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UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES

FACULTAD DE FILOSOFIA Y LETRAS

DEPARTAMENTO: LETRAS

SEMINARIO: UNA DÉCADA GANADA. Literatura y Sociedad en


Bolivia en el siglo XXI, desde la decadencia y caída de la República liberal
hasta la consolidación del Estado Plurinacional de Evo Morales Ayma

PROFESOR: Susana Santos

CUATRIMESTRE: bimestre de verano

AÑO: 2015

ALUMNO: Genaro Joaquín Felipe Gatti


VIOLENCIA Y POLÍTICA EN ALGUNOS CUENTOS DE LA LITERATURA

BOLIVIANA CONTEMPORÁNEA

Entre las posibilidades que permitieron que la literatura española tenga su “siglo de

oro”, la mayoría de los historiadores y de la crítica coinciden en que se cumplió la idea y el

proyecto del fortalecimiento político y económico de un país para el posterior desarrollo de

las artes. Se podría decir mucho sobre las posibilidades de los artistas en países con jornadas

laborales menores, así como también del legado histórico literario de países considerados

“subdesarrollados” o “tercermundistas”. Pero lo que nos interesa particularmente en este

trabajo es analizar un momento literario en un país que tuvo algunos cambios significativos

en su política y que consiguió algunos de los avances económicos más importantes de su

historia. Al respecto Sergio de Nucci señala para la Antología de la Tricolor a la Wiphala “si

la narrativa de ficción en Bolivia parece desinteresarse de las urgencias del presente, es

porque éste se ha vuelto menos urgente, acuciante y desesperanzador en Bolivia en los

actuales tiempos políticos” (RECOARO, 2014, p.8) y más aún “las presidencias Evo

Morales han consagrado la autonomía de la literatura boliviana” (op. cit, p.15). Es decir,

las condiciones políticas, económicas y sociales del país habrían favorecido la

despolitización literaria, o al menos estarían libradas del denuncismo del estilo de la

generación del 37 en Argentina. Susana Santos coincide con esta perspectiva, y en la

presentación de su Seminario UNA DÉCADA GANADA. Literatura y Sociedad en Bolivia en

el siglo XXI, desde la decadencia y caída de la República liberal hasta la consolidación del

Estado Plurinacional de Evo Morales Ayma afirma:


uno de los efectos del gobierno del MAS fue una autonomía de la literatura como nunca

antes se conoció en Bolivia. (…) Desaparecida o relegada la dominancia de temas,

problemas, o puntos de vista de tesis socio-política, la narrativa de ficción ha explorado,

avanzado y afianzado otros ámbitos que (…) no fueron nunca dominantes ni para los

lectores ni para la crítica. (SANTOS, 2015).

Sin dudas el debate sobre la autonomía del arte es uno de las mayores polémicas tanto para

artistas como para teóricos y críticos, en tanto si resulta una característica positiva en el arte

o aún si es posible. Dejando de lado esos debates para la teoría literaria, y partiendo del

exhaustivo trabajo de Mario Galindo en que se puede apreciar toda la heterogeneidad

conceptual sobre las concepciones de autonomía social en autores, intelectuales, culturas y

sociedades aymaras (GALINDO, 2005), entendiendo que esa autonomía ligada a lo político

o cultural tiene su correlato en el patrimonio artístico, este trabajo se propone polemizar con

esta lectura del momento literario boliviano en que lo político, al estilo de la estética

promovida por Adorno (2003), parece estar desplazado. Sobre la base de la antología

mencionada, se analizarán tres cuentos de allí, y se intentará demostrar que no sólo están

marcados por la violencia1, sino que, aún más, persisten cuestiones sociales que pueden

asociarse a la literatura política.

¿Será este el momento para quemar a quien tanto temo?

En el primer cuento que se analiza, el título mismo adelanta la presencia de la cuestión

de la violencia en el relato. El epígrafe de Mishima se refiere al “corazón del mismo mal”.

1
Partimos de la necesaria diferenciación de Fuerza, Poder y Violencia que Foucault y Arendt explicitan bien.
Véase al respecto FOUCAULT, 2001 y ARENDT, 1993
Las comparaciones con El pabellón de oro son evidentes: la guerra como expresión de la

vileza humana y el fuego rebelde como instrumento de liberación.

