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(1951) es filósofo,
especialista en rela
ciones internacio
nales y Catedrático
de la Universidad
Nacional, donde fun
ge como profesor de
epistemología y me
todología de la in
vestigación, evalua
dor de proyectos de
la Vicerrectoría de
Investigación e ins
tructor en el "Se
minario Itinerante de
Metodología de la
Investigación Cien
tífica" (SIMIC), de
alcance centroame
ricano. Además, es
director del progra
ma de investigación
"La polarización po
lítica en Costa Rica
(1933 - 1948)" y
titular del proyecto
"El relanzamiento de
la integración regio
nal y el dinamismo
económico de Amé
rica Latina (1990-
1997)", en la Ma
estría -de Integra
ción Regional.
En otros ámbitos
profesionales ha
sido asesor de la
Sala Tercera de
Casación Penal, en
Los cuarenta días
de 1948
La Guerra Civil en Costa Rica
972.8605
L864c López, Juan Diego
Los cuarenta días de 1948: la guerra
civil en Costa Rica / Juan Diego López.
— la. ed. - San José: Editorial Costa Rica,
1998.
320 p. ; 21 cm
ISBN 9977-23-667-4
DGB/PT
Dedicatoria
Conclusiones .............................................................3
Bibliografía ...............................................................3
Introducción
Sin embargo, la memoria histórica costarricense, por las razones que fue
re, ha optado por olvidar este episodio de armas. Prefiere concebirlo en tér
minos atemporales y asépticos, como un golpe instantáneo de fuerza, como
una colisión abrupta, que quedó asimilada y redimida por el efecto de su ac
ción transformadora. Esta opinión se ve favorecida, tanto por la extrema bre
vedad del conflicto, como por su innegable y rara originalidad. En efecto,
una guerra civil de cuarenta días de duración, en un país de tradición demo
crática y civilista, que culmina con la capitulación de un gobierno constitu
cional y con la implantación de una dictadura de dieciocho meses, es ya un
hecho extraordinario. Pero que de aquella tempestad de pasiones desatadas
surgiera la Costa Rica moderna, que se proclamara la abolición constitucio
nal del ejército y emergiera una democracia consensual y electoral, resulta
verdaderamente sorprendente.
Por esta razón, el objetivo principal del presente trabajo es realizar una
reconstrucción histórica de la guerra civil costarricense de 1948. Ello con el
propósito de contribuir a romper el esquematismo y el desconocimiento que
han privado sobre estos hechos de armas, tanto en la historiografía nacional
como en la conciencia de los costarricenses. No hay duda de que los méto
dos para cumplir esta tarea pueden ser infinitos; sin embargo, la clásica teo
ría de Clausewitz ofrece un conjunto de criterios de gran importancia para
una amplia comprensión del fenómeno que nos ocupa. En primer lugar, des
taca la aserción de que la guerra no puede ser comprendida como momento
único, ni como un golpe instantáneo de fuerza, ni como un conjunto de even
tos simultáneos o casi simultáneos: la guerra es un proceso. Este principio
básico, que impone su realidad con necia evidencia, ha sido desterrado de
la historiografía tradicional sobre el conflicto costarricense. Según él, la gue
rra no sólo tiene lugar en el espacio y una duración en el tiempo, sino que
posee una dinámica y un desenvolvimiento propios y peculiares. Precisa
mente, en la captación de esta lógica interna radica toda posibilidad para em
prender su reconstrucción histórica. Su olvido explica el somero tratamien
to académico y la mengua que sufre el valor histórico del evento.
Los rebeldes actúan con presteza. Mientras un grupo avanza por la carre
tera para apoderarse de las armas y el vehículo abandonados (Acuña, 160),
una patrulla de tres hombres se desprende de la posición rebelde en persecu
ción de los fugitivos (Villegas1, 192; Acuña, 157). Como a un kilómetro de
distancia, los rebeldes penetran en un rancho y permanecen escondidos y al
acecho. Momentos después. Pacheco y Brenes salen por entre los matorra
les. Pacheco caminaba a gatas a causa de su herida. Los tres rebeldes salta
ron de su escondite dando voces de alto y blandiendo sus armas. Los oficia
les se acercaron hasta el rancho con las manos en alto y, sin mediar palabra,
uno de los rebeldes accionó su arma, asestando a Pacheco una herida mortal
en la garganta (Villegas1, 193). Posteriormente, el mismo hombre disparó a
quemarropa sobre Brenes, quien murió instantáneamente. El testimonio del
victimario es reproducido por Acuña de la siguiente forma:
...las municiones y armas (en manos del ejército) han sido consegui
das en casas comerciales de los Estados Unidos y países extranjeros.
Algo de lo que se tiene sirve y algo tampoco sirve. Algunas de las ar
mas son del año 1916 y otras han estado por tanto tiempo guardadas
que no existe información acerca del año en que llegaron al país.
Considero que el 75% de lo que hay no sirve para el combate. (Schif-
ter, 81).
De acuerdo con los planes de reforma, la Unidad Móvil contaría con
ciento doce hombres distribuidos en tres cuerpos y un mando de veintiún ofi
ciales (Schifter, 195). Sin embargo, para 1948, sólo alcanzaba sesenta y cin
co hombres (Muñoz, 146) y dos oficiales y constituía una especie de guar
dia presidencial, más simbólica que castrense.
Al caer la tarde, se trazan los planes militares para acabar con la revuel
ta y se inician los preparativos para la primera incursión bélica oficialista
contra los rebeldes. Con ese fin, se organiza un destacamento de ciento tres
voluntarios, dividido en dos columnas y al mando de los Coroneles Diego
López Roig y Gerardo Zúñiga Montúfar (Acuña, 187; Obregón, 327). Su mi
sión consistía en penetrar el territorio rebelde por la zona de Desamparados,
al sur de la capital, y avanzar sobre su Cuartel General en la hacienda La Lu
cha. La primera de las columnas seguiría la ruta Aserrí-Tarbaca-Río Cone
jo-Frailes-San Cristóbal Sur y, a su paso, se encargaría de limpiar de faccio
sos la hacienda Santa Elena (Acuña, 187). La segunda columna, penetraría
por la zona de San Miguel-Corralillo-Santa Elena y se encontraría en San
Cristóbal Sur con Diego López Roig (Obregón, 387). Simultáneamente, en
un movimiento de pinzas, el Coronel Egidio Duran, al mando de la Unidad
Móvil, rompería el tapón de la Interamericana y avanzaría por el camino a
San Cristóbal Sur hasta encontrarse con sus compañeros (Acuña, 187). De
esa manera, las fuerzas combinadas gobiernistas entrarían a La Lucha a aca
bar con la “aventura” de Figueres (Obregón, 327). La puesta en marcha del
plan se decide para las cinco de la mañana del día siguiente.
Al parecer, los medios gubernamentales se dieron por satisfechos con es
tos planes militares y consideraron inminente la derrota del alzamiento. Só
lo así se explica la actitud del Presidente Picado acerca de los informes de
su representación diplomática en Guatemala, recibidos esa misma tarde. El
Embajador Enrique Fonseca Zúñiga le comunicó sobre el presunto arribo de
dos aviones secuestrados de la empresa TACA y de su inmediata solicitud de
incautación al Gobierno guatemalteco; las autoridades militares de Guate
mala habían prometido retener las naves “hasta clarificar la situación” (Acu
ña, 165). Pero el Presidente Picado, probablemente confiando en los infor
mes procedentes de San Isidro de El General, no dio la debida importancia
a la noticia y únicamente instruyó al Embajador Fonseca en el sentido de in
dagar la identidad de los secuestradores (Acuña, 165).
Cuarto Congreso del Partido Vanguardia Popular (1942). Obsérvese al fondo (izq.)
el cartel alusivo a la alianza calderoconiumsta. con la imagen de Teodoro Picado
(Cortesía: Gilberto Calvo).
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Día N°2: Sábado 13 de marzo de 1948
Las armas de Guatemala
Al mismo tiempo que la Unidad Móvil iniciaba su ataque contra las po
siciones de La Sierra, salen de San José las dos columnas al mando de Die
go López Roig y Gerardo Zúñiga Montúfar. Los ciento tres hombres se diri
gen por caminos separados, hacia Santa Elena y Frailes, respectivamente. La
caravana es encabezada por un vehículo blindado -llamado popularmente
“tanqueta”-, un jeep con los oficiales y varios autobuses con los improvisa
dos soldados. En Desamparados, se separan las columnas y comienza a po
nerse en marcha la segunda maniobra ofensiva gobiernista. Para este día, se
encuentra previsto el traslado del destacamento hasta el borde de las líneas
enemigas y su estacionamiento en la población de Frailes; al día siguiente,
protagonizarían el asalto al Cuartel General de la revuelta situado en La Lu
cha, en una operación combinada con las fuerzas de la Unidad Móvil. Para
entonces, el Coronel Diego López Roig y los medios militares, contaban con
una rápida y segura victoria, por medio de un vigoroso empuje que obligara
a Figueres a rendirse.
Algunas armas fueron dispuestas para la defensa del pueblo y las restan
tes fueron cargadas en camiones para su inmediato traslado a La Lucha. En
varios autobuses se movilizó a los numerosos voluntarios isidreños y a los
hombres que, durante el día anterior, habían participado en la ocupación de
San Isidro. La orden era reforzar las posiciones del frente, particularmente
en La Siena, donde la Unidad Móvil batía sin cesar, y en los accesos a La
Lucha por Santa Elena, Frailes y San Cristóbal Sur, por donde avanzaba una
fuerte columna gobiernista. La caravana ascendió pesadamente hasta los
3.000 metros del Cerro de la Muerte y, al llegar a La Sierra, los rebeldes re
sistían un nuevo y furioso embate de la Unidad Móvil. Apresuradamente,
fueron bajadas algunas armas y varios de los extranjeros se quedaron refor
zando las posiciones. La situación provocó un considerable atraso; pero, fi
nalmente, hacia el anochecer la caravana alcanzó los accesos a La Lucha
(Acuña, 182). El Cuartel General vibró de júbilo al ver los camiones con al
gunos hombres en posición de tiro. Fueron recibidos, en medio de vivas a
don Pepe y a la revolución, por el propio Figueres:
El tercer día, y unas horas más, habíamos tomado la posición del ene
migo, encontramos abandonadas ametralladoras calibre 50 milíme
tros, Lexis Browning, gran cantidad de rifles y parque, todas eran ar
mas nuevas. Y varios campesinos que hicimos prisioneros, a estos los
dejamos en libertad, bajo “palabra de honor”. Pero entre los campe
sinos indicados habían otros prisioneros que se esforzaban por imitar
el acento costarricense y nuestras costumbres aparentar. Por lo que
sospechamos que habían soldados extranjeros al servicio de los revo
lucionarios. Comenzando a interrogar a muchos de estos hombres,
fueron saliendo a relucir las realidades y nos dimos cuenta de la cla
se de gente que teníamos al frente (Aranda, 29, 30).
...en vista de que los otros dos países, Nicaragua y Guatemala, están
interviniendo activamente (con Honduras y Panamá dispuestos a ha
cerlo en cualquier momento) la Guerra Civil amenaza con convertir
se en un conflicto abierto... (Schifter, 260).
Obedeciendo las directrices del plan de ataque trazado por los comu
nistas, la maquinaria bélica se pone en marcha. Mientras la Columna Liniera
se traslada por mar hasta Dominical, las milicias vanguardistas lanzan el
primer ataque a las posiciones rebeldes en El Empalme. Sin embargo, la
fecha de esta operación ofensiva ha sido objeto de ciertas discrepancias.
Aguilar, basándose en Cañas, la ubica el sábado 20 de marzo (Aguilar, 336).
Sin embargo, muchas evidencias de peso y el testimonio de muy destaca
dos protagonistas, refieren el ataque gobiernista al jueves 18 de marzo
(Acuña, 218ss). Como se verá más adelante, la reconstrucción cronológica
confirma plenamente esta fecha. Más allá de la diferencia de dos días, las
versiones de ambos autores registran los mismos acontecimientos y coinci
den en la recreación del curso de los hechos. Estos se habrían desarrollado,
más o menos, en los términos que siguen:
Apenas despuntó el alba, el grupo de milicianos al mando del detective
se lanzó al campo de batalla (Acuña, 218, 219). Al parecer, cubriéndose con
la espesa niebla matutina, los gobiernistas alcanzaron una bodega de café del
Banco Nacional (Aguilar, 336). Desde allí, avanzaron sigilosamente por la
parte norte de la isla de El Empalme.Varios hombres llegan a rebasar inad
vertidamente las defensas rebeldes, pero son descubiertos casualmente y
capturados. Ante la alarma, los rebeldes ocupan sus posiciones y abren fuego
en dirección norte. El grueso de los milicianos ya avanzaba frontalmente
sobre la primera línea de defensa rebelde, precisamente por el flanco más
desprotegido (Acuña, 216).
El fragor del combate se prolongó por cuarenta minutos (Aguilar, 336).
Ante el intenso fuego rebelde, los milicianos se replegaron nuevamente
hacia la bodega y se parapetaron empleando los sacos de café. Desde allí,
arrojaron contra las posiciones de El Empalme la metralla intermitente y
aterradora del mortero. Desde la bodega, los gobiernistas lanzaron fuego
continuo de fusilería, apoyado por las armas cortas de los exploradores y
pusieron en peligro las defensas rebeldes. La lucha parecía decidirse a su
favor y obligó a los rebeldes a traer refuerzos. Inesperadamente, los mili
cianos gobiernistas abandonan su línea de fuego ubicada en la bodega y se
retiran, al parecer, precipitadamente (Acuña, 219). A pesar de ello, según
Acuña, Frank Marshall y Max Cortés realizaron todo un operativo para ocu
par la bodega desierta; después de un “intenso fuego” y “avances cortos”,
constatan que “están peleando contra sacos de café” (Acuña, 218). En su
retirada hacia las defensas de El Empalme, los rebeldes incendian las insta
laciones y desaparecen en la espesa niebla que cae sobre la montaña conti
nuamente. Dice Acuña que las llamas arden por tres días (Acuña, 219).
El primer ataque a El Empalme había cesado. Las fuerzas milicianas
retroceden hasta la línea de defensa gobiernista en La Sierra. Las posiciones
estratégicas que dominan y la superioridad de su armamento, permite a los
rebeldes rechazar el empuje vanguardista (Obregón, 328). Una atmósfera de
victoria se extendió entre los combatientes. La leyenda de que el Batallón El
Empalme había derrotado a la temible Unidad Móvil, empieza a tejerse.
