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El invierno ya se había instalado, hacía rato, en las vidas de las personas. El frío era tremendo;
entumecía las manos y congelaba los sueños, en un barrio determinado donde alguien, en ese
Eran las nueve de la mañana, cuando Eloy se despertaba, como siempre, debido al ruido del
portón de su vecina, a la cual espiaba diariamente, enamorado y con lujo de detalles, a través de las
celosías de su ventana. Una ventisca inoportuna le había irritado un poco el ojo derecho, pero, de
todas formas, pudo continuar la indiscreción con el otro. Primero había observado sus piernas flacas
y largas, embutidas en medias de lycra, beige. Luego su cadera, bien mantenida a pesar de los años,
cubierta por una pollerita escocesa que la rejuvenecía de sobremanera, eliminando unos cuantos
años de existencia. Después continuó con su espalda, con hombros puntiagudos, cubierta por una
campera de jeans. Y por último, su cabello castaño, con los reflejos y las inquietudes de una mujer
madura que se siente muy lejos de su juventud, exiliada de la vida, y fría, como un sueño muerto de
Una vez que ella se marchó con su auto, cuya morfología reflejaba un diseño premeditado para
adolescentes, Eloy cerró por unos segundos los ojos para recordar su rostro, ya que sólo había
podido visualizarla de espaldas, y, suspiro de amor de por medio, se dirigió a la cocina para
desayunar.
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Cuando las tostadas se hallaron bien crocantes y quemadas, se sentó a untarlas con mermelada.
Las devoró en el acto y comenzó a leer un diario viejísimo, el mismo que leía todas las mañanas. A
su lado, sobre otra silla, se encontraba un calefón en desuso que había sido reemplazado, hacía
El diario le aburrió un poco, así que lo dejó de lado y comenzó a platicar con su calefón
Guillermina.
–Sí, claro, en el verano iremos a la playa, luces pálida y muy callada, el sol te va hacer bien. Te va
nada.
–Hoy voy a comprarte un sombrero nuevo –continuaba–, te ves ridícula, así no podemos ir a
ningún lado, ese sombrero es de verano; después sabés bien que la gente nos señala con sus dedos
malvados.
dormir; lavó sus dientes, como lo hacía siempre, con dedicación y paciencia, y, observándose en el
espejo gastado por el tiempo inagotable de sus imágenes, se sintió firme y decidido para intentar
relacionarse con la vecina, quien lo obsesionaba desde siempre, pero nunca había tenido el coraje y
Ella regresaba alrededor de las siete de la tarde y, entonces, ahí estaría él, preparado para intentar
seducirla. Ahí estaría él, para darle un vuelco a su vida; su vidita extraña, atípica y
controvertidamente verídica. Su vida fuera de lo que había sido antes de hallar la locura, antes de
encontrarse irreconocible y feliz con su cabeza muerta, aquella que olvida el dolor, recuerdo que da
Ahora se encontraba limpiando su vieja moto. Día a día le proporcionaba cada vez más brillo.
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Una vez conforme con el resplandor de su moto, y habiéndola usado de espejo para acomodarse
por última vez su cabello apenas largo y blanco, se montó y se marchó rumbo a la casa de Marvin.
Unas veinte cuadras lo separaban del paradero de su gran amigo, ubicado justo en la orilla del
océano y a metros del gimnasio donde trabajaba dando clases de yoga, su vecina.
Manejaba con su sonrisa incoherente, y emitía, cada tanto, algún gritito, algún silbido, algún
cántico. Llevaba un gorro azul de lana, una polera negra, un gamulán marrón, sus piernas de jeans y
unos zapatos sport negros. Era bastante discreto y siempre ocultaba, sin premeditación, el colorido
de su condición mental.
Luego de avanzar los cien metros restantes, llegó a la morada de Marvin, quien se encontraba en
las profundidades de sus sueños, exteriorizándolos por medio de ronquidos densos que hacían crujir
la cabaña.
Después de acomodar su motocicleta bajo la sombra de un árbol, observó el mar, respiró hondo y
se acercó a la orilla. Mojó sus pies, sin quitarse las zapatillas, y se sintió por un momento
purificado, hasta que extrajo, desde las entrañas de su ser mojado, algunos recuerdos difusos que lo
“Debe ser un drogadicto” –dijo un vendedor ambulante que vendía gorros y bufandas de lana.
Se sentó observando el cielo y se distrajo al vislumbrar un barrilete que condujo su mirada hacia
donde se encontraban unos pájaros superpuestos de amor. Los observó, se enterneció y se acercó a
la cabaña de Marvin.
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Y sus puños golpearon la puerta y latió la casa y Marvin se levantó con taquicardia. Se colocó sus
calzones, se quitó una legaña atroz, que parecía un gnomo y se acercó con pereza hacia la puerta. El
recinto era un verdadero caos. En el suelo se encontraban latas de cerveza, ropa sucia, colillas de
de araña decoraban su pequeño cielo. Y en el baño había gérmenes y bacterias gigantes, que olían a
tiempo muerto.
Con un resto de pizza bajo uno de sus pies mugrosos, abrió la puerta, que crujió de una
Sobre la playa, sentados sobre un tronco, Eloy le contó acerca de su decisión de seducir a la
vecina, y él lo alentó y lo aconsejó, mientras advertía que llegaba Julieta, desde las aguas, con su
lancha celeste.
–Es muy graciosa –comentó Eloy–, su cabello largo se enreda por el viento.
Ella era muy simpática, divertida, de baja estatura, cintura diminuta, senos interesantes, cola bien
lograda, tez transparente, ojos verdes y su cabello largo y blondo, realmente, en ese instante, se
Amarró la lancha y se aproximó a ellos. Cuando llegó y se colocó justo frente a Marvin, le
propinó una cachetada. Él se sorprendió y Eloy se rió para transformar la agresión en caricia.
Eloy se imaginó en la misma situación con su vecina y adquirió una migraña insoportable al
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–¡Qué dolor! –se quejó
Una melodía serena, angelical, provenía desde un spa ubicado a unos cuarenta metros de ahí,
donde Zoe, la vecina deseada, dictaba clases de yoga y meditación. Después de tomar una aspirina,
se sintió atraído por el sonido adormecedor que le alivianaba la jaqueca, y se acercó pausadamente
hacia el lugar donde provenía el sonido. Producía pasos cortos y prolijos y no podía evitar la sonrisa
Al llegar al spa se detuvo y, a través de un cerco de cañas, la visualizó. Ella y el grupo de alumnos
estaban muy concentrados, dominados por el sonido sereno, en una de las posiciones del yoga. El
lugar estaba colmado de almohadones, alfombras hindúes, velas, en ese instante apagadas, y
algunos sahumerios encendidos que crepitaban en silencio y ahumaban la memoria del grupo. Ahí
se podía despegar, olvidar y relajarse. Asesinar monstruos y dolores copiosos, y palpar el nexo de
Eloy observaba y se concentraba imitándolos, el humo se le introducía por las fosas nasales y sus
ojos irritados se encontraban cerrados. Seguía la melodía como si fuera alguien que corría y corría
Al abrir sus ojos recibió la luz del día y la clase ya había culminado. Tras el cerco de cañas, sólo
quedaban los almohadones serenos y las alfombras calladas. La música con su melodía viajera
había desaparecido, y ahora, él, un poco desesperado, se refugió en el color blanco de Guillermina;
blanco como la luna, la paz y la ternura. Regresaba gateando hacia donde estaba Marvin. Un
gorrión, rengo y cariñoso, aprovechaba su espalda, y la ternura, entonces, crecía con paz, en el
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Al llegar a la casa de Marvin, notó que él ya no estaba, y observó el cielo, y gritó: “¡Carajo, ya es
de noche!” Se le había hecho tarde para interceptar a su vecina como lo había planificado. Eran las
ocho de la noche y el día había pasado volando, como un pájaro que observa la luna y se pierde
Tomó la motocicleta y se dirigió a los acantilados, donde se encontrarían Marvin y otros, jugando
al revoleo. Una pequeña franja de arena separaba el mar, de los acantilados y el juego consistía en
arrojar objetos personales al mismo, que serían devueltos a la madrugada, al subir la marea; el
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CAPITULO 2
Se desplazaba sobre las calles tranquilas del barrio tranquilo; los faroles marcaban con luz suave
el camino, y él observaba, por momentos, la vía láctea. En las esquinas, en los tachos de basura, se
encontraban como de costumbre una cantidad importante de murciélagos que buscaban su cena
antes que pasaran los recolectores de basura. Entre ellos siempre se podía divisar algún pájaro
confundido y algún perrito perdido. En ese horario, los vecinos del barrio tomaban sus aperitivos en
la acera y todo parecía armonioso con el sonido sereno de la existencia y el suspiro cósmico de lo
jugaban al fin y al ebrio del abuelo. Absorbían, con su corazón, la luz de la luna, y ya comenzaban a
palpitar por amor. Se trasladaban a un sueño incomprensible, estirando de a poco el lazo con sus
Ahora, sobre el acantilado, Eloy se reencontraba con Marvin, que guitarreaba, mientras otros se
preparaban para comenzar con el revoleo. En el recinto se vendía carne asada, bebidas, artesanías,
postales para el recuerdo y maniquíes para el desconcierto. Había mesas y sillas y uno podía
sentarse a disfrutar de la salida de la luna y observarla diferente a través de una copa de vino.
estrambótico amigo.
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En un momento indeterminado, mientras reían y platicaban, brindaron, y el ruido de las copas
Zoe se encontraba próxima a cenar. Su marido, sentado en una cabecera, leía y contaminaba el
aire con el humo que desechaba su pipa. Una de sus hijas, quieta y muda, miraba fijamente una de
las tantas flores estampadas en el mantel, entretanto la otra se hamacaba en la silla haciéndola crujir
para que le pusieran límites. Pero su padre se encontraba ausente y Zoe, menopáusicamente
todos se sentían incómodos, extraños en el contexto vital que cruje, que observa, que fuma y desea.
Zoe pensaba en uno de sus alumnos de yoga, y su marido, ya había pensado demasiado en su
–Cariño –dijo.
Él le había propuesto la idea de ir al cine luego de haber terminado los postres, pero ella esquivó
la propuesta argumentando que le dolía la cabeza, cuando en realidad le dolía la vida que se iba y la
Romina, al escuchar el pequeño diálogo entre sus padres, dejó de observar atontada la flor
Ahora Zoe estaba en el baño, se observaba en el espejo y el mismísimo reflejo de sus indecisiones
la hacían sentir convencida para liberarse a su antojo. Emitió un grito muy bien cuidado, para que
su decisión quedara bien guardada en el baño, y se sintió, por fin, relajada. Abandonó el baño de
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Más tarde, comida y postre extinguidos, familia muy normal, se dirigieron al cine, dichosos, a
–Arrojó un zapato –dijo Eloy, observando a uno de los jugadores del revoleo.
–Y, son jugadores empedernidos –dijo Marvin, si pudieran revolear el alma la revolearían;
Luego otro arrojó una camisa, y posteriormente otro un sombrero. La condición del juego era esa,
–Estoy tan ansioso –dijo Eloy–, espero interceptarla mañana, espero no distraerme.
–Ella sabrá entender –respondió afligido–, de todos modos no sé si me voy a sincerar con ella;
pero... claro, la mentira no me agrada ¡carajo! –y sintió una puntada en la cabeza, un golpe, y la voz
–Siempre fuiste tan mujeriego, todavía me acuerdo de tu primer noviecita, desde ahí no paraste
nunca de renovar a tus chicas. Decías la próxima es la mejor, la próxima va a ser perfecta.
Marvin hizo silencio, ya no deseaba hablar más en vano, así que tomó la guitarra y ejecutó un
acorde para no sentir demasiado el vacío. Eloy cerró los ojos y disfrutó del acorde que se
Cuando abrió los ojos se erizó al vislumbrar un eclipse, al cual asoció inmediatamente con un
amor imposible. La gente aplaudía y se vivía una fiesta; ruido de copas, vinos en bocas, magia,
sueños, ambiciones del alma. En una mesa ubicada a espaldas de Marvin, una pareja de recién
casados deseaba engendrar a su primer hijo, mientras que, por lo contrario, un hombre, ubicado en
otra de las tantas mesas del mundo, deseaba separarse de su esposa, olvidándose de sus hijos.
