación), entonces sus datos consisten únicamente en se-
cuencias de códigos sin un referente temporal preciso; en tal caso, la solución
adecuada para obtener un índice de concordancia local es alinear las secuencias
mediante un algoritmo que maximiza el número de concordancias y estima la
cantidad de decisiones tomadas por los observadores, obtener la tabla de confu-
sión a partir del alineamiento obtenido y calcular una Kappa de alineamiento,
¤ Editorial UOC 107 Capítulo II. Los métodos de observación...
Capítulo III
Breve introducción a la teoría de la evolución
Juan Antonio Delgado Iniesta
Introducción
neración, 3) que tales cambios pueden ocurrir, tanto por selección natural,
como por procesos estocásticos ocurridos al azar y 4) que debido a estas diferen-
tes historias de deriva y selección, las poblaciones de una especie pueden diferir
y transformarse en especies distintas a lo largo del tiempo.
De esta manera, la teoría de la evolución ha sido capaz de explicar la fasci-
nante unidad de diseño existente entre todos los seres vivos y, a su vez, la enor-
me diversidad de formas, historias y comportamientos observados en los seres
vivos presentes y pasados. Esta teoría aglutina a todas las otras disciplinas de la
biología a través de una perspectiva unificadora, porque necesita de todas ellas
sin excepción para realizar su trabajo. Bioquímica, morfología, fisiología, ecolo-
gía y etología se revelan entonces como ingredientes fundamentales de una sola
línea de pensamiento, iluminándose todas entre sí de manera harmónica. En
este capítulo se dará cuenta de cómo la teoría de la evolución, a través del estu-
dio de unos pocos conceptos fundamentales, clarifica algunas cuestiones referi-
das a la ciencia que estudia el comportamiento animal y de cómo la etología, a
su vez, ilustra numerosos aspectos de la teoría de la evolución.
Partiendo de esta segunda idea se han postulado diversas hipótesis, entre las
que cabe resaltar, en primer lugar, la más difundida definición de evolución: “la
evolución es el cambio en las frecuencias alélicas en las poblaciones”. Esta su-
cinta definición sostiene que los pequeños cambios acumulados a lo largo del
tiempo en una población son suficientes para explicar los grandes cambios ob-
servados a lo largo de la historia de la vida en nuestro planeta. Otra idea deriva-
da de esta visión poblacional de la evolución es que la similitud genotípica
implica similitud fenotípica o, lo que es lo mismo, que individuos o especies
con similar acervo genético poseen aspecto y comportamientos similares.
Como consecuencia de esta idea se infiere que para demostrar la cercanía filo-
genética entre dos especies, basta con contrastar su similitud genética. Otra con-
jetura que orbita en el paradigma poblacional de la evolución es que la respuesta
adaptativa, la capacidad de supervivencia de una especie, descansa sobre su va-
riabilidad. Es decir, las poblaciones más variables morfológica o conductual-
mente son las que resistirán mejor frente a cualquier eventualidad. No obstante,
es importante señalar que, en ausencia de fuerzas o presiones selectivas, esta va-
riabilidad no suele transformarse en cambio evolutivo alguno2. Por tanto, tan
importante es conocer y estudiar las posibles fuentes de variabilidad en los seres
vivos, como los mecanismos que transforman ésta en evolución.
1.1.1. La mutación
El término mutación puede resultar equívoco ya que se emplea tanto para re-
ferirse a la alteración de una secuencia de ADN, como para describir el producto
o efecto de la misma mutación. Por lo general, el contexto en el que se emplea
el término se encarga de clarificar su significado preciso. Mucho antes de que se
caracterizasen las mutaciones a nivel genético, sus efectos fenotípicos ya eran
conocidos. Así, cualquier rasgo morfológico, conductual o de cualquier otro
tipo identificado en un animal era considerado procedente de una mutación. A
nivel molecular una mutación es cualquier alteración en la secuencia del ADN
de un individuo, lo que abarca desde la simple sustitución de un par de bases en
la secuencia de un gen, a la variación en el número de cromosomas de una cé-
lula. Cualquier cambio incluido en este amplio espectro es una mutación, con
independencia de que tenga o no efectos fenotípicos. Sin embargo, las mutacio-
nes sólo tienen consecuencias evolutivas si se pueden transmitir a la siguiente
¤ Editorial UOC 113 Capítulo III. Breve introducción a la teoría...
Las tasas de mutación son, por lo que sabemos, tan bajas en la naturaleza (y
las mutaciones con alguna ventaja selectiva lo son aún más) que no pueden ex-
plicar por sí solas la diversidad observada en las poblaciones naturales. En el
caso de las especies con reproducción sexual, la variabilidad genética sobre la
que actúan los diferentes motores evolutivos reside, además de en la evidente
unión de gametos genéticamente distintos, en la recombinación alélica. La re-
combinación alélica es anterior a la fecundación y se produce en las células de
la línea germinal de un individuo durante la meiosis. Consiste en la segregación
independiente de cromosomas no homólogos y en el entrecruzamiento entre
cromosomas homólogos. Su potencial como generador de diversidad es tal que,
en una especie diploide con reproducción sexual, no existen dos individuos ge-
néticamente iguales.
generación a la siguiente. Para entender qué quiere decir esto se debe saber que,
de todos los problemas de los que puede adolecer el principio de Hardy-Wein-
berg3, el más importante es, sin duda, el asumir que las poblaciones teóricas con
las que se trabaja son infinitamente grandes. Esto, en la naturaleza nunca es así,
evidentemente. De igual manera, también resulta forzado asumir que los apa-
reamientos son al azar, lo que ahonda aún más la diferencia entre poblaciones
teóricas y naturales. Sin estas dos premisas de partida, es imposible asegurar que
las frecuencias alélicas en una población se mantengan inalteradas de una ge-
neración a la siguiente. Se debe tener en cuenta que en una población infinita-
mente grande, las probabilidades de que un alelo se perpetúe de una generación
a otra (por baja que sea la frecuencia en la que éste aparezca) son muy altas. Sin
embargo, en una población natural esto no es así, el número de individuos no
es infinito, son afortunados los que sobreviven y los que alcanzan la edad de re-
producción son aún más escasos. Bajo estas circunstancias, las posibilidades de
que la frecuencia de los alelos que se presentan en una generación se vea altera-
da en la siguiente es bastante más alta. Esto es así por efecto de lo que se conoce
como error de muestreo, que como se ha indicado, significa simplemente que sólo
algunos individuos de la población parental serán los padres de los de la siguien-
te. Muchos individuos perecerán o no podrán reproducirse por escasa adecua-
ción biológica (de los que suele dar cuenta la selección natural), pero algunos
otros no lo harán simplemente por azar, por ejemplo, porque murieron durante
una epidemia o durante una catástrofe natural. Los efectos de la deriva genética
pueden ser especialmente importantes en poblaciones reducidas, muy aisladas
o en casos de efecto fundador como se verá más adelante.
3. Existen infinidad de textos en los que consultar este principio de genética de poblaciones
básico. Uno de los que más nos gustan, escrito en castellano, es el de Freeman y Herron (2002).
¤ Editorial UOC 116 Etología
La visión más extendida en biología evolutiva aboga por que la selección na-
tural, al ser estimada como la eficacia biológica y ser ésta un valor promedio,
sólo puede referirse a un conjunto de individuos y nunca puede cuantificarse,
ni en un individuo particular (en donde influye más el azar que la selección na-
tural), ni en entidades como especies o grupos de especies (en donde lo impide
su naturaleza abstracta). La selección, se argumenta, aunque afecta a los indivi-
duos, se expresa y puede cuantificarse sólo a nivel poblacional. Sin embargo,
otros investigadores defienden que no son sólo los individuos los que están su-
jetos a diferencias en su capacidad de supervivencia y éxito reproductivo, sino
que esto también afecta tanto a entidades biológicas inferiores (por ejemplo, ge-
nes), como a otras superiores (poblaciones y especies). Para ellos, es necesario
¤ Editorial UOC 117 Capítulo III. Breve introducción a la teoría...
Figura 3.1
Ejemplo de comportamiento altruista: mientras otros miembros de la manada pastan tranquilamente, un ejemplar hembra de
impala (Aepyceros melampus) vigila el posible acercamiento de depredadores. En segundo plano, un ejemplar de topi (Damaliscus
korrigum) presenta un comportamiento similar. (Parque Nacional Masai Mara, Kenia. Fotografía del autor).
Para entender cómo funcionan estos tres tipos de selección, podemos propo-
ner un ejemplo inventado que tome estos tres caminos posibles. Partamos de
una población de plantas silvestres, pensemos en unas zarzamoras, que pueblan
las montañas de una isla mediterránea. En esta población silvestre existen dife-
rencias en el número y densidad de las espinas del tallo. Esta variabilidad sigue
¤ Editorial UOC 121 Capítulo III. Breve introducción a la teoría...
una distribución normal (véase la figura 3.2: situación inicial) que se ha mante-
nido a lo largo del tiempo casi inalterada. Imaginemos que a la isla llega un pe-
queño roedor como nuevo colono y comienza a alimentarse de las sabrosas
bayas de zarzamora. Los ratoncillos prefieren encaramarse a las plantas menos
espinosas, así que son éstas las que primero son consumidas. El número de semi-
llas de estos pies poco punzantes disminuye progresivamente y la población de
zarzamoras se hace cada vez más espinosa. Alguien podría argumentar que las
zarzamoras “han reaccionado para defenderse de los ratones”, aunque ya hemos
indicado que la selección no “responde” de esa manera. En cualquier caso, la
presión ejercida por los ratones tiene como efecto una selección direccional ha-
cia plantas más espinosas (véase la figura 3.2: A).
Imaginemos que una segunda especie arriba a la isla. En este caso, es una
mariposa cuya oruga come hojas de zarzamora. Las hembras de esta especie
buscan protección para sus larvas, a las que las espinas no molestan, sino
más bien encuentran atractivas como defensa. Así, las hembras ponen más
huevos en las plantas más espinosas, con lo que éstas experimentan en la isla
un cierto declive por excesiva defoliación. La población de zarzamoras se ve
ahora sometida a una doble presión selectiva: los ratones presionan para que
la planta sea muy espinosa, pero las orugas presionan en sentido opuesto. La
población de zarzamoras se ve sometida a una selección en donde son las
plantas con número de espinas intermedio las favorecidas. Estamos ante un
caso de selección estabilizante (figura 3.2: B). Con el paso del tiempo, el
hombre llega a la isla y la inunda de turistas que encuentran esta variedad
de zarzamora especialmente bonita como planta ornamental. Son muchos
los que, antes de abandonar la isla, arrancan un pie y se lo llevan como re-
cuerdo de sus vacaciones. Los turistas encuentran que las muy espinosas son
demasiado punzantes y que las más desnudas son poco atractivas, así que
prefieren las que presentan un número de espinas intermedio. Con la pre-
sión turística, la población de zarzamoras intermedia decrece rápidamente y
queda dividida en dos subpoblaciones: una muy espinosa y otra apenas con
espinas. Estamos ante un caso de selección diversificante (figura 3.2: C).
¤ Editorial UOC 122 Etología
Partiendo de la misma distribución de frecuencias en la población inicial, se puede llegar a diversos resultados en respuesta a pre-
siones selectivas distintas.
¤ Editorial UOC 123 Capítulo III. Breve introducción a la teoría...
Como se indicó más arriba, la selección sexual existe debido a que un sexo,
generalmente el femenino, produce menos gametos o invierte más esfuerzo en
la reproducción que el contrario. Ante esta circunstancia, se establece una clara
competencia intraespecífica en donde los machos luchan por el recurso limitan-
te que suponen las hembras. Aunque escasos, también existen ejemplos en don-
de el recurso limitante es el macho, fundamentalmente cuando es este sexo el
encargado del cuidado de la prole. Ejemplos evidentes son los caballitos de mar
o los patos del género Phalaropus. Es importante considerar que un macho pue-
de copular con varias hembras y suele perder muy poco de su potencial evolu-
tivo si entre sus encuentros amorosos incluye la cópula con una hembra poco
apta. Sin embargo, una hembra no tiene tantas oportunidades y debe elegir muy
bien a su pareja, si no quiere ser madre de una prole con un reducido potencial
adaptativo.
Darwin reconoció dos estrategias principales desarrolladas por los miembros
de una pareja para solucionar este evidente conflicto de intereses: el combate
entre machos para acceder a los favores de la hembra y la elección femenina. Es
decir, la preferencia de la hembra por un fenotipo específico de entre los mos-
trados por los machos cortejantes. Atendiendo a estos dos tipos de selección
sexual, Darwin pudo explicar la existencia de innumerables rasgos morfológicos
y conductuales, que no podían ser bien comprendidos a la luz de la selección
natural ordinaria: tamaños desproporcionados de machos frente a hembras, co-
loraciones excesivamente llamativas en especies que debían ser crípticas por su
condición de presa, llamativos comportamientos de cortejo y reunión de ma-
chos en lugares demasiado expuestos a los depredadores, etc.
Con el paso del tiempo se han ido desvelando estrategias y casos muy inte-
resantes relacionados con la selección sexual (véase tabla 3.1), aunque en esen-
cia no se apartan mucho de las que ya avanzase Darwin. El trabajo de referencia
para profundizar en la selección sexual sigue siendo el de Anderson (1994).
¤ Editorial UOC 126 Etología
Tabla 3.1. Mecanismos desarrollados para la lucha por la pareja reproductora y rasgos con
probabilidades de ser favorecidos por selección sexual (basado en Anderson, 1994 y Futuyma, 2006).
Combate con rivales del mismo Rasgos que mejoran el éxito en la confrontación
sexo
Elección de pareja por miembros Atractivo y rasgos de estímulo. Oferta del pretendiente de
del sexo opuesto comida, territorio u otro recurso que pueda resultar
interesante al otro miembro de la pareja
Resistencia o tesón ante el rival Habilidad para permanecer reproductivamente activo durante
buena parte de la temporada de apareamiento cuando otros
están agotados
Coevolución antagónica Habilidad para contrarrestar las reticencias del otro sexo al
apareamiento. Ejemplos: hiperestimulación con morfologías
exageradas, resistencia del huevo a la entrada de esperma
para evitar la multifecundación.
3. Especies y especiación
3.2. Especiación
Junto a la definición de especie, el estudio de los procesos por los cuales estas
especies aparecen a partir de otras que las preceden es, sin duda, otra de las gran-
des cuestiones de la biología evolutiva. Contestar a la pregunta acerca del origen
de las especies sería muy sencillo si en biología sólo empleásemos el concepto
tipológico de especie. En tal caso, la respuesta sería bastante trivial: tanto la se-
lección natural, como la deriva genética se encargan de generar la suficiente
cantidad de fenotipos distintos, como para contar con numerosas especies en
un breve lapso de tiempo a partir de unas pocas ancestrales.
¤ Editorial UOC 128 Etología
A: población inicial homogénea distribuida por un amplio territorio. B: fase de aislamiento debido a una
barrera geográfica con acumulación de variabilidad en ausencia de flujo genético. C: Tras la desaparición
de la barrera las dos poblaciones se han transformado en especies distintas.
¤ Editorial UOC 130 Etología
A: población inicial homogénea distribuida por un amplio territorio. B: Una pequeña población en la periferia
del área de distribución se separa del resto y alcanza un lugar aislado, fuera del rango de distribución de la
especie. C: Rápida especiación de la pequeña población aislada.
aleatorios. Precisamente es éste el punto que genera más polémica y que des-
pierta las reticencias de muchos investigadores. ¿Cómo se genera y quién man-
tiene esa reproducción diferencial en un conjunto originalmente homogéneo?
Para los defensores de este modelo existen algunos grupos de seres vivos en don-
de la génesis de diferencias en el periodo reproductivo es más probable. Des-
pués, la selección natural disruptiva, en donde alelos híbridos presentan menor
vigor biológico que los homocigotos puros, podría ser el desencadenante final
de una especiación en ausencia de barrera geográfica.
A: Una especie se alimenta de una planta tóxica y se reproduce durante el verano. B: Una población de esa
especie consigue alimentarse de otra planta que aparece durante la primavera. Esta segunda población ade-
lanta su reproducción y queda aislada reproductivamente de la población ancestral.
¤ Editorial UOC 132 Etología
4. Cladogénesis y anagénesis
largo del eje temporal mediante un patrón ramificado, en donde una especie an-
cestral se divide en dos descendientes que, a su vez, se dividen en otras con el
paso del tiempo. Cada bifurcación en este árbol de la vida se corresponde con
un caso de especiación que ha debido tener lugar a través de uno de los procesos
descritos en párrafos anteriores.
La anagénesis, por el contrario, se refiere al proceso de cambio o diferencia-
ción evolutiva que se produce en cada uno de los linajes que se han formado.
Gracias a este segundo proceso, cada linaje acumula cambios durante su historia
evolutiva y dos linajes hermanos, inicialmente idénticos, terminan por diferen-
ciarse en diversos aspectos que los hacen únicos y distintos entre sí.
Figura 3.7
Uno de los más espectaculares casos de radiación adaptativa llegado hasta nuestros días es el protagonizado por la
familia Drepanididae en las islas Hawái. A partir de un ancestro, que sospechamos debió poseer el aspecto de un
pinzón típico (centro), han aparecido diversas y espectaculares formas morfológicas y de comportamiento asocia-
das a tipos de alimentación muy variado.
5. Inferencia filogenética
gos que presentan similar (cuando no idéntica) función y estructura y que sólo
pueden ser rechazadas como homologías tras la propuesta de una hipótesis filo-
genética. Por ejemplo, si un proceso cefálico muy similar empleado para hora-
dar la madera, es considerado homólogo en dos géneros de insectos, sólo un
análisis filogenético que determine que ambos géneros presentan un parentesco
muy distante, podrá hacernos ver que ambos rasgos son fruto de historias evo-
lutivas distintas. A este tipo de analogías se las denomina homoplasias.
Una vez se han propuesto dos caracteres como homólogos entre dos o más
especies, y éstos se encuentran además en diferentes estados, es necesario plan-
tearse cual de los dos estados del carácter es el estado ancestral. Es decir, cual de
los dos estados estaba presente en los ancestros de estas especies y cual apareció
por modificación. En reconstrucción filogenética se denominan plesiomorfía o
estado plesiomórfico al estado ancestral y apomorfía o estado apomórfico al deriva-
do.
En cualquier especie es posible identificar multitud de caracteres y éstos pue-
den aparecer en diferentes estados cuando se comparan con especies próximas.
Cuando en una especie encontramos numerosos caracteres en estado plesio-
mórfico o ancestral se suele tildar a esa especie de “especie primitiva”, mientras
que si la mayoría de los caracteres estudiados en esa especie se presentan es es-
tado derivado, se habla de “especie evolucionada”. Tanto un término como el
otro son de uso tan frecuente, como desafortunado, ya que es el estado de algu-
nos caracteres y no la especie, el que se presenta en un estado u otro. Las con-
notaciones de “primitivo” y “evolucionado” para referirnos a especies han de
evitarse en lo posible. A las especies o linajes que en una determinada recons-
trucción filogenética parten de las ramas más bajas del árbol filogenético obte-
nido, se las suele denominar como linajes basales, mientras que los más alejados
del hipotético ancestro común se denominas especies o linajes derivados. Estos
términos parecen más adecuados hoy en día, ya que evitan connotaciones in-
apropiadas y la antigua asociación entre los conceptos de primitivo/peor y evo-
lucionado/mejor.
Cuando, por el contrario, en una reconstrucción filogenética se llega a la
conclusión de que estamos frente a caracteres que, lejos de ser homólogos, cons-
tituyen analogías u homoplasias, se dice que para esos caracteres nos encontra-
mos frente a casos de evolución convergente o paralela. Se entiende por
evolución convergente, también referida como convergencia adaptativa, la apari-
¤ Editorial UOC 138 Etología
ción en dos o más linajes de rasgos que presentando distinto origen filogenético
y ontogenético, cumplen una misma función. En definitiva, se trata de dar un
nombre al supuesto proceso (en realidad es un patrón) que ha generado dos ca-
racteres análogos. La aparición de patas excavadoras en organismos tan dispares
como topos y algunos ortópteros pueden servir de ejemplo de evolución con-
vergente. Sin embargo, se reserva el término evolución paralela para referirse a la
aparición en dos o más linajes de caracteres que son fruto de mutaciones acae-
cidas en los mismos paquetes genéticos (implicados, por tanto, en las mismas
rutas ontogenéticas) que determinan la estructura y función de un carácter. Al
igual que ocurre en el caso de las homoplasias, los casos de evolución paralela
son muy difíciles de desvelar, ya que implican a rasgos que no sólo poseen idén-
tica estructura y función, sino que son la expresión fenotípica de mutaciones
que han afectado en lugar y tiempo distintos a un mismo gen o grupo de genes.
¤ Editorial UOC 139 Capítulo IV. Evolución y adaptación...
Capítulo IV
Evolución y adaptación del comportamiento
Daniel Turbón Borrega
1. Genes y comportamiento
cultural acumulada desde que el ser humano es tal, como se verá más adelante,
que le distingue de los animales.
Los biólogos del siglo XIX pretendieron ingenuamente encontrar una base
biológica para algunos denominadores comunes de las culturas. Se pretendía
atribuir la universalidad de ciertos componentes de las culturas a los instintos y
a los impulsos de las diferentes etnias. Los resultados fueron poco convincentes.
En efecto, no hay genes que determinen el baile, o la magia, o el ritual de la tran-
¤ Editorial UOC 144 Etología
sición a la pubertad. Desde luego no hay duda de que todos los seres humanos
son impulsados por el miedo, el hambre, el sexo, la dominación del otro, los ce-
los, la ostentación, y otros aspectos más. Pero no hay comprensión satisfactoria
del origen, en los humanos, de la capacidad intelectual, de la racionalidad, de
la lógica, de la libertad y de la ética, por ejemplo. Muchos evolucionistas, el pri-
mero de ellos Alfred R. Wallace, el cofundador del darwinismo (Lewontin et al.,
1996), se sintieron obligados a admitir la derrota de sus intentos por entender
el origen de la inteligencia del hombre y la cultura en una base evolutiva.
2. Genes y cultura
La medida en que las diferencias genéticas entre los pueblos han contribuido
a la aparición de diferencias entre sus culturas es de otro orden. Han habido nu-
merosos pronunciamientos dogmáticos al respecto, mientras que han sido po-
cos los estudios cuidadosos y sin prejuicios. Por el momento, no hay pruebas
convincentes de que los denominadores comunes de todas las culturas estén
condicionados biológicamente.
Algunos de los mencionados denominadores comunes de las culturas huma-
nas son: los deportes atléticos, el adorno corporal, el calendario, la organización
comunitaria, la cocina, el trabajo cooperativo, la diferenciación de estatus, la fa-
bricación de herramientas, el comercio, visitar a otros, la cosmología, el baile,
el arte decorativo, la adivinación, la división del trabajo, la interpretación de los
sueños, la educación, la etnobotánica, la etiqueta, la familia, las fiestas, hacer
fuego, el folclore, los tabúes alimentarios, los ritos funerarios, juegos, gestos, re-
galos, el gobierno, saludos, estilos de cabello, la hospitalidad, la vivienda, la hi-
giene, los tabúes del incesto, las reglas de herencia, las bromas, los grupos
familiares, la nomenclatura del parentesco, la lengua, el derecho, la supersticio-
nes y la suerte, la magia, el matrimonio, la hora de comer, el pudor relativo a las
funciones naturales, el luto, la música, la mitología, las cifras, la cooperación en
el parto y posnatal, las sanciones penales, los chistes, los grupos de parentesco
y su nomenclatura, los nombres de personas, la política de población, las res-
tricciones sexuales, el control de la natalidad, los derechos de propiedad, la pro-
piciación de los seres sobrenaturales, el ritual religioso, las reglas de residencia,
los conceptos de alma, la escatología, la ética, el control del tiempo..., y la lista
continúa.
3. Cultura y cooperación
ria para podernos desarrollar ya desde los primeros representantes del género
Homo.
4. Lo animal y lo humano
Además del hombre hay muchos animales con organización social. La so-
ciedad de las hormigas revela una sorprendente división del trabajo entre la
reina, las obreras, las guerreras y los zánganos. La ingeniosa explotación de
afidios cautivos, como recurso alimenticio en algunas especies de hormigas,
añade una población auxiliar a su organización social. Sin embargo, la orga-
nización social de las hormigas no reside en la cultura sino en el instinto. No
hay transmisión de la conducta a través del aprendizaje. Un conjunto de
huevos de hormiga, adecuadamente incubados sin la presencia de ninguna
hormiga adulta, producirá un grupo de hormigas que, al llegar a la madurez,
repetirán con todo detalle la conducta de millones de generaciones de la es-
pecie de la que precedieron.
¿Ocurriría lo mismo si un conjunto de bebés humanos fueran aislados de
toda supervisión, cuidado y adiestramiento por parte de los adultos? Asu-
miendo que pudieran sobrevivir, lo que ciertamente no ocurriría, no podría-
mos esperar que manifestaran ninguno de los rasgos que caracterizaron a sus
padres. Estarían desprovistos de lenguaje, tecnología, fuego, artes, religión,
gobierno y todos los otros aspectos de la vida que distingue a los hombres de
los animales. Abandonados solamente a sus propios recursos instintivos, las
crías humanas aparecerían como frutos subdesarrollados, aunque es proba-
ble que pronto uniformizarían su conducta de acuerdo con lo que unos u
otros hubieran descubierto.
Veamos, ahora, los modos de aprender de los animales. Hay tres modos de
aprendizaje en la naturaleza:
1) Por ensayo y error. Este método empírico se da en todos los animales, siendo
el más propio de los invertebrados. Comparado con otros métodos, es muy largo y
peligroso. Un ejemplo clásico –comúnmente usado para establecer el grado de de-
sarrollo del sistema nervioso central–, es el de la rata aislada en un laberinto a la que
se ofrece una recompensa. Aunque costoso, es sumamente flexible y adaptable al
cambio ambiental, y por lo tanto, ha sido desarrollado en grado notable entre algu-
nos grupos de mamíferos, los primates en particular.
2) Por observación e imitación. Es un medio aún más rápido y eficaz. La imitación
depende, en primer lugar, de la capacidad de un animal para reconocer y copiar a
otro miembro de su especie, por lo general su madre. La imitación es un acceso rá-
pido al comportamiento aprendido. Es favorable cuando el entorno no es demasia-
do fluctuante. Las ratas pueden aprender a pasar por laberintos más rápidamente
que mediante el ensayo y el error si imitan a ratas que ya han descubierto cómo al-
canzar la recompensa. Muchos pájaros aprenden sus cantos por imitación. Los pri-
mates y en particular los humanos también aprendemos así. De todos es conocida
la gran facilidad de los niños para aprender mediante la imitación, pues es el factor
más importante en el aprendizaje de los primeros años de nuestra vida.
3) Por instrucción. Es un modo únicamente humano de crear modelos de com-
portamiento, ya que ello implica el pensamiento consciente y la intención. Depen-
de de la existencia previa de acumulación de conocimientos (cultura). Aunque
puede darse sin lenguaje articulado, resulta obvio que éste es el vehículo más ade-
cuado para transmitir conceptos abstractos o razonamientos complejos. Muchos
animales adquieren socialmente tradiciones aprendidas mediante conductas repe-
tidas. Todos los casos conocidos de tradiciones animales podrían explicarse me-
diante tales repeticiones. Por el contrario, los seres humanos participan en la
imitación: repiten una y otra vez, y ése es su aprendizaje. Ciertamente, los simios,
monos tití, delfines, ratas, y muchas especies de aves también aprenden por imita-
ción. ¿Por qué, entonces, el aprendizaje social es acumulativo sólo en los humanos?
cefalización y vida social compleja, con ayuda del lenguaje articulado. Estos
fueron requisitos necesarios para la supervivencia. La tasa de adaptación mor-
fológica –al frío, al calor, a la fuerza física, etc.– disminuyó progresivamente, al
tiempo que aumentaba la dependencia del comportamiento funcional y cogni-
tivo en estrecha correlación también con el uso de herramientas y la comunica-
ción lingüística (figura 4.1).
Figura 4.1
Tiempo y adaptación en la evolución humana. El diagrama sugiere que los cambios morfológicos, que aún se dan, han tenido im-
portancia decreciente en la supervivencia y adaptación humana, a expensas del progresivo dominio del comportamiento funcional,
cognitivo y lingüístico (P. V. Tobias).
Figura 4.2
Evolución de las fases del desarrollo humano. Nótese la aparición de un nuevo periodo de desarrollo con el
H. habilis, la niñez; y de la adolescencia con el H. sapiens. Estas dos fases del crecimiento y desarrollo son ex-
clusivamente humanas (B. Bogin).
Lo anterior fue posible gracias a la aparición del nuevo econicho humano: 1) di-
versidad en la comida, más abundante, más nutritiva, de fuentes animal y vegetal;
2) el aprendizaje intensivo de las técnicas de adquisición de alimentos, a veces con
uso intensivo de tecnología, y muchas veces en cooperación; 3) un gran cerebro
para aprender y almacenar gran cantidad de información ambiental, en función del
contexto y el desarrollo de técnicas creativas para la adquisición de alimentos; 4)
un largo período de dependencia de los menores para facilitar el desarrollo del ce-
rebro y el aprendizaje; 5) menores tasas de mortalidad juvenil y aún menor en adul-
tos, lo que generó una vida productiva y una estructura de edad de la población con
una alta proporción de productores de adultos a cargo de menores; 6) un sistema
de tres generaciones en los flujos de recursos: de abuelos a padres, y de éstos a los
niños; 7) incorporación del macho al cuidado del grupo, con división de trabajo,
esto es, una inversión biparental con los hombres que se especializan en el apoyo
enérgico y las mujeres en la combinación del aporte energético y la atención directa
de los niños; 8) el matrimonio y unidades reproductoras a largo plazo; 9) coopera-
ción entre parientes y no parientes para evitar las fluctuaciones estacionales en el
acceso a los alimentos, mediante el intercambio, con evidente aumento de la efica-
cia en la supervivencia (Lancaster y Kaplan, 2010).
El resultado de cuanto antecede ha quedado reflejado en el ciclo vital de nuestra
especie, que se diferencia netamente del ciclo del chimpancé. Los niños de los hu-
manos actuales cazadores-recolectores presentan mayores tasas en: 1) superviven-
cia hasta la edad reproductora; 2) esperanza de vida desde el inicio del periodo
reproductivo; 3) duración absoluta y relativa de la época post-reproductora; 4) acor-
tamiento del intervalo de partos y, por tanto, mayor número potencial de descen-
dientes; 5) alargamiento del periodo de crecimiento y desarrollo de los subadultos.
En consecuencia, se observa en los humanos, respecto al chimpancé, mayor super-
vivencia a los 15 años (60% frente a 35%) y mayores tasas de crecimiento durante
los primeros 5 años de vida (2,6 kg/año frente a 1,0 kg/año). Los humanos son des-
tetados antes que el chimpancé (2,5 años frente a 5 años), y reciben alimentos muy
elaborados y nutritivos, los cuales nunca podrían procurarse por sí mismos los
chimpancés jóvenes, pues en la sociedad chimpancé apenas hay, o no hay en ab-
soluto, cuidados maternales postreproductores. Desde luego, el rápido crecimiento
y aumento de peso durante la infancia y la etapa juvenil inicial de los humanos son
el resultado de las demandas energéticas del desarrollo del cerebro (figura 4.3), ya
que una parte significativa de este aumento de peso es en forma de grasa (Lancaster
¤ Editorial UOC 154 Etología
y Kaplan, 2010). El periodo juvenil del chimpancé es más corto que el de los huma-
nos. El primer parto de las hembras chimpancés se da los cinco años, mucho antes
que en la mujer. A ello sigue una esperanza de vida adulta menor en los chimpan-
cés: a los 15 años una chimpancé podrá vivir, de promedio, otros 15, mientras que
en la mujer cazadora recolectora esa cifra promedio es de 38 años, posteriores a los
15 primeros. Las mujeres cazadoras-recolectoras dedican más de un tercio de su
vida adulta a la fase postreproductiva, mientras que muy pocas hembras del chim-
pancé invierten tiempo en tareas de viabilidad de las crías tras la emancipación na-
tural de éstas.
El género humano inició, hace dos millones de años, una estrategia reproducto-
ra mucho más eficaz que las de los simios. Ante una cría humana cada vez más in-
defensa, la explicación de su éxito demográfico y geográfico no fue otra que el
comportamiento: el grupo cuidó el proceso de gestación y el parto, y transmitió efi-
cazmente los conocimientos necesarios para ello en un proceso de retroalimenta-
ción. El proceso ha culminado en el actual 26% de la cabeza del neonato con
relación a la que tendrá de adulto; y en una dependencia del recién nacido que
iguala la duración de la vida intrauterina, pues la edad mínima para que el bebé hu-
mano pueda caminar por sí mismo es, como mínimo, de nueve meses. Cualquier
mamífero es capaz de andar e incluso correr poco después de su nacimiento; la cría
humana es, en cambio, absolutamente inerme. Su inmadurez explica que el primer
año de vida extrauterina es cuando más muertes registran las estadísticas demográ-
ficas (figura 4.3).
La evidencia fósil del H. habilis proviene de África del Este y de África del Sur,
fechada entre 2,3 y 1,8 millones de años. En el sur de África es algo más tardía, entre
2,0 y 1,8 millones. Los últimos hallazgos líticos quizá podrían llevar su origen hacia
los 2,5 millones, coincidiendo con la acentuación del cambio climático, pero no
hay evidencia concreta. Desde entonces se inició el llamado proceso de encefaliza-
ción en nuestro linaje. Este proceso se expresa mediante un coeficiente para expre-
sar la ratio entre el tamaño cerebral obtenido y el esperado en un grupo o taxón
determinados. Entre las diversas ecuaciones existentes, la más clásica y utilizada es
el coeficiente de encefalización (EQ), o ratio entre el tamaño cerebral obtenido y el
que se esperaría de un animal del mismo volumen corporal, basada en un cálculo
de los tamaños cerebrales y corporales de una numerosa muestra de mamíferos ac-
tuales. Los humanos actuales poseemos un coeficiente 7,6; es decir, el tamaño del
cerebro de una persona es 7,6 veces mayor del que se esperaría de un animal de su
¤ Editorial UOC 155 Capítulo IV. Evolución y adaptación...
mismo tamaño, por ejemplo un perro o un lobo que, erguidos sobre sus patas tra-
seras, vienen a tener la estatura humana. Un valor cero sería el normal de la relación
entre estatura y volumen cerebral en la mayoría de mamíferos actuales. El EQ del
chimpancé es 2,6; los australopitecos varían entre 3,1 y 3,5; el de H. habilis, 4,0, es
cuatro veces mayor que el que le correspondería por su estatura (Turbón, 2006).
Figura 4.3
Curvas de crecimiento de cuatro de los principales sistemas y partes del cuerpo humano. Todas las curvas repre-
sentan el tamaño alcanzado durante el desarrollo postnatal en porcentaje, de modo que el tamaño a la edad de
20 años es 100 en la escala vertical. Obsérvese el alargamiento del crecimiento del cuerpo en su conjunto (el cuerpo
excepto la cabeza, los órganos respiratorio y digestivo, los riñones, los troncos pulmonar y aórtico, la musculatura
y el volumen sanguíneo), que apenas alcanza el 50% antes de los 12 años de edad. El sistema reproductor se alarga
aún más. Ambos alargamientos, respecto a los demás primates, implican un mayor riesgo para la viabilidad de la
especie. En sentido opuesto, el cerebro y la cabeza humanas siguen una trayectoria completamente excepcional
en el mundo animal: crecen muy rápidamente tras el nacimiento, alcanzando el 80% hacia los 4,5 años de edad.
Por último, el sistema linfático, responsable principal de formar y activar el sistema inmunológico, no tendrá su
máxima eficacia hasta los 6,5 años de edad; alcanza su máximo en la adolescencia y luego, probablemente bajo la
influencia de las hormonas sexuales, desciende hasta el valor definitivo del adulto (J. M. Tanner).
¤ Editorial UOC 156 Etología
Figura 4.4
Valores del coeficiente de encefalización de H. Jerison, en homínidos fósiles y actuales, desde el momento de su emergencia, com-
parados con los de cuatro delfínidos actuales y la marsopa. Con el Homo habilis el hombre alcanzó un nivel similar al de los delfines
y, desde entonces, se convirtió en el ser más encefalizado de la Naturaleza.
La humanidad moderna se formó hace unos 150.000 años según los restos
fósiles descubiertos en Etiopía, Kenia y Sudáfrica. El cerebro moderno estaba ya
formado. La plena inteligencia permitió al Homo sapiens depender principal-
mente de factores que podía controlar: el aprendizaje y las relaciones de una
vida grupal cada vez más compleja; primero como cazador-recolector, y más tar-
de domesticando plantas y animales. La mayoría de las variaciones anatómicas
actuales son el resultado de adaptaciones a ambientes diferentes, meros rasgos
¤ Editorial UOC 157 Capítulo IV. Evolución y adaptación...
6. La singularidad humana
Mientras que las herramientas animales tienen una sola función, el humano
es capaz de combinar materiales para crear herramientas con múltiples funcio-
nes, y esto es, de hecho, una de las claves computacionales más distintivas del
cerebro humano.
Hay una gran brecha que separa al hombre en el lugar que ocupa en la natu-
raleza, que a veces parece hacerse más pequeña ante los impresionantes avances
en el campo científico. Pero ningún animal ha alcanzado las propiedades exclu-
sivas del hombre, de racionalidad y de la ética, que sólo emanan de la libertad,
y son impensables sin ésta. El uso intencional del fuego, que se remonta como
mínimo a un millón de años, hace incuestionable que estas tres características
humanas ya existían entonces, y probablemente antes, lo que se verá cuando se
excave en el interior de las cavernas, pues la erosión ambiental ha hecho des-
aparecer la mayoría de los rastros de fuego en los hábitats de la humanidad an-
tigua.
Esa gran brecha es el vacío entre el poderoso pensamiento humano y el del
resto de primates, incluido el chimpancé. Nos separan del resto de los animales:
que quiere ser. Este es el fundamento de la ética. Pero ello excedería los límites
del presente capítulo.
Señalemos, para concluir, que la ciencia descubre casi constantemente nue-
vos marcadores genéticos, la mayoría resultado del Proyecto Genoma Humano,
destinado a curar enfermedades. Estos nuevos genes nos siguen mostrando la es-
trecha similitud entre los seres humanos y el resto de los primates en aspectos
hasta ahora insospechados.
¤ Editorial UOC 161 Capítulo V. Fundamentos filogenéticos...
Capítulo V
Fundamentos filogenéticos del sistema nervioso
Diego Redolar Ripoll
“En la edad media, solíamos llevar a los animales a juicio. Aunque parezca increí-
ble, presentábamos a animales ante un jurado y les hacíamos responsables de sus
actos. Entre los años 824 y 1845, en Europa, los animales no salían bien librados
cuando violaban las leyes de los hombres, o a veces cuando meramente les inco-
modaban. Al igual que los criminales comunes, también podían ser detenidos y
encarcelados (los criminales animales y humanos eran encerrados en la misma
prisión), acusados de cometer fechorías por las que eran juzgados. La justicia les
asignaba un abogado, que les representaba y les defendía en el juicio. Algunos
abogados se hicieron famosos por sus defensas de animales. Si el animal acusado
era declarado culpable, se le castigaba. El castigo solía ser de naturaleza retributi-
va, de modo que se le hacía al animal lo que él había hecho, fuera lo que fuere...
Una característica del cerebro humano, que es a la vez omnipresente y casi defi-
nitoria, es cuán reflexivamente construimos modelos en nuestra mente acerca de
las intenciones, sentimientos y finalidades de otros, incluyendo animales y obje-
tos.” (Michael S. Gazzaniga, 2010).
Figura 6.1
La conducta humana es fruto de la evolución, con lo que la historia evolutiva desempeña un papel primordial para entender las
variaciones acaecidas en el comportamiento a lo largo de la filogenia, gracias a la relación evolutiva del ser humano con otras es-
pecies. Por lo tanto, podemos destacar que el acervo genético del hombre abarca los éxitos adaptativos de sus antecesores. Asimis-
mo, la estimulación del medio externo y del medio interno del propio organismo desencadena una respuesta en éste, cuya finalidad
última es su adaptación al entorno cambiante. Entre el estímulo y la respuesta se posiciona el organismo, entendido en términos
biológicos. De esta forma, la conducta permite al organismo relacionarse de forma activa con el medio. En definitiva, la conducta
deriva de la actividad integrada del sistema nervioso y del sistema endocrino, mientras que los genes y todos los factores epigené-
ticos regulan la forma como se organizan y responden dichos sistemas.
Figura 6.2
Una perspectiva de los sistemas nerviosos. Anatomía general del sistema nervioso en animales representativos de seis tipos.
Figura 6.3
A) Aplysia en diferentes estados conductuales. En la parte izquierda de la imagen, el animal se desplaza lentamente. En el centro de la ima-
gen, podemos observar que la Aplysia alza la cabeza después de oler la comida en el agua. A la derecha de la imagen, se puede observar
que la Aplysia muerde. Esta babosa de mar dispone de un sistema nervioso compuesto por cuatro ganglios encefálicos y un ganglio abdo-
minal. Los cuatro ganglios encefálicos se encuentran conectados entre sí y con el ganglio abdominal. (Fuente: Timothy Kang, Jin-sheng Wu
y Jian Jing) B) Eric Richard Kandel (1929). A principios de la década de 1970, diferentes estudios en invertebrados mostraron que formas de
aprendizaje como la habituación, la sensibilización o incluso el condicionamiento clásico se basaban en cambios estructurales y funcionales
en las sinapsis entre las neuronas que mediaban la conducta modificada. En esta línea, destacan los trabajos del premio Nobel de Medicina
Eric Kandel. Kandel estudió con profusión el ganglio abdominal de la Aplysia. En la década de 1990, la aparición de técnicas de manipulación
génica permitió poder relacionar genes específicos con los mecanismos de plasticidad sináptica e incluso con la conducta y la cognición.