En varias barcas, la Columna Liniera repite la misma Tula que había se
guido en 1947, en apoyo a la legislación social. En Puerto Cortés se lanzan
por el Térraba, unos diez kilómetros río abajo, para desafiar la temible barra
que se forma en su choque con el mar (Obrcgón, 329). Al alcanzar las plá
cidas aguas del Océano Pacífico, la Punta Dominical resalta en el fondo de
la geografía. Con ellos aún viene Calufa, al lado de Tijerino y, según se ha
dicho, en calidad de “emisario político” (M.Aguilar, 204). Fallas traía órde
nes de regresar a San José, a cumplir sus responsabilidades en la dirección
del Partido y en su curul de diputado (Salguero2, 172). Sin embargo, era el
Comandante espiritual de la Columna Liniera. Él la había formado, la había
dirigido y a él respondía con entusiasmo delirante (Meléndez, 3). A pesar de
la respuesta decidida de los linieros a su llamado, no hubo tiempo para dar
el más elemental entrenamiento militar y no se contaba con los mínimos me
dios para avituallarlos. Vestían sus humildes ropas de trabajo y no iban a pro
tagonizar un acto político, sino a enfrentar la muerte. La entrega y el entu
siasmo que mostraban aquellos hombres, desgarró el corazón al propio Fa
llas y sin pensarlo dos veces, abandonando sus responsabilidades políticas
en la capital, se enroló en la expedición. “Fallas me dijo después -cuenta Ma
nuel Mora- que a la hora de pasar a la lancha los obreros aquellos en Puerto
Cortés, para trasladarse a Dominical, cuando el último saltó a él le dio ver
güenza quedarse atrás y por eso resultó metido en la guerra” (Salguero2,
173).
La Columna forma en la playa para recibir sus primeras instrucciones.
Su aspecto es lamentable. Visten sus humildes ropas de trabajo, no cuentan
con equipo de ninguna especie y deben emprender a pie el duro ascenso has
ta San Isidro. Sus únicos medios de locomoción son algunos caballos desti
nados al mando y carecen de sistemas de comunicación. Sus armas, impor
tadas en tiempos de Tomás Guardia en el siglo pasado, son los llamados “ca-
chimbones”, de un solo tiro y que requieren la baqueta para recargarse. Tam
poco cuentan con suficientes municiones (Acuña, 202). Muchos de ellos no
portan armas de fuego y se disponen a luchar con su solo machete.
El informe de Fallas es conmovedor:
Veinte de ellos armados con máuser. Otros veinte con Remington re
formado. El resto de los hombres solo contaba y no todos, con rifles
viejos, tan viejos que al ser usados estallaron en las mismas manos de
los luchadores. Rifles malos, de un solo tiro y que había que estar ba
queteando. Sin armas de fuego iba el resto de nuestros compañeros.
Marchaban en nuestra columna con la consigna de armarse de dos
modos: recogiendo el rifle de su compañero puesto fuera de comba
te, y principalmente de armarse quitándole las armas al propio ene
migo.
El equipo de nuestra columna no era mejor que nuestro armamento.
Muchos hombres ni siquiera llevaban cobija; no teníamos dinero pa
ra nada; ni aún para lo más indispensable; prácticamente íbamos sin
víveres, sin material de primeros auxilios, sin medicamentos. No ha
bía dinero para nada. Solo nos animaba la inquebrantable voluntad de
hacer un sacrificio inmenso para consolidarle a los trabajadores los
derechos justos que empieza a disfrutar en toda nuestra República
(M.Aguilar, 197).
La marcha de la Columna Liniera no sería nada fácil. Desde que inició
su avance la vanguardia, al mando del Coronel Leiva, recibió fuego granea
do de grupos escurridizos que se apostaban en las filas de los cerros. El res
to de la columna recibiría hostigamiento permanente y avanzaría combatien
do todos los días (M.Aguilar, 198).
Esa misma noche, las fuerzas de Tijerino avanzaron hasta Las Farallas
(Figueres, 201). Según Aguilar, una explosión de las minas antes de tiempo
puso en alerta a los milicianos. Pronto se entabló la lucha y Tijerino tuvo que
retroceder (Aguilar, 333). Los rebeldes decidieron buscar una mejor posi-
ción para continuar su ataque, pero en su desplazamiento se desviaron hacia
Las Tumbas, un sitio alejado de la ruta de Tijerino. Esta maniobra equivoca
da abrió una brecha en el bloqueo rebelde y las milicias bananeras se filtra
ron hasta el Alto de San Juan, a unos diez kilómetros de San Isidro (Aguilar,
334). Allí, rechazaron otro ataque y capturaron a varios rebeldes, entre los
que figuraba el político y escritor Fernando Ortuño, quien posteriormente
manifestaría la calidad humana de Fallas para con los prisioneros (Contre
ras, 154, 155). Así cuenta Woodbridge, la suerte de Ortuño:
Fue interrogado al llegar al campamento de Tijerino, ya que suponían
que formaba parte del grupo que se había batido esa misma tarde
contra ellos; sin embargo Fernando declaró que él era un tractorista
del Ministerio de Obras Públicas y que se había perdido. Una y otra
vez repitió lo mismo, hasta que el oficial que lo interrogaba lo man
do a sentarse junto a un árbol. Al rato se le acercó un hombre que le
dijo: “Dejate de carajadas, ¡Qué tractorista ni qué vaina!. Vos sos de
los Ortuño de Desamparados, pero no te preocupés; no te voy a dela
tar, pues de hacerlo no daría un cinco por tu vida; seguí con el mis
mo cuento y vé cómo te zafás” (Woodbridge, 80).
También para la Casa Presidencial resultaba un día atareado. El Presiden
te y el Ministro de Relaciones Exteriores debían explicar al Cuerpo Diplomá
tico y al Congreso la delicada situación internacional que atravesaba el país.
Según Schifter, el Ministro Bonilla Lara, en el curso de la reunión, presentó
a los diplomáticos las armas y municiones grabadas con la insignia guatemal
teca (Schifter2, 154, 155). Posteriormente, en horas de la tarde, se reúne con
el Congreso; la sesión es declarada secreta (Acuña, 168). En ese mismo mo
mento, Somoza vuelve a dar prueba de su sinceridad y envía quince Guardias
Nacionales más, para completar un destacamento de setenta hombres, dos
aviones AT-6 e informó que preparaba tres aviones más (Schifter, 267).
Por primera vez desde que se inició el conflicto, la edición vespertina del
New York Times no reporta noticias sobre la situación en Costa Rica. Al fi-
nalizar este día, se envía un corto cable especial para el Times, fechado e
San José y publicado al día siguiente. Dice la información:
SAN JOSE. Costa Rica, marzo 18. El General Rene Picado, Ministro
de Seguridad Pública levantó las restricciones de censura sobre los
corresponsales extranjeros. También liberó a Jules Dubois del Chica
go Tribune del arresto domiciliario, al que había sido confinado des
de el último domingo.
Hoy no fue reportado oficialmente ningún cambio en la situación mi
litar en el “frente sur”, donde el Coronel José Figueres, líder insur
gente, lucha contra las fuerzas gubernamentales al sur de Cartago.
Informes filtrados de la Oposición sostienen que la actividad conti
núa en el “frente norte”, en los alrededores de Naranjo y Palmares, al
noroeste de la capital.
La cancillería actuó hoy para que Costa Rica pruebe o retire la acu
sación de que Guatemala está ayudando a los revolucionarios costa
rricenses. El ministro de Estado, doctor Muñoz Meany, dijo que el re
presentante guatemalteco en San José, tiene instrucciones de investi
gar la situación y discutirla con el Gobierno del Presidente Picado
(Villegas1, 295).
Día N°8: viernes 19 de marzo
La Columna Expedicionaria del Coronel Garrido
El día de San José Obrero, patrono de Costa Rica y una de las más fer
vorosas fechas en la tradición católica, amaneció en medio de gran agitación
militar, política y diplomática.
A las cinco de la mañana inicia su marcha, desde San José, la Columna
Expedicionaria del Coronel Garrido con la misión de avanzar a Santa Elena,
quebrar los últimos focos de resistencia figuerista y completar la faena del
Coronel Diego López Roig. Según el diario La Tribuna, la columna había si
do concienzudamente preparada y contaba con el más moderno armamento
del Ejército costarricense. Estaba compuesta por ochenta hombres y se divi
día en tres cuerpos principales: la vanguardia, al mando del propio Alfredo
Garrido; el centro, a cargo del Capitán Juan Emilio Canales y la retaguardia
jefeada por Víctor Manuel Cartín (Villegas1, 220). La tropa se encuentra
cuidadosamente equipada y preparada para una larga y penosa marcha.
Los vecinos de San Isidro, que habían acompañado a los rebeldes desde
el inicio de la lucha, quedaron perplejos. San Isidro no sólo representaba el
terruño y la fortuna de sus habitantes: era la llave de la revolución (Salgue-
rol, 158ss). Sin embargo, la evacuación de la tropa se realiza atropellada
mente y los rebeldes no dejan ni armas ni hombres (Acuña, 201). Al verse
abandonados, muchos vecinos desalojan el pueblo y emprenden la huida en
todas direcciones. Al caer la tarde, únicamente permanecen en el pueblo
veintitrés confundidos isidreños, que analizaban la situación. Miguel Sal
guero, testigo presencial e integrante de este pequeño grupo, recuerda:
Según oímos decir a algunos isidreños, Figueres había decidido reti
rar su gente en vista del avance de los gobiernistas, y con el ánimo,
posiblemente, de intentar la toma de Cartago. ¡San Isidro, pues, esta
ba prácticamente a merced del general Tijerino! ¡Y lo que significa
ba esa plaza para la revolución! (Salguerol, 158).
Todavía después de muchos años, Salguero confiesa no explicarse los
motivos, “que siempre nos parecieron muy extraños”, para que el “Estado
Mayor” decidiera evacuar la plaza de San Isidro (Salguerol, 213). Al pare
cer, no le satisface la razón ofrecida por Woodbridge que transcribe en su
propio libro: “Evacuamos San Isidro por creer que no podríamos resistir el
impacto del ataque. Creíamos más conveniente resistir en algún punto de la
carretera interamericana y hacia esta nos replegamos” (Salguero1, 214). Por
su parte, Valverde explica así sus razones para ordenar la evacuación:
Sin embargo, un cable circula este mismo día dando cuenta de la tiran
tez diplomática alcanzada:
Washington, 19 de marzo (United). De fuentes autorizadas se ha sa
bido que los Estados Unidos ha informado a Costa Rica, Nicaragua
y Guatemala, que la revolución actual en Costa Rica es extremada
mente embarazosa en vísperas de la Novena Conferencia Interameri
cana, que se inaugura en Bogotá el día 30, con el fin de hacer paten
te la solidaridad interamericana. La comunicación de EE.UU., a los
funcionarios nicaragüenses fue de tono extraoficial, y no constituye
el reconocimiento de ese gobierno.
Varias cosas interesan en este testimonio para conocer los hechos ocurri
dos durante este día. En primer lugar, según refiere el Doctor Chavarria, lle
gó a San Isidro a persuadir a los isidreños de evacuar el pueblo; pero él mis
mo no se hallaba muy convencido, ya que de la plaza se fue al hospital y, en
la tarde, aún se encontraba en San Isidro. Como veremos más adelante, Mi
guel Salguero lo recuerda, más bien, arengando a los veintitrés vecinos en
favor de la resistencia a las tropas de Tijerino y organizando la defensa del
pueblo (Salguero 1, 159).
En segundo lugar, llama la atención la referencia del Doctor Chavarria a
la reunión de vecinos que tiene lugar en la plaza de San Isidro. Miguel Sal
guero confirma este encuentro y lo describe detalladamente. Allí, en un ges
to de valentía y dignidad, los veintitrés isidreños deciden defender el pueblo
y varios de ellos ofrendan sus vidas en esta heroica acción (Salguero 1, 158).
Son estos isidreños los que reciben el embate de Tijerino y, probablemente,
los constructores de las trincheras en la plaza (Salguero1, 163 ss). Salguero
ha recreado aquellas deliberaciones que él mismo presenció:
“Ha costado mucho tomar San Isidro y mantenerlo en nuestro poder;
es una plaza muy estratégica. ¿Qué haría Figueres si lo obligan a re
tirarse de Santa María, de El Empalme, San Cristóbal y sus puntos de
allá afuera, si cae San Isidro y le cierran la retirada? No, a San Isidro
hay que defenderlo y lo defenderemos, aunque seamos solamente
veintidós hombres contra trescientos...”.
El boticario del pueblo, rostro familiar de las curaciones de las ame
bas o las diarreas, Oldemar Chavarria, hablaba así al grupo de perso
nas, generaleños en su mayoría. Y todos coincidían en no explicarse
las razones del señor Figueres para ordenar que sus tropas dejaran li
bre al enemigo la ciudad de San Isidro.
Nosotros nos acercamos a orejear. “Somos pocos y casi no hay ar
mas, pero esto no importa -decía con ademanes vehementes don Chi
co Bedoya, otro señor de cara muy familiar a nosotros, propietario,
junto con sus dos hijos, del negocio conocido como El Comisariato,
situado diagonal a la plaza, y en la cual comprábamos con frecuencia
una media de canfín o un par de libras de sal; no importa que sean
pocas las armas, pues si uno cae, el otro coge ese rifle y adelante...”
(Salguero1, 159).
Esta sesión en la plaza de San Isidro es memorable. Si bien algunos veci
nos habían participado en la toma del pueblo, no tenían mayor experiencia
en el combate y nada comparado con lo que se proponían enfrentar. Casi to
dos eran ya de edad madura y hombres de familia, a excepción del propio
Salguero. Su narración aún rezuma la frescura juvenil de aquellos años:
Al mismo tiempo, por segunda vez desde que inició el conflicto, la edi
ción vespertina del New York Times no presenta informaciones sobre Costa
Rica. Sin embargo, esta misma noche se despacha un cable especial para el
Times, fechado en San José y publicado al otro día con el siguiente titular:
“Guatemala rechaza injerencia en Costa Rica”. Dice el cable:
Como a las 4:30 o 5:00 p.m. de ese mismo día domingo, entré con mi
columna a San Isidro desplegada en forma de combate, en un movi
miento de pinzas, creyendo que el enemigo se me había adelantado y
que se encontraba ocupando el pueblo. Pero pronto comprendí que el
enemigo no había entrado, pero que se encontraba a corta distancia”
(Woodbridge, 81).
