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¿El fin de las humanidades?

Pablo Correa y Steven Navarrete Cardona


De los 189 programas de doctorado que concursaron para recibir becas de Colciencias que permitan
financiar a sus estudiantes, sólo 40 pasaron la evaluación preliminar. Ninguno corresponde a ciencias
humanas. ¿Está Colombia apostando por un modelo donde abogados, educadores, sociólogos y
psicólogos les ceden el liderazgo a biólogos, químicos, ingenieros y físicos?
El pasado 2 de octubre se reunieron en la Universidad del Valle decanos de varias facultades de
humanidades y ciencias sociales del país. El asunto a discutir era: cómo hacer frente a unas políticas
educativas que parecen estar acorralándolos. En la última convocatoria de Colciencias, por ejemplo, a
la que todos se refieren como la “727” y con la que se pretende elegir los programas de doctorado que
recibirán becas para financiar sus estudiantes, no clasificó ni uno solo de los programas relacionados
con humanidades de todo Colombia.
Después de varias horas de debate, y conscientes de que el camino será culebrero, los decanos de las
facultades que agrupan carreras como psicología, antropología, filosofía, economía y sociología
decidieron crear la Asociación de Facultades de Humanidades y Ciencias Sociales. En siete puntos
resumieron sus desacuerdos con el Gobierno. Los primeros cinco son dardos directos a Colciencias.
Los dos restantes van al Ministerio de Educación.
Los decanos creen que el país está dando un giro en sus políticas educativas de ciencia y tecnología,
para favorecer unas áreas de conocimiento y restarles importancia a otras. “Es una visión productivista
del conocimiento y de la investigación”, se quejaron los doce decanos que firman la carta, entre los que
figuran académicos de la Universidad Nacional, Univalle, Unimagdalena, U. de Caldas, U.
Tecnológica de Pereira y U. de Antioquia.
Eso por el lado de las universidades públicas, porque entre las privadas el alboroto por las recientes
decisiones de Colciencias no es menor. Correos van y vienen entre profesores y decanos de
universidades como los Andes, Javeriana, Rosario y Externado. Si no logran convencer a las directivas
de Colciencias de que hay fallas en la “convocatoria 727”, estarán en problemas. De los 189 programas
de doctorado del país que se presentaron, sólo 40 pasaron la evaluación que realizaron 23 académicos
internacionales. Todos los “elegidos preliminares” corresponden a áreas como matemáticas, química,
ingenierías, ciencias biomédicas y ciencias biológicas. No haber clasificado significa que tendrán que
buscar dinero para financiar a sus estudiantes en otro lugar.
“Vamos a revisar el tema y mandar solicitud de reclasificación, pero tengo pocas esperanzas.
Pensaremos soluciones para proponerles”, escribió una decana de la Universidad de los Andes a sus
profesores.
“Sí hay una política”
La Convocatoria 727 es la más grande que ofrece Colciencias para financiar doctorados en Colombia.
En el país existen 330 programas de doctorado. Unos 3.500 estudiantes ya están matriculados en ellos.
La “727” ofrece becas por 240 millones de pesos para cubrir los gastos de cada estudiante. En total
estarán disponibles 700 becas.
La mala noticia para los humanistas colombianos coincidió con una polémica similar que se desarrolla
en las universidades japonesas luego de que el ministro de Educación japonés pidiera a 60
universidades cerrar carreras de ciencias sociales y abrir “áreas que respondan mejor a necesidades de
la sociedad”. ¿Está Colombia apostando por un modelo de desarrollo en el que las ciencias humanas
pasen a un segundo plano y las ciencias básicas e ingenierías asuman el liderazgo?
“Sí hay una política. No es velada. Es explícita. Está en los criterios de evaluación de la convocatoria.
Ahí declaramos que el 70 % de las becas irían para ciencias básicas e ingenierías y 30 % para otras
disciplinas”, es lo primero que aclara Alejandro Olaya, subdirector de Colciencias. Pero eso no
significa, insiste, en que no serán flexibles en la revisión de los reclamos de las universidades.
Para Olaya, este es un asunto que exige una “lectura cuidadosa”. Por un lado, argumenta, está la
autonomía universitaria para crear los programas que ellas crean que el país necesita. Por otro,
argumenta, al gobierno le corresponde priorizar la investigación científica, crear instrumentos para
romper asimetrías en los mercados y apoyar programas que son necesarios pero menos atractivos para
los estudiantes, como química, matemáticas o física.
“En la primera evaluación no está ningún programa de ciencias humanas. Eso es verdad. Y hay que
decirlo. Para nosotros es más un llamado para que las universidades revisen la producción en esas
áreas, el trabajo de los investigadores. Lo único que buscamos en Colciencias es que los recursos
públicos se entreguen a los programas de mejor desempeño”, apunta Olaya.
Lo que dicen los números
Carolina Rivera, investigadora del Observatorio de Ciencia y Tecnología, aclara un punto en este
debate. En los últimos años los programas de doctorado comenzaron a concentrarse en ciencias
humanas. “Hay una asimetría”, dice, y respalda su argumento con cifras. En Colombia existen 82
programas de doctorado en ciencias humanas, frente a 46 en ciencias naturales y exactas y 44 en
ingeniería.
Rivera dice que a partir de 2009 las universidades comenzaron a abrir más programas y el énfasis se
puso en humanidades. Uno de los factores que explicarían este crecimiento es que, ante la presión de