Del mismo modo, poder combinar estudios genéticos con estudios conductuales en Drosophila, Aplysia y ratones permitió identificar que
las formas de memoria declarativa y no declarativa compartían algunos elementos celulares y moleculares comunes. De este modo, se pudo
comprobar la existencia de varias moléculas de señalización críticas para convertir la plasticidad transitoria a corto plazo en una memoria
persistente a largo plazo, tanto para las memorias de tipo declarativo como no declarativo.
Figura 6.4
Medidas y formas de cerebros vertebrados. Estos cerebros ilustran la relación y diversidad existente entre vertebrados. La figura no intenta
sugerir una línea de descenso del cerebro humano y debemos tener en cuenta que los cerebros no están dibujados a la misma escala.
¤ Editorial UOC 171 Capítulo V. Fundamentos filogenéticos...
2. Las lampreas (vertebrados no mandibulados) son los vertebrados más antiguos desde el punto
de vista filogenético. Estos animales muestran una polarización rostro-caudal que divide el encé-
falo en tres regiones, el encéfalo anterior (bulbos olfatorios, hemisferios cerebrales, epífisis y dien-
céfalo), el encéfalo medio (mesencéfalo) y el encéfalo posterior (metencéfalo y mielencéfalo).
¤ Editorial UOC 172 Etología
Los periodos que pasamos durmiendo y en vigilia presentan una periodicidad. Si nos pa-
ramos a pensar, muchas de las conductas que implementamos en nuestra dinámica dia-
ria presentan cierta regularidad rítmica. Pero ¿qué es un ritmo circadiano? Un ritmo
circadiano es un ciclo rítmico de aproximadamente veinticuatro horas de duración, es
decir, un ciclo que ocurre con una periodicidad circadiana. Desde un punto de vista bio-
lógico, existen diferentes tipos de ritmos implicados en la regulación de varios procesos.
Sin ir más lejos, los diferentes estadios del sueño presentan una periodicidad de aproxi-
madamente noventa minutos de duración (ritmo ultradiano). En diferentes especies ani-
males, las conductas copulatorias se organizan en ciclos estacionales y se desencadenan
por diferentes mecanismos endocrinos y ambientales (ritmos infradianos).
Figura 6.5
El núcleo supraquiasmático del hipotálamo es el reloj interno más importante en el control de la temporización de los ciclos de sueño y
vigilia, dado que su lesión en animales de laboratorio suprime el ciclo circadiano de sueño-vigilia, a pesar de que estos animales presen-
taron la misma cantidad total de sueño que los animales sin lesión. El núcleo supraquiasmático del hipotálamo se halla regulado en un
ciclo de aproximadamente veinticuatro horas en ajuste a la rotación de la Tierra y a los ciclos de luz-oscuridad. Esta región hipotalámica
controla otras funciones que se sincronizan con el ciclo de sueño-vigilia como, por ejemplo, la secreción de determinadas hormonas, la
temperatura corporal, la producción de orina o la presión sanguínea. En la figura 6.5, se observa la disposición del núcleo supraquias-
mático en reptiles y su relación con la información lumínica parietal. Un reptil utiliza información, como el color, la intensidad de la luz
y la duración del día y de la noche, para ajustar la conducta a los cambios de estación.
¤ Editorial UOC 173 Capítulo V. Fundamentos filogenéticos...
Llegados a este punto, surge una cuestión muy interesante relacionada con
la evolución del sistema nervioso de los vertebrados y la regulación del medio
interno: ¿por qué dormimos? Se trata de una cuestión que hoy en día no está
resuelta. No obstante, existen diferentes hipótesis que intentan dar una respues-
ta a la misma. Inicialmente, se plantearon dos grupos de teorías:
El delfín del río Indo del Pakistán (Platanista indi) es una especie de delfín que carece
de cristalinos, de manera que es ciego, ya que la visión no le sirve de mucho en las
oscuras aguas. Aunque está capacitado para diferenciar la intensidad y la dirección de
la luz, su navegación y la caza se llevan a cabo por ecolocalización. Este mamífero ma-
rino no puede dejar de nadar. Por ello, dormir representa un grave peligro para el ani-
mal. Sin embargo, y aunque evolutivamente habría sido la mejor estrategia
adaptativa, el sueño se ha conservado en esta especie. Estos animales duermen un to-
tal de unas siete horas diarias, pero en intervalos que duran entre cinco y cincuenta
segundos. Otros mamíferos marinos presentan un sueño unihemisférico, por el que
alternan los hemisferios.
¤ Editorial UOC 175 Capítulo V. Fundamentos filogenéticos...
Tabla 6.1
piados (desde un punto de vista energético) y para poder distinguir este tipo
de alimentos del resto es importante contar con el tálamo y con los hemis-
ferios cerebrales. En los animales ectotermos, tal como hemos visto, la regu-
lación corporal no se da por proceso metabólico, como en el caso de los
mamíferos, sino por una actividad específica: la búsqueda de calor de fuentes
externas. En este caso, lo que resulta importante es la capacidad para locali-
zar las fuentes de calor externas.
Las serpientes son animales ectotermos, es decir, animales que toman su temperatura
del medio. La regulación corporal no se da por proceso metabólico, como en el caso
de los mamíferos, sino por una actividad específica: la búsqueda de calor de fuentes
externas. Además, una serpiente puede estar semanas sin probar bocado. Se trata de
animales muy inactivos y que pasan largas horas durmiendo.
Figura 6.6
Regiones del cerebro en seis clases de vertebrados. Aparecen aquí cerebros representativos de seis clases importantes de vertebra-
dos en un árbol filogenético. Las primeras ramas revolucionarias aparecen en la parte inferior y las ramas más recientes, en la parte
superior del árbol. En cada cerebro, los hemisferios cerebrales aparecen de color naranja, el cerebelo, verde y el techo óptico (co-
lículo superior en vertebrados mamíferos y tectum o techo óptico en vertebrados no mamíferos), granate. En la imagen, se puede
observar el tamaño relativamente grande de los hemisferios cerebrales y el cerebelo en los cerebros de la rata (ejemplo de mamífero)
y el pájaro (modificado de Northcutt, 1981).
Figura 6.7
Comparación del cerebro humano y del de la rata. Perspectivas del sagital medio del hemisferio
derecho del cerebro humano y del de la rata. El cerebro de la rata ha sido ampliado seis veces
en dimensiones lineales con el cerebro humano. En ambos cerebros, las estructuras principales
son las mismas y tienen idénticas relaciones topológicas el uno con el otro. En la imagen, se
puede observar que los hemisferios son relativamente más grandes que en el cerebro humano,
mientras que la rata tiene un cerebro medio y un bulbo olfatorio relativamente más grandes.
para posibilitar una respuesta rápida y efectiva para evitarlo o afrontarlo. En los
primates, parece ser de cardinal importancia para el procesamiento de algunos as-
pectos de la cognición social.
Figura 6.8
Figura 6.9
Figura 6.10
En la imagen, podemos ver la organización laminar de la corteza en el ser humano. La región más primitiva de la corteza (la arqui-
corteza) presenta tres capas diferenciadas de células, mientras que la paleocorteza (más reciente desde un punto de vista filogené-
tico) presenta entre cuatro y cinco capas. Estas regiones reciben el nombre de alocórtex y corresponden fundamentalmente a la
parte medial del lóbulo temporal. El resto de la corteza (la neocorteza) es más nueva filogenéticamente hablando y presenta seis
capas de células (es lo que se denomina isocórtex).
Figura 6.11
El mismo tipo de neuronas en especies diferentes. Estas neuronas piramidales desde la corteza motora de di-
ferentes mamíferos están dibujadas a la misma escala. (Modificado de Barasa, 1960)
Figura 6.12
En la década de 1930, Wilder Penfield llevó a cabo un análisis de la corteza de diferentes pacientes que iban
a someterse a cirugía cerebral. Este neurocirujano descubrió que la región de la corteza que procesaba la in-
formación sensorial y la región que se encargaba de poner en marcha las órdenes motoras se organizaban de
una forma topográfica como si se tratara de mapas. En la imagen, podemos ver la disposición topográfica de
la corteza responsable de procesar la información del tacto, la temperatura y el dolor, la denominada corteza
somatosensorial primaria. Lo que hizo Penfield fue registrar la actividad eléctrica que mostraba la corteza tras
la estimulación mecánica de diferentes zonas del cuerpo. Asimismo, también estimuló eléctricamente dife-
rentes zonas de la corteza somatosensorial y analizó las sensaciones táctiles que provocaba dicha estimulación
en diferentes zonas del cuerpo. (Adaptado de Penfield y Rasmussen, 1950)
bién a la inversa. Por este motivo, el tamaño de la representación cortical puede va-
riar en función del uso y de la experiencia. Lo mismo ocurre en caso de lesiones.
Cuando hay una lesión en alguna de las vías o los sistemas que llevan la informa-
ción a la corteza, la región que queda desprovista de entrada de información pasa a
ocuparse de procesar la información de otras regiones que sí envían información a
la corteza sensorial. Asimismo, comparando diferentes especies de animales, el es-
pacio relativo dentro de la corteza cerebral que ocupa una de las modalidades sen-
soriales antes comentadas puede verse modificado por el nicho ecológico que
ocupa cada animal.
mos a una persona ciega que comienza a leer textos en braille. A medida que va in-
crementando su experiencia con este método de lectura, su capacidad de
discriminación a través de las yemas de los dedos aumenta notablemente, de ma-
nera que termina por ser capaz de leer páginas escritas con este sistema.
Figura 6.13
A) Geco diurno de Madagascar (Phelsuma madagascariensis madagascariensis). B) Geco nocturno tokay (Gekko gecko). El
espacio relativo dentro de la corteza cerebral que ocupa una modalidad sensorial (por ejemplo, la visual) puede verse
modificado por el nicho ecológico que ocupa cada animal. Los gecos nocturnos presentan menos células nerviosas por
mm2 en la corteza visual que los gecos diurnos. Foto del geco diurno de Manuel Werner, foto del geco nocturno de Man-
fred Werner.
Figura 6.14
Existen notables diferencias en cuanto al tamaño relativo de las áreas de la corteza mo-
tora primaria donde se representan las diferentes regiones corporales cuyos músculos
desempeñan una función importante en conductas específicas propias de cada animal.
Tal como hemos indicado antes, la rata es un mamífero nocturno que utiliza las vibrisas
para desenvolverse en un entorno nocturno. La representación de las vibrisas en la cor-
teza motora es muy prominente. Lo mismo ocurre con el tamaño que ocupan en la cor-
teza motora primaria la representación de las manos y los dedos en el caso de los
primates. Los músculos de los dedos y de las manos tienen una importancia primordial
para el agarre y la manipulación de los objetos, conductas características de los prima-
tes. Los primates cuentan con un mínimo de nueve áreas promotoras mientras que los
mamíferos no primates tienen sólo de dos a cuatro.
¤ Editorial UOC 190 Etología
Los monos rhesus, al igual que otros primates e incluso los mapaches, son capaces de
mover los dedos con gran destreza, lo que les confiere la capacidad de manipular ob-
jetos. La corteza motora primaria que envía proyecciones a los músculos de los dedos
se encuentra muy desarrollada y ocupa más espacio relativo que en otros mamíferos
que no despliegan esta capacidad de movimiento dáctilo en sus patrones de conduc-
ta. Asimismo, además del tamaño cortical de la región que representa los dedos, tam-
bién se da un mayor desarrollo del tracto corticoespinal, que es el que permite el
control cortical directo de los músculos de los dedos.
Autores como Todd Preuss sugieren que, comparando el lóbulo frontal del ser huma-
no con otros primates, el porcentaje de la corteza prefrontal con respecto a la corteza
frontal puede haber cambiado y es mayor en el ser humano. Thomas Schoenemann
y colaboradores han mostrado que la sustancia blanca prefrontal es, en proporción,
mucho mayor en los seres humanos que en otros primates, lo que sugiere un grado
superior de conectividad en esta parte del encéfalo. Por otro lado, Semendeferi ha
confirmado que el área 10 de la corteza prefrontal es dos veces mayor en los seres hu-
manos que en los simios.
El planum temporale es una región cortical que en el ser humano se encuentra aso-
ciada al procesamiento de la información relacionada con el lenguaje. Esta región
presenta asimetría estructural y es mayor en el hemisferio izquierdo que en el de-
recho en los seres humanos, en los chimpancés y en los monos rhesus. A escala mi-
croscópica, el cerebro humano se distingue del de los otros dos primates en tanto
que presenta unas minicolumnas corticales mayores y en que la región entre co-
lumnas es más amplia en el hemisferio izquierdo que en el derecho, mientras que
en el caso de los monos rhesus y los chimpancés las columnas y el área entre co-
lumnas son del mismo tamaño en ambos hemisferios cerebrales.
Figura 6.15
Con relación al cerebelo, se trata de una de las excepciones del encéfalo pos-
terior, ya que ha presentado una enorme variedad a lo largo de la filogenia en
los vertebrados.
De forma progresiva, el cerebelo ha ido recibiendo e integrando información
sensorial de diferentes modalidades (visual, auditiva, vestibular y somatosenso-
rial), lo que permite un control preciso del equilibrio del cuerpo, la coordina-
ción de los movimientos e incluso el aprendizaje de destrezas motoras.
¤ Editorial UOC 193 Capítulo V. Fundamentos filogenéticos...
Tabla 6.2
Clasificación filogenética Clasificación funcional
Arquicerebelo Vestibulo-cerebelo
(flóculo-nódulo Equilibrio, movimientos
+parte inferior del vermis)) coordinados cabeza-ojos
Paleocerebelo
Espino-cerebelo
(mayor parte del vermis)
Neocerebelo Tono muscular, movimiento
del tronco y las extremidades
(mayor parte hemisferios)
Pontocerebelo
Precisión del movimiento
Figura 6.16
Clasificación filogenética y funcional del cerebelo (A) y representación estructural de los diferentes componentes anatómicos de
esta estructura (B). El cerebelo se puede dividir en diferentes regiones, teniendo en cuenta el desarrollo filogenético. El arquicere-
belo es el más antiguo desde un punto de vista filogenético y está formado por el lóbulo floculonodular. Es el único componente
del cerebelo que encontramos en los peces. El paleocerebelo está formado por la mayor parte del vermis; ya lo encontramos en
anfibios superiores. El neocerebelo está formado por porciones laterales de los hemisferios y el vermis superior del lóbulo posterior.
Sólo se encuentra en mamíferos (máximo desarrollo en los humanos). Las diferentes aferencias y eferencias de las distintas zonas
del cerebelo establecen tres unidades funcionales, que son el vestibulocerebelo, el espinocerebelo y el cerebrocerebelo. El vestibu-
locerebelo se corresponde con el arquicerebelo; recibe y envía información al órgano vestibular y a los núcleos vestibulares. Tiene
como funciones el ajuste del tono muscular como respuesta a estímulos vestibulares, por lo que está relacionado con el manteni-
miento del equilibrio y con otras respuestas motoras relacionadas con la estimulación vestibular. El espinocerebelo se corresponde
aproximadamente con el paleocerebelo; recibe información procedente de la médula (información propioceptiva y exteroceptiva)
por medio de los fascículos espinocerebelosos, junto con información de la corteza cerebral. El cerebrocerebelo se corresponde con
el neocerebelo; recibe aferencias de zonas extensas de la corteza cerebral (por medio de la protuberancia - fibras pontocerebelosas)
y también de la oliva inferior (fibras olivaricerebelosas).
¤ Editorial UOC 194 Etología
Figura 6.17
¿Cuál de ellos tiene el cerebro de mayor tamaño? Para esta muestra de mamíferos de mayores a menores, la respuesta depende
del tamaño que se utiliza, peso total del cerebro (parte superior), peso del cerebro como porcentaje del peso corporal (parte central)
o el factor de encefalización (parte inferior).
Tabla 6.3
Especie Cociente de encefalización
orca 2,57-3,3
chimpancé 2,2-2,5
ballena 1,8
elefante 1,13-2,36
perro 1,2
gato 1,00
caballo 0,9
oveja 0,8
ratón 0,5
rata 0,4
conejo 0,4
Se calcula que existen 100 billones de neuronas en el sistema nervioso del ser
humano y unas diez veces más de células gliales. Investigaciones recientes que
han utilizado métodos novedosos para determinar la composición celular del ce-
rebro humano y de otros primates, así como de roedores e insectívoros han mos-
trado que, en tanto que se han aplicado diferentes reglas de escalamiento celular
a los cerebros de diferentes especies, el tamaño del encéfalo no se debería consi-
derar como un representante adecuado para estimar el número de neuronas. Di-
chos estudios también han mostrado que el cerebro humano no es una excepción
con relación a su composición celular. Por añadidura a todo esto y en relación con
el gran desarrollo experimentado por la corteza cerebral en el ser humano, ésta
contiene sólo el 19% de todas las células cerebrales, una fracción que es similar a
la encontrada en otros mamíferos. No obstante, y en relación con el número ab-
soluto de neuronas, el cerebro humano presenta dos ventajas si lo comparamos
con el cerebro de otros mamíferos. Comparado con el cerebro de los roedores y,
probablemente con el cerebro de las ballenas y de los elefantes, el cerebro huma-
no se encuentra diseñado arquitectónicamente para ocupar el menor espacio po-
sible, aspecto que también puede ser aplicado a otros primates. No obstante, la
diferencia entre el ser humano y el resto de primates es que el primero contiene
mayor número de neuronas. Basándose en estos datos, algunos autores han pro-
puesto la hipótesis de que las capacidades cognitivas dependerían más del núme-
ro absoluto de neuronas que del tamaño corporal o de la encefalización.
¿Qué factores fisiológicos, ecológicos y conductuales han contribuido a lo
largo de la historia filogenética al desarrollo diferencial del encéfalo? Analice-
mos, en primer lugar, las estrategias reproductivas y de cuidado de la progenie.
Una hembra de anaconda verde (Eunectes murinus) puede parir entre veinte y
cuarenta crías. Éstas no recibirán cuidados parentales y tendrán que valerse por
sí mismas desde los primeros minutos de vida. Por otro lado, una hembra de bo-
nobo (Pan paniscus) cuidará a su cría durante aproximadamente cinco años.
Existen dos estrategias principales de cuidado entre diferentes especies de verte-
brados. Por un lado, la implementada por animales que tienen muchas crías y
que ofrecen pocos o ningún cuidado parental a las crías después del nacimiento
y, por otro lado, la implementada por especies que tienen muy pocas crías y se
aplican con esmero en los cuidados posnatales durante un tiempo considerable.
En el caso de la anaconda, sus crías nacerán con unos 70/80 centímetros de lon-
gitud, pero crecerán rápidamente hasta alcanzar su madurez sexual en los pri-
¤ Editorial UOC 199 Capítulo V. Fundamentos filogenéticos...
meros años de vida. Por otro lado, en el caso de las crías de bonobo, éstas
crecerán de una forma lenta y pausada hasta alcanzar la madurez sexual en tor-
no a los 14 años de edad. En el primer tipo de estrategia reproductiva, las crías
presentan un rápido desarrollo con una pronta madurez sexual, en el segundo,
el desarrollo es más lento y la madurez sexual se alcanza con posterioridad. En
el primer tipo de estrategia, hay mayor número de crías en comparación con el
segundo. Al diferenciarse las dos estrategias en el tiempo que los progenitores
destinan al cuidado posnatal de la progenie, nos encontramos con que, a mayor
tiempo de cuidado parental, la posibilidad de que las crías aprendan de sus pro-
genitores es notable. Basándose en estos datos, algunos autores han sugerido
que la selección natural ha favorecido el desarrollo del sistema nervioso subya-
cente a la capacidad de aprendizaje posnatal por parte de las crías en aquellas
especies que utilizan la segunda estrategia reproductiva.
Figura 6.18
En las noches frías de las selvas húmedas del África central, las madres bonobo abra-
zan a sus crías que, al nacer, presentan mermada su capacidad termorreguladora. Los
bonobos se dividen en grupos durante el día para buscar comida y luego se reúnen
¤ Editorial UOC 200 Etología
para dormir en los árboles en nidos que construyen para tal efecto. El vínculo de una
madre bonobo con su cría es muy fuerte. Ésta le enseña a buscar comida y a fabricar
nidos para mantener la temperatura corporal constante.
Las aves nidífugas (como las crías de avestruz, Struthio camelos) poseen al nacer un es-
tado de desarrollo avanzado y son capaces de llevar una vida independiente de sus
progenitores. Por lo general, dejan el nido apenas salen del cascarón y son capaces de
movilizarse y de controlar su temperatura. Las aves nidícolas, por su parte, nacen en
un estado de desarrollo menos avanzado y necesitan el cuidado de sus progenitores,
por lo que permanecen en el nido hasta alcanzar el desarrollo. Las aves nidícolas tie-
nen encéfalos aproximadamente dos veces más grandes que las aves nidífugas del
mismo tamaño.
En general, podemos decir que los mamíferos con mayores cocientes de en-
cefalización muestran una tendencia más marcada en comparación con los
mamíferos con cocientes menores a ocupar nuevos espacios en el ecosistema.
En este sentido, es necesario tener presente que diferentes factores han podido
contribuir a generar una presión selectiva en relación con el desarrollo del en-
céfalo y las capacidades sensoriomotoras y cognitivas. En relación con el ni-
cho ecológico, algunas especies mantuvieron su posición en un hábitat
fundamentalmente arborícola, mientras que otras ocuparon otros nichos ca-
rentes de árboles. La vida arborícola pudo contribuir al desarrollo de la coor-
dinación sensoriomotriz en tanto que, para poder desenvolverse con éxito en
este tipo de hábitat, es necesario poder coger las ramas con exactitud, saltar
calculando muy bien las distancias y todo ello acompañado por el desarrollo
de la facultad de integrar las imágenes provenientes de los dos ojos en una sola
y obtener una percepción en tres dimensiones. Estas capacidades dependen de
regiones corticales concretas que tuvieron que aparecer para poder permitir
una interacción adaptativa en un medio arborícola. En el caso de las aves, por
ejemplo, el nicho ecológico que ocupan también puede ayudar a explicar el
tamaño del encéfalo que presentan, dado que las aves arborícolas presentan
encéfalos más grandes en comparación con las aves terrestres.
Varios estudios han encontrado una relación importante entre tamaño en-
cefálico y longevidad. No obstante, hemos de tener presente que vivir mu-
chos años no es un factor que tenga que promover el desarrollo del sistema
nervioso en tanto que animales muy longevos como las tortugas presentan
cocientes encefálicos muy bajos. De todas formas, algunos autores han suge-
rido que, si un organismo presenta un cociente encefálico superior a 1 y además
tiene una vida longeva, podría haber una presión selectiva que favoreciese
que el desarrollo de ciertas regiones del sistema nervioso para posibilitar la ca-
pacidad de aprender y de hacerse acopio de las experiencias pasadas, dado
que si la vida es larga puede resultar muy adaptativo poder almacenar la in-
formación de forma que se puedan evitar las fuentes de peligros potenciales
y la obtención de alimentos en diferentes circunstancias, de modo que, por
ejemplo, si se da un ciclo de vacas flacas se pueda acceder a fuentes alternati-
vas de alimentos.
¤ Editorial UOC 202 Etología
Figura 6.19
En relación con los alimentos, otros trabajos han mostrado que, dentro de los
primates, el tamaño del encéfalo puede variar en función de los regímenes nutri-
cionales, en tanto que primates frugívoros (que se alimentan de frutas) presentan
encéfalos mucho mayores que primates folívoros (que se alimentan de hojas y
corteza de los árboles). En este sentido, para que un animal pueda alimentarse de
fruta, necesita tener las capacidades perceptivas que le permitan distinguir las fru-
tas que están maduras de aquellas que no lo están (vista y olfato). Necesita tam-
bién contar con los recursos que le posibiliten almacenar la información sobre la
ubicación de los diferentes árboles frutales en el espacio y sobre el momento de
maduración de los frutos de los mismos. Todas estas capacidades requieren de un
sustrato neural subyacente.
Otro aspecto importante podría estar constituido por las interacciones ecológi-
cas acaecidas entre diferentes especies que han implementado una presión selectiva
en relación con el desarrollo del sistema nervioso. Por ejemplo, un aumento del de-
sarrollo de las capacidades sensoriomotoras de diferentes mamíferos herbívoros po-
dría implicar una presión selectiva sobre dichas capacidades en mamíferos
carnívoros, dado que sólo podrán subsistir y procrear aquellos animales que pue-
dan alimentarse correctamente. Y en sentido contrario, sólo los herbívoros con ca-
pacidades efectivas de huída de sus depredadores podrán trasmitir sus genes. Esto
podría explicar un desarrollo del sistema nervioso paralelo e interdependiente.
En el caso de los primates y los mamíferos marinos, las interacciones sociales
constituyen uno de los factores cardinales en relación con el desarrollo del en-
¤ Editorial UOC 203 Capítulo V. Fundamentos filogenéticos...
céfalo. De esta forma, parece existir una importante relación entre el tamaño del
grupo y el tamaño de la neocorteza. Una vida en sociedad implica la aparición
de una serie de capacidades cognitivas y emocionales que permitan al sujeto res-
ponder de forma flexible y adaptativa a las normas y a la dinámica de una vida
en sociedad.
Robin Dunbar ha establecido una correlación entre el tamaño del grupo social y el
tamaño del encéfalo en primates y simios. Según este autor, existen dos escalas dife-
rentes y paralelas, una para los simios y otra para los demás primates. En ambos casos,
cuanto mayor es la neocorteza más grande es el grupo social. No obstante, en com-
paración con los demás primates, en el caso de los simios, un tamaño grupal deter-
minado requiere un mayor tamaño neocortical. Este autor sugiere que el aumento del
tamaño de los grupos sociales se podría deber al problema ecológico del riesgo de de-
predadores y a que la presión y complejidad de vivir en grupos sociales cada vez de
mayor tamaño impulsara el desarrollo del tamaño del encéfalo.
Capítulo VI
Ontogenia del comportamiento
Bettina Tassino Benítez
néticas que canalizan selectivamente la atención hacia algunos aspectos del am-
biente. Estas restricciones han moldeado la evolución de tendencias a aprender
de forma eficiente los tipos de información que favorecen la supervivencia y
maximizan el éxito reproductivo.
Nuevas teorías y un robusto cuerpo de evidencia empírica sostienen que la
red de mecanismos y procesos involucrados en el desarrollo de la conducta co-
necta desde la ejecución de las pautas más rígidas que prescinden de la experien-
cia, hasta complejas transformaciones producto de interacciones sociales.
miento en este texto, con la ambición de abarcar los mecanismos y las causas
próximas que subyacen a los procesos de desarrollo hasta llegar a los aspectos
funcionales y evolutivos que arrojan luz sobre el significado adaptativo de estos
cambios.
Figura 5.1
mas móviles que simulaban cabezas de gaviotas adultas (figura 5.2). A cada uno de
los pichones, el día de la eclosión se les permitía realizar una docena de picotazos
en el modelo, para luego ser colocados en un nido en el campo y ser normalmente
alimentado por gaviotas adultas. Durante una semana, a esos polluelos se les reali-
zaba una prueba con el modelo. Estas pruebas mostraron que los pichones mejoran
la puntería a medida que ganan experiencia en la práctica de solicitar el alimento.
En cambio, los pichones utilizados como control, a los que solamente se les exhibió
modelos, mantuvieron desempeños pobres durante toda la experiencia.
Figura 5.2
a) Esquemas presentados a los pichones de gaviota para probar la puntería del picotazo
de solicitación de alimento, representada a través de los puntos. El primer esquema re-
gistra la prueba del individuo recién nacido y el segundo la del mismo individuo dos días
más tarde. b) En la gráfica se exhibe la mejora de la puntería del picotazo en un grupo
de pichones alimentados por gaviotas adultas, probada a través de la presentación de
diagramas como los de la figura superior (Hailman, 1978, pág. 291).
¤ Editorial UOC 214 Etología
Es el caso de una especie de reptiles –los geckos leopardos– para la cual, según los hue-
vos sean incubados a temperaturas extremadamente altas o bajas, eclosionan sola-
mente hembras, pero si son incubados a temperaturas intermedias, eclosionan tanto
machos como hembras. A su vez, las hembras originadas a partir de la incubación a
diferentes temperaturas poseen entre ellas diferencias comportamentales en los nive-
les de agresividad y de actividad sexual (Crews y Groothuis, 2005).
4.1. Habituación
Figura 5.3
En los experimentos sobre condicionamiento realizados por Pavlov, las glándulas salivales de los perros, a través de una
fístula, se conectaban mediante un tubo a un depósito, donde se cuantificaba la saliva segregada frente a los estímulos
presentados (Manning y Dawkins, 1992, pág. 127).
En peces tropicales de agua dulce, los gouramis azules (Trichonogaster tricopterus), Ka-
ren Hollis (1999) demostró las ventajas de aprender a asociar estímulos ambientales
con la aparición de eventos de importancia biológica. Esta capacidad de aprendizaje
mejora el desempeño de los animales tanto en la defensa de sus territorios como en
la obtención de beneficios reproductivos. Durante los experimentos, la aparición de
un macho rival en el territorio de un macho residente, señalizada mediante un estí-
mulo luminoso, generó una defensa territorial más agresiva que la invasión no seña-
lizada. La gráfica muestra con claridad que los peces condicionados incrementaron
sus despliegues agresivos (puntos oscuros) frente a los individuos control, en que la
aparición de rivales fue menos predecible por la ausencia de condicionamiento (pun-
tos claros).
Además, Hollis puso en evidencia que los machos que aprenden a anticipar la apari-
ción de una hembra son capaces de atenuar la respuesta inicial agresiva sin compro-
meter la defensa territorial, desovan más rápido, se aparean mayor número de veces
y poseen más descendencia en promedio, que aquellos que no tienen el beneficio de
una señal.
cias realizadas en el campo con maniquíes, han demostrado que las respuestas
hacia objetos naturales complejos son desencadenadas por unas pocas caracte-
rísticas simples (estímulo signo), las cuales poseen efectos aditivos (suma hete-
rogénea). Por otro lado, las experiencias en los laboratorios, realizadas por los
psicólogos comparatistas, se han servido del aprendizaje discriminatorio para
explorar si los animales son capaces de distinguir elementos complejos y reco-
nocer categorías o conceptos. La exploración exhaustiva de los mecanismos que
subyacen al aprendizaje discriminatorio nos aproxima también a evaluar las ca-
pacidades sensoriales que sustentan las diferentes elecciones que realizan los
animales.
Tal como propuse hasta ahora, el aprendizaje asociativo no solamente es una
forma de “entrenar” a los animales en el laboratorio, sino que subyace a proce-
sos complejos de ajuste del comportamiento al ambiente local. El condiciona-
miento instrumental posee un valor adaptativo adicional como generador de
innovaciones comportamentales, que acrecientan el repertorio de soluciones y
respuestas del individuo frente a los diversos problemas que afronta.
Con el objetivo de determinar si los machos son capaces de distinguir entre hem-
bras de diferentes condiciones reproductivas y utilizar esta información para guiar
sus futuras búsquedas de pareja, Patricia Schwagmeyer (1995) realizó un exhaustivo
trabajo de campo en dos poblaciones de ardillas de tierra (Spermophilus tridecemli-
neatus). Junto con sus colaboradores, determinó el área de actividad de las hembras
de estas poblaciones, así como su estado reproductivo y el grado de interacción con
los machos que visitan estas áreas en busca de pareja. Las experiencias se basaron
en la remoción temporal de las hembras de sus madrigueras el día siguiente al que
fueron visitadas por un macho, y en la cuantificación del comportamiento de los
machos al volver a explorar las áreas donde previamente se produjo un encuentro.
El comportamiento de los machos frente a la ausencia de la hembra dependió del
estado reproductivo de ésta: buscaron de manera más persistente y extensa a las
hembras que estaban en celo, frente a las que no lo estaban. Estos resultados evi-
dencian que los machos de esta especie son capaces de identificar a las hembras de
la población que rondan su período de receptividad sexual, de ubicarlas espacial-
mente y de realizar búsquedas prioritarias de estas hembras en particular. Es eviden-
te que la exploración y la integración de información compleja adquirida
previamente beneficia la competitiva búsqueda de pareja y habilita la planificación
de actividades futuras.
Experiencias pioneras de Harry Harlow (1949) realizadas con monos rhesus, pusieron
en evidencia la capacidad de estos animales de resolver problemas rápidamente al
aplicar la experiencia obtenida frente a similares situaciones.
Cuadro 4
Facilitación social
Los individuos son más propensos a desempeñar una pauta de conducta en compañía
de otros que también la están ejecutando. Por ejemplo, el bostezo, que es una con-
ducta socialmente facilitada entre las personas.
Condicionamiento observacional
Los individuos asocian una señal o un objeto con un estado afectivo, o con un com-
portamiento, en virtud de cómo responde el demostrador ante esos estímulos.
Emulación
Los individuos copian algunos de los elementos que componen una acción compleja.
Por ejemplo, después de haber visto a un demostrador utilizar hábilmente un rastrillo
para arrastrar alimento hacia sí mismo, el observador recoge el rastrillo al revés y lo
mueve en dirección a la comida. Se aplica la calificación en referencia tanto a los ele-
mentos de la secuencia aparentemente emulada, como al objetivo de la emulación.
Imitación
Los individuos realizan la misma acción que el demostrador en virtud de que han pre-
senciado la ejecución de esa pauta. Para aplicar la calificación a una acción, esta debe
ser nueva en el repertorio comportamental, lo que excluye fenómenos tales como co-
piar la elección de pareja.
manes (1885). En esa dirección, en los últimos 30 años, los temas relacionados
con el aprendizaje social han adquirido un enorme desarrollo, tanto en los as-
pectos teóricos como en su contraste empírico.
Uno de los temas que ha suscitado mayor interés es el que está vinculado con
las influencias sociales que inciden en los comportamientos de alimentación.
Para los animales que se alimentan de forma activa, un individuo que encuentra
comida se transforma en una buena fuente de información acerca de dónde bus-
car el alimento, qué elementos ingerir y cuáles evitar e, inclusive, cómo mani-
pularlos. Es clara la ventaja que esto reporta a los individuos, quienes, en lugar
de explorar y experimentar por sí mismos, utilizan esa información y así aho-
rran tiempo y energía que queda disponible para otras actividades.
Mediante la descripción de algunos ejemplos, veremos la diversidad de for-
mas en que las influencias sociales modelan el comportamiento de forrajeo en
aves y mamíferos (Galef y Giraldeau, 2001; Heyes y Galef, 1996):
coz corren por los alrededores del nido poco tiempo después de la eclosión de los
huevos. No obstante, evitan alejarse de su madre en momentos en que todavía
necesitan calor y protección, y lo logran mediante una rápida preferencia por
seguirla a ella frente a cualquier otro objeto que se mueva. Lorenz le atribuyó
características especiales a este proceso de adquisición de preferencias sociales,
características que lo llevaron a distinguirlo de otros tipos de aprendizaje. Según
su firme convicción, el troquelado sólo ocurre en un período crítico temprano en
la vida, después del cual es irreversible. Además, influye en comportamientos que
pueden no exhibirse en el momento del aprendizaje, como ser, por ejemplo, el
comportamiento sexual en la etapa adulta. Y por último, a través del troquelado
el animal aprende las características propias de su especie de la experiencia con
un individuo particular, que normalmente es la madre.
A lo largo de los años, y después de mucha experimentación en este tema,
se ha atenuado el carácter especial de las propiedades sugeridas por Lorenz
para este tipo de aprendizaje. Hoy en día se ha reemplazado el término período
crítico por período o fase sensible, en el entendido de que la sensibilidad frente
a los estímulos se desarrolla de manera gradual. También se ha obtenido evi-
dencia de que las preferencias por objetos inadecuados pueden revertirse fren-
te a estímulos más naturales. Finalmente, a pesar de que es una clase de
aprendizaje que ocurre en algunas especies, y solamente en determinados mo-
mentos de la vida, el troquelado comparte muchas propiedades con otras for-
mas de aprendizaje.
En definitiva, la esencia de lo que hoy conocemos como troquelado o im-
pronta filial es que, a través de la simple exposición a un estímulo, durante un
período sensible, el animal aprende sus características y establece un comporta-
miento filial preferente hacia ese estímulo (Bateson, 1971; Shettleworth, 2010)
(véase también capítulo I, “Historia de la etología”).
Podemos afirmar que el juego es una conducta propia de las etapas juve-
niles y que está presente, fundamentalmente, en los mamíferos, aunque
se ha reportado también en algunas especies de aves y de manera ocasio-
nal en reptiles (Bugnyar, Stöwe y Heinrich, 2007; Burghardt, 1998).
Además, el juego incluye una amplia variedad de conductas, como ser las in-
teracciones sociales, la manipulación de objetos y la ejecución de movimientos
individuales que, en muchos casos, parecen ser “ensayos” de las conductas adul-
tas. Por lo tanto, en la mayoría de los casos, la descripción de los patrones de
comportamiento implicados en el juego no difiere de las que se observan en los
adultos, con la dificultad que esto implica en el momento de distinguir con ri-
gurosidad lo que es el juego de lo que es el comportamiento “real”. Una de las
¤ Editorial UOC 234 Etología
Al igual que ocurre en el cuento para niños, en el que Cenicienta deja de ser
una joven ignorada y se transforma en una princesa, la investigación en torno
a la ontogenia del comportamiento ha superado su período deslucido, y en la
actualidad se encuentra en una etapa de resurgimiento muy prometedora. Así
lo documenta el profuso material publicado recientemente, donde se recogen
interesantes aproximaciones teóricas (Bateson y Martin, 2000; Oyama, 2000;
Oyama, Griffiths, y Gray, 2001), y aportes novedosos provenientes del trabajo
experimental (Bee y Gerhardt, 2002; Crews y Groothuis, 2005; Hogan y Bolhuis,
2005; Stamps, 2003).
Lejos de las explicaciones reduccionistas, el desarrollo del comportamiento
se entiende, hoy en día, como una intrincada trama de relaciones entre múlti-
ples factores, de donde emergen diversas estrategias. La teoría de los sistemas de
desarrollo, propuesta por Susan Oyama (2000), propone que la ontogenia es un
proceso de continua interacción entre recursos heterogéneos que incluyen to-
dos los niveles de organización de la vida, desde el nivel molecular hasta el eco-
lógico. En esta concepción se intenta restar protagonismo a la información
genética como la causa determinante del desarrollo, a la vez que se incrementa
la importancia del contexto en el que se expresa esa información. A su vez se
amplían los mecanismos de la herencia entendida como transferencia de infor-
¤ Editorial UOC 238 Etología
Capítulo VII
Eto-ecología
Diversos estudios indican que la decisión para elegir un hábitat está estrecha-
mente relacionada con las causas próximas y últimas (Rosenwieg, 1981). Las
causas próximas actúan en los individuos como señales que permiten determi-
nar la conveniencia de un sitio. El éxito reproductivo y la sobrevivencia son las
¤ Editorial UOC 243 Capítulo VII. Eto-ecología
El uso del espacio por los animales sucede como resultado de la combinación
de factores internos (p. ej., fisiología y morfología) y externos como el ambiente
(p. ej., temperatura, precipitación, humedad, etc.) (Giuggioli et al., 2006). Estu-
dios llevados a cabo con mamíferos han demostrado que los animales ocupan
sólo una porción de su espacio denominado ámbito hogareño (Burt, 1943).
Otros estudios indican que el tamaño de los ámbitos hogareños está en función
de la masa corporal o de la tasa metabólica de cada especie (Jetz et al., 2004). Por
tanto, la dimensión del ámbito hogareño es un umbral entre dos aspectos pri-
mordiales: la habilidad para el aprovechamiento de los recursos y la respuesta a la
intrusión (Giuggioli et al., 2006). Esto significa que, por un lado, el ámbito hoga-
reño debe ser lo suficientemente grande para satisfacer los requerimientos ener-
géticos, y por otro lado, tiene que ser lo adecuadamente pequeño para que el
individuo residente lo defienda de la intrusión de conespecíficos que pretenden
acceder a los mismos recursos (Buskirk, 2004).
El tamaño y la forma de los ámbitos hogareños están íntimamente relacio-
nados con una variedad de fenómenos ecológicos y conductuales que incluyen
¤ Editorial UOC 244 Etología
1.2.1. Dispersión
1.2.2. Filopatría
El término filopatría proviene de una combinación del prefijo filo (del griego
philos, 'amado') y del Latín patria, que significa 'patria' o 'tierra natal'. Este tér-
mino fue empleado inicialmente en el contexto ornitológico y se ha aplicado a
dos tipos de comportamientos observados en aves que son fieles a su lugar de
nacimiento (Dobson y Jones, 1985). El significado etimológico del primero se
refiere a “filopatría natal”, que significa no dispersarse lejos, o regresar al lugar de
nacimiento para la reproducción. El segundo es el de “filopatría reproductiva”, que
significa volver a la misma zona de crianza año con año, aunque esa zona puede
no ser el lugar de nacimiento de los individuos (Shields, 1987).
Diversos estudios concluyen en que la filopatría ocurre cuando los factores
ecológicos limitan las oportunidades para que los animales se dispersen de sus
sitios natales (Koenig et al., 1996, Salomón, 2004). Debido a esto, los grupos de
parentesco se forman como consecuencia de la filopatría natal (Salomón, 2004).