Esta columna debía salir del pueblo, pasar por el Puente de La Mar
tín, y luego torcer a la derecha y tomar el camino de Pavones (por
donde debía venir el enemigo) para ocupar unos bosques bien tupi
dos y protegidos y emboscar las fuerzas de Tijerino a su paso por di
chos bosques.
C- Dos pelotones comandados por el Capitán Benjamín Odio y el Te
niente Chávez respectivamente, llevando como Oficiales a los Te
nientes Roberto Fernández, Juan Arrea, Elias Vicente y el Sargento
Rodrigo Quesada (hoy Capitán), estos tres últimos ametralladoristas.
Esta columna bajo mi mando debía salir del pueblo en vehículos, to
mar la carretera que va para Dominical hasta llegar a un puente que
está como a 3 kilómetros del Plantel de la Mills. En aquel puente de
bíamos dejar los vehículos, cruzar a pie hacia el Suroeste del puente
hasta llegar a unos cerros y bosques (en donde estaban las tropas de
Tijerino esa misma noche cuando hicimos la exploración antes men
cionada).
Mientras San Isidro velaba las armas en vísperas del gran combate, el
Embajador de los Estados Unidos, Nathaniel Davis, despliega una intensa
actividad. Según dice Schifter, durante este mismo día se entrevistó con un
emisario de Figueres y con satisfacción confirmó la lealtad de los rebeldes
hacia Ulate (Schifter, 273). Posteriormente, se comunicó con el Presidente
Picado para presionarlo (Schifter, 266). Los Estados Unidos continuaban va
lorando una solución negociada entre Ulate y Calderón. Temían que los co
munistas se aprovecharan de la situación y consideraba que la vigencia mi
litar rebelde era motivo suficiente para que las partes se sentaran a la mesa
de negociaciones. Davis considera que ha llegado el momento de buscar un
candidato alternativo y le reclama a Picado su política “de no hacer nada”
por mediar en el conflicto (Schifter, 266).
Sin embargo, durante este mismo día, Picado habría recibido noticias
alentadoras desde Managua. Somoza se disponía a ampliar su asistencia a
San José y le solicitó al Presidente que viajara a Nicaragua para concretar
los términos de la ayuda (Bell, 210). La ayuda nicaragüense no sólo reme
diaba la desventaja del equipo bélico del Gobierno, sino que constituía la
posibilidad real de una victoria militar sobre los rebeldes. Según Schifter,
por esta razón, Picado “no mostró gran interés en la solicitud de Davis”
(Schifter, 266).
Mientras tanto, las acciones militares gobiernistas continúan su marcha.
La Columna Expedicionaria del Coronel Garrido sale de San Cristóbal Nor
te dispuesta en dos columnas. Regresan al Llano Angeles y continúan hacia
San Cristóbal Sur. Nuevamente giran al oeste y llegan a Frailes, amenazan
do el flanco sur de Santa Elena. En Frailes, las dos columnas se abren en pin
zas para caer sobre los flancos este y oeste de la hacienda (Villegas1, 221).
De acuerdo con el periódico La Tribuna, una memorable y gran batalla esta
ba a punto de empezar:
Con los primeros rayos del sol, la ametralladora de la torre avisó que San
Isidro había despertado y volvió a su rutina de barrer las calles con fuego ce
rrado. Luego de una noche llena de sobresaltos y vigilia, el amanecer deve
ló ante la trinchera un imponente espectáculo de devastación y muerte. En
los cuatro costados de la plaza, el paisaje mostraba los estragos de la bata
lla. Las construcciones lucían desfiguradas, reducidas a uña impresionante
profusión de escombros, y los restos de los combatientes yacían esparcidos
en todas direcciones. De vez en cuando, estallaba una corta balacera y se es
cuchaban algunos insultos. Pero los contingentes enemigos, que disparaban
incansablemente sobre la trinchera, ya no se encontraban en sus parapetos
contra la plaza. Las detonaciones se oían cada vez más distantes y una ex
traña sensación de calma invadió el campo de batalla. Los rebeldes se esti
raron a lo largo de la trinchera. La pausa en el combate alivió las tensiones
y reanimó el espíritu. Los combatientes empezaron a reaccionar con indife
rencia ante los disparos aislados y el regocijo estuvo a punto de estallar. De
repente, un combatiente lanza grito de dolor y cae herido en una nalga; pe
ro no se escuchan disparos. Momentos después, las balas salpican en el fon
do de la trinchera y los hombres se cubren con presteza. Aunque el silencio
se hizo más profundo, las detonaciones resultaban imperceptibles impedían
precisar su emplazamiento. Empleando armas de bajo calibre y fuego silen
cioso, los francotiradores gobiernistas eran, prácticamente, invisibles y pro
vocaban un impacto sicológico de amplias proporciones. Escenas de exas
peración y rabia, suscitadas por el tenaz acoso de los tiradores furtivos, se
encuentran en los registros históricos. Durante las horas siguientes, la acti
vidad primordial de los rebeldes consistió en descubrirlos y abatirlos. Hacia
el mediodía, varios hombres saltaron de la trinchera sorpresivamente y ocu
paron las edificaciones vecinas. Los disparos furtivos arreciaron al instante
y el acoso pareció intensificarse. Sin embargo, las fuerzas gobiernistas ha
bían abandonado sus posiciones frente a la plaza y se concentraban en las
afueras del pueblo.
Marielos Aguilar, por su parte, sostiene que sólo la Columna Liniera su
frió setenta y cinco bajas, entre muertos, desaparecidos y heridos (M.Agui
lar, 198). De acuerdo con sus propios datos, esto representaría más de la mi
tad de los hombres que emprendieron la marcha hacia San Isidro; es decir,
que los milicianos gobiernistas sufrieron la pérdida del 53% de sus hombres.
Un Comunicado Oficial del Cuartel General del Ejército de Liberación Na
cional, emitido dos días después, sostiene que las milicias gobiernistas sufrie
ron ciento cuatro bajas, entre muertos y heridos; refiere treinta y seis prisio
neros y sólo sesenta supervivientes que se dieron a la fuga. Por su parte, los
rebeldes reportan ocho muertos, todos ellos isidreños (Rodríguez, 253). Las
proporciones de la derrota liniera se pierden. Se trataba de un golpe verdade
ramente demoledor, del cual las fuerzas comunistas ya no se repondrían.
Costarricense:
¿Está usted haciendo lo que puede por la victoria de la libertad?
El Ejército de Liberación Nacional está batiéndose brillantemente en
el teatro de la guerra.
Usted puede ayudar eficazmente a la jornada patriótica atravesando
palos y piedras en el camino, cortando líneas telegráficas y telefóni
cas, acorralando sorpresivamente jefaturas políticas y resguardos, in
tentando por todos los medios desorganizar y desmembrar al gobier
no usurpador.
¿Está haciendo usted lo que puede?
Usted dijo una y mil veces que no permitirá una nueva burla a la vo
luntad popular, usted ha jurado que está dispuesto a contribuir a la
formación de una nueva Costa Rica. Cumpla ahora sus promesas y
juramentos.
No use el pretexto de que no tiene armas. En la más humilde cocina
existe un raspadulce, en cada casa de campo hay un chuzo, en cada
hogar hay unas tijeras y en el corazón de cada hombre y cada mujer
de Costa Rica hay un héroe.
Haga usted lo que pueda, sea mucho o sea poco, por respaldar al ejér
cito, ahora, y por tener lista y preparada nuestra entrada triunfal a to
dos los pueblos del país.
Ya vamos; pronto, muy pronto, llegaremos.
Ayúdenos desde lejos y repita esta promesa que se debe propagar de
pecho en pecho como una conflagración divina.
Fundaremos la Segunda República.
Santa María de Dota, 23 de marzo de 1948.
JOSE FIGUERES FERRER.
Comandante en Jefe del Ejército
de Liberación Nacional
(Figueres, 174).
Por su parte, al caer la tarde, el Embajador Davis comunica al Departa
mento de Estado que aún no ha felicitado a Ulate por su triunfo en las elec
ciones. La autorización del Departamento de Estado había llegado tres días
atrás, pero el Embajador Davis prefiere usarla como arma política, como me
dio de presión por un candidato de consenso (Schifter, 261). La felicitación
de los Estados Unidos fortalecería la posición del líder opositor y podría al
terar el delicado equilibrio que ahora mostraban las fuerzas en conflicto.
Segunda fase
La transacción política
(24-03-48 / 06-04-48)
Día N°13: miércoles 24 de marzo.
El golpe de timón.
La derrota comunista en San Isidro fue un serio golpe a las esperanzas del
oficialismo. No sólo quebró la moral de los comunistas, que empecinadamente
repetirán el fracaso militar en todas las acciones sucesivas, sino que dio mues
tras inequívocas de la capacidad bélica lograda por las fuerzas rebeldes: la
esperanza en una rápida solución del conflicto, se esfumaba. La victoria
rebelde sobre la Columna Liniera presentaba consecuencias de orden estratégi
co. Al mantener intactos los medios de aprovisionamiento bélico, el acceso
rebelde al arsenal oficial guatemalteco pronosticaba el recrudecimiento de la
lucha y la prolongación indefinida del conflicto.
Pero la situación militar del Gobierno era más grave de lo que la derrota en
San Isidro podía suponer. En el transcurso del día, Somoza comunica a Picado
la cancelación de la ayuda militar prometida y el Gobierno pierde su único
sostén en el exterior. Esto significaba que el frágil equilibrio militar tendía a
romperse en favor de los rebeldes y limitaba la acción armada gobiernista a sus
reservas. Aunque escaso y anticuado, el arsenal contaba con los medios para
una larga y penosa lucha. La prolongación del estado de guerra significaba el
sacrificio de muchas vidas y el espectáculo de una gran destrucción. A la
postre, del holocausto sólo emergería un bando: el de los vencidos. La trage
dia de Madrid, durante la guerra civil española, horroriza a Picado.
Igualmente crítica resultaba la posición internacional de Costa Rica. La
cancelación de la ayuda nicaragüense podía aún mitigarse por medio de la so
lidaridad internacional; ya se habían dado algunos pasos importantes en Méxi
co y los comunistas gestionaban la ayuda cubana. Sin embargo, según Schif
ter, lo que más preocupó a Picado fue la coincidencia entre el lenguaje de So
moza y el discurso norteamericano sobre la crisis costarricense. Súbitamente,
Somoza repetía los mismos razonamientos que Nathaniel Davis sobre los co
munistas y la sucesión presidencial. De acuerdo con Schifter, Somoza refleja
ba la coordinación de la política nicaragüense y la norteamericana (Schifter,
269). Si Somoza cedía a las presiones norteamericanas, otros países se plega
rían a la política hostil del Gobierno norteamericano y la posibilidad de ayuda
militar se cerraría completamente. Con esto, se disiparían las expectativas, no
ya de una victoria militar sobre los rebeldes, sino de un arreglo político honro
so.
Ante estas graves circunstancias, Picado da un golpe de timón y decide
buscar la negociación política. Después de todo, era de la tradición costarricen
se resolver los conflictos por medio de transacciones y negociaciones. No obs
tante, como lo reconociera el propio Davis, la empresa no era fácil. Pese a que
Ulate se manifestaba a favor del acuerdo, el bando oficialista era muy heterogé
neo y enfrentaba profundas contradicciones internas. Picado controlaba el Go
bierno y el aparato institucional y, por medio de su hermano René, ejercía el
mando policial y militar; pero, en estos campos, las fricciones con los aliados ha
bían sido constantes y empeoraron con el inicio de las acciones armadas. Calde
rón Guardia, por su parte, controlaba la estructura del partido Republicano Na
cional y contaba con un apoyo popular inmenso e incondicional. Su casa en Ba
rrio Escalante había tomado el aspecto de un inexpugnable cuartel militar y el
Doctor permanecía rodeado por un vistoso séquito de asesores políticos y mili
tares. Sin embargo, postergaba el llamado a las armas de las fuerzas de su parti
do y se limitaba a exigir del Gobierno la solución inmediata de la crisis.
Los comunistas, por último, eran los convidados de piedra en aquella
“alianza imposible” (Cfr.: Schifter). Durante seis años habían apoyado las
reformas sociales impulsadas por Calderón Guardia y el Partido Republicano
Nacional. Su importante fuerza social, la lealtad demostrada durante estos años
y su apoyo militante a la causa calderonista, les daba un lugar en la contienda
política. Sin embargo, con el advenimiento de la guerra fría, los comunistas se
habían convertido en el escándalo de la alianza y en los enemigos últimos de
la Oposición. La negociación impulsada por los Estados Unidos desde el ini
cio del conflicto, buscaba sacar a los comunistas del juego político y cortar su
supuesta influencia en los medios gubernamentales. Al llegar la guerra civil, su
papel protagónico es una reacción por su propia supervivencia política. Por es
ta razón, aun sin contar con el concurso gubernamental ni del calderonismo or
ganizado, los comunistas luchan denodadamente en todos los frentes de bata
lla. Eran ellos los más comprometidos en la lucha y resultaba difícil prever su
actitud ante las negociaciones.
Pese a estas enormes dificultades, el Presidente Picado confía el éxito de su
misión al buen juicio de los bandos involucrados, a la ya institucionalizada me
diación de la Iglesia católica costarricense y al apoyo interesado que brindarían
los Estados Unidos.
Esa misma tarde, el New York Times dedica casi media página a contrade
cir las versiones oficiales y a presentar una entusiasta información sobre la vi
gencia del movimiento rebelde y los triunfos alcanzados por sus tropas. La in
formación se encuentra encabezada por un titular destacado, que dice: “Los re
beldes costarricenses logran triunfos”. A su lado, destaca una fotografía, distri
buida por la Associated Press, en la que figuran Ulate y Figueres en amena con
versación y con el siguiente titular: “Encuentro en los cuarteles revolucionarios
de Costa Rica”. En el pie de grabado se afirma que la reunión se realizó en los
cuarteles secretos de Figueres, al suroeste de Cartago.
Dejando de lado el diseño gráfico de la página del Times, de claro con
tenido semiótico, y la hiperbolizada información sobre el dominio rebelde, la
fotografía se convierte en un elemento controversial. La cuestión se presenta
debido a los claros indicios que permiten poner en duda su autenticidad.
