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Feminismo de equidad y feminismo de género

¿Dos caras de la misma moneda?

Para aquella que, considerándose igual,


quiere gozar de todos los privilegios
de ser considerada inferior.

Entre algunos estudiosos del tema del feminismo es moneda corriente escuchar la idea según
la cual el feminismo de equidad de la primera mitad de la vigésima centuria, desarrollado
desde siglos atrás, sobre todo desde la II Revolución o Revolución Francesa (1789), es
legítimo, bueno y coherente con la Moral de la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana,
mientras que el feminismo de género, basado en una pretendida superioridad de la mujer y
en una lucha por desplazar y hasta anular la figura masculina en la vida social es el que debe
ser condenado y rechazado por oponerse a la ley natural y al bien común. Así pues, estos
moderados o centristas del feminismo consideran que la primera postura debe ser aplaudida
y aceptada, mientras que la segunda debe ser denunciada y señalada en la vida social como
peligrosa para la familia tradicional y la sana convivencia.
Vale la pena, entonces, aprovechando las recientes celebraciones por el Día Internacional de
la Mujer el 8 de marzo, profundizar en esta repetida opinión que ya ha hecho escuela en
muchos ámbitos católicos, sobre todo, en aquellos permeados por el modernismo, el
progresismo y el liberalismo, aun más, cuando es posible comprobar que muchos católicos y
personas de buena voluntad, en la actualidad, están siendo trasbordados ideológicamente de
modo inadvertido ―apelando a la expresión que acuñara el Profesor Plinio Corrȇa de
Oliveira (1908-1995)― hacia un feminismo radical que comienza con un sutil
resquebrajamiento de la visión católica acerca de la sexualidad humana y, por tanto, de la
identidad de los sexos masculino y femenino.
La expresión paulina “Las mujeres sujétense a sus maridos como al Señor, porque el varón
es cabeza de la mujer, como Cristo cabeza de la Iglesia, salvador de su cuerpo” (Ef. 5,22-23)
resuena en los oídos de muchas mujeres católicas como un anacronismo que nada tiene que
ver con las circunstancias sociales del tiempo hodierno, presuponiendo que las palabras de la
Sagrada Escritura tienen fecha de caducidad. Sin saberlo, interpretan y asumen este pasaje
tan incómodo para las feministas de todo orden, de la misma manera que los racionalistas
bíblicos, negadores del valor sempiterno de la Palabra de Dios y que la estudian de modo
arqueológico, afirmando que ya en los días presentes hay que atender a otro tipo de
posiciones más abiertas, más equitativas, más dialogantes con la Modernidad y la
Posmodernidad, esto es, con la revolución igualitaria, que desprecia todo tipo de jerarquía y,
sobre todo, la jerarquía explícita en la máxima de San Pablo.
No obstante, el principio natural expresado en la Epístola a los Efesios se confirma día a día
para quien tiene agudeza mental y buen tino. No solo por las evidentes diferencias físicas,
psicológicas y espirituales existentes entre el hombre y la mujer sino porque la dinámica
social revela la desigualdad natural y la necesidad de que hombres virtuosos, viriles, castos,
ordenados y con carácter, configuren una sociedad en la que las mujeres sean protegidas,
respetadas y consideradas según su identidad, sin caer en el abuso masculino que tanto daño
ha hecho a la relación caritativa entre los sexos, pero tampoco en el igualitarismo que quiere
dar un mismo trato a ambos o, incluso, quitar oportunidades a hombres con los méritos
necesarios para ocupar ciertos cargos en instituciones públicas o privadas solo para dárselas
a mujeres por el puro y simple hecho de ser mujeres.
Valga citar como ejemplo de esta absurda medida discriminatoria e injusta la cláusula que
aparecía al final de la explicación sobre el proceso de selección en la Convocatoria No. 3
para Profesor Principal del Área de Filosofía, publicada por la Escuela de Ciencias Humanas
de la Universidad del Rosario, a finales del año 2018: “Si en el proceso de selección, hay dos
candidatos que obtengan la misma calificación, se le dará prioridad a quien está en una
condición de discapacidad, pertenezca a una minoría, o sea mujer” (Fotografía).