fortalecer el máximo nivel de formación, apostaron por los más fáciles de crear y los que exigen menos
recursos de inversión.
“No se trata de decir que unas áreas son mejores que otras –plantea Rivera–, desde literatura académica
y sistemas de países industrializados sí hay evidencia de que áreas como ingenierías y ciencias básicas
tienen mayor potencial de fortalecer el crecimiento económico. Las ciencias sociales actúan por lo
general sobre problemas más locales. Es más rentable trabajar en energías alternativas que en
mecanismos de diálogo en una vereda de un municipio recóndito”.
Alejandro Venegas, quien dirigió por varios años el Observatorio Laboral del Ministerio de Educación,
afirma que el debate que ha provocado la convocatoria de Colciencias no debería sorprender a los
colombianos, “esa no es una política de ahora. Hace rato se ha tratado de dirigir los doctorados hacia
esas áreas. En las convocatorias priman las áreas que puedan impactar los sectores de la economía”. Y
añade un elemento al debate. Cree que es hora de cambiar la lógica de los doctorados en Colombia. “La
filosofía de la gente es que los doctores se vayan a la academia, cuando los doctores deben estar en
departamentos de innovación y desarrollo de las empresas”.
Las humanidades se defienden
Ricardo Sánchez, decano de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de
Colombia, tiene una respuesta para los argumentos económicos: “Vivimos una hora muy mala de
crisis, de autoritarismos contra las ciencias humanas, pero no es algo que decidieron hacerlo
actualmente, sino que lo han venido aplicando de hace tiempo y que se conecta con todas las
transformaciones reverdecidas en el mundo de la imposición de un pensamiento único, de la
predominancia de saberes tecnológicos sobre saberes científicos y críticos, cuya expresión máxima y
grotesca es la del ministro de Educación de Japón”.
Sánchez, representando la voz de algunos de sus colegas, cree que es necesario “plantear una nueva ley
de ciencias (en plural), saberes en plural y tecnologías en plural para un sistema nacional, que
reestructure la función de Colciencias y que articule este organismo con las universidades”. Sánchez
aprovecha la pregunta sobre la convocatoria 727 para apuntar los reflectores hacia la política de
Colciencias: “tienen una visión y definición de ciencia que es productivista y que ahora se llama
innovación. Todos los saberes deben ser innovadores para la producción. Lo que el ministro japonés
reclama se haga de manera total uniformada. Y toda la política de Colciencias es a espaldas de la
universidad”.
Hernán Jaramillo, asesor de la Universidad del Rosario en ciencia y tecnología y ex decano de
Economía, coincide con esta visión. Cree que la convocatoria 727 hace evidente una “inconsistencia
entre las políticas del Ministerio de Educación, que impulsa programas en ciencias sociales pero luego
Colciencias no los reconoce en su convocatoria”.
Para Jaramillo, el Gobierno no debería privilegiar áreas de conocimiento, sino destinar los recursos
sobre un criterio de calidad, apoyar a los mejores. Y añade: “lo peor que le puede pasar al país es la
inconsistencia en política pública. Mañana se le ocurre a alguien decir que la física no es importante.
Esto muestra el riesgo de decidir burocráticamente que es lo pertinente para un país”.
El antropólogo Marc Augé, director de estudios en la École des Hautes Études en Sciences Sociales de
París –de la que también fue rector–, a propósito del debate colombiano comentó a El Espectador que
“la finalidad de las ciencias sociales no es necesariamente hoy, una intervención inmediata, pero si
resultan en una apuesta por entender todo lo que está en juego en lo que llamamos crisis, en todas las
acepciones de la palabra. Sin este esfuerzo intelectual, el futuro nos escapará”.
Entretanto, Arturo Escobar, ingeniero químico de la Universidad del Valle y profesor distinguido en la
Universidad de Carolina del Norte, quien ha enfocado su carrera académica hacia las ciencias sociales,
considera que “Colombia, como tantos otros países del planeta, enfrenta un conjunto de situaciones
muy dramáticas. Estos problemas, mucho más que problemas científicos y técnicos, son problemas
sociales, culturales, y del imaginario de país y sociedad que queremos”. En esa lógica añade que “sería
por demás ingenuo pensar que solo los llamados ‘expertos’ de las ciencias duras y económicas tienen la
respuesta a las inusitadas preguntas y situaciones del posacuerdo”.
¿Y el posconflicto?
El debate se complica si se firma la paz y Colombia entra a una etapa de posconflicto. De hecho, quien
entre a la página virtual de Colciencias lo primero que encontrará es una frase que dice “Colciencias
será protagonista en la era del posconflicto y de la paz”.
Al respecto, Saskia Sassen, profesora de Columbia University, premio Príncipe de Asturias de Ciencias
Sociales 2013, comentó que “las ciencias sociales son importantes, especialmente cuando hay
inestabilidades en las formaciones sociales, cuando una sociedad y su economía están en transición a
nuevos escenarios, como se puede apreciar en la actualidad”.
A lo que Yuri Jack Gómez, coordinador de la Maestría en Estudios Sociales de la Ciencia en la U.
Nacional, añade que “la importancia de las ciencias humanas para cualquier sociedad es su valor como
matriz de conservación y de reproducción cultural con base en las cuales construir una sociedad más
tolerante y democrática”.
El debate apenas comienza. Hay argumentos fuertes en ambos lados de la mesa.