Por ejemplo, estudios llevados cabo con el roedor Neotoma fuscipes indican que
las hembras rara vez se dispersan más de 100 m de su guarida natal, lo cual su-
giere que en esta especie la filopatría y la formación de grupos de parentesco fe-
meninos son comunes (Kelly, 1989). En hienas manchadas, Crocuta crocuta este
¤ Editorial UOC 246 Etología
los jóvenes filopátricos reducen el éxito reproductivo futuro de los padres, y por
lo tanto, los padres deben forzar a sus hijos a dispersarse. De esta forma, la dis-
persión natal sesgada por el sexo es el producto del conflicto entre padres e hi-
jos.
De manera resumida, la hipótesis de Edipo predice (1) en aves polígamas o
promiscuas la dispersión natal ocurre en ambos sexos, (2) en aves monógamas,
la dispersión natal está sesgada hacia hembras, (3) en mamíferos poligínicos o
promiscuos, la dispersión natal sesgada hacia los machos, y (4) en mamíferos
monógamos, la filopatría natal ocurre en ambos sexos. La piedra angular de esta
hipótesis es la suposición de que los padres tienen la capacidad para desalojar de
sus áreas natales de forma selectiva a cualquier descendiente que imponga costos
de reproducción para ellos (Liberg y von Schantz, 1985).
los miembros del mismo sexo pueden ser altos cuando se dispersan a grandes
distancias (Waser y Jones, 1983). En especies en las cuales la dispersión es alta-
mente costosa, la endogamia puede ser efectiva si se evita elegir una pareja em-
parentada a través del reconocimiento individual (Pärt, 1995).
Estudios sugieren que las ventajas de la filopatría están relacionadas con fac-
tores socio-ecológicos, los cuales tienden a mejorar la eficiencia de forrajeo y la
sobrevivencia asociada al éxito reproductivo (Forero et al., 2002). En el caso de
algunas especies de aves, se ha sugerido que la experiencia local de los indivi-
duos es un factor importante que determina la filopatría en la reproducción
(Greenwood et al., 1979, Forero et al., 1999). Esto significa que para los indivi-
duos el estar familiarizado con un área es menos importante para la dispersión
natal que para la dispersión por reproducción. Por ejemplo, durante el período
pre-reproductivo, algunos individuos pueden dedicar un tiempo para buscar in-
formación y adquirir experiencias en zonas más distantes (Pärt, 1995).
Estudios desarrollados principalmente en aves sugieren que las condiciones de
experiencia y la información adquirida durante el desarrollo temprano persisten e
influencian los movimientos de los individuos a lo largo de su vida y contribuyen
a una mayor adecuación, sobre todo en individuos filopátricos más que en indivi-
duos inmigrantes (Bensch y Hasselquist, 1991). Por tanto, individuos filopátricos
pueden ser más capaces de defender y adquirir recursos, debido a una mayor fami-
liaridad con el área de reproducción (Pärt, 1991; 1995; Forero et al., 2002).
Debido a la compleja naturaleza de las estrategias de dispersión en animales,
el estudio de los costos y beneficios requiere una evaluación precisa de las conse-
cuencias que generan a largo plazo las diferentes estrategias individuales de dis-
persión. Por ejemplo, dado que en el caso de las aves se carece de datos a largo
plazo (Belichon et al., 1996), el análisis de las consecuencias de la dispersión se ha
limitado hacia los primeros intentos de reproducción que los animales llevan a
cabo (Newton y Marquiss, 1983). Sin embargo, las consecuencias de la dispersión
en la adecuación de los individuos deben ser examinados durante el periodo de
vida de los individuos, y no únicamente en su primer intento de reproducción
(Belichon et al., 1996). La dificultad para obtener información a largo plazo sobre
la sobrevivencia y el éxito reproductivo individual de los organismos en toda la
etapa de vida, especialmente en especies que presentan ciclos de vida largos, ex-
plica la escasez de este tipo de estudios (Forero et al., 2002).
¤ Editorial UOC 249 Capítulo VII. Eto-ecología
Orientación visual
Compás solar
Para los animales diurnos y nocturnos que pueden observar el cielo abierto, las
señales celestes sirven como elementos de referencia para mantener la orienta-
ción en el espacio (Gould, 2004). El Sol es la más obvia, se mueve de este a oeste
a través del cielo, y una vez que la relación entre el acimut y la hora del día es me-
morizada, el animal tiene un compás de alta precisión para navegar (Gould,
2008). Algunos animales son capaces de utilizar el Sol como punto de referencia
cuando viajan desde sus lugares de residencia hacia otros sitios de destino (p. ej.,
áreas de forrajeo, sitios de reproducción), y esto lo logran determinando alguno
de los ángulos entre sus rutas de desplazamiento y el Sol (Heyers et al., 2007). Ade-
más, ciertos animales (p. ej., aves, insectos) utilizan la posición del Sol no sólo
como punto de referencia, sino como un compás estelar, determinando la direc-
ción de sus desplazamiento en referencia a su posición.
El compás estelar
Los ritmos del Sol y la Luna afectan la cotidianidad de la mayor parte de los
organismos vivientes, ya que al encontrarse a distancias remotas, la influencia
de los planetas y estrellas es mucho más difícil de percibir. Por ejemplo, aunque
algunas especies de aves pueden usar las estrellas para orientarse, debido a la ro-
tación de la tierra durante la noche, ciertas especies tienen la sensación de que
la posición de las constelaciones cambia (Stapput et al., 2008). Algunos estudios
afirman que la capacidad de orientación nocturna mediante el compás estelar
¤ Editorial UOC 251 Capítulo VII. Eto-ecología
Orientación eléctrica
Orientación magnética
Figura 7.1
Como muestra este mapa, los neonatos de tortugas marinas caguama nacidas en las costas de Florida migran en el sentido de las
manecillas del reloj alrededor del océano Atlántico antes de regresar a sus playas natales años más tarde. Los investigadores proba-
ron mediante un experimento cómo respondían las crías a los campos magnéticos en tres puntos muy distantes entre sí a lo largo
de esta ruta (puntos negros en el mapa) y en general, encontraron que las tortugas se orientan como grupo en la dirección apro-
piada para mantenerse en el mismo “camino”.
Imagen cortesía de Lohmann y Colaboradores.
Compás lunar
Labhart, 2006). Cuando la luz solar desaparece de nuestra vista, las ondas de
luz vibran en todas las direcciones posibles, pero cuando estos rayos caóticos
colisionan con la atmósfera, se organizan y todas vibran en la misma direc-
ción (Warrant, 2010). La luz polarizada indica la posición del sol, aunque
esté oculto detrás una nube, y forma círculos concéntricos en el cielo que
muchos animales usan para navegar. Se sabe que las abejas, hormigas del de-
sierto y muchos otros insectos, además de algunas aves son capaces de leer
el cielo como si fuera un mapa (Wehner y Labhart, 2006). Las ondas de lon-
gitud corta, como las ultravioleta, son las que se polarizan con más facilidad,
lo que da una gran ventaja a los navegantes. En el océano, este mapa del cie-
lo resulta visible a una profundidad de 600 metros gracias a los rayos ultra-
violeta, por lo tanto, aquellos peces que pueden ver la luz ultravioleta la
emplean durante sus migraciones (Horvath y Varju, 1995).
Orientación sonora
formar un canal que actúa como un tubo de voz que permite a las ballenas orien-
tarse y comunicarse a grandes distancias (Horvath y Varju, 1995).
1.3.2. Ecolocalización
De la misma manera que los seres humanos estimamos las distancias a las
que nos encontramos tomando en cuenta los lapsos de tiempo entre los ecos,
los mamíferos pequeños pueden determinar la proximidad de los objetos
(Gould, 2004). Algunos animales que viven en la más completa oscuridad
tienen un sistema más refinado, por ejemplo, las musarañas localizan me-
diante los ecos las cucarachas que se esconden en el guano acumulado pro-
ducido por murciélagos que viven en cavernas. Otros animales como los
murciélagos han perfeccionado el sistema creando imágenes por medio del
sonido (Fleming, 2003). El sonar de un murciélago es tan potente que puede
identificar el tamaño, el peso, la velocidad de vuelo, la dirección y el tipo de
insecto (Fleming, 2004). Aunque el sistema se basa en el sonido, su cerebro
procesa la información como si se tratara de imágenes. Por ejemplo, los so-
nidos de más alta frecuencia dan mejor resolución, pero son absorbidos in-
mediatamente por la atmósfera y sólo penetran a corta distancia.
Algunos murciélagos insectívoros emiten chillidos que pueden alcanzar
una frecuencia de 200.000 hertzios, de esta forma, el sonido emitido rebota
y hace eco con objetos pequeños (Fleming, 2003). En el mundo marino, las
ballenas dentadas, delfines y marsopas son los maestros para obtener infor-
mación a través del sonido (Horvath y Varju, 1995). Su sistema es similar al
de un murciélago, no obstante, los delfines producen sonidos con su laringe
y los transmiten mediante una estructura situada sobre la cabeza llamada
melón y los ecos que resuenan los recoge gracias a la mandíbula inferior.
Para entrar en las penumbras del océano, usan la ecolocalización, la cual les
permite seguir a cientos de metros las alteraciones del lecho marino (Horvath y
Varju, 1995).
¤ Editorial UOC 257 Capítulo VII. Eto-ecología
1.4. Migraciones
Figura 7.2
Históricamente, las rutas migratorias de las aves han sido estudiadas em-
pleando una variedad de técnicas, como el conteo de siluetas de las bandadas
que cruzan el cielo o incluso la técnica de llamada, que es una de las más anti-
guas. Otras técnicas empleadas son las marcas de color, los anillamientos, la uti-
lización de radares y la geolocalización por satélite (Alerstam, 1990).
Recientemente, el uso de isótopos estables (p. ej., hidrógeno, oxígeno, carbo-
no, nitrógeno, azufre), se han utilizado para establecer conexión entre los sitios
¤ Editorial UOC 259 Capítulo VII. Eto-ecología
escalas, las cuales en la mayoría de los casos difieren de los patrones generales
de migración observados en muchas especies de aves a nivel continental (Jahn
et al., 2006).
Figura 7.3
descanso (Schwilch et al., 2002). Esto puede afectar a muchas especies, sobre
todo cuando el alimento es altamente estacional (Alerstam, 1990). Por ejemplo,
durante la migración, los músculos empleados en el vuelo y los órganos diges-
tivos responden al máximo, y a pocos días de haber realizado su función deben
revertirse a su condición normal (Schwilch et al., 2002). Por tal motivo, la con-
dición energética de los migrantes a su llegada influye en la supervivencia y éxi-
to reproductivo posterior (Piersma et al., 2005; Schwilch et al., 2002). Algunos
estudios que emplean la modelación de vuelos de aves migratorias en relación
con los vientos han mostrado que las aves son capaces de aprovechar condicio-
nes meteorológicas favorables para reducir los costos de vuelo en largas travesías
(Ricklefs, 2002). Sin embargo, la migración tiene sus costos, ya que indepen-
dientemente de la especie migrante, los movimientos migratorios tienen impor-
tantes consecuencias, ya que puede disminuir el tamaño de las poblacionales y
originar problemas de conservación (Alerstam, 1990).
1.5. Territorialidad
nos aulladores (p. ej., género Alouatta), que viven en pequeños grupos y se alimen-
tan de frutos y hojas, evitan el contacto y mantienen las distancias intergrupales
por medio de vocalizaciones que emiten al amanecer y al atardecer (Mitani y Rod-
man, 1979; Lowen y Dunbar, 1994). Esta forma de “aviso” permite que los diferen-
tes grupos se ubiquen de forma continua en el espacio para reducir al mínimo las
posibilidades de contacto. A través de estos mecanismos de exclusión, la posesión
y los derechos de uso del espacio son mantenidos (Davies y Houston, 1984).
viduo, del parentesco, del estatus competitivo, del estado motivacional (p. ej.,
agresión, sumisión) y de la motivación sexual (López-Sepulcre y Kokko, 2005).
La defensa rara vez termina en la lucha real, no obstante, implica una serie de
despliegues que pueden ser visuales, auditivos y olfatorios (Gese y Ruff, 1997). Por
ejemplo, en los despliegues visuales, la forma, el color y el tamaño dan informa-
ción a los intrusos, muestran las armas disponibles y enfatizan las intenciones, y
son útiles en especies que ocupan hábitats con buena visibilidad (Emlen, 2008).
Los auditivos (p. ej., reclamos de aves, vocalizaciones de primates, cánidos) sir-
ven para marcar e informar, y se utilizan en los enfrentamientos, son esencial-
mente útiles cuando hay poca visibilidad o cuando los territorios son grandes
(Gese y Ruff, 1997). Los olfatorios (p. ej., orina, heces, secreciones anales) comu-
nican las características y el estatus del poseedor, tanto a machos como a hem-
bras, e incluso se sabe que pueden trasmitir información sobre el tamaño de los
grupos que defienden el territorio (López-Sepulcre y Kokko, 2005).
Houston, 1984). Como se mencionó en los apartados anteriores, los ámbitos ho-
gareños no son defendidos o mantenidos de forma exclusiva y puede traslaparse
entre individuos o grupos, en cambio, los territorios se defienden constantemen-
te y por lo general no se sobreponen (López-Sepulcre y Kokko, 2005). Por ejemplo,
diversos estudios han mostrado que los territorios de alimentación son manteni-
dos a menudo por grupos de félidos, cánidos y primates, entre otros; además de
un gran número de especies de aves (Davies y Houston, 1984; Gese y Ruff, 1997).
Por otro lado, aunque no en todos los casos, en ocasiones los territorios de ali-
mentación también funcionan como sitios de apareamiento denominados leks,
los cuales son fuertemente defendidos (Höglund y Robertson, 1996). Los leks
han sido estudiados en algunas especies de aves y ungulados (Wiley, 1991;
Höglund y Robertson, 1996) en donde la posesión del espacio es clave para
atraer a parejas reproductivas potenciales (Gibson, 1992). En la mayoría de los
casos los machos son los dueños de los leks y dentro de estos, las hembras tien-
den a elegir un macho entre todos los presentes (Wiley, 1991).
para derribar insectos que caen al agua y son devorados por estos peces. O las
hormigas león (Myrmeleon obscurus), que excavan una trampa en forma de embu-
do en la tierra y cuando cae una hormiga le tira arena desde el fondo para que
no huya, después la mata y se la come (Maier, 2001).
En la predación se suelen considerar distintas fases (Endler, 1986): encuentro o
entrar en la distancia en la que el predador puede detectar la presa, detección de la
presa como objeto que es distinto del fondo ambiental, identificación como presa
consumible y decisión de ataque, aproximación o ataque, subyugación para pre-
venir el escape y la consumición. Los predadores suelen tener más de un tipo de
presa distinto, que pueden ser animales de diferentes especies o diferentes fenoti-
pos (morfotipos) de una misma especie. En este último caso, los predadores suelen
alimentarse solamente de determinados morfotipos (Endler, 1991). Los mecanis-
mos implicados, especialmente en las primeras fases, son la formación de “imáge-
nes de búsqueda” de la presa, frecuencia y tiempo invertido en la búsqueda de
presas en las distintas parcelas donde sea mayor la probabilidad de encontrar pre-
sas, etc., aunque por su complejidad y extensión no serán tratados en este texto.
Las conductas predatorias en algunas especies se observan con poca frecuen-
cia en condiciones naturales y por ello hay pocos datos sobre sus tasas de pre-
dación. Animales que son estudiados durante largos periodos de tiempo un día
desaparecen o aparecen muertos, siendo difícil establecer las causas de la muerte
(infanticidio, ataque por un congénere, enfermedad, predación, etc.). Lo que sí
que se observa con frecuencia son las diferentes estrategias antipredatorias de
los animales para aumentar la probabilidad de supervivencia.
en pájaros que suelen localizar a las orugas de las que se alimentan buscando
árboles con hojas mordisqueadas. Como contraestrategia, las orugas han desa-
rrollado la tendencia a cortar las hojas mordisqueadas y así eliminar los indicios
que podrían ayudar a su localización.
A diferencia de las presas que recurren al camuflaje críptico, otras tienen co-
loraciones muy llamativas y conspicuas o coloración aposemática (Maier, 2001).
La coloración aposemática es una coloración de advertencia hacia los predado-
res que puedan suponer un peligro potencial o real para los animales que po-
seen estos colores tan brillantes, casi siempre mezclas de negro con rojo, azul,
naranja o amarillo. La advertencia que está detrás de estas coloraciones se rela-
ciona con la toxicidad o el mal sabor del animal. Un ejemplo lo encontramos
en las ranas punta de flecha de la familia Dendrobatidae, que poseen colores vi-
vos y grandes concentraciones de veneno activo en las glándulas de su piel, aun-
que también podríamos señalar otros animales, como las serpientes coral o las
salamandras (rojo, amarillo y negro), las mofetas y las púas del puerco-espín
(blanco y negro). También encontramos una gran variedad de invertebrados
con coloración aposemática, como las abejas y las avispas (amarillo y negro) y
algunas mariposas. Es importante señalar que se debe establecer una clara dife-
rencia entre la coloración aposemática relacionada con las estrategias antipre-
datorias y la coloración que es resultado de la selección sexual. Por ejemplo, en
el pavo real, aves del paraíso, mandriles, etc., en las que los machos presentan
coloraciones llamativas y vistosas por efecto de la selección sexual, en este caso
para atraer a las hembras, pero no relacionado con la antipredación. Como se
podrá deducir, el aposematismo es exitoso para las presas cuando los predadores
asocian una situación o un sabor desagradable o tóxico con un patrón de colo-
rido (u otra señal), de esta manera la forma aposemática será evitada en futuros
encuentros (Endler, 1991). Hay animales que no siendo peligrosos o venenosos,
imitan la coloración parcial o total de estos animales venenosos para parecer
peligrosos, de modo que los depredadores los evitan al confundirlos con los
realmente venenosos. Esto se denomina mimetismo batesiano. Un ejemplo lo
tenemos en algunas serpientes no venenosas (por ejemplo, la falsa coral) que
tienen colores muy parecidos a los de la venenosa serpiente coral. Otro tipo de
mimetismo es el mimetismo mülleriano, en el que distintas especies comparten
un mismo rasgo evitable, como ser venenosas, y un mismo aspecto llamativo,
lo que facilita el aprendizaje de esa asociación de rasgos por el eventual depre-
dador. Por ejemplo, tanto la mariposa monarca como la mariposa reina, o dis-
tintas especies de ranas venenosas sudamericanas del género Dendrobates, son
tóxicas y se benefician de su parecido mutuo.
¤ Editorial UOC 279 Capítulo VII. Eto-ecología
2.2.4. Huida
tener una relación positiva con el tamaño de los grupos y el número de machos
adultos del grupo (Cheney y Wrangham, 1987): a mayor tamaño de grupo, mayor
número de ojos (u orejas o narices) que pueden vigilar y detectar a los predado-
res y la posibilidad de actuar de forma coordinada, aunando fuerzas contra el
depredador. Y la presencia de machos puede ser importante en aquellas especies
en las que ellos tienen el rol de la vigilancia y protección del grupo, y un mayor
tamaño corporal y defensas (colmillos) en las especies con dimorfismo sexual,
como es el caso de los papiones o babuinos (Miller y Treves, 2007). Otras estra-
tegias antipredatorias interesantes en los primates sociales se refieren a las dis-
tintas llamadas de alarma de algunos calitrícidos y de los monos vervets o tota
(Chlorocebus aethiops) en función de si el depredador es terrestre (leopardos), aé-
reo (grandes rapaces) o reptil (pitones), de forma que la respuesta inmediata de
huida es en la dirección adecuada para alejarse del predador, respectivamente,
subir a las partes altas de los árboles, bajar hacia el suelo, o erguirse sobre las pa-
tas traseras para localizar la serpiente (Seyfarth y Cheney, 2003). Otros primates
arbóreos buscan la seguridad a través de asociaciones interespecíficas en las que
distintas especies conviven como si fueran una unidad. Con el coste de tener
que compartir los recursos alimenticios, cooperan en la localización de los pre-
dadores y responden adecuadamente a las llamadas de alarma de la especie
“amiga” (Miller y Treves, 2007). Los primates normalmente buscan los lugares
más seguros del hábitat para descansar o dormir, pero los papiones de la sabana
africana cuando se desplazan por hábitats abiertos y más expuestos a los preda-
dores, buscan la seguridad en grupos compactos donde los individuos más vul-
nerables (hembras con crías, juveniles) van en la parte central del grupo,
mientras que los machos adultos van en la periferia, la vanguardia y la retaguar-
dia, los lugares más expuestos a los depredadores.
Figura 7.4
Cuando una persona que vive en una sociedad industrializada tiene hambre,
simplemente va a una tienda o a un restaurante y obtiene la comida (obvia-
mente, a cambio de dinero). Sin embargo, en las sociedades no industrializa-
das y tradicionales que obtienen el alimento exclusivamente a partir de los
recursos naturales, tienen que conseguirla por ellos mismos mediante la reco-
lección de alimentos vegetales y la caza o pesca de animales. Los seres huma-
nos somos comedores de amplio espectro o diversívoros desde hace miles de
años, y los nutrientes necesarios (carbohidratos, lípidos, proteínas, minerales y
otros oligoelementos) los obtenemos a partir de gran variedad de alimentos de
origen vegetal y animal (Harris, 1992). A partir de la denominada paleonutrición,
la reconstrucción de las dietas prehistóricas sugiere que los seres humanos han
tenido un patrón de subsistencia como cazador/recolector desde hace millones
¤ Editorial UOC 290 Etología
Al igual que ocurre en otros animales, en los seres humanos hay numero-
sas adaptaciones relacionadas con la supervivencia y obtención de alimento
en las distintas fases: búsqueda, reconocimiento y selección, captura y mane-
jo y consumición de la presa (Barret, 2005; Buss, 2004). El problema de la se-
lección del alimento es especialmente crucial para los diversívoros (u
omnívoros) como son los humanos (y las ratas, por ejemplo) y por ello tene-
mos elaborados mecanismos que resuelven este problema adaptativo. Por
ejemplo, para evitar alimentos tóxicos, nocivos o en mal estado, además de
diversos tipos de aprendizaje, descartamos aquellos con mal olor o sabor
amargo, y tenemos mecanismos para evitar la ingestión, como son escupir,
vomitar, etc. Además de estas adaptaciones, otras provienen de la hipótesis del
“hombre como cazador” (man the hunter) de Tooby y DeVore (1987), según la
cual la caza cooperativa ha sido una de las causas más importantes de la evo-
lución humana y que ha conllevado una serie de consecuencias en cascada,
como son el uso y fabricación de instrumentos, el desarrollo de un mayor ce-
rebro y la evolución de un complejo lenguaje necesario para la comunica-
ción. En las poblaciones humanas conocidas, las proporciones de carne en la
dieta varían entre un 20-40% y puede llegar a un 90% en periodos concretos,
datos que indican la importancia de la carne en la dieta humana (Boyd y
Silk, 2004; Buss 2004). Además, mediante datos arqueológicos, antropológi-
¤ Editorial UOC 291 Capítulo VII. Eto-ecología
nes pueden ocurrir por peligros de diversa índole, por situaciones económicas
adversas, en la competición por la pareja, o cuando se encuentran enfadados o
alterados emocionalmente. Esta estrategia de asunción de riesgos puede tener
consecuencias sociales negativas, incluso salir herido, o aumentar la tendencia
al juego a pesar de las pocas probabilidades de ganar.
La evolución humana transcurrió durante la mayor parte de nuestra historia
en un hábitat de sabana, praderas de herbáceas abiertas salpicadas con árboles
dispersos y arbustos, donde existe poca protección frente a los depredadores.
Consecuentemente, hubo una fuerte presión selectiva para la formación de gru-
pos y el desarrollo de vínculos sociales y sistemas de comunicación complejos.
Por ello no es de extrañar que el ser humano tenga tendencia a ser social y a es-
tablecer relaciones sociales con otros individuos a través de clubs, peñas depor-
tivas, asociaciones y redes sociales de Internet.
¤ Editorial UOC 295 Capítulo VIII. Socioecología
Capítulo VIII
Socioecología
1. Etología social
Fernando Colmenares Gil
Los individuos de muchas especies han explotado una ruta evolutiva sin-
gular para maximizar su eficacia biológica, es decir, su supervivencia y su re-
producción, que consiste en agregarse y formar grupos de muy diversa índole
en términos de tamaño, de estabilidad, de cohesión y de los procesos conduc-
tuales, fisiológicos y psicológicos subyacentes. Esta socialidad o forma de vida
agregada constituye precisamente el ambiente inmediato en el que los indivi-
duos de especies sociales han tenido que forjar las características de su diseño
como organismos, es decir, su morfología, su conducta, su psicología y su fi-
siología. Podríamos afirmar que la socialidad se ha convertido en el principal
desafío ambiental o fuerza motriz que ha espoleado la evolución de lo que nos
hace sociales, a nosotros y a muchas otras especies. La etología social busca
responder a las cuatro cuestiones clásicas del sistema teórico de la etología
(Tinbergen, 1963), es decir, la causación/control, el desarrollo/ontogenia, la
función/valor adaptativo y la evolución/filogenia del comportamiento de las
especies sociales y, además, se afana por integrar la información aportada por
cada una de ellas (Hinde, 1982).
¤ Editorial UOC 296 Etología
Así pues, la etología social está definida por un objeto de estudio notable-
mente amplio, aunque no ilimitado. En efecto, esta disciplina se interesa por
el análisis de todas aquellas variables que puedan contribuir a desvelar la na-
turaleza de la relación entre el comportamiento social del individuo y su am-
biente ecológico (Colmenares, 2002). Como se ha señalado, la dimensión del
ambiente ecológico que más atención recibe en esta disciplina etológica es
la dimensión social. Además, la etología social se muestra especialmente in-
teresada por identificar y explicar la diversidad de estrategias conductuales
que contribuyen a maximizar la eficacia biológica del individuo dentro de su
ambiente social y la diversidad de recursos fisiológicos y psicológicos al ser-
vicio de su soporte.
Etología social fue la expresión utilizada por el etólogo británico John Crook
a comienzos de los años setenta del siglo XX para referirse al estudio del com-
portamiento social de especies e individuos que viven en grupos permanentes
en relación con el ambiente ecológico (Crook y Goss-Custard, 1972).
La etología social de aquella primera época adoptó una aproximación cla-
ramente funcional, ya que enfatizaba la tesis de que el comportamiento de los
individuos y las características demográficas y sociales de los grupos en los que
viven constituyen respuestas adaptativas a las demandas del ambiente donde
han evolucionado por selección natural (Crook y cols., 1976). En esta primera
etapa, se distinguieron tres áreas claramente reconocibles y relevantes dentro
de la etología social: la socioecología, los procesos demográficos y los sistemas
sociales (Crook, 1970). En la actualidad, sin embargo, existe una integración
mucho mayor entre estas tres áreas que, además, han experimentado un desa-
rrollo espectacular en el ámbito teórico y en el empírico (Silk, 2007a; Chap-
man y Rothman, 2009; Clutton-Brock, 2009).
¤ Editorial UOC 297 Capítulo VIII. Socioecología
a) Socioecología
Ecología social histórica Infiere las presiones selectivas que han debido
operar en el pasado y que explican buena parte de
los patrones de organización social y de
comportamiento observados en poblaciones
actuales.
c) Sistemas de reproducción
Los sistemas de reproducción comprenden tanto las estrategias de empareja-
miento, categorizadas en función del número de parejas sexuales (es decir, mo-
nogamia frente a poligamia), del sexo que practica la poligamia (es decir,
poliginia, poliandria y poliginandria) y de la duración de los emparejamientos
poligámicos (es decir, promiscuidad), como las estrategias de cuidado parental
(es decir, maternal, paternal, biparental y cooperativo).
d) Sistemas sociales
Aunque existen distintas tipologías para describir, clasificar y explicar la
diversidad de sistemas sociales que se han documentado hasta el momento
(revisión en Colmenares, 2002), una aproximación que ha tenido un impac-
to considerable ha sido la propuesta por Robert Hinde (1976 y 1983). Según
el esquema de este autor, existen tres niveles de complejidad creciente, el de
las interacciones interindividuales, el de las relaciones sociales y el de la es-
tructura grupal. De estos tres niveles, sólo el más elemental es directamente
observable, puesto que hace referencia a los intercambios conductuales entre
los individuos. Los otros dos niveles constituyen abstracciones sucesivas a
partir de las propiedades de las interacciones observadas entre las díadas de
un grupo durante un determinado espacio de tiempo, en el caso de las rela-
ciones sociales, y a partir de las propiedades de esas relaciones entre todas las
díadas de un grupo, en el caso de la estructura grupal. Así, por ejemplo, las
relaciones sociales en distintas díadas pueden ser simétricas o complementa-
rias, agonísticas o amistosas, en función del contenido de las conductas que
¤ Editorial UOC 299 Capítulo VIII. Socioecología
a) Comportamiento agonístico
Los comportamientos motivacionalmente dominados por la ira (anger) o por
el miedo (fear) se denominan comportamientos agonísticos y pueden ubicarse
dentro de un continuo entre dos extremos, el de la agresión y el de la sumisión.
El polo de la ira promueve comportamientos agresivos de amenaza o de ataque
a través de los cuales el individuo intenta dominar al receptor sobre el desarrollo
y desenlace de una interacción (es decir, quién hace qué a quién, cuándo y du-
rante cuánto tiempo) o intenta excluir a un rival del acceso a recursos valiosos
y normalmente limitados (por ejemplo, alimento, parejas, compañeros o alia-
dos). En general, los comportamientos agresivos se traducen funcionalmente en
un aumento de la distancia entre los implicados, ya que de algún modo provo-
can un efecto de repulsión. En el otro extremo del continuo, el polo del miedo,
se promueven comportamientos de sumisión o de apaciguamiento, que en mu-
chos casos generan respuestas de alejamiento y de acentuación de la asimetría
de poder y estatus entre los implicados. Debido quizá a su naturaleza motivacio-
nal y a la existencia de esa polaridad tan marcada en su valencia, los comporta-
mientos agonísticos se han utilizado tradicionalmente como indicadores de la
relación de dominancia entre los individuos.
¤ Editorial UOC 305 Capítulo VIII. Socioecología
b) Comportamiento amistoso
La categoría de comportamientos amistosos se supone que es mucho más
homogénea que la anterior, tanto en términos motivacionales como funcio-
nales. Es cierto que los comportamientos amistosos pueden variar en su inten-
sidad, pero en general todos tienen un denominador común, la presencia de
tendencias atractivas que favorecen el acercamiento y la proximidad entre los
individuos implicados. En las últimas décadas, se ha comprobado en un ele-
vado número de especies, no sólo entre los primates, que las conductas amis-
tosas son especialmente frecuentes en contextos agonísticos, cuando los
individuos se enfrentan a un conflicto de intereses y en especial justo después
de haber participado en una confrontación agresiva (De Waal, 2000; Aureli y
De Waal, 2000). Los conflictos de intereses pueden producirse como conse-
cuencia de la competición por un recurso o como consecuencia de una discre-
pancia en los roles asumidos en una relación social (es decir, entre un
individuo dominante y un subordinado) o en una interacción interindividual
(esto es, entre los participantes en un episodio de juego). En estos contextos
intrínsecamente conflictivos, las conductas amistosas pueden facilitar o resta-
blecer la tolerancia y el tono positivo de intercambio de servicios tan necesa-
rios para mantener en buen estado una relación de amistad, un vínculo de
pareja, una alianza o, simplemente, una interacción lúdica mutuamente bene-
ficiosa. De hecho, en un contexto de confrontación entre rivales, las conduc-
tas amistosas pueden reducir el riesgo de que se produzcan hostilidades y, si
finalmente ocurren, pueden contribuir a calmar los ánimos, al bloquear la ex-
hibición de las más destructivas y facilitar, en última instancia, una convi-
vencia esencialmente pacífica y desigualmente beneficiosa para todos los
miembros de un grupo.
c) Comportamiento cooperativo
La categoría del comportamiento cooperativo está constituida en realidad
por comportamientos agresivos y por comportamientos amistosos que se uti-
lizan en contextos en los que su efecto puede dar lugar a fenómenos de coope-
ración o de altruismo. Por ejemplo, un individuo puede hacer uso de
conductas agresivas para proteger a un compañero que está siendo objeto de
una acción violenta por parte de otro miembro del grupo (altruismo). Asimis-
mo, puede utilizar la agresión para castigar a un compañero que está trasgre-
¤ Editorial UOC 306 Etología
d) Comportamiento lúdico
El juego es un comportamiento habitual durante el periodo juvenil de mu-
chas especies animales. En casos excepcionales, como ocurre con la especie hu-
mana, el comportamiento lúdico puede incluso persistir en la etapa adulta. A
pesar de la extensa bibliografía sobre esta categoría de comportamiento, lo cier-
to es que las controversias acerca de su naturaleza motivacional y sus funciones
siguen sin resolverse (Burghardt, 2005; Graham y Burghardt, 2010). De especial
interés quizá sea el hecho de que, durante el juego, los participantes utilizan una
buena parte de las conductas agresivas y amistosas observadas en otros contex-
¤ Editorial UOC 307 Capítulo VIII. Socioecología
cooperativa + [B ] + [b ]
egoísta + [B ] [C]
malévola [ c] [C]
* Los efectos beneficiosos se indican con el signo + y la letra B o b, en función de la magnitud del beneficio. Los efectos
perjudiciales se indican con el signo – y la letra C o c, en función de la magnitud del coste.
a) Comportamiento cooperativo
Se trata de comportamientos donde ambos participantes, el actor y el recep-
tor, obtienen algún beneficio [+ +], es decir, obtienen un beneficio mutuo. No
¤ Editorial UOC 308 Etología
b) Comportamiento altruista
En esta categoría, la conducta del actor proporciona un beneficio inmediato
al receptor y le genera un coste a él mismo [ +]. Junto con la evolución de la
sexualidad, éste ha sido considerado el principal enigma de la biología del com-
portamiento, es decir, cómo explicar la existencia y evolución de comporta-
mientos altruistas que al menos de forma inmediata y en apariencia reducen la
eficacia biológica del actor (Brosnan y Bshary, 2010). La imagen que mejor sim-
boliza el trasfondo de una interacción altruista es la de un individuo que pone
en riesgo su vida, o incluso la pierde, por salvar la de un congénere.
c) Comportamiento egoísta
Las existencia de comportamientos egoístas en los que el actor obtiene un
beneficio a costa del perjuicio que causa al receptor [+ ] son muy comunes y su
explicación no plantea en principio ninguna paradoja. No obstante, la magni-
tud del balance beneficios/costes de un comportamiento egoísta depende de
muchos factores. Por ejemplo, si la estrategia utilizada para maximizar los bene-
ficios propios a costa de los del receptor es de carácter agresivo, el balance de-
penderá de la respuesta de éste y de la magnitud de los costes asociados a cada
estrategia. En especies sociales, los conflictos de intereses se producen muy a
¤ Editorial UOC 309 Capítulo VIII. Socioecología
menudo entre individuos que son parientes, amigos o aliados, por lo que en ese
contexto lo esperable es que la maximización del balance beneficios/costes varíe
en función del riesgo de erosionar la relación con el receptor, especialmente si
ésta es muy valiosa.
d) Comportamiento malévolo
En ocasiones, los individuos llevan a cabo comportamientos que generan
costes tanto para el actor como para el receptor [], estas interacciones se de-
nominan malévolas (spiteful). No obstante, aunque la conducta del actor cause
un coste a ambos, lo más probable es que los costes sufridos por cada uno de
ellos sean asimétricos, es decir, que se cumpla la condición c < C. Por lo tanto,
en última instancia, la conducta malévola podría generar un desenlace similar
a la egoísta [+ ], ya que se cumpliría la relación B c C. Como ocurre con las
demás categorías de conductas, las malévolas también son muy comunes. En
general, cualquier tipo de conducta genera costes y beneficios para el actor. Lo
que tienen de particular las malévolas es que el actor incurre en más costes que
beneficios y que, como en las egoístas, el receptor directo sólo sufre costes. No
obstante, lo que las diferencia de las egoístas es que el principal motor de las ma-
lévolas es el coste que se inflinge al receptor y no el beneficio que se espera ob-
tener a costa de éste.
Por este motivo, y para clarificar el carácter motivacionalmente heterogéneo
de esta categoría de comportamiento social, parece recomendable distinguir en-
tre las conductas malévolas cuyo principal incentivo es el coste que se inflinge
al receptor, de las que el principal incentivo es el beneficio diferido que será pro-
porcionado por terceras partes. Dentro de la primera categoría se encuentran las
que surgen por impulsos relacionados con la venganza, el rencor, la revancha o
incluso el abuso de poder, sin duda la otra cara de la moneda de la cooperación.
En contraste, dentro de la segunda categoría están las conductas costosas y arries-
gadas que utiliza un individuo para controlar y castigar, en su caso, los compor-
tamientos tramposos del receptor. Cualquier situación en la que una norma
moral, social o legal es transgredida por un sujeto tramposo es susceptible de ac-
tivar conductas malévolas. Por este motivo, las conductas malévolas con fre-
cuencia se describen con rótulos como conductas moralistas, conductas de
agresión altruista o conductas de castigo (Jensen, 2010).
¤ Editorial UOC 310 Etología
La figura 8.1 muestra una matriz de pagos clásica en teoría de juegos (Krebs y
Davies, 1993). De especial importancia en este contexto es el concepto de estrate-
gia evolutivamente estable, la EEE. Una EEE es aquella que, si la adoptan todos los
individuos de una población, no puede ser desplazada por ninguna estrategia al-
ternativa (no hay ninguna que resulte más rentable). La EEE de una población
puede estar constituida por una o por varias estrategias; su condición estable se
alcanza cuando la frecuencia de las estrategias se encuentra en equilibrio, es decir,
cuando todas ellas tienen la misma rentabilidad. En nuestro ejemplo, la EEE es
aquella en la que la rentabilidad de la estrategia H (halcón) sea idéntica a la de la
estrategia D (paloma), es decir, cuando H = D. Si denominamos h a la proporción
¤ Editorial UOC 312 Etología
Figura 8.1
individuos mueren, son efímeros, mientras que sus genes pueden ser inmorta-
les, es decir, trascender a las siguientes generaciones (Dawkins, 1976). Por lo
tanto, los individuos están diseñados para pasar sus genes, de forma directa (a
través de la reproducción) e indirecta (a través de la supervivencia y la reproduc-
ción de otros individuos emparentados). Hamilton acuñó el concepto de efica-
cia biológica inclusiva (EBI), que comprende dos componentes: la eficacia
directa o darwiniana (EBd) y la eficacia indirecta (EBi). La contribución genética
total a la siguiente generación (o eficacia inclusiva) es la suma de la contribu-
ción directa que se deriva de actos egoístas y de la contribución indirecta que
resulta de actos altruistas dirigidos hacia individuos emparentados.
Si lo que cuenta es la eficacia biológica inclusiva, entonces un comporta-
miento (o un gen) altruista puede evolucionar en la medida en que la reducción
en eficacia directa darwiniana sea inferior al incremento en eficacia indirecta,
es decir, EBI = EBd + EBi. Una EBI de 10 puede ser el resultado de varias contri-
buciones de EBd y de EBi, por ejemplo: 10 + 0; 8 + 2; 5 + 5; 2 + 8 o 0 + 10. Este
argumento se conoce con el nombre de regla de Hamilton, que se puede expre-
sar de diversos modos: B / C > 1 / r; rB – C > 0 o rB > C. (B es el beneficio obtenido
por el receptor; C es el coste experimentado por el actor y r es el coeficiente de
parentesco entre el actor y el receptor.)
Un comportamiento (o un gen) altruista será favorecido por selección natu-
ral siempre que el beneficio B obtenido por el receptor, devaluado por el grado
de parentesco r con el actor, sea mayor que el coste C sufrido por el actor. De
acuerdo con la teoría de la selección familiar y, en particular, con la ya famosa
regla de Hamilton, la probabilidad de que un individuo A ayude a otro indivi-
duo B dependerá del grado de parentesco que exista entre ambos y de la relación
costes/beneficios. En los grupos sociales, los comportamientos altruistas serán
más frecuentes dentro de las unidades familiares (constituidas por parientes).
Por lo tanto, el altruismo social es realmente un altruismo familiar encubierto
ya que se trata, en última instancia, de una forma de egoísmo genético.
Algunos comportamientos malévolos comparten con los altruistas el hecho de
que en última instancia hay individuos no directamente implicados que se bene-
fician de ellos de forma inmediata o diferida. En este contexto, uno puede plantear
que estos comportamientos son más susceptibles de evolucionar en la medida en
que los actores y los beneficiarios estén emparentados entre sí. Otra condición que
puede fomentar la evolución de los comportamientos malévolos es que el valor de
¤ Editorial UOC 315 Capítulo VIII. Socioecología
la ratio c/C sea muy pequeño, es decir, que se pueda causar daño a un congénere
a un coste personal muy bajo. Por ejemplo, se puede perjudicar seriamente (C) la
reputación de una persona creando un rumor de forma anónima (c = 0).
ponsable de la acción 1 (A) incurre un coste (-) que beneficia (+) al receptor di-
recto (B) o a una tercera parte indeterminada (C), y que esa acción altruista
(costosa) es recompensada directamente por una acción 2 ejecutada por el be-
neficiario (B) o por una tercera parte (C y D). Algunas formas de reciprocidad
requieren comentario. En la reciprocidad indirecta, quien recompensa la acción
altruista de A no es su beneficiario directo, sino una tercera parte (C). En la re-
ciprocidad generalizada, el beneficiario directo de la acción altruista (B) sí es el
que devuelve el favor, pero su beneficiario directo no es el benefactor original
(A), sino un tercero (C). Por último, en la reciprocidad dura, a diferencia de lo
que ocurre en los otros tres tipos de reciprocidad, el receptor directo de la acción
1 (B) no obtiene un beneficio, sino un coste, el receptor indirecto (C) es el que
obtiene el beneficio y, finalmente, quien recompensa la acción altruista del ac-
tor inicial (A) es un tercero no implicado (D).