Como hemos visto, durante la primera fase de la guerra civil costarricense,
los frentes de guerra sufren una constante presión gobiernista y el movimiento
rebelde se debate en una precaria situación militar. Las defensas en La Sierra
son desbaratadas por la Unidad Móvil y sus fuerzas se desbandan montaña
adentro; varios días consume la normalización de la línea del frente y la con
solidación de la posición defensiva. El mismo día de la victoria en San
Polémica fotografía publicada por el diario The New York Times. La entrevista
carece de registro histórico y su eventualidad presenta diversas contradicciones con
el curso de los eventos. (NYT Late Edition. 24 de marzo de 1948).
26 de Marzo de 1948
(firma) Otilio Ulate
(Rodríguez, 255).
Según informó el New York Times, el Gobierno había tomado algunas
medidas para enfrentar la Semana-Santa. El lunes 22, se decretó prohibición
de cerrar el comercio y se le había dado un ultimátum a los empleados ban
carios para que se presentaran a sus puestos (New York Times, 23 de marzo
de 1948). También de acuerdo con el Times, el miércoles 24 el Banco Na
cional se encontraba abierto (The New York Times, jueves 25 de marzo de
1948), a pesar de los vehementes llamados de la oposición para que abando
naran su trabajo (Rodríguez, 252). Todas estas circunstancias, obligaban a
Ulate a redoblar sus llamados a la huelga general, casi con desesperación.
Así, queda de manifiesto en un nuevo comunicado del Comité de Huelga a
los oposicionistas, de fecha no precisada; pero, probablemente, cercana a es
te día. Rodríguez lo reproduce así:
BOLETIN DE LA REVOLUCION
RESISTENCIA CIVIL
Usted, comerciante, tiene este deber que cumplir - ayúdenos ya, aho
ra:
COMITE DE HUELGA
Sin embargo, el New York Times, en un cable fechado este mismo día
en San José, confirma el estallido de la lucha en El Empalme. Luego de re
ferirse a la victoria rebelde en San Isidro, continúa:
Al concluir el día, la edición dominical del New York Times presenta dos
informaciones sobre la crisis costarricense. La primera, es un cable proce
dente de San José, con los siguientes titulares: “Costa Rica en vilo. Situación
de lucha sin cambios, con numerosos heridos”. Según el Times, ambos ban
dos mantienen sus posiciones y la lucha produce muchos heridos. Los adver
sarios estarían permitiendo el ingreso de médicos voluntarios para atender
los en la zona de guerra. Luego informa que los campesinos de la costa pa
cífica estarían resistiendo los intentos de reclutamiento por parte del Gobier
no. Informa, además, que dos aviones de carga con heridos llegaron a San
José procedentes de Liberia, más de trescientos kilómetros al norte de San
José. No contamos con información sobre combates de envergadura en la
norteña Provincia de Guanacaste, muy lejos del teatro de la guerra. La infor
mación cierra con un escueto cable de la AP, en el que se informa sobre la
renovación de solicitudes de ayuda, por parte del Gobierno, a Nicaragua y
República Dominicana. Y añade, maliciosamente, que muchos nicaragüen
ses, a pesar de haberse girado instrucciones para retirarse a su país, perma
necen luchando al lado del Gobierno.
El señor Ulate obtuvo 10.000 votos más que el Dr. Calderón Guardia,
pero las fuerzas de Calderón Guardia denunciaron que las elecciones
habían sido fraudulentas. El Congreso costarricense falló el fraude e
invalidó las elecciones. El Gobierno programó nuevas elecciones pa
ra el próximo mes.
Cartago, sin duda, era un objetivo militar de gran importancia en los pla
nes rebeldes. La ocupación de Cartago y el control de la línea férrea, parti
ría el país en dos partes, en sentido este-oeste. La parte norte en poder del
Gobierno y la parte sur en poder de los rebeldes.
Días atrás, los pilotos habían traído un preocupante rumor que circulaba
en los medios militares guatemaltecos: la revolución no avanza. Según pare
ce, esta impresión se traducía en el cuestionamiento del ritmo de las opera
ciones del General Figueres y, en última instancia, de la ayuda militar que le
brindaban. El propio Coronel Francisco Arana, que a la postre se impondría
a la actitud antifiguerista de Arévalo, era de esa opinión. Todavía algunos
días después, al restablecerse el contacto con Guatemala, Arana habría en
viado el siguiente mensaje:
M. Mora
(Ferreto3, 2 ss)
Esa misma tarde, el New York Times continúa informando sobre la situa
ción costarricense. Para este día, la edición vespertina presenta la informa
ción encabezada por un titular visiblemente manoseado: “Costa Rican Plea
to Trujillo Denied”, es decir, “Negada la solicitud costarricense a Trujillo”.
Indiscutiblemente, el titular da a entender que la solicitud de ayuda fue ne
gada a Costa Rica. Sin embargo, la información tiene otro sentido. Lo nega
do no es la ayuda sino que haya existido una solicitud costarricense, trans
mitida por el embajador dominicano en Costa Rica a Trujillo. Evidentemen
te, el Times quiere dar la impresión de un fracaso total del Gobierno de Cos
ta Rica, aun a costa de manipular sus informaciones. En cambio, al informar
sobre los insurgentes, los presenta victoriosos, avanzando sobre Cartago y en
poder de Tejar (The New York Times, martes 30 de marzo de 1948). Al pa
recer, ninguna de las dos noticias tiene base real.
Día N°20: miércoles 31 de marzo
El bombardeo a la Casa Presidencial
Muy de madrugada, el viejo DC-3 fue cargado con las bombas de Gua
temala y salió, según dice Figueres equivocadamente, de Santa María de
Dota (Figueres, 193). El plan consistía en arrojar dos bombas sobre la Casa
Presidencial (Figueres, 194) y lanzar algunos panfletos sobre la capital (The
New York Times, 1 de abril de 1948). Núñez iba acompañado de varios hom
bres que actuarían como artilleros (Figueres, 193; Acuña, 173) y con un co
piloto improvisado. El método del lanzamiento, explicado por Figueres,
resulta folklórico:
Mesén ni siquiera había montado alguna vez en un avión. Núñez le
explicó en dos minutos lo que tenía que hacer. El piloto Núñez le in
dicaría el momento de lanzar las bombas. Mesén avisaría en forma de
cadena, tocando el hombre del compañero cercano y este al que le se
guía, hasta que llegara el mensaje a quien, con riesgo muy grande, iba
acostado sobre el piso del avión, de cara a la puerta abierta y miran
do hacia abajo (Figueres, 193).
De acuerdo con un cable de la AP, fechado en San José este mismo día,
luego de lanzar la bomba, el aeroplano habría realizado dos pases por la ciu
dad arrojando volantes. En uno de ellos “advertía que retornaría, para ven
gar el ametrallamiento por el gobierno a los civiles en San Isidro” (Villegas1,
299). Según esta información, la explosión habría ocurrido cerca de la Casa
Presidencial y los daños habrían sido ligeros.
No contamos con las reacciones de los círculos políticos de San José an
te la alocución de Figueres. El hecho de que los preparativos para la visita
de Monseñor Sanabria continuaran sin tropiezo, indica que no fue conocido
o, al menos, que no se le prestó la debida atención. La sorpresa, relativamen
te generalizada, ante la negativa de Figueres a acatar el arreglo entre Ulate y
Calderón, evidencia que la Proclama de Santa María no logró el impacto que
luego se le atribuyó. Sin embargo, según Bell, el tono izquierdizante causó
honda preocupación en ciertos medios capitalinos y se le pidió que suaviza
ra los adjetivos (Bell, 195). Como lo destaca Schifter, la Embajada nortea
mericana estaba absorta en su lucha contra la penetración comunista en el
Gobierno y, a pesar de estas evidencias, continuó sin distinguir las diferen
cias políticas entre Figures y Ulate. Al parecer, el tono socializante opacó
por completo el tono “autonomizante” del discurso figuerista. Quizá, a cau
sa de ello, Figueres continuaba sin despertar el entusiasmo de la Embajada
norteamericana. Así lo confirma la información obtenida por Schifter:
La situación descrita no puede ser menos que grave para el Gobierno. Sus
fuerzas habrían sufrido una derrota de dimensiones estratégicas y se encon
trarían en fuga. Su retirada los sitúa más allá de La Sierra y de Casamata, se
gún lo constató Marshall al día siguiente. Los rebeldes, por su parte, logra
ban una gran victoria, rechazando el frente de guerra a las posiciones perdi
das desde el 12 de marzo, al inicio de la guerra, e infligiendo un duro golpe
a las fuerzas enemigas. En este avance rebelde, el Gobierno perdió equipo bé
lico (... “una pequeña estación de radio, dos tiendas de campaña, una cocina,
algunas armas, manteca, gasolina, guaro...”) y sufrió nueve muertos (Acuña,
222, 220). Por su parte, las fuerzas rebeldes solamente sufrieron un muerto.
No hay duda que el avance de los rebeldes fue relativamente fácil; sobre
todo, si tomamos en cuenta la situación de asedio sufrida durante los días an
teriores y el avance de las tropas gubernamentales hasta la posición de Vara
de Roble. Luego de un corto ataque, en el que las fuerzas rebeldes supera
ron las escasas defensas gobiernistas, avanzaron por la carretera, sin encon
trar resistencia, hasta La Sierra. Allí, establecieron nuevas posiciones y, an
te el notable abandono del frente de guerra por parte del Gobierno, discuten
la posibilidad de atacar sorpresivamente la ciudad de Cartago. En la Intera
mericana, los rebeldes se convierten los dueños de la situación. Las fuerzas
del Gobierno se habían retirado, desguarneciendo el frente más importante
de la guerra civil.
Al mismo tiempo que esto ocurría, en San José se aceleran los prepara
tivos para el viaje de Monseñor Sanabria al frente. De última hora, había
surgido una marcada preocupación por la seguridad de la comitiva y, parti
cularmente, por la del prelado. Monseñor debía atravesar las heterogéneas lí
neas gubernamentales y, al parecer, temía acciones en su contra provenien
tes de elementos de la Policía Nacional. Este cuerpo era comandado por el
hombre más temido y odiado por la Oposición y por los comunistas, indis
tintamente. Se llamaba Juan José Tavío y había llegado a emular el temor
que infundió Patrocinio Araya, el sanguinario esbirro de los Tinoco.
Tavío era cubano y militar de carrera. Llegó a Costa Rica para suplir la
secular inopia de oficiales costarricenses. Así llegó el también odiado Gene
ral nicaragüense Modesto Soto. Como Jefe de Policía, Tavío se veía obliga
do a reprimir las actividades subversivas de la Oposición y, en este desem
peño, le fueron atribuidos muchos actos de violencia y de brutalidad. Fue
responsabilizado, al parecer interesadamente, por la muerte del Doctor Car
los Luis Valverde Vega, el 3 de marzo, hecho que exacerbó aún más los áni-
mos de la Oposición. Figueres le atribuye el brutal asesinato de Nicolás Ma
rín, uno de los primeros figueristas capturados en La Sierra al inicio de la
guerra civil. Al menos en una ocasión, el grupo terrorista dirigido por Car
dona planeó su asesinato (Cf.: Villegas2). Uno de los testimonios transcritos
por Aranda, nos narra el siguiente episodio:
...dudó mucho antes de dar ese paso, por temor de que le ocurriera al
go al señor Ulate. Por fin me dijo, de manera franca, que él sólo te
nía confianza en los soldados de Vanguardia Popular; que desconfia
ba de la policía que manejaba Tavío, y que si yo me comprometía a
hacerle cuidar el Palacio por los milicianos vanguardistas, el iría a
realizar con confianza su misión.
SAN JOSE, Costa Rica, abril 1. A pesar de que esta noche, según
informes recibidos, la lucha ha alcanzado las inmediaciones de Car
tago, cuarenta millas al sur de San José, y que el gobierno ha envia
do urgentes pedidos de refuerzos, la esperanza de una tregua en la re
vuelta dio un giro favorable hoy.
Una vez que Monseñor Sanabria hubo pasado, los gobiernistas lan
zaron, con el apoyo de un tanque, un ataque a La Sierra, que fue re
sistido por Vico Starke, Max Cortés y Bruce Masís, con sus valientes
compañeros. El tanque tuvo que devolverse porque uno de nuestros
combatientes, con riesgo de su vida, mató a varios de sus artilleros.
No obstante el ataque se renovó con mayor violencia y el Gobierno
se apoderó de nuevo de La Sierra (Figueres, 187).
1. Establecimiento de un armisticio.
3. Amnistía general.
Por su parte, el New York Times inserta una pequeña nota, fechada en Pa
namá el 3 de abril con el título: “Jefe rebelde costarricense al aire” en el cual
da cuenta del mensaje radial de la Segunda Proclama, emitido la noche del
2 de abril. Según el informe, Figueres aseguró “que su movimiento ‘no era
ni capitalista ni reaccionario’. Dijo que sus fuerzas estaban peleando por
fundar la ‘segunda república’ que terminaría con el espectáculo de una ma
yoría empobrecida por la ineficiencia y los privilegios especiales” (New
York Times, domingo 4 de abril de 1948).
Según Miguel Acuña, ese mismo día, 4 de abril, al enterarse del fracaso
de la misión del Arzobispo, los gobiernistas lanzaron un fuerte ataque a las
posiciones rebeldes. Sin embargo, los figueristas ya se habían retirado hasta
El Empalme y los milicianos comunistas vuelven a ocupar las posiciones
que mantenían el 31 de marzo. Esa noche, al menos en el frente de guerra,
los gobiernistas podían dormir tranquilos.
Día N°25: lunes 5 de abril.
El distanciamiento Ulate-Figueres.
Según Acuña, para este día, Carlos Luis Fallas ha logrado reclutar un cen
tenar de hombres en San José y el Gobierno le entrega cien rifles Remington,
una ametralladora y un único fusil automático (Acuña, 287). Con esta fuerza
se traslada a la zona sur, a Puerto Cortés, a reorganizar la milicia bananera y
lanzar un nuevo ataque sobre San Isidro de El General (Acuña, 289). Esta
vez, le acompaña el coronel nicaragüense Abelardo Cuadra, un ex miembro
de la Guardia Nacional que intentó derrocar a Somoza y que fue contactado
por el propio Presidente Picado (Cuadra, 254). De acuerdo con Acuña, llevan
un plan bien elaborado; no en vano había muerto Tijerino (Acuña, 287). El
objetivo era atacar San Isidro por dos flancos, desde Puerto Cortés y Domi
nical (Salguero, 1985), con sendas columnas al mando de Cuadra y de Fallas.