¿Estamos ante el fin de las humanidades? Por MAURICIO A. GONZÁLEZ ZAPATA*

La búsqueda por encajar en los estándares internacionales ha relevado los estudios humanísticos y el pensamiento
crítico en Colombia a un segundo plano.
Hoy como nunca antes deseamos ser cada vez más “auténticamente humanos”. En otras palabras: poder ser más y
no solo tener más. Pero, también como nunca, hemos fracasado en el intento: dejamos de plantearnos cuestiones
fundamentales porque no vemos lo esencial y nos quedamos en lo aparente, permitiendo que la falsedad irrumpa
en nuestras vidas y nos convierta muchas veces en seres huecos, rellenos de paja y atiborrados de información.
Hemos hecho de nosotros mismos una caricatura.

El hombre de estos tiempos convulsos en los que vivimos ha perdido la capacidad de percibir la realidad tal cual es.
Las ideologías imperantes que han producido una reducción antropológica, el estrés y la agitada vida del mundo
son solo algunas causas que han generado este declive en la facultad de percibir la realidad que aqueja al ser
humano.

Es la mirada del artista, esa es la que necesitamos para volver los ojos hacia nuestro interior y ver con renovada
frescura la realidad y en ella al hombre con toda su dignidad y potencial. Una visión más profunda y receptiva, una
conciencia más intensa, una comprensión más aguda y perspicaz. Las humanidades capacitan al ser humano para
llevar una vida verdaderamente humana, ellas permiten hondura y profundidad en los conocimientos y brindan las
herramientas necesarias para juzgar críticamente su ser personal y el mundo en el que habita.

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Flaco favor se hace a la educación si se entiende el progreso en los términos de la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) que subordina la educación a la maximización de la ganancia con la
menor inversión posible. Lo que, en palabras de la filósofa estadounidense Martha Nussbaum, se denomina la
mercantilización de la educación.

Detrás de las políticas que impulsa este organismo se esconde un propósito: modelar ciudadanos y trabajadores
incapaces de pensar de forma crítica y, así mismo, expertos en trabajos tecnificados adaptados al consumismo
deshumanizado y utilitarista donde la dignidad y el valor de la persona humana han sido reducidos a la mera
utilidad.