Uno de los modelos más utilizados para explicar la evolución del compor-
tamiento altruista entre individuos que no están emparentados es el denomi-
nado Dilema del prisionero, cuya descripción se puede ilustrar mediante un
escenario como el siguiente. La policía detiene a dos sospechosos de haber co-
metido un delito. Sin embargo, no hay pruebas suficientes para acusarlos y
condenarlos a la máxima pena. El fiscal les interroga por separado y les ofrece
el mismo trato. Si uno delata a su cómplice (no coopera con él) y éste no lo
hace (sí coopera con él), el cómplice será condenado a la pena máxima para el
delito cometido, es decir, diez años, y el primero saldrá libre sin cargos. Si el
primero calla, pero su cómplice lo delata, será el primero el que recibirá esa
pena y ahora será el cómplice quien saldrá libre. Si los dos incriminan al com-
pañero, ambos serán condenados a cinco años. Por último, si ambos se niegan
a delatar a su compañero, todo lo que podrán hacer será encerrarlos durante
un año por un cargo menor.
El dilema al que se enfrenta cada uno de los presos es elegir entre cooperar
con el otro preso (es decir, no delatarlo) o traicionarlo (es decir, aceptar el trato
que le ofrece el fiscal a cambio de proporcionar las pruebas que éste necesita
para incriminar al compañero), teniendo en cuenta, y esto es lo más importan-
te, que la magnitud de la pena a la que va a ser castigado cada uno de los sospe-
chosos va a depender de la forma en la que ambos resuelvan el dilema. Los
sospechosos pueden resolverlo adoptando una estrategia egoísta/racional (dela-
tando a su compañero), que busca maximizar la ganancia individual (aunque
¤ Editorial UOC 317 Capítulo VIII. Socioecología
Figura 8.2
Para que se considere un juego del dilema del prisionero se debe cumplir la expresión T [0] > R [1] > P [5]
> S[10].
Según esta versión del dilema del prisionero en la que los individuos tienen
una única oportunidad para elegir entre cooperar o traicionar y en la que des-
conocen la decisión (estrategia) que ha adoptado su compañero, la evolución
del altruismo entre individuos no emparentados resulta inviable. Sin embargo,
hay que señalar que, al menos en la especie humana, el altruismo recíproco pa-
rece que ha sido una fuerza importante en la evolución de la cooperación. Por
lo tanto, la cuestión es ¿cómo puede evolucionar el altruismo recíproco? Hay
varias posibilidades.
La primera es que los individuos jueguen al dilema del prisionero de forma re-
petida (dilema del prisionero iterado), que es lo que suele ocurrir en muchos gru-
pos sociales. En estas condiciones, la estrategia más rentable se conoce como tit
for tat (ojo por ojo o donde las dan las toman), que consiste en cooperar en el pri-
mer movimiento del juego y después actuar como el compañero haya actuado en
el movimiento anterior, es decir, cooperar si él cooperó, pero traicionar, si el otro
traicionó. (Hay alguna ligera modificación de esta estrategia que puede ser más
rentable aún; se conoce como tit for tat con la capacidad añadida de poder perdo-
nar.) La estrategia tit for tat (el altruismo recíproco) sólo es viable cuando se des-
conoce el número de ocasiones en las que los individuos van a enfrentarse al
dilema, de otro modo, el punto de equilibrio de Nash implica traicionar. Ésta qui-
zá sea la razón por la que los etólogos consideran que la evolución del altruismo
entre individuos no emparentados a partir de un sistema de reciprocidad es alta-
mente improbable en especies animales no humanas, en contraste con lo que se
observa en nuestra especie. Muchos de los ejemplos que inicialmente se interpre-
taron dentro de ese contexto teórico han sido reinterpretados ahora como posi-
bles casos de selección familiar (Chapais, 2006; Hauser y cols., 2009). Además,
hay también causas proximales importantes por las que la existencia de altruismo
recíproco entre animales no humanos es difícil de imaginar.
¤ Editorial UOC 319 Capítulo VIII. Socioecología
minimizar los costes. Sin embargo, en los grupos o especies en las que los indivi-
duos pueden expresar sus preferencias y, por lo tanto, constituirse en mercados
biológicos sociales, además de la competición agresiva para excluir por la fuerza
a los rivales con la que estamos tan familiarizados, los socios en una relación se
enfrentan a otra fuerza quizá más poderosa, la de superar a sus rivales en la cali-
dad/cantidad de los servicios que ofrecen (outbidding competition) a sus compa-
ñeros. En otras palabras, en este contexto, el éxito de una relación cooperativa
no depende sólo o tanto de lo altruistas que sean sus miembros, sino del valor
de los servicios que ofrezcan individuos externos a la relación. Digamos que el
escaparate (el grupo) estará repleto de ofertas de servicios, por ejemplo, coope-
ración, quizá más rentables que las que uno recibe de un determinado compa-
ñero, por lo tanto, la continuidad de una relación cooperativa no dependerá
sólo de los compañeros en las distintas relaciones diádicas de las que uno forme
parte, sino del valor de mercado de los servicios más demandados.
Figura 8.3.
Porcentaje de ofertas y de ofertas rechazadas en una versión del juego del ultimátum presentada a chimpancés. Fuente: Jensen
et al. (2007)
1.6.2. Alianzas
Dos (o más individuos) se dice que forman una alianza cuando tienden a
prestarse apoyo en situaciones en las que uno o ambos socios lo precisan. Uno
de los contextos en los que las alianzas pueden detectarse es el de la competi-
ción. De hecho, la competición es el principal motor responsable de la forma-
ción de relaciones cooperativas. Las alianzas pueden presentar características
muy diversas en función de la duración del vínculo cooperativo, del contenido
de los servicios intercambiados y de los contextos en los que se activa. Una de
las tipologías propuestas identifica las siguientes categorías. Alianza protectora:
el individuo A ayuda al individuo C contra el individuo B. El resultado es que C
supera en estatus social a B [A > B > C A > C > B]. Alianza revolucionaria: el in-
dividuo B se coaliga con el individuo C para desplazar de la posición alfa al indi-
viduo A [A > B > C B > C > A]. Alianza conservadora: el individuo A se coaliga con
el individuo B para evitar que el individuo C cambie la estructura de las relaciones
de dominancia [A > B > C A > B > C]. En todos los casos, el punto de partida es:
A es dominante sobre B que, su vez, es dominante sobre C [es decir, A > B > C].
En muchas especies sociales, el estatus de dominancia de un individuo de-
pende de dos tipos de factores, los intrínsecos, como la capacidad de lucha in-
dividual (normalmente un correlato de la edad, del sexo y del tamaño corporal),
lo que se denomina RHP; y los extrínsecos, como el número y el estatus social
de sus aliados. En algunas especies sociales (por ejemplo, de primates, de carní-
voros) con filopatría femenina (esto es, las hembras permanecen toda su vida
en el grupo natal), se han identificado tres reglas empíricas que predicen las re-
laciones de dominancia entre las hembras del grupo. Regla 1: las hembras po-
seen un estatus social familiar, de tal modo que todas las hembras de una familia
poseen un estatus superior (o inferior) a todas las hembras de otras familias. Re-
gla 2: dentro de cada familia, las hijas adultas mantienen un estatus social infe-
rior al de sus madres. Regla 3: dentro de cada familia, las hermanas adultas
mantienen un estatus social que es inversamente proporcional a su edad (la hija
adulta más dominante es la más joven de las hermanas).
¤ Editorial UOC 329 Capítulo VIII. Socioecología
1.6.3. Amistades
amistad constituyen uno de los remedios más efectivos contra los efectos negativos
del estrés sobre la salud. Por ejemplo, en varias especies de primates se ha documen-
tado que los individuos subordinados soportan niveles más elevados de cortisol que
los dominantes; no obstante, los que tienen una red de apoyos mayor presentan va-
lores más reducidos de cortisol (Abbott y cols., 2003). En la especie humana, tam-
bién se han descrito efectos positivos sobre la salud de variables como el grado de
integración social y de apoyo (Cohen, 2004; Couzing, 2009). Por último, existen es-
tudios longitudinales en la especie humana que revelan una estrecha asociación en-
tre la estabilidad y calidad de las redes sociales y la felicidad (Fowler y cols., 2008).
Cuando se aplica a las relaciones sociales, la idea de que los organismos pre-
sentan diseños integrados implica que lo esperable es que las especies sociales
hayan desarrollado dispositivos fisiológicos y cognitivos especializados al servi-
cio de la gestión efectiva de las demandas que genera la vida social.
a) Relaciones sociales, GC y T
La cara más amarga de la vida en grupo es la existencia de una elevada compe-
tición entre sus miembros, que tanto si se expresa a través de conductas agresivas
como si lo hace de un modo más sutil, lo cierto es que conduce a niveles altos de
estrés y de las hormonas que se disparan en ese contexto. Varios estudios han con-
firmado las predicciones de la hipótesis del desafío (challenge hypothesis), según la
¤ Editorial UOC 331 Capítulo VIII. Socioecología
Figura 8.4
Figura 8.5
Vínculos sociales y oxitocina en especies poligínicas y monógamas del género Microtus. Fuente: Insel y Young (2001)
¤ Editorial UOC 333 Capítulo VIII. Socioecología
De igual modo, los machos de la especie monógama tienen una mayor can-
tidad de receptores para la arginina vasopresina (AVP) que los machos de la es-
pecie poligínica, específicamente en el núcleo pálido ventral (VP) (figura 8.6).
Figura 8.6
Vínculos sociales y arginina vasopresina en especies poligínicas y monógamas del género Microtus. Fuente: Insel y Young (2001)
receptores para la AVP (V1aR) en el pálido ventral (VP) muestran una intensifi-
cación de su preferencia por la hembra familiar sobre la hembra extraña.
Las investigaciones que se han llevado a cabo con sujetos humanos para deter-
minar el papel de la OT y de la AVP han arrojado resultados convergentes con los
que se han obtenido en los estudios con las especies mencionadas (Heinrichs y
cols., 2009). En sujetos humanos, además de los efectos ansiolíticos y reductores
del estrés, la OT modula funciones de cognición social como la confianza, que sin
duda favorecen y explican el aumento de las medidas de aproximación social. En
cuanto a la AVP, la similitud de los efectos en los hombres se manifiesta también
en el ámbito de las diferencias de respuesta comportamental ligadas al sexo, au-
mento de la agresividad hacia caras masculinas y de respuestas positivas hacia caras
femeninas. Por último, también es intrigante el hallazgo de que el gen Avpr-1a pa-
rece estar asociado con diferencias en comportamiento altruista en ambos sexos y
con la formación de vínculos de pareja y satisfacción marital en los hombres.
Navegar con éxito por el laberinto social puede resultar muy exigente en lo
que a recursos cognitivos se refiere (Colmenares, 2005). La hipótesis general
de que la vida social ha sido el principal motor de la evolución del asiento físico de
la inteligencia social y de las distintas funciones psicológicas que ésta entraña ha
logrado un importante arraigo a partir de la década de 1970 (Humphrey, 1976;
Byrne y Bates, 2007). Desde entonces, han sido varias las hipótesis que se han
propuesto para identificar las presiones selectivas y el diseño en el ámbito cog-
nitivo resultante.
b) Cerebro social
Como la hipótesis anterior, la hipótesis del cerebro social también sostiene
que la principal presión selectiva que ha promovido la expansión de la corteza
han sido las demandas de carácter específicamente social que es necesario resol-
ver de modo satisfactorio para vivir en grupo y beneficiarse así de las ventajas
que comporta (por ejemplo, la reducción de la mortalidad debida a la presión
predatoria y el incremento de la tasa reproductora ligada al mantenimiento de
alianzas con compañeros del grupo especialmente valiosos). La hipótesis del ce-
rebro social predice específicamente una asociación positiva entre el tamaño re-
lativo de la corteza y el tamaño del grupo social; así, se usa esta última medida
como un índice del grado de complejidad social.
¤ Editorial UOC 336 Etología
Como predice la hipótesis, de entre las variables analizadas, que incluyen ha-
bilidades de cognición física, de cognición espacial y de cognición social, el ta-
maño del grupo social parece ser la única que guarda una relación positiva y
estadísticamente significativa con el tamaño relativo de la corteza. No obstante,
los análisis también indican que existe un efecto de la filogenia (figura 8.7), ya
que se detectan diferencias entre los tres grupos de primates, los prosimios, los
monos y los antropoides, es decir, para un mismo tamaño de grupo, la corticali-
zación es mayor en los antropoides que en los otros grupos taxonómicos (Barrett
y cols., 2003). Estos resultados apoyan los obtenidos en estudios experimentales
en el sentido de que la inteligencia social es mayor en los antropoides que en el
resto de los primates.
Figura 8.7
Hipótesis del cerebro social: existe una relación entre el tamaño relativo de la corteza y el tamaño del grupo.
Los triángulos representan especies de prosimios; los círculos son especies de primates no hominoideos, y
los cuadrados son especies de hominoideos. Fuente: Barrett et al. (2003).
Análisis recientes sugieren que la evolución del cerebro social no fue pro-
movida sólo por la socialidad, es decir, por la necesidad de vivir en grupos
sociales para defenderse de los depredadores y para competir con más éxito
contra otros grupos de la misma especie por los recursos tróficos, sino que
¤ Editorial UOC 337 Capítulo VIII. Socioecología
c) Inteligencia cultural
Se ha postulado que las capacidades sociocognitivas que separan a la espe-
cie humana del resto de las especies animales, sus primos más cercanos, los
chimpancés, incluidos, entre las que destacan habilidades de aprendizaje so-
cial especializadas, de comunicación y de teoría de la mente, han evoluciona-
do para sostener la naturaleza ultrasocial y cultural de nuestra especie. La
hipótesis de la inteligencia cultural plantea que dichas habilidades han evo-
lucionado en respuesta a las demandas de nuestra socialidad hipertrofiada.
Para tener éxito dentro de los grupos culturales en los que vive la especie hu-
mana es preciso utilizar y comprender la comunicación simbólica, compartir
objetivos e intenciones, usar artefactos, mostrar prosocialidad espontánea y
ser capaz de enseñar y de construir tradiciones, normas y valores. Además, la
hipótesis predice que los precursores de estas capacidades socioculturales sin-
gulares de la especie humana deberían encontrarse ya operativos desde una
temprana edad.
Resultados como los que se muestran en la figura 8.8 confirman esta pre-
dicción. Aunque la especie humana comparte con los demás hominoideos
muchas habilidades de cognición física, los niños de tan sólo dos años y me-
dio de edad, que aún no han recibido educación formal, ya dejan muy atrás
a sus primos, los orangutanes y los chimpancés, en tareas que ponen a prue-
ba sus capacidades sofisticadas en el dominio de la cognición social (Herrmann
y cols., 2007).
¤ Editorial UOC 338 Etología
Figura 8.8
Hipótesis de la inteligencia cultural: lo que distingue a la especie humana de las demás especies de primates filogenéticamente más
cercanas es la posesión de capacidades de cognición social necesarias para el desarrollo de la dimensión cultural, habilidades ya
presentes en niños de dos años y medio de edad. Fuente: Herrmann et al. (2007).
Las relaciones sociales son inevitablemente conflictivas aunque sólo sea por-
que los socios implicados intentan maximizar las ganancias (los servicios que
obtienen) y minimizar los costes (los servicios que prestan). La hipótesis de la
reconciliación sostiene que la vida en grupo y el acceso a los beneficios que ésta
proporciona sólo es posible si la selección natural ha dotado a los individuos de
las especies sociales de mecanismos que permitan amortiguar los efectos nega-
tivos de la competición agresiva (De Waal, 2000). El modelo relacional enfatiza
el hecho de que, en las especies sociales que viven en grupos permanentes, los
conflictos tienden a ocurrir entre los individuos con una relación de interde-
pendencia mayor, es decir, entre familiares, entre amigos, entre aliados. Para
ellos, reparar la relación temporalmente dañada por un conflicto puede llegar a
ser de mayor valor adaptativo que acceder al recurso externo (comida, lugar, pa-
reja, compañero) que provocó las hostilidades (Aureli y De Waal, 2000).
En muchas especies sociales se ha comprobado que las tasas de comporta-
miento amistoso son especialmente elevadas durante los cinco minutos poste-
riores a la finalización de la confrontación agresiva. Estos hallazgos establecen,
¤ Editorial UOC 339 Capítulo VIII. Socioecología
sin duda, una relación causal o al menos contingente entre la agresión, que se-
gún el modelo clásico de la agresión debería dispersar a los antagonistas, y la
ocurrencia de conductas amistosas, que presuntamente restablecen la atracción
y los vínculos entre los adversarios momentáneamente erosionados por el con-
flicto. Ahora bien, aunque la relación positiva entre la ocurrencia de agresión y
de conductas amistosas posconflicto es estadísticamente significativa, esta de-
nominada tendencia conciliadora presenta valores muy variables tanto a escala
intraespecífica como interespecífica, con un suelo muy bajo (del orden del 8%)
y un techo no excesivamente elevado (del orden del 65%).
Para explicar la variabilidad en la tendencia conciliadora entre díadas de la
misma y de distintas especies se ha formulado la hipótesis de la relación valiosa.
Ésta predice que los valores más elevados de reconciliación deberían observarse
entre adversarios que mantuvieran relaciones más valiosas, es decir, individuos
cuya relación de interdependencia fuera más crítica para la maximización de sus
respectivos intereses. En este contexto, la reconciliación tendría la función de
restaurar el tono cooperativo preconflicto, especialmente de las relaciones más
valiosas, de reducir la probabilidad de volver a ser agredido y de disminuir los
niveles de ansiedad provocados por el conflicto. Los estudios que han testado
esta hipótesis han confirmado su predicción central, la existencia de una rela-
ción directa entre el valor de la relación y la probabilidad de que los implicados
se reconcilien después de una confrontación. Lo que no está claro es por qué
hay tantos conflictos que no se reconcilian y por qué la reducida tendencia con-
ciliadora observada en tantos estudios no se traduce aparentemente en una dis-
minución de la cohesión de los grupos.
Los conflictos interindividuales generan niveles elevados de ansiedad en los
antagonistas. Filippo Aureli propuso la hipótesis de la reducción de la ansiedad-
incertidumbre para explicar por qué las víctimas de una agresión deberían bus-
car la reconciliación con sus agresores y de ese modo reducir la probabilidad de
que éstos volvieran a agredirles. Los tests de esta hipótesis han confirmado la
predicción, sin embargo, ha habido un hallazgo reiterado que inicialmente re-
sultó paradójico. En varios estudios, se encontró que los agresores también ex-
hibían conductas indicativas de ansiedad, a pesar de que ellos no debían temer
un ataque de la víctima. Aureli modificó su hipótesis original y la rebautizó con
el nombre de hipótesis integrada de la reconciliación (Aureli, 1997). Según esta
hipótesis, los niveles de ansiedad y la tendencia conciliadora serán más elevados
¤ Editorial UOC 340 Etología
entre adversarios que mantienen una relación más valiosa. Hay varios tests de
esta hipótesis que han confirmado sus predicciones. La principal asignatura
pendiente de la hipótesis de la reconciliación es demostrar que las conductas
amistosas que se producen después de una agresión merecen realmente el cali-
ficativo de conciliadoras en el sentido de que su ocurrencia tiene efectivamente
los efectos funcionales que sostiene la hipótesis, es decir, restablecer la sociali-
dad temporalmente dañada por los conflictos.
Cuidado parental Mayor riesgo de invertir en los Más oportunidades para el cuidado
descendientes de rivales paternal y aloparental
las presas se agregan para reducir el éxito de sus depredadores, pero éstos recu-
rren a contraestrategias del mismo corte para reducir la efectividad de las estra-
tegias de sus presas; la caza cooperativa es un buen ejemplo. En este contexto,
la socialidad también tiene efectos significativos sobre la supervivencia, pero en
el ámbito de la competición intraespecífica, es decir, de rivalidad entre grupos
de la misma especie de desigual tamaño. La socialidad no sólo es una estrategia
que puede incrementar la esperanza de vida de los individuos, sino que puede
también favorecer la tasa reproductiva (apareamiento y cuidado parental) de los
individuos, así como la explotación de recursos sólo disponibles en grupos so-
ciales, como la posibilidad de beneficiarse del aprendizaje social y de cooperar
con otros para obtener recompensas inalcanzables de forma individual. En
cualquier caso, la información de la tabla 8.7 constituye un buen modelo de
tradeoffs (esto es, intereses enfrentados, con soluciones que colisionan), en este
caso de los que genera la socialidad.
Los tres principales factores que parecen haber promovido la socialidad son
la presión predatoria, la competición entre grupos de la misma especie y la coer-
ción sexual (tabla 8.8). Las hipótesis más paradigmáticas de la socioecología han
articulado sus propuestas a partir del examen del impacto de cada uno de ellos.
Así, la hipótesis de la socialidad como respuesta al riesgo de depredación sostie-
ne que la principal ventaja e ímpetu para la formación de grupos ha sido la pre-
sión predatoria y que su principal desventaja es el efecto negativo que la
socialidad tiene sobre la tasa reproductiva de los individuos, ya que existe una
relación directa entre el tamaño de un grupo, sus niveles de competición y de
estrés y, por lo tanto, su éxito reproductivo (Van Schaik, 1989). La hipótesis de
la socialidad como respuesta a la competición entre grupos por el acceso a los
recursos tróficos de los que dependen la supervivencia y reproducción de los in-
dividuos postula que su principal beneficio es el incremento que experimenta
su éxito en la monopolización de los recursos cuando compite con otros grupos
de menor tamaño (Wrangham, 1980). Obviamente, como en el caso anterior,
estos beneficios no se obtienen de forma gratuita, la competición dentro del
grupo impone sus correspondientes costes. Por último, la hipótesis de la socia-
lidad como respuesta a la coerción sexual en general y al riesgo de infanticidio
en particular ha propuesto que la socialidad tiene como punto de partida la ne-
cesidad de las hembras de disminuir la costosa penalización evolutiva que su-
¤ Editorial UOC 345 Capítulo VIII. Socioecología
pone para ellas perder alguno de sus pocos proyectos reproductivos debido a la
práctica del infanticidio por parte de los machos (Van Schaik, 2000).
Competición entre grupos Las hembras forman grupos de Las hembras no forman grupos o
por los recursos tróficos individuos vinculados y lo hacen en función de las
emparentados (filopatría estrategias de los machos; las
femenina); las hembras invierten relaciones entre las hembras están
en vínculos de amistad y en poco diferenciadas; las hembras
coaliciones; las jerarquías de establecen vínculos con machos.
hembras son importantes.
Agresión social y riesgo de Los machos inmigrantes pueden Hembras y machos pueden
infanticidio cometer infanticidio; las hembras cometer infanticidio; las hembras
establecen amistades o alianzas establecen amistades o alianzas
con machos protectores y con machos protectores y pueden
pueden activar varias estrategias activar varias estrategias
fisiológicas y comportamentales fisiológicas y comportamentales
para reducir el riesgo de para reducir el riesgo de
infanticidio. infanticidio.
En función del peso que tenga cada uno de estos factores ecológicos, así serán
las respuestas de las hembras en términos de competición (relaciones de domi-
nancia), de cooperación y de vinculación con individuos de su mismo sexo y con
los machos, así como del patrón filopátrico que es más probable que practiquen.
La teoría socioecológica se apoya de forma significativa sobre la teoría de la se-
lección sexual y la inversión parental de Trivers (Kappeler y Van Schaik, 2004).
Puesto que los óvulos son los gametos minoritarios (y más costosos de producir)
y, en muchas especies, las hembras son, además, el sexo más comprometido en
todas las fases de un proyecto reproductivo, parece que son éstas las que toman
la delantera en la decisión acerca de qué estrategia poner en práctica para redu-
cir el impacto negativo del principal factor limitante de su éxito reproductivo:
¤ Editorial UOC 346 Etología
vados a buen puerto son el punto de partida de las soluciones que adoptan los
machos para sobrevivir y maximizar su mucho mayor potencial de proyectos re-
productivos.
Figura 8.9
Filogenia y estilos sociales en especies del género Macaca. Los estilos sociales son más similares en especies
que forman parte del mismo clúster de especies filogenéticamente cercanas. 1: especies con jerarquías dés-
potas y un elevado nivel de nepotismo en las relaciones sociales. 4: especies con jerarquías más igualitarias y
un nivel mucho menor de nepotismo en las relaciones sociales. Grados 2 y 3 serían intermedios entre esos
extremos. Fuente: Thierry et al. (2000).
energía y recursos para buscar pareja, cortejarla y aparearse. Tampoco hay que
invertir en la producción de células sexuales. Además, los organismos que se re-
producen asexualmente transmiten el 100% del material genético a los descen-
dientes, de manera que, con sólo la mitad de los hijos, ya tienen la misma
eficacia biológica que un organismo con reproducción sexual. Una última venta-
ja es que los organismos asexuales son menos vulnerables a la predación, ya que
se ahorran los riesgos asociados a las conductas de cortejo y de apareamiento.
Aun así, la asexualidad exclusiva es bastante rara en el mundo animal. Y con
respecto a los vertebrados son muy pocas las especies que se reproducen
asexualmente. En algunos peces, como los molly Amazonas (Poecilia formosa) y
reptiles, como los dragones de Komodo (Varanus komodoensis), los oocitos de las
hembras pueden desarrollarse aunque no hayan sido fecundados por los ma-
chos, pero estos casos de partenogénesis son muy insólitos.
En el caso de la reproducción sexual, el nuevo organismo procede de la
unión de dos células sexuales (óvulos y espermatozoos), una de cada progenitor,
obtenidas por meiosis. Tanto este proceso de formación de células sexuales
como la combinación de la información genética procedente de los progenito-
res es fuente de variabilidad. Esta variabilidad genética compensa la gran inver-
sión que comporta la reproducción sexual. De hecho, se trata de una ventaja tan
considerable que la mayoría de especies de animales de vertebrados e inverte-
brados se reproduce de forma sexual en algún momento de sus vidas.
ratura de incubación de los huevos es la que provoca que los embriones se con-
viertan en machos o en hembras. En la tortuga mordedora americana (Chelydra
serpentina), los huevos incubados a temperaturas bajas originan hembras, mien-
tras que si se incuban a temperaturas altas se obtienen machos. En algunas es-
pecies de caimanes, sucede exactamente lo contrario. En aves y mamíferos, la
determinación del sexo siempre es cromosómica. Las aves portadoras de los cro-
mosomas sexuales ZZ son machos y las portadoras de los cromosomas sexuales
ZW, hembras. En los mamíferos, la dotación cromosómica sexual de las hembras
es XX y la de los machos, XY.
En general, la ratio sexual de las especies se establece en torno al 50-50, pero
algunos animales son capaces de controlar la ratio en determinadas circunstan-
cias y ajustar la población, así compensan desviaciones con respecto al 50-50
normal o incrementan la proporción de un sexo si se dan factores ecológicos
que proporcionan ventajas selectivas para un sexo que favorecen la eficacia bio-
lógica del otro.
De esta forma, si por algún motivo se da una pérdida diferencial de indivi-
duos de un sexo, las hembras son capaces de compensarla, al incrementar el
número de crías del sexo menos numeroso. En algunas especies, como las zari-
güeyas (Dydelphuis virginiana), la presencia de alimento abundante y de calidad
favorece el nacimiento de crías macho. En general, las hembras mejor alimen-
tadas tienen hijos más grandes, pero las madres obtienen más beneficios en tér-
minos de eficacia biológica si las crías son machos, ya que el tamaño grande
proporciona ventaja en la competencia que se establece entre machos por el ac-
ceso a las hembras (los machos más grandes suelen tener mayor éxito reproduc-
tor) (Austad y Sunquist, 1986).
crías antes y después del nacimiento. Estas diferencias responden a presiones se-
lectivas diversas.
cas especiales, como crines y barbas o colores brillantes, que hagan a los machos
más vistosos y atractivos y también la evolución de conductas de cortejo muy
complejas, que van desde exhibiciones muy elaboradas hasta la entrega de regalos
nupciales.
con una producción de células sexuales limitada y costosa y que cuenta con
unas oportunidades de aparearse limitadas, la mejor estrategia sexual consiste
en escoger el mejor macho para garantizar la supervivencia de los hijos (y de los
propios genes).
En términos genéricos, se podría afirmar que la estrategia de los machos es
más cuantitativa (buscar el número máximo de parejas sexuales) y la de las hem-
bras más cualitativa o selectiva (buscar la mejor pareja sexual). El concepto de
estrategia sexual no se tiene que confundir con el de estrategia reproductora. Las
estrategias reproductoras hacen referencia a dos estrategias generales para au-
mentar las probabilidades de supervivencia de la progenie. La estrategia r se da
en aquellas especies con una tasa reproductora elevada, que tienen un ciclo vital
corto y un desarrollo rápido, mientras que la estrategia K se encuentra en espe-
cies con una tasa reproductora baja, un ciclo vital largo y un desarrollo lento.
Lo que caracteriza a los estrategas de la K es la presencia de cuidados parentales,
que pueden llegar a ser complejos y prolongadas, mientras que, en los estrategas
de la r, los cuidados parentales son inexistentes o mínimos. Evidentemente,
aunque hablamos de dos estrategias diferentes, las especies se distribuyen a lo
largo de un continuum y la mayoría se encuentran en algún punto entre los dos
extremos. Las especies seleccionadas por la K suelen vivir en ambientes estables
y las tasas de mortalidad de las crías son mucho más bajas que las de los estra-
tegas de la r, que compensan la elevada mortalidad de la progenie con la pro-
ducción de un gran número de crías. La estrategia r es muy adaptativa en
ambientes inestables, que se encuentran por debajo del nivel de saturación del
hábitat. El tipo de estrategia reproductora también es puede relacionar con el
grado de inmadurez de las crías al nacer y su dependencia de los cuidados pa-
rentales para sobrevivir. Así, es más fácil encontrar estrategas de la r entre las es-
pecies precociales que en las altriciales.
2.3.2. La atracción
El tipo de rasgos atractivos que utilizan los animales para percibir y comuni-
car el atractivo está en función de su mundo perceptivo, que relaciona las capa-
cidades sensoriales con el medio ambiente donde viven. Deben ser rasgos fáciles
de percibir y eso comporta un coste añadido, ya que, además de atraer el interés
de una pareja potencial, también pueden atraer la atención de depredadores. La
selección de rasgos exagerados en los machos es el resultado de las preferencias
sexuales de las hembras. De todos modos, estos rasgos tienen un coste elevado,
en términos de energía y de riesgo de depredación. Por lo tanto, hay que sopesar
el equilibrio entre costes y beneficios. En algunos sistemas de apareamiento,
como los poligínicos, los machos que se aparean con muchas hembras incre-
mentan tanto la eficacia biológica que pueden asumir los costes que supone tener
unos rasgos morfológicos y conductuales tan exagerados y conspicuos. En las
viudas del paraíso (Steganura paradisea), un rasgo atractivo para las hembras es
la longitud de la cola del macho. Andersson (1982) alargó las colas de algunos
machos al pegarles unas extensiones y las hembras escogieron de forma signifi-
cativa aparearse con esos machos de cola larga. Por lo tanto, si en condiciones
naturales los machos pudieran desarrollar colas extremadamente largas, ten-
drían el éxito reproductor asegurado. Pero la longitud de la cola dificulta el vue-
lo y hace más vulnerable al individuo ante la depredación.
De hecho, el conflicto entre la selección natural y la selección sexual no tiene
demasiado sentido, ya que las hembras escogen en la medida que los machos
pueden asumir los costes. Si la selección natural es una competición entre genes
para la supervivencia, la selección sexual no es más que una forma particular de
este proceso, la competición entre genes para reproducirse. Estas dos fuerzas
evolutivas pueden actuar de manera complementaria o contrapuesta, y será el
equilibrio entre costes y beneficios lo que determinará la intensidad relativa de
las dos selecciones.
2.3.3. El cortejo
del individuo para encontrar los mejores recursos. Por otra parte, los recursos
tróficos, que a menudo contribuyen a la oogénesis, constituyen un beneficio
inmediato para la hembra, mientras que un buen lugar para nidificar puede ga-
rantizar la supervivencia de los polluelos.
En algunos casos, los regalos nupciales son simbólicos y únicamente muestran
las habilidades del que los oferta. Así, algunos dípteros (Hilaria sartor) ofrecen
envoltorios de seda a las hembras que no contienen ningún alimento. Un caso
extremo es el de los tilonorrincos australianos (géneros Chlamydera y Ptilonor-
hyncus) que hacen unas construcciones muy elaboradas (jardines) consistentes
en una especie de glorieta rodeada de una gran variedad de objetos. El macho
se sitúa dentro de la glorieta y espera a las hembras, que escogen pareja en fun-
ción de la complejidad de la estructura realizada por el macho y el número y
características de los objetos acumulados. Ni la glorieta sirve para nidificar ni los
objetos son recursos tróficos. En este caso, lo que se evalúa es la habilidad del
macho para crear el jardín más atractivo. Y, de forma indirecta, la edad, la ex-
periencia y la capacidad del macho para competir con otros, que contempla
también el robo de objetos (Borgia, 1995).
4) Facilitar la estimulación recíproca y la sincronía en la actividad sexual, que
favorecerá la posibilidad de fecundación. El objetivo final del cortejo es que se
produzca el apareamiento entre los individuos implicados con una garantía
máxima de lograr la fecundación. En la etapa final del cortejo, se puede observar
el aumento de excitación recíproca y una sincronización de los comportamien-
tos, de manera que la conducta de macho y hembra acaba siendo perfectamente
simétrica y complementaria. Esta sincronía es especialmente necesaria en aque-
llas especies en las que la fecundación es externa.
2.3.4. La fecundación
En algunas especies, la competencia entre los machos sigue después del apa-
reamiento con el fin de asegurarse la paternidad. Así, los machos de muchas es-
pecies han desarrollado mecanismos fisiológicos y estrategias comportamentales
que aumentan las posibilidades de fecundar los ovocitos de las hembras.
Vigilar la pareja tras el acoplamiento hasta que deje de estar receptiva es una
estrategia eficaz para evitar que otros individuos tengan acceso a ella. Esta estra-
tegia es especialmente adaptativa en aquellas especies que presentan un efecto de
recencia, por lo que el esperma del último macho que ha eyaculado es el que fe-
cunda la mayoría de óvulos. Este efecto es característico de la mayoría de aves y
de insectos. En cambio, en los mamíferos, el efecto más común es el efecto de pri-
macía. Así, cuando varios machos copulan con una misma hembra en un perio-
do de tiempo corto, el primero que lo hace es el que tiene más posibilidades de
fecundarla. En este caso, la presión selectiva a favor de la vigilancia de la pareja
será baja y la mejor estrategia posible consistirá en conseguir ser el primero en
copular en el momento adecuado.
En aquellas especies donde tanto las hembras como los machos se aparean
con más de un individuo del otro sexo (poliginandria) la competencia espermá-
tica es la que determina cuál es el macho que fecunda a la hembra. Se han des-
crito varias adaptaciones fisiológicas, anatómicas y conductuales que funcionan
como mecanismos de competencia espermática.
Copular repetida y frecuentemente es una de las adaptaciones más comunes.
Además de incrementar la cantidad de esperma en el cuerpo de la hembra, tam-
bién favorece que una de las eyaculaciones coincida en el momento óptimo
para la fecundación de los óvulos.
Otra adaptación más insólita consiste en extraer el esperma ajeno, ya sea me-
diante la limpieza previa del aparato reproductor femenino antes de la eyacula-
¤ Editorial UOC 364 Etología
1) Monogamia. Tanto los machos como las hembras sólo se aparean con un
único individuo del otro sexo a lo largo de un periodo reproductor
2) Poligamia. Tanto el macho como la hembra pueden tener más de un com-
pañero sexual a lo largo de un periodo reproductor. Se distinguen tres variantes:
Tabla 8.10. Principales tipos de sistemas de apareamientos de acuerdo con el número de pa-
rejas sexuales que tienen machos y hembras durante un periodo reproductor.
Sistemas de apareamiento
Monogamia
Poliandria
Poliginandria
2.4.2. Monogamia
2.4.3. Poliginia
una zona de reunión, donde los machos confluyen con el objetivo de establecer
unos territorios muy pequeños dentro de los cuales cada macho se exhibe con
el fin de atraer la atención de las hembras. Las hembras entran en el lek y esco-
gen al macho con el que se aparean. Al encontrar una gran cantidad de machos
en un espacio reducido, pueden comparar fácilmente las exhibiciones que eje-
cutan y elegir al mejor candidato para fecundar sus óvulos. Además, la presencia
de tantos individuos puede reducir las posibilidades de ataque de los depreda-
dores durante el cortejo y el apareamiento.
La poliginia en los lek es típica de aquellas especies que tienen un periodo
reproductor breve, en las que las hembras están muy dispersas y los recursos,
poco concentrados. La poliginia en lek ha sido muy estudiada en el urogallo de
las artemisas norteamericano (Centrocercus urophasianus). Los machos llegan al
lek antes que las hembras y establecen sus pequeños territorios en los que se ex-
hiben adoptando unas posturas muy conspicuas y emitiendo unos sonidos ca-
racterísticos. A medida que llegan las hembras, los machos intentan adoptar
posiciones cada vez más centrales. El macho que ocupe el lugar central y los ma-
chos con los territorios adyacentes más próximos al centro conseguirán aparear-
se con varias hembras, mientras que los machos periféricos no lograrán tener
ninguna cópula (Jongsgard, 1967). En mamíferos, la poliginia en lek es poco ha-
bitual, pero es usual en dos especies de antílopes africanos, el kob de Uganda
(Kobus kob thomasi) y el topi (Damaliscus lunatus). En ambos casos, los machos
más grandes ocupan el núcleo del lek y tienen un éxito reproductor mucho ma-
yor que los machos que se exhiben en la periferia de la arena (Bro-Jorgensen y
Durant, 2003).
Por último, con respecto a las especies con poliginia por carrera competitiva,
que suelen ser muy poco selectivas, la selección sexual actúa con menos fuerza.
De todos modos, en algunos reproductores explosivos, como las ranas de bos-
que (Rana sylvatica), los machos más grandes suelen tener más éxito que los pe-
queños, de manera que sí se produce una relativa selección sexual.
2.4.5. Poliandria
Entre los mamíferos, la poliandria es prácticamente inexistente, pero hay una familia
de primates, los titíes (Callithricidae) donde este tipo de apareamiento es bastante fre-
cuente. De hecho, la mayoría de especies de titíes son monógamas o poliándricas. A
diferencia de lo que sucede en otras especies de primates, los partos múltiples (de ge-
melos o trillizos) son muy usuales. Las crías, con respecto al tamaño de los adultos,
son bastante grandes y totalmente dependientes con respecto a la alimentación y el
transporte. Además, se da la circunstancia de que la hembra ovula de nuevo poco des-
¤ Editorial UOC 373 Capítulo VIII. Socioecología
pués del parto, momento en el que es fecundada por algún macho de su grupo. Por
lo tanto, la hembra debe hacer frente al coste de una nueva gestación y del amaman-
tamiento de los pequeños. El resto de cuidados parentales (transporte, protección,
juego) corre a cargo de los machos del grupo, que colaboran para sacar adelante las
crías. Si en el grupo hay otras hembras (hijas de camadas anteriores), también pueden
participar en la cría de los pequeños. Pero en muchas especies, como por ejemplo el
tití de cabeza de algodón (Saguinus oedipus), sólo se reproduce la hembra alfa, que su-
prime fisiológicamente la reproducción del resto de hembras mediante la emisión de
una feromona en la orina que inhibe la ovulación. En los titíes, las hembras adultas
suelen ser ligeramente más grandes que los machos y la hembra alfa es el individuo
más dominante del grupo.
2.4.6. Poliginandria
Tanto los humanos como los bonobos hacen un uso social del sexo, desvin-
culado de la función reproductora. En cuanto a los bonobos, es lícito hablar de
sexo recreativo porque es imposible (o extremadamente difícil) que los animales
puedan fecundar o ser fecundados mientras lo practican. Así, los bonobos:
El análisis de las funciones del sexo recreativo en los bonobos aporta datos
sobre el origen y la evolución del sexo recreativo y su valor biológico. De acuer-
do con los estudios de De Waal (1995), los bonobos utilizan el sexo recreativo
con las siguientes finalidades:
No es lo mismo la idea darwinista de selección natural (SN) que la que se plantea des-
de la perspectiva neodarwinista. Darwin se refería a las variantes individuales hereda-
bles en un ambiente local de manera que las más útiles se preservaban. Los individuos
cuyas variantes se preservan son los más aptos, es decir, sobreviven y se reproducen.