El relato empieza de manera perturbadora, con el encuentro del narrador con una

amiga imaginaria, y ante la llegada del abuelo el chico teme que el viejo violente a la niña.

Enseguida, la representación de la violencia se manifiesta en un sujeto cercano. Si

previamente el narrador había contado cuánto le gustaba escuchar respirar al abuelo, ahora

la percepción del mismo aparece extrañada2. A su vez, el joven enseguida cuenta que “odia

las familias”. Si partimos de que la narración del chico se despliega sobre la base de anunciar

que sus padres habían muerto en un accidente violento, encontramos justificada esta idea.

Sin embargo, esta autoreflexión articula todo el relato. No casualmente la amiga imaginaria

se llama “Odi”: una referencia nominal al odio bastante evidente. Es que justamente Odi es

la encarnación del odio más o menos inconsciente. Y decimos más o menos porque unas

líneas más arriba nos referíamos a la explicitación del odio por parte del narrador. Lo que

sucede es que Odi funciona a modo de Hyde con Jekyll. La amiga imaginaria explicita al

narrador las fantasías violentas que el chico no se le parecen ocurrir por su cuenta, pero que

sin lugar a dudas promueven ese odio interior. Motivado por Odi, el narrador se vuelve

pirómano.

A todo este entramado psicológico debemos sumar la historia del abuelo. Odi le

alcanza un diario del viejo al chico y este lee: “Furioso, abro los ojos a otro día más. Odio

este lugar, pero sobre todo odio a mis 'compañeros'. Los veo desde lejos y los odio, los

desprecio. Cuando digo odio me refiero a lo que son: indios, la mayoría” (op. cit. 43). Así,

la cuestión del odio y la violencia empieza articularse con el otro campo temático que trata

2
Véase al respecto SHKLOVSKI, 2004.
el cuento ligado a la ideología. Los breves retratos de la política de guerra boliviana están

impregnados de racismo. En la segunda lectura del diario el chico lee: “Ayer ya no pude más

y castigué a uno (…) Giraba la cabeza y me miraba con miedo y odio (…) Qué lindo es el

poder” (op. cit., 2014, p.45). Vemos como la representación del odio se vuelve una constante

en el relato. Así, parece haber una suerte de espiral de odio que va contagiando todo a su

alrededor. También vemos una crítica ideológica al ejercicio del poder en manos

equivocadas, en este caso un racista.

La visión del narrador sobre su abuelo como una persona “hermosa” (op. cit. p.44) se

ve resignificada. Dice el chico:

Luego de haber leído estos primeros capítulos del diario del abuelo ya no pude verlo
como antes. ¿Había violado a alguien y él ahora como si nada? ¿Cómo podía ser posible
que alguien de esa ternuda (creía yo) era capaz de semejante cosa? Los días posteriores
ya no fue lo mismo (op. cit., 2014, p.47)

Ya no solo hay extrañamiento sino una desfamiliarización3 acentuada. Las reflexiones que

siguen del narrador son igual de interesantes y claves para entender la lógica del cuento: “A

veces pensaba que todo era un invento de él, un proyecto de historia sobre la guerra, a veces

pensaba que tan solo era una proyección suya. Una forma de sacar su verdadero yo. Lo que

no entendía era la violencia” (op. cit., p.46). La idea dialéctica del unheilmicth al estilo Jekyll

y Hyde se refuerza pero se complejiza: el narrador supone que el diario funciona con el abuelo

como Odi con él. Es decir, sin darse cuenta el chico se proyecta en Odi y se reconoce en el

abuelo.

3
Véase al respecto FREUD, 1919.
Sobre esta base, el cuento se desenvuelve en los sucesos inevitables: el asesinato del

abuelo a un indio que se resiste, la sugerencia de Odi al narrador de que el abuelo lo va a

violar, y la supuesta consumación de la violencia en el chico prendiendo fuego a su abuelo.

Un truco narrativo nos deja con varias preguntas cuando el narrador cierra el cuento con

“¿Creen que pase así?” (op. cit., 2014, p.52), pues vuelve al misterio de la fantasía y lo que

ella representa. Una pregunta que esto sugiere es ¿Podremos atrevernos a ejercer la violencia

en función de nuestra preservación y contra los opresores? Un interrogante que sin duda

interpela proyectos socialistas democráticos como el de Evo Morales.

