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Según se relata en el Popol Vuh, el libro que recoge la mitología de los indios
quichés (de origen maya), el mundo estuvo en un principio cubierto por las
aguas y fueron los creadores Tepeu y Gucumatz quienes dieron origen a la
tierra, a las plantas y a los animales. Pero no quedaron contentos con su obra
ya que los animales no podían alabarles por no poseer lenguaje, así que
decidieron que debían crear a una criatura que les profesase devoción y así
empezaron la tarea de crear al hombre.
Los dioses creadores hicieron de barro a la primera pareja humana, pero eran
débiles y apenas podían mantenerse en pie, además de que se deshacían con la
lluvia y tampoco podían hablar. La segunda pareja fue hecha de madera, de árbol
para él y de carrizo para ella, y todo fue bien en un principio. Los hombres se
reprodujeron y se extendieron por el mundo, tenían su lenguaje y hablaban entre
ellos pero nunca elevaron su voz hacia los dioses que les habían creado.
Tepeu y Gucumatz lo intentaron por tercera vez, esta vez usando la madera y
añadiendo maíz amarillo y maíz rojo. Con la madera hicieron sus partes rígidas, con
el maíz blanco moldearon la carne y el maíz rojo fue su sangre. Los primeros cuatro
hombres (llamados Balam-Quitzé, Balam Agab; Mahu-cutah; e Iqi -Balam ) fueron
interrogados por los curiosos dioses y demostraron poseer inteligencia y memoria,
siendo aleccionados por los propios dioses sobre sus orígenes, capacidades y
obligaciones futuras.
Los trozos del huevo que había mantenido a P’an-Ku en su letargo se dispersaron,
y mientras la clara ascendía y daba forma a los cielos, la parte más fría y turbia
quedó en la parte inferior, dando origen a la Tierra. El dios había quedado entre
ambos planos, con su cabeza en el cielo y sus pies tocando el suelo terrestre, y
durante 18.000 años más tanto P’an-Ku como el cielo y la tierra crecieron a razón
de 10 pies diarios.
Así fue como el cuerpo colosal de P’an-Ku sirvió de división entre cielo y tierra
durante largo tiempo, hasta el día en que le llegó la muerte y su propio cuerpo dio
forma a una nueva etapa de la creación. De su aliento surgieron el viento y las nubes
del cielo, su otrora poderosa voz dio forma a los truenos de la tormenta, y sus ojos
se transformaron en el Sol y en la Luna. Sus cinco extremidades se transformaron
en cinco enormes montañas y su sangre terminó por convertirse en el agua de los
ríos y océanos del mundo.
Las venas que portaban su sangre dieron origen a largos caminos, mientras que
sus poderosos músculos se tornaron en fértiles tierras de cultivo, y las estrellas
nacieron de su pelo y barba. La médula de sus huesos se convirtió en el jade y las
perlas, mientras el sudor que corriera por su piel se transformaba en el rocío que
cae sobre el mundo cada madrugada.
Baal, el primigenio Dios de las Tormentas
En primer lugar hay que aclarar que Baal no es el nombre de un dios en sí, sino el
título de “Señor” o “Rey”, título que se le concedió a numerosas divinidades en el
pasado, y a Haddu, el dios de la lluvia, la tormenta y las nieves de Babilonia, se le
identifica con este término. Haddu recibe el apelativo de Baal a finales de la Edad
de Bronce, en los mitos sumerios de Ugarit, y posteriormente el de Baal Shamen,
que se traduce como Baal de los Cielos.
Los Mitos de Ugarit (Ugarit fue una ciudad de la antigüedad situada en la costa
siria) se componen de tes episodios principales, relacionados entre sí, y que
cuentan la historia del Señor de las Tormentas, en lo que se piensa que es una
metáfora sobre la llegada de la estación de las lluvias. El mismo caso se da en la
epopeya babilónica de la creación, como metáfora de la llegada del año nuevo.
Baal, además de estar asociado con las tormentas, es considerado más un dios
creador que destructor, debido a la asociación de la lluvia con la fertilidad. Esta
faceta de creador se acentúa con el mito de que Baal, cuando es asesinado por el
dios Mot y poco después vuelve a la vida. También es un símbolo del orden como
se puede ver en los Mitos de Ugarit, cuando Baal vence a Yam, dios del mar y
personificación del caos.
Según nos cuenta la tradición inuit, durante los primeros momentos de la creación,
cuando la tierra estaba cubierta por las nieves y el hielo, Kaila, dios del cielo, decidió
crear al hombre y la mujer. En completa soledad pero totalmente libres para actuar,
los primeros humanos se dedicaron a explorar el mundo, viendo y observando su
nuevo hogar, y ante la soledad que sentían en un lugar tan grande y despoblado, la
mujer pidió a Kaila que llenase la tierra de criaturas.
Kaila aceptó, pidió a la mujer que hiciese un agujero en el suelo y que ella misma
fuese extrayendo a los animales uno por uno. El último de los animales en salir del
hoyo fue el caribú, y Kaila dijo a la pareja que éste sería su mejor regalo, ya que
les proveería de ropa y alimentos. Entonces, la mujer pidió al caribú que multiplicase
su prole, extendiéndose por todos los helados bosques y llanuras, así como lo
hicieron los hijos de la primera mujer.
Cuando comenzaron las cacerías, los hijos de la primera mujer sólo cazaban a los
ejemplares de caribú más fuertes y sanos, despreciando todas las presas que
parecieran débiles o enfermas por la menor calidad de su carne y piel. Con este
proceso, la población de caribús se fue quedando sin ejemplares fuertes, dejando
la descendencia a los más débiles, por lo que pronto los hijos de la primera mujer
comenzaron conocer el hambre.