Marvin, con un nuevo acorde entre sus dedos, anhelaba la fama y el reconocimiento como músico.
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Y Eloy. Eloy, confuso, dubitativo e incómodo, no comprendía qué le sucedía; no sabía
verdaderamente si él era el que estaba deseando o si realmente había sido víctima del deseo; como
si fuera una gripe, un virus, o un camión que se llevaría por delante a Guillermina.
Eloy se enfadó y, para que no estallase de bronca, Marvin lo calmó argumentándole que había
Brindaron una vez más, y Eloy, contento, orgulloso y utilizando su cerebro colmado de células
Y Marvin ejecutó una seguidilla de acordes, una canción para la locura y el eclipse de todos.
Canción en la noche serena, reflexiva y mansa. Noche para pensar y brillar por uno mismo bajo el
ritmo poderoso de los astros, para sacar lo bueno de uno y ser conciente de que se ha nacido. La
cabeza es un mundo privado sobre las piernas del desconcierto, un planeta diferente: gustos,
Marvin recordaba el cabello largo y terso de su madre, quien había desaparecido en una época
oscura, cuando él cumplía sus primeros cinco años. Recordaba, pensaba, y los acordes melancólicos
Imaginaba su cara gigante en la luna y se sonrojaba de amor. Emitía un ronroneo lleno de deseos,
porque todavía tenía la esperanza de encontrarla. Y cantaba y cantaba. Cantaba para ella; casi
siempre cantaba para ella, y más aún cuando soplaba fuerte el viento.
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Eloy, ahora, con el deseo a un lado, intentaba pensar en algo, pero se le dificultaba, no se sentía
dentro de sí, así que, entonces, pensaba por otros. Observaba al resto de los comensales y recordaba
un pasado a su antojo. Se entretenía. Jugaba a la novela con muñecos de la vida. Se creía dentro de
sus cabezas gobernando sus mentes. Se creía Dios y no era para nada consciente que Dios
gobernaba su mente.
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CAPITULO 3
Zoe estaba sentada entre Romina y Micaela. La película comenzaba y su marido recién llegaba
con las gaseosas, las palomitas y algunos chocolates. Al sentarse recibió algunos chistidos, porque
tarareaba la melodía que florecía desde los parlantes; y luego de repartir las golosinas estiró su
brazo por encima de Romina, para apoyar su mano, cariñosamente, en el hombro de Zoe, a la cual
encontró dura y fría como una momia o una de las tantas columnas del cine.
mientras que Micaela, la más grande, relajada y completa, pensaba en uno de sus compañeros del
colegio, cruzándose las piernas para que uno de los dobleces del pantalón se le internase
los ojos de los chicos curiosos, ansiosos por su corazón. Recordaba y el recuerdo la atontaba. Sus
hijas le hablaban y ella no escuchaba, porque miraba, pero no miraba, y no escuchaba, porque no se
le antojaba.
La película había resultado demasiado aburrida, así que, ahora, para compensar, se dirigirían a
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Y sus hijas la observaron con gran desconfianza.
Se desplazaban a pie, visto que la noche se hallaba agradable para así hacerlo. Romina sobre los
hombros de Raúl, y Micaela tomada de la mano de Zoe, que se desplazaba estrolada sobre sus
zapatos etéreos. Ella ahora recibía la imagen de Eloy, imagen que emitía el saludo, atípico y cordial,
de las tardes en las que se habían cruzado de ida o vuelta del almacén ubicado en la esquina de sus
hogares. A ella siempre le había resultado atractivo, a pesar de su extraña manera de relacionarse,
incluyendo su saludo incoherente. Eloy al saludarla se esmeraba, pero sin embargo se ponía
nervioso, su cabeza chisporroteaba, y decía cosas como éstas: “Hola, que tal, lindo día, el sol entre
tus piernas, brillo por mi ausencia”, o, “buenas tardes, qué linda está, y... ¿las calles...? Claro, el
asfalto; el asfalto es un desperdicio ético”, o si no, “buen día, ¿sus brazos, enlozados?
–Un helado de frutilla, vainilla... y... obleas, y pepas de chocolate –pidió Romina.
–Uno de banana y leche de coco y todo –ahora había sido el turno de Micaela.
Raúl no pidió nada para mantener joven su panza, y Zoe pidió uno dietético, bien frío.
Minutos después se dirigieron a los acantilados. Raúl abrazaba a una Zoe tensa y callada. Las
niñas tomaban la delantera, platicaban sobre cosas de señoritas, se reían y experimentaban frases
nuevas en sus vidas. Estaban contentas; con sus padres abrazados sentían sólido el piso y se sentían
Los acantilados se encontraban cerca y varios vecinos se desplazaban hacia allí, puesto que la
noche se percibía sublime, debido a una reciente ráfaga de aire caliente que contrarrestaba el frío,
provocando un clima perfecto, punto de cocción justo entre calor-frío, humedad-viento, luz de luna-
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CAPITULO 4
inexplicablemente bello.
–Y una madre –agregó Marvin, suspirando, y observó los astros para hallar el resplandor de la
suya.
–Creo que en algún momento tuve un padre –comentó Eloy–, pero no estoy seguro, o... a lo mejor
no lo recuerdo.
Eloy reacomodó su camisa y engominó su cabello con sus dedos mojados en vino. Esperaba que
–Las mujeres son del viento –dijo Eloy, y culminó con su copa de vino, a lo grande.
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–¿Y Guillermina? –preguntó Marvin a la expectativa de su reacción.
–También –respondió él, con dolor–, claro, y por eso trato que no salga de la casa.
Marvin se puso nervioso por lo que podría llegar a decirle a Zoe, así que optó por alejarse. Fue a
caminar por ahí, por allí, con la expectativa de encontrarse con algún otro amigo.
Eloy observaba a través del reflejo de su copa; Zoe avanzaba preocupada y tensa, pero bella y
librada al azar.
–Hola, que tal –saludó, y ella lo miró con gusto–, la noche es tan bella como... tu cartera.
Ella se rió notando que su incoherencia, a la hora de saludar, había mejorado bastante, mientras
que el marido se acercó para golpearlo, desistiendo luego, al asociar cartera con homosexualidad.
Ellos siguieron su camino. Zoe, cada tanto, giraba la cabeza, y Eloy, asombrado de sí mismo por
no sentir timidez, la saludaba como se suele saludar a la distancia; agitaba una mano como si
“Me siento seguro” –pensó, y se preguntó si el vino sería el causante de su estado de ánimo,
Culminó con el vino y observó la luna que se le borroneaba demasiado como para intentar
descifrar algún tipo de mensaje en sus cráteres. Entonces, para mantenerse ocupado en su mesa
vacía, intentó escuchar las conversaciones del resto de los comensales. Afiló sus oídos y empezó
por una pareja de jóvenes que estaba ubicada justo frente a él. El muchacho, con mucha seducción
entre sus labios, le decía a ella lo siguiente: “...y entonces a ver si el mundo existe, sólo, para que en
Luego continuó con la mesa ubicada a su costado izquierdo, conformada por cuatro hombres de
unos cuarenta y cinco años de edad. Platicaban ultimando detalles de un robo al banco ubicado en
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Finalmente decidió retirarse. Se levantó un poco mareado, pagó lo consumido y se lanzó a
caminar.
volvía a perder nuevamente en el cielo. Respiraba hondo para minimizar el mareo y saboreaba el
aire salado proveniente del océano. El clima, a pesar del frío que retornaba con la huída de la ráfaga
cálida, le agradaba demasiado, así que decidió bajar a la playa para humedecer sus pies.
Por fin llegó, luego de ejercitar sus piernas al bajar los ciento cincuenta peldaños de la gran
escalera de madera, que daba acceso a la costa, y, exhausto, se aproximó al océano. Primero
inmiscuyó sus pies, y, luego, paulatinamente, a medida que avanzaba iba desapareciendo del éter de
Después de observar, con mucha aprensión, algunas especies, recovecos y vértices escandalosos
del mundo marino, salió a la superficie horrorizado, pues había imaginado algo que escapaba de los
monstruo, morbo que vive en los genes del hombre y se manifiesta cuando se duerme parte de la
máscara.
Se secó revolcándose en la arena y, por supuesto, todas las miradas de las personas aledañas
recaían en él. Enarenado, entonces, emprendió el regreso a su casa. Quería acortar el tiempo en su
cama, para interceptar por la mañana a Zoe en la vereda. Una vez que los peldaños de la escalera
quedaron atrás, llegó por fin donde se encontraba ubicada la motocicleta brillante. La encendió, se
subió con lentitud, para no desprender tanta arena del cuerpo y así ensuciarla lo menos posible, y
aceleró hasta su casa. Al pasar por la plaza, vio como asaltaban el banco y eso le pareció gracioso,
así que se rió inflando sus cachetes al recibir tanto viento dentro de su boca.
Al llegar a su casa, lo primero que hizo, luego de haber entrado la motocicleta, fue dirigirse a la
cocina a beber un vaso de agua, para apaciguar la acidez que le había provocado el vino en su
pequeño estómago. Abrió el grifo, se sirvió el agua, y notó que, a su espalda, la presencia de
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Guillermina era demasiado fuerte. Entonces pensó que estaría enojada por haberla dejado sola tanto
tiempo, de manera que se acercó, la besó, la acarició, la abrazó y la meneó mientras le cantaba al
Ahora, más relajado y con el estómago un poco aliviado, se dispuso a buscar finalmente el sueño
en el fondo más íntimo de su cama, para acortar el tiempo, claro, e intentar, con mucha dificultad y
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CAPITULO 5
En la plaza central se vivía un clima de tensión bastante importante. La policía rodeaba las
Astutamente ellos pudieron escaparse por una claraboya que los libraba a un campo abierto de
techos y tanques de agua. Se desplazaban felices con sus botines al hombro, aunque un poco
Al descender del último techo, sobre la calle paralela al banco, decidieron tomar rehenes para
escudarse en el caso de ser localizados. Y así lo hicieron cuando detuvieron a un auto que se
desplazaba por esa misma calle. En éste se hallaba una pareja de jóvenes; los mismos que se
Uno de los delincuentes tomó el mando del auto y los jóvenes fueron alojados y encañonados,
Ellos se observaban aterrados, amándose, no sabían qué sucedería con sus vidas y la
incertidumbre los destruía minuto a minuto. Sin embargo, en breve, se tranquilizaron, cuando el
“Es lo mínimo que se debe hacer con un rehén, tendría que estar incluido dentro de los derechos
humanos” –pensó la joven, mientras contaba los billetes. Pero luego recapacitó y se dijo: “ningún
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Avanzaron cinco cuadras o quinientos metros tirantes, y aún no se les había presentado ningún
inconveniente.
Los delincuentes pensaban en qué gastarían los cien mil dólares, hasta que el sonido ensordecedor
de un par de sirenas de patrulleros les hizo pensar que a lo mejor no podrían gastarlos. Avanzaron
nerviosos algunas cuadras más, y los patrulleros, desplazándose sobre la calle paralela, no podían
divisarlos. El líder tomó como resolución la idea de abandonar el auto, teniendo en cuenta la
Se bajaron del auto e irrumpieron en la casa más cercana. Era una gran puerta blanca, de una casa
vieja y bella, aunque muy despintada, la que recibió el balazo en la cerradura. Era la casa de Eloy,
que en ese momento se despabilaba, una vez más, en un nuevo día de su vida sostenida por un hilo.
Se desperezó por unos segundos mientras pensaba que tal vez aquel ruido no habría sido el del
portón de su vecina, y ahí fue cuando se topó con los cuatro ladrones y los jóvenes, y les dijo:
–Yo los conozco del bar, escuché algo de lo que hablaban. Y a ustedes –y los señaló– además los
–Muchas gracias, ¿pero, qué hacen por acá? ¿No habrán arrojado la calle dentro de mi casa?
–Por así llamarlo –respondió el líder–, de todas formas tenemos plata para usted.
–Guau –se expresó–, entonces seguramente la calle está atravesando mi casa. La soledad... se va a
–¡Guillermina! –especificó Eloy, con los bellos de su cuerpo erizados, producto de la estática del
amor.
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–Entonces que nos prepare un té –solicitó el líder.