Ladrando bajito

El segundo cuento de este trabajo tiene varias coincidencias con el anterior. El miedo,

que antes aparecía más o menos concentrado en la figura del abuelo, en este relato aparece

más disperso. Por un lado, en los militares que visitan a la familia. La asociación es evidente,

los militares vuelven a aparecer en escena, asociados a un mal social. Por el otro, el miedo a

la perra Yerka, un ser cercano que al igual que el abuelo, se vuelve objeto de temor. Otro

aspecto que se suma es la perspectiva de un narrador joven y aparentemente inocente, lo cual

favorece una vez más una visión extrañada y desfamiliarizada de la violencia.

El relato empieza contando que esta perra es comprada para infundir respeto a los

soldados. En este relato, al igual que en el cuento anterior, se sugiere un hecho perturbardor,

“lo que ocurrió” (op. cit., p.71). Enseguida se nos dice “nunca hubo, por decirlo de algún

modo, ninguna criatura cuya forma de proceder se volviera incomprensible para la

inteligencia humana” (op. cit., 2014, p.71). Otro aspecto que vuelve es el de la
incomprensión, el suceso de Yerka no puede ser racionalizado y entendido. Algo parecido

habíamos visto que pasaba cuando el narrador de “¿Será este el momento para quemar a

quien tanto temo?” descubría el pasado de su abuelo.

La vida en el campo evoca una y otra vez imágenes que pueden ser asociadas a lo

grotesco: el tojo bárbaro muerto, las ganas de estrangular pollitos de la joven narradora, la

familia saboreando los huesos de los animales que habían criado. Una prefiguración se nos

presenta en los comienzos, respecto a la gata la narradora dice:

No confiaba demasiado en los humanos, sospechaba que éramos seres crueles, de modo
en que se puede ser cruel cuando eres humano. O cuando tienes nueve años y sabes que
es imposible seguir fingiendo, mintiéndole a todos sobre tu frágil bondad. Quiero decir
que hay formas de ser cruel y que los otros, estos seres a quienes creemos domesticar,
también pueden ser crueles. (op. cit., p.73)

Se ve ya acá una representación realista del humano e incluso una mención sobre la falsa de

inocencia de hasta lo que puede ser un niño. La crueldad humana llega al cuento enseguida,

alguien le ata un alambre de púas a Yerka, “quién sabe por qué desquiciadas razones” (op.

cit., p.73). Vemos una vez más la cuestión del mal y la incapacidad de percibir las

motivaciones.

A la cuestión de la animalidad, se suma la persecución de los soldados. Acá, a

diferencia del cuento anterior, no se presenta una heterogeneidad en la milicia sino que

directamente son agentes del mal, aun cuando se entiende que quienes tienen el poder los

mandan con armas descargadas y oxidadas. El personaje Tío Pinocho, estudiante de

sociología, puede dar fe de ello, pues le han arrancado las uñas en torturas. Sin embargo, la

narradora aún inocente no se percata de ello: “No me importaba vivir en el pequeño infierno,

no sabía que eso era un pequeño infierno” (op. cit., p.75).


La vecina aparentemente antisemita representa otro elemento relevante del cuento.

Esta entiende que en la casa de los protagonistas no hay diferencia entre animales y bestias.

Así, se explicita todo el juego de mimetización que construye el relato. Los humanos se

comportan como bestias pero los animales a su vez se contagian de la crueldad humana. Un

elemento emblemático de esto es el loro, animal que justamente puede imitar el habla humana

y que repite a modo de alarma “judíos, judíos”. Así, ante la riña de la vecina, Yerka, ya

pervertida por la crueldad humana, ataca. El único aparentemente humanista corre el peligro

de ser descubierto por los perros del sistema.