El plan contemplaba un avance por etapas, que serían debidamente consoli
dadas, y la ocupación de la población de Buenos Aires de Osa, como centro
de operaciones militares y cuyo aeropuerto serviría como base de aprovisio
namiento (Acuña, 287). Incluso, de acuerdo con Figueres, una parte de las
tropas gobiernistas llegó aerotransportada hasta este lugar (Figueres, 1987).
Según Acuña, Carlos Luis Fallas bautizó con el nombre de Columna de la
Victoria a aquella nueva fuerza de trescientos cincuenta hombres, en la que
residían las últimas esperanzas gubernamentales (Acuña, 287).
La atención unánime del país está fija en los frentes de combate, los
más activos de los cuales son los de El Empalme y los de San Isidro
de El General.
La situación era tan crítica para los rebeldes, que en la madrugada de es
te día, antes de continuar hacia su destino militar, la Legión Caribe fue re
querida de urgencia para defender el aeropuerto. Se presumía que los maria
chis se infiltrarían por las colinas del fondo del campo y un pelotón salió a
su encuentro, con órdenes de detenerlos a toda costa (Jiménez, 52, 53). Los
legionarios mantuvieron la alerta hasta el momento mismo de abordar los
aviones.
Por tercera vez en esta guerra, San Isidro de El General velaba las armas
a la espera de una gran acción militar. Había que resistir a la Columna de la
Victoria a todo trance, mientras se completaban los movimientos militares
previstos. Una vez cumplidas estas acciones y de tener éxito la Legión Cari
be, San Isidro de El General perdía todo su valor estratégico (Figueres, 208,
209). De esta manera, por segunda vez consecutiva, el grueso de las fuerzas
rebeldes abandonará San Isidro en vísperas del embate enemigo y deja su
defensa en manos de unos pocos hombres, en su mayoría lugareños.
El 9 de abril es el día clave de la ofensiva rebelde. Ese día, las tropas re
beldes que resguardan El Empalme y San Isidro, deben iniciar su concentra
ción en la zona de Santa María; al mismo tiempo, se espera la llegada del
contingente de Francisco Orlich procedente de Altamira y la Legión Caribe
se apresta al asalto de Limón. La complejidad de los planes se transforma,
entonces, en un asunto práctico. En Santa María la adrenalina se encuentra
al máximo.
Durante la mañana, muy temprano, el campamento de Altamira entró en
agitación. Los dos DC-3 sin insignias se preparaban para realizar otra arries
gadísima misión. Transportarían al grupo del Frente Norte, bajo el comando
de Francisco Orlich Bolmarcich, para sumarse al resto del ejército en la mar
cha sobre Cartago, y regresarían de inmediato para continuar su misión. En
Altamira, la operación se realiza en el más estricto secreto. La Legión Cari
be es licenciada y los hombres se dan un verdadero descanso, tanto que no
se percatan de la concentración de tropas en el campo de aterrizaje ni del
posterior despegue de los aviones (Cf.: Jiménez). Al momento de su partida,
la suerte de San Isidro de El General, su lugar de destino, era desconocida.
Los aviones recorren la ruta sin contratiempos y con regocijo descubren
que el campo de aterrizaje aún permanece en poder de los rebeldes. Sin em
bargo, las noticias son alarmantes. La Columna de la Victoria se encuentra
en Buenos Aires y otros grupos suyos han iniciado el ascenso desde Domi
nical. El grueso de la tropa rebelde sólo esperaba la llegada de los aviones
para abandonar la ciudad, dejando un pequeño destacamento con la orden de
“‘aguantar’ a Fallas mientras se cumple el ‘Plan Magnolia’“ (Acuña, 288).
Los combatientes del Frente Norte son trasladados de inmediato a Santa Ma
ría de Dota en los mismos camiones utilizados para transportar, el día ante
rior, a la Legión Caribe.
Antes de retirarse de San Isidro, el propio Miguel Angel Ramírez orga
niza la defensa de la población. Según Figueres, el destacamento quedó a
cargo del hondureño Jacinto López Godoy y de Romilio Durán (Figueres,
1987). Por su parte, Acuña sostiene que el destacamento estaba compuesto
por tres grupos, al mando de López, Durán y Fernando Valverde (Acuña,
289). Su plan de defensa consistía en la colocación de varios retenes en las
rutas de acceso a San Isidro y minar la carretera; al grupo de Godoy se en
comienda la defensa de la población. Los defensores, en su mayoría isidre
ños, se sienten abandonados ante la temible fuerza gubernamental (Cf.: Sal
guero 1). Algunos atribuyen al Mando y al propio Figueres, propósitos incon
fesables (Figueres, 210). Romilio Durán, en su ya citada conversación con
Acuña, es suficientemente explícito:
Es conveniente advertir que, unos días antes, el General Ramírez es
tuvo con nosotros animándonos a dar una gran batalla que se llama
ría “La Batalla de San Juan del Sur”. El mismo comandaría la acción,
pero al aprobarse el Plan Magnolia, el General se dirige con su gen
te a Santa María dejándonos a nosotros como un grupo de sacrificio
(Acuña, 289).
Entre tanto, la Legión Caribe vela las armas. Se han girado ya las prime
ras instrucciones a los soldados y se prepara una sesión plena para la noche.
El nombre “Clavel” empieza a resonar en los oídos de los combatientes y
pronto conocerían el plan de ataque. Según cuenta el mismo Figueres, la
dueña de casa había organizado el rezo del rosario antes del cónclave mili
tar. Algunos soldados se retiraron discretamente y uno de los pilotos subió
a la nave. Casualmente encendió la radio y, en medio de la endiablada está
tica, logró escuchar: “Magnolia y Clavel veinticuatro horas después...” Aña
de Figueres: “Corrió a comentarlo a los jefes de la expedición. Para ellos, to
do queda claro: la operación que debería realizarse el 10 de abril, tenía que
posponerse al 11 de abril, a fin de mantener la sincronía con la operación so
bre Cartago” (Figueres, 224).
Los aviones partieron del campo de Altamira poco después de las seis de
la mañana (Jiménez, 74). Los pesados DC-3 tomaron altura lentamente y en
rumbaron hacia el Caribe. Pero, a los quince minutos de travesía, cundió la
alarma entre los ocupantes de las naves. Un pequeño avión de caza enemigo
apareció sorpresivamente, con evidentes intenciones de ataque (Figueres,
223; Jiménez, 74ss). Los rebeldes se aprestaron a presentar batalla, la prime
ra y única batalla de este tipo en los anales de la historia costarricense, en
medio de gran conmoción. Jiménez recreó este evento de la siguiente mane
ra:
En un principio creíamos que la Legión iba a ser aniquilada en el ai
re, pues las posibilidades de defensa eran casi nulas, pues los aviones
que nos transportaban eran muy vulnerables para cualquier ataque
debido a su lentitud para maniobrar. Rompimos las ventanas del
avión para poder sacar por ellas las bocas de nuestras ametralladoras
y los cañones de los fusiles para proporcionarle al moscón que nos
perseguía, una lluvia de balas. El avioncito era uno de caza tipo
Kittyhawk de dos plazas; no se atrevió a atacarnos de costado ni de
frente pues sabía lo que le esperaba, de modo que el fuego de sus
ametralladoras lo dirigía contra la parte inferior del fuselaje y contra
la cola del pesado Douglas. Al primero que atacó fue al avión que pi
loteaba el Macho Núñez. Las ráfagas que le disparó no lo alcanzaron
en ninguna parte, luego dio una vuelta y nos atacó a nosotros sin to
carle a nuestra nave ni la punta de una ala. La situación se ponía co
lor de hormiga pues el caza no desmayaba en su ataque y volvía a la
carga con más fuerza. Lo curioso de todo esto -una experiencia más
de la guerra aérea que nos quedó- es que los disparos no se oyen en
pleno vuelo por el ruido de los motores, de manera que todos noso
tros esperábamos ser pasto de la metralla de un momento a otro, pe
ro una vez más la Providencia nos salvó como de milagro: apareció
una nube gruesa y alta en la cual nos escondimos del avioncito, que
no pudo subir tan alto como nosotros, por la fragilidad del aparato.
Respiramos hondo, pues el peligro había pasado (Jiménez, 74, 75).
El vuelo continuó sin novedad hasta que, desde la altura, se divisó el in
menso y borrascoso Mar Caribe. Los pilotos, suponiendo una respuesta
enérgica de los defensores del aeropuerto, habían rifado el turno del aterri
zaje y el primer avión tocó tierra bajo una llovizna pertinaz (Acuña, 232).
Todavía rodando por la pista, los combatientes fueron saltando del avión y
ocuparon posiciones en el desguarnecido aeropuerto, a siete kilómetros de la
ciudad de Limón. El segundo avión describió varios círculos, mientras se
despejaba el campo, y aterrizó minutos después. Según Jiménez, la única de
fensa del aeropuerto era un negro con un viejo fusil Remington, que huyó
despavorido ante el impresionante desembarco. Al ser las siete de la maña
na, la Legión Caribe se dividió en dos columnas y una se dirigió hacia la ciu
dad por la carretera y, la otra, avanzó por la playa (Jiménez, 76). Ingresaron
por el puente de Cieneguita en el mismo momento que uno de los aviones
rebeldes lanzaba una poderosa bomba, con el propósito de alcanzar el cuar
tel. El estruendo de la explosión era la señal convenida y la Legión Caribe
se desparramó por la ciudad para ocupar las posiciones previstas. El Plan
Clavel entraba en su fase decisiva.
El pelotón Alvaro París avanzó hacia el norte, para ocupar las lomas que
se alzan al occidente del puerto y desde la cual se domina el Cuartel y gran
parte de la ciudad; allí emplazan la ametralladora Lewis y disparan con to
do tipo de armas contra la vieja edificación militar (Jiménez, 77ss). El pelo
tón N° 1 cruza hacia el este, hacia el edificio de la aduana del puerto, con ór
denes de ocupar el vecino edificio de la Compañía Bananera de Costa Rica,
lugar desde el cual se dominan la Aduana y el local del Resguardo Fiscal. El
pelotón los Angeles se encarga de cubrir la retaguardia, mediante la captura
de las instalaciones de la Compañía Texaco, y, de inmediato, avanza sobre el
Cuartel, para completar su cerco desde las casas y azoteas vecinas. Los si
tiados respondieron el fuego furiosamente e intentaron salir a las calles, pe
ro el ataque rebelde arreciaba desde todos los ángulos y logró encerrarlos en
la edificación. El asedio se prolongó por espacio de dos horas, en medio de
un intenso fuego cruzado.
Como a las diez de la mañana, por la puerta principal del Cuartel asomó
una bandera blanca y la solicitud de concertar negociaciones (Jiménez,
81ss). Los rebeldes recurrieron al Obispo de Limón como mediador suyo y
lo instruyeron para solicitar la rendición incondicional del Cuartel. El parla
mentario oficialista, identificado como el Capitán Crespi, rechazó la pro
puesta y, una vez que se hubo retirado el Obispo, se desató un nuevo y más
intenso ataque que dejó la edificación prácticamente destruida. Media hora
después, los oficialistas pidieron un nuevo parlamento que les fue negado
por los rebeldes. Considerando perdida su situación, la guarnición del Cuar
tel se rindió incondicionalmente ante las fuerzas de la Legión Caribe y el ba
tallón Alvaro París ocupó sus instalaciones. El Cuartel de Limón cayó así en
poder de los rebeldes, pero la ciudad aún se mantenía en pie de lucha.
Entre tanto, en el Llano Angeles, la Marcha Fantasma continúa desmo
vilizada. Desconocen la suerte de la Legión Caribe y del Plan Clavelysol
esperan la oscuridad para reanudar su avance hacia Cartago. Ya en la tarde,
de acuerdo con su plan, Manuel Mora llega a las vecindades de San Cristó
bal y, junto con Ferreto, sube a una de las alturas del lugar. Desde allí, sin
necesidad de binoculares, ambos dirigentes observaron las tropas figueristas
en su descanso. Conforme a las informaciones recibidas por Mora, los rebel
des se desplazaban, evidentemente, rumbo a Cartago. La situación era clara.
Figueres pretendía asaltar Cartago. Pero, antes que alarmarse, los comunis
tas quedaron satisfechos; de acuerdo con ¡a promesa de Picado, las fuerzas
gobiernistas habrían sido trasladadas a aquella ciudad y solamente espera
ban la llegada de los rebeldes para decidir la suerte de la guerra. Los dirigen
tes comunistas se trasladaron a San José a esperar los resultados de los acon
tecimientos (Mora1, 9).
La Marcha Fantasma, retozando, esperaba la noche. Los hombres apro
vechaban el tiempo para procurarse algunos alimentos y Figueres asistió co
mo padrino a un inusual bautizo de campaña (Figueres 231; Salguero, 197).
En ese momento, por la carretera que venía de Casamata, apareció un jeep
gobiernista que avanzó desprevenidamente hasta el campamento rebelde.
Sus ocupantes fueron reducidos por la fuerza y sometidos a violentos inte
rrogatorios (Acuña, 237). Se trataba de una patrulla de reconocimiento, es
pecialmente enviada por el gobierno para estudiar los accesos a Santa María
de Dota por el territorio que recorría la Marcha Fantasma. Su misión le ha
bía sido comisionada por el Estado Mayor del Gobierno y la componían el
ingeniero Jaime Soley, el topógrafo Rafael Roig Vargas, el señor Arturo Cu-
billas y otros dos acompañantes (Acuña, 238). Figueres narra el evento casi
en términos de un encuentro de viejos amigos. Según el, se encontraban en
la ceremonia de bautizo cuando oyó una voz que le gritaba:
Hijos de p... Ustedes no se han dado cuenta que aquí andan solda
dos enemigos.
Quien me increpaba -continúa Figueres- era el Ing. Rafael Roig, vie
jo amigo mío, acompañado del Ingeniero Jaime Soley, don Alberto
Durán Rocha y otros dos hombres, todos conocidos gobiernistas. Rá
pidamente ordené su arresto. Ya nos habíamos creado un problema
adicional: lidiar otra vez con prisioneros. Así se juntó allí un peque
ño grupo de combatientes de ambos bandos. Un soldado de Gobier
no se quejó de que los nuestros le habían quitado los zapatos y no
querían devolverlos. Tuve que amenazar a los nuestros entonces.