–No esas cosas las hago yo –dijo Eloy–, ella no tiene extremidades.
Todos se miraron apenados. El líder, quebrado y al borde del llanto, le obsequió diez billetones
más. Eloy los recibió contento y pensó en sus vacaciones. Ellos se sentaron en los sillones del living
para relajarse y distenderse un poco. Eran las siete de la mañana y los ladrones habían decidido
dormir ahí y resolver luego cómo seguirían con el asunto. Dos de ellos utilizaron como cama los
Eloy, ahora, sólo esperaría; haría tiempo girando sobre su eje incoherente, se armaría de
Posteriormente se dirigió a la cocina a preparar tostadas y saludar a Guillermina con un beso como
suele hacerlo a diario. Prendió la luz, la saludó; prendió la hornalla, colocó la tostadora y futuras
tostadas.
Guillermina acerca de la plata que le habían abonado por aceptar que la calle entrase a la casa.
Luego de quince minutos de charla tendida como campanas de goma bajo el agua, tomó el diario
de siempre y, sin sus lentes para la lectura, leyó algo con fabulosos avances y síntesis de su periferia
desconocida, la realidad, el gran planeta demente. Luego se concentró para escuchar el ruido
lindero, pues sólo faltaban algunos minutos para que Zoe imprimiera sus huellas digitales sobre el
ventana con las celosías entreabiertas. Escuchaba inevitablemente el tic tac de su viejo despertador
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Tic tac por aquí, tic tac por allí, y ahora sí, el ruido destelló allá, en la intemperie, donde Zoe
Empujó la puerta con la cerradura violada, y no se sintió seguro ni decidido como se había sentido
la noche pasada en los acantilados, sin embargo, se acercó a ella, que se encontraba próxima a subir
–Hola, buenos días –respondió Zoe, contenta y sorprendida, y le preguntó si sabía algo acerca de
–Están haciendo una reforma en la calle –respondió él–, una extensión o... un callejón.
Zoe observó los alrededores, desérticos en máquinas mezcladoras y bolsas de cemento, y pensó
que a lo mejor le había hecho un chiste, de manera que se sonrió un poco mientras trataba de
descifrar la humorada.
–¿Vamos al bar de los acantilados? –la invitó Eloy, sacando fuerzas desde las entrañas de la tierra.
–Y, sí; a las ocho en el bar –indicó él, y ya se le empastaba algo en el cerebro– claro, la vista... qué
buen momento, los acantilados, ¿cuando sueño, mastico estrellas mientras duermo?
Ella miró hacía otro lado, por si acaso se le escapara una carcajada, y él continuó la plática:
–El horno es lindo para un nido, yo la vi descalza, sobrevolaba a un padre conocido; cuchillo,
cajón y vino.
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Ella lo observaba con ternura, advirtiendo su demencia prolija, ya que él se encontraba con su
–¡A las ocho! –le gritó ella, para sacarlo del trance.
Zoe sonrió y se marchó en su auto. Él entró a su casa contento sobre su calle entrante.
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CAPITULO 6
Dos años atrás, fue cuando Eloy sufrió una importante distorsión en su materia gris, producto de
su cabeza usurpada por los efectos del horror, y adquirió una nueva concepción de la vida. Fue un
día en el cual, aburrido y solitario, observaba su cómoda de cuatro cajones y sentía un impulso
desesperado, una atracción hacia ellos; una atracción escalofriante, pero inevitable, una atracción
Al abrir el primer cajón se sintió bastante incómodo y tomó unos chiches, que se hallaban
mezclados entre algunas medias, calzoncillos y cinturones, y lo cerró sintiendo una extraña
sensación por dentro. Luego, al abrir el segundo, encontró solo un muñequito acuoso, de cuando
era niño, que le humedeció un poco la memoria. Después abrió el tercero, y, al revolver, encontró de
todo: fotos tristes, postales de la mentira, cajas de profilácticos vacías, desodorantes acabados,
pañuelos descartables, caramelos petrificados, collares abandonados, llaves muertas y una cantidad
considerable de murmullos y pequeñas voces con olor a muerto. Posteriormente, una vez cerrado el
cajón, que le produjo náuseas y mareos, fue entonces cuando, en el cuarto cajón, halló,
simplemente, la locura.
Como la muerte, en cada esquina, aguarda. Debajo de las camas y en las duchas; en los autos, en
las rutas y en los campos. Donde sea que haya oxígeno. En invierno y en verano; en las cómodas,
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Cara de mujer dudosa, cara de la muerte enloquecida espera en las manos del creador. Entidad que
devuelve bruscamente. Los destapa mientras duermen con su ser inocente. Sacude sus cabezas,
revuelve sus sesos y acelera sus corazones, para que, consecuentemente, se despierten
sobresaltados, o sufran de jaquecas durante el día, o dejen de querer a alguien, o sientan una
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CAPITULO 7
Los delincuentes y los rehenes charlaban en el living. Se encontraban muy relajados y disfrutaban
“Es una calle llena de amigos” –pensó, y trató de recordar el horario en el cual se encontraría con
la vecina.
Eloy comenzó a limpiar su motocicleta. Una vez removida la arena con un plumero, la lustró
nuevamente y permaneció observándola por algunos minutos. Luego la acarreó hasta la acera, y la
encendió para emprender su paseo diario, sin advertir que, a unos metros de distancia, una señora lo
observaba con malicia. Se dirigiría al mar como solía hacerlo siempre por las mañanas. Antes se
demoraría unos minutos en el banco para cobrar un subsidio que le había otorgado el estado hacía
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cinco años, ya que en dicho país no estaban permitidos los psiquiátricos. Aparte del subsidio, las
personas con características similares a las de Eloy, recibían dos visitas semanales por parte de
profesionales adecuados para cada caso en específico; y en caso de soledad rotunda eran visitados
por trabajadores o trabajadoras de la noche, o asistentes sociales con libros de cuentos bajo el brazo.
Eloy había rechazado ese tipo de visitas por respeto a su mujer enlozada, el amor que no escapa, y
sólo había aceptado con desconfianza la visita de un psiquiatra, sin saber, por supuesto, de qué se
trataba.
La plata que cobró en el banco la regaló de inmediato, porque no la sentía imprescindible luego de
haber recibido tanto dinero por parte de los delincuentes o, según él, los constructores de la
Finalmente llegó a la costa. Dejó su motocicleta en el lugar de siempre y ahí no más se encontraba
Marvin cantándole una canción de su autoría a Julieta. Canción inspirada en lo que había dicho
Los acordes sonaban devastados y la melodía triste se desplazaba agazapada sobre la superficie
Oh nena
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intérname en tu corazón de sol;
Oh nena
Oh nena...
Oh nena...
Eloy se había sentado con ellos al lado del fogón, y ahora la canción culminaba lentamente, hasta
Julieta enternecida, enamorada y bella, lo abrazó para contenerlo, pero, sin embargo, Marvin ya
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–Las mujeres son del viento, –dijo Marvin–, claro, son de todos y en consecuencia, no son de
nadie. Esta mujer seguro que en cualquier momento se va, se vuela al carajo.
–Ya estás borracho –le dijo Julieta enojada, y se marchó en busca de su lancha.
–Y sí –dijo Eloy–, las mujeres y las lanchas y las garchas son del viento.
Pero Eloy no aceptó y se acercó a la orilla del mar. Antes de arribar a la misma, una ventisca
filosa lo atravesó. Cuchillo de viento de su pasado cruel. Pasado infernal, incomprensible y letal.
Pasado.
El pasado que vive en la conciencia de la gente, para remontarle una sonrisa, enternecerlo, o
Pasado.
Sombra áspera y dulce de lo vivido, que avanza y llora como un niño perdido en el laberinto del
olvido.
Pasado.
Individuo.
Ser humano.
Toda persona se halla enferma y, portadora de un pasado en la memoria que no duerme, avanza
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CAPITULO 8
Arrodillado sobre la orilla del mar, mojaba su cara y respiraba el aire puro, para lograr, a duras
penas, que en su cabeza no estallara una bomba. Marvin lo observaba a través de una llama
translúcida y comenzaba a temerle a la locura. Observaba a sus alrededores, alerta, como si pudiera
ser emboscado por la misma, y bebía de una nueva petaca, para incrementar el grosor de su escudo.
Cuatro personas se acercaron a calentarse al fogón. Marvin sintió un poco de miedo al principio,
pero luego se tranquilizó al divisar clemencia en aquellos ojos extraños. Eran los ladrones del
banco, quienes, en ese preciso instante, se encontraban abrazándose con Eloy, recién integrado al
fogón.
Los seis bebían champán contentos y respiraban una armonía amistosa, que les llenaba los
pulmones de dicha. El sol perforaba a una nube en seis agujeros idénticos, y ellos, bajo un paisaje
Así permanecieron, iluminados, durante algunos segundos, hasta que dos personas más se
integraron al grupo. Eran los jóvenes que habían sido tomados de rehén; y, entonces: abrazos y
Marvin aplicaba sus acordes más preciados y todos cantaban y reían para prevenir tumores con
pastillas de alegría. Eran un pequeño club, una bola compacta y terapéutica, donde Eloy se sentía
muy a gusto, pero sin dejar de lado en ningún momento la atracción por Zoe y, mucho menos, el
amor por Guillermina. Cada tanto giraba su cabeza para imaginarlas sobre el océano y volvía
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nuevamente a integrarse a la esfera terapéutica, que, por cierto, era mucho más efectiva que las
El líder le solicitó a uno de sus secuaces que trajera otra botella de champán del auto, y así
permanecieron en la esfera durante un par de horas. Luego se marcharon a sus respectivos hogares –
Eloy solos.
–¿Y dónde se encuentran? –preguntó, con un bostezo de por medio, y se desplomó para dormirse
–En los acantilados. Debe ser en el bar –y también se dejó caer en el suelo arenoso para descansar
un poco.
Descansaban arrullados por el canto suave de algunos pájaros, y el alcohol en sus venas generaba
la temperatura necesaria para que no sintieran frío. Sus sonrisas eran amplias y sus almohadas
vidriosas, pues habían utilizado como tal, las botellas de champán. Lucían devastados, sinceros y
frágiles. Parecían dos muñecos muertos en la porción más delicada de la torta del mundo.
Eran las cuatro de la tarde cuando se levantaron famélicos, con un pequeño fuego interno.
Y Eloy asintió que sí con la cabeza, entre tanto descubría que por la calle circulaba un vendedor
de sandwiches.
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Comieron demasiados sandwiches, a tal punto que sus panzas hinchadas parecían dar a luz un
escándalo.
No se podían mover de tan pesados que se sentían y de hacerlo era probable que sucediera lo
indeseable, así que reposaron media hora más, para luego sí, abandonar la playa sin ningún
percance.
Transcurridos los treinta minutos, Marvin regresó a su cabaña y Eloy emprendió el recorrido
Mientras recibía el viento helado en su cara y aceleraba y embriagaba a medida que el motor se lo
solicitaba, trataba de recordar el horario en el que se encontraría con Zoe y observaba cosas muy
peculiares en las cuales ningún ser se detiene a dedicarles su tiempo. Posaba sus ojos en buzones,
alcantarillas, baldosas, contenedores de basura y cordones entre otras cosas, y a veces posaba sus
ojos en algunos pájaros o palomas, para permanecer ciego por algunos segundos.
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CAPITULO 9
Llegó al bar de los acantilados y se alojó en el lugar que le había resultado más atractivo; eligió
una mesa ubicada al borde del abismo. Esperaría el tiempo necesario para que Zoe apareciera.
Mientras observaría el océano y vislumbraría algunos pájaros. La vista desde ahí era grandiosa y la
altura, más seductora que nunca, atraía peligrosamente a la gente, sensación de susurro sensual
Bebía jugo de naranja mientras disfrutaba del vuelo de una pareja de zorzales. Cuando estos
desaparecieron, se agachó para observar el estado de las patas de las mesas y las sillas del lugar. De
ese modo se demoró un rato, y luego mucho más, para estirar el tiempo, claro, y que todo sea más
llevadero.
Un viejo reloj, ubicado dentro del bar, marcaba el número ocho, y allí se acercaba Zoe, puntual,
radiante y rejuvenecida, aunque un poco nerviosa por los golpecitos mentales que le provocaban las
expectativas. Caminaba con cierta prestancia y una sensualidad totalmente remozada. El ruido de
sus tacos sobre la acera era agradable y la inocencia de su sonrisa era la que le quitaba los años de
encima.
