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Una de las preguntas subyacentes a la Republica es qué tipo de

relaciones deben estructurar la ciudad: si deben ser impuestas por la


fuerza o mediante el convencimiento, las razones, el diálogo.
Trasimaco no se deja convencer porque está dominado por una afán
de dominio sobre los hombres: es ambicioso.
Parte todo con un diálogo sobre la vejez bienllevada de Céfalo. El
problema de la vejez es la proximidad del juicio definitivo a nuestras
acciones que se cierra con la muerte. La cuestión es como alcanzar
un carácter bueno y justo.
Lo que esta en juego en la justicia son las relaciones con los otros, la
posibilidad de armonía y paz que podemos lograr siendo justos.
Sócrates fuerza, con una pregunta, a que céfalo medite sobre las
consecuencias que se extraen de su definición: devolverle un arma a
un amigo que ha perdido la cabeza no suena ni muy justo ni muy
sensato.
Sin darse cuenta, Céfalo sostiene una perspectiva muy egoísta: lo
que cuenta es estar tranquilo con uno mismo, cumplir los deberes, lo
que coloca poca atención en el bien o el mal que se le hace a la otra
persona. Céfalo valora su riqueza porque le permite ser justo.
Sócrates cuestiona que Céfalo sepa con certeza qué es lo que
significa ser justo.
Lo que propone Polermarco en cambio, es que hagamos el bien a los
amigos y el mal a los enemigos y lo reduce a la escueta formula de
“dar a cada cual lo que es debido”. Lo que subyace a esta
argumentación es una mirada hacia la experiencia social desde la
idea de comunidad. La comunidad es un “nosotros” que se opone a
un “ellos” – “otro” que son los enemigos.
La idea de “dar a cada cual lo suyo” representa una máxima propia
de una sociedad donde se han perfilado actividades y conocimientos
específicos: el médico tiene lo suyo, el artesano tiene lo suyo, el
criador de caballos tiene lo suyo, el escultor, el general, el juez, etc.
el supuesto arcaico de la virtud era, como sabemos, que aquellos que
querían sobresalir en la sociedad debía cumplir excelentemente su
función social fuera esta guerrear, liderar, planificar, decidir, etc. la
cuestión clave entonces, sugiere Sócrates, no es tan de quién es
amigo o enemigo de quién sino, en que consiste el “arte de ser justo”
es decir, de dar a cada cual lo suyo.
Aquel que quiera ser justo se desempeñará en un ámbito propio,
como el médico se desempeña en el ámbito de la salud. Y ser justo
consiste en hacer algo, en realizar una actividad, tal como la del
médico es curar. La justicia como la medicina, si seguimos la
comparación, tiene su sentido propio de actividad en ir tras un bien
específico: como el médico busca un bien que es la salud, el justo
debe buscar un bien específico. Ahora, el saber del médico, el
conocimiento que maneja permite tanto causar la salud de alguien
como enfermarlo. El saber del médico es un medio, un instrumento
que está al servicio de los fines que se proponga quien lo utiliza: si
es para matar un ex presidente o para salvar la vida de un
moribundo. Pero, ¿podemos pensar la justicia como un medio? ¿no
sería inconsistente pensar que ser justo pueda consistir en cometer
tanto la injusticia como la justicia?.
Sócrates critica además la definición de Polemarco porque da por
sentado el conocimiento verdadero sobre los amigos y los enemigos.
Es factible que alguien se equivoque en esto y termine haciéndole el
mal a los amigos y el bien a los enemigos. Como vemos Platón no
cree posible separar la calidad del conocimiento que dispones de
nuestros juicios morales.
Finalmente Sócrates ataca la definición de Polemarco desde la idea
de virtud. En el pensamiento platónico se afirma que cada cosa y ser
tiene una finalidad, algo que le es propio y que realiza mejor, si se lo
deja. A eso se le denomina virtud. Sócrates sostiene que si deseamos
que algo o alguien sea virtuoso no lo dañamos. La virtud propia del
ser humano es la justicia. Si somos injustos con los seres humanos,
si les infringimos daño, sólo lograremos que pierdan su virtud, que
se vuelvan peores, que se vuelvan injustos.
La justicia contribuye a mejorar al ser humano no a empeorarlo. El
justo por lo tanto no hace daño ni a sus amigos ni a sus contrarios.
Trasimaco, como vimos, sostiene otra versión de la justicia: que ella
es lo que le conviene al más fuerte. El más fuerte en cada caso es
quien gobierna, quien detenta el poder. Desde el poder hace unas
leyes favoreciendo sus propios intereses pero las llama “justas”
como si fueran justas para todos.
Trasimaco piensa que la ley del mas fuerte es el estado natural del
ser humano. Naturalmente, somos egoistas y deseamos el poder para
sobrevivir y para que los demás no nos jodan. El hombre mas libre
en este estado de naturaleza es quien hace lo que quiere y no se ve
limitado por nadie. Aquí es donde se ve que el Tirano es el mas feliz
entre los hombres.
Nuevamente Sócrates pone sobre la mesa la calidad de nuestro
conocimiento. ¿Y si nuestro poderoso tirano se equivoca?. Si no
tenemos un conocimiento verdadero de la realidad difícilmente
sabremos si lo que hacemos realmente beneficia nuestros intereses o
difícilmente sabremos cómo satisfacer nuestros deseos.