Sin embargo a pesar de que la vecina resentida denuncie al tío militante y que los

soldaditos golpeen a la abuela, la protagonista de la historia es Yerka. “Lo que ocurrió” era

nada menos que el hecho de que la perra se había comido a todas sus crías: un acto de

bestialidad grotesco. Entonces Yerka, como el abuelo del cuento anterior, se vuelve extraña,

se desfamiliariza:

Lo peor, lo tristemente trascendental – para decirlo con palabras de mi abue – es que


empezamos a tenerle miedo. No el miedo natural que se le tiene a un perro, miedo a que
te muerda, a que te pase su rabia feroz y festiva, su babeante felicidad; se trataba de algo
distinto. Evitábamos mirarla a los ojos, temíamos conocer a alguien malo atrapado en
esos ojos, encontrarnos con un espíritu roto, tocar los bordes de un incomprensible vacío
¿A quién, a qué, le pertenecía Yerka ahora? ¿Debíamos aceptar que nos odiaba? ¿Podía
odiar una perra? El presentimiento de que en adelante las cosas iban a ser así,
dolorosamente contradictorias, y de que mi abue vivía desde hace tiempo en ese mundo
de secretas identidades me escupió para siempre del hermoso infierno de mis nueve
años? (op. cit., p.79).

La cita es larga pero explicita varias cuestiones con las que trabaja el cuento. Ya no es sólo

el miedo, el odio es otro elemento que se cuestiona como un sentimiento posible en un mundo

que tarde o temprano se percibe como lo que realmente es, “un infierno”. Pues el problema
no es Yerka sino todo lo que encarna: lo que motivó a tenerla, la opresión de los soldaditos;

lo que sufrió por la crueldad humana, el alambre de púas; y lo que desencadenó su violencia,

la riña de la vieja. El incidente con las crías no es más que una metonimia de lo podrida que

está la sociedad. Así, lo que sucedía con el abuelo violador se extremiza: “Miedo de quien

has amado mucho: de todas las cosas del mundo, de todas, todas, juro que esa es la más

triste” (op. cit., p.80).

Americano Feo II

Los análisis de los cuentos anteriores, en relación a la hipótesis planteada, pueden ser

objetados de la siguiente manera: la presencia de un mal social, representado principalmente

a través de figuras de militares, responde a una época pasada. Claro que una afirmación de

tales características omitiría que el presente es el resultado de toda la historia. Pues el abuelo

militar no es un recuerdo pasado sino un personaje del presente narrativo, una representación

que parece recordar algo evidente: Bolivia no se ha vuelto una utopía, el mal persiste entre

quienes la habitan.

El tercer cuento resulta interesante porque persisten los elementos políticos y sociales,

pero a partir de otro tipo de evocaciones. Por momentos, “Americano feo II” se asemeja a

los relatos clásicos en que el extranjero es una otredad. Hay sin dudas una reivindicación del

nativo boliviano y una ridiculización de lo que vendría a ser la más absurda injusticia

imperialista. Una boliviana sumamente capaz se le planta al jefe yanqui incompetente. Pero

lo que encaja perfectamente con la lectura propuesta es la representación de la violencia que

hace el cuento.
El cuento abre justamente con una de las últimas estrofas del himno nacional

estadounidense, con un evidente sarcasmo receloso. Es que todo el cuento es una parodia del

yanqui beneficiado por su status pero mediocre en su naturaleza. Sin embargo, la

ridiculización de la narradora está cargada de odio. Es decir, no es una burla completamente

altanera porque la narradora se reconoce impotente ante la condición imperialista de ese

sujeto otro.

El estigma superficial, “feo”, no es menor: de la misma manera en que la narradora

tiene una nacionalidad que le presenta desventajas al menos en lo laboral, la fealdad es un

rasgo innato ineludible y una supuesta carga que ese enemigo debe llevar. Por eso justamente

lo apodan “Lucky”, como si por sí mismo no valiera más que por la suerte de haber nacido

yanqui. Así la narradora lleva adelante una narratología de la venganza, una suerte de “sos

yankee pero feo”.

Pero para la narradora, Luis Kular es esencialmente feo porque reniega su costado

latino. Es que Kular elige trabajar en su ciudad natal como un extranjero. En su elección de

“americanizarse” lo que hace es distanciarse de los que podrían haber sido sus compañeros.

Así, la narradora reconoce ese distanciamiento y se enuncia sobre un sujeto otro americano.