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–¿Los zorzales son puntuales? –preguntó ella mientras tomaba asiento.
–Y claro, todos los pájaros son puntuales –afirmó con toda seguridad.
–Y... para sus tareas cotidianas –explicaba con seriedad–. Para buscar sus alimentos o ir de paseo
o construir sus nidos. Ellos tienen todo muy bien organizado y esquematizado.
Zoe escuchaba contenta y hacía fuerzas para que continuara así, sin desvariar al menos por un
rato.
–Y una vez vi a un pájaro borracho con ruleros que quería asesinar a otro con un utensilio... filoso.
“Uy ahí comenzó a delirar” –se dijo ella, y pidió una cerveza.
Silencio.
–Gracias, y vos también sos muy guapo –se expresó con timidez, como si fuera una adolescente.
Zoe, todavía erizada, pensaba cómo le diría a su marido que andaba con muchas ganas de
separarse.
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En el baño, Eloy, luego de desagotar su vejiga, golpeaba su frente con los azulejos, para quitarse a
Guillermina de la cabeza.
Y recién ahí, en ese mismo instante, Eloy comenzó a sentir un chorro de sangre que caía sobre su
rostro.
–Ah, claro, me golpeé con una lámpara –explicó, mientras insertaba un dedo en la fisura de su
Ella tomó un pañuelo de su cartera y lo asistió hasta que la herida coaguló lo suficiente como para
–Pero por suerte –continuaba él– estás vos para curarme, hermosa mujer.
–Y claro, dulce –deslizó ella de su boca pintarrajeada, mientras en su interior, latía un corazón
nuevo.
–Dulce de leche eres tú –le dijo con una lingüística un tanto española, ya que en algunas
Ella lo miró con dulzura y se tomaron de las manos. En el centro de la mesa había una pequeña
vela encendida, porque todo era romántico y la luna y la música del amor lo afirmaban.
No emitían palabra alguna, y lo único que se escuchaba era la música del amor en sus oídos. Sólo
se miraban fijamente a los ojos. Ella se veía reflejada en uno de sus ojos, y en el otro veía reflejadas
a sus hijas. Él también observaba su reflejo en uno de sus ojos, y en el otro recién brotaba la
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–Vamos a caminar –propuso Zoe inquieta, como toda mujer que no sabe realmente adonde quiere
llegar.
–Es una gran idea, y la idea es que vayamos a caminar –dijo Eloy, mientras hacía un ademán
llamando a la mesera.
Ella se rió del juego de palabras y pensó que en los momentos de coherencia, él era bastante
Llegó la mesera. Eloy pagó con un billete gigante, y la mesera se sorprendió, emocionándose,
Caminaban tomados de las manos, a Zoe ya no le importaba en absoluto qué diría la gente, y Eloy
–Porque tengo el dinero para lo que sea –explicó chistosamente, con un tono soberbio.
Y justo frente a ellos, a unos treinta metros de distancia, se acercaba su marido bastante enfadado.
Su marido comenzó a correr, y, como si hubiera recapacitado, se detuvo justo antes de golpearlo.
–No, está bien –dijo– vos no tenés nada que ver, sos tan sólo un loquito; pero... en cambio, ella…,
–Si, está bien, como quieras llamarlo –dijo Zoe, con voz fuerte–, pero mañana mismo empezamos
a tramitar el divorcio.
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Ellos se abrazaron, se besaron y, con locura o sin locura, sentían que el mundo se había encendido
para ambos.
–Esto es como un viaje –gritó Eloy desconcertado por el sabor de un beso concreto.
–¿Qué dijiste? –inquirió Zoe, con sospechas acerca de una conexión entre la madre y la locura.
–Sí, a veces, no sé; no estoy muy seguro, creo que se me escapan, es como si se me abriera la
–¿Garganta? –se entrometió un muchacho, que se desplazaba por allí vendiendo rosas con un
Enferma es la palabra
Enferma es la palabra que se mueve en tu garganta, y la voz del tiempo en la memoria de Dios se
contrae, temerosa, porque la vida se deforma y se expande entre tus garras, donde la belleza se
desplaza cómplice, seduce nuevas víctimas, les da brillo, las domina y las acomoda frente al
Enferma es la palabra en el papel que se incendia, y los niños juegan al bombero y las madres
lloran, porque no hay dominio en las mareas asesinas, y los soles duermen congelados y la dicha se
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derrumba y la magia es un espejo que destella dardos y la muerte no era muerte y la vida, una vez
más, se tuerce.
–Bueno yo se lo compro, sino quién se lo va a comprar, nadie va a regalar una flor con eso, no son
muy compatibles que digamos –dijo Zoe, y le compró la flor con el poema adjunto.
El poeta se marchó, Eloy recibió la flor que le obsequió Zoe, pero un fuerte viento remontó la rosa
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s
CAPITULO 11
Caminaron durante algunos minutos sobre la playa, y luego tuvieron que separarse, porque Zoe
debía regresar a cenar con sus hijas. Previamente habían acordado encontrarse, al otro día, en el
Por otra parte, los ladrones de bancos se hallaban inmiscuidos dentro de la mansión de un
narcotraficante dispuestos a saquearla. Y así lo hicieron, luego de haber amordazado a los custodios
del lugar.
Marvin compraba algunas drogas en el centro de la ciudad y hablaba por su teléfono celular
mintiéndole a Julieta.
–Sí, termino de cenar con mi abuela y nos vemos –le decía mientras guardaba unas pastillas en
sus bolsillos.
Apenas terminaron con la comunicación, Marvin zambulló una de las pastillas coloridas en su
garganta. Pobre, no sabía más que hacer para recordar la imagen difusa que había poseído de su
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Luego de despedirse del proveedor del asunto, se montó en su bicicleta y comenzó a desplazarse
En un determinado momento tuvo que detenerse, se sentía realmente extraño. Se encontraba cerca
del bar de los acantilados, así que decidió trasladarse ahí a pie, para tomar asiento y concentrarse en
Ni bien llegó, pidió, como pudo, una gaseosa y unas papas fritas, apoyó la bicicleta a su lado y
En cinco minutos la gaseosa y las papas fritas se hicieron presentes en la mesa, y él aún no se
sentía cerca de su madre. Consecuentemente arrojó otra de las pastillas dentro de su boca y bebió un
Y entonces se concentraba para que la imagen se formara completamente y lograra una nitidez un
tanto explícita. Cerraba y abría los ojos. Cada vez que los abría, la imagen cálida de su madre
difusa, se iba agrupando cada vez más en busca de una efigie más concreta. Pero, finalmente,
arrojaban encima.
“¡Fuera malditos! ¿Dónde está mi madre?” –gritaba, mientras esperaba bajo la mesa que los
dragones se retiraran.
–¿Y... usted, qué quiere?, usted..., no se parece a mi madre. –le dijo muy lentamente, mientras
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–No, quiero que busque a mi madre, está en el océano –respondió desesperado.
“Pobre muchacho” –pensó ella. Y se retiró a deliberar con el dueño del bar sobre el asunto.
ahora tenía el campo despejado para esperar la imagen de su madre. Sin embargo nada apareció
sobre las aguas. Ahí nomás, muy cerca de él, aparecieron algunos retazos de la imagen. Eran
algunos accesorios sostenidos en el aire por el vacío de su madre; era el tapado de cuero blanco, su
cartera estrafalaria y sus botas de color marfil. Ansioso, esperaba que se completara la figura, pero
sin suerte y, por el contrario, en esa misma ubicación, apareció Julieta disolviéndolo todo. Ella lo
saludó, y él, reparando en ella un rostro diabólico, se escapó exasperadamente. Tomó su bicicleta y
comenzó a pedalear de una manera atolondrada, mientras ella le gritaba y él se sentía acosado por el
diablo. Julieta se sentó preocupada en el bar a pensar cómo podía hacer para ayudarlo con su
Al otro día Marvin amaneció desconcertado, sin saber donde se encontraba, en un espacio oloroso
y reducido. Lentamente se asomó por la pequeña apertura, orientada hacia la luz del día, y se
encontró con un hermoso perro que lo miraba moviéndole la cola. Al levantarse y observar sus
–¿Y usted joven, qué hace acá? –le peguntó un señor, mientras lo apuntaba con un revolver.
–No, eh..., en fin, creo que amanecí aquí por error –explicó absurdamente.
–Pero usted seguramente es un drogadicto –dijo el hombre con voz fuerte, como si estuviera
dándole un escarmiento.
–Y, creo que sí –respondió, mientras acariciaba al perro, que le lamía el rostro
–Bueno, bueno, vaya nomás, usted es una lacra, pero valoro su sinceridad –y entró a la casa.
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Marvin saltó el pequeño cerco y tomó su bicicleta, que estaba arrojada en el cordón de la calle. Se
dispuso a pedalear como podía, ya que se encontraba bastante exhausto y el residuo de la droga
“Carajo –pensaba– esto es una agonía”, y sentía que en cualquier momento lo abordaría la locura.
“¡Por Dios, esto es insoportable! –gritaba, mientras un perro comenzaba a ladrarle. Era el mismo
labrador que le había lamido el rostro hacía algunos minutos en la casa desconocida.
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CAPITULO 12
Eloy despertaba más temprano de lo habitual y se dirigía con culpas a la cocina a preparar el
desayuno.
Saludó a Guillermina con un beso, y sintió que se encontraba más fría que nunca. Mientras
cortaba el pan para las tostadas, giraba cada tanto la cabeza, sobre su hombro izquierdo, para
observarla. Sentía un gran cargo de conciencia, de manera que cuando comenzó a platicarle lo hizo
Luego de arrojar unas cuantas palabras al aire, tomó el diario de siempre y, para variar un poco,
–Y claro que vamos a ir a la playa que siempre te gustó –interrumpió su lectura– tenemos la plata
“Ay sos muy generoso” –se expresó Guillermina, dentro de su cabeza alocada.
–Sos muy linda, me gusta tu boca, tu nariz.... ¿Si las narices del mundo crecen, Pinocho... podría
asesinarnos? ¿Y las bocas que beben vino, matan? ¡Ay sos tan hermosa!, me gusta tu calma, la
palidez de tu cuerpo...
Y continuó así, durante algunos minutos, hasta que el ruido cotidiano del portón de Zoe, lo
comunicó nuevamente con ella. Se alejó disimuladamente de la cocina y corrió para echarle un
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vistazo. Abrió una de las celosías, arrimó su rostro, nariz y boca estrujada, e inmediatamente recibió
amor al clavarle los ojos. Primero atinó a salir en busca de un abrazo, pero luego recordó que se
encontraría a las ocho en los acantilados, así que continuó observándola nomás. Zoe terminó de
acomodar algunas cosas en el baúl del auto y se marchó raudamente, pero su perfume permaneció,
meneándose en el aire, el tiempo necesario como para que Eloy se regocijara un poco más.
Mientras respiraba feliz, sin dejar de lado la presencia de Guillermina a quince metros de su
“¡Caramba, caramba! esto no está bien –se decía–, me gustan dos personas, creo que estoy
Estacionó la motocicleta en el lugar de siempre, y ahí nomás estaba Marvin dormido en el suelo
–¡Marvin, Marvin! acá estoy, ya llegué –intentó despertarlo, pero él, aún exhausto, no escuchaba
nada de nada.
Ahora sí Marvin abría los ojos para recibir las imágenes del mundo escalofriante, que había
absorbido a su madre.
Se saludaron y Marvin tomó rápidamente la guitarra. Acordes para el viento, viaje en busca de su
Tocaba con los ojos cerrados y las vibraciones de su guitarra lo elevaban impotente hacia el
espacio celeste.