Algunos medios de comunicación han tenido cierta responsabilidad en el esfuerzo de muchos sectores para que las
humanidades desaparezcan de la escena educativa ya que al combinar lo visual con lo auditivo, que en sí mismo no
es malo, crearon una audiencia que detesta la reflexión crítica y fomentaron cierta enajenación de los problemas
reales en lugar de ilustrar y enriquecer la imaginación y el pensamiento.

Hoy se considera a las humanidades como inútiles para la formación o, más bien, para la instrucción del nuevo
individuo de acuerdo con criterios y necesidades establecidas por la globalización mal entendida. Aunque en los
documentos de la OCDE y el proyecto TUNING (instrumentos orientadores para la nueva educación) no se dice
explícitamente que las humanidades deban ser excluidas, al no mencionarlas en los análisis quedan marginadas de
las estrategias educativas.

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Si los colegios y las universidades pretenden realizar una formación seria e integral de la persona no pueden excluir
de sus currículums las asignaturas enmarcadas dentro del área de humanidades. Si actúan así, solo irán en
detrimento de su razón de ser, pues no lograrán orientar a sus estudiantes en la dirección de contribuir al
desarrollo de sus disciplinas y reaccionar de forma crítica frente a las continuas transformaciones que afectan sus
propias vidas, permitiéndoles construir sólidos mundos racionales, morales e históricos.

Desconocer el papel de las humanidades en la formación profesional es excluir y pisotear el patrimonio cultural, el
pensamiento religioso, las éticas deontológicas y otros saberes prácticos que, consecuentemente, convertirán los
centros de estudios superiores en instituciones muertas en espíritu, dedicadas a impartir un saber pobre. Cabe
preguntarse entonces cómo los diferentes sistemas de enseñanza universitaria están garantizando a sus
estudiantes el acceso a la diversidad de los estudios humanísticos, articulados con los planes de estudio de cada
facultad.

Las humanidades están amenazadas en la actualidad por una serie de vicisitudes como la radicalización de
tendencias mal llamadas culturales, condicionamientos políticos y limitaciones económicas, a menudo al interior de
las instituciones educativas, que pretenden innovar en la educación sin respetar el ser mismo de las cosas. Incluso,
muchos avalan el capricho de los estudiantes que demuestran apatía por este tipo de asignaturas, incapaces de
salir de su zona de confort y de utilizar el juicio crítico, convirtiéndose en “idiotas culturales” y a la sociedad en la
“sociedad de la incultura”, como lo afirmaba Ortega y Gasset.

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Los estudios humanísticos articulados adecuadamente en los programas académicos de cada carrera generan una
riqueza interdisciplinar que ofrece al futuro profesional conocimientos complementarios que permiten también
valorar las distintas culturas.

La innovación no debería desestabilizar la enseñanza de las humanidades en la educación superior. Por el


contrario, debe favorecer y orientar la promoción del desarrollo de habilidades éticas, la aptitud al pensamiento
crítico y la capacidad de diálogo intercultural – interreligioso de manera colectiva para explicitar el saber teórico y
práctico a partir de los problemas cotidianos a los que se enfrentan los alumnos. Una actitud reflexiva que ayude a
controlar la crisis de orientación e identidad que caracteriza nuestra época.

Esta valiosa capacidad de reflexión puede desarrollarse a partir de la enseñanza de asignaturas como la Historia, la
Filosofía, el Arte, la Literatura, la Cultura e Historia de las Religiones, entre otras. Ese argumento que está a favor de
una formación más científica y técnica, y va acompañado de una depreciación de las materias humanísticas, es
erróneo, pues estas benefician un arraigo sólido en la identidad cultural de las distintas naciones.

Es muy importante, entonces, identificar cómo los diferentes sistemas de enseñanza universitarios permiten
realmente, a pesar del debate contemporáneo, el aprendizaje enmarcado por el cultivo de lo propiamente humano
o si, por el contrario, en los de modelos pedagógicos se esconde la intención de sepultar los estudios humanísticos
como complemento de la formación integral de los jóvenes. Con el pretexto de introducir novedades, terminan
desfigurando lo que son en realidad las humanidades y su papel fundamental en la educación y en el constructo
social, lo que conduce a la muerte de la mente crítica y creativa, a la decadencia de la sociedad y a la inversión de la
escala de valores humanos.