La irrupción de las leyes mendelianas de la herencia, la genética cuantitativa, la bio-
logía molecular, entre otras, dio lugar a la síntesis moderna, es decir, al neodarwinis-
mo. La aptitud de los organismos se manifiesta en su fenotipo, que depende de los
genes y del ambiente. Cuando la representación genética ganada en la población se
considera en términos de la siguiente generación de descendientes lo llamamos efi-
cacia (fitness) o aptitud. La eficacia inclusiva (inclusive fitness) o aptitud inclusiva va
un poco más allá porque considera, además de la eficacia clásica mencionada, a todos
aquellos individuos de la población con quienes los progenitores comparten algún
tipo de relación genética, aunque no sean descendientes directos. Como los genoti-
pos de los individuos varían en una población, puede ser que unos tengan más efica-
cia que otros y, por lo tanto, sus genotipos se irán haciendo más abundantes a lo largo
de sucesivas generaciones. Así es la selección natural y la evolución se refiere al cam-
bio de las frecuencias genéticas en la población producidas por selección. Según el
evolucionista británico William D. Hamilton, el comportamiento social evoluciona
por selección de parentesco (kin selection) si se cumple que rB > C en la que los bene-
ficios (B) en términos genéticos que gana el receptor, multiplicados por el coeficiente
r de parentesco entre el actor y receptor del acto, supera a los costes (C) genéticos del
comportamiento para el actor. Esta ecuación se conoce como la regla de Hamilton.
La selección de parentesco sirve para explicar la evolución del altruismo, la conducta
social, la cooperación, etc.; en definitiva, la evolución social. La selección de paren-
tesco es más restrictiva que la eficacia inclusiva, ya que se limita a los genes que se
¤ Editorial UOC 379 Capítulo VIII. Socioecología
comparten entre los parientes y no a todos los genes compartidos por los individuos
en una población (Alexander, 1974; Eberhard, 1975; Trivers, 1985)2.
Muchas crías nacen en condiciones bastante inermes; unas más y otras menos,
pero en general podemos decir que no se bastan solas y requieren cuidados. Por
otra parte, es obvio que los progenitores buscan que su descendencia sobreviva,
por lo que cuidan de ella. La conducta de los progenitores es un hecho observable
(por ejemplo, pasan un tiempo con su descendencia, la alimentan), tiene costes
(por ejemplo, gastan energía, tiempo) y tiene efectos sobre su reproducción futu-
ra. Todo ello es bastante intuitivo, pero estudiarlo resulta algo más complejo.
El cuidado parental es un término que podemos utilizar para describir la con-
ducta de los progenitores que probablemente incrementa la eficacia de los hijos.
El término es descriptivo y útil para nuestros propósitos. Sin embargo, hay mu-
chos conceptos para los que resulta difícil decidir si se consideran parte o no del
cuidado parental. En la bibliografía, con frecuencia se usan de manera intercam-
biable, pero debemos buscar los orígenes teóricos en los trabajos de Williams
(1966) y Trivers (1972) sobre inversión parental (parental investment). Quizá me-
rece la pena citar el excelente libro de Tim Clutton-Brock (1991), que puede
complementarse con otros trabajos que se recomiendan al final del capítulo.
Mientras tanto, lo que sí debemos decir es que la formulación de la inversión
parental, incluyendo todos los componentes de la aptitud, requiere de modelos
matemáticos complejos, genéticos, propios de la biología evolutiva y que están
fuera del objetivo de nuestro tema.
La evolución del cuidado parental va a depender de los costes que el cuidado de las
crías tiene sobre el valor reproductivo residual de los progenitores, es decir, sobre su efi-
cacia futura, así como de los beneficios en la eficacia de su descendencia y otros indi-
viduos emparentados genéticamente. Como la eficacia es difícil de medir, ya que
significaría conocer la disminución (costes) o el aumento (beneficios) de la presencia
genética en las sucesivas generaciones, es más fácil optar por medidas de gasto ener-
gético o de tiempo en el cuidado. Sin embargo, es posible que estas medidas indirectas
no reflejen de forma adecuada los efectos en la eficacia. El cuidado parental no asume
nada sobre costes en términos de eficacia, pero es útil si suponemos que puede tener-
los. Los progenitores gastan sus recursos temporales o energéticos en el cuidado de
sus crías y es lo que llamamos gasto parental (parental expenditure). La inversión parental
(parental investment) hace referencia a la medida que el cuidado parental en uno o va-
rios descendientes reduce cualquier aspecto del valor reproductivo residual de los
progenitores. La inversión parental se refiere a los costes en eficacia de los progenito-
res en cualquier descendiente individual, mientras que el coste total en toda su des-
cendencia se denomina esfuerzo parental (parental effort). Todo organismo realiza un
esfuerzo reproductivo (reproductive effort), que es la suma del esfuerzo parental y el es-
fuerzo de apareamiento (mating effort), es decir, los costes en eficacia debidos a la bús-
queda de pareja para el apareamiento (véase también Clutton-Brock y Godfray, 1991).
Tantos son los factores que intervienen en el transcurso del desarrollo y madura-
ción que no es de extrañar que existan diferencias individuales y que la relación no
sea siempre normal sino que, con frecuencia, sea patológica con influencias trans-
generacionales que influyen, principalmente, en la maternidad futura de las hijas.
Hace poco, se ha adoptado una perspectiva integradora sobre todos los efec-
tos que el cuidado parental puede tener sobre el desarrollo de los descendientes:
el fenotipo de las madres, más que el de los padres, afecta al fenotipo de los des-
cendientes. La selección natural puede favorecer la evolución de los genes ma-
ternos, que se expresan en el fenotipo de la descendencia. No obstante, los
fenotipos maternos pueden tener también un origen ambiental más que gené-
tico y también pueden favorecer cambios en el ámbito de la población. De for-
ma genérica, este conjunto de enfoques se ha denominado efecto maternal (por
ejemplo, Maestripieri y Mateo, 2009) y está significando un nuevo impulso a los
estudios del cuidado parental. De todo ello vamos a tratar en este capítulo, no
sin reconocer su inabarcable amplitud. Para ello, pasaremos de soslayo por las
especies más lejanas y nuestro interés será dar una visión amplia del cuidado pa-
rental en distintos niveles de análisis, en especies con vidas relativamente dura-
deras, poniendo el énfasis en los primates no humanos.
suada que otra forma rara no cuaja en el juego. El concepto ha sido tomado de
la teoría de los juegos diseñada por la mente maravillosa del Nobel de Economía
de 1994 John Forbes Nash y aplicado a la biología evolutiva por John Maynard
Smith y George R. Price en 1973 y, posteriormente, a las ciencias sociales. El li-
bro de Richard Dawkins El gen egoísta es un ejemplo excelente del uso de las EEE
en la evolución de la conducta. En economía, el juego más conocido fue el del
dilema del prisionero y en biología evolutiva, el de los halcones y palomas (véa-
se capítulo VIII “Etología social”).
Aunque este ejemplo posee limitaciones desde la perspectiva de los eventua-
les beneficios para los hijos o del esfuerzo de los progenitores en términos de
aptitud, el estudio experimental en el campo o en el laboratorio surge de las pre-
dicciones probables a partir del modelo de inversión parental. Por otra parte, se
ha visto que el coste del cuidado de la puesta puede ser muy elevado, ya que el
progenitor que está incubando los huevos reduce su alimentación al mínimo,
lo que puede afectar a su reproducción en la estación siguiente por sufrir mayor
depredación o por tener un menor acceso a futuras parejas (Clutton-Brock y Go-
dfray, 1991). Hay que tener en cuenta que las predicciones esperables sobre el
cuidado parental en el gorrión común, un ave altricial, no son fácilmente extra-
polables a especies de aves precociales.
Aves altriciales son aquellas que no pueden moverse por sí mismas después de la eclo-
sión del huevo. Nacen en un estado poco avanzado de desarrollo, sin plumas, con
una visión muy limitada, teniendo que ser alimentados y cuidados durante mucho
tiempo (por ejemplo, las rapaces y las paseriformes como los gorriones). Las aves pre-
cociales sería el extremo opuesto. Nacen con los ojos abiertos y pueden abandonar el
nido pronto porque tienen gran autonomía (por ejemplo, las gallináceas). Algunas
veces se utilizan los términos nidícolas o nidífugos para señalar lo mismo. En cual-
quier caso, son términos muy genéricos porque podrían distinguirse varios grados,
como semiprecociales o semialtriciales.
En los mamíferos, el significado de estos términos puede ser aún más difícil de aplicar,
pero los mamíferos altriciales suelen tener periodos de gestación más cortos que los
precociales y tienen más hermanos en la misma camada. Así, por ejemplo, los prima-
tes son un orden que requiere mucho cuidado parental, ya que las crías nacen con
bastante desvalimiento y requieren periodos largos de cuidado intenso. Por ello, mu-
chas veces son considerados como altriciales. Sin embargo, el tamaño del cerebro es
grande en relación con el cuerpo, sobre todo en los grandes simios, lo que sería un
signo evidente de precocialidad. Igualmente, los humanos somos bastante precocia-
les porque compartimos más características con otros animales precociales, aunque
¤ Editorial UOC 384 Etología
cortejo más o menos elaboradas. En ocasiones, los machos compiten entre sí o las
hembras eligen al “mejor macho” por algunas de sus características. Los machos
pueden asumir o no hacerse cargo de las crías, pero quizá sólo participen disper-
sando una nube de espermatozoides sobre los huevos de la hembra (entre los pe-
ces pueden darse todas estas posibilidades). Otras especies tienen fecundación
interna, por lo que hay necesidad de aparearse. En algunas aves, los machos de-
fienden un territorio y, cuando encuentran pareja, hay que preparar los nidos,
aparearse, incubar la puesta, alimentar a los pollos y defenderlos de los depreda-
dores. En otros casos, se construyen madrigueras y, si son mamíferos, las madres
tienen que gestar y aportar leche. Hay multitud de comportamientos específicos,
pero el esfuerzo de los progenitores es siempre un compromiso. Un compromiso
que nos permite plantearnos otra pregunta interesante, a saber, ¿cuál de los pro-
genitores contribuye más al cuidado de la prole? Quizá podríamos comenzar con
esta última pregunta, ya que las anteriores serán una consecuencia.
La predicción teórica consiste en que los individuos del sexo que menos in-
vierte en el cuidado de la descendencia compiten más entre sí por aparearse con
el sexo que más invierte (Trivers, 1972). Aunque hay excepciones notables, se
puede decir que mientras los machos ponen el esfuerzo en el apareamiento, las
hembras lo hacen en el cuidado parental, es decir, en el cuidado maternal.
Las hembras y los machos producen un número limitado de gametos. Los lí-
mites son muy variables, pero la producción de gametos es ya una forma impor-
tante de esfuerzo parental, principalmente para las madres. Los óvulos son
gametos inmóviles con un alto contenido de nutrientes y son de gran tamaño.
Los espermatozoides, por el contrario, son móviles y de pequeño tamaño por-
que sólo llevan ADN. Una madre en buenas condiciones de salud y bien alimen-
tada puede producir gametos mayores y, como el citoplasma y los orgánulos de
los zigotos provienen de los óvulos, tendrán su fuente nutritiva a partir de éstos.
Mientras tanto, los espermatozoides no contribuyen en nada a su nutrición,
sólo fecundan. Este hecho explica que, mientras los óvulos se producen en can-
tidades relativamente pequeñas, la producción de espermatozoides es enorme.
¤ Editorial UOC 386 Etología
Se dice que los espermatozoides son parásitos de los óvulos, un comienzo para
el conflicto de intereses.
A esta ecuación, hay que introducirle otro parámetro. Aunque la producción
de grandes óvulos es costosa y la producción de espermatozoides no tanto (la
producción de espermatozoides también es costosa y pone en aprietos a los ma-
chos cuando, por ejemplo, las hembras sincronizan su ovulación), las hembras
tienen una ventaja incontestable: siempre están seguras de su maternidad. Los
machos, por el contrario, albergan alguna duda razonable sobre su paternidad,
tanto en especies con fecundación externa como interna. En el segundo caso,
incluso, por la potencial competición entre espermatozoides en el tracto repro-
ductivo de las hembras.
cuidado parental. Previamente, los machos compiten con fuerza entre sí duran-
te la estación reproductiva, lo que ha llevado evolutivamente a dos estrategias
en el ciclo vital de estos machos. Unos machos, los paternales, construyen el ni-
do, cortejan a la hembra y cuidan de los huevos y los alevines. Los otros, los que
ponen los cuernos (cuckolders) pueden meterse a escondidas en el nido o se mi-
metizan como hembras para engañar a los paternales al fecundar los huevos. La
estrategia de estos machos mentirosos es bastante eficaz, ya que pueden llegar a
fecundar hasta el 89% de la puesta y explica que ambas estrategias (paternal y
poner los cuernos) se mantengan en la población de percas.
Neff diseñó un doble experimento en el que exponían a los machos paterna-
les en un tanque con huevos y a cuatro machos mentirosos encerrados en otro
tanque adyacente. Ante la presencia de los mentirosos, los machos paternales
reducían el cuidado de los huevos, ya que, interpretaban los autores, esperaban
una escasa posibilidad de ser los verdaderos padres. Cuando los huevos eclosio-
naban, los machos paternales valoraban su eventual paternidad mediante indi-
cios olfativos e incrementaban el cuidado tras alcanzar la certeza en la misma.
La reducción del cuidado y el posterior incremento se ajusta muy bien a las pre-
dicciones teóricas. En el segundo experimento, un tercio de los huevos de un
nido paternal se llevaba a otros nidos paternales para valorar de nuevo el cuida-
do. Como se esperaba, los machos no cambiaban los niveles de cuidado al no
existir el indicio olfativo, pero cuando los alevines salían los machos pater-
nales engañados reducían significativamente el cuidado. Además del cum-
plimiento de las predicciones del modelo, se mostraba un mecanismo de
detección de la paternidad, en este caso con indicios olfativos (véase también
Neff y Sherman, 2003).
Estudios en humanos (Daly y Wilson, 1982) muestran que, cuando se valora
el parecido de los hijos con los progenitores mediante vídeo y cuestionarios, se
produce un sesgo entre los familiares a favor del parecido de los recién nacidos
de ambos sexos con los progenitores varones. Se trata de un sesgo al que tam-
bién contribuyen las madres y los propios padres varones, aunque en el caso de
éstos con un cierto escepticismo (en el parecido).
Si los machos no tienen certeza sobre su paternidad, el cuidado se reduce.
Una derivada extrema de este problema es el infanticidio. Junto con el riesgo
de depredación y de desnutrición, el infanticidio se ha convertido en una fuer-
za selectiva importante muy extendida en la naturaleza (podéis consultar
¤ Editorial UOC 388 Etología
Rees 2009 sobre esta polémica en los primates). Los machos de muchas especies
hacen abortar a las hembras o matan a los hijos probables de otros machos. Así
facilitan que las hembras vuelvan a ovular antes de aparearse con ellas y se ase-
guran su paternidad. Obviamente, las hembras defienden otros intereses, ya que
su maternidad no es discutida. Es muy interesante en este sentido lo que se ha
llamado el efecto Cenicienta (Cinderelle effect) en la especie humana. Se refiere
al trato discriminatorio que los varones pueden tener hacia sus hijastros en
comparación con sus hijos verdaderos; esto es, contra los hijos de la compañera
tenidos en una pareja anterior. La discriminación toma la forma de descuido,
maltrato e, incluso, abuso letal. Como pueden ser muchas las variables que in-
tervienen, y por supuesto toda clase de estereotipos culturales contra los padras-
tros, los datos deben evaluarse con precaución y considerar la variabilidad de
maltrato existente entre los dos grupos de varones. Posiblemente se ha llegado
a una cierta victimización de los hijastros que no está justificada, pero también
es posible que, como en el caso del infanticidio en los humanos, muchas veces
se encuentre relacionado con la seguridad en la paternidad y con la disponibi-
lidad de recursos, lo que engarzaría con la teoría del cuidado parental (Peláez y
cols., 1996). Podéis ver una interesante disquisición sobre el efecto Cenicienta
en Daly y Wilson (2007) desde la perspectiva de la psicología evolucionista.
busca de otras parejas y dejar a las madres casi toda la carga. Si, además, la ges-
tación es prolongada, buena parte del cuidado lo está poniendo ineludible-
mente la madre durante la gestación. Cuando las crías tienen que mamar, las
madres se encuentran en una situación inescapable de cuidado, incluso du-
rante meses, en los que no pueden volver a quedarse preñadas de nuevo. Los
machos siempre tienen las de ganar en este conflicto... si pudieran estar segu-
ros de su paternidad.
Sin embargo, las hembras usan sus propias estrategias (counterstragies) como
realizar una buena elección de entre los machos, favorecer la competición entre
éstos, incluso, una vez apareadas, favorecer la competición entre espermatozoi-
des de distintos machos; suprimir la reproducción si los indicios de futuro no
les son favorables (Peláez y cols., 1996), o forzar la participación de los machos
en el cuidado creándoles incertidumbre al ocultarles signos de su estado repro-
ductivo. En estos casos, los machos alcanzan el compromiso de vigilar a la pa-
reja (mate guarding) ante competidores, incluidos potenciales infanticidas, por
lo que permanecerán junto a las hembras después de la cópula y durante buena
parte del periodo de dependencia de las crías.
El compromiso biparental puede ser imprescindible si las exigencias de in-
versión son excesivamente elevadas para uno de los progenitores. En el caso de
las aves que tienen que construir el nido, empollar, vigilar, alimentar crías vo-
races con un desarrollo rápido, el cuidado biparental es frecuente. En mamíferos
como los primates y, esencialmente en humanos, con largos periodos de gesta-
ción y, sobre todo, un desarrollo lento y prolongado de la infancia, el cuidado
monoparental proporcionaría una baja aptitud a los progenitores; aunque las
madres siempre podrían recurrir a la ayuda de “tías”.
Un caso bastante especial es el llamado cuidado cooperativo que se ha des-
crito con frecuencia en aves (helping at the nest; Stacey y Koening, 1990) y en al-
gunos mamíferos (Solomon y French, 1997). Entre los primates, este tipo de
cuidado se da de forma generalizada en los primates del Nuevo Mundo de la
subfamilia Callitrichinae. La evolución del cuidado cooperativo en estas familias
extendidas, incluido el caso humano, se ha relacionado con el extraordinario
coste que para las madres significaría sacar adelante a sus crías. En efecto, los ca-
litrícidos son primates sin dimorfismo sexual y de pequeño tamaño (entre 128
y 650 gramos), por lo que son muy susceptibles a la depredación. La duración
de la gestación varía entre 131 y 184 días, muy larga en relación con el tamaño,
¤ Editorial UOC 390 Etología
pero en el rango de los primates más grandes, ya que su enanismo es una adap-
tación secundaria a la exclusión competitiva por el alimento con otros primates.
Las madres paren habitualmente gemelos dizigóticos que en el momento del
nacimiento pueden llegar a significar hasta un 15-25% del peso de la madre (en
la especie humana esa relación es del 8%). Su tasa reproductiva es muy elevada
y resulta muy llamativo que las hembras puedan quedarse preñadas de nuevo a
los pocos días del parto, ya que apenas existe amenorrea mientras amamantan
a las crías. Los costes de la reproducción son en apariencia tan elevados que el
valor reproductivo residual se acorta con elevada rapidez, tal como demuestra
el hecho de que los intervalos entre nacimientos se alarguen después de unos
cuantos partos, incluso en cautividad. La solución de compromiso parece haber
sido la crianza cooperativa.
En los grupos de calitrícidos, las hembras reproductoras participan con su ges-
tación y lactancia mientras el resto de los miembros del grupo, principalmente los
machos adultos, aportan vigilancia, termorregulación, comparten comida y trans-
portan a las crías en grandes recorridos. Mientras permanecen en el grupo, los ma-
chos y hembras cooperantes tienen su reproducción suprimida, por lo que una
sola hembra y un solo macho se reproducen de forma habitual. El cuidado coope-
rativo tiene costes para los cooperantes, ya que se exponen más cuando transpor-
tan a las crías. Además, el gasto del transporte no debe ser despreciable y las
dificultades para alimentarse mientras transportan crías tan pesadas podrían limi-
tar el acceso a los recursos. Sánchez y cols. (1999) encontraron que, durante las pri-
meras semanas después del nacimiento en cautividad, los cooperantes de tití de
cabeza blanca (Saguinus oedipus) podían llegar a perder hasta un 11% de su masa
corporal y que en recintos más naturales se producía un aumento de un 6,5% en
esa pérdida de masa respecto a recintos interiores (Sánchez y cols., 2005). Aunque
no es posible conocer el efecto de esos costes sobre la aptitud de los cooperantes,
los datos hacen pensar que ésta podría verse muy reducida en libertad si las con-
diciones ecológicas no fueran adecuadas. La situación puede ser tan especial que
se ha descrito la existencia de un efecto “Couvade”, es decir, cambios en caracte-
rísticas fisiológicas de los machos como respuesta mimética al embarazo de las ma-
dres, un fenómeno descrito previamente en humanos (Sánchez y cols., 2008).
La cooperación parece ser tan importante que los calitrícidos adoptan un sis-
tema de apareamiento flexible que incluye poliandria, poliginandria y monoga-
mia. Dadas las dificultades que una pareja puede tener en sacar adelante a las
¤ Editorial UOC 391 Capítulo VIII. Socioecología
crías sin cooperantes, la pareja admite la cooperación de otro macho aun a costa
de que éste pueda copular con la hembra y, como ocurre, que cada uno de los
gemelos sea descendiente de un macho distinto. En todo caso, la supervivencia
de las crías aumenta con la presencia de más de un macho en el grupo. Los po-
tenciales beneficios de la cooperación nos llevarían a hablar de la evolución del
altruismo y es posible que los miembros de los grupos tengan una estrecha re-
lación de parentesco (r), pero no está claro que sea así porque individuos que se
incorporan al grupo también resultan suprimidos en su reproducción y coope-
ran en la crianza. De forma indirecta, se puede ganar en experiencia, heredar te-
rritorios o sencillamente se coopera porque, mientras no haya nada mejor que
hacer, lo más conveniente es sentarse y esperar (estrategia sit and wait).
Es la forma como los individuos de un sistema social establecen sus relaciones sexua-
les. Generalizando, ya que hay muchas excepciones, los peces son en su mayoría po-
lígamos, es decir, un individuo de un sexo se reproduce con más de un individuo del
otro sexo (cuando existe fecundación interna diríamos que un individuo de un sexo
se aparea con más de un individuo del otro sexo) o promiscuos (machos y hembras
se reproducen entre sí sin ningún patrón aparente de preferencia, más bien de mera
oportunidad; aunque la inexistencia de preferencias es difícil de probar). Las aves son
frecuentemente monógamas (machos y hembras forman vínculos estables al menos
durante la estación reproductiva en la que se aparean). Muchas veces, la monogamia
se refiere al sistema de apareamiento exclusivo, de duración variable, con una pareja
pero pueden haber varias parejas sucesivas (monogamia serial). En otras ocasiones,
no existe tal exclusividad porque, si se da la ocasión, se producen cópulas extrapareja
(extra-pair copulations) en las que se pueden producir fecundaciones. Machos y hembras
monógamos son muy similares en sus caracteres sexuales secundarios, es decir, carecen
¤ Editorial UOC 392 Etología
o tienen poco dimorfismo sexual. Los mamíferos son en su mayoría poligámicos, es de-
cir, se aparean con más de un miembro del otro sexo. Dentro de la poligamia, lo más
frecuente es la poliginia (un subtipo de poligamia en la que un macho se aparea con
más de una hembra). La poliginia se relaciona con el dimorfismo sexual que en ocasio-
nes puede ser muy acusado, como en el caso de los ciervos o elefantes marinos. La po-
liandria, sistema poligámico en el que la hembra se aparearía con más de un macho, es
poco frecuente. Hemos visto casos de poliandria facultativa en los primates calitrícidos
sudamericanos. Todo indica que la poliginia y la monogamia podrían ser la norma en
nuestros ancestros homínidos, aunque el caso humano es particular porque el sistema
de apareamiento está muy influido por normas culturales y religiosas: la poliginia es ha-
bitual en algunas culturas y está relacionada con la riqueza o el poder, es decir, con el
número de mujeres e hijos que un varón puede mantener, en definitiva con la posesión
de recursos. En otras, la norma es la monogamia, posiblemente debido a los inasumi-
bles esfuerzos en la crianza de individuos con costosos cerebros, desarrollo lento e in-
dependencia tardía que requeriría la cooperación del varón. Sin embargo, la poliandria
también se da de forma excepcional en humanos cuando los recursos son muy escasos,
como ocurre en algunas poblaciones paupérrimas nepalíes para evitar el fracciona-
miento de las herencias entre hermanos, es decir, por criterios ecológicos.3
Como hemos visto, en los mamíferos, las hembras asumen la mayor parte
del esfuerzo parental salvo en algunos carnívoros o, con matices, en los primates
calitrícidos. Esto es así por sus características fisiológicas. En efecto, el principal
coste es producir leche pero como hemos visto también la producción de game-
tos grandes o periodos largos de gestación, entre otros. Ya que los machos no
contribuyen mucho hasta el nacimiento de las crías, los machos podrían con-
tribuir después amamantando a las crías. Al fin y al cabo, algunos machos pro-
ducen leche en pequeñas cantidades (merece la pena leer el capítulo 3 de Jared
Diamond (1999), para una simpática disquisición sobre este asunto). Es el caso
del murciélago frugívoro de Dayak (Dyacopterus spadiceus) o, en el caso humano,
como consecuencia de alteraciones hormonales patológicas de los varones. Las
glándulas mamarias de los machos no son funcionales en condiciones norma-
les, pero podrían haberlo sido. Aunque la contribución de los machos a la lac-
tancia podría ser de gran ayuda, en condiciones normales no parece ser rentable
y queda fuera del compromiso: los machos en especies poligínicas tienen que
guardar a la pareja contra otros machos y vigilar los territorios, lo que hace di-
fícil la evolución de la lactancia en este sexo y no suelen cuidar demasiado de
las crías. En las especies monógamas, parecería más probable en primera instan-
cia, pero el problema es similar. Lo que parece claro es que el esfuerzo de machos
y hembras difiere y el sistema de apareamiento vuelve a ser un compromiso en-
tre la seguridad de ser padre o no. Por lo tanto, los sistemas de apareamiento son
un resultado de un compromiso entre las estrategias de machos y hembras que
intentan maximizar por separado su éxito reproductivo.
Algunos datos recientes introducen algunas dudas sobre lo que parecería
algo irrefutable. En un análisis retrospectivo llevado a cabo en el Parque Nacio-
nal de Amboseli con datos de más de treinta años con babuinos amarillos (Papio
cynocepahalus) de los que se conocen muy bien sus filiaciones mediante análisis
genético en heces, se ha puesto en cuestión que en los grupos con organización
social multimacho-multihembra los machos adultos desconozcan a sus hijos y
no les proporcionen ningún cuidado parental. En efecto, las observaciones de
Charpentier y cols. (2008) indican que los padres discriminan a sus propios des-
cendientes de los de los demás machos y les cuidan en forma de apoyo durante
encuentros agresivos. Así, la presencia de los padres en el grupo de los descen-
dientes cuando éstos son todavía inmaduros aceleraba el momento de la madu-
ración fisiológica de las hijas y de los hijos, aunque en el caso de éstos sólo si el
padre era de alto rango en el momento de su nacimiento. Como la edad de la
madurez reproductiva tiene un efecto importante en la futura reproducción de
los hijos, la presencia de los padres sería importante para su aptitud. Estos auto-
res concluyen que el papel de los padres en estos grupos sociales (comunes en
la naturaleza) no ha sido aún suficientemente estudiado y muestran que algu-
nas respuestas a los modelos deben abordarse con estudios de larga duración,
con abundantes datos genéticos y demográficos.
Figura 8.10
Relación costes/beneficios (BC) de cualquier conducta parental hacia su cría. El modelo mide los beneficios
en unidades teóricas de éxito reproductivo de esa cría en cuestión y el coste del cuidado en unidades simi-
lares de éxito reproductivo de las crías futuras potenciales de la madre. En la especie 1, la relación B/C cae
con rapidez, mientras que en la especie 2 lo hace de forma mucho más lenta. Las áreas oscuras representan
el periodo en el que existe un conflicto entre progenitores y crías sobre si el cuidado parental debe conti-
nuar. Se asume que los hermanos futuros descenderían de la misma pareja, si descendieran sólo de la ma-
dre las áreas oscuras se extenderían hasta B/C = 1/4. Modificado del original de Trivers (1974).
Figura 8.11
Beneficio (B), coste (C) y medio coste (1/2C) de cualquier cuidado parental en un determinado momento
hacia sus crías como una función de la cantidad de inversión en ese cuidado. La cantidad de leche propor-
cionada podría ser un ejemplo. En P, la cantidad de inversión (B C) es máxima. En H, la aptitud del hijo
(B 1/2C) es máxima. Progenitores (madre principalmente) e hijo disputan sobre si la inversión debe ser P
o H. Se asume que los hermanos futuros lo son de padre y madre. Modificado del original de Trivers (1974).
¤ Editorial UOC 396 Etología
época juvenil, en la que las diferencias sexuales entre machos y hembras suelen
ir estableciéndose. Ahora podemos ver algunos ejemplos.
Con frecuencia se habla de que los machos son el sexo frágil. Las diferencias
en mortalidad de los machos podrían estar ligadas a los cromosomas sexuales.
En los reptiles, así como en los mamíferos, los machos son XY y las hembras,
XX (en muchos reptiles la asignación del sexo depende del lugar donde tiene
lugar la puesta y del calor). Sin embargo, en las aves el sexo homogamético (ZZ)
es el macho, mientras que el heterogamético (ZW) es la hembra. En la mayoría
de los peces, ambos sexos son homogaméticos. En todos los casos, los machos
son menos viables, es decir, más frágiles.
Es muy posible que el efecto del cromosoma Y sea indirecto y afecte a la im-
plantación de los zigotos macho y a su desarrollo embrionario. De la informa-
ción obtenida de abortos espontáneos en mamíferos, se deduce que la mayoría
son embriones macho. Es posible que las hormonas testiculares, ligadas al cro-
mosoma Y, sean las causantes de la mayor mortalidad antes y después del naci-
miento. Las hormonas maternales también parecen influir de forma diferencial,
ya que ratas gestantes sometidas a estrés producen mayor proporción de hem-
bras y camadas más reducidas. Estos últimos datos podrían apoyar que la menor
viabilidad de los machos estuviese relacionada con la diferenciación sexual, más
que con los cromosomas sexuales mismos. En los humanos, el número de ma-
chos supera al de hembras en una proporción 6:5 en los primeros momentos del
embarazo. La proporción de machos es también ligeramente mayor en el naci-
miento, aunque la diferencia se reduce inmediatamente después. Es posible que,
por esta razón, en poblaciones cristianas de lugares con escasa asistencia sanita-
ria, los padres organicen el bautizo inmediatamente a los varones recién naci-
dos, mientras que con las niñas se permiten unos días más de margen.
Después del nacimiento y antes de finalizado el periodo de cuidado parental,
en casi todas las especies sigue habiendo una mayor mortalidad de machos. Es
conocido que los machos son más susceptibles a la privación alimentaria. Cuan-
do a un grupo bisexual de ratas se le reduce la dieta de mantenimiento en un
70%-90%, la proporción de machos pasa del 50% al 29%. En algunos casos, to-
dos los machos mueren antes de que lo haga la primera hembra. La tasa de cre-
cimiento también resultaba alterada. Las hembras crecían más que los machos
cuando lo normal, debido al dimorfismo sexual, era lo contrario. En los ciervos
y macacos se igualan los crecimientos de machos y hembras si la dieta es escasa.
¤ Editorial UOC 399 Capítulo VIII. Socioecología
Estos resultados refuerzan la idea de que la fragilidad de los machos esté relacio-
nada con los andrógenos. Una mayor tasa metabólica y de crecimiento, menor
reserva de grasas y mayor destrucción de proteínas corporales hace a los machos
más susceptibles a la malnutrición. La diferencia relativa en el crecimiento del
cerebro se produce más temprano que las diferencias en el tamaño/peso y las
necesidades metabólicas asociadas hacen que los machos requieran un mayor
aporte nutritivo durante su maduración. Por lo tanto, el patrón general de fra-
gilidad está relacionado con el grado de dimorfismo sexual común en todos los
mamíferos y se prolonga más allá del cuidado parental. Las especies sexodimór-
ficas suelen constituir sistemas poligínicos en los que los machos son el sexo dis-
persante y, por lo tanto, con más riesgos de morir en la etapa subadulta y adulta.
Según la teoría de la asignación del sexo, podríamos predecir que, durante el
periodo de cuidado parental, las madres gastarán más en el cuidado de los hijos
que en el de las hijas. La consecuencia sería que las madres ajustarían a escala
individual la proporción de sexos en el nacimiento, teniendo más hembras que
machos. Esto es así en el ámbito individual pero, como se ha dicho, en la pobla-
ción nacen un mayor número de machos que de hembras y la proporción de
sexos de la población está sesgada hacia las hembras. La razón por la que no co-
inciden las previsiones individuales con las poblacionales hay que buscarla en
otra idea. Cuando los animales viven en grupo, el acceso a los recursos es resul-
tado de la habilidad competitiva de las madres: si lo que cabría esperar según la
hipótesis del macho frágil es que las hembras tuvieran hijas, las hembras domi-
nantes con mayor habilidad competitiva podrían soportar los costes de tener
machos. Las hembras subordinadas tendrían más hijas porque el coste de tener
machos les resultaría excesivo. Así, los factores sociales tienen que incluirse en
la ecuación y de aquí el surgimiento de una hipótesis conocida como la compe-
tición por los recursos locales. La hipótesis, original de Clark (1978), estaba
planteada a partir del estudio de pequeños grupos de prosimios (Galago crassi-
caudatus), pero se ha extendido al caso de otros grupos mayores con individuos
emparentados o no.
En la mayoría de los primates, las hembras son filópatras y permanecen en los
grupos natales formando matrilíneas (forma de organización en un grupo basán-
dose en las relaciones de parentesco entre hembras) que compiten con hembras
de otras matrilíneas por el acceso a los recursos. Si compiten en un grupo por las
fuentes de alimento, las hembras adultas de una matrilínea se apoyan para obte-
¤ Editorial UOC 400 Etología
ner ventajas para ellas y sus descendientes y limitan el número de individuos del
sexo residente que nazcan de otras matrilíneas en el grupo. Por eso, en los prima-
tes (con la excepción de los humanos) la tendencia general de los mamíferos se
invierte; como resultado de la competición por los recursos locales, las hijas de
madres subordinadas son muy acosadas por las hembras de las matrilíneas domi-
nantes. Esto lleva a que el acceso a los recursos de las hijas subordinadas sea me-
nor o se vean obligadas a permanecer en la periferia donde los peligros acechan.
El resultado es que sufren una alta mortalidad en la época juvenil. En primates no
humanos, encontramos el único caso en el que, al menos durante el periodo ju-
venil, mueren más hembras que machos. En esta situación, las hembras subordi-
nadas, además de reproducirse menos, tenían con preferencia el sexo menos
costoso, es decir, machos. Por el contrario, las dominantes tenían más hijas que
pudieran servir de apoyo en el futuro o, al menos, tantos hijos como hijas. Estos
resultados se han encontrado en estudios de macacos en cautividad (Simpson y
Simpson, 1982) y en una revisión general de primates cercopitecinos (Van
Schaik y Hrdy, 1991; véase la figura 8.12). Sin embargo, otros autores como Silk
y cols. (2005) no encontraron los mismos resultados mediante un metaanálisis y
adscribieron el apoyo a la hipótesis de la competición por los recursos locales a
un sesgo debido a las pequeñas muestras utilizadas en la mayoría de los estudios.
Figura 8.12
Frecuencia media (± DE) por hora que las madres de monos vervet (Cercophitecus aethiops) retienen a sus
crías en función de su rango de dominancia. La conducta está promediada durante los primeros seis meses
de vida de las crías. Modificado de Fairbanks (2003).
En todo caso, varios estudios sí han demostrado que las madres que tiene
hijas, independientemente de su dominancia, incrementan los intervalos en-
¤ Editorial UOC 401 Capítulo VIII. Socioecología
tre nacimientos en relación con las que tienen hijos y que las madres domi-
nantes tienen intervalos entre nacimientos menores que las que ocupan
posiciones más bajas. Por ejemplo, Gomendio (1990) observó en macacos
rhesus en cautividad que el incremento en los intervalos entre nacimiento era
consecuencia de que las hijas de bajo rango, al ser más acosadas, permanecían
más próximas a sus madres succionando del pezón, lo que incrementaba la
duración de la amenorrea posparto y, por lo tanto, el tiempo entre nacimien-
tos. Por el contrario, en las madres de alto rango ocurría lo mismo con los hi-
jos. No es fácil trasladar los resultados entre distintas especies de primates, ya
que existe variación en la fisiología reproductiva entre los que tienen ciclos
estacionales (los macacos) y continuos (los babuinos). Sin duda, se requiere
una mayor cantidad de datos sobre la proporción de sexos al nacimiento,
mortalidad diferencial antes y después de los nacimientos, patrones de con-
ducta maternal en épocas pre y posnatales, entre otros, en una misma pobla-
ción. Una revisión crítica sobre la hipótesis de Trivers-Willard puede verse en
Brown (2001).
Hemos tenido ocasión de ver cómo en los mamíferos los periodos de ges-
tación, lactancia y dependencia son relativamente largos. Por supuesto, hay
diferencias entre los mamíferos, pero éste es el patrón general. Las crías tie-
nen por lo tanto largos periodos de dependencia necesarios para su supervi-
vencia y futura reproducción. Una larga vida requiere consistentes periodos
de aprendizaje sobre el medio ambiente físico y, en los primates de forma es-
pecial, sobre el ambiente social. El caso humano es significativo, principal-
mente por la acumulación de todas estas necesidades durante el desarrollo
infantil y juvenil.
Un niño requiere la formación de vínculos estrechos con sus progenito-
res, en esencia con las madres en sus primeros estadios de desarrollo. En una
serie de trabajos entre 1968 y 1980, el psiquiatra John Bowlby reconoció por
primera vez la predisposición de los niños a mantener vínculos con sus cui-
dadores. Su formulación surgía de una fructífera relación con los etólogos de
¤ Editorial UOC 402 Etología
Figura 8.13
Cambios en las interacciones madre-cría durante el desarrollo. Se representan medianas e intervalos intercuartiles. (A) número de in-
tervalos de 1/2 minuto en los que la cría estaba separada de la madre (como porcentaje de los periodos de 1/2 minuto observados).
(B) número de veces que la cría intentaba acceder al pezón de la madre y era rechazado por 100 periodos de 1/2 minuto (R). (C)
Iniciativa de la madre en los contactos con el pezón [M (número de veces que la cría era cogida por la madre) dividido por A (número
de veces que la cría era aceptada por la madre) + M]. (D) Frecuencia relativa de rechazos [R / (A + M + R)]. (E) Número de intervalos
de 1/2 minuto en los que la cría se encuentra separada más de 60 centímetros de la madre (como porcentaje del número de intervalos
de 1/2 minuto que estaban separados). (F) Iniciativa de la cría en mantener la proximidad (porcentaje de aproximaciones (Ap) de la
cría menos el porcentaje de abandonos por la cría (Ab) (%Ap - %Ab). Modificado de Hinde y Spencer-Booth (1971).
Estos resultados, sin entrar en el detalle de interpretar todos los índices, tienen
otras implicaciones. En experimentos posteriores en los que la madre era separada
de la cría durante un breve espacio de tiempo (muy en la línea de los trabajos de
Harlow sobre el apego), la cría incrementaba las llamadas y mostraba claros signos
de distress. Cuando se les permitía reencontrarse, la cría era responsable de un in-
cremento de los contactos y permanecía menos tiempo a distancia que antes de
la separación. En el tiempo de incremento de las rabietas (tantrums) se producía
¤ Editorial UOC 405 Capítulo VIII. Socioecología
Como hemos visto, hay datos que indicarían a escala conductual la existen-
cia de conflictos entre los progenitores (la madre) y las crías en determinados
periodos del desarrollo. Las crías pueden llegar a ser tan insistentes que detienen
las cópulas de la madre o retrasan su reproducción, lo que sería en principio
compatible con la teoría del conflicto. El conflicto parece existir, pero algunos
autores han cuestionado la dimensión del mismo. Por una parte, es posible que,
dadas las dificultades de medir empíricamente el conflicto en términos genéti-
cos, como planteara Trivers, el alcance del conflicto se hubiera exagerado (Bate-
son, 1994; Godfray, 1995). Por la otra parte, es posible también que los conflictos
observados realmente no reflejen un conflicto de interés real y menos de un in-
terés genético. En efecto, muchos animales parecen apartarse de las prediccio-
nes de la teoría: el conflicto madre-hijo se produce en momentos distintos de la
época del destete, algunos infantes dejan de mamar por sí mismos y, en otras
ocasiones, parece que madre e hijo se observan continuamente y buscan su mu-
tuo interés; es decir, no sólo compiten o regañan, sino que también colaboran.
En concreto, los trabajos con primates han desafiado más que han apoyado el
¤ Editorial UOC 406 Etología
Los estudios clásicos sobre la impronta y sobre el apego a los que nos hemos
referido antes han sido tratados en una dimensión próxima en otros niveles
de análisis; es decir, estudios sobre los mecanismos neurofisiológicos que con-
trolan la formación de los vínculos, el cuidado y la interacción parento-filial.
Obviamente, la mayor parte de los estudios se han centrado en el cuidado ma-
terno-filial y muchos menos en el cuidado biparental o paterno-filial. Los estu-
dios han tratado, por una parte, los cambios hormonales de la madre asociados
al cuidado (durante la gestación, el parto, el amamantamiento, la defensa) y,
por la otra parte, las respuestas maternales generadas por los estímulos de las
crías durante su proceso de maduración.