Eloy lo escuchaba complacido y dibujaba, con una ramita sobre la arena, a Zoe y a Guillermina,
A unos metros de distancia, una señora coja de unos sesenta y siete años observaba detenidamente
a Eloy. No le quitaba la mirada de encima. Sus ojos no lucían normales y la locura borracha,
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insana, cruel y despiadada le revoloteaba sobre la cabellera enrulada. Era la madre de Eloy, prófuga
de la ley por haber asesinado con un arma blanca a su nuera Guillermina y a su marido.
aspecto vil disminuía notablemente sus expresiones maléficas. Eso le sucedía cada tanto, cuando la
bondad la tomaba por sorpresa, despojando momentáneamente el mal de su cuerpo. Hacía seis años
que había efectuado el asesinato, un año antes de que Eloy con su cabeza vapuleada abriera el
Otra vez se dispuso a observarlo y, a diferencia de antes, comenzó a mover sus pies. Se dirigía
–¡Hola hijo! –gritó cuando alcanzó una distancia de unos tres metros.
Permanecería sin habla durante todo el día. Dejó de lado la guitarra y se dirigió a su cama para que
Eloy ahora sí se dio vuelta para averiguar a qué se debía ese grito:
–Soy tu madre idiota –repetía Eloy, sin saber siquiera qué era una madre.
–¡Pero sos el espejo de mis palabras!, ¡estúpido! –gritó aún más fuerte.
–Para arrepentirse de sus hijos –respondió, y se marchó al advertir que un policía se acercaba
hacia ellos.
Eloy cerró los ojos y vislumbró algunas imágenes borrosas: cuchillo, dolor, vino y muerte.
Luego decidió mojar sus pies en el mar; la naturaleza le proporcionaba el afecto necesario para no
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Marvin soñaba la felicidad y se revolcaba en el océano de su cama, como si estuviera en la
placenta de su madre.
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CAPITULO 13
Eran las cinco de la tarde, Marvin aún dormía y Eloy se dedicaba nuevamente a escuchar las
conversaciones ajenas sentado muy prolijamente en el bar de los acantilados. El perro estaba a su
Cuando llegó la gaseosa solicitada, en vez de decir gracias, dijo de nada haciendo reír a la mesera,
Bebió muy lentamente la gaseosa entretanto aún prestaba atención a los diálogos, sonidos
fonéticos, que se desplazaban contentos, ida y vuelta, de una boca a la otra. La gente se encontraba
feliz, o al menos eso era lo que parecía, o al menos eso era lo que había podido hacer el alcohol con
ellos.
Una de esas personas sacó de su valija de pesca un cuchillo de plata antiguo para mostrárselo a su
amigo. Al verlo, Eloy fue víctima de un estado de euforia que desbarató el lugar. Volcó mesas y
sillas. Se rompieron botellas, vasos y otras piezas de la vajilla del bar. La gente huyó asustada sin
pagar la cuenta, y él, finalmente, todavía tembloroso, se volvió a sentar. El dueño del bar recién
llegaba y se enteraba de lo sucedido por medio de las meseras. Se acercó a Eloy, se sentó, lo saludó
El dueño del bar se levantó un poco enojado y comenzó a ordenar el desastre con las meseras.
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Una hora después el viejo reloj, dentro del bar, señaló, con su aguja más pequeña, el número ocho,
Se sentó, se besaron dulcemente y latían enamorados bajo la luz de la luna recién asomada en el
horizonte empapado.
Y así lo hicieron, abordaron y se lanzaron sobre las mareas saladas. Fumaban un habano y
observaban la luna, el humo adornaba el entorno, donde ambos colgaban sus temores y pensaban
sin cabeza.
Un hermoso delfín emergió del agua frente a ellos y volvió a sumergirse salpicándolos.
Y se tomaron de las manos, porque era todo romántico y, todo, no era más que un momento
agradable.
Distraídos por el efecto del amor, perdieron un remo y se alejaron demasiado de la costa, así que
sólo les restó suplicar que los devuelva la marea en la madrugada. Ella estaba muy asustada y él
estaba loco loco de contento. Cantaba, gritaba y bailaba al compás de un ritmo imaginario. Después,
cuando acabaron las petacas de whisky, que habían provisto para el paseo, ella se sintió más
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relajada y comenzó a bailar abrazada a él. El mar, afortunadamente, se encontraba sereno, y ellos,
Más tarde se quedaron dormidos abrazados, tapados con una loneta que había en el bote. La
verdad es que hacía demasiado frío, pero, con la temperatura corporal y la buena voluntad y
paciencia, que se sostienen en un comienzo afectivo, pudieron sobrellevar la noche de una manera
bastante admisible.
Amanecía, la loneta se había volado y sus cuerpos comenzaban a calentarse muy levemente con la
salida del sol. Estaban muy cerca de la costa, así que con la ayuda del remo restante llegarían
rápidamente.
Una vez encallados sobre la arena, ella ofreció unas galletas que tenía en su cartera, y él aportó
una petaca de licor de café, recién salida de uno de los numerosos bolsillos de su campera de
alpinista.
Al culminar con el desayuno ambos regresaron a sus casas. Previamente Zoe le había
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CAPITULO 14
Eloy y Zoe seguían juntos, felices y enamorados, pero aún no había sucedido nada con respecto al
sexo, porque Zoe necesitaba su tiempo y él casi no recordaba cómo se realizaba un coito. Y
Marvin… Marvin había seguido actuando como de costumbre, alcohol y drogas, para encontrarse,
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CAPITUILO 15
AL MES SIGUIENTE
Llegó la primavera. Por cierto, con un calorcito ausente debido a la ubicación geográfica del
lugar.
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CAPITULO 16
Y AHORA
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CAPITULO 17
La mañana ya había quedado atrás y el medio día se había hecho presente una vez más. Zoe
almorzaba con sus hijas muy entristecidas, mientras que su marido en la fábrica trabajaba
malhumorado y desperdiciaba su hora del almuerzo en nada. Eloy comía pastas con Guillermina. El
sabor de la salsa, como espolvoreado con restos de culpa y cargo de conciencia, se tornaba agrio en
su garganta. Los ladrones, luego de haber donado una suma importante de dinero a varios
comedores para carenciados, comían algunas hamburguesas caseras, que le habían comprado a un
vendedor ambulante. Los jóvenes enamorados hacían el amor en el auto. Y Marvin y Julieta,
tomados de las manos, se dirigían a almorzar a la casa de ella. Caminata previa sobre la costa.
Abordaje en lancha celeste, crujido de motor. Traslado, besos y caricias. Muelle, amarra, cabeza de
Marvin en problemas, cincuenta y tantos pasos sobre un morro, y llegaron. La casa era muy bonita,
amplia y cómoda, y la vista panorámica, desde sus balcones con ventanales enormes, era realmente
fabulosa.
La madre fue la que respondió al sonido de la campana utilizada como llamador o timbre.
–Hola chicos –saludó ella muy amablemente, como lo exigía a diario su personalidad.
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–Apagá el cigarrillo –le sugirió Julieta, pero él no hizo caso, de tal forma que al ingresar a la
La madre introducía en el horno un par de pizzas, el padre retomaba su lectura y Marvin le tocaba
–Sí, sí, porqué no –respondió él, sediento de algo insano, haciéndose el desinteresado.
Julieta le sirvió un poco, y él la miró fijamente a los ojos para que le sirviera más. Ella le sirvió un
poco más, él tomó el vaso de vino tinto y permaneció algunos segundos fascinado observando su
color. Su cabeza comenzaba a funcionar muy mal y todo parecía virar hacia el campo de la locura.
–Mi madre bordó –decía sin pestañar–, qué lindas son las madres de vino. El vino, vino y no viene
nunca –y se rió solo de su chiste– esas cosas dice Eloy, me le estoy pareciendo.
Y Marvin bebió de un trago el vino restante y respondió mintiendo, porque en ese caso no se
había drogado:
Julieta se rió para simular que había sido un chiste, y él también se rió; vaya a saber uno de qué.
Luego, por fin, la situación se tornó más normal y comieron en paz. Marvin bebía vino
sobre la mesa. Prontamente salió de la casa para continuar con los vómitos. Ellos permanecieron
marihuana.
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La madre regresó y le sugirió a Julieta que cambiara de novio. Ella salió en su búsqueda y lo
sorprendió arrojando algunas palabras a nadie. Se acercó, lo acarició y le dijo, con tristeza y
lástima:
Julieta regresó a la casa y se comunicó con el centro de asistencia psiquiátrica para solicitar
ayuda.
Ahora Marvin regresaba a su cabaña a pie, recordaba perfectamente el camino. Sólo eso
recordaba, su cabaña y los diferentes caminos que había utilizado siempre de regreso a la misma.
Caminaba, cantaba y gritaba. Algunas personas que lo conocían lo saludaban, pero él, transitaba
Ni bien llegó a la cabaña tomó la guitarra y, con sus viejas canciones en estado de amnesia,
Más tarde llegó Eloy y, aunque Marvin no recordaba que era su amigo, pasaron una tarde
La noche lucía hermosa, con un cielo despejado, la luna llena y las estrellas que brillaban
Al llegar al bar de los acantilados Marvin comenzó a caer parcialmente en la realidad y se sintió
muy dolido al recordar a su madre desaparecida. Luego de vacilar entre el amarillo y el rojo,
eligieron por fin la mesa amarilla; no bien se sentaron, el dueño del bar se acercó y le suplicó a Eloy
Los jugadores del revoleo comenzaban a arrojar sus atuendos y ellos observaban, como de
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–Y, la relación con..., con Zoe, ¿va bien? –preguntó Marvin.
–¡Increíblemente bien! –exclamó él, cautivado–, pero creo que Guillermina está sospechando. Es
–No sé qué hacer –se manifestó preocupado Eloy–, algún día voy a tener que optar por una,
supongo.
–Y, sí, no sé, en fin... –titubeó y manifestó–: tengo ganas de ir al autocine con Zoe.
–Pero ella tiene uno muy simpático, amigable, ¿y las autopistas, viven de los autos?, o ¿los autos
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SSSSSSSSSSSSS
CAPITULO 18
La mesa amarilla se encontraba vacía. Marvin había ido en busca de alguna droga y Eloy en busca
A cincuenta metros aproximadamente había una cabina telefónica y Eloy se encontraba a punto de
oprimir los números correspondientes, que tenía anotados en el papelito proporcionado por ella.
Oprimió, oprimió, oprimió, oprimió, oprimió, oprimió y oprimió, e inmediatamente ella atendió:
Y establecieron el horario y punto de encuentro. Zoe iría a buscarlo en una hora, al bar de los
acantilados.
Eloy tomaba asiento nuevamente en una de las mesas del bar y pensaba qué podría pedir para
beber.
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La radio se encontraba prendida y en ese instante se escuchaba la publicidad actualmente más
Verve
Verve era una marca nueva en cervezas, lanzada recientemente al mercado con un recurso
económico bastante importante, de manera que su difusión era realmente caudalosa, tanto en las
–La cerveza perfecta, claro –dijo la mesera, cumpliendo con una de las pautas del contrato de
“Ver, verv, ver ve” –trataba de pronunciar Eloy, mientras aguardaba que llegara la Verve.
Y la Verve llegó y él sorbió de lo dorado y su cabeza se colmó de verbos y espuma y más chatarra,
Y espuma blanca y líquido dorado en su garganta. Bebió la cantidad de cervezas necesarias como
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Dormía, con su rostro sobre su brazo apoyado en la mesa, cuando el ruido de un bocinazo lo
despertó de un sobresalto. Era Zoe sobre su auto blanco, quien había llegado media hora antes.
Lucía bella y joven. Se había arreglado como solía hacerlo habitualmente, destruyendo el paso del
tiempo con maquillaje y audacia a la hora de seleccionar la ropa. Eloy pagó y se acercó hacia el
auto blanco, donde Zoe resaltaba maravillosamente con un vestido colorado y escotado, aglutinado
al cuerpo.
Eloy, un tanto desinhibido, a causa del efecto del alcohol, le acariciaba suavemente, con su mano
izquierda, una de sus piernas. Ella se encontraba muy a gusto y cuando Eloy movió su mano unos
centímetros más hacia arriba, su entrepierna comenzó a tiritar en silencio y su rostro se tornó tan
colorado como el vestido. Nerviosa prendió la radio como para que la música armonizara la
situación embarazosa. Y así fue, el sonido los envolvió de tal manera, que decidieron parar el auto,
Lo estacionaron sobre el acantilado, muy cerca del abismo. Desde ahí podían observar
Música melódica envolvía sus cuerpos, ahora desnudos y fogosos, como el origen del hombre y el
descubrimiento del fuego. Se acariciaban cada parte del cuerpo para explorar geográficamente el
territorio físico del amor; allá, enfrente, tan cerca como impredecible, y tan impredecible como
esquizoide. Y hubo besos y penetraciones carnales. Gemidos y llantos escondidos, porque Zoe
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CAPITULO 19
Ahora, más relajados y livianos, como suspendidos en el aire, se encontraban en el autocine, por
todos debían escribir su propia historia. Luego un jurado seleccionaba las historias ganadoras, y los
beneficiados recibían una credencial para ingresar sin cargo, durante un año, al cine del centro.