Necesitamos, hoy como nunca, volver a ocuparnos de nosotros mismos, de lo que es el hombre y de todo esto es
de lo que se encargan los estudios humanísticos.

*Docente de la Escuela de Filosofía y Humanidades de la Universidad Sergio Arboleda

¿El fin de las humanidades?

Y, “Nadie quiere a los filósofos”, son temas que abordan una serie de excelentes colaboradores de “El País”
en su suplemento “Ideas” del 24 de abril de 2016.
“La santificación de la tecnología y el utilitarismo han sumido en el descrédito al saber relacionado con las
letras y la filosofía”. Y con las artes… Poco a poco, se busca y se halla información en inglés, se ingenian
modalidades comerciales que puedan mejorar el negocio, se manejan colosales arsenales de datos, se
consideran las ventajas de seguir “nuevas profesiones”…
Y, sin embargo, el progreso no se consigue con especialistas “digitalmente dirigidos” sino por los que
reflexionan, imaginan, inventan. Tomemos todos nota de lo que me dijo el Prof. Hans Krebs en Oxford en
1966 que no me canso de repetir: “Los nuevos conocimientos, los avances científicos, se consiguen viendo lo
que otros también pueden ver… y pensando lo que nadie ha pensado”.
Es fundamental, lo sé bien como bioquímico, conocer la realidad en profundidad. Si la conocemos
sesgadamente o superficialmente, podremos modificarla sólo de forma epidérmica. Reconocer el pasado,
actuar en el presente sin adherencias en las alas y pensar juntos el futuro.
El colosal poder mediático no deja tiempo para pensar, para ser uno mismo, para actuar en virtud de las
propias reflexiones. No podemos dejarnos secuestrar por las mismas tecnologías que nos permiten ser
ciudadanos del mundo y expresarnos, por primera vez en la historia, sin cortapisas. Cuando podíamos dejar
de ser invisibles, anónimos, atemorizados… y ser plenamente “humanos” no podemos permitir que nos “des-
humanicen”.
Educación para ser y no para tener. Educación para llevar cada uno el timón de su propia vida. Ya lo advirtió
José Luis Sampedro dirigiéndose a los jóvenes: “Tendréis que cambiar de rumbo y de nave”. Muchas de las
“naves” actuales están dirigidas desde lejanas instancias de poder… y van convirtiendo a muchos en “acólitos
automatizados”, que siguen fielmente las pautas que reciben.
Lo quieran o no los “mercados”, lograremos que, gracias a la filosofía y las enseñanzas artísticas, los seres
humanos educados sean, como establece la UNESCO, “libres y responsables”, capaces de ejercer las
facultades distintivas de la especie humana: pensar, imaginar, anticiparse, innovar, “crear”. Y, como en el
“Ulises” de Lord Tennyson podemos decir, dirigiéndonos a todos, sin excepción: “Venid, amigos, que no es
demasiado tarde para construir un mundo nuevo”.
El por-venir está por-hacer, y no serán los “tele-dirigidos” los que lo logren sino los “libres y responsables”.

¿El fin de las Humanidades?


“La santificación de la tecnología y el utilitarismo han sumido en el descrédito al saber relacionado
con las letras y la filosofía”. Y con las artes… Poco a poco, se busca y se halla información en inglés,
se ingenian modalidades comerciales que puedan mejorar el negocio, se manejan colosales
arsenales de datos, se consideran las ventajas de seguir “nuevas profesiones”…

Y, sin embargo, el progreso no se consigue con especialistas “digitalmente dirigidos” sino por los que
reflexionan, imaginan, inventan. Tomemos nota de lo que me dijo el profesor Hans Krebs en Oxford
en 1966 que no me canso de repetir: “Los nuevos conocimientos, los avances científicos, se
consiguen viendo lo que otros también pueden ver… y pensando lo que nadie ha pensado”.

Es fundamental, lo sé bien como bioquímico, conocer la realidad en profundidad. Si la conocemos


sesgadamente o superficialmente, podremos modificarla sólo de forma epidérmica. Reconocer el
pasado, actuar en el presente sin adherencias en las alas y pensar juntos el futuro.