Los estudios modernos sobre los aspectos neurofisiológicos del cuidado pa-
rental se deben en gran medida al trabajo pionero de Daniel S. Lehrman, artífice
de segunda generación de la fusión entre la psicología comparada y la etología.
Prueba de ello fue su participación, junto a Robert Hinde y Evelyn Shaw en la
edición de Advances in the Study of Behavior, una de las series más integradoras
en el estudio de la conducta que tuvo su comienzo en 1963. El título de su
primer trabajo al respecto, Hormonal regulation of parental behavior in birds and
infrahuman mammals, era el reflejo de su interés, desde la perspectiva de la
psicología fisiológica, repleto de vocación naturalista y comparativa (Lehrman,
1961). Por ello, muchos artículos neurofisiológicos sobre el cuidado parental
guardan algún espacio al recuerdo de su contribución. Son muy recomendables
la monografía de Numan e Insel (2003) y la compilación de Bridges (2008) sobre
el estudio de los mecanismos del cuidado parental.
Centrándonos en los mamíferos, los estudios neurobiológicos se han llevado
a cabo principalmente en roedores y ovejas y, en concreto, en los elementos más
antiguos filogenéticamente, es decir, el sistema límbico y el hipotálamo. El grado
de maduración (desde especies altriciales hasta precociales y sus estados interme-
dios) en el momento del nacimiento también ha permitido comparaciones de in-
terés. Así, los roedores son un buen ejemplo de cuidado maternal en especies
altriciales en los que la madre construye un nido aislado antes de los nacimientos,
da calor a las crías y les lame la zona anogenital para estimular la micción y la de-
fecación. La madre transporta a las crías si debe abandonar el nido, las defiende
¤ Editorial UOC 409 Capítulo VIII. Socioecología
de los intrusos y, por supuesto, las amamanta. No obstante, desde una perspectiva
evolutiva, una madre que cuida crías altriciales, en solitario, no tendría por qué
reconocer a sus propias crías, ya que la confusión con las crías de otras madres es
muy improbable. Esto es lo que ocurre en la mayoría de los roedores después del
parto ya que, como muestran algunos experimentos de adopción, las madres no
distinguen sus propias crías de las adoptadas; lo que reconoce la madre es el nido
donde las crías se encuentran, con independencia de las crías que haya en su in-
terior. En algunos casos, como en las ardillas de tierra, la madre sigue cuidando
activamente a las crías después de que sean ya muy independientes y entonces las
madres aprenden a reconocer a las crías propias, no antes.
Por el contrario, cuando las madres crían a sus hijos en grupos sociales y
principalmente si son precociales, el reconocimiento de las crías es fundamental
y un sistema de apego muy selectivo desempeña este papel, como en el caso de
las ovejas que sí son capaces de reconocer a sus crías a las pocas horas del naci-
miento. En el caso de los primates, la situación es intermedia y el sistema de ape-
go no es tan rígido como en los ungulados. Vemos, por lo tanto, que la
experiencia desempeña un papel muy importante en algunas especies, mientras
que en otras no tanto.
Cuando consideramos el papel de las hormonas en la regulación del cuidado
maternal, una perspectiva ha sido considerar que, mientras que el final de la
gestación, el parto, el periparto y la lactancia poseen un elevado control endo-
crino en muchos mamíferos, la conducta maternal de los primates se habría
emancipado de dicho control y habría dejado a la experiencia (social) el papel
regulador más importante. En los primates, la experiencia previa vicaria sería
necesaria y suficiente para desarrollar una conducta maternal adecuada típica
de la especie. Sin embargo, esta dicotomía entre mamíferos no primates y pri-
mates puede ser más bien una cuestión de grado en cuanto al papel que ambos
mecanismos, neuroendocrinos y experienciales (normales o adversos), desem-
peñan en la regulación de la respuesta maternal ante los estímulos de sus crías.
En una aproximación de trazo muy grueso, podríamos asumir que los cambios
endógenos que tienen lugar durante el final de la gestación, el parto, el peripar-
to y la lactancia (cambios motivacionales) tienen tres consecuencias principales
en las madres: actúan sobre el sistema nervioso al incrementar el valor de los
estímulos de las crías, reducen las propiedades activadoras del miedo de los es-
tímulos de los recién nacidos, principalmente en las madres primerizas, y redu-
¤ Editorial UOC 410 Etología
era posible determinar por qué en las malas madres inexpertas se producía un des-
censo en el E2 antes del nacimiento y cabe la posibilidad de que, al ser el E2 de
biosíntesis placentaria en los primates (al igual que la P4), los problemas estuvie-
ran relacionados con una placenta deficiente o con el estrés de la gestación (sus
concentraciones de CRT eran significativamente elevadas). Es posible también
que sea la conjunción de la elevación de los niveles de E2 y P4 (no nos hemos re-
ferido a la P4 en esta descripción) lo que haga de cebador en el desencadenamien-
to de la respuesta maternal; podéis ver con más detalle estos resultados en el
trabajo de Pryce (1996), así como en el modelo que se reproduce en la figura 8.14.
Figura 8.14
Sistema motivacional de la regulación social en primates no humanos durante el preparto y el periparto. La atracción y la ansiedad
incrementan (+) el sistema afectivo, mientras que la aversión y la neofobia lo reducen (). Modificado de Pryce (1996).
liares, pero las multíparas sí muestran interés inmediato en las crías de uno a doce
días con independencia de que estén ovariectomizadas, ovulen con normalidad
o sean menopáusicas, lo que refuerza así el papel de la experiencia. En las dos úl-
timas semanas preparto, las hembras rhesus multíparas tienen menos interés en
las crías que las preñadas multíparas, lo que da idea de un efecto inhibitorio del
estado preparto en la motivación maternal. Del mismo modo, en el macaco de
cola de cerdo (Macaca nemestrina), el interés por las crías aumenta en la fase tem-
prana y media de la gestación, pero decrece al final. Sin embargo, los monos ar-
dilla (Saimiri) y los langures (Semnopithecus) sí muestran gran interés antes del
parto. Es posible que las diferencias se deban a cuestiones sociales relacionadas
con los ciclos reproductivos, ya que los macacos rhesus son estacionales y en el
momento del parto otras hembras pueden estar pariendo también. Sin duda, la
cantidad de factores son muchos porque los monos ardilla son también estacio-
nales y, sin embargo, muestran interés por las crías.
Vamos a terminar este apartado haciendo referencia a los llamados estilos
maternales que, como variantes de las personalidades restrictiva y repulsiva,
pueden influir en la personalidad de las crías hasta la edad adulta y afectar, a su
vez, a la futura conducta maternal de esas crías. Este planteamiento ya había
sido avanzado por los trabajos de Harlow y de Bowlby y fue objeto de estudios
sobre la personalidad en primates, de los que son un buen ejemplo el capítulo
de Stevenson-Hinde (1983). De manera muy importante, en sus aspectos rela-
cionados con la restricción y el rechazo de las madres, se ha observado un efecto
transgeneracional relacionado con las conductas normales, pero también con
las patológicas en el cuidado de las crías. Así, por ejemplo, en los macacos rhe-
sus, Maestripieri ha mostrado que la experiencia temprana produce la modifica-
ción a largo plazo en la actividad de la serotonina, lo que implica cambios en la
transmisión transgeneracional del cuidado normal y anormal o patológico. La
interacción entre el genotipo (alelos corto/largo de genes polimórficos transpor-
tadores de la serotonina que parecen modular el efecto de la experiencia tem-
prana en la conducta adulta normal y psicopatológica en rhesus y humanos a
través de la función del eje hipotálamo-hipófisis-adrenal), experiencia y con-
ducta, se refleja en una reducción en el fluido cerebroespinal del metabolito 5-
HIAA de la serotonina en hembras maltratadas que, a su vez, son madres inade-
cuadas cuando llegan a adultas.
¤ Editorial UOC 415 Capítulo VIII. Socioecología
Figura 8.15
Modelo que muestra las relaciones entre factores genéticos, ambientales y experienciales durante el desarrollo y que modela la ac-
tividad del cerebro parental. Los aspectos neuronales de la conducta parental pueden estar afectados por inputs tempranos y adul-
tos y pueden tener efectos a largo plazo, al transmitirse a futuras generaciones por influencia genética, epigenética y ambiental. La
generación F1 recibe una influencia similar y, a su vez, la transmite a las siguientes generaciones (F2, F3 y siguientes). Modificado
de Bridges (2008).
49% de las especies, los padres proporcionan algún tipo de apoyo a sus crías. Ya
que en algunos mamíferos los padres aportan cuidado a las crías podemos plan-
tearnos problemas similares a los tratados en relación con los mecanismos neuro-
biológicos subyacentes en el caso del cuidado materno-filial.
Podríamos plantearnos muchas preguntas en la comparación con el cuidado
maternal. ¿Son los desencadenantes del cuidado paternal distintos de los del
cuidado maternal? Evidentemente, los machos no tienen los cambios neuroen-
docrinos del embarazo y el parto, pero podrían compartir otros. También po-
dríamos preguntarnos si existen diferencias en los cambios neuroendocrinos en
especies con cuidados paternales y especies que no los tienen. ¿Qué peso tiene
la experiencia? Ésta sería otra pregunta importante. Los estudios sobre compor-
tamiento paternal en mamíferos se han centrado en unas cuantas especies de
roedores (el campañol, Microtus; el ratón de California, Peromyscus; el hámster
de Campbell, Phodopus campbelli, y el gerbillo de Mongolia, Meriones unguicula-
tus), así como en primates calitrícidos (Callithrix y Saguinus).
En los mamíferos, el papel de la experiencia en el cuidado paternal no es ge-
neralizable, ya que, por ejemplo, entre los campañoles dos tercios de los machos
son paternales sin experiencia previa. Los ratones de California y los hámsteres
son infanticidas, pero su propensión decrece cuando han copulado o después del
parto, posiblemente por estímulos producidos por la madre lactante. Del mismo
modo, el descenso de la testosterona (T) después del parto no parece estar ligado
al cuidado paternal ni en campañoles ni en hámsteres, aunque en las especies de
hámsteres sin comportamiento paternal las concentraciones de T son más eleva-
das que en las especies paternales. En los gerbillos, la castración incrementa el cui-
dado paternal. La prolactina (PRL) tampoco parece desempeñar un papel
evidente en estos roedores, al menos un descenso en la PRL no ejerce siempre una
influencia negativa en el cuidado paternal y casi siempre hay un incremento des-
pués del parto en el ratón de California. Sin embargo, los hámsteres de Campbell
tienen concentraciones más bajas de PRL que otras especies con exclusivo cuida-
do maternal. Del mismo modo que la oxitocina (OXT) desempeña un papel im-
portante en la conducta maternal, un excelente candidato sería la vasopresina
(VPA) en la mediación de la conducta paternal. Sin embargo, los datos no son
concluyentes en los campañoles (Lonstein y de Vries, 1999).
En los primates, la testosterona (T) decrece en los padres expectantes (aque-
llos que están esperando el nacimiento de crías de una hembra preñada) de
¤ Editorial UOC 417 Capítulo VIII. Socioecología
hembra tiene más elementos en común que diferencias, las últimas debidas a
la presencia de un cromosoma Y en los machos. El papel del cromosoma Y es
importante en la diferenciación sexual, pero estas diferencias descansan en
una ínfima parte genética (el factor determinante del sexo del cromosoma Y,
el SRY). La expresión genética, mediada por las hormonas esteroideas en su
mayor parte, es la que influye en las diferencias en la conducta, más que en el
dimorfismo de las estructuras, aunque éste exista. La existencia de estas homo-
logías es, por lo tanto, una posibilidad tanto para la acción reguladora de las
hormonas esteroideas (por ejemplo CRT, T, E2 y P4) como para la de las pep-
tídicas (por ejemplo PRL, VPA y OXT), así como para el papel de los estímulos
exteroceptivos. Es una tesis interesante de explorar aunque, a diferencia de los
estudios sobre el cuidado maternal, sobre el cuidado paternal los resultados
son menos concluyentes y parece existir en los padres una mayor independen-
cia hormonal.
Sin embargo, si bien muchas de las conductas implicadas en el cuidado ma-
ternal lo están también en el cuidado paternal, no siempre resulta evidente que
estén implicados los mismos sistemas de control. Es posible que las preguntas
que tengamos que plantearnos sean más bien sobre lo que inhibe el cuidado pa-
ternal en los mamíferos y es posible que las diferencias con el cuidado maternal
sean una consecuencia secundaria de la organización cerebral sexodimórfica.
Por ejemplo, el área preóptica medial del hipotálamo es sexodimórfica en espe-
cies con cuidado maternal, pero no lo es en especies de roedores con cuidado
paternal (véase el capítulo 7 de Numan e Insel, 2003).
mente esta dificultad. Por esta razón, probablemente ningún otro comporta-
miento ha sido más objeto de especulación y paradoja como el juego. Al ser
característico de la mayoría de los mamíferos y aves, es difícil no pensar en el
juego como un comportamiento fruto de la selección natural con un claro va-
lor de supervivencia, por lo tanto beneficioso para los individuos que lo prac-
tican. De hecho, debido a su extensión a lo largo de diferentes taxa, el juego
es un candidato único para estudios comparativos. Sin embargo, al contrario de
otros comportamientos tales como la alimentación, la reproducción, o el
comportamiento parental, con un claro significado biológico, seguimos tenien-
do dudas sobre el origen, la evolución y el valor de supervivencia del juego.
Mientras que al juego se le adscriben varias funciones (flexibilidad, entrena-
miento o aprendizaje, entre otras), es considerablemente arduo probar que
tenga propósito alguno. Esto se debe al problema de demostrar empíricamen-
te que animales que juegan tengan mayor descendencia, vivan más o sean
más saludables que los que juegan menos o no juegan en absoluto. Otra difi-
cultad de estudiar el juego es que no existe un consenso para aceptar una de-
finición única y existe gran ambigüedad y diversidad en lo que definimos
como tal. La diversidad en su definición radica en que diferentes personas están
interesadas en su estudio desde diferentes disciplinas y motivaciones. Tam-
poco ayuda a entender el juego como una categoría única de comportamien-
to el hecho de que coloquialmente este comportamiento se entienda como
sinónimo de diversión, inocencia, infantilidad, trivialidad o pretensión; y an-
tónimo de seriedad, control, realidad, responsabilidad o trabajo. Aun así,
existen algunas características del juego que, por lo general, se aceptan como
criterio para identificarlo, por ejemplo su plasticidad, variabilidad y ausencia
de una meta específica, así como tres categorías generales de comportamiento
lúdico: juego solitario locomotor, juego con objeto y juego social. Otros autores sos-
tienen que el juego es evidente cuando es observado y, por lo tanto, no pre-
cisa de una caracterización meticulosa, simplemente se entiende de manera
intuitiva.
¤ Editorial UOC 421 Capítulo VIII. Socioecología
interesan por la forma y la apariencia del juego, mientras que los funcionalistas
estudian las causas y las funciones del juego, incluidos sus mecanismos fisioló-
gicos y su posible significado adaptativo biológico. A continuación, explicamos las
diferentes características del juego según sus características estructurales, causa-
les y funcionales.
a) Señales de juego
Hay ciertas señales ligadas al juego que aparecen cuando se comparte entre
dos o más jugadores. En muchas especies de mamíferos, durante el juego los ani-
males presentan la boca abierta con los dientes cubiertos o parcialmente cubier-
tos, es lo que se ha definido como “cara de juego” (Altmann, 1962).
Otras señales de juego bien conocidas son el “arco de juego” o “mover la co-
la” en los cánidos (Rooney et al., 2001).
Muchos primates emiten durante el juego vocalizaciones características
que se asemejan a la risa humana; consisten en una serie de elementos sonoros
cortos y rítmicos que denotan una actividad respiratoria alta (Van Lawick-
Goodall, 1967; Baldwin y Baldwin, 1976; Fagen, 1981; Masataka y Kohda, 1988;
Kipper y Todt, 2002). Otra señal menos conocida es la “sacudida de la cabeza”;
esta sucede durante el juego social de varias especies de mamíferos y consiste en
movimientos repentinos de la cabeza en un plano horizontal (Fagen, 1981). Es-
tas señales pueden ser un indicador para el observador humano de que el juego
se está dando. Sin embargo, aunque son muy características, tales señales no se
dan siempre o continuamente a lo largo de un episodio de de juego, por lo que
su presencia o ausencia no son el criterio definitivo para reconocerlo. En el apar-
tado de funciones de juego, veremos qué roles se discuten para estas señales.
Gross (1898) Manera de ejercitar o practicar los instintos antes de que éstos estén
completamente desarrollados.
Poole y Fish (1975) Comportamiento que aparenta no tener función, cuyos movimientos
son energéticos y exagerados.
Linaza (1996) Acción vuelta sobre sí misma que obtiene satisfacción en su propia
ejecución.
A pesar de los esfuerzos para conseguir una definición teórica del juego, tal
definición tomada de forma literal es difícil de usar a modo pragmático en un
estudio de juego particular. Esta falta de praxis ha incitado a un gran número de
investigadores a abandonar sus intentos de formular una definición teórica y
¤ Editorial UOC 426 Etología
El juego, en cierta manera, existe bajo un concepto humano. Hay una consistencia
interobservador en reconocer cuándo un animal está jugando (Loizos, 1967). Es de-
cir, diferentes observadores pueden reconocer el juego correctamente, concordan-
do incluso sin entrenamiento previo si un animal está jugando o no (Smith, 1978).
Por ejemplo, los visitantes de un zoo pueden reconocer el juego de animales que
jamás habían visto anteriormente (Fagen 1981). Tal vez, por eso, el juego puede
ser una inequívoca unidad de comportamiento natural distinguible sólo con
nombrarla, al igual que pueden serlo comer o descansar (Chalmers, 1980). Chal-
mers sostiene que, en el caso del juego, estamos obligados a usar un criterio tauto-
lógico y definir el juego como “algo que aparece como juego para el observador
humano”. Sin embargo, aunque desde este punto de vista es fácil decidir si existe
juego en una especie, lo que no es siempre tan claro para un observador es si todas
las partes implicadas en el juego están jugando, quién es el que inicia el juego,
cuándo termina un juego y comienza otro o qué tipo de juego es el observado
(Bramblett, 1978).
¤ Editorial UOC 427 Capítulo VIII. Socioecología
Loy (1970) rhesus (Macaca mulatta) Comportamiento entre animales que incluye uno
o más de los siguientes patrones motores: luchar,
perseguir, empujar, besar, huir, dar palmadas y
saltar sobre otro mono.
Baldwin y monos ardilla (Saimiri spp.) Interacciones sociales que incluyen lucha, caza,
Baldwin morder fingidamente, saltar sobre el compañero,
(1974) tirar de la cola, carga, saltos exagerados y otros
comportamientos relacionados.
Bramblett monos verdes (Cercopithecus Comportamiento que incluye saltar sobre otro,
(1978) aethiops) luchar, agarrar, besar, abrazar, perseguir, montar,
tirar, esconderse y buscar.
Marriot (1988) rhesus (Macaca mulatta) Actividad energética no agresiva que incluye
luchas y persecuciones.
Tabla 8.15. Ejemplo de un estudio en gorilas (Gorilla gorilla) en el que se describen las carac-
terísticas estructurales de las tres categorías de juego
Definición de la características/
Categoría de juego Comportamiento
descripción
a) Alimento
Todos los animales necesitan energía para mantener los procesos metabóli-
cos básicos, para regular las funciones corporales esenciales y para mantener su
crecimiento, desarrollo y reproducción. Por eso, no resulta extraño que muchos
estudios experimentales muestran un declinar del juego en respuesta a alimento
impredecible o limitado (Altmann, 1959; Loizos, 1967; Loy, 1970; Balwin y
Baldwin, 1974 y 1978; Chamove y Anderson, 1988). Obviamente, estos estudios
demuestran que la alimentación es más importante que el juego y que éste es
dependiente de la capacidad que tengan los animales para encontrar comida y
de la abundancia, calidad y distribución del alimento.
Cuando los monos ardilla (Saimiri sciureus) fueron estudiados en condiciones contro-
ladas forzándolos a pasar largos periodos de tiempo en condiciones de dificultad para
encontrar comida, el juego descendió considerablemente (Baldwin y Baldwin, 1976).
De manera similar, una de las razones de que jugaran más los Cebus apella que los
Cebus albifrons en cautividad fue que los primeros no tenían ninguna restricción de
comida (Visalberghi y Guidi, 1998). El juego de los monos verdes (Cercopithecus aethiops)
se redujo en condiciones de baja energía por restricción de comida (Lee, 1984). En los
chimpancés (Pan troglodytes), el juego apenas sucede cuando se están alimentando y,
cuando esta actividad termina, se vuelve más frecuente (Markus y Croft, 1995).
Loy (1970) observó que el juego se reducía en los monos rhesus (Macaca mulatta)
cuando las provisiones de comida se restringían de forma repentina. Richard (1974)
encontró resultados similares para los lémures (Propithecus verreauxi), ya que estos
animales jugaron menos ante menos alimento. Los langures (Presbytis entellus) que
vivían en un hábitat rico en recursos de alimentación jugaron con mucha más fre-
cuencia que los langures que vivían en un hábitat pobre (Sommer y Mendoza-
Granados, 1995). Altmann (1998) determinó una relación positiva entre la calidad de
la dieta y el tiempo y la frecuencia del juego social en los babuinos. Loy (1970) en-
contró que el juego y el descanso de los monos rhesus disminuían cuando el tiempo
dedicado a alimentarse aumentaba. En otro estudio, Stone (2008) encontró menores ta-
sas de juego en los monos ardilla (Saimiri Scireus) de la Amazonia durante la estación
seca, cuando los recursos de alimento son más limitados. Todos estos autores sugieren
que menos juego está ligado a una necesidad más alta para conservar energía e incre-
mentar el tiempo en actividades de búsqueda e ingestión de alimento.
b) Depredación
A pesar de que la depredación directa raramente es observada por el ojo hu-
mano, la defensa ante los depredadores es clave en la etología (véase también ca-
¤ Editorial UOC 431 Capítulo VIII. Socioecología
c) Hábitat
El entorno afecta a los patrones de juego desde el comienzo de la vida de un
animal. Una de las razones para encontrar diferencias interespecíficas en el jue-
go es que cada especie animal juega diferente de otra por haber evolucionado
en diferentes nichos ecológicos (Fagen, 1981). Por ejemplo, Baldwin (1986) de-
fiende que las especies arbóreas han de jugar de una manera más cautelosa que
las terrestres, pues en un contexto arbóreo las caídas son más peligrosas (por ejem-
plo, Cabrera, 1997). Baldwin (1986) propone además que el juego en animales ar-
bóreos podría verse afectado por las diferencias en el hábitat que produce una
estacionalidad marcada, ya que el follaje mayor durante la estación de lluvias pro-
vee más seguridad a la hora de amortiguar la caída que en la estación seca, donde
la cantidad de hojas es menor. El juego se observó con menos frecuencia en los
babuinos (Papio ursinus) que habitaban en un desierto que en los babuinos que
vivían en una zona pantanosa (Hamilton et al., 1978). Estos autores explican esa
diferencia por existir en este último lugar gran variedad de objetos de juego, como
grandes cocoteros, que son preferidos por los babuinos. Berger (1979) examinó
varios aspectos del juego en poblaciones de borrego cimarrón (Ovis canadensis)
que usaban tres hábitats diferentes: zona de montaña, zona semiárida y zona de-
¤ Editorial UOC 432 Etología
sértica. En la zona desértica, cuando los borregos jugaban, hacían contacto con
un cacto (Opuntia spp.) lleno de espinas. Este contacto, aparentemente doloroso,
parecía ser la causa de que el juego de los borregos decreciera en ese hábitat.
cial (Markus y Croft, 1995). En especies de langures (Presbytis johnii), cuando los
grupos son pequeños, el juego entre adultos y juveniles es más frecuente que cuan-
do los grupos son grandes y hay mayor número de juveniles (Poirier, 1970).
Los animales jóvenes suelen jugar más con sus familiares, tal vez porque este
hecho podría reforzar los vínculos de parentesco, en especial entre madres y crías
(Owens, 1975; Cheney, 1978). Los individuos de especies que crían estacional-
mente siempre tendrán compañeros de juego de la misma edad disponibles para
jugar. La variabilidad de compañeros potenciales para jugar se representa a tra-
vés del dilema del arlequín (Bibem 1989): jugar o no jugar con un compañero
cuya preferencia de juego es diferente a la propia.
Aunque parece lógico predecir, tal como hemos visto, que a mayor tamaño
de grupo se va a incrementar el número de jugadores, existen también resulta-
dos contrarios a esta hipótesis: Biben (1989) mostró que el juego de los monos
ardilla (Saimiri sciureus) en cautiverio no cambió significativamente al variar el
número de individuos disponibles, lo que indicó una persistencia del juego al
jugar entre sí individuos que, bajo circunstancias de mayor disponibilidad de
compañeros, no habrían jugado. Es decir, como explica el autor, la oportunidad
de juego es más importante que quien se tenga para jugar. Cuando en grupos de
lémures (Prophitecus spp.) hay pocos juveniles, éstos juegan más con adultos
(Sussman, 1977). Lewis (2000) probó no existir correlación significativa entre el
tamaño de grupo y la cantidad de juego social para siete especies de primates
(Pan troglodytes, Hylobates syndactylus, Macaca sylvanus, Cercopithecus diana,
Cercopithecus hamlyni, Saguinus midas y Lemur catta).
b) Edad
Aunque no está restringido a ninguna edad, el juego es un comportamiento
característico de los animales jóvenes. El juego comienza en la infancia y alcan-
za su mayor expresión en la etapa juvenil, después desciende en frecuencia y
tiempo según el individuo se va haciendo adulto (Mitchell, 1979; Fagen, 1981).
Como veremos más tarde, podemos explicar este hecho a través de las funciones
que se adscriben al juego. Si el juego ha sido seleccionado para desarrollar las
habilidades necesarias en la vida adulta, es lógico que sea un comportamiento
que suceda en especial durante las primeras etapas de desarrollo de la vida y no
sea tan frecuente durante la edad adulta. Otra razón es que, según la edad va au-
mentando, los animales van perdiendo habilidad para encontrar en el juego la
¤ Editorial UOC 434 Etología
c) Sexo
Tanto machos como hembras juegan; por lo general, las hembras prefieren
actividades tranquilas y los machos, activas (Baldwin y Baldwin, 1977; Müller-
Schwarze, 1978; Deng y Zhao, 1990). Los machos suelen jugar más tiempo y
más rudamente que las hembras de la misma edad y dejan de jugar a una edad
más tardía. Los machos son más grandes y poseen más fuerza; sólo este hecho
debería crear diferencias en la forma de jugar (Chalmers, 1980). Los juegos de
lucha entre machos jóvenes pueden estar relacionados con una preparación
para la competición reproductiva (Owens, 1975). Por otro lado, el juego de las
hembras tal vez tenga relación con la oportunidad de practicar comportamien-
tos maternales antes del periodo reproductor, por eso el juego femenino suele
ser más tranquilo (Cheney, 1970; Bramblett, 1978). Las hembras jóvenes, una
vez se convierten en madres, tienen menos tiempo y energía metabólica para
jugar (Fagen, 1981). Las hembras suelen tener el papel más importante en el cui-
dado de las crías, por otro lado los machos pueden tener más años de adolescen-
cia, más energía y más tiempo para jugar. Asimismo, cuando los adultos juegan
con sus crías, la intensidad del juego varía en función del sexo: las hembras di-
rigen conductas de cuidado y atención mientras que los machos juegan de una
manera más ruda (Fagen, 1992). En general, parece existir esta tendencia hacia un
¤ Editorial UOC 435 Capítulo VIII. Socioecología
juego más vigoroso en los machos, aunque ha sido imposible establecer esta dife-
rencia en varias especies (Lee, 1984; Brown 1988; Markus y Croft, 1995).
Experimentos en laboratorio sugieren que las diferencias sexuales en el
juego son controladas por niveles hormonales donde se ha demostrado una
relación positiva entre un nivel alto de testosterona con juego más activo si
ésta se aplica prenatalmente (Fagen, 1981). Al parecer, la naturaleza de las
hormonas prenatales actúa en la organización del sistema nervioso central y
vuelve al animal sensible a estímulos particulares, al activando o desactivan-
do una motivación para el comportamiento de juego. Las hienas manchadas
(Crocuta crocuta) tienen un sistema social donde las hembras dominan a los
machos y tienen niveles de andrógenos más grandes que éstos (Pedersen et
al., 1990). Este alto nivel de andrógenos parece ser la razón por la que las hie-
nas hembra inmaduras son marcadamente más juguetonas que los machos,
lo que sugiere que las hormonas toman un papel determinante en el juego
aún por comprender.
monos ardilla (Saimiri Es más probable que las hembras Se observan regularmente díadas
scuireus) practiquen más juegos de lucha no de machos (M), hembras (H) y
direccionales (sin obvia ganadora) machos con hembras (M-H).
que los machos.
babuino (Papio anubis) Los machos toman un papel más La elección de compañero de
activo en juegos rudos, mientras que juego no se basa en el sexo.
las hembras prefieren juegos menos
vigorosos.
langur hanuman Los machos toman parte en juegos No hay preferencias de sexo.
(Presbytis entellus) más activos que las hembras, que
juegan más pasivamente.
babuino sagrado (Papio Los machos juegan más a juegos de Los machos juegan juntos. Las
hamadryas) lucha. hembras sólo juegan con las crías
de forma ocasional.
El conocimiento sobre los costes del juego y sus factores nos ha permitido
comenzar a inferir los posibles beneficios del juego. Como norma general, se
asume que un animal ejecutará una acción únicamente si sus costes no superan
los beneficios de ésta. Por lo tanto, si el juego es un comportamiento costoso, es
lógico esperar que tenga importantes beneficios. Además, el sentido biológico
adaptativo del juego debería ser evidente cuando su magnitud y distribución a
lo largo de diferentes especies es considerable. Al fin y al cabo, el comporta-
miento es una forma de adaptación al contexto en el que vivieron y viven ac-
tualmente los organismos, un compromiso entre el medio físico y otras
variables como el desarrollo, la genética o la cognición. Burghardt (1984) conec-
ta los orígenes del juego con la transición evolutiva de los ectotermos (animales
de sangre fría) a los endotermos (animales de sangre caliente), así como los costes
y beneficios del ejercicio físico. El comportamiento de cuidado de las crías (liga-
do a la endotermia) deterioró los patrones de comportamiento precociales (pa-
trones de comportamiento comunes en los ectotermos que les permiten poder
sobrevivir nada más nacer sin necesidad del cuidado de los padres) e incrementó
la habilidad para acumular energía en forma de lípidos, en lugar de invertirla
en crecimiento como es el caso de los reptiles. Todo esto llevó a una reestruc-
turación de los procesos del desarrollo en los endotermos, donde surgió el jue-
go como una actividad de consumo de energía sobrante (Burghardt, 1984).
Byers (1984) añade que el entrenamiento motor es la función ancestral más
plausible para el juego, por lo que el juego solitario (locomotor rotacional) fue
la primera clase de juego, seguido del juego social. Nishida e Inaba (2009) esta-
blecen un razonamiento muy sugerente al relacionar juego en chimpancés (Pan
troglodytes) con la evolución de juego en humanos. Estos autores observan que
los individuos jóvenes parecen buscar la mirada de otros individuos cuando jue-
gan dando piruetas, como si estuvieran alardeando a través del juego. Nishida e
Inaba razonan que nadie se ha preguntado por qué los humanos nos vemos tan
atraídos por actos deportivos como los juegos olímpicos y que en estas piruetas
pueden encontrarse las raíces comunes del juego solitario entre chimpancés y
humanos. Es interesante también notar que no existe referencia de ningún ór-
gano morfológico o fisiológico ligado al juego, de la misma manera que colmi-
¤ Editorial UOC 437 Capítulo VIII. Socioecología
La práctica, así como el desarrollo motor, se ven por lo general como la fun-
ción primaria del juego (Smith, 1984). Como el juego es característico de ani-
males jóvenes, a menudo se considera un comportamiento importante para el
desarrollo físico, diferenciación del músculo esqueleto o desarrollo del cerebelo,
la parte del cerebro responsable de la coordinación motora (Chalmers, 1980;
Smith, 1982 y 1984; Byers y Walker, 1994). Estas hipótesis sugieren que estos
beneficios motores derivados del juego ofrecen beneficios a largo y corto plazo,
por ejemplo, para navegar el entorno, interactuar con otros individuos, escapar
de depredadores o para otros actos importantes en la vida juvenil como la mi-
gración. En un estudio con osos (Ursus arctos), Fagen y Fagen (2004) observaron
que los cachorros que jugaron más sobrevivieron mejor el siguiente año. Estas
observaciones sugieren que el juego puede incrementar la supervivencia a corto
plazo debido a un mejor entrenamiento neuromuscular y resistencia, lo que
también podría explicar la prevalencia del juego en otras especies de mamíferos.
Fontaine (1994) demostró que el juego de cinco monos arbóreos (Alouatta pa-
lliata, Ateles geoffroyi, Cacajao calvus, Cebus capucinus y Saimiri boliviensis) pre-
sentaba una alta frecuencia de posturas y movimientos que ayudan a mejorar la
flexibilidad física, es decir, la capacidad y la libertad de movimiento de las arti-
culaciones. Del mismo modo, las carreras de los potros (Equus caballus) parecen
facilitar el desarrollo de la flexibilidad motriz en los caballos adultos (Fagen y
Georgen, 1977). Los autores Walker y Byers (1991) documentaron una relación
¤ Editorial UOC 438 Etología
más minutos y más frecuencia de juego como resultado de una buena salud fí-
sica. Sin embargo, este autor no obtuvo ningún tipo de correlación significativa
del juego y las variables relacionadas con la reproducción y la supervivencia.
Chalmers (1984) hace una crítica importante a los estudios de privación de
juego que permite entender por qué muchos estudios fallan al intentar encon-
trar una función social en este comportamiento. Estos estudios, comúnmente
usados para entender las funciones de ciertos comportamientos al prohibir a los
sujetos de estudio llevarlos a cabo, no son tan útiles al estudiar juego. La razón
es que, cuando a los animales no se les permite jugar, las consecuencias son
también que otras oportunidades sociales como tener contacto físico con otros
individuos desaparecen.
Ya avanzamos durante la sección de características estructurales del juego que
en el comportamiento lúdico, cuando es compartido por dos o más jugadores, se
pueden reconocer señales de juego. Loizos (1967) explica que es posible que las se-
ñales de juego representen una mayor intensidad del juego, otros investigadores
añaden que sirven para invitar, estimular y mantener el juego social (Poole, 1978;
Fagen, 1981). Con toda probabilidad, la función más aceptada, y que hace refe-
rencia a su propio nombre, es que son señales de comunicación sobre las intencio-
nes de un individuo para jugar y que, por lo tanto, su aproximación no es agresiva
(Bekoff, 1972; Fagen, 1981). Cuando los animales juegan, usan patrones de com-
portamiento que se encuentran en otros contextos tales como el comportamien-
to agresivo o sexual; estos patrones pueden ser difíciles de discriminar incluso por
los propios jugadores (por ejemplo, puede ser complicado diferenciar juego de
agresión). Para resolver los problemas y las malinterpretaciones que esto puede
causar, muchas especies han desarrollado estas señales ligadas al juego que fun-
cionan para comunicar el contexto y la intención de jugar. Es enormemente in-
teresante observar que el juego es entendible y, por lo tanto, posible entre
diferentes especies a través de estas señales de juego.
Fagen (1981) defiende que la experiencia provista por el juego es asimilada por
el cerebro y ayuda a conocer y predecir los cambios del ambiente en el que vive el
¤ Editorial UOC 441 Capítulo VIII. Socioecología
animal. Por lo tanto, el juego ha de permitir a los jugadores descubrir las posibilida-
des físicas de los elementos del ambiente y entender cómo interactuar con ellos
(Poirier y Smith, 1974). En un estudio con chimpancés (Pan troglodytes), Hamburg
(1968) observó a un individuo, Merlín, que perdió a su progenitora de forma tem-
prana. Merlín nunca consiguió utilizar el método de obtener termitas a partir de la
introducción de un palito humedecido en el interior del termitero. Este individuo
probablemente nunca aprendió esta técnica debido a que no tuvo la oportunidad
de jugar con ramas y hojas bajo la presencia protectora de su progenitora, situación
normal en otros chimpancés en la que supuestamente esta situación sirve para
aprender de las propiedades físicas que dan ramas y hojas. Hutt (1976) creó un ju-
guete diseñado para medir el nivel de inventiva y exploración en los niños. Después
de cuatro años, la autora pasó a estos niños un test de creatividad. Los niños con
más inventiva y que exploraban más con el juguete fueron los que obtuvieron pun-
tuaciones más altas de creatividad. Bruner (1976) propone que el juego provee la
práctica para actividades no estrictamente ligadas a la supervivencia, sino para su-
brutinas de comportamiento potencialmente útiles para la resolución de proble-
mas. Parecería que el juego da la oportunidad de hacer y deshacer secuencias de
comportamiento para acciones que requieren una destreza especial. Jugar a hacer y
deshacer en la manera como los niños juegan con objetos constituye una manera
de aprender sobre las propiedades de los materiales y entender conceptos tales
como peso, altura, volumen o textura (Fagen, 1981).
Lewis (2000) encontró en un estudio con siete especies de primates que las
especies que más juego social tienen poseen también un tamaño de neocórtex
mayor, por lo que el autor formula la hipótesis de que el juego requiere un nivel
alto de capacidad cognitiva. Este resultado refuerza la relación entre el aprendi-
zaje y el juego.
Ya explicamos en el apartado sobre las características causales de juego que éste aparenta
ser agradable a los participantes. Aunque ésta no es la función más nombrada, sí debería
ser una de las más evidentes, ya que el juego intuitivamente es sinónimo de diversión.
Así, los animales que juegan parecen pasarlo bien y parece ser ésta la razón de una mo-
tivación específica para que suceda. Bruner (1976) observó que los niños que intentaban
resolver un experimento jugando se frustraban menos que aquellos niños a los que se
les había explicado previamente la solución. Con estas observaciones, los autores, ade-
más, defienden que el juego reduce el estrés y el miedo de fracasar en una tarea. Los re-
sultados apoyan que el juego reduce el estrés causado por una situación no placentera.
Podríamos razonar que el juego lleva consigo un elemento emocional asociado al placer,
lo que últimamente es un subproducto de la reducción del estrés, la ansiedad, la frustra-
ción e incluso el aburrimiento (Fagen, 1981). Según Baldwin y Baldwin (1977), el juego
produce nuevas y variadas secuencias de actividad que son más estimulantes que los
comportamientos rutinarios, predecibles y poco novedosos. El juego podría mantener
un nivel de estimulación medio, que es el adecuado para un aprendizaje eficiente.
4.4. Conclusión
ro, sino una entidad de comportamiento bien constituida: los animales juegan
y es posible abordar su estudio desde un punto de vista etológico. El juego tiene
costes de tiempo y energía y, por lo general, desaparece o merma ante situacio-
nes que precisan de comportamientos ligados a la supervivencia directa en los
que jugar puede ser un obstáculo o incluso un peligro. Aun así, los beneficios
adscritos al juego son numerosos, así como estudios que indican alguna de sus
funciones. Sin embargo, observamos también que es muy difícil obtener una
prueba definitiva que apoye una función específica, ya que, mientras unos es-
tudios apuntan a una función, otros la ponen en duda. Tal vez el problema ra-
dica en no poder separar una misma secuencia de juego en diferentes funciones,
después de todo el juego podría estar sirviendo a causas diferentes en función
de la especie y de los factores sociales y ecológicos. Otra dificultad añadida es
intentar demostrar el significado del juego a posteriori, por ejemplo, si el juego
con ciertos objetos posibilita resolver lo que se presenta en el futuro, podemos
afirmar que el juego sirve para resolverlo, si nunca lo observamos no podemos
demostrar que tenga alguna función. Lo cierto es que el juego no aparenta en
principio ser esencial para la supervivencia de los animales, sin juego la vida
continua, tal vez en un estilo social más calmado y con menos variabilidad en
el repertorio de comportamientos, pero no en una manera incompatible con la
supervivencia. El juego, por lo tanto, no tiene el monopolio del aprendizaje o
la vida social, aunque la variabilidad o el placer que provee puede ayudar, a
modo de comportamiento auxiliar esta aparente paradoja si se dan las circuns-
tancias apropiadas, a resolver con más posibilidades de éxito un problema eco-
lógico o social. A pesar de la gran cantidad de información que tenemos sobre
el juego, aún estamos lejos de tener una teoría integradora del juego o un en-
tendimiento claro de sus funciones.
¤ Editorial UOC 445 Capítulo IX. La comunicación animal
Capítulo IX
La comunicación animal
Carles Enric Riba Campos
Hay que entender también que el efecto en cuestión es un objetivo adaptativo para
el emisor2. En términos que podrían juzgarse antropomórficos, podríamos decir
que el emisor tiene la intención de comunicar o de alcanzar efectos sobre el receptor
porque le interesa obtener este efecto, mientras que el receptor reconoce esta inten-
ción u objetivo del emisor. No obstante, si en lugar de hablar de intenciones (con
el riesgo que supone aplicar este concepto en el mundo animal, en particular en las
especies más alejadas de los humanos), decimos que el emisor mantiene una orien-
tación socioespacial hacia el receptor al lanzarle el mensaje (lo mira, se enfrenta a
él, va hacia él) y que el receptor percibe que el mensaje le va dirigido, entonces lle-
varemos la cuestión a un terreno mucho más próximo a los intereses etológicos.