Mientras los participantes componían sus historias, en la pantalla se proyectaban imágenes varias,
para colaborar, en cierta forma, con la inspiración divina. Cuarenta y cinco minutos era el tiempo
con algunos otros autos de por medio, se encontraba el líder de la banda de ladrones, con su mujer.
Eloy saludó contento a los jóvenes enamorados, mientras uno de los anfitriones del lugar
culminaba con el reparto de hojas y biromes y se hacía la hora de empezar con la escritura.
“Buenas noches, señoras y señores –daba la bienvenida el gerente del lugar y anunciaba el
comienzo–, ha llegado el momento de darle acción a esas páginas –y tiró un tiro al aire, señalando
la largada”.
Y todos comenzaron la carrera contra el tiempo, para finalizar la historia antes de los cuarenta y
cinco minutos.
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Habían transcurrido unos veinte minutos, Zoe escribía algo parecido a lo que le había sucedido
actualmente en su vida, pero aún no había podido designarle el nombre a la historia o cuento. Eloy,
por el contrario, sólo había podido confeccionar el título y no tenía la menor idea de cómo encarar
el cuento. Sobre su hoja se leía: “El asfalto es un desperdicio ético”. El líder de la banda de
ladrones aún no había comenzado. Y el joven enamorado, que era el único aficionado a la literatura,
escribía un cuento basado en la forma de vida de su tío, titulado con el nombre del mismo.
Una vez terminado el concurso, el jurado obtuvo el resultado treinta minutos después, tiempo más
que suficiente para leer tan pocas historias y con un flujo de texto bastante escaso.
El ganador, por unanimidad, fue el joven enamorado; entonces, la obra que se proyectaría al otro
día sería:
Roberto
La casa era muy vieja. Además estaba muy abandonada y desordenada. Revoques venidos abajo,
También había mascotas que se habían suicidado y duendes y fantasmas que no regresarían
jamás.
Nadie sospechaba de la forma y condición que vivía Roberto, porque él salía a la calle peinadito,
bien vestido y perfumado. El caos era de la puerta para adentro. La vereda la mantenía brillante y
Las viejas del barrio, que no tenían nada que hacer, mataban el tiempo hablando orgullosas de lo
Él compraba y vendía autos antiguos. Los traía de la zona más carenciada del país. Acechaba
por las zonas famélicas y cuando escuchaba que alguien gritaba “¡hambre!” se presentaba de
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inmediato con unos pocos billetes lustrosos que les hacía brillar los ojos a las personas que
desechaban sus autos como si nunca hubieran sentido afecto por ellos.
Algunos, a modo de agradecimiento, le regalaban sus viejas máquinas de coser y algún que otro
Roberto, que no pensaba coser en su vida, se llevaba las máquinas y se las vendía a las viejas del
barrio. Las estafaba de una manera que presenciar ese acto de sátrapas, provocaba náuseas.
Una vez vendió un auto que en realidad no lo había vendido, porque no lo había comprado y en
Pasaron algunos años más de abandono absoluto y la casa ya no tenía techo. Todo era regalo del
cielo: lluvia, viento, sol y balas perdidas que parecían niños desaparecidos.
Desde su casa colmada por los escombros del techo, él era el dueño de los vuelos de los pájaros.
Y por las noches, amigo de la luna, bebía sus cervezas y se tapaba con un manto de estrellas
emocionantes. Era el placer, el placer de dormir mirando al infinito sabiendo que alguien o algo lo
estaba mirando.
La plata que ganaba a costa del eco del estómago de la gente, la gastaba en lavadero y comida a
domicilio, con sus inevitables cervezas. Para él, beber antes de irse a dormir era como si alguien le
barrido y limpieza, porque él guardaba la basura en su casa, la luz de las calles lo encandilaban y
con respecto a las plazas, siempre decía que se la podían meter en el orto.
Su luz era la realidad del día y la noche. Su teléfono, el del locutorio de la esquina, que se
sostenía gracias a unos cuantos Robertos y algún que otro Sebastián. Y a la casa, compuesta de
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Él se bañaba con la lengua y ya casi era un hombre gato, pero cuando salía a la calle seguía
engañando a la gente con su impecable presencia y su cultura que salía desaforada por la boca.
moribundo en la cima de los escombros, con una cerveza y un puñado de estrellas que irían
hospital más cercano. Abriendo uno de sus ojos cansados él podía observar el caos desde un punto
Estuvo meses en terapia intensiva, y luego permaneció internado años, hasta que el hospital
Un día que amaneció en perfectas condiciones, abandonó el hospital echando de menos el caos
compañero, para regresar a su casa y reencontrarse con sus desperdicios y cachivaches más
preciados.
Tenía un soldadito antiguo de chapa que era maravilloso y además ocultaba detrás de su mirada
Tiempo después, Roberto se enamoró de una mujer hermosa y prolija, que seguramente ocultaría
Una tarde calurosa con leve tránsito de aire, él pudo conocer la casa de ella que era como la
Otra tarde pero con mucho tránsito de calentura por el aire, ella pudo conocer la casa de él, y al
ver semejante belleza caótica no le quedó más remedio que decirle que lo amaba haciéndole el
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Pronto Roberto cumpliría años y su novia lo sorprendería con su regalo soñado que le
amada sentado en una pila de hormigón armado que él mismo había pintado de colores para darle
Mano izquierda, soldadito de chapa con mirada triste; mano derecha, lata de cerveza alegre, y
entre ese evento de objetos y manos y líquidos y tristezas ocultas llegaron las manos de ella con el
Era algo que él siempre había soñado mientras observaba por las noches el cielo filosófico de las
mareas desconocidas.
¿Y qué era, y qué sería, y como sería? ¿Sería un regalo obsoleto o un regalo mágico?
¿Un llavero, un sueño, un poder, o una visión? O todo eso junto, revuelto y compacto, con el
Abrió por fin el regalo, que a juzgar por su olor, era bastante mágico, y se sonrió y se erizó de
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CAPITULO 20
Eloy y Zoe abandonaron el autocine y se dirigieron a un bar ubicado en la playa, donde se podía
Una vez que estacionaron el auto, bajaron por una de las escaleras extensas que conducen a la
playa y, antes de acercarse al bar, se abrazaron y besaron durante algunos minutos. Eloy, sin restarle
puntos al amor que sentía por Zoe, pensaba en Guillermina, y ella, efectuando sus besos y caricias a
modo de despedida, no se animaba a expresarle que deseaba restablecer la relación con su marido.
Finalmente se integraron al bullicio del bar y, sentados junto a la barra, sobre unos bancos de
madera, solicitaron unos tragos batidos. En el centro del recinto había una pequeña pista de baile
con algunas personas meneándose o sacudiéndose al ritmo de la música. Vistos desde un punto de
vista cruel, parecían estar divirtiéndose como idiotas, de algo vacío y sin forma, sin motivo, ni fin.
Pero vistos desde un ángulo mucho más profundo, parecían estar agitando el tiempo para proyectar
Sentado al lado de ellos estaba, casualmente, con una cerveza en la mano, y bien vestido, bien
Luego de terminar su trago, Eloy, se dirigió al baño y Roberto aprovechó el momento para
intentar seducir a Zoe. Se acercó y se expresó de una manera seductora, pero ella lo ignoró
totalmente, así que se sintió forzado a retirarse humillado del lugar. Caminó apresurado y después
comenzó a correr por la playa. Mientras corría levantaba de tanto en tanto su cabeza y le echaba una
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mirada al cosmos, espacio extraordinario por el cual siempre había sentido una enorme atracción.
Luego se encontró con una de las escaleras, y la subió velozmente, para reencontrase con su
El último escalón lo agotó por completo. Descansó un poco, se prolijó el cabello, acomodó su
remera dentro del pantalón, y ahora sí, se encontró con su soldadito. Lo tomó suavemente, lo apoyó
Al llegar a su casa encargó unas cervezas por teléfono, mientras se le presentaban en su cabeza
algunos recuerdos recurrentes, situaciones desagradables y traumáticas vividas con su última novia.
Las cervezas se tardaban demasiado, así que para entretenerse, mientras tanto, ordenaba y
revisaba una serie de cajas colmadas de chucherías, que tenía olvidadas en un cuartito ubicado en el
fondo de la casa.
Abrió una caja, la revolvió, y la cerró. Luego revolvió otra y la acomodó encima de la anterior; y,
posteriormente, cuando abrió la siguiente, mientras repetía una palabra varias veces, ahí fue cuando
lo tomó por sorpresa una sensación desconocida, un manoseo incomprensible, que le bloqueaba la
mente extirpándole la identidad; porque ahí fue cuando lo tomó por sorpresa la locura y nunca más
El muchacho de la roticería, cansado de tocar timbre y golpear la puerta, se retiró enfadado con la
motocicleta. Al llegar a la esquina bebió las cervezas, y, luego, un par de cuadras más adelante,
chocó de frente con un auto convirtiéndose en polvo de la muerte o energía para seres inteligentes.
Roberto, nuevo en el mundo, sin saber a qué se debía su existencia y sin saber qué hacer, comenzó
a martillar una de las paredes limítrofes de la casa. Martilló y martilló durante algunos minutos,
hasta que el hoyo fue lo suficientemente grande como para que se cruzara cómodamente hacia el
otro lado. Una vez que ingresó a la casa vecina, la recorrió observando todo lo que para él era
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D
CAPITULO 21
Eloy y Zoe habían regresado a sus respectivos hogares y ella aún no se había animado a
manifestarle su deseo.
Eloy se encontraba en el baño cepillándose los dientes. Luego se dirigiría a la cocina a saludar a
Guillermina.
–Ajá –dijo furioso, pero Guillermina no se expresó dentro de su cabeza, y Roberto solo repetía
“Bueno –pensó–, ahora no me siento en falta”, y se sirvió un vaso con agua. Roberto se levantó,
Cuando Eloy fue a su cuarto, no le gustó demasiado que hayan construido un túnel ahí, pero de
todas formas intentó dormirse. Intentó e intentó, pero le resultaba imposible poder conciliar el
sueño.
atravesó el túnel sobre los escombros del mismo, mezclados con los escombros habituales de la casa
de Roberto. Primero se asustó un poco al percibir que se hallaba en un territorio bélico, pero luego
se tranquilizó ante tanta serenidad y la magnitud del despliegue cosmológico sobre su cabeza. Se
sentó en el escombro más plano que pudo encontrar y observó atontado, por algunos segundos, una
hermosa lluvia de cometas. La cerveza lo adormecía por dentro y la luz resplandeciente de los
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astros le regalaron un sueño. Y si soñaba, era porque finalmente se encontraba durmiendo. Roncaba,
Media hora después Eloy se levantó de un sobresalto y se dirigió al baño de su casa. Aburrido y
sin sueño, luego de hacer algunas de las cosas que se suelen hacer en los baños, comenzó a hacer
algo que no se suele hacer en los baños. Y así lo hizo por algún tiempo hasta que decidió llamar a
Zoe. Eran las cinco de la madrugada cuando Zoe y sus hijas se despertaron preocupadas ante la
–Hola, estaba pensando –respondió él–, pensaba en... –y olvidó lo que estaba pensando.
Zoe le cortó bruscamente, algo enfadada. Él insistió otra vez, pero ella había apagado su teléfono.
Eloy ya se encontraba en la cocina, saludó una vez más a Guillermina, tomó otra cerveza Verve, y
se dirigió al living a escuchar música. Solía escuchar música clásica, pero, en ese momento, prefirió
prender la radio y recibir el estilo musical que le deparase la suerte. Oprimió el botón
correspondiente mientras sorbía de su cerveza, y una de las tantas publicidades de Verve invadía
Cerveza Verve,
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Y finalmente comenzó a brotar una música suave, de un estilo musical indescifrable que lo
transportaba y lo elevaba. Se sentía cerca de Dios, dentro de una burbuja de cerveza. Se sentía
canción y flujo divino. Era una idea embriagada, que viajaba en la nave de su mente alocada y los
ojos del universo la observaban. Era él, su demencia y su pasado vapuleado, un tour ilimitado.