Si ustedes no se descalzan y devuelven esos zapatos, yo me quitaré
los míos y seguiré descalzo hasta Cartago.
Esa amenaza puso fin a la crisis (Figueres, 232).
Sin embargo, según Acuña, el encuentro se desarrolló en una tesitura de
tensión y violencia. Los prisioneros fueron maltratados y obligados a cargar
las municiones (Acuña, 237). La narración de Arturo Cubillas, protagonista
de los hechos, así lo testimonia:
...De pronto nos cayó encima un grupo de revolucionarios y fácilmen
te nos desarmó. Ibamos: su servidor -Arturo Cubillas-, el ingeniero
Jaime Soley, el topógrafo Rafael Roy Vargas, don Alberto Durán C. y
un señor de apellido Bonilla. El señor Figueres interrogó a mis com
pañeros. A mí sólo me dijo:
-¿Vos que andás haciendo por aquí?
-¿Yo?... paseando con mi amigo Jaime.
-Para pasear andás armado. ¿No será que sos de los que andan que
mando mis fincas?
-No señor.
-¿Cuánta gente tiene el Gobierno en Casamata? ¿Viste muchas tropas
en Cartago?
Yo exageré tanto que no me creyeron. Hasta se burlaron de mis fan
tasías. El más golpeado de nosotros fue Jaime, a quien Báez Bone dio
unos culatazos, después de insultarlo en la forma más soez (Acuña,
238. Sic).
Mientras esto ocurría, en la ciudad de Limón continuaba la lucha arma
da. Una vez rendido el Cuartel, los focos de resistencia más importantes lo
constituyeron el Resguardo Fiscal, el edificio de la Aduana y los francotira
dores que hostigaban permanentemente a los rebeldes (Jiménez, 84ss). El
pelotón N°1 fue recibido por quince hombres que, parapetados en los carros
de ferrocarril del patio de la Aduana, les lanzaba una cortina de fuego y no
lograron alcanzar el edificio de la Compañía Bananera de Costa Rica. Deci
dieron, entonces, penetrar al centro de la ciudad a ocupar nuevas posiciones.
Se instalaron en la azotea de la Pensión Costa Rica y en el segundo piso del
edificio que ocupaba el Banco de Costa Rica. Su ataque se concentró prime
ro sobre la guarnición del Resguardo Fiscal y lograron desalojar a los go
biernistas que, apresuradamente, se retiraron hacia el edificio de la Aduana.
Pero, entonces, apareció el fuego graneado de los francotiradores que, apos
tados en las esquinas, en los corredores de las casas y en los techos, sorpren
dían a los rebeldes y les dificultaba la acción. Víctima de los disparos furti
vos de los francotiradores resultó Rolando Aguirre, ametralladorista del pe
lotón N°1 y único muerto de la Legión Caribe, al cual se le rindieron hono
res como mártir de la guerra civil y se bautizó con su nombre al cantón sex
to de la provincia de Puntarenas; el pelotón N°1 asumió, luego, el nombre
de Rolando Aguirre (Jiménez, 88).
En las horas siguientes fue sofocada la resistencia de la Aduana y se lo
gró la rendición de la guarnición del Resguardo. Pero un grupo de comunis
tas aprovechó la situación para ocupar las posiciones que abandonaban los
representantes del Gobierno (Jiménez, 89ss). La batalla volvió a arreciar en
el sector de la Aduana, convertido en el último foco de resistencia guberna
mental. Mientras se hacían esfuerzos desesperados por resolver definitiva
mente la lucha, patrullas rebeldes y voluntarios limonenses se desplazaban
por la ciudad en labor de limpieza. Sin embargo, pese a los deseos rebeldes,
la situación de lucha armada se prolongaría hasta muy entrada la noche. La
acción de los francotiradores y los disparos aislados, las ráfagas, el intenso
fuego de fusilería y el fragor del combate, fueron las características del res
to del día. Jiménez dice que esta situación de lucha se prolongó por espacio
de veinticuatro horas, hasta la mañana siguiente (Jiménez, 84). Por su parte,
Rossi dice que a las siete de la noche fue informado por la Comandancia de
la Legión Caribe que la ciudad había sido definitivamente controlada por las
fuerzas rebeldes. No obstante, reconoce que la noche entera transcurrió en
estado de alerta (Jiménez, 91).
Por su parte, la Marcha Fantasma reanuda su avance con los últimos res
plandores del día (Salguero1, 199). Desconocen la suerte de la Legión Cari
be y el virtual triunfo de la operación; pero, repuestas las energías, la mar
cha se inicia con entusiasmo. Según los planes, el ejército entraría a Carta
go en la próxima madrugada y ocuparían por sorpresa la somnoliente ciu
dad. Del Llano Angeles, la columna se dirigió a Corralillo y, de ahí a Tablón.
En todos los caseríos por donde pasaba, era recibidos como libertadores. Di
ce Figueres:
Mientras esto sucedía, los hombres del batallón San Isidro ocuparon sus
posiciones en Ochomogo, al noroeste de Cartago, a la vera de la carretera
que conduce a San José. La última etapa de su caminata, desde Quebradilla
y el llano de Coris hasta El Alto de Ochomogo, resultó agotadora. El bata
llón fue diezmado por el hambre y el cansancio y quedó regado por los po
treros y colinas de la hacienda Quirazú. De los ciento veinte hombres que
formaban la columna, únicamente catorce alcanzaron la meta varias horas
más tarde de lo previsto en el plan (Salguero1, 200). La preocupación por el
atraso debió ser enorme, ya que su misión era bloquear la carretera al mis
mo tiempo que se iniciaba el ataque a la ciudad; de otra manera, los gobier
nistas podían recibir refuerzos desde San José y derrotar la ofensiva rebelde.
Para Oscar Cordero, quien participó en la acción con las fuerzas rebel
des, la situación fue precisamente la inversa. Achacándolo a la cobardía del
comandante, el nicaragüense José María Tercero, Cordero dice que recibie
ron la orden de evacuar la posición, produciéndose una virtual desbandada.
En su Diario escribió:
Las luchas fratricidas suelen ser más sangrientas que las internacio
nales y dejan divisiones profundas entre gente que, terminado el con
flicto, deben convivir por fuerzas de las circunstancias. Constante
mente se me venía a la memoria el caso de Chinandega, que el 1927
fue incendiada en el feroz combate que por su posesión libraron con
servadores y liberales. Recordaba que, a pesar del tiempo transcurri
do, los unos y los otros se atribuían las responsabilidades del hecho,
lo cual claramente enseña que medidas dictadas por el apasionamien
to del momento en que se producen, o por las necesidades de la gue
rra, son, tratándose de hermanos, indefendibles cuando el señorío de
la razón se restablece...
Con los dos accesos principales a Cartago cubiertos y con el control ca
si completo de la ciudad, los rebeldes iniciaron la tarea de ocupación de nue
vas posiciones en las poblaciones vecinas (Aguilar, 347). Para asegurar la
victoria era indispensable cortar la línea férrea que comunica a Cartago con
Turrialba y aislar las fuerzas gobiernistas dispuestas en esa zona para el con
traataque a Limón (Figueres, 244). Se decidió cerrar la línea en Paraíso, a
seis kilómetros de Cartago; además, desde allí se desprende la carretera ha
cia Tapantí, la finca de los hermanos Calderón Guardia, donde el régimen
contaba con numerosos adeptos. Los treinta hombres designados para cum
plir la misión encontraron una fuerte resistencia de parte de la población ci
vil. El combate se prolongó durante todo el día y concluyó a las siete de la
noche con la victoria rebelde (Aguilar, 347).
Al mismo tiempo que esto sucede, de Santa María de Dota sale el bata
llón Simón Bolívar, al mando de Carlos Rechnitz, con la misión de recupe
rar La Lucha y de presionar la línea San Cristóbal-Frailes-Santa Elena-Ro-
sario, en poder del enemigo desde el 14 de marzo (Acuña, 280). El plan in
cluye limpiar la zona de Tarbaca, Vuelta de Jorco y San Ignacio de Acosta,
con el fin de situarse en la retaguardia de San José. Durante este día, la co
lumna se moviliza por El Abejonal y ocupa la población de Santa Cruz, ya
en las inmediaciones de La Lucha (Acuña, 281).
En una rápida ceremonia, Abelardo Cuadra fue nombrado, según él, Je
fe del Estado Mayor y Comandante en Jefe de las Fuerzas del Alto de Ocho-
mogo (Cuadra, 257). Eduardo Mora, en su testimonio, sostiene que fue so
bre Carlos Luis Fallas en quien recayó el nombramiento de Jefe, mientras
que Cuadra resultó principal consejero militar (E.Mora, 119). Sin embargo,
uno y otro recibían órdenes de San José de un miembro del Estado Mayor
identificado como Ricardo (Cuadra, 259), refiriéndose probablemente a Ri
cardo Fernández Peralta. No obstante, este ha rechazado toda participación
directa en los hechos armados y asegura haber ocupado una posición mera
mente decorativa (Salguero, 1981).
A partir de ese momento, según Manuel Mora, el Estado Mayor que has
ta la fecha venía dirigiendo la guerra, fue defenestrado y se conformó uno
nuevo bajo dirección comunista. El partido Vanguardia Popular asumía la
conducción plena de las acciones militares. Pregunta Miguel Salguero:
“Bueno, don Manuel, y una vez que Figueres tomó Cartago, ¿cuál fue la ac
titud de ustedes?”. Responde Manuel Mora: “En ese mismo momento noso
tros resolvimos destituir el Estado Mayor del Gobierno y constituir nuestro
propio estado mayor bajo el mando de Carlos Luis Fallas, con la asesoría
técnica del coronel Abelardo Cuadra, nicaragüense, de West Point. Conoce
dores entonces de lo que estaba pasando, de las traiciones, de todo eso, cons
tituimos nuestro cuerpo director, y comenzamos a trasladar la gente que te
níamos en el sur a San José” (Salguero, 165). El novísimo Estado Mayor re
solvió instalar su zona de operaciones en el poblado de Tres Ríos, en el pro
pio frente de guerra.
Como resultado de las acciones militares de los dos últimos días, los re
beldes se habían apoderado de un área de importancia estratégica para los
bandos contendientes. Limón es, no sólo el único puerto de Costa Rica en el
mar Caribe, sino el puerto más importante para la actividad económica del
país. Por él se exporta la mayor parte de la producción nacional, en primer
lugar el café, y constituye el principal vínculo con el resto del mundo. Ade
más, posee una amplia red de líneas ferroviarias y ramales, construidos en el
apogeo de la actividad bananera y es el único medio de comunicación entre
el puerto y la metrópoli. Por su parte, Cartago, la antigua capital colonial, es
una estación intermedia en esta importante ferrovía, lo que la convierte en
una plaza estratégica. El control del ferrocarril permite superar la capacidad
aérea de abastecimiento y recibir, por vía marítima, el equipo militar pesado
que esperaba en Guatemala y que sería empleado en el asalto final a la ciu
dad de San José.
Una ametralladora barría sobre las lomas, manejada con tanta tran
quilidad y maestría, que quien lo hacía siguiendo la cadencia de
aquel soncito callejero.
Los rebeldes habían caído en una terrible trampa. El fuego de las ame
tralladoras alcanzó frontalmente al autobús, destrozando la carrocería y lan
zándolo a un lado de la carretera. En medio del pánico y la gritería, los re
beldes saltaban del vehículo, pretendiendo cubrirse del letal fuego enemigo.
Alvaro Montero describe este episodio en los siguientes términos:
A eso del mediodía, entró en el pueblo un bus conteniendo una vein
tena de figueristas. Una ametralladora los obligó a detenerse. Los po
bres se lanzaron por las ventanas y huyeron despavoridos. Algunos
fueron abatidos. Otros cayeron prisioneros. La cazadora quedó semi-
volcada a un lado de la carretera. Debe decirse, porque es la verdad,
que nuestro comandante ordenó un cese inmediato del fuego, de otra
manera ninguno sale con vida” (Acuña, 255).
Cuando los focos del jeep en que iba yo (...) alumbraron el jardín de
la casa de Patrocinio Arrieta, el chofer frenó en raya, pues delante de
nosotros teníamos un ejército de muertos: unos sentados como prote
giéndose detrás de los árboles, otros de panza dando la impresión de
que nos estaban esperando. En este lugar sabíamos que no podía ha
ber gente nuestra y además no podía haber heridos puesto que ese
punto estuvo diez horas bajo fuego (Acuña, 264).
En ese mismo lugar, se abrió una fosa común de seis metros de largo por
dos de ancho para incinerar y enterrar los muertos. Su número permanece en
el misterio. Muchos de sus protagonistas, entre ellos el propio Marshall, así
como investigadores y políticos, pretendieron después minimizar su costo en
vidas humanas. Sin embargo, hay acuerdo generalizado de que, en Tejar, se
produjo la batalla más feroz y sangrienta de la guerra civil. Pocos ofrecen ci
fras y las “oficiales” no concuerdan con este aserto. Según estas (Acuña,
259, 260), los rebeldes habrían sufrido 14 muertos, distribuidos así: 5 en San
Isidro de Tejar, 6 en el autobús y 3 detrás de la iglesia; esto significa que, si
omitimos los primeros, que realmente no fueron abatidos en batalla, en las
filas rebeldes resultan 9 muertos. Los gobiernistas, por su parte, habrían su
frido 26 muertos, incluyendo a los de Quebradilla; si en este caso y por la
misma razón omitimos a los últimos, tenemos de la parte gubernamental 8
muertos. Miguel Acuña cita también las declaraciones de Ernesto Camacho,
hijo del sepulturero de Tejar. Según él, de la fosa común en la casa de Patro
cinio Arrieta, fueron exhumados los restos de 45 personas (Acuña, 260).