Algunos lingüistas han sido los principales defensores de la exigencia de in-
tencionalidad en la comunicación. Si no hubiera intenciones de comunicar, nos
encontraríamos ante fenómenos de pura transmisión de información, no de au-
téntica comunicación. Pero esta exigencia, evidentemente, no arraiga en una
concepción psicobiológica o etológica de la comunicación, vinculada a los pro-
cesos de selección natural, sino en una inscrita en la comunicación a través del
lenguaje humano (Buyssens, 1978).
Digamos finalmente que cualquier mensaje o cualquier información trans-
mitida en una interacción comunicativa descansa sobre el apoyo de un signo o
complejo de signos o señales, término este último que parecen preferir la mayo-
ría de etólogos y que, por lo tanto, será el que por lo general utilizaremos noso-
tros. Estas señales constituyen unidades de significado social o ambiental, los
significados que el etólogo tiene que dilucidar. Una vocalización significará la
proximidad de un predador y se descifrará como señal de alarma; un determinado
2. Esta última condición está expuesta de manera muy llana en Bateson (1976).
¤ Editorial UOC 449 Capítulo IX. La comunicación animal
Vamos a tratar de presentar el esquema canónico dentro del que hay que
contemplar la comunicación animal mediante algunos ejemplos que nos servi-
rán de modelo. Bajo una mirada global, cualquier mensaje (desde el punto de
vista de la teoría de la comunicación) enviado por un animal, o cualquier signi-
ficado (desde el punto de vista zoosemiótico) producido a través de un signo,
pueden situarse entre dos hechos que los flanquean en el tiempo: por un lado,
un hecho previo, originado en el ambiente físico o social que, en el lenguaje psi-
cológico clásico, podríamos afirmar que lo provoca, es su estímulo desencade-
nante pero también su referente u objeto de referencia ambiental; por el otro lado,
un hecho posterior en el tiempo que constituye su efecto o consecuencia social
y, por lo tanto, revela su función a corto o largo plazo.
En realidad, éste no sólo es un esquema teórico, sino también un contexto
de interpretación ya que, como los animales no hablan y no nos pueden tradu-
cir los significados que ponen en circulación, el etólogo tan sólo puede interpre-
tarlos sobre la base del contexto de ocurrencia de las acciones supuestamente
comunicativas y dentro de las interacciones que el animal tiene con su entorno
físico y social. Así, los hechos previos a una emisión comunicativa forman el
contexto antecedente, que nos permite interpretar qué ha desencadenado la ini-
ciativa de comunicación, y los hechos posteriores forman el contexto consi-
guiente, que nos da las pistas para interpretar los objetivos o metas que
perseguía el emisor o la interpretación que ha hecho el receptor. Y una vez más,
este esquema teórico sería igualmente aplicable, al menos como punto de par-
tida, a la comunicación humana (véase la figura 9.1).
Figura 9.1
Las señales animales adquieren significado en su contexto de ocurrencia, entre los hechos ambientales previos y las consecuencias
a posteriori.
¤ Editorial UOC 451 Capítulo IX. La comunicación animal
es un signo insertado entre dos hechos primordiales para las abejas desde el
punto de vista adaptativo: por un lado, la existencia percibida de flores con néc-
tar, que serían el objeto o hecho ambiental al que se refiere el comportamiento
comunicativo; por el otro lado, el efecto social conseguido sobre las obreras que
han permanecido en la colmena, es decir, su respuesta adecuada al descodificar
correctamente el mensaje y volar en la dirección indicada por la abeja emisora.
De este modo, la danza significa en una doble dirección, hacia el entorno en ge-
neral y hacia el propio grupo social:
las respuestas adaptativas a cada uno de ellos no pueden ser iguales. Mientras que
la velocidad de ataque del halcón obliga a una respuesta inmediata que busca la
invisibilidad, el acercamiento de un búho real, que tiene mejores condiciones per-
ceptivas en el interior del bosque, aconseja una respuesta de otro tipo. Además, la
alarma de halcón, al ser de banda estrecha, dificulta la localización del emisor, en
tanto que la de búho real, de banda ancha, puede ser localizada más fácilmente,
pero eso no perjudica a los pájaros que, en este caso, optan por el enfrentamiento.
En definitiva, tenemos que:
cus aethiops), que son capaces de clasificar y diferenciar los mensajes de alarma
sobre predadores terrestres, aéreos y reptantes. Del mismo modo, ha evidencia-
do que esta competencia, manifiesta en sus respuestas de evitación, otorgaba a
éstas un gran valor adaptativo.
Resumiremos el sistema acústico de alarma de los vervets y nos vamos a limitar
a exponer sus rasgos fundamentales. Un animal que avista un predador mamífe-
ro, terrestre, emite una vocalización en forma de ladrido, que suscita una subida
rápida a los árboles de los receptores de la alarma. Como el predador que provoca
habitualmente esta vocalización es un leopardo, los vervets no se quedan a media
copa y suben hasta la zona superior de los árboles, donde las ramas son más del-
gadas, dado que un leopardo es un trepador relativamente bueno hasta donde le
consiente su peso (los vervets son monos pequeños). Si la amenaza percibida se
refiere a una serpiente (normalmente, una víbora venenosa), la respuesta del au-
ditorio es mirar enseguida al suelo y, a veces, dar un salto atrás. Por último, cuan-
do un águila planea sobre el grupo, la alarma consiste en un sonido que los
autores anglosajones han representado por raup y la respuesta general es ponerse
a cubierto, bajando de la parte más alta de los árboles si allí se encuentran (res-
puesta opuesta a la correspondiente a los leopardos). Esquemáticamente:
ambiente (es decir, no sólo sobre los estados internos del animal) y no quedan
reducidos a los sistemas de alarma. Los sistemas tróficos o sobre localización y
cantidad de alimento, como el ya comentado de las abejas, también lo son, y lo
son igualmente otros centrados en el cuidado y la recuperación de las crías (véa-
se a continuación), en la solicitación de hembras o en el reclutamiento de alia-
dos, entre otros.
El esquema en el que hemos incluido los hechos descritos hasta ahora per-
mite situarlos en un marco a la vez biológico y psicológico. Sabemos que cual-
quier organismo intercambia información con el ambiente entendido como el
ecosistema donde vive y así sabemos que la regulación de su conducta es inse-
parable de la consecución de metas sociales. Ahora bien, en la naturaleza, ante
los ojos del etólogo, los hechos no se presentan por parejas en torno a un signo,
como en los esquemas presentados. La realidad es mucho más compleja y el hi-
potético valor comunicativo de una acción a menudo se tiene que averiguar a
partir de largas cadenas interactivas entre dos o más animales. Estas cadenas in-
cluyen varias acciones con diferente valor comunicativo, desde las que no tie-
nen ninguno hasta las que constituyen auténticos signos dentro del repertorio
de la especie.
Imaginemos que una gallina pierde de vista uno de sus polluelos. Entonces
emite una vocalización característica, suave pero bien audible, una llamada de
recuperación. La madre lanza dos o tres emisiones y, mientras tanto, se rasca con
una pata y mira en todas direcciones. Después, la cría le responde con otra vo-
calización –llamada de auxilio– desde los matorrales que la tapan. Entonces, tie-
nen lugar una serie de vocalizaciones alternantes –llamada de la madre/llamada
del polluelo– hasta que, al final, la madre que ha ido avanzando guiada por los
sonidos encuentra a la cría, y ambas dejan de vocalizar.
Podríamos reducir esta secuencia en una serie de circunstancias y acciones
consecutivas como las que siguen. Las conductas de la madre van en negrita y
los hechos cruciales de la secuencia, en mayúscula.
¤ Editorial UOC 456 Etología
Salta a la vista que es difícil extraer los significados de las señales acústicas
utilizadas en la secuencia en medio de una serie de repeticiones y conductas con
puro valor instrumental, como mirar, avanzar o rascarse; más todavía, es difícil
determinar qué es comunicativo y qué no, o no tanto, en la mencionada se-
cuencia. Además, cae por su propio peso que no podemos descifrar una vocali-
zación solamente a partir de otra. Sin entrar en dificultades que superen el
espacio y la intención de este capítulo, vamos a destacar sólo que, en todo caso,
el significado adaptativo de la llamada de recuperación tiene que derivarse de
los hechos fundamentales para la supervivencia que figuran al principio y al fi-
nal de la cadena de acontecimientos: la ausencia del polluelo y la localización
con la que acaban las emisiones.
Algunos etólogos han preferido vincular la emisión de ciertas señales a los
estados internos del animal y no, o no tanto, a condiciones o hechos ambien-
tales (véase Smith, 1982). Desde este punto de vista, la gallina emitiría la voca-
lización de recuperación en función de un estado motivacional de estrés debido
a la no localización de la cría. Un polluelo de ave nidícola, que nace desvalido
y permanece tiempo en el nido (por ejemplo, un polluelo de grajilla, Corvus mo-
nedula) pía pidiendo comida y podríamos decir que este sonido está inducido
por un estado interno de privación o, simplemente, por el hambre. El problema
es que el hambre, como el estrés o el miedo, sólo son caracterizables como esta-
dos internos, bien a través de registros fisiológicos (que son un estorbo en el tra-
bajo de campo), bien a través de señales visuales o acústicas. Pero entonces
caemos en un razonamiento circular, ya que ni los registros fisiológicos ni las
señales nos proporcionan claves adaptativas por sí mismas si no los ligamos a
correlatos ambientales. Así pues, tendríamos que anclar esta vocalización de de-
manda de comida en la ausencia de éste, tal como hemos hecho también en el
ejemplo de la llamada de recuperación.
¤ Editorial UOC 457 Capítulo IX. La comunicación animal
por caso, puede ser suscitada por una paloma). Y el ladrido referido a los leopar-
dos se observa casi siempre en los machos adultos, mientras que las alarmas di-
rigidas a serpientes y águilas son emitidas preferentemente por hembras y
jóvenes. Es obvio que estas diferencias de uso hacen patentes diferentes actitu-
des y diferentes adaptaciones ante diferentes niveles de peligro, niveles calibra-
dos a partir de las circunstancias de cada animal. Así, las hembras con crías
tienen que ser más alarmistas o prudentes.
De forma parecida, es bien sabido que la danza descrita de las abejas es utili-
zada sólo por las exploradoras y no por los zánganos o las reinas, que, por su
parte, disponen de un repertorio impresionante de emisiones químicas. Hemos
dicho también que la danza se ejecuta de diferentes maneras según las condi-
ciones ambientales, orientada con respecto al sol o con respecto a la gravedad.
Dicho esto, clasificaremos esta variabilidad en tres dimensiones, bastante re-
lacionadas entre sí:
Así pues, una señal no sólo tiene significado referencial o funcional (tal
como habíamos comprobado hasta ahora), sino también pragmático, en el
sentido de que lleva la marca del contexto donde se produce. Y un ele-
mento esencial de este contexto es el emisor, iniciador del proceso comu-
nicativo. Es obvio el valor adaptativo, para un receptor, de poder clasificar
correctamente al emisor.
En algunos casos sabemos donde residen los rasgos responsables de esta in-
formación. Por ejemplo, en el pájaro norteamericano pontífice añil (Passerina
cyanea), la estructura de las notas del canto (subidas y bajadas de tono, longitud,
intervalos) codifican la información para el reconocimiento de la especie. Otras
variaciones de la estructura de las notas permiten reconocer a los individuos.
Por último, la duración total del canto, así como el ritmo de emisión, sostienen
el componente semántico del canto, al transmitir la motivación del pájaro, re-
lacionada con los efectos que busca y con la situación desencadenante. En el
canto del chipe de cara negra (Geothlypis trichas), otro pájaro norteamericano, el
conocimiento que tenemos de estos parámetros todavía es más preciso, tal
como especificamos a continuación en la tabla 9.1.
¤ Editorial UOC 461 Capítulo IX. La comunicación animal
de código entre razas o subespecies (por ejemplo, en el caso de las abejas) y que,
por consiguiente, tienen una base genética.
4. Sobre las diferencias entre códigos de diferentes especies de abejas, véase Von Frisch, 1978. La danza
de cola ha sido descrita en el apartado 1.2 de este capítulo.
¤ Editorial UOC 464 Etología
Como podemos suponer, los rasgos percibidos de las señales variarán según
el canal en el que se manifiesten. Pero también adoptarán diferentes formas
adaptadas a varias funciones: que la representación destaque sobre el fondo, que
sea bastante perceptible, que se ajuste a otros condicionantes de la transmisión,
como la velocidad de llegada al receptor, la evitación de que el emisor sea loca-
lizado, etc.
En el canal visual, los rasgos de las señales corresponden a indicadores ana-
tómicos y posturales o de movimiento, idénticos a los que sostienen la defini-
ción de las categorías observacionales. Estos rasgos forman un patrón visual que
constituye el significante o vehículo físico de la señal. Así, la expresión facial de
la agresión en los lobos y los cánidos se caracteriza en general por las orejas le-
vantadas y los colmillos al descubierto, el morro arrugado y el pelo de la nuca
erizado. Cuando la expresión es de miedo extremo, los rasgos visibles se locali-
zan en las orejas completamente bajadas hacia atrás, la boca cerrada y el hocico
liso. Más adelante, insistiremos sobre este ejemplo y otros parecidos al abordar
cuestiones de codificación.
En el canal acústico, la técnica que actualmente permite establecer el patrón
de las señales se apoya sobre la grabación de la emisión y el análisis espectrográ-
fico, en el que los parámetros determinantes son las diversas medidas de frecuen-
cia acústica en hercios (con señales tonales y no tonales), el ritmo y duración de
la señal y su intensidad o volumen. En los vertebrados más modernos (aves y ma-
míferos), descubrimos numerosos ejemplos de señales tonales –melódicas– pro-
ducidas por la laringe, como el canto de los pájaros y las vocalizaciones de los
primates y de otros mamíferos. En los vertebrados más primitivos, como las ranas,
y en los invertebrados, en particular los insectos, las señales acústicas suelen ser
monótonas y se distinguen básicamente por el ritmo de emisión. Los grillos y las
cigarras son esencialmente percusionistas.
¤ Editorial UOC 467 Capítulo IX. La comunicación animal
Figura 9.2a
Figura 9.2b
Vocalización KAK, tipo crowing calls (cacareo), en una hembra de dril (M. Martín, 2004)
¤ Editorial UOC 468 Etología
Una primera división que hay que establecer entre las señales utilizadas por
los animales es la que separa las señales expresivas de las auténticamente comu-
nicativas. Las primeras provienen de un animal que es una entidad casi en su to-
talidad pasiva, una máquina que responde automáticamente al ambiente.
Cuando un gallo alza la cresta, un reptil hincha la papada, un ave ahueca las
plumas o un mamífero eriza el pelo, estos hechos tienen valor de significación
social, pero son puramente reactivos; no han constituido en ningún momento
una meta del emisor. Estas conductas se han disparado sin pasar por el control
voluntario de los músculos o de las glándulas responsables de las acciones. En
la medida en que no exhiben ningún tipo de intencionalidad, ni siquiera en el
sentido, ya explicado en la introducción, de orientación socioespacial concreta,
significan o expresan, pero no comunican.
En cambio, una señal plenamente comunicativa procede de un individuo
que es agente, que ejecuta una acción previamente representada como meta so-
cial, lo que le obliga a incorporar la musculatura voluntaria para llevar a cabo la
acción. Ésta comporta de forma habitual movimientos pautados de una cierta
complejidad. Es el caso de una acción de amenaza, de una llamada de recupera-
¤ Editorial UOC 470 Etología
dos, la secuencia de golpeo del pecho del gorila, los movimientos de cortejo de
los lagartos macho del género Sceloporus ante la hembra, pueden ser juzgados
displays, como también lo pueden ser la secuencia del galanteo de los pavos, la
de los peces espinosos en idéntica situación, la ceremonia de saludo en la pareja
de gaviotas o los combates rituales entre los machos cabríos.
La forma final de un display es el resultado de un proceso de ritualización. Se
cree que, en el origen, había una conducta más simple (un movimiento intencio-
nal, una acción instrumental) sobre la que, a lo largo de un periodo de selección
natural, ha ido actuando el proceso de ritualización. Al final del mismo, los mo-
vimientos se han estilizado y se han moderado en un patrón estereotípico con
componentes espaciotemporales fijos o con muy poca variación, patrón bastante
independiente del grado de motivación del emisor. Así, en la subfamilia de los
Faisaninos (faisanes, gallos, pavos), la acción primitiva de emitir una llamada de
localización de comida para atraer a la hembra todavía está presente en el gallo
doméstico, pero en otras especies relacionadas el galanteo ha evolucionado gra-
cias a la ritualización y ha desembocado, ya sin necesidad de llamada previa, en
el espectacular despliegue de cola de los pavos, con su cadencia característica.
En síntesis, la ritualización opera a través de una serie de sustituciones liga-
das a cambios de función de la conducta (abrir por completo las alas para inti-
midar, en vez de para volar), a cambios de motivación (emitir la llamada de
comer, no para localizar el alimento, sino para atraer a la hembra) y a través del
desarrollo de estructuras anatómicas ad hoc (como apéndices, crestas, excrecen-
cias o plumas hipertrofiadas) y de la puesta en marcha de los fenómenos ya
mencionados de exageración, estilización y estereotipia5 de los movimientos.
5. La estabilización del movimiento en unos parámetros espaciotemporales fijos –es decir, la estereoti-
pia de este movimiento– obedece al fenómeno de la intensidad típica, descrito por D. Morris en 1957.
¤ Editorial UOC 473 Capítulo IX. La comunicación animal
rentes contextos donde pueden ser emitidos, por el otro lado. De todo esto ya
hemos hablado en los apartados 1 y 2 del capítulo. Un código se podría repre-
sentar, en una primera aproximación, mediante un esquema como los presen-
tados en la sección 3, ahora generalizado a todas las conexiones existentes en el
repertorio de la especie. En otras palabras, el código consistiría en un mapa de
las relaciones, en diferentes contextos sociales, entre referentes ambientales que
preceden la emisión de una señal y efectos o funciones sociales alcanzados des-
pués de esa misma emisión.
Debemos destacar que estas vinculaciones no tendrían que ser obligatoria-
mente biunívocas, lo que significa que cada señal podría ir asociada a más de un
referente ambiental o a más de una función. Así, el canto de primavera de un
pájaro territorial puede estar conectado en el código tanto a la ausencia de una
hembra (y al estado neuroendocrino correspondiente) como a la presencia per-
cibida de un rival a una cierta distancia. Y por el lado de las funciones, podrá
tener como efecto el alejamiento del rival al que ha amenazado acústicamente
o la llegada de una hembra que antes ha reclamado. De este modo, el código
delimitaría dos posibles significados referenciales y funcionales para el canto, a
diferencia de la correspondencia uno a uno que existía en los ejemplos de la sec-
ción 3, el de las abejas, el de los vervets y los de los pájaros de bosque. Así pues,
este ejemplo que tratamos es un ejemplo de polisemia, del carácter relativamen-
te borroso de los significados. Corresponde al caso más frecuente en la comuni-
cación animal, caso en el que las señales casi nunca disfrutan de un significado
único y, por lo tanto, el contenido relevante en cada instancia comunicativa es
asignado por el observador humano según una cierta probabilidad y con la ayu-
da del contexto de ocurrencia.
Otra cuestión afecta ya no a las reglas de significación, sino a aquellas que
deciden el tamaño o segmentación del repertorio y la selección de una señal u
otra. Aunque no podemos adentrarnos en esta cuestión, diremos como mínimo
que, desde este punto de vista, la etología distingue entre dos modalidades de co-
dificación: la que produce códigos analógicos o graduados y la que da lugar a códigos
discretos. Sin embargo, esta distinción se aplica de hecho a cualquier código.
En las codificaciones analógicas o graduadas la fluctuación de los valores físi-
cos del referente ambiental o el estímulo viene seguida por una variación pro-
porcional de los parámetros de la señal. Así, al aumentar la distancia de los
progenitores o de los compañeros sociales (lo que comporta un grado mayor de
¤ Editorial UOC 474 Etología
suelen exhibir una simetría total, casi especular. Al contrario, cuando un animal
domina o quiere dominar a otro, la asimetría es evidente.
Estas reglas de oposición tienen un papel importante en los códigos discre-
tos. Ya nos hemos referido al sistema de agresión-miedo en los cánidos y otros
mamíferos. En este sistema las diversas configuraciones faciales indicativas de
estados diferentes del emisor, más próximos al miedo y la huida o a la agresión
y el ataque, se basan en la oposición entre orejas bajadas/levantadas y dientes
ocultos/al descubierto, con la posibilidad de combinaciones intermedias (véase
Lorenz, 1971, pág. 114). En otro ejemplo en el que nos hemos detenido, el de
las dos alarmas de los pájaros de bosque dirigidas a halcones y búhos reales, las
características físicas y perceptivas de las dos vocalizaciones muestran también
una oposición conspicua. Más todavía, son prácticamente perpendiculares re-
presentadas en un espectrograma, dado que la alarma de halcón se dibuja como
un trazo horizontal y estrecho, de larga duración y reducida banda de frecuen-
cias, mientras que la alarma de búho real ofrece los rasgos opuestos, al aparecer
como un trazo vertical debido a la poca duración y anchísima banda de frecuen-
cias de la emisión. En la figura 9.3, hemos representado esta oposición sobre la
base de las dos variables que la determinan.
Figura 9.2
Oposición entre el ancho de la banda de frecuencias acústicas y la duración en las dos vocalizaciones de
alarma de los pájaros de bosque
¤ Editorial UOC 476 Etología
• Por una parte, estas señales y códigos se han desarrollado a partir de accio-
nes instrumentales, estrictamente no comunicativas (véase el apartado In-
troducción), que se han transformado de la manera que hemos explicado
un poco más arriba al hablar de la ritualización. La apertura de las alas pre-
via al vuelo se ha convertido en un aviso de amenaza que anuncia el golpe
de ala o –al revés– se ha convertido en una señal de sumisión antes de la
probable huida. Una mordedura se ha transformado en una exhibición de
colmillos; una cornada, en una postura de advertencia con la cabeza baja.
Así, pues, tenemos una primera dirección evolutiva que va de la acción ins-
trumental a la acción comunicativa.
• Por la otra parte, las señales plenamente comunicativas han desarrollado,
han completado o han sustituido señales más simples y primitivas de tipo
puramente expresivo (apartado 5.3). Respuestas como alzar una cresta o
extender un apéndice han sido reforzadas con movimientos estereotipa-
dos o intencionales que les han conferido más potencia comunicativa, al
integrarlos en cadenas complejas. Por lo tanto, tenemos una segunda di-
rección evolutiva que va de la expresión a la comunicación.
Capítulo X
Etología cognitiva
Josep Call Balaguer
1. Historia y definiciones
Los textos clásicos sobre etología y comportamiento animal (p. ej., Eibl-Ei-
besfeld, 1970; Hinde, 1970) no tienen ningún capítulo dedicado a la etología
cognitiva. El hecho de que en el presente volumen aparezcan estos capítulos,
puede dar la impresión de que la investigación cognitiva se ha desarrollado hace
relativamente poco dentro de la etología. Nada más lejos de la realidad. De he-
cho, los temas relacionados con la cognición han formado parte de la etología
desde su nacimiento; simplemente al principio no se denominaba cognición.
Los fundadores de la disciplina, como von Uexkull, se interesaron de verdad por
¤ Editorial UOC 480 Etología
Esta figura ilustra los dos problemas generales que se encuentran los individuos: problemas
técnicos ilustrados por un chimpancé que emplea una herramienta para obtener una recom-
pensa fuera de su alcance, y problemas sociales ilustrados por un chimpancé que aprende
de la observación de otro chimpancé.
El ganador del Premio Nobel, Niko Tinbergen (1948, 1951), investigó la for-
ma en que los pavos percibían la forma representada en la figura 10.1 depen-
diendo de la dirección de su movimiento. Si la forma se movía de izquierda a
derecha, pareciendo de este modo la silueta de un halcón, los pavos escapaban
y se ponían a cubierto. Por el contrario, si la forma se movía de derecha a iz-
quierda, pareciendo así la silueta de un ganso, los pavos no mostraban ninguna
reacción de defensa. El hecho de que los individuos cambien su percepción de
figuras ambiguas dependiendo de factores como el movimiento, orientación o
información verbal es un fenómeno bien conocido dentro de la psicología cog-
¤ Editorial UOC 481 Capítulo X. Etología cognitiva
nitiva humana (Neisser, 1967). A pesar de que solo se han seleccionado dos
ejemplos clásicos de la etología para ilustrar este apartado, si se examinan en de-
talle trabajos clásicos y contemporáneos se pueden encontrar cientos de ejem-
plos de investigación cognitiva sobre animales, no sólo sobre procesos
perceptivos sino también sobre el aprendizaje, memoria, categorización y reso-
lución de problemas, tanto en terrenos sociales como ecológicos. De momento,
estos dos ejemplos ilustran de manera suficiente el hecho de que la investiga-
ción cognitiva ha sido parte integral de la etología desde su nacimiento.
Figura 10.1
ca, sin embargo, que la etiqueta “cognitivo” no se pueda aplicar a los mismos
sino que puede tratarse de entidades cognitivas. Sin embargo, se puede afirmar
que si una entidad posee los tres rasgos, la probabilidad de encontrarse ante
una entidad cognitiva es muy superior.
Dos de las propiedades fundamentales de la cognición son que es selectiva
y constructiva. Ello quiere decir que los animales no almacenan la informa-
ción tal y como aparece en el entorno, almacenan la información en forma de
esquemas de activación e inhibición de redes neurales. Pero antes de hacerlo,
las percepciones se seleccionan y combinan con información existente que ya
reside en el sistema. No solo cada especie puede percibir aspectos diferentes de
estímulos externos, lo que viene descrito por la noción del Umwelt de von
Uexkull, sino que los mismos estímulos se procesan de forma distinta por par-
te de individuos de la misma especie según las variables contextuales o inter-
nas. Un ejemplo de ello son las ilusiones ópticas a las cuales tanto los
humanos como el resto de los animales son vulnerables. Por ejemplo, en la fi-
gura 10.2 se muestra la ilusión de Muller-Lyer, que se ha investigado en detalle
en humanos y el resto de animales. Los humanos en nuestra cultura, así como
las palomas, chimpancés y monos, interpretan que la línea horizontal supe-
rior es más larga que la línea horizontal inferior. Un aspecto interesante es que
otras culturas humanas, como los San, no muestran este efecto que se observa
normalmente entre miembros de nuestra cultura (Henrich et al., 2010). La per-
cepción, como anticipó hace tiempo von Uexkull, es algo subjetivo no solo
por la selección durante la percepción, sino también debido a la construcción
que se produce durante la fase de procesamiento. En otras palabras, almacenar
información no es como hacer una foto. Es un proceso más dinámico que
cambia la impresión original con el tiempo y la participación de la informa-
ción ya existente. La memoria cambia con el tiempo, no solo incorporando el
olvido, sino incluso también creando recuerdos falsos como han demostrado
numerosos estudios en humanos.
¤ Editorial UOC 484 Etología
Figura 10.2
Tres ilusiones ópticas percibidas por humanos y otros animales: (a) Muller-Lyer, (b) Ebbingaus-Tichener,
(c) Ponzo.
2. Cognición ecológica
Para las especies que explotan recursos distribuidos de forma discreta, que
permanecen estacionarios pero se renuevan periódicamente (p. ej., árboles fru-
tales), es importante poder explotarlos en repetidas ocasiones. Esto significa que
si los individuos pueden recordar la ubicación de estos recursos, pueden mini-
mizar el esfuerzo de la búsqueda. Sin embargo, una vez encontrado el recurso
buscado, algunas especies aún tienen que hacer algún trabajo antes de poder in-
gerirlo, porque es necesario extraer el recurso. De igual modo, la cuantificación
¤ Editorial UOC 488 Etología
get de desplazamiento de objetos (Piaget, 1952), después del primer cebo, el ali-
mento se extrae del recipiente original y se desplaza a otro recipiente a la vista
del sujeto. En algunos casos, la recompensa permanece totalmente visible al lle-
var a cabo el desplazamiento, mientras que en otros la recompensa se desplaza
dentro de otro recipiente opaco, de modo que el sujeto no puede saber realmen-
te dónde se encuentra la recompensa. Muchas especies de aves y mamíferos han
solucionado satisfactoriamente desplazamientos visibles, pero solo los simios y
loros han resuelto de forma convincente experimentos de desplazamiento invi-
sible (ver Reznikova, 2007). Hay otras variaciones de desplazamientos de obje-
tos, como transposiciones, en las que tanto el alimento como los recipientes
cambian su ubicación original. La rotación espacial es otro experimento en el
que los recipientes cambian su posición como consecuencia de rotar la platafor-
ma sobre la que reposan los recipientes. En estos experimentos, los grandes si-
mios han superado las pruebas, mientras que los monos, perros y gatos no las
han resuelto.
Las referencias físicas, sin embargo, no son la única propiedad que los
animales emplean para orientarse en el espacio y ubicar recursos. Otro
tipo importante de referencia son las llamadas referencias geométricas
(Cheng, 1986).
Con el resto de los parámetros iguales, los sujetos deberían escoger las fuen-
tes de alimento mayores frente a las menores porque pueden suministrar más
energía con un coste menor. Pero para poder hacerlo, los animales deben esti-
mar las cantidades disponibles en las distintas fuentes. A pesar de que este tipo
de cálculo se aplica normalmente a la cantidad de comida disponible en una
fuente, también se puede usar para estimar cosas tales como el número de opo-
nentes a los que se enfrenta el individuo en un encuentro territorial. Por ejemplo,
los leones pueden emplear las vocalizaciones de grupos vecinos para estimar el
número de oponentes potenciales que se aproximan a su grupo (McComb et
al., 1994). Este hecho se conoce porque, cuando el número de vocalizaciones es
superior al número de individuos presentes en ese momento en el grupo, los
leones se retiran o tratan de reclutar a miembros adicionales para el grupo,
mientras que se acercan a aquellos que se aproximan a su grupo cuando son su-
periores en número a ellos.
Numerosos estudios han investigado la capacidad de los animales de distin-
guir cantidades. Los monos, simios, elefantes, delfines y aves pueden seleccio-
nar de forma fiable la mayor de dos cantidades presentadas de forma simultánea
o secuencial (p. ej., Irie-Sugimoto et al., 2009; Pepperberg, 1999; Beran, 2001;
¤ Editorial UOC 496 Etología
Brannon y Terrace, 2000). En algunos casos, los sujetos no necesitan siquiera ver
ambas cantidades presentadas a la vez. Pueden ver una primero, luego la segun-
da y luego tomar su decisión. Dado que los sujetos no pueden comparar direc-
tamente las cantidades en esta configuración, esto quiere decir que resuelven
esta tarea comparando las representaciones mentales de las cantidades. Este des-
cubrimiento no sorprende tanto si se considera que las fuentes de comida de
alta calidad no están distribuidas de forma uniforme en el espacio y en el tiem-
po. El trabajo en el laboratorio ha demostrado que la precisión para seleccionar
la mayor de dos cantidades depende de su proporción, calculada como la canti-
dad menor dividida por la cantidad mayor (Hanus y Call, 2007). Cuanto menor
sea la proporción más fácil se vuelve la tarea y los sujetos seleccionan con mayor
precisión la cantidad mayor. Así, los sujetos obtienen mejores resultados con 2
frente a 5 (proporción = 0,40) que con 4 frente a 5 (proporción = 0,80). Esta he-
rramienta de estimación basada en la ley de Weber permite a los individuos re-
solver problemas con cantidades ilimitadas, tanto para conjuntos compuestos
de unidades discretas (p. ej., número de frutas) como continuos (p. ej., volumen
líquido).
A pesar de que la estimación de magnitudes es una herramienta muy poten-
te, no está basada en el conteo formal, y consecuentemente, puede incluir erro-
res cuya magnitud absoluta aumenta con el número de unidades que se deben
estimar. No obstante, algunas especies en el laboratorio se han entrenado para
contar o al menos para hacer algo que se aproxima al conteo verdadero. Una de
estas especies es el loro gris de cola roja, y más específicamente, el loro llamado
Alex estudiado por Irene Pepperberg (Pepperberg, 1999). Al enfrentarlo a una
bandeja con varios objetos y preguntarle (oralmente en inglés): ¿cuántos?, Alex
podía responder oralmente en inglés la cantidad correcta. Además, cuando los
objetos incluían distintas formas, colores o materiales, Alex podía indicar el nú-
mero exacto de tipos particulares de objetos. Por ejemplo, al enfrentarlo a 2 ob-
jetos azules y 3 rojos, podía responder tanto a las preguntas ¿cuántos?: cinco; y
a ¿cuántos rojos?: tres. Se ha entrenado también a chimpancés para indicar el
número de objetos presentes en un conjunto, en este caso seleccionando una
ficha o presionando una tecla representando la cantidad adecuada (p. ej., Mat-
suzawa, 1985). Un estudio en particular muestra que los chimpancés tenían una
cierta capacidad para inspeccionar el número de objetos presentes en diferentes
puntos de una estancia e indicar el número total de objetos presentes en la es-
¤ Editorial UOC 497 Capítulo X. Etología cognitiva
3. Cognición social
recursos más fácilmente por parte de los individuos que se desplazan juntos.
Otra solución al problema es desarrollar estrategias para superar a los posibles
competidores. En este caso, una habilidad fundamental consiste en predecir y
anticipar el comportamiento de los competidores.
cerca de ellos para acceder a la fuente. En algunas ocasiones, los animales domi-
nantes “espían” a estos subordinados que poseen información privilegiada sobre
fuentes de alimento valiosas escondidas (Menzel, 1974; Coussi-Korbel, 1994). Lo
que es interesante es que los subordinados contraatacan a este espionaje movién-
dose en la dirección contraria a la que se encuentra el recurso valioso y vuelven
sobre sus pasos hacia el recurso una vez que el dominante se encuentra distraído.
Estas tácticas de distracción no son exclusivas de los primates. Los arrenda-
jos que tratan de proteger sus escondites en presencia de un potencial ladrón
cambian la posición del alimento varias ocasiones (Emery y Clayton, 2001, ver
también Clayton et al., 2007). Es interesante que solo las aves a las que han
saqueado sus escondites en el pasado emplean esta estrategia antirrobo. El tra-
bajo de los primates, pero también pudiendo incluir algunos de estos resultados so-
bre las aves, se ha denominado engaño táctico para distinguirlo del engaño basado
en la creación de una falsa creencia (ver Byrne y Whiten, 1987, 1990). En el engaño
táctico, el comportamiento del individuo está dirigido a alterar el comporta-
miento del competidor, pero no supone que el individuo está intentando alterar el
estado mental del competidor, por ejemplo, creando una información falsa que
conducirá a generar un comportamiento que va a ser ventajoso para el individuo.
Sin embargo, en los últimos años ha existido un esfuerzo común para investigar
la cuestión de si los animales, aparte de los humanos, son sensibles respecto a los
estados mentales de los otros, la llamada teoría de la investigación mental (ver para
trabajos recientes Call y Tomasello, 2008; Call y Santos, en preparación). Como
consecuencia, se dispone en la actualidad de una cantidad notable de trabajo en
esta área que se resume brevemente en el próximo apartado.
Dado que el comportamiento viene determinado por las metas que los indivi-
duos persiguen y por la información que poseen en un momento determinado,
el poder observar las motivaciones e información que poseen los otros se puede
usar también para anticipar el comportamiento inmediato de otros individuos,
incluso en los casos en los que la situación actual no se haya producido en el pa-
sado. Gran parte de la investigación desarrollada en la cognición social en las úl-
¤ Editorial UOC 500 Etología
Muchas especies forman grupos sociales complejos en los que los individuos
establecen relaciones a largo plazo que estructuran los intercambios sociales y
determinan en gran medida quién colabora con quién. Así, las relaciones de do-
minancia y afiliación desempeñan un papel fundamental en la determinación
de cosas como las transferencias de alimentos, apoyo agonístico u oportunida-
des de emparejamiento. Dos ingredientes clave son necesarios para la forma-
ción de relaciones sociales:
En primer lugar, los individuos deben ser capaces de reconocer a los otros
como individuos –una habilidad que parece extendida en el reino animal. Mu-
chas especies pueden distinguir a los individuos conocidos de los extraños. Lo
que es más importante, también pueden distinguir a dos individuos conocidos
entre sí por sus características visuales, vocalizaciones u olores. En algunos ca-
sos, hay incluso pruebas que apuntan a que pueden asociar las características
visuales (p. ej., caras) con vocalizaciones y viceversa (ver Hashiya y Kojima, 2001).
En segundo lugar, los individuos tienen que ser capaces de recordar las interaccio-
nes pasadas dado que van a determinar la formación de las relaciones menciona-
das con anterioridad. De hecho, las relaciones sociales son un producto de la
información acumulada en múltiples interacciones entre los individuos a lo largo
del tiempo.
A pesar de que el conocimiento social de pares es muy valioso para los indi-
viduos, dado que les ayuda a decidir a quién acercarse o a quién evitar cuando
compiten por recursos o cuando buscan ayuda, no es el único conocimiento
que los individuos tienen sobre las relaciones sociales. Los individuos también
almacenan información sobre las relaciones entre terceros (ver Seyfarth y Che-
ney, en preparación). No se debe subestimar la importancia de las relaciones entre
terceros en algunas especies. Hay que tener en cuenta que incluso a pesar de que
las relaciones sociales se establecen entre pares de individuos, su formación viene
determinada a menudo por la intervención de terceros. Así, los macacos rhesus
hembra tienen prioridad sobre sus hermanas mayores porque las madres apoyan
¤ Editorial UOC 502 Etología
3.2.2. Cooperación
tas que se basan en su velocidad para capturar a su presa; por el contrario, las
morenas son depredadores nocturnos que buscan su presa entre hendiduras y
cuevas en formaciones rocosas submarinas. Lo que es interesante es que los me-
ros han desarrollado una señal para alistar a las morenas en cazas diurnas. Em-
plean una representación visual frente a una morena en reposo como invitación
para ir de caza juntos. Si la morena acepta esta invitación, nadan juntos en bus-
ca de la presa. Son malas noticias para la presa, porque una vez localizada, la pre-
sa tiene un futuro bastante negro. Si sacan la presa a descubierto y nada a aguas
abiertas, el mero le va a dar caza, mientras que si la presa busca refugio en las
formaciones rocosas, la morena entra en acción. El depredador que caza a la pre-
sa se la come. Esto significa que no hay conflicto entre ambos depredadores por-
que el tamaño de la presa es demasiado pequeño como para que se produzca.
Aunque no está claro si las morenas se benefician realmente de esta asociación
con los meros, se ha demostrado que los meros cazando con las morenas son
más efectivos que cuando lo hacen solos.
Las hembras de elefante ancianas pueden guiar a su grupo joven hasta pozos
de agua que se encuentran muy alejados de su zona de residencia habitual (Mc-
Comb et al., 2001; ver también Moss y Moss, 1993). Probablemente son capaces
de hacerlo porque han visitado estos recursos en el pasado y recuerdan su ubi-
¤ Editorial UOC 505 Capítulo X. Etología cognitiva
cación muchos años después cuando es necesario. A su vez, los elefantes jóvenes
que van a esas ubicaciones las van a aprender y pueden usar ese conocimiento
cuando la oportunidad lo requiera, transmitiendo así de forma efectiva el cono-
cimiento entre generaciones.
La influencia del aprendizaje social es tan fuerte que puede generar diferen-
cias importantes en la forma en la que varios grupos de la misma especie explo-
tan los recursos (ver Fragaszy y Perry, 2003). Algunos grupos pueden explotar
ciertos alimentos mientras que apenas tocan otros, mientras que otros grupos
hacen justo lo contrario. Estas diferencias tan importantes llevaron a los inves-
tigadores a la conclusión de que en ausencia de diferencias genéticas o ecológi-
cas, los grupos de animales desarrollan tradiciones basadas mayormente en
copiar las mismas cosas que otros han hecho durante generaciones. Los anima-
les desarrollan culturas. Sin embargo, hay algunos debates teóricos muy inten-
sos sobre si las culturas animales son análogas u homólogas a la cultura humana
(ver Laland y Galef, 2009). Además, el campo está cambiando constantemente
añadiendo nuevos datos. Por ejemplo, algunas poblaciones de chimpancés em-
plean palos largos para capturar hormigas legionarias mientras que otras pobla-
ciones emplean palos cortos, incluso a pesar de que están explotando en
algunos casos las mismas especies de hormigas. Hasta hace poco, se creía que las
diferencias al capturar hormigas entre poblaciones de chimpancés no estaban
determinadas ni genéticamente ni ecológicamente, sino que eran productos de
la cultura. Sin embargo esta posición se ha visto sometida a debate debido a nue-
vos datos que muestran que el comportamiento de los chimpancés se puede ex-
plicar como una respuesta al comportamiento de las hormigas (Humle y
Matsuzawa, 2002, ver también Mobius et al., 2008). Algunas hormigas son más
agresivas que otras, lo que significa que los chimpancés tienen que usar palos
más largos para capturarlas y evitar sus dolorosas mordeduras. Un estudio re-
ciente ha mostrado también que la diversidad de rasgos del comportamiento
entre poblaciones está correlacionada con la distancia genética entre esas pobla-
ciones, sugiriendo de este modo que las diferencias entre grupos pueden tener
una base genética más marcada de lo que se había supuesto previamente (Lan-
gergraber et al., 2011). A pesar de que estos resultados no implican que se pue-
dan rebatir todas las supuestas diferencias culturales, sí que remarcan la
importancia de estudiar cuidadosamente hipótesis alternativas.