El colosal poder mediático no deja tiempo para pensar, para ser uno mismo, para actuar en virtud de
las propias reflexiones. No podemos dejarnos secuestrar por las mismas tecnologías que nos
permiten ser ciudadanos del mundo y expresarnos, por primera vez en la historia, sin cortapisas.
Cuando podíamos dejar de ser invisibles, anónimos, atemorizados… y ser plenamente “humanos” no
podemos permitir que nos “des-humanicen”.

Educación para ser y no para tener. Educación para llevar cada uno el timón de su propia vida. Ya lo
advirtió José Luis Sampedro dirigiéndose a los jóvenes: “Tendréis que cambiar de rumbo y de nave”.
Muchas de las “naves” actuales están dirigidas desde lejanas instancias de poder… y van
convirtiendo a muchos en “acólitos automatizados”, que siguen fielmente las pautas que reciben.

Lo quieran o no los “mercados”, lograremos que, gracias a la filosofía y las enseñanzas artísticas, los
seres humanos educados sean, como establece la UNESCO, “libres y responsables”, capaces de
ejercer las facultades distintivas de la especie humana: pensar, imaginar, anticiparse, innovar,
“crear”. Y, como en el “Ulises” de Lord Tennyson podemos decir, dirigiéndonos a todos, sin
excepción: “Venid, amigos, que no es demasiado tarde para construir un mundo nuevo”.

El por-venir está por-hacer, y no serán los “tele-dirigidos” los que lo logren sino los “libres y
responsables”.

¿El fin de las humanidades?


Y, “Nadie quiere a los filósofos”, son temas que abordan una serie de excelentes colaboradores de “El País” en su
suplemento “Ideas” del 24 de abril de 2016.

“La santificación de la tecnología y el utilitarismo han sumido en el descrédito al saber relacionado con las letras y la
filosofía”. Y con las artes… Poco a poco, se busca y se halla información en inglés, se ingenian modalidades comerciales
que puedan mejorar el negocio, se manejan colosales arsenales de datos, se consideran las ventajas de seguir “nuevas
profesiones”…

Y, sin embargo, el progreso no se consigue con especialistas “digitalmente dirigidos” sino por los que reflexionan,
imaginan, inventan. Tomemos todos nota de lo que me dijo el Prof. Hans Krebs en Oxford en 1966 que no me canso de
repetir: “Los nuevos conocimientos, los avances científicos, se consiguen viendo lo que otros también pueden ver… y
pensando lo que nadie ha pensado”.

Es fundamental, lo sé bien como bioquímico, conocer la realidad en profundidad. Si la conocemos sesgadamente o


superficialmente, podremos modificarla sólo de forma epidérmica. Reconocer el pasado, actuar en el presente sin
adherencias en las alas y pensar juntos el futuro.

El colosal poder mediático no deja tiempo para pensar, para ser uno mismo, para actuar en virtud de las propias
reflexiones. No podemos dejarnos secuestrar por las mismas tecnologías que nos permiten ser ciudadanos del mundo y
expresarnos, por primera vez en la historia, sin cortapisas. Cuando podíamos dejar de ser invisibles, anónimos,
atemorizados… y ser plenamente “humanos” no podemos permitir que nos “des-humanicen”.

Educación para ser y no para tener. Educación para llevar cada uno el timón de su propia vida. Ya lo advirtió José Luis
Sampedro dirigiéndose a los jóvenes: “Tendréis que cambiar de rumbo y de nave”. Muchas de las “naves” actuales están
dirigidas desde lejanas instancias de poder… y van convirtiendo a muchos en “acólitos automatizados”, que siguen
fielmente las pautas que reciben.