La otredad está bien marcada. Dice la narradora: “Ellos. Nunca ha podido pensar en la gente

del proyecto como en sus similares; siempre son “ellos” “(op. cit., 2014, p.115). Como

decíamos, sobre la base de reconocer una injusticia imperialista, la narradora desenvuelve

una violenta burla sobre el americano. Así lo caracteriza como un subordinado ideal a la vez

que relata sus abusos de poder. Caracteriza la narradora:

Kular, siempre actúas como si ser gringo te diera todos los derechos terrenales y
celestiales, mientras que los demás, tercermundista s de cuarta o quinta, deben plegarse
a todo mandato emanado de muchos más como tú: tarados hasta la médula, pero
“americanos”, votantes y contribuyentes cuyos impuestos se destinan a hincarles la puta
noción de cuán pobres son los developing countrios a los que se dignan donar una parte
de esa plata, en tanto la otra mitad vuelve sin pena a las arcas u los bolsillos de los hijos,
nietos y bisnietos del Tío Sam vía los sueldos que tú y tus similares ganan sin siquiera
quebrarse las uñas. (op. cit., p.117)

Vemos entonces una denuncia a la opresión económica y racial. El relato no solo presenta
una trama política, sino que la misma narradora presta su voz a la protesta contra la injusticia.

El final es realmente significativo. La narradora relata la vez en que se despachó

contra el soberbio jefe, en que en un acto de violencia rebelde, desenvuelve una catarata de

insultos mientras el otro permanecía en el baño. La respuesta violenta también llega del otro

lado, Kular alucina que la chica es un ave y la descuartiza. Así se cierra el círculo de violencia

en el que nadie triunfa, porque la narradora muere y Kular deberá pagar las consecuencias.

Vemos entonces en estos cuentos sociedad, política y violencia como elementos

fuertemente presentes. Si bien por momentos parecería haber una representación banal de

“buenos y malos”, la violencia es un elemento interesante porque no es un acto exclusivo de

los últimos. Militares, violadores, imperialismo, niños, animales, la violencia está dispersa.

Si está dispersa, se podría decir que entonces la representación de la misma responde a una

intencionalidad estética y no moralizante. Estas representaciones parecen ambivaler entre

metáforas sociales y efectos estéticos en sí mismas. Lo que sí parece desestabilizarse es la

idea que plantea Di Nucci del borramiento de “lo boliviano” (op.cit., p. 20). En ese sentido

habría que preguntarse ¿Cómo se relaciona el fuego del niño, el horror de la perra, la sangre

de la gallina, con el presente político de Bolivia? El primer relato parece contrastar con la

ideología del gobierno, mientras que el niño es como un marxista que quiere terminar con
los vestigios del mal con un acto de violencia final, en el gobierno de Evo persisten en la paz

restos de una burguesía responsable de todos los males pasados. El segundo relato refuerza

una idea que estaba en el primero, más allá de quien esté en el poder, una sociedad la

conforma quienes la habitan. El tercer relato analizado parece estar en sintonía con la

ideología del Gobierno, el enemigo no es tan interno como el imperialismo extranjero. En

cualquier caso los relatos coinciden, como decíamos, en representar temas que son fácilmente

asociables a la violencia y a la política.

En conclusión, el debate sobre la autonomía del arte resulta, al menos, digno de

análisis. A partir de la lectura propuesta se desprende una evidente presencia de los dramas

sociales, las particularidades de la sociedad boliviana, y aún de la política. Sin embargo, estos

elementos - fuertemente dispersos, como si estuvieran planteados de manera arbitraria - de

por sí no nos permiten aseverar que no funcionen dentro de una intencionalidad estética pura.

Lo que es seguro es que conviven con representaciones que reconocen un mundo globalizado

de motivaciones infinitas y que trasciende cualquier intencionalidad moralizante. El debate

se complejiza cuando paradójicamente, la forma con la que se intenta rastrear estas cuestiones

contrasta necesariamente con el método de estudio: no podemos saber si hay autonomía si

analizamos autónomamente. Así, se abren nuevas perspectivas de investigación, y lecturas

como estas pueden complementarse con recorridos históricos de la literatura boliviana, pues

si hay algo que sí podemos aseverar a partir del trabajo realizado es que esta literatura tiene

una riqueza de análisis digna de muchas otras polémicas.


BIBLIOGRAFÍA

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