Existen, sin embargo, otras estimaciones mucho mayores. John Patrick
Bell nos presenta un nuevo cálculo. Considera este autor que las bajas sufri
das por el gobierno en Tejar, “en lo que debe ser descrito como una verda
dera carnicería”, ascenderían a 400; correspondiendo, 210 a los heridos y
190 a los muertos. Los rebeldes, por su parte, habrían perdido únicamente
14 hombres (Bell, 198). La mayor cifra de víctimas es sostenida por la fami
lia Biesanz (Biesanz, 82). Los autores basan su estimación en el testimonio
del escritor Luis Ferrero, quien habría presenciado los estragos letales de la
batalla de Tejar. Su estimación es de 700 a 900 muertos (Biesanz, 681).
Cualquiera sea la verdad, no en vano el testigo anónimo de Aranda ex
clamó: “Hoy con el ánimo sereno digo -que esta batalla fue una completa
carnicería- peor que El Empalme” (Aranda, 46. Sic).
Mientras se desarrollaba la terrible batalla de Tejar, los delegados del
Cuerpo Diplomático llegaron a San José y, de inmediato, se dirigieron a la
Casa Presidencial. Acuña dice que había demasiado silencio y una gran ex
pectación (Acuña, 293). Los diplomáticos resumieron al Presidente Picado
los términos de la conversación con Figueres y le transmitieron su propues
ta. El Presidente encontró “inaceptable e inconveniente” la proposición re
belde y se retiró a su despacho para preparar una respuesta razonada. Mo
mentos después, expuso a los señores Embajadores la siguiente declaración:
Impuesto el suscrito, Presidente de la República, del memorándum
de esta fecha que suscriben los señores don José Figueres, don Alber
to Martén y don Fernando Valverde, son sus primeras expresiones las
de una sincera gratitud para los distinguidos Miembros del Cuerpo
Diplomático, que con tanta altura han mediado en la presente guerra
civil con el objeto de encontrar una solución patriótica, evitando que
se derrame más sangre costarricense. Esas expresiones de profunda
gratitud deben recibirlas en especial, el Excmo. Señor Nuncio y los
Excelentísimos Señores Embajadores, que con riesgo de su seguridad
personal no han vacilado en arrostrar los mayores peligros con el ob
jeto de encontrar una fórmula ventajosa para las primordiales consi
deraciones de humanidad que los han guiado.
El memorándum referido comprende extremos y compromisos que
ha juicio del suscrito traducen con éxito el pensamiento conciliatorio
que ha animado a los respetables amigos Diplomáticos que han inter
venido en este grave problema nacional.
Sin que le guíe al que esto escribe ninguna pasión de mal linaje con
tra las personas a quienes habría de elegir el Congreso, Primero, Se
gundo y Tercer Designado, conforme al citado memorándum; a sa
ber: señores Figueres, Martén y Valverde, estima que su nombra
miento no sería prenda de paz para la familia costarricense y que los
propósitos de conciliación y armonía que deben ser rectores de la po
lítica nacional en estos momentos, no se lograrían y que antes bien,
por el contrario, se envenenaría aun más la extraordinaria agitación
pasional que sufre la República.
Se complace en reconocer el firmante el alto valor de la garantía que
el Cuerpo Diplomático le prestaría a un arreglo político como el que
se bosqueja, pero desgraciadamente, fuertes sectores de la opinión
nacional, inclusive que corresponden a las filas oposicionistas, no
tendrían la sensación de que las personas llamadas a ejercer las De
signaturas, aun por breve tiempo, pudieran desarrollar la política de
fraternal armonía que el país requiere más que nunca en estos mo
mentos.
Es, pues, el pensar claro y definido del exponente, que en las actua
les circunstancias el poder debe recaer en personas que no hayan vi
vido en el mundo de pasiones que han alterado el ritmo de nuestra vi
da. Al efecto se hace recuerdo de la etapa histórica que siguió al pe
ríodo de mando ejercido por don Federico Tinoco Granados, que di
vidió hondamente a los costarricenses. Parecía que nuestro país iba a
sumergirse en un mar de odios y de rencores, pero las figuras proce
ras de don Juan Bautista Quirós, de don Francisco Aguilar Barquero
y de don Julio Acosta, aplacaron los espíritus, desarmaron a los vio
lentos y restablecieron la tradición fraternal a la que debe nuestro
país los progresos obtenidos.
No puede ser propósito de quien redacta estas líneas sacar ventaja al
guna ni en provecho propio ni en provecho ajeno, en los pocos días
que le restan para llegar al 8 de mayo. Un compromiso de honor con
su propia conciencia y el afán de cumplir con su deber, son las úni
cas determinantes que lo han llevado a renunciar el ejercicio de la
Presidencia. Pero si ese paso hubiere que darlo para bien del país, lo
daría con júbilo, ya que, fuera de la satisfacción de servir a sus con
ciudadanos, tendría la personal de quitarse un abrumador peso de sus
espaldas. Cree que para el desempeño de la Primera Designatura de
los días que vienen, debe escogerse una persona que avale la paz del
país y suavice las asperezas de la enconada contienda que tanta san
gre le cuesta a Cosa Rica.
(Picado, 9ss).
Sobre los hechos que sucedieron a esta declaración ha quedado poco re
gistro. Los clásicos Acuña y Aguilar, omiten totalmente ese momento histó
rico; Bell, Schifter y otros, ignoran la cuestión. Unicamente Figueres señala
que, al atardecer, recibió una segunda llamada telefónica de parte de los Di
plomáticos (Figueres, 252). No dice quién de ellos le llamó ni el tono de la
conversación, pero lo cierto es que Figueres había cambiado de actitud. Al
parecer, mediante el telefonema, fue informado del rechazo de su propuesta
por parte del Presidente y conminado a iniciar las negociaciones a partir del
día siguiente. Para ello, le proponían el nombramiento de un delegado ple
nipotenciario suyo; este sería recogido a las ocho de la mañana en Ochomo
go por los embajadores y trasladado a San José, bajo la protección de sus in
signias diplomáticas. El encuentro tendría lugar en la sede de la Embajada
de México (Figueres, 253; Aguilar, 588, 589).
La preocupación ante estos hechos alcanzó las propias filas rebeldes. Se-
gún lo reporta Bell, Alexander Murray, el agente secreto figuerista, informó
este mismo día que los comunistas bloquearon los dos ferrocarriles y habían
ubicado a los presos políticos en las azoteas de los edificios altos para pre
venir ataques aéreos (Bell, 196). Murray consideraba que los comunistas no
rendirían sus armas y, más bien, le habría recomendado a Figueres no “in
sistir en la rendición incondicional, ya que creía que los comunistas estaban
dispuestos a luchar hasta lo último” (Bell, 210).
Esa misma tarde, la edición vespertina de The New York Times presenta
noticias de los últimos eventos de la guerra civil costarricense en su prime
ra página. Bajo el título Rivales en Costa Rica firman tregua mientras los re
beldes amenazan la capital, da cuenta de las negociaciones de paz, de los
avances rebeldes, de las acciones comunistas y desvincula la situación de
Costa Rica con el alzamiento de Colombia. La información continúa en la
página nueve con el título Tregua detiene la lucha en Costa Rica\ incluye un
mapa del país que muestra los avances rebeldes sobre Cartago y Limón que
se titula Rebeldes costarricenses amenazan la capital.
Día N°35s jueves 15 de abril
La rendición condicional
Sobre los motivos para la rendición se han dado varias versiones (Figue
res, 1987; Bell, 1986; Argüello, 1987; Obregón, 1981; Acuña, 1975); sin em
bargo, todas ellas coinciden en desvincular este hecho de las conversaciones
en la Embajada de México. Figueres da a entender que la iniciativa para ren
dir el Cuartel partió del propio Coronel Roberto Tinoco y narra la siguiente
anécdota:
Al mediar la tarde del tercer día de asedio, uno de los presos, por cier
to muy joven, salió de la fortaleza con una bandera blanca, trayéndo-
me un recado del coronel Tinoco.
El coronel Tinoco solicita permiso para sacar los cadáveres que hay
dentro del cuartel y darles sepultura, dijo.
...me preguntó cuáles eran las garantías que yo le ofrecía para bajar a
hablar con Figueres, para ver si concertaba una rendición decorosa, y
en caso negativo poder volver a su cuartel para luchar hasta el fin de
su vida. Le dije que yo no podía hablar en nombre de una tropa tan
heterogénea como la nuestra, pero que era hombre de honor, y que le
respondía con mi vida de que no consentiría ningún ultraje verbal y
menos físico para su persona; se me quedó viendo y dijo: “usted tie
ne aspecto de varoncito, confío en usted”, y vino conmigo a confe
renciar con Figueres... (Argüello, 80).
Salud:
TEODORO PICADO
El encuentro fue corto y, según Mora, habría sido informado de los trá
mites para la capitulación y le habrían solicitado desarmar a su gente. Antes
del anochecer, deja la Embajada de México y se dedica a localizar a Picado.
En concordancia con las declaraciones de Picado, este no se encontraba en
la Casa Presidencial (Aguilar, 641). A una hora no precisada, Mora encuen
tra al Presidente en la casa de su Secretario de Relaciones Exteriores, Alva
ro Bonilla Lara, en las inmediaciones del Parque Morazán. La conversación
se prolongó hasta muy entrada la noche. Mora resume así los resultados:
No me dijo nada claro, pero fingió estar muy satisfecho con mis ac
tuaciones en la Embajada frente al Cuerpo Diplomático... (Mora1, 6).
Excelentísimo señor:
Al mismo tiempo que esto sucede, Cartago se estremece con las celebra
ciones de la victoria (Acuña, 241). Al abandonar el Cuartel los últimos sol
dados gobiernistas, estalló el júbilo entre los rebeldes. Según dice Acuña, la
ciudad se desborda y “corre el licor” y “abunda el amor”; pero sólo en apa
riencia, porque también suena la hora de la represión (Acuña, 241). Son mu
chos los testimonios aportados por Acuña, aun entre los propios rebeldes, que
reconocen esta terrible realidad. Entre ellos figuran los de Alberto Martén,
Frank Marshall, Carlos Rechnitz y otros. El propio Figueres ha reconocido la
realidad de estos hechos. El testimonio más desgarrador acerca de los suce
sos de violencia ocurridos durante este día, pertenece a Rosendo Argüello:
... Allí me encontré con el pérfido y sonriente Chalo Facio, quien des
pués de haber pasado en San José sin tomar parte en la pelea duran
te toda la guerra civil, llegó a Cartago en cuanto terminó esta. Sin de
jar de mostrar su dentadura, me relató que había eliminado el tapón
de Ochomogo y de Cartago a San José y viceversa, el tránsito queda
ba libre. En efecto, noté nuestro cuartel lleno de visitantes, entre ellos
el doctor Francisco Ibarra Mayorga, quien llegó tal vez porque había
estado en otra campaña, con sobrebotas sucias y casco tropical. El ci
tado señor Facio andaba con uniforme de oficial, sobrebotas, insignia
muy notoria que no se que grado denotaba, y una flamante ametralla
dora Neuhausen (de fabricación suiza) en sus espaldas. Cuando le
pregunté por qué ahora en paz él salía tan armado, me dijo que iba a
limpiar la retaguardia. Eso ya no es necesario, le observé, porque he
mos enviado una delegación con cartas al expresidente Picado, avi
sándole que la guerra ha concluido y que deben entregarse a nuestras
fuerzas. “Eso es precisamente lo que voy a evitar, me dijo, que nos
metan el alacrán dentro de la camisa; todo enemigo vivo puede ser un
soldado que mañana vuelve a armarse y darnos dolores de cabeza. Es
mejor liquidarlos a todos ahora, en caliente, para no tener adversarios
vivos que puedan perturbarnos en el futuro”. Y siempre sonriendo y
caminando como si llevara resortes en la suela de los zapatos, en os
tensibles oscilaciones de arriba para abajo, salió ordenando al grupo
que lo acompañaba que lo siguiera a los vehículos que lo condujeron
a la gloriosa excursión al sur...
Ante tal posibilidad, Somoza moviliza sus fuerzas armadas sobre territo
rio costarricense, aunque en realidad busca una solución política al conflic
to en el plano internacional. Por ello, no opta por el choque frontal contra las
fuerzas rebeldes, sino que se decide por una operación de corto alcance, lo
suficientemente limitada como para que le permitiera crear una crisis inter
nacional. De esta manera. Somoza se proponía obligar a los Estados Unidos
a mediar entre él y los rebeldes costarricenses (Schifter, 279). Para ello. So
moza exigiría un pacto diplomático, garantizando que su país no sería inva
dido luego de un eventual triunfo de Figueres.
En su versión, Mora dice que avanzó solo, carretera arriba. La noche es
taba cubierta de neblina y la ventisca distribuía una lluvia muy fina. A los
diez minutos de camino, el Padre Núñez, enfocándolo, le salió al encuentro.
Luego de un corto intercambio de palabras, lo condujo hasta un paredón
donde esperaba Figueres (Mora1, 15).
La presión para que los comunistas depusieran las armas fue tremenda.
Los norteamericanos creían que la invasión nicaragüense venía en ayuda del
Gobierno de Picado; ello significaba que también los comunistas resultarían
favorecidos y, al parecer, estaban dispuestos a entrar en el conflicto para frus
trar esta maniobra. El Presidente Picado habría informado a Mora y a Calde
rón Guardia, en privado, sobre la presencia de los Marinos norteamericanos
en Panamá, listos para invadir Costa Rica (Salguero2, 174); así como de la
presunta advertencia personal del Secretario de Estado norteamericano al
Presidente (Mora1, 2; Cómisión Política, 10). La cuestión de la amenaza nor
teamericana no es referida en forma directa por Picado; sin embargo, el his
toriador Ricardo Fernández Guardia, abuelo del Jefe del Estado Mayor go
biernista, da cuenta de ello. Esta situación habría obligado a Mora a aceptar
el desarme comunista y apelar a los términos del Pacto de Ochomogo. Para
esto, exigió que los compromisos adquiridos por Figueres en Ochomogo fue
ran consignados en un documento expreso. La posición de Mora fue acepta
da. El último escollo para el cese de las hostilidades quedaba superado.