Lo quieran o no los “mercados”, lograremos que, gracias a la filosofía y las enseñanzas artísticas, los seres humanos
educados sean, como establece la UNESCO, “libres y responsables”, capaces de ejercer las facultades distintivas de la
especie humana: pensar, imaginar, anticiparse, innovar, “crear”. Y, como en el “Ulises” de Lord Tennyson podemos
decir, dirigiéndonos a todos, sin excepción: “Venid, amigos, que no es demasiado tarde para construir un mundo
nuevo”.
Jorge Medina Azcárate dijo...
A través de los artistas hemos aprendido generacionalmente el poder destructivo de una guerra (..me remito ahora por
ejemplo también al Guernica de Picasso). No me quiero ni imaginar un Mundo donde ni si quiera quedaran ya artistas
para seguir reflejando la barbarie de un conflicto bélico, como el que pudiera sucederse alguna vez entre las grandes
potencias actuales. ..Y eso, empieza a ser posible que así suceda.
Es todo atroz, y lo peor de todo es que todavía se nos tache de ¨conspiranoicos¨.
libreoyente dijo...
Qué maravilla, en los tiempos que corren, encontrar tan sosegadas reflexiones, sobre todo cuando cifran el futuro y la
esperanza en el ser humano y su libertad. Gracias por ellas.
Anacanta dijo...
El despropósito de abandonar la filosofía nos lleva a situaciones patéticas.
Resulta que la mayor parte de los científicos no sabe lo que es la ciencia. La ejercen, si, pero si preguntamos uno a uno,
oiremos vaguedades y contradicciones. ¿A qué se debe esto? Pues a que la disciplina que aborda esta cuestión, la
filosofía de la ciencia, no forma parte de sus planes de estudio pues es una asignatura ¡¡¡de letras!!! ¿Quien o qué, se
encarga entonces de parchear ese vacío? la doctrina económica neoliberal.
Eso es lo que estamos viendo ahora mismo, la eliminación de disciplinas de conocimiento que puedan contradecir los
dogmas neoliberales. Porque la ciencia no cubre la teleología, no establece los objetivos. La teoría de la relatividad es
CIENCIA pero la construcción de una bomba atómica, una central nuclear o un aparato médico, son TECNOLOGÍA,
tecnología militar, tecnología energética o tecnología médica. La ciencia no nos dice qué hacer con el conocimiento,
sino la filosofía o la ética. Estamos ante una estafa ideológica fraguada a base de tanques de ideas y campañas de
marketing bien engrasados con dinero y es la filosofía la que puede destaparla por eso tanta inquina con la filosofía.