¤ Editorial UOC 506 Etología
ubicaciones se encuentran fuera del campo de visión del individuo, por ejem-
plo, en una posición por encima y detrás del individuo. Se trata de una habili-
dad útil porque puede ayudar a los individuos a ganar información sobre
potencial alimento, depredadores o competidores.
Algunas de estas especies, como los primates y los córvidos, pueden incluso
seguir la mirada de los humanos alrededor de barreras (Bugnyar et al., 2004; To-
masello et al., 1999). Es decir, cuando se les enfrenta con un humano mirando
a la parte de atrás (desde el punto de vista del sujeto) de una barrera opaca, los
cuervos, monos y simios pasan al otro lado de la barrera para mirar la posición
que el humano estaba viendo. No miran a la barrera desde su lado o a una po-
sición adonde se hubiera dirigido la mirada del informador, si no estuviera blo-
queada por una barrera opaca. De hecho, cuando la barrera opaca tiene una
ventana que permite al informador mirar a través de ella, los individuos siguen
la mirada del informador hasta esa posición.
Otro aspecto del seguimiento de la mirada que se ha investigado son los es-
tímulos que guían la atención del observador. Un estudio que ha comparado ni-
ños y simios ha puesto de manifiesto que los simios reaccionan en su mayoría
a la dirección de la cabeza, mientras que los niños respondían a la dirección de
los ojos (Tomasello et al., 2007). No obstante, tanto los simios como los niños
también eran sensibles, si bien en menor medida, a los ojos y dirección de la ca-
beza del informador respectivamente.
tición a no ser que pueda cambiar el equilibrio de fuerzas. Una forma de hacerlo
es reclutar a un tercero cuya capacidad de lucha sea superior a la del contrario o
reclutar a varios compañeros cuya capacidad combinada de lucha sea superior
a la del contrario. Ya se ha mencionado que las coaliciones y alianzas son nor-
males entre grupos de individuos en algunas especies de aves y de mamíferos.
Hay múltiples pruebas de que las vocalizaciones de algunos primates generadas
durante encuentros agonísticos contienen información sobre la gravedad de la
agresión, el rango y el parentesco del contrario (ver Zuberbuhler, en preparación).
Estas vocalizaciones son instrumentales para reclutar ayuda de posibles aliados.
Algunas de estas llamadas indican cosas como proximidad y riesgo y por ello
se han asociado con un sentido de urgencia (Owings y Hennessy, 1984). Sin em-
bargo, otras llamadas parece que codifican otra información, por ejemplo, pero
indicando diferentes tipos de depredadores (véase capítulo IX, “La comunica-
ción animal”). Además, experimentos de reproducción en campo han mostrado
que los monos consideran equivalente una llamada de alarma respecto a un leo-
pardo y un rugido de un leopardo o una llamada de alarma que otra especie emi-
te en presencia de un leopardo. La abundante información contenida en estas
llamadas también se puede ver en las llamadas de alimento. Los chimpancés emi-
ten gruñidos de alimento en presencia del mismo y pueden distinguir alimentos
de mayor y menor calidad por el tipo de vocalizaciones que oyen (ver como refe-
rencia Zuberbuhler, en preparación).
A pesar de la flexibilidad del significado de las llamadas, la producción de vo-
calizaciones en la mayoría de los mamíferos es fija (Hammerschmidt y Fischer,
2008). Es decir, la mayoría de los animales no puede emitir llamadas fuera de su
repertorio natural. Por el contrario, otras especies como los humanos, loros y otras
aves pueden emitir llamadas que quedan fuera de su repertorio normal, como por
ejemplo el sonido de un timbre de teléfono. A pesar de que ese sonido no es una
llamada típica de la especie para los loros, lo pueden emitir bastante bien para des-
¤ Editorial UOC 510 Etología
4. Evolución de la cognición
Las teorías sociales que olvidan que los animales deben alimentarse son
incompletas. De forma similar, las teorías ecológicas que ignoran que los
animales sociales pasan una cantidad de tiempo considerable interac-
tuando con los de su especie, lo que de hecho determina a menudo su éxi-
to para obtener recursos valiosos, son también incompletas.
A pesar de que hay actualmente algunas teorías que incluyen factores socio-
ecológicos, no existe una teoría unificada de la evolución cognitiva. En la actua-
lidad se dispone de un conjunto de teorías parciales dedicadas a explicar parte
de la variabilidad observada en características particulares. A continuación, se
van a revisar las teorías principales que se han propuesto para explicar la evolu-
ción de la cognición.
primates. Los cuervos de Nueva Caledonia son también animales que extraen
su alimento, y su cognición no parece ser muy diferente de otros córvidos gene-
ralistas, como los grajos, que no usan normalmente herramientas. Además, los
grajos, así como los gorilas y bonobos, que no muestran gran afinidad a usar he-
rramientas en sus hábitats naturales, sí que usan herramientas con gran habilidad
en el laboratorio. Otras especies que extraen su alimento, como los pinzones car-
pinteros, no parecen encajar bien en la descripción, especialmente si se comparan
con otras especies muy cercanas de pinzones.
Milton (1981) propuso otra teoría concentrada en la eficacia en la alimenta-
ción. Sin embargo, en este caso Milton se concentró en tener en cuenta el espacio
y el tiempo para tomar decisiones fundadas (y eficaces) relacionadas con la ali-
mentación. Para hacerlo, Milton (1981) comparó los monos araña con los mo-
nos aulladores, dos de los mayores primates que habitan el nuevo mundo. Estas
dos especies tienen un tamaño corporal similar y son simpátricas en algunas par-
tes de Centroamérica y Sudamérica. Su ecología alimenticia es sin embargo muy
diferente. Los monos araña son frugívoros (es decir, se alimentan de frutos)
mientras que los monos aulladores son folívoros (es decir, se alimentan de ho-
jas). La fruta y las hojas se distribuyen de forma muy diversa en el bosque tropi-
cal. Mientras que las hojas abundan y siempre están disponibles, la fruta está
distribuida de forma efímera, tanto en términos de espacio como de tiempo, es
decir, no está disponible en cualquier lado a cualquier hora. Como consecuencia,
los monos araña tienen que recorrer una distancia mayor que los monos aulla-
dores para alimentarse adecuadamente. Y lo que es más importante, dado que
los recursos alimenticios de los monos araña están distribuidos discretamente,
para poder aumentar la eficacia de la alimentación y no gastar energía buscando
aleatoriamente, los monos araña codifican los árboles y el periodo en el que el
alimento va a estar disponible. A pesar del hecho de que ambas especies tienen
más o menos el mismo tamaño corporal, la talla de sus cerebros es considerable-
mente distinta. Los monos araña tienen un cerebro mucho más grande que el
de los monos aulladores. Milton argumentó que esta diferencia era una conse-
cuencia de las diferentes ecologías de alimentación y de las exigencias impues-
tas por ellas. Los monos araña necesitan almacenar más información sobre los
recursos y rastrear su disponibilidad a lo largo del tiempo. Más adelante, en este
capítulo, se volverá a tratar el tema de los monos araña. Otros autores han de-
terminado asimismo una relación entre el rastreo de recursos alimenticios y el
¤ Editorial UOC 513 Capítulo X. Etología cognitiva
tamaño del cerebro. Así, las aves que esconden el alimento tienen un mayor hipo-
campo, asociado a menudo con el almacenamiento espacial de la memoria, que
las aves que no lo esconden con un tamaño corporal similar e incluso muy cerca-
nas en la filogenia. Además, el tamaño del hipocampo cambia también con la es-
tación del año, siendo mayor en otoño, que es la época del año en climas suaves
durante la que se esconde la mayor cantidad de alimento.
No pasó mucho tiempo hasta que estas dos teorías se enfrentaron a otras teo-
rías que se concentraban en los retos sociales en vez de en los ecológicos para la
evolución de la cognición. La teoría más destacada dentro de las teorías orien-
tadas a la parte social es la hipótesis de la inteligencia maquiavélica (Byrne y
Whiten, 1988). Inspirándose en escritos previos de Humphrey (1976) y Jolly
(1966), Byrne y Whiten (1988) argumentaron que algunas de las estrategias de
comportamiento más complejas estaban dirigidas a tratar con los de la misma
especie, en particular en engañar a los de la misma especie en varias situaciones
concernientes a recursos clave, tales como alimento o parejas. Para probar esta
hipótesis, los autores reunieron informes anecdóticos de la bibliografía o de sus
colegas sobre el engaño táctico definido como el comportamiento de un indivi-
duo que provoca la confusión de otro individuo.
Hasta este punto, las teorías ecológicas y las sociales coexistieron como si tra-
taran dos temas distintos. Sin embargo, Dunbar (1992) cambió el estado de las co-
sas cuando las comparó directamente. Lo hizo comprobando la asociación entre
factores sociales y ecológicos con el tamaño del cerebro, más específicamente la
fracción de neocórtex (tamaño del neocórtex/tamaño del cerebro) en varias espe-
cies de primates. Dunbar (1992) dedujo que uno de los mayores retos en la vida
social es mantener las relaciones sociales con otros miembros del grupo y seguir
las relaciones entre terceros. Mientras que las relaciones entre pares que un indi-
viduo puede establecer dentro de su grupo solo aumentan de forma lineal con el
tamaño del grupo, las relaciones con terceros aumentan de forma exponencial
con el tamaño del grupo. Dado que las relaciones con terceros desempeñan un pa-
pel fundamental en la vida social, el tamaño del grupo se puede emplear como
una medida de la complejidad social. Dunbar (1992) encontró una correlación en-
tre la fracción de neocórtex y el tamaño del grupo, obteniendo así un apoyo a la
implicación de factores sociales en la evolución cognitiva. Estudios posteriores re-
pitieron esta relación con un conjunto distinto de especies de primates y otros
taxones no primates como carnívoros, murciélagos y algunos insectívoros (Barton
y Dunbar, 1997; Dunbar y Bever, 1997). Por el contrario, Dunbar (1992) no en-
contró relación alguna entre la fracción de neocórtex y el tipo de dieta o el tamaño
de la zona de residencia, lo que no sustentaba las hipótesis de eficacia alimenticia.
A pesar de que una de las ventajas principales de esta aproximación correla-
tiva es la inclusión de múltiples especies, una de sus limitaciones es que las me-
didas para el análisis son muy bastas. No se debe olvidar que el tamaño del
neocórtex es una medida anatómica y no una cognitiva. Sin embargo, en algu-
nos estudios se han sustituido medidas anatómicas por medidas cognitivas.
Bond et al. (2003) encontraron una asociación entre la sociabilidad y la deduc-
ción transitiva en los córvidos. Estos autores compararon la deducción transiti-
va en los arrendajos piñoneros y en los arrendajos de los arbustos, dos especies
de córvidos de Norteamérica que se distinguen en su nivel de sociabilidad. Los
arrendajos piñoneros son animales sociales que viven en grupos de hasta 500
individuos mientras que los arrendajos de los arbustos viven en parejas estables.
Descubrieron que los arrendajos piñoneros superaban a los arrendajos de los ar-
bustos en la deducción transitiva. Los autores argumentaron que la deducción
transitiva podía ser útil en contextos sociales como herramienta para deducir el
rango de individuos desconocidos cuando se les observaba interactuar con in-
¤ Editorial UOC 515 Capítulo X. Etología cognitiva
Figura 10.3
Resultado medio global de siete especies de primates tras la prueba con una serie de tareas de control inhibitorio. Cuanto menor
es la posición obtenida mejor fue el resultado.
¤ Editorial UOC 516 Etología
La hipótesis de Amici et al. (2008) es quizás uno de los ejemplos más claros
de la combinación de factores ecológicos y sociales. La fisión-fusión es una res-
puesta a tener que gestionar recursos discretos, para los que hay que emplear ha-
bilidades de memoria como indicó Milton (1981). En este caso vuelven a
destacar los monos araña, pero la parte importante es la organización social más
que la distribución del alimento. Sin embargo, como se mencionó al inicio de
este capítulo, tanto los factores sociales como los ecológicos deben desempeñar
un papel en la evolución y en el desarrollo de la cognición. Hay apoyos a la idea
de que tanto los problemas ecológicos como los sociales desempeñan un papel
en la evolución y desarrollo de la cognición. Algunos estudios han encontrado
una asociación entre la fracción de neocórtex y el engaño táctico (Byrne, 1993)
y el cerebro ejecutor (una medida que incluye el neocórtex y el cuerpo estriado)
y el aprendizaje social (Reader y Laland, 2002). Sin embargo, la fracción de neo-
córtex parece estar asociada también con aspectos de cognición física, tales
como innovación, uso de herramientas y capacidad de aprendizaje (Reader y La-
land, 2002). De hecho, Reader y Laland (2002) manifestaron que la asociación
entre fracción de neocórtex y múltiples medidas de la cognición, algunas eco-
lógicas y otras sociales, podía indicar un efecto sobre las habilidades generales
de inteligencia en vez de sobre especializaciones para resolver problemas particula-
res. No obstante, se puede pensar que las medidas como la fracción de neocórtex
son muy bastas para distinguir especializaciones, y en estudios futuros se deberán
emplear medidas más refinadas de la anatomía y función cerebral, así como más
medidas de funcionamiento cognitivo, y no sólo su substrato anatómico.
Son necesarias unas palabras finales de precaución. Todos los análisis presen-
tados en este capítulo son correlativos, lo que significa que no se pueden esta-
blecer relaciones causales sin disponer de datos adicionales. Por ejemplo, se ha
visto que las especies de primates con una alta expresión de fisión-fusión son
también superiores en cuanto a la capacidad inhibitoria. Sin embargo, no está
claro si las capacidades inhibitorias permiten que los sistemas sociales aparez-
can o si esos sistemas han mejorado las capacidades inhibitorias. Una tercera
posibilidad es que alguna variable desconocida esté generando las asociaciones
observadas. Se necesitan estudios futuros para arrojar luz sobre este asunto.
¤ Editorial UOC 517 Capítulo XI. Aproximación evolucionista...
Capítulo XI
Aproximación evolucionista al estudio
del comportamiento humano
José Ramón Sánchez Martín
1. Principales enfoques
te en uno de esos enfoques sino que en sus planteamientos y en sus trabajos hay
un solapamiento y una síntesis de diferentes enfoques.
A finales de los años cincuenta y principios de los sesenta del siglo XX, se em-
pieza a fraguar una nueva disciplina, la etología humana que, enlazando con
los estudios etológicos del comportamiento de otras especies animales, comien-
za a abordar la conducta humana con el cuádruple nivel de análisis propuesto
por Niko Tinbergen (causal, funcional, ontogenético y filogenético). De esta
forma, si uno está interesado en el comportamiento agresivo en humanos estu-
diaría, por ejemplo, en el nivel causal factores internos tales como los niveles
de determinadas hormonas, los niveles de neurotransmisores específicos, etc. y
factores externos tales como el contexto familiar, la ecología social y cultural,
etc., que presumiblemente se encuentran entre las causas próximas de este
comportamiento. En el nivel funcional, nos puede interesar conocer en qué
medida determinados comportamientos agresivos facilitan la prioridad en el
acceso a los recursos, pudiendo contribuir de esta forma al aumento de la efica-
cia biológica de los sujetos. El análisis del nivel ontogenético nos llevaría, por
ejemplo, a analizar cómo se desarrolla la conducta agresiva a través del ciclo vi-
tal del individuo y si existen pautas de estabilidad o de cambio a través del tra-
yecto vital. Y finalmente, en el nivel filogenético, nos preocuparía, por ejemplo,
saber si especies cercanamente emparentadas con la humana, como es el caso
de los chimpancés o los bonobos, comparten pautas de conducta agresiva con
estructura y funcionalidad similar y que susceptiblemente podríamos haber he-
redado de un antepasado común. Estaríamos hablando, en este caso, de homo-
logías de conducta, es decir, de pautas que tienen un origen filogenético
común. No obstante, podría resultar también de enorme interés analizar las
analogías en el comportamiento, es decir, pautas de nuestra especie que son
muy similares a las de otras especies por un fenómeno de convergencia adapta-
tiva debido a que hemos resuelto el mismo problema con adaptaciones simila-
res. Con los cuatro niveles de análisis conseguimos una perspectiva sumamente
integradora y holística de la conducta humana.
¤ Editorial UOC 520 Etología
Teniendo en cuenta que la observación sistemática de la conducta trata de captar la conducta espontánea de los sujetos sin que
se sientan observados, los dispositivos de filmación deben tener en cuenta este aspecto. En el dibujo se contempla una de las
posibles formas de captar la conducta infantil siguiendo esta directriz: instalando una cámara de control remoto se puede filmar
la conducta espontánea de juego en el propio aula; en una habitación adyacente, los investigadores controlan la cámara y graban
lo filmado. Más adelante, y a través de programas específicos de análisis conductual, como The Observer (Noldus), se lleva a cabo
una evaluación de la conducta partiendo de un etograma o catálogo de conducta previamente establecido. Para una investigación
específica utilizando este método puede consultarse Sánchez-Martín y col. (2000).
¤ Editorial UOC 521 Capítulo XI. Aproximación evolucionista...
Otra forma de filmar la conducta espontánea es utilizar una estancia con espejo unidireccional, tal y como se
ve en la imagen. Alternativamente, otra forma muy utilizada consiste en aprovechar el período de juego en el
patio escolar para filmarlo desde alguna ventana o lugar discreto. Para una investigación específica utilizando
este último dispositivo de filmación, puede consultarse Azurmendi y col. (2006).
1. Los interesados en el ámbito de la etología humana disponen de una sociedad (ISHE) que desde
1972 promueve el intercambio de opiniones y conocimiento sobre esta disciplina entre científicos de
todo el mundo, tal y como señala en su web. Dispone de un boletín (Human Ethology Bulletin) que se
publica periódicamente y en el que, tradicionalmente, han aparecido entrevistas a personalidades
relevantes de este campo, noticias de investigación, revisiones de libros recientes, últimas publicacio-
nes en el campo de la etología humana, etc. A partir del 2011, este boletín se convierte en una publi-
cación periódica científica al uso (de revisión por pares) y de acceso en línea. La web de la sociedad
nos ofrece, además, links con diversos centros y grupos de investigación a nivel internacional, no sólo
en el ámbito de la etología humana, sino también de la psicología evolucionista, la ecología de la con-
ducta, etc., lugares en los que estudiar análisis evolucionista del comportamiento humano, etc. Asi-
mismo, la ISHE organiza cada dos años un congreso internacional de etología humana.
¤ Editorial UOC 522 Etología
Entre la década de los sesenta y los setenta (siglo XX), surgen nuevos enfo-
ques en los que los principios de eficacia biológica, selección por parentesco, al-
truismo recíproco, selección sexual e inversión parental, aplicados a los
humanos, constituyen elementos vertebradores muy importantes.
La sociobiología humana, promovida inicialmente por E. O. Wilson en el úl-
timo capítulo de su obra “Sociobiología: la nueva síntesis” (Barcelona: Omega,
1980), produce una verdadera conmoción en el campo de las ciencias sociales.
Pero ¿por qué? Porque propone estudiar de forma sistemática las bases biológi-
cas de la conducta social humana, entendiendo ésta como una serie de adapta-
ciones producidas por efecto de la selección natural. Es decir, las estrategias
agresivas, las prosociales, las de inversión parental, etc. estarían al servicio del
éxito reproductivo de los individuos e íntimamente ligadas a éste (Crawford,
Smith y Krebs, 1987). Dicho, si cabe, de una forma más simplificada, los indivi-
duos hacen lo que hacen para dejar más copias de sus genes en las siguientes
generaciones (sin que deba existir para ello ningún propósito consciente). Mu-
chos creyeron ver en esto una firme defensa del determinismo genético (y no
contribuyeron a modificar esta impresión algunos de los primeros escritos de la
sociobiología) y se opusieron de forma beligerante a este enfoque, de forma que
el debate acabó convirtiéndose más en un asunto ideológico que científico. A la
sociobiología se le acusó de defender el statu quo imperante (las desigualdades
entre razas, sexos, etc.); se le acusó también de utilizar la falacia naturalista (con-
fundir lo que es con lo que debe ser, lo que es natural con lo que es bueno); y
de un sinfín de cosas más. Incluso se habló en algunas reuniones científicas de
retirar de las universidades americanas cualquier programa o texto relacionado
con este enfoque. El propio Wilson tuvo que sufrir el acoso de su entorno aca-
démico. Pero si se examinan con detenimiento las aportaciones de la sociobio-
logía humana, se descubre que estas críticas no son ciertas y tienen mucho que
ver con una mayor disposición en el ámbito de las ciencias humanas y sociales
a abrazar un cierto determinismo cultural (el comportamiento humano estaría
casi exclusivamente influido por la socialización y la cultura). De hecho, la so-
ciobiología ha dado una gran importancia a la variabilidad de los contextos so-
ciales y ambientales.
¤ Editorial UOC 523 Capítulo XI. Aproximación evolucionista...
2. Inicialmente, los primeros textos dedicados al análisis evolucionista del comportamiento humano
llevaban en su título el término etología humana y algunos recogían el término ecología de la conducta o
sociobiología. En la actualidad la mayoría de los libros sobre esta temática llevan en su título el término
psicología evolucionista. Por destacar tres textos recientes y recomendables que presentan una panorá-
mica general bajo ese epígrafe, podríamos citar:
1) C. Crawford y D. Krebs (Eds.). (2008). Foundations of evolutionary psychology. New York: Lawrence
Erlbaum.
2) R. I. M. Dunbar y L. Barrett (Eds.). (2007). The Oxford Handbook of evolutionary psychology. Oxford:
Oxford University Press.
3) L. Workman y W. Reader (2008). Evolutionary Psychology: An introduction. Cambridge: Cambridge
University Press.
¤ Editorial UOC 526 Etología
Una idea central del paradigma que plantea el enfoque de la psicología evolucionista es que el cerebro se ha
formado bajo las presiones de la selección natural, de forma que los mecanismos de procesamiento de la
información son también un producto de este proceso selectivo. De esta manera, dichos mecanismos de pro-
cesamiento de la información están en la base de los comportamientos que manifestamos en diversos ám-
bitos: cuando elegimos pareja, cuando decidimos si cooperamos con alguien o no, cuando decidimos si
agredimos a alguien o no, etc.).
3. Evolutionary Psychology es una revista científica interesante que, desde el año 2003, publica trabajos
que se ubican en el ámbito de la psicología evolucionista. Los estudios publicados en Evolutionary
Psychology, son revisados previamente por especialistas en el tema (peer-reviewed) como ocurre en la
mayoría de las revistas científicas. Una peculiaridad es que se trata de una revista de libre acceso, es
decir, gratuita. Disponible en: http://www.epjournal.net
¤ Editorial UOC 527 Capítulo XI. Aproximación evolucionista...
fiesta el Homo sapiens no son del todo adaptativas, como es el caso de la disposi-
ción que presentamos a ingerir cantidades de grasa que resultan prejudiciales para
nuestro organismo, mientras que en el contexto de algunas etapas de la evolución
humana debió de constituir una ventaja indudable.
Otro enfoque que, aun teniendo una dilata historia, no ha irrumpido con fuerza
hasta hace relativamente poco tiempo en el corpus de conocimiento del análisis
evolucionista del comportamiento humano es el de la evolución cultural. Su interés
se centra fundamentalmente en el estudio de los mecanismos o procesos por los
que persisten o cambian los rasgos culturales a través del tiempo y cómo la cultura
se convierte en un instrumento de adaptación en los diferentes grupos humanos.
Las capacidades para la imitación, para la instrucción y para el manejo de la teo-
ría de la mente son consideradas como tres factores clave para el desarrollo de la
cultura en nuestra especie. Carel P. van Schaik, de la Universidad de Zürich-Irchel,
ha señalado las dos principales diferencias, en relación con la cultura, entre los hu-
manos y los grandes simios. Por una parte, las habilidades humanas, sobre todo las
relacionadas con el desarrollo tecnológico, no dependen sólo de las capacidades
cognitivas de un individuo como ocurre en otros simios (cualquiera de nosotros,
partiendo de cero y sin información previa, difícilmente podría llegar a construir
muchas de las producciones humanas), siendo la experiencia acumulativa (a tra-
vés de distintas generaciones) un factor muy importante. Por otra parte, el uso ex-
tensivo de símbolos tiene una enorme proyección en diferentes ámbitos y en el
desarrollo de la cultura (normas sociales, organización, etc.) (van Schaik, 2007).
¤ Editorial UOC 528 Etología
Con respecto a la metodología utilizada por este enfoque, hay que señalar
que se mueve más en un terreno de producción teórica que empírica, pro-
poniendo, por ejemplo, modelos matemáticos interesantes para explicar
la evolución de algunos rasgos culturales.
¤ Editorial UOC 529 Capítulo XI. Aproximación evolucionista...
Son numerosos los aspectos relacionados con la sexualidad humana que son
susceptibles de ser abordados desde la perspectiva evolucionista, y de hecho se
han sugerido interpretaciones sumamente interesantes para muchos de ellos: la
no restricción del intercurso sexual en nuestra especie al período de ovulación
(o celo) como sí ocurre en otras especies (a excepción quizás de los bonobos), la
extraordinaria capacidad orgásmica de la hembra humana en comparación con
las hembras de otras especies, en las que dicha capacidad parece brillar por su
ausencia, etc. (García, 2005).
También las cuestiones relativas a la forma de cortejarse los humanos y la
forma de establecer vínculos (monogamia, poliginia, poliandria, poliginandria)
han sido objeto de estudio, así como el frecuente establecimiento de relaciones
extra-pareja (infidelidad) y la disolución de los vínculos con patrones que per-
miten atisbar razones y presiones evolutivas a la luz del estudio comparado con
otras especies.
Uno de los temas estrella, al que sobre todo desde la psicología evolucionista
se ha dedicado un considerable número de investigaciones, es el de las estrate-
gias que los humanos utilizan en la búsqueda de pareja. Cuando se aplican los
principios de la selección sexual a la especie humana, el planteamiento es simi-
lar en muchos aspectos al llevado a cabo con otras especies de mamíferos; es de-
cir, también aquí y acorde a lo propuesto por Trivers, el sexo que más invierte
en la reproducción es más selectivo y el que menos invierte es más competitivo.
También en nuestra especie, como es el caso de la mayoría de los mamíferos, es
la hembra la que más invierte: produce óvulos (que son más caros de producir
que los espermatozoides al ser de mayor tamaño y menor número), son las que
asumen la gestación, la lactancia, etc. Pero hay un factor relevante a este nivel
en nuestra especie, y es que el macho humano invierte en la reproducción (so-
bre todo en la crianza de los hijos) más que los machos de la mayoría de los ma-
míferos. Así, lo que se observa es una estrategia mixta en la que las hembras
humanas son más selectivas pero pueden estar dispuestas a competir por ma-
chos dispuestos a hacer una alta inversión, y los machos son más competitivos,
pero dada su relativa alta inversión, pueden ser también selectivos (Geary,
¤ Editorial UOC 530 Etología
2010). De esta forma encontramos en ambos sexos los dos vectores de la selec-
ción sexual, la competición intrasexual y la elección.
En otros mamíferos, las hembras cuando eligen prefieren machos con recursos
y/o machos con buenos genes. Lo mismo cabe esperar en los humanos, y las evi-
dencias que hay apuntan en esta dirección. Tanto en sociedades preindustriales
como en sociedades industrializadas, las mujeres, de promedio, dan más impor-
tancia al estatus socioeconómico y ocupacional de los hombres como potenciales
parejas que la importancia que éstos le dan, de promedio, al estatus de las muje-
res. Si, de acuerdo con el principio de Bateman, el factor limitante del éxito repro-
ductivo de una hembra humana es la cantidad de recursos que puede aportar a
sus descendientes (para que sobrevivan y les den nietos), el emparejamiento con
hombres con recursos habrá sido adaptativo, al menos para nuestros antepasados.
Lo que ocurre es que, como dicen los psicólogos evolucionistas, seguimos proce-
sando la información con un cerebro muy similar al de aquellos. Además, las mu-
jeres prefieren hombres atractivos físicamente, aunque dan menos importancia a
esta cuestión, de promedio, que la que le dan los hombres al atractivo en las mu-
jeres. Prefieren, así, hombres con rostros simétricos, lo que, al menos en parte, pa-
rece estar relacionado con menos enfermedades a lo largo del desarrollo. Prefieren
también hombres con un complejo mayor de histocompatibilidad (responsable
de las diferencias inmunitarias individuales, con siglas en inglés MHC) distinto al
suyo, algo que se ha observado también en otras especies. Los hombres con un
MHC distinto al suyo les parecen más sexys (probablemente lo detectan a través
de feromonas asociadas). Los hijos resultantes de esta preferencia tendrán un ma-
yor potencial de defensas a nivel inmunitario, dada la mayor heterocigosis para
esta característica.
No obstante, las características a las que las mujeres dan más importancia
para mantener una relación estable son las que se asocian a un carácter amable,
inteligencia, sentido del humor, etc., es decir, aquellas que pueden constituir in-
dicadores de un cierto equilibrio y que facilitan la consecución de una relación
duradera. Éstas son las características que también los hombres valoran más
para establecer una relación a largo plazo.
Aunque de promedio las mujeres son más selectivas que los hombres, pue-
den estar también dispuestas a competir por la pareja. Dado que con frecuencia
los machos humanos tienden a invertir en las crías, las hembras competirán por
determinados machos, sobre todo donde exista monogamia socialmente im-
puesta y un macho sólo se pueda emparejar con una mujer. Se pueden observar
diferentes comportamientos que implican alguna forma de competición en el
ámbito del emparejamiento. Por ejemplo, se ha observado que las mujeres em-
parejadas con hombres de alto estatus llevan a cabo prácticas más acentuadas
de vigilancia y retención de su pareja que las mujeres emparejadas con hombres
de estatus más bajo. Otra de las formas de competición más frecuente pasa por
atacar la reputación de otras mujeres, haciendo correr rumores sobre ellas, sus
costumbres sexuales (promiscuidad), etc. El efecto de este tipo de agresión indi-
recta o relacional puede llegar a ser demoledor, afectando al atractivo percibido
por los hombres, condenando al ostracismo a la mujer afectada, e incluso, a tra-
vés del estrés inducido, disminuyendo la fertilidad. Otra forma de competición
entre hembras es la que adoptan algunas culturas, consistente en que la familia
de la novia pague una dote al hombre que se desposa con ella.
¤ Editorial UOC 532 Etología
Por su parte, los hombres son más competitivos, tal y como veremos con más
detalle en un apartado posterior dedicado a la agresión, porque esa estrategia
será la que les facilite el acceso a los recursos, lo que tal y como hemos señalado
les hace más sexys para las mujeres. Además, los hombres estarían más motiva-
dos para el sexo casual (coyuntural) y serían menos selectivos a este nivel (Buss,
2004), por lo que estarían más dispuestos a competir por múltiples parejas. El
factor limitante del éxito reproductivo de un macho de la especie humana es el
número de hembras con las que puede tener relaciones sexuales. Se conocen al-
gunos casos de hombres que han tenido entre 900 y 1.000 hijos; sin embargo,
las mujeres no aumentan el número de hijos de esta forma (el caso conocido de
más hijos en una mujer es de 69 hijos a través de varios partos múltiples).
Y cuando eligen, ¿en qué se fijan los hombres? La predicción es que se fijarán
en indicadores de fertilidad, y eso es a lo que las evidencias parecen apuntar. La
preferencia por mujeres más jóvenes (cuanto más mayor es el hombre, mayor
es la diferencia de edad buscada) apunta en esa dirección, lo que es consistente,
desde un punto de vista evolucionista, con el hecho de que el pico de fertilidad
en las mujeres se sitúe en torno a las 25 años. Uno de los indicadores de atrac-
tivo que ha recibido una notable atención es la ratio cadera-cintura (WHR, del
inglés waist-hip-ratio). Los hombres prefieren mujeres con una WHR de 0,7, y
parece existir una cierta relación entre esta ratio y la fertilidad y la facilidad para
el parto, en comparación con otras ratios.
3.1. La reciprocidad
Como acabamos de comentar, otra de las formas en que la reputación social pa-
rece jugar un importante papel en la evolución de la prosocialidad ha sido desa-
rrollada en la teoría del altruismo competitivo (Van Vught y col., 2008). Según
ésta, los individuos podrían estar motivados a ser altruistas con otros, indepen-
dientemente de que éstos actúen o no recíprocamente con ellos, si su conducta da-
divosa es observada por otros (efecto audiencia) con los que potencialmente puede
¤ Editorial UOC 536 Etología
Si un grupo de cooperadores no explotables forman una piña que monopoliza una cantidad importante de sus
interacciones, esto confiere a esta estrategia una extraordinaria robustez incluso en contextos poco propicios.
¤ Editorial UOC 538 Etología
4. Agresión
En la figura se presentan, de forma muy esquemática, algunos de los principales factores que se puede tomar en considera-
ción a la hora abordar las causas distales y las causas próximas de la conducta agresiva en humanos.
la agresión física, tal y como han demostrado los estudios dirigidos por Richard
Tremblay de la Universidad de Montreal, se observa sobre todo entre los 2 y los 4
años y a partir de ahí, la frecuencia de esta conducta disminuye paulatinamente
(Tremblay, Hartup y Archer, 2005). Esto no quiere decir que los individuos no
compitan físicamente por los recursos más allá de esa edad, sino que la mayoría
utiliza además (y sobre todo) otras estrategias que incluyen la implementación de
otras formas de agresión (verbal e indirecta) o de conducta prosocial (solicitación,
afiliación, etc.) que requieren del concurso, entre otras cosas, de la inteligencia so-
cial y emocional. De hecho, con la edad, son los individuos biestratégicos (a la vez
coercitivos y prosociales) los más dominantes en el control de los recursos en
comparación con los que son sobre todo coercitivos, o los que son sobre todo pro-
sociales, tal y como han demostrado los estudios de Patricia Hawley de la Univer-
sidad de Texas Tech. La disminución progresiva en los niveles de agresión física
afecta a la mayoría de los niños aunque un cierto porcentaje de ellos mantiene
unos niveles altos de agresión a lo largo del desarrollo.
Hay muy pocos estudios longitudinales sobre la conducta agresiva en los que
se siga a los individuos desde la infancia hasta la madurez, por las obvias dificul-
tades de abordar investigaciones de tal naturaleza. En un volumen de la revista
Aggressive behavior (2009, vol. 35), se publicaron cuatro trabajos de este tipo. Casi
todos comienzan estudiando a sujetos a la edad de 8-10 años y el seguimiento se
ha hecho hasta los 42-48 años. Uno de los aspectos que más llama la atención de
dichos estudios es la existencia de diferentes cursos de historia vital con relación
a la agresión, asociados a diferentes características psicológicas y comportamen-
tales. Así, por ejemplo, en uno de los estudios (Pulkkinen, Lyyra y Kokko, 2009),
se encontraron cuatro categorías de varones en relación con la delincuencia: per-
sistente antes y después de los 21 años, limitada a la adolescencia, de comienzo
en la adultez y no delincuencia.
Por otra parte, a nivel ontogenético, las evidencias obtenidas a partir de es-
tudios con gemelos apuntan a que la contribución de los genes y del medio está
bastante equilibrada en cuanto a la manifestación de la agresión física se refiere.
Y ambos factores inciden sobre diversas variables de naturaleza biológica, psico-
lógica o social en dicho comportamiento. En la actualidad, cada vez cobra más
relevancia el análisis bio-psico-social de la agresión, es decir, la consideración de
variables de diferente naturaleza, así como la interacción de las mismas a la hora
de causar o, sobre todo, predecir la agresión. Entre las variables biológicas que
¤ Editorial UOC 543 Capítulo XI. Aproximación evolucionista...
La teoría de historia vital analiza las estrategias que los individuos adoptan
a la hora de balancear dichos recursos energéticos y metabólicos y para ello
toma en consideración aspectos tales como el comienzo y el fin de la repro-
ducción (menarquía y menopausia), la tasa reproductiva, el intervalo entre
nacimientos, la cantidad/calidad de la inversión parental, etc. Por ejemplo, si
un individuo madura pronto sexualmente, eso implicará que empezará antes
a tener descendencia, con lo que se asegurará un cierto éxito reproductivo, lo
que a su vez supone un beneficio desde un punto de vista biológico. Por otra
parte, esta precocidad supone que su crecimiento se detendrá antes (muchos
¤ Editorial UOC 544 Etología
5.2. La menopausia
zación, en el que las hembras homínidas podrían tener varios hijos caracteriza-
dos por la larga etapa de dependencia propia de la cría humana. Cualquier
ayuda añadida sería de un valor inestimable en términos de eficacia biológica.
Aquí entraría en juego el papel de la abuela. Estudios actuales confirman el valor
de la abuela en términos de eficacia biológica. Mirkka Lahdenpera y colabora-
dores, de la Universidad de Turku, en un trabajo publicado en la revista Nature
(2004), encontraron que las mujeres de comunidades de granjeros y pescadores
finlandeses y canadienses (siglos XVIII y XIX) tuvieron una media de dos nietos
más por cada diez años que sobrevivían después de la menopausia hasta los 70
años. Los autores han demostrado que los efectos de la abuela son claros pues
cuando la abuela vivía a más de 20 km de sus hijas, éstas tenían menos hijos que
cuando vivía más cerca.
El grupo de investigación de la Universidad de Turku, liderado por Virpi
Lummaa, está llevando a cabo estudios sumamente interesantes sobre variacio-
nes en longevidad y éxito reproductivo, entre otros temas de interés. Cuenta
para ello con un material excepcional, ya que parten del estudio de poblaciones
sobre las que existe, por la costumbre de clérigos luteranos de así hacerlo, un re-
gistro completo con fechas de nacimiento, boda y fallecimiento, número de hi-
jos y sus fechas de nacimiento, migraciones, etc. Han trabajado con datos de más
de 20.000 personas en un período de estudio que va desde el año 1700 al año
1900, por lo que se trata de una investigación sobre aspectos de historia vital que
incluye la consideración multigeneracional sobre tasas de éxito reproductivo.
Alternativamente a la hipótesis de la abuela se ha propuesto la “hipótesis de
la buena madre”. Se entiende aquí que la menopausia facilita un tiempo de su-
pervivencia de la madre tras haber tenido a su última cría, lo que, considerando
el largo período de dependencia de la cría humana al que antes hacíamos refe-
rencia, tiene un efecto sumamente beneficioso sobre la supervivencia de la pro-
pia cría. Esta hipótesis y la de la abuela no son mutuamente excluyentes y de
hecho, estudios llevados a cabo en pueblos de Gambia han demostrado una in-
fluencia conjunta del papel de la “buena madre” y de la “abuela asistente” sobre
la supervivencia de las crías.
Algunos han querido considerar también otra perspectiva del fenómeno que
nos ocupa y han propuesto la “hipótesis del patriarca”. Esta hipótesis propone
que el objeto inicial de la selección natural no fue la longevidad post-reproduc-
tiva de las mujeres, como propone la hipótesis de la abuela, sino la longevidad
¤ Editorial UOC 547 Capítulo XI. Aproximación evolucionista...
existe una superioridad de los heterocigotos en el caso de los sujetos que tiene
un tipo de hemoglobina que les hace inmunes a la anemia falciforme, se sugiere
que en algunos trastornos podría subyacer algún mecanismo semejante. Algún
estudio, por ejemplo, sugirió que los esquizofrénicos eran más resistentes a los
traumatismos, infecciones, etc. y que además sus familiares no afectados por la
sintomatología psicótica se beneficiarían también de dicha resistencia biológi-
ca. Este estudio no ha podido ser replicado y estudios posteriores con muestras
muy amplias (de hasta 11.00 sujetos esquizofrénicos) no han encontrado que
sus hermanos tengan más éxito reproductivo que la población promedio.
El tercer modelo propuesto es el del balance selección-mutación poligénica.
Partiendo del hecho de que existen múltiples mutaciones dañinas para múlti-
ples genes, se observa que muchas de estas mutaciones afectan a procesos orgá-
nicos que dependen del buen o mal funcionamiento de dichos genes. De esta
forma, el normal funcionamiento mental es vulnerable a mutaciones de esta na-
turaleza. A menudo, estos genes perjudiciales son neutralizados o amortiguados
por otros genes no dañinos. Pero si éstos últimos no están presentes en un indi-
viduo, aumentan las posibilidades de trastorno.
6.2. El autismo
Investigación de Autismo en esa misma ciudad, ha planteado que los niños au-
tistas tendrían un “cerebro macho extremo”: el cerebro de estos niños habría su-
frido un exceso de andrógenos en la etapa fetal, lo que habría afectado a algunas
capacidades relacionadas con la teoría de la mente tales como la empatía, pro-
vocando así las dificultades de relación de estos niños.
Aparte de los propios trabajos de este equipo de investigación sobre la rela-
ción entre niveles de testosterona fetal y rasgos de la condición autista, diversas
evidencias apuntan en la dirección indicada: la ratio niños/niñas en el autismo
es de 4/1 y en el síndrome de Asperger es de 9/1. Además, el cerebro de los niños
autistas es más grande y pesado que el de los niños sin esta condición. La ratio
2D:4D (dedo anular divido por el índice) es más baja en autistas; las ratios bajas
son más propias de los varones y se han relacionado con un mayor nivel de an-
drógenos en la etapa fetal. Baron-Cohen propone, como telón de fondo, la teo-
ría de que los chicos son más propensos a la sistematización (análisis de los
sistemas, mecanismos, etc.) y las chicas a la empatía, lo que estaría a su vez re-
lacionado con procesos selectivos a nivel filogenético. Un exceso de andrógenos
facilitaría la sistematización, y un nivel bajo facilitaría la empatía.
4. Existen varios libros ciertamente interesantes, en los que se puede encontrar un análisis evolucio-
nista de los trastornos mentales. En castellano podríamos destacar:
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