Ante los llantos de la primera mujer, Kaila le reprendió, recordándole que le había
dado el mejor de los regalos y que sus hijos no habían sabido cuidar de él. Pero
Kaila, en su misericordia mandó a Amarok, el espíritu de los lobos, a que bajase a
las heladas llanuras para que sus huestes de lobos devorasen a los caribús más
débiles. Los hijos de la primera mujer observaron la escena sin intervenir, mientras
los lobos de Amarok separaban a los caribús fuertes de los débiles.
Los Inuit siempre dejan que los lobos cacen a sus anchas y nunca interfieren en
ello, debido a que saben que su influencia es positiva porque cazan a los ejemplares
más débiles o lentos, manteniendo saludable al grupo. Para los Inuit, el espíritu de
Amarok es quien domina el Gran Norte.
Dioses sumerios y su mito de la creación
La posterior toma de Sumeria por parte de los acadios trajo una serie de cambios
en la mitología y religión, aunque no de base, sino simplemente de algunos de sus
nombres. Es posible que los acadios, de origen semita, también terminasen por
adoptar algunos rasgos de los sumerios en cuanto a leyendas y mitos.
Otra de las historias sumerias que nos resultará familiar es la de una terrible lluvia
que aconteció durante 7 días y 7 noches, y del aviso del dios Utu a Ziusudra, quien
emprendió la construcción de un enorme barco donde acumuló animales y semillas
de todas las especies para salvarlos de la destrucción. Esta historia se nos describe
en la épica Epopeya de Gilgamesh.
–Anu era el regente de los cielos, el monarca de los dioses y se le simbolizaba con
una estrella. Se dice que sólo visitaba a los mortales en momentos de tragedia o
necesidad por parte de éstos.
Antes.
En el centro de África, por empezar cerca de donde empieza la historia del hombre,
los Bantú contaban que Bumba vivía solo en el reino de la oscuridad y su tristeza
era tan grande que le provocó dolor de estómago y vomitó el sol, la luna, y así.
En Nigeria, los Yoruba decían que Olorum, dios del cielo, pidió a sus hijos que
creara un nuevo reino en el que extendieran a sus descendientes. Este reino se
llamaría Ile-Ife y los descendientes se llamaron nosotros.
En Egipto, El Luminoso, Ra, era omnipotente. Sólo tenía que nombrar algo para
que cobrara vida. Y empezó a nombrar.
En el Tibet existía un inmenso vacío sin causa ni fin. De ese vacío se levantaron
suaves remolinos que dieron origen a Dorje Gyatram, que creó las nubes que a su
vez crearon la lluvia que a su vez creó el océano…
En China el universo era una nebulosa caótica donde dormía el gigante Oan Ku
que al despertarse enfurecido empezó a agitar los brazos y las materias ligeras se
levantaron vertiginosamente formando el cielo, mientras que las pesadas se
precipitaron hacia abajo y formaron la tierra.
En Grecia era el Caos y un dios separó el cielo de la tierra y la tierra del agua, etc.
Para los vikingos primero estaba el Frío y el Calor más un gran vacío entre ambos
mundos. Lo demás vino cuando estos finalmente se encontraron.
Para los aztecas estaba la pareja divina, el señor de la luz del centro y la señora
del cielo nocturno. Tuvieron cuatro hijos que dieron lugar al fuego, al calendario, al
mar, a los cielos y a la tierra. Después la pareja divina siguió creando todo lo demás.
Los maoríes decían que la diosa Tierra llamada Papa y el dios Cielo llamado Rangi
estaban siempre juntos y no dejaban que la luz llegara al mundo. Cuando tuvieron
varios hijos, estos los separaron y la luz pudo llegar al mundo, crecieron las plantas
y las lágrimas de Rangi hicieron los ríos
Ahora.
500 años después, el también griego Claudio Ptolomeo, elaboró una teoría
egocéntrica en la que la Tierra se mantenía estática en el centro de Universo.
1000 años después vino Nicolás Copérnico otra vez a argumentar la teoría
heliocéntrica, ubica al sol en el centro de todos los planetas y agrega que estos tiene
movimientos circulares, entre otras cosas.
Vamos un poco más lejos, Isaac Newton plantea las leyes de gravitación universal.
Los Escandinavos
Según los Escandinavos, había un vacío que necesitaba ser llenado. Había dos
dioses, Muspell y Niflhiem. Muspell era el lider de un mundo de fuego y Niflhiem era
el líder de un mundo de hielo. Ellos jugaban en este espacio vacío. Dentre del
espacio el aire se comenzó a calentar y cuando el hielo se empezó a derretir, Ymir
fue creado. Él era un dios malévolo. Mientras Ymir dormía, sudó y dio vida a dos
gigantes de hielo machos y a una hembra igual. Se derritió más hielo con el tiempo
y se creó una vaca. La vaca daba mucha leche para limentar a Ymir. La vaca se
alimentaba a sí misma lamiendo los bloques de hielo. Después de varios días de
lamer el hielo, descubrió en el a un hombre que tenía un hijo. El hijo se casó con
una de las hijas del gigante de hielo y tuvieron tres hijos que mataron a Ymir. La
sangre que fluyó de Ymir ahogó a todos los gigantes de hielo excepto a Berglimir y
a su esposa. Tomaron la carne y huesos de Ymir y crearon con ello la Tierra.
Mientras caminaba por la faz de la Tierra, Odin, uno de los hijos del giganet de
hielo, vio dos troncos y les dio vida, mientras que otro de los hermanos les dio
cerebros y sentimientos y el otro les dio la vista y el oído. De este hombre y esta
mujer se creó toda la vida que hoy existe.