Ahora dormía llanamente, sin viaje, sin sueños, sobre el sillón del living. Sólo reposaba intacto, al
igual que Roberto, al lado del soldadito extraño, bajo el techo de cielo y luz de los astros. En ese
momento comenzó a nevar. Un gato gris atravesó el jardín trasero de Roberto y siguió su camino
por los techos y otros de los tantos jardines del barrio, para refugiarse en su hogar.
Cuando llegó a la calle transversal una señora le dio de comer carne picada envenenada. Era una
vecina malvada y despiadada, que asesinaba perros durante el día y gatos por la noche. Su nombre
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D
CAPITULO 22
La luz de un nuevo día irrumpía en la ventana del cuarto de Eloy y atravesaba sus párpados
despertándolo de una manera muy poco cortés. Malhumorado, se sentó al borde de la cama, volteó
la cabeza, y observó con desgano a la mujer acostada prolijamente a su lado. Ella era su novia de
Mientras cepillaba sus dientes imaginó un amor perfecto que lo asustó un poco. Y luego, más
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F
CAPITULO 23
la locura astuta, ni la frigidez de los átomos, porque ayer no hiciste nada y hoy... nada más existe.
70
D
CAPITULO 24
Amanecía y la luz del sol se filtraba por una de las celosías abiertas e iluminaba la lata de cerveza
vacía, apoyada sobre el pecho de Eloy. El rebote del sol sobre la lata se disparaba por toda la casa
“¡Qué frío!” –se decía Eloy, encandilado, mientras se acercaba a la estufa. Calentó sus manos y se
dirigió a saludar a Guillermina. Al llegar a la cocina se encontró de nuevo con Roberto sentado
frente a ella.
–Ajá, otra vez –dijo furioso. Pero de inmediato se tranquilizó cuando Guillermina se manifestó
Ahora sonaba el timbre de la casa. Era el psiquiatra cumpliendo con una de sus visitas semanales.
Eloy se acercó y espió por la cerradura. Primero vaciló un poco, pero finalmente se dispuso a abrir
la puerta.
–Hola, pero usted no es mi padre –le dijo él una vez más, ya que siempre lo recibía de la misma
manera.
–No, ya te dije que no soy tu padre, soy... –y pensó por algunos segundos para explicárselo de otra
–En fin, no sé que dice, pero adelante... esta calle es de todos –y dejó la puerta abierta.
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Roberto había regresado a su casa y ellos se encontraban en ese momento en la cocina. El
psiquiatra, luego de preguntarle si había consumido alcohol en las últimas horas, diluyó un par de
seducido por el colorido estrambótico de la infusión y comenzó a leer el diario. El psiquiatra le hizo
algunas preguntas, mientras anotaba en su cuaderno cada palabra y pensaba y pensaba, exhausto, en
abandonar su profesión. Es que Eloy, a pesar de que había mejorado en los últimos treinta días, lo
agotaba desmesuradamente.
Cuando culminó con el cuestionario bebió un poco de agua, respiró profundo y, sin saludar,
Luego se hizo más tarde. Y después, mucho más tarde, estalló la noche festiva en el mundo,
porque era fin de año y había que festejar una vez más la cercanía al... fin. Eran las doce de la
noche, los corchos de champán rebotaban peligrosamente en los cielos rasos y la gente brindaba
apresurada para emborracharse y olvidar algunos deseos muertos durante el curso del año. Zoe se
encontraba con sus hijas, sus padres y la familia de su hermana. Y Eloy con Roberto, Guillermina y
Marvin en la casa sin techo donde el soldadito de chapa vibraba ante el incesante estruendo de la
pirotecnia. Ellos bebían cerveza Verve y comían sandwiches de miga y todo parecía así, muy
improvisado, porque el año nuevo les había caído sorpresivamente. Estaban sentados en círculo
sobre el suelo tapizado de escombros. Observaban el show de los fuegos de artificio en el cielo y
charlaban con seguridad y firmeza, como si la realidad consagrada fluyera armoniosamente desde
Finalmente se manifestó. Imposible fue que alguno lo escuchara, así que procedió a golpear
fuertemente la puerta. El sonido de los golpes parecía ocultarse detrás de los estruendos festivos, y
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El hombre abandonó la casa de Roberto y se dirigió a la casa de al lado. No bien tocó el llamador
de la puerta, ésta se abrió crujiendo inútilmente, y él entró en busca de su primer cliente de la noche.
–¡Hola! ¿Hay alguien? Soy el vendedor de Biblias –se presentaba ansioso ante la expectativa de
Recorrió un poco la casa hasta llegar al cuarto de Eloy. Observó el gran agujero en la pared y,
–Hola soy el vendedor de Biblias –dijo, inmediatamente, ni bien advirtió que se hallaba, por fin,
–Hola –le devolvió el saludo Roberto, quién había dejado, al menos por un instante, de repetir la
misma palabra.
–¿Pero..., hoy no es fin de año? No sé, creo que sí, creo que así me dijeron –dijo Roberto, y
–Porque la Biblia la escribió Dios antes de matarse, y… después… de haber matado a Cristo –dijo
–¿Y ese calefón?, es muy bonito, ¿quién lo desechó? –preguntó el vendedor, con su dedo índice
apuntando a Guillermina.
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–Lo trajo él –reveló Roberto y señaló en diferido a Eloy–, no sé, a lo mejor debe creer que esto es
Eloy, observando anonadado una lluvia de cometas fabricada por el hombre, no había escuchado
–Y bueno, en fin, ¿me van a comprar alguna Biblia? –preguntó el vendedor ávido.
–Y Dios es sólo una palabra que reemplaza a otra palabra –adicionó Eloy eficazmente, pero
comenzó enseguida con sus desvaríos–: la palabra, el amor y el tostador eléctrico. Creo que Zoe es
A lo mejor es una verdadera desgracia, el verdadero diseñador del fin –su rostro se tornó algo
desorbitado y encendió una Biblia con un fósforo, como si fuera un elemento pirotécnico, y luego,
Roberto agregó algunas maderas y así obtuvieron un agradable fogón para calentarse las manos.
Ya se habían agotado las cervezas en latas de medio litro y ahora corría en forma circular, de
mano en mano, sobre la ronda, una de vidrio en su nueva presentación de litro y medio.
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–Sí, sí, bravo, bravísimo, vamos, pero espérenme que ya regreso –dijo Eloy, y comenzó a arrastrar
Ellos observaron las últimas luces que desaparecían en el cielo y destaparon una nueva Verve.
“Chan” –sonó, sereno y bello, el primer acorde de una canción improvisada por Marvin. El
vendedor y Roberto sorprendidos se dispusieron a escuchar con atención aquel sonido que les
masajeaba el alma. Se sentían relajados y, totalmente embriagados, se elevaban más allá de su ser,
lD
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DD
CAPITULO 25
Zoe se levantó para asistir al llamado del timbre. Como ya sabía que sería su marido, se acomodó
–Hola –saludó él, sin entusiasmo, e inmediatamente le pidió que le manifestara a las chicas su
presencia.
En su auto, estacionado justo frente a la casa, se divisaba, a través de los vidrios empañados, el
–Ya las llamo –respondió ella, con un enojo oculto y la sonrisa fingida, luego de haber
Y entró sonriente a buscar a sus hijas. Se encontraba furiosa y sentía más atracción que nunca por
su marido, quien, por cierto, en ese momento, vestía muy elegantemente, auque nunca dejaba de
Las chicas estaban en el quincho. Música fuerte, alcohol y amigos. Estaban a punto de perder la
inocencia, cuando las interrumpió Zoe, quién se sintió obligada a fingir que no había visto nada.
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–Y... es fin de año pá –contestó Romina.
Y Micaela intentó obstruir su boca con la mano para evitar un vómito, pero no pudo lograrlo.
–¡Qué desastre! –exclamó el padre. Y les sugirió que se vayan a dormir. Y así lo hicieron una vez
El padre permaneció unos minutos en el auto. Platicaba con su acompañante, mientras Zoe los
“Es una rubia teñida –se decía, queriéndose convencer de que aquella mujer no era joven ni linda–
y esos aros en las cejas, y ese tatuaje en el cuello; quiere hacerse la jovencita, que vergüenza”. Y
atendió el teléfono que sonaba hacía algunos segundos. Era Eloy que llamaba para saludarla. Ella lo
atendió con buena voluntad y muy amablemente, porque a pesar de no desearlo más estaba
–Sí, mañana nos vemos –dijo ella–, hoy estoy cansada, y además debo controlar a mis hijas que
están borrachas.
–Bueno, mañana, mañana, es una buena idea, ¿es una buena idea? Sí, creo que sí, claro –y cortó
teléfono público cruzaron hacia la plaza principal del barrio. La misma estaba colmada de árboles,
plantas, juegos para niños y carteles de publicidad, entre los cuales se destacaba de sobremanera
uno de cerveza Verve, cuyo eslogan, a diferencia de los otros, estaba impreso con pintura
fluorescente:
Verve
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La ficción en tu mente
y un nuevo año
sonriente.
Todos, montados sobre un carrusel pequeño, giraban lentamente. El vendedor de Biblias cantaba
una canción de cuna. Roberto observaba el cielo repitiendo la palabra incansable. Marvin, con los
ojos cerrados y enceguecido por la locura, platicaba con su madre. Y Eloy, con su pensamiento
bifurcado, recordaba, al unísono, momentos movedizos vividos con Zoe, y otros más tranquilos
vividos con Guillermina. Al girar el carrusel, producía un leve viento que arremolinaba algunas
hojas secas; secas y quebradizas, como la vida sin sustento, que se apaga cada día en el cuarto
oscuro de las preguntas borrosas, porque nadie sabe con certeza cual es el motivo de estar vivo.
Nadie sabe y todos buscan, inconscientemente, al amor auténtico que se aleja, paso a paso, sobre la
marea estelar que los zarandea como a dementes compuestos de incertidumbre venenosa, pintoresca
y bella.
Marvin abandonó el carrusel y ejecutó algunos pasos; encendió un cigarrillo y observó la brasa a
través de sus párpados cerrados. La brasa le pareció demasiado grande y, cuando abrió los ojos, se
encontró con su madre. Primero gritó su nombre, y luego la abrazó desesperadamente. Sentía que su
sentía un ser más fuerte y proclive a conquistar el mundo con notas musicales.
Y así siguió abrazándola, hasta que notó, al tacto, con su mano derecha, algo duro a mitad de su
espalda. Siguió con sus dedos el recorrido de aquella dureza, pero no pudo descifrar que sería, así
Era un pequeño cartel de madera que decía: prohibido fijar carteles. Advirtió, entonces,
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Ahora un pico de presión le evaporó las últimas lágrimas antes de freírle el cerebro y obsequiarle
–Y, ya es un poco tarde –dijo el vendedor de Biblias–, creo que sería mejor que regresemos a
nuestros hogares.
–Y, claro.
–Y por supuesto.
–Y, vamos –dijeron finalmente en simultáneo, poniéndose de acuerdo y ejecutando en paralelo los
primeros pasos.
Durante el camino el vendedor les comentó que vivía solo, y Eloy se solidarizó:
–Y bueno, podés dormir en el living de casa, total, ahora es la calle o... el callejón de todos. Así
dicen, no sé, en fin, pero... por momentos creo que es una confusión mía.
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CAPITULO 26
Eloy amaneció con algo de lucidez y, cuando se acercó a la cocina, observó a su calefón
Guillermina con desconfianza, advirtiendo que algo no funcionaba bien en su cabeza. Era evidente
Tostó pan. Lo untó con manteca. Se sentó. Observó el diario. Descubrió que era viejísimo y lo
Tres minutos después se sintió mejor y comenzó a ordenar la cocina. Quitó la vajilla del
costado de la heladera. Enderezó el mantel. Arrojó varias latas de cerveza al cesto de basura, y por
último tomó el calefón en desuso y lo arrastró hacia la calle. Lo colocó al lado del canasto para la
basura y, antes de darse vuelta para regresar a la casa, sintió que aquel artefacto, tosco y blanco, le
despertaba un dolorcito incomprensible en el centro del corazón. Al entrar despertó a aquel señor
que dormía en el sillón del living, y lo echó a patadas. Después se dirigió a su cuarto y, al
obstruyéndolo.