Fuera de que dicha cláusula iguala a la mujer con un discapacitado o con el miembro de una
minoría ―siendo bastante discutible qué es y qué no es una minoría y quién hace parte,
efectivamente, de una minoría―, o sea, la ridiculiza de modo bastante descarado e insultante,
es evidente que la misma incurre en aquel atentado a la justicia distributiva que en el Derecho
se llama acepción de personas, pues en el caso de un empate entre los candidatos al puesto
de docente titular en el ejemplo citado, se debería acudir a una evaluación o competición
determinada que otorgue el puesto en mención a quien tenga los mayores méritos para ocupar
tan importante cargo. De lo contrario, sería baladí, entonces, el resto del proceso, y sería
mejor convocar solo a mujeres para la selección docente. Resulta llamativo que, incluso, el
ejemplo de acepción de personas que ofrece el aquinate en la Suma Teológica se refiera,
precisamente, a la asignación de cátedras magisteriales, lo cual es perfectamente acorde con
el caso referido:
La acepción de personas se opone a la justicia distributiva, pues la igualdad de ésta
consiste en dar cosas diversas a diversas personas, proporcionalmente a sus
respectivas dignidades. Por eso, si uno considera aquella propiedad de la persona por
la cual lo que le confiere le es debido, no habrá acepción de personas, sino de causas;
por eso la Glosa, sobre aquello de Ef. 6,9: Para con Dios no hay acepción de
personas, dice que el juez justo discierne las causas, no las personas. Por ejemplo, si
uno promueve a otro al magisterio por la suficiencia de su saber, al hacerlo atiende a
la causa debida y no a la persona; pero si uno considera en aquel a quien confiere algo
no aquello por lo cual lo que se le otorga le sería proporcionado o debido, sino
solamente que es tal hombre, Pedro o Martín, hay ya aquí una acepción de personas,
puesto que no se le concede algo por una causa que le haga digno, sino que
simplemente se atribuye a la persona (II-II. c. 63 art. 1 resp.).
Este hecho particular, traído a guisa de ilustración, contradice las ideas del feminismo de
equidad, pues refuta la pretendida igualdad entre el hombre y la mujer, ya que,
considerándola inferior o digna de unas prebendas o ventajas por el hecho de pertenecer al
sexo femenino, estipula una cláusula para darle el puesto de docente universitaria en caso de
empate con un varón y, por otro lado, contradice los postulados del feminismo de género,
pues si es verdad que la mujer es superior al hombre, no necesitaría de una cláusula que,
aludiendo a la cacareada cuota de género impuesta en la legislación, le diera el cargo ofrecido
en la convocatoria solo por su condición sexual, sino que ganaría la cátedra docente por sus
méritos, experiencia, producciones y trayectoria académica.
Hombres y mujeres son diferentes según la ley natural, como ya se indicó, y, atendiendo a
sus diferencias esenciales, deben tener diferentes roles en la sociedad. Ya el inglés Gilbert
Keith Chesterton se quejaba del feminismo de equidad en su célebre trabajo Lo que está mal
en el mundo, haciendo referencia al igualitarismo educativo que se imponía en las academias
femeninas de la época en que escribió la obra, cuya primera edición data de 1910, hace más
de un siglo:
Se me pregunta a menudo solemnemente lo que pienso de las nuevas ideas sobre la
educación femenina. No hay, nunca ha habido, siquiera el vestigio de una nueva idea.
Todo lo que los reformadores de la educación hicieron, fue preguntar qué es lo que se
hacía con los muchachos luego ir y hacérselo a las niñas, del mismo modo que
preguntaba qué es lo que se hacía con los jóvenes hidalgos para ir y hacer lo mismo
con los jóvenes deshollinadores. Lo que llaman ideas nuevas son ideas muy viejas y
fuera de lugar. Los muchachos juegan al football, ¿por qué las niñas no habrían de
jugar al football?; los muchachos tienen uniformes de colegio, ¿por qué las niñas
también no habrían de tenerlos?; los muchachos van por cientos a las escuelas diurnas,
¿por qué las niñas no habrían de ir por cientos a las escuelas diurnas?; los muchachos