Se acerca el posible fin de las humanidades


La apuesta por las disciplinas científicos técnicas desde Estados Unidos podrían hacer peligrar a
las disciplinas de humanidades
“No sé si lo sabéis, pero las humanidades están en crisis. No puedo recordar la última vez que
abrí The New York Times y no encontré a alguien preocupándose por ‘el necesario valor de la
educación en humanidades en un mundo cada vez más impulsado por la tecnología’ o algo
parecido”, afirma Benjamin Winterhalter en un reciente artículo publicado en The Atlantic en el que
reflexiona sobre la mencionada crisis en el mundo de las letras. El autor del artículo insiste en que
la reflexión en torno a dicha crisis es tan frecuente que incluso se ha convertido en un tópico en el
mundo del periodismo norteamericano el quejarse de las quejas de la crisis en las letras. ¿Qué es lo
que sucede, entonces, realmente?
El débil apoyo del gobierno a las humanidades
Como señala Winterhalter, el presidente Obama ha hecho declaraciones públicas en las que habla
de la importancia del apoyo financiero para lo que los anglófonos (especialmente los americanos)
llaman STEM, un acrónimo de science, technology, engineering y mathematics; es decir: las
disciplinas científico-técnicas.
La competitividad del mundo de las ciencias y la economía se ha traspasado a las humanidades,
hecho que ha contribuido a la crisis de las mismas
Winterhalter opina que “la narrativa estándar paternalista” que explica normalmente por qué
debemos apoyar las disciplinas científicas opera del siguiente modo: en un futuro, como la ciencia y
la tecnología siguen creciendo y aumentando su importancia cultural, habrá muchísimos puestos
de trabajo en el campo de las STEM y, en consecuencia, muy pocos en las disciplinas de
humanidades.
La reflexión implica, por lo pronto, un hecho que asusta y que también en España se está
implantando de manera veloz: la concepción de que los estudios deben servir para algo, ser útiles de
manera práctica, deben capacitar. Winterhalter opina, además, que la competitividad existente en el
mundo de las ciencias y la economía se ha traspasado a las humanidades, hecho que ha contribuido
a la crisis de las mismas.
En el caso de España es cierto que el intento de aplicar planes similares a las ciencias y a las letras
ha desembocado en un caos difícil de solventar. El plan Bolonia, que comenzó a aplicarse en
España gradualmente hacia 2010, establecía una serie de horas teóricas y otra de horas prácticas,
división que responde a una necesidad de las disciplinas científicas y no tanto de las
humanidades. Es evidente que un estudiante de medicina necesita acudir a los hospitales y que un
químico ha de bajar al laboratorio. No obstante, en el caso de la filología, la filosofía o la historia del
arte, si bien práctica y teoría pueden separarse nítidamente, también pueden solaparse y a menudo
ambas actividades se hacen sentados en el mismo pupitre.
“Cuanto más escucho este autoritario consejo de abuelo, más necesito otro trago”, escribe
Winterhalter con humor.
“¿Todo lo importante puede ser cuantificado?”
Así prosigue con su reflexión el periodista, afirmando que se les ha inculcado a los jóvenes una
ansiedad y un miedo, frutos de la imposición de un pensamiento práctico que responde al
mercado laboral (“¿Vas a pagar tus facturas con música?”).
Aquellos que se dedican a la historia, la literatura, el arte o la filosofía se sienten presionados a
justificar su existencia en la sociedad de mercado actual
La investigación realizada por el gobierno, además, sostiene que aquellos alumnos que se dediquen
a algún campo del STEM tendrán un mejor puesto de trabajo, indiscutiblemente, que aquellos que
estudien letras. En consecuencia,los presupuestos en educación dan prioridad a las carreras
científicas, según apunta Winterhalter. Así, se entra en un círculo vicioso en el que aquellos que se
dedican a la historia, la literatura, el arte o la filosofía se sienten presionados a justificar su existencia
en la sociedad de mercado actual frente a las mismas personas que han ahuyentado a los alumnos
de sus aulas.
El periodista se lamenta, y considera que resulta “dolorosamente corto de miras el decidir el valor del
arte, la literatura o la historia exclusivamente en relación a las necesidades de la economía actual”.
Parece que recalcar la importancia de las letras es reconocer una derrota, pero parece también que
la sociedad olvida que no todas las necesidades del hombre son de nivel práctico. Valga como
ejemplo un célebre episodio del libro Se questo e un uomo, de Primo Levi. Éste fue un italiano que
estudió químicas y que fue retenido en Auschwitz, uno de los famosos campos de concentración que
los nazis repartieron por Europa. En ese libro (y en muchos otros) cuenta con distancia y raciocinio lo
traumático de su experiencia, y reconoce que jamás habría escrito de no haberla vivido: pasó, a la
fuerza, de ser químico a ser un testigo que sintió la necesidad histórica de contar lo que pasó. Pues
bien, en un pasaje bien conocido del citado libro, Primo Levi, que no tiene ropa, ni pelo, ni nombre, ni
comida, ni lenguaje y se halla en condiciones infrahumanas en el campo de concentración, consigue
entablar conversación con un francés mientras se dirigen a buscar un puchero de comida.
Lo que nos hace humanos no son sólo las necesidades más prácticas de la vida
De un modo u otro al hilo de la discusión, Levi recuerda algunos versos de la Divina Commedia, de
Dante (libro de lectura obligatoria en los colegios italianos). La memoria le falla, no obstante, y no
consigue recitar un pasaje entero. Afirma sin dudar, preso de la emoción, que habría dado la ración
nocturna de comida por acordarse del verso siguiente. Es un ejemplo muy citado para probar que
lo que nos hace humanos no son sólo las necesidades más prácticas de la vida, y que incluso en
condiciones animales fue la literatura la que, a un hombre de ciencias, le hizo recordar la sensibilidad
que tuvo el hombre que fue cuando era libre.
¿Las letras contra la economía?
Merece la pena reflexionar, además, sobre la brecha que se abre a raíz de esta crisis entre la
economía y las letras. Pongamos que no estamos hablando de hacernos millonarios, pongamos
que no estamos hablando de terminar en Walt Street. ¿No sería lo más normal que uno pudiera vivir
holgadamente habiendo estudiado Historia del Arte, Filología, Música o Teatro?
El problema a este respecto se agrava en España, donde las infraestructuras para el estudio y el
fomento del arte y la cultura son mínimas, a pesar de lo que dicta el artículo 44.1 de la
Constitución española: “Los poderes públicos promoverán y tutelarán el acceso a la cultura, a la que
todos tienen derecho”. Se une a ello el problema de que, en la mayoría de los casos, nuestra
sociedad carece del hábito y no entiende la necesidad de que hay ciertas cosas (películas,
conciertos, libros…) por las que, efectivamente, hay que pagar. Pero ese sería el tema de otro
artículo.

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