Ahora Zoe abría el portón rutinario, que se manifestaba, una vez más, ante sus tímpanos.
“Ahí debe estar saliendo la vecina” –se dijo, mientras se acercaba a espiarla por las celosías.
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Abrió bien grande su ojo derecho, la observó apasionado y: “¿será el amor de mi vida?” –se
Abrió la puerta de calle, el día despejado y luminoso le despertó, de una manera fugaz, algunas
–Hola Eloy –respondió ella–, se te ve muy bien; debe ser el año nuevo.
–Y a vos se te ve preciosa –respondió él, con mucha seducción, y la invitó a beber algo más
tarde.
–Sí, claro –respondió ella contenta, pero sin dejar en ningún momento de pensar en su marido–,
–Chau –saludó Eloy, y algo que comenzó a patinar en su cabeza, lo hizo permanecer, por algunos
Finalmente recobró un poco la cordura, giró la cabeza, y, sin comprender el amor que le
despertaba en ese momento el calefón, regresó a su casa. Continuó con el orden en general, hasta
que se hizo la hora de almorzar y preparó unos espaguetis. Y almorzó, y se marchó a la playa; y se
hizo la hora de la cita con Zoe, y ahí llegó ella, y ahí la y, y punto.
Se detuvieron y Eloy intentó besarla, pero ella corrió su rostro a un lado. Intentó nuevamente y
ella aceptó, llegando a la conclusión, previamente, que no estaría haciendo nada malo. Mientras se
besaban, Eloy se preguntaba, por momentos, en sus lapsos de cordura, si ella sería realmente el
amor de su vida.
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–¿En qué pensás? –preguntó Zoe.
Zoe lo abrazó y trató de juntar fuerzas para decirle que en realidad deseaba reconciliarse con su
marido, pero, una vez más, no pudo armarse de coraje. El abrazo suave y dulce de Zoe fue como
una inyección, que extrajo, del subconsciente de Eloy, recuerdos censurados por su mente ahumada,
hasta llegar al día en que su cordura era garabateada al abrir el último cajón de la cómoda.
escalofrío, se había detenido horrorizado en el doble homicidio efectuado por su madre. Además
había recordado a ciertas novias a las cuales había abandonado en busca del amor verdadero. Y con
respecto a su última novia, Guillermina, recordó que había renunciado a ella, un par de días antes de
–Qué linda esa publicidad –dijo Zoe, y señaló el cartel clavado en la arena a un costado de un
pequeño bar.
En el cartel se apreciaba una botella de cerveza Verve con una persona dichosa dentro, y, a su
ya sabés...
Verve,
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el viaje en el tiempo es dentro de tu mente.
–Y nos vamos de viaje en el tiempo –dijo Zoe con la inquietud de acariciar su infancia y disfrutar
–¡Qué rico! –exclamó Eloy, refiriéndose al queso gruyere, que poseía la picada.
–Sí, es una excelente picada –dijo Zoe–, a mi me fascinan las aceitunas negras.
–Y a mi el queso gruyere –dijo Eloy–, y lo curioso es que da la sensación de que los agujeros
tienen gusto.
Zoe se rió y:
El calefón Guillermina era alzado por los recolectores de basura. Más tarde terminaría en el
Eloy disfrutaba apasionado del sabor de los agujeros de los sueños y Zoe culminaba con su cuarta
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–Sí, claro, vamos –aceptó Eloy, contento, con afán de sexo, y se levantó sensual, luego de haber
desordenando la arena.
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CAPITULO 27
abierto la bóveda secreta y se retiraban con el botín. Entre las personas amordazadas se encontraba
uno de los gerentes, que se había quedado en aquella ocasión hasta tarde, para adelantar algo de
Y la pareja de enamorados en el bar de los acantilados leían un pequeño librito que les había
La realidad se escapa
La vida, la gente, las narices rotas. El mundo se dilata como una pupila enferma. Toda una vida
sobre un camino muerto. Todo un sueño que se derrumba, cuando el sol no te encuentra y es la vida
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g
Cuando el sol calla, y los gigantes se enfurecen en sus cuevas de niebla, todo se torna peligroso y
nadie es dueño de su alma. Nadie controla sus pasos, y hay un pozo que huele ansioso sus pisadas.
El fin
Y sobran las sombras, y la locura disfruta, junto al bosque siniestro, donde la leche de las madres
Y me muero porque vivo con tu imagen dentro, y me muevo quieto sin tu fuerza, y me caigo y me
quiebro como un ángel fraudulento y amanezco ebrio; juego al fin de mis palabras, me deslizo
sobre el humo muerto y me encuentro sin luz en un espacio negro e indescifrable como el sueño.
Porque se fue
Porque se fue, y era el humo y la vida extinguida cerca o dentro del contorno triste de mis ojos;
eran mis lágrimas despavoridas bajo la luz áspera de sus ojos. Era el dolor y la desdicha, la ira y
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Cuando todo calla, enloquezco, porque todo a mi alrededor parece muerto, y hay cadáveres del
pasado entre mis brazos, en mi cuarto solitario; cuna del insomnio, donde el olvido no descansa;
Cuando todo calla, alguien enciende en mi cabeza un sueño muerto, una lágrima que cae más
allá de mi dominio; un sol diminuto bajo el brazo y el suspiro magistral que me pretende a su lado.
Y entonces, otra vez la vida en la jaula, el placer tan extraño de ser uno mismo enamorado de sus
entrañas. La soledad llena de palabras desnudas y atardeceres en serio. Una verdad absoluta
dentro de mi cabeza; pensamientos que vuelan y se buscan. Pájaros de mi sed ilimitada; un trono
que espera en el espacio mi llegada, porque no hay nada más que hacer, cuando las piernas del
Efecto primavera
con confianza, y buscan encontrarse bajo un cielo permanente de rayos solares para el alma.
Buscan la paz y el amor, que se escapa hacia el verano construido eróticamente por las hadas.
destruyéndolos inadvertidamente.
Buscan a Dios sobre el aire cálido y se destapan para sentir en la piel la felicidad inventada.
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Buscan y buscan, y no encuentran, porque vivir es una exploración siniestra que nos conduce a la
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CAPITULO 28
Eloy y Zoe decidieron alejarse del frío de la playa y fueron a relacionarse íntimamente dentro del
auto.
La que tomó la iniciativa fue ella, y él se dejó llevar como si ella fuera, realmente, una enfermera.
Zoe, con los ojos cerrados y colmada de espuma de cerveza, se dejaba transportar hacia el pasado,
hacia el pasado cuando la vida desbordaba para todos lados y no existía la jaula monogámica. En el
lado interno de sus párpados en reposo, proyectaba intemporalmente, a fuerza del recuerdo,
momentos gratos ataviados de jóvenes apuestos y la pulcra sonrisa de las curiosidades vitales. En un
debajo de su asiento.
Eloy, por su parte, con su salud mental mejorando minuto a minuto, también recordaba y
–Un rato más suplicó él–, es que hoy puedo recordar tantas cosas.
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Zoe sorprendida no supo que decir; entonces, no dijo nada, enmudeció, y se manifestó por medio
–¿Y, vos... serás el amor de mi vida?; ¿serás realmente mi amor, mi otra mitad como se dice
puerilmente? ¿O… a lo mejor tendré que acostumbrarme a vivir a la expectativa? No lo sé, es tan
difícil todo.
–Bueno, visto que no creés en el amor, veo que éste es el momento oportuno para decírtelo.
–En fin... que lo nuestro es muy lindo, pero todavía sigo enamorada de mi marido.
–¡Puta!, me gustabas tanto –se expresó desesperado, mientras un remolino estrafalario agitaba su
Zoe lo acarició y él se bajó del auto. Se marchó a la playa bajo la tormenta recién desatada.
Caminó y caminó; cada paso generaba un terreno propicio para que nuevamente se le instalara la
locura.
Sobre la orilla del mar, recordó a Guillermina y su sonrisa brilló esperanzadamente. Los químicos
de la locura salvadora lo hacían sentir dichoso. Y gritó, y saltó y bailó. Sacudió el mundo con
violencia, y luego, subido a una escalera recién inventada, creyó tocar el cielo con las manos.
90
Era la felicidad bajo los efectos de la locura: su refugio. Era él, retornando a su amor Guillermina.
Era él sin lápidas queridas ni madre asesina. Era él, sin el absurdo amor que se eleva con el soplar
de los días. Era él, tan solo él, solitario, y lejos del dolor.
–¿Y de noche?
–De cuero.
–Excelente.
–Sí, maravilloso.
–Y, claro.
–Y, sí.
–Sí.
–Sí, sí.
–Sí, sí, sí
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–Sí, sí, sí, sí, sí.
–Sí, sí.
–Sí.
–Y, sí.
–Y, claro.
–Sí, maravilloso.
–Excelente.
Y permanecieron juntos de esa manera, bajo un tinglado abandonado, hasta que los venció el
cansancio y se durmieron.
A las cuatro de la madrugada, visto que la marea había subido bruscamente, cubriendo en absoluto
la playa, ellos se trasladaron hacia el segundo piso de uno de los tantos bares que poseía aquella
costa.
Antes de encontrarse nuevamente dormido, Eloy recordó cuando espiaba a la vecina por las
La marea había alcanzado el paredón del basurero municipal destrozándolo y la carcasa del
Dormían profundamente, tapados con unos cuantos manteles de tela, y soñaban exactamente lo
mismo, como si compartieran el sueño para no gastar cerebro. Soñaban que platicaban acerca del
La tormenta cesó.
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Cuando la luz del día atravesó sus párpados, ambos descendieron perezosamente, y luego de ser
indagados por los dueños del bar, se dirigieron a la playa a calentar sus cuerpitos helados,
aprovechando la nitidez del día que proporcionaba algunas caricias del sol.
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CAPITULO 29
Eloy tenía en mente regresar a su casa para reencontrarse con Guillermina, pero el efecto del sol
sobre su cuerpo frío y mojado hacía que cobrase por momentos la cordura. Se sentía extraño e
indeciso. Su sentimiento, con respecto a la vida, iba y volvía desde la agonía que le ofrecía la
almorzar. Se detuvieron en otro de los numerosos bares. Dentro se encontraban los ladrones de
bancos y los jóvenes enamorados, quienes compartían una mesa. Ingresaron al recinto y ellos los
–Hola, que tal –saludó Eloy, por momentos contento de encontrarlos, y por momentos
–Hola –saludaron al unísono los jóvenes enamorados sentados uno encima del otro.
Comieron poco y bebieron vino de sobremanera. Al brindar rompían las copas y, a su alrededor,
las miradas de las personas horrorizadas les eran ajenas. Pero claro, la persona encargada de la
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A metros de ahí, improvisaron un fogón y continuaron. Bebían cerveza, aprovechando el tránsito
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CAPITULO 29
Julieta regresó a su casa, destruida, y devoró unos hongos alucinógenos. Minutos después, creyó
Zoe platicaba con su marido, quien le manifestaba la fecha en la cual se casaría con su noviecita.
Y en ese preciso instante, con un sonido chatarrezco y justiciero incluido, la madre de Eloy era
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CAPITULO 31
Al despertarse gira la cabeza impulsivamente hacia la izquierda y ahí no más, frente a sus ojos,
llena de arena, lo que le impedía ver a Eloy todo su faltante interno. El atardecer se reflejaba en su
cuerpecito enlozado y a él se le caían unas cuantas lágrimas, mientras el sol evaporaba los restos de
entero nuevamente. Entero y real. Real y entero, frente al vacío incondicional que lo maravillaba y
tan etéreo, como la idea de que la verdad es palpable, y tan palpable como acariciar el deseo en los
confines del misterio escéptico. El amor verdadero es un pensamiento inédito, una niebla sarcástica,
una luz que se escapa más allá del verbo y los corazones rengos. Más allá del tiempo superpuesto y
El amor verdadero, entonces, no es más que una ráfaga inalcanzable o un anhelo eterno, que vive
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