van a Oxford, ¿por qué las muchachas no habrían de ir a Oxford?, en una palabra, a
los muchachos les crecen bigotes, ¿por qué a las muchachas no habrían de crecerles
bigotes? Esto es más o menos su criterio sobre las nuevas ideas. No hay en ello ningún
trabajo mental, ninguna pregunta de fondo sobre lo que es el sexo o sobre si altera
esto o aquello y por qué; del mismo modo que en la educación popular no hay ninguna
captación imaginativa del humor y del corazón del pueblo. No hay nada más que un
arrastrarse en la elefantina imitación. Lo mismo que en el caso de la enseñanza
elemental, los ejemplos traducen una fría e inadecuada adaptación. Hasta un salvaje
podría advertir que, por lo menos esas cosas corporales, buenas para el hombre, son
muy probablemente malas para la mujer (841)
El Día Internacional de la Mujer, establecido por la ONU el 8 de marzo, y que se celebra
desde 1975, está adquiriendo, cada vez más, una connotación revolucionaria que promueve
la imagen y el modelo de una mujer independentista, rebelde, agresiva, igualitaria, que
quiere, apostatando de su condición femenina, tener todos los derechos y las prerrogativas
del hombre, como puede ser, en el caso de la vida consagrada en la Iglesia Católica, la sagrada
orden sacerdotal, estando más que claro en la Sagrada Escritura que ni siquiera la Madre de
Nuestro Señor Jesucristo, bendita entre las mujeres, recibió el poder ni la autoridad de
consagrar el Cuerpo de Cristo ni perdonar los pecados, pues ser ministros de este sacramento
fue solo concedido a los apóstoles. (Foto de monja el 8M).
Contra el feminismo de cualquier tipo, que es siempre contrario a la naturaleza, al sentido
común y a la Voluntad de Dios sobre el ser humano, se levanta, egregia, pulcra y santa, la
imagen de Nuestra Señora la Virgen María, quien, aun siendo la más hermosa, la más sabia
y la más pura entre todas las mujeres, no dudó un segundo en responder, en obediencia
perfecta al Eterno Padre: Ecce ancilla Dómini. Fiat mihi secundum verbum tuum (He aquí la
esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra. Lc. 1,38).
Una vez más, la Sagrada Escritura, el Magisterio Tradicional de la Iglesia y la palabra de los
Santos Padres y Doctores será la ruta precisa para recuperar el Occidente en que los hombres
resalten por su fortaleza, seguridad, firmeza, nobleza, piedad e idealismo y las mujeres
sobresalgan por su feminidad, delicadeza, belleza, castidad, obediencia y amor por todos,
sobre todo, por los más desvalidos. Solo esa ha sido, es y será la fórmula para superar la falsa
disyuntiva entre machismo y feminismo, creada por la revolución gnóstica e igualitaria para
desfigurar la identidad de los sexos como Dios los creó y conducir, poco a poco, al ser
humano, a la extinción de su especie.
El feminismo de equidad y el feminismo de género no son más que las dos caras de una
misma moneda, que tiene como sello el rostro de Eva, la que en vez de someterse a la
autoridad de Dios por medio de la autoridad de su hombre, prefiere escuchar las seducciones
de la serpiente y apropiarse, ilegítimamente, de todo lo que tiene a su alrededor,
autoproclamándose centro del universo. Es lo que queda claro en el Antiguo Testamento y
que Nuestro Señor reafirmó en el Nuevo, ¿O será ya tiempo de cambiar el texto de la Biblia
introduciendo las nuevas ideas de la Ideología de Género? ¿o será, tal vez, como dijo alguna
vez un sacerdote de la “nueva ola”, que Nuestro Señor Jesucristo era machista?

Bibliografía
Chesterton, Gilbert Keith. Lo que está mal en el mundo en Obras Completas Tomo I. Trad.
Mario Amadeo. Barcelona: Plaza y Janés, 1952.
De Aquino, Santo Tomás. Suma de Teología. Parte II-II (a). Trad. Ovidio Calle Campo,
Lorenzo Jiménez Patón, Luis Lago Alba, Martín Gelabert Ballester, Alberto Escallada Tijero,
Herminio de Paz Castaño y Emilio García Estébanez. Madrid: Biblioteca de Autores
Cristianos, 1990.
El Nuevo Testamento según el texto original griego. Trad. Mons. Dr. Juan Straubinger.

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