Según Figueres, esa misma tarde, en Cartago, dio su aprobación a los do
cumentos finales que se firmarían al día siguiente (Figueres, 269). Al mismo
tiempo, el Presidente Picado salió de la reunión hondamente preocupado y
con la premura de resolver su capitulación (Acuña, 332). Alrededor de las
cuatro de la tarde, en compañía de Máximo Quesada y Alvaro Bonilla, se di
rigió a la casa de este último y, después de almorzar, se dispuso a cumplir
con los compromisos adquiridos en la Embajada de México. Inmediatamen
te, hizo venir una secretaria de la Casa Presidencial y, en voz alta, dictó la
siguiente carta:
Acuña, que relata este mismo episodio, no se refiere al incidente con Bo
nilla ni a la detención del jefe militar. Según él, los militares se deshacían en
imprecaciones contra el Pacto y contra las garantías aceptadas por el Presi
dente. A un cierto punto, el Coronel López habría cuestionado la participa
ción de los diplomáticos y los responsabilizó de imponer al Presidente Pica
do una rendición incondicional. Una vez desahogado, “se acogió al derecho
de asilo en la Embajada de México” (Acuña, 303).
Vanguardia Popular
Pte.
De usted atentamente,
(Benjamín Núñez)
Para Núñez, Manuel Mora, con esta actuación, mostraba un alto sentido
patriótico y un profundo valor humano, incluso, a expensas de su propia
ideología (Figueres, 277). Figueres dice comprender la actitud de Mora “y
lo penoso de su proceder” (Figueres, 278). El engaño histórico quedaba per
petrado. Al rubricar el documento, Núñez manifestó:
Aceptados estos términos, Mora habría tomado la carta y, con toda pre
mura, salió de la Embajada de México. Según Núñez, regresó una hora des
pués y le comunicó que todo se había arreglado. Al parecer, el engaño se ha
bía consumado exitosamente y, quizá a causa de la emoción, se olvidó el
compromiso de devolver la carta a Núñez (Acuña, 276). Figueres dice haber
aceptado como “buenas” las explicaciones de Núñez sobre su proceder y de
clara comprender las difíciles circunstancias que lo motivaron (Figueres,
278). Pero no ha dudado en repudiar el contenido de la carta y en desautori
zar al Padre Núñez:
Hago constar que cualesquiera que sean esas promesas de orden po
lítico, y cualquiera que sea el valor auténtico de esa carta, yo nunca
autoricé al Padre Núñez, a hacer tales promesas y mucho menos, a
firmar ningún documento o carta, que las contuviera. Por tanto, ni al
Ejército de Liberación Nacional ni a mí, se nos puede hacer respon
sables de su cumplimiento (Figueres, 275).
Mientras esto ocurre, en el sur del país, en las cercanías de San Isidro de
El General, los rebeldes se aprestan a dar la última batalla por la posesión de
la ciudad. Comandados por el Indio Godoy, avanzan sobre San Isidro con un
gran poder ofensivo. Pero no hay combate; nadie presenta batalla. Los go
biernistas han trasladado a San José la totalidad de sus fuerzas destacadas en
la localidad. Sin embargo, según el testimonio recabado por Acuña, los re
beldes hacen muchos prisioneros y el Indio Godoy manda su sólita y maca
bra solicitud al Cuartel de Cartago: “¡Manden diesel!” (Acuña, 290).
Durante la noche salen de San José tres cables internacionales que son
publicados al día siguiente en el New York Times, con los siguientes titula
res: “Rivales costarricenses alcanzan acuerdo”. “Picado y los insurgentes
aceptan un Presidente interino”. “Estados Unidos protesta por influencia Ni
caragüense” (The New York Times, april, 19, 1948).
291
Día N°40: martes 20 de abril.
Epílogo.
Con la salida de los principales jefes políticos y los miembros del Esta
do Mayor, los combatientes gobiernistas emprenden el drama de la supervi
vencia. Los que pueden, buscan la ruta del exilio. Muchos, solos o acompa
ñados por sus familias, buscan refugio en lugares remotos y, clandestina-
mente, pretenden rehacer sus vidas. Otros, los más comprometidos en el
conflicto e insuflados por sentimientos de rabia y temor, emprenden una de
sesperada huida hacia Nicaragua. El trayecto de los grupos prófugos es dra
máticamente accidentado. Uno de los protagonistas narra así su experiencia:
Así salí, triste y abatido para el exilio. Marché para Nicaragua, con
cuatro de mis mejores compañeros, por tierra, en un camión de car
ga con suficientes armas para defendernos en el trayecto; estaba es
crito que todavía teníamos que pelear, para llegar a nuestro destino.
Ferreto, por su parte, dice que la noticia acerca de los posibles desmanes
les fue comunicada por Rosendo Argüello. Este habría llegado de Cartago
aún en traje de fatiga y les habría aconsejado ocultarse. No menciona a Car
los Luis Sáenz; pero afirma que el 24 de abril, el mismo día de la entrada de
las tropas de Figueres a San José, Argüello vino a trasladarlo de escondite
clandestinamente (Ferreto2, 102). La confusión empeora al terciar el propio
Argüello en la narración de estos acontecimientos. Según dice, a él le corres
pondió trasladar a Mora, desde su escondite, “en el propio carro de la Presi
dencia a la Embajada de México, en donde insistió en refugiarse...” (Argüe
llo, 122). El 29 de abril, Manuel Mora parte hacia México en calidad de úni
co dirigente del Partido Vanguardia Popular exiliado voluntariamente (Cf.:
Ferreto2; Ferreto3).
Los distintos batallones del Ejército rebelde fueron asignados para ocu
par los cuarteles de la capital y para continuar su avance por el resto del país.
Figueres habría marchado al frente de sus hombres para ocupar el Cuartel
Bellavista, donde contempló, absorto, el panorama silencioso de la ciudad
(Figueres, 287); a continuación, se instaló en el Barrio Amón, uno de los más
rancios de San José, en la casa de Alexander Murray, su lugarteniente de la
inteligencia (Acuña, 310). Dado el desorden que priva en la Casa Presiden
cial, el Cuartel General fue instalado en la Casa Amarilla, la sede del Minis
terio de Relaciones Exteriores, y Rosendo Argüello fue encomendado para
organizar los servicios de la Presidencia (Argüello, 85). El Anexo del Hotel
Costa Rica, antiguo Cuartel de los comunistas, es ocupado por las tropas re
beldes y se convierte en el centro de operaciones de la persecución contra los
adversarios (Acuña, 310). Al mismo tiempo, se montaron guardias y retenes
en los sitios estratégicos de la capital y se comenzó la organización de la
guardia presidencial de Figueres (Argüello, 85).
COMANDANCIA GENERAL
A la misma distancia sigue el carro del Segundo Jefe del Estado Ma
yor.
(Acuña, 312ss).
...a) saldrán del país por un tiempo prudencial los dirigentes cuya vi
da peligra; b) se quedarían los demás. De manera concreta se me di
jo que no ven los mismos peligros para las vidas de Carballo, Carlos
Luis Sáenz y Luisa González; c) estos compañeros, de todas mane
ras, deberán moverse en los primeros días con mucho cuidado para
evitar agresiones de los enemigos políticos; d) se constituirá la direc
ción del Partido y se establecerá un enlace discreto con el Gobierno
de Figueres; e) ese enlace se efectuaría, concretamente por medio de
Femando Chávez por nuestro Partido y del padre Núñez por el go
bierno; f) el enlace serviría, para hacer conocer al Gobierno los pun
tos de vista del Partido y para tratar todo lo relacionado con prisione
ros, perseguidos, indemnizaciones de víctimas de guerra, etc; g) Guz-
mán permanecerá escondido unos días más y la Dirección de la
CTCR se organiza sin Guzmán para efectos públicos; h) dentro de
quince días comenzaría a funcionar la CTCR con autorización del
Gobierno; i) luego comenzaría el Partido a desplegar sus actividades
prudentemente para no promover desde los primeros momentos cho
ques innecesarios; j) entre las actividades del Partido estaría la publi
cación de su periódico y funcionamiento de la estación de radio. Ni
el Partido ni la CTCR irán a la ilegalidad en ningún momento. Apar
te de lo que queda dicho se me informó que Fernando Chávez que
dará en la Directiva de la Caja de Seguro Social. Olvidaba decir, que
Chávez deberá encontrarse con Núñez en la Caja o en la casa cural
de Tibás, con las precauciones del caso (Ferreto3, 14, 15).
Toda mi familia fue arrestada, excepto las mujeres. Cayeron mis her
manos varones, mi cuñado Carlos Luis Sáenz. Las mujeres fueron
destituidas y arrojadas de sus cargos. A mi esposa, por unos días, no
obstante su embarazo, la llevaron al “Buen Pastor”, a la cárcel de las
prostitutas (Ferreto2, 104, 105).
Probablemente, la cruzada anticomunista de Figueres terminó por con
vencer a los norteamericanos, quienes decidieron eliminar las trabas interna
cionales que pudieran impedir el reconocimiento del nuevo gobierno (Schif
ter, 284). Los norteamericanos apoyaron el período de transición y le dieron
a Figueres los argumentos necesarios para resolver el problema político de
la sucesión a su favor. De esta manera, se iniciaron las negociaciones con
Ulate y la Oposición, hasta que el 1 de mayo de 1948, luego de una exte
nuante reunión que duró toda la noche y que Ulate denunció como una im
posición por la fuerza de las armas, se firmó el Pacto Ulate-Figueres. Se tra
taba de “la primera transacción política dentro del nuevo orden...” (Bell,
214). Su texto contiene las bases del nuevo régimen que se inaugurará el 8
de mayo, cuando concluya el Gobierno de los dieciocho días y, por ende, el
período constitucional del Presidente Picado. El texto dice así:
PACTO ULATE-FIGUERES
Por medio del decreto N° 16, del 19 de mayo, se creó el Tribunal de San
ciones Inmediatas, expresamente inspirado en el Tribunal de Nuremberg y
destinado a castigar los actos delictivos de funcionarios y empleados de los
últimos dos gobiernos, así como de “los individuos afiliados al llamado cal
dero-comunismo" (Quirós, 71). El Tribunal se integraría por cinco magistra
dos de nombramiento de la Junta (Quirós, 72, 73). Según la caracterización
de Picado, se trataba de un tribunal especial, “facultado para imponer las pe
nas más altas que hay en el país, siguiendo para ello el procedimiento de fal
tas de policía y sin conceder recurso de apelación ni de cualquier otra clase”
(Picado, 21). A pesar de su ropaje jurídico, pronto se evidenció su carácter
político y los Tribunales de Sanciones Inmediatas se convirtieron en instru
mentos de persecución (Quirós, 102). La fuerza de su represión habría sido
sufrida, principalmente, por dirigentes menores del calderonismo y del co
munismo (Schifter2, 113). Se ventilaron novecientas veintidós causas (Qui
rós, 98) y se denunció el asesinato de los comunistas Horacio Montiel, Ed
win Vaglio y Mónico Hernández quienes, encontrándose a las órdenes del
Tribunal, fueron sacados de la Penitenciaria Central y masacrados en la ca
rretera Interamericana, a la altura de La Cangreja (Quirós, 103). También se
denunció la protección de este Tribunal a los autores materiales de la ejecu
ción en masa de Codo del Diablo, donde fueron bárbaramente asesinados los
dirigentes sindicales Tobías Vaglio, Lucio Ibarra y Octavio Sáenz y el dipu
tado electo por el Partido Vanguardia Popular, Federico Picado (Quirós,
102); también perecieron los trabajadores Narciso Sotomayor y Alvaro
Aguilar. El crimen fue perpetrado por el Comandante de Limón y un subal
terno, quienes, a pesar de haber sido hallados culpables y condenados a
treinta años de prisión, lograron huir del país (M.Aguilar, 211). En 1952,
Carlos Luis Fallas logró que la Asamblea Legislativa investigara los asesina
tos políticos de 1948 y, en su solicitud, afirmó que el crimen de Codo del
Diablo había sido ordenado por Gonzalo Facio y Frank Marshall. Según Ma
ridos Aguilar, “... Estas personas no hicieron pruebas de descargo sobre es
ta acusación” (M.Aguilar, 212).
También cabe destacar la actitud civilista asumida por los grandes prota
gonistas políticos del conflicto. Me refiero al Doctor Rafael Angel Calderón
Guardia y Otilio Ulate. Calderón Guardia, a pesar de que rechazó reiterada
mente la posibilidad de una negociación, se mantuvo al margen de la guerra
civil y postergó, hasta el 13 de abril, el llamado a las armas de sus simpati
zantes; para entonces, habían caído Limón y Cartago; se desarrollaba la fu
riosa Batalla de Tejar y se encontraba a sólo cinco días de abandonar el país
en calidad de exiliado político. Ulate, por su parte, rechazó por todos los me
dios la vía armada para la solución del conflicto. No hay duda que le corres
ponde una gran dosis de la responsabilidad por la creación de un clima de
polarización política y de guerra psicológica. Sin embargo, su espíritu par
lamentado lo llevaba más hacia la polémica que a la guerra y, desde el prin
cipio, estuvo anuente a sacrificar su elección en aras de la paz. Ambas per
sonalidades poseían una gran influencia entre las masas y tuvieron en sus
manos la posibilidad de emplear ese caudal en el campo de batalla. No obs
tante, se decidieron por impedir un holocausto de impredecibles repercusio
nes en la historia de Costa Rica.
De esta manera, los rebeldes contaron con una situación envidiable. Te
nían a su favor la inercia militar del Gobierno, la resistencia de Calderón
Guardia a darle plena beligerancia a su partido y la complicidad internacio
nal para el abastecimiento de los medios bélicos requeridos. Según se ha di
cho, los rebeldes contaban en Guatemala con un arsenal ilimitado, tanto por
la calidad como por la cantidad del armamento a su disposición. No en bal
de Figueres dice que las únicas armas que no se emplearon en el conflicto
fueron los submarinos. Sin embargo, con todo lo trascendental que resulta
este factor, el elemento humano lo completa, lo complementa y, quizá, has
ta lo supere. En este último sentido, para comprender cabalmente el desarro
llo de la guerra civil costarricense, es en extremo importante tomar en cuen
ta la participación del amplio contingente de combatientes extranjeros. La
mayoría, inspirados por ideas libertarias y patrióticas y de amplia experien
cia en el campo militar, pasó a formar la oficialidad del Ejército de Libera
ción Nacional; a ellos les correspondió la dirección y la ejecución de las ope
raciones en el campo de batalla y la instrucción y el manejo del moderno ar
mamento de guerra. Destaca, sin duda, el vasto aporte del Coronel Miguel
Angel Ramírez Alcántara, tanto en el plano de la estrategia y la táctica de la
guerra, como en la organización y disciplina del novel ejército; no sería exa
gerado afirmar que Ramírez fue el hombre más importante para el logro del
triunfo militar rebelde.
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