Pero, si nuestro tirano quiere serlo de verdad, tiene, por fuerza de
necesidad ser un realista que tenga una visión objetiva y verdadera
de las cosas: debe procurar no engañarse.
Al retrotraer el tema a la cuestión del conocimiento Sócrates teje su
tela filosófica. Vuelve a la cuestión del saber como conocimiento
específico con un objeto específico y un bien específico.
Recordemos que los sofistas sostenían que la retórica era una ciencia
política, un saber al servicio de quien quisiera tener éxito en la vida
política democrático ateniense. La perspectiva es un interés egoísta.
Así mismo, Trasimaco considera que quien gobierna lo hace para
sus intereses. Sócrates en cambio sostiene que el gobierno, en tanto
ciencia, no puede sino tratarse de gobernar a favor del objeto de su
ciencia: los gobernados. De otra manera sería una ciencia absurda
como un médico que sólo se provee salud a si mismo a costa de la
salud de los demás. En ningún caso podríamos llamar “buen
médico” a alguien así.
Trasimaco sostiene que para que alguien se sostenga en el poder lo
debe hacer a costa de los demás. Haciendo esto el tirano no hace otra
cosa que seguir la naturaleza humana, es decir funda las leyes en la
physis y no en el nomos. Platón es, sin que aún lo veamos con
claridad, un humanista. Sabe que el mundo natural representa algo
violento para el ser humano: la inclemencia de la naturaleza, la
ferocidad de la fuerza bruta, etc. La simple sobrevivencia
corresponde a nuestro nivel mas bajo de vida: la vida apetitiva, el
alma impulsiva conectada con nuestra naturaleza material y animal
mas baja. La vida social que se basa en estas necesidades es una
vida, en efecto, violenta: sólo el poderoso puede satisfacer todos sus
deseos y ser feliz. Pero la definición de Platón de aquello que es
propio del ser humano consiste en reconocer en él un alma racional,
que conoce el Bien y que puede dominar las otras partes de su alma
y ordenarlas a lo mejor para el ser humano. Esto quiere decir que
sólo escaparemos de la cruel violencia natural cuando nos
decidamos a vivir conforme a la razón y no basándonos en la fuerza
irracional.
Trasimaco llama al injusto “virtuoso” y al justo “insensato”,
“ingenuo”, etc. Sócrates, en su respuesta, alude a que la justicia
como todo arte tiene es una medida, un criterio u norma de
referencia y ese es su virtud. El que desea ser justo imita al justo
pero no desea ser más que él. El sentido de su a cción se realiza y
contenta con la justicia y no con la satisfacción de su ambición. Por
eso el injusto quiere aventajar al justo y al injusto, pero, ahí se halla
su dificultad. Pensemos en pianistas: tenemos ante nosotros el mejor
pianista del mundo (Richter, Horowitz, Arrau, Rubinstein, etc.) y un
pinanista mediocre. El manejo del concepto de la virtud de un
pianista, del desempeño optimo de su función, hace que queramos
parecernos mas bien al buen panista que al mediocre. Aspiramos, si
queremos lo mejor para nuestra virtud de músicos a tocar como – y
ojalá mejor – que los antes citados. Nadie en su sano juicio querría
tocar como un pianista mediocre. El injusto en su afán de prevalecer
por encima de todos quiere parecerse al injusto y al justo,
Trasimaco sostendrá entonces que el injusto es quien puede ser feliz,
vivir bien y ser libre. Y el injusto en extremo es quien es el mas
dichoso de todos. Si a cualquiera le dieran la opción de ser un tirano
o ser un esclavo eligirían seguramente la primera. La injusticia tiene
mala fama por culpa de los débiles que la padecen y quieren limitar
al poderoso. Todo débil acumula resentimiento: si pudiera se
lanzaría a cometer injusticias por doquier y reclamaría que eso sería
“lo justo”. La idea socrática de que un verdadero político tiene en
cuenta el bien de los súbditos o los ciudadanos no es mas que una
utopia sin fundamento en lo real.
Trasimaco da por terminada la discusión, y Sócrates con falsa
modestia le pide que se quede tomando en cuenta lo importante que
es la cuestión en juego: como ha de vivirse la vida para que sea
provechosa y feliz.
Trasimaco razona como si el gobernar, la política, respondiera a una
norma ideal, a un cierto criterio de eficacia.
Hay dos cuetsiones que plantea trasimaco: 1) que la injusticia es mas
fuerte que la justicia y que hace mas fuerte al injusto 2) que la vida
del injusto es mas feliz que la del justo. Contra la primera esboza el
argumento de la banda de ladrones. Contra la segunda muestra la
inconsistencia de llamar feliz a una vida donde solo una parte (un
individuo o un grupo) es feliz y todo el resto no. Es insensato que
por la felicidad de un individuo o grupo termine destruyéndose todo
lo demás, porque, es todo ese resto el que permite la felicidad de la
parte. El pensamiento político descarnado y realista que sólo se
enfoca en la política como una lucha y estrategia por mantenerse en
el poder es insostenible si se mira a la sociedad como un todo, pues
el descuido de aquello que posteriormente se llamará bien común se
paga con el deterioro o corrupción de las actividades, con la crisis, la
decadencia y el fin de las comunidades. Para muestra, nos dice
Platón, vea usted lo que le pasó a la muy democrática Atenas.

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