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APUNTES

 EVALUACIÓN  1  
 
            LA  OBRA  DE  ARTE  
 
 
La obra de Arte

La obra de Arte es una Ente


Cuya peculiaridad hay que descubrir

Obra Cosa

 
 
 
 
 
 

Cuánta Cositud de la cosa

Sustrato permanente
con accidentes

Sustancialista
Cúmulo de
sensaciones Sensualista
Materia-Forma
Todo se aplica a Su uso ha hecho
todo, (obras) lo Unión perder el sentido
que no original de las
distinguiría la cosas,
COSITUD convirtiéndose en
(Lo que es un prejuicios.
problema)
 
 
 
Frente a esto resulta necesario buscar
las diferencias y similitudes
entre la obra, lo útil y la cosa

La esencia de lo útil es el SER-CONFIANZA

 
 
 
 
 

La conclusión es que una verdadera obra de arte,


Pone en operación la verdad del ente.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
EL  ARTE  GRIEGO  
ARCAICO  

GRECIA

ARCAICO CLÁSICO HELENÍSTICO

 
 
 
 

El pensamiento Cosmológico

El sabio y la sabiduría: Para el antiguo sabio, el saber proviene


de oír la revelación, proviniendo y dependiendo de un dios
personal, siendo de interés del hombre para saber a qué
atenerse en la vida (poder de salvación)
La religiosidad griega, diviniza todo lo que conocemos como
fenómenos naturales, ya que siempre habría un espíritu
preocupado del engranaje del cosmos. La narración de estos
hechos es lo que llamamos “mito”.

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

El pensamiento
Oriente
Cosmológico

•  La admiración por el espectáculo del universo


iinvita a los primeros a abandonar la vida: dinero,
poder, e incluso las creencias y la tradición,
convirtiéndose en una extraña y peligrosa forma
de vida.
•  El nuevo planteamiento requería preguntas que
no se resolvían desde el mito.

 
 
 
 
 
 
 

El pensamiento
Oriente
Cosmológico

TALES
ANAXIMANDRO PITÁGORAS
ANAXIMENES
HERÁCLITO
PARMÉNIDES

 
 
 
CLÁSICO  
 
 

PENSAMIENTO CLÁSICO: SÓCRATES

Los sofistas habían afirmado el relativismo gnoseológico y moral.


Sócrates criticará ese relativismo, convencido de que los ejemplos
concretos encierran un elemento común respecto al cual esos
ejemplos tienen un significado. Si decimos de un acto que es
"bueno" será porque tenemos alguna noción de "lo que es" bueno; si
no tuviéramos esa noción, ni siquiera podríamos decir qué es bueno
para nosotros pues, ¿cómo lo sabríamos? Lo mismo ocurre en el caso
de la virtud, de la justicia o de cualquier otro concepto moral. Para
el relativismo estos conceptos no son susceptibles de una definición
universal: son el resultado de una convención, lo que hace que lo
justo en una ciudad pueda no serlo en otra. Sócrates, por el
contrario, está convencido de que lo justo ha de ser lo mismo en
todas las ciudades, y que su definición ha de valer universalmente.
La búsqueda de la definición universal se presenta, pues, como la
solución del problema moral y la superación del relativismo.

 
 
 

Diálogo
Oriente
Socrático

¿Cómo proceder a esa búsqueda? Sócrates desarrolla un método


práctico basado en el diálogo, en la conversación, la "dialéctica",
en el que a través del razonamiento inductivo se podría esperar
alcanzar la definición universal de los términos objeto de
investigación. Dicho método constaba de dos fases: la ironía y la
mayéutica. En la primera fase el objetivo fundamental es, a través
del análisis práctico de definiciones concretas, reconocer nuestra
ignorancia, nuestro desconocimiento de la definición que
estamos buscando. Sólo reconocida nuestra ignorancia estamos
en condiciones de buscar la verdad. La segunda fase consistiría
propiamente en la búsqueda de esa verdad, de esa definición
universal, ese modelo de referencia para todos nuestros juicios
morales. La dialéctica socrática irá progresando desde
definiciones más incompletas o menos adecuadas a definiciones
más completas o más adecuadas, hasta alcanzar la definición
universal.

 
 
 
 
Diálogo
Oriente
Socrático

el conocimiento se busca estrictamente como un medio


para la acción. De modo que si conociéramos lo
"Bueno", no podríamos dejar de actuar conforme a él; la
falta de virtud en nuestras acciones será identificada
pues con la ignorancia, y la virtud con el saber.

 
 
 
 
 
 

PENSAMIENTO PLATÓNICO
PLATÓN' HERÁCLITO'
Porque'según'Platón'

PARMÉNIDES' Esto'no'aplica''
Toda'sentencia'
A'la'vida'humana,'' Ya'que'' De'conocimiento'
ni'a'su'realidad'
Es'sobre'algo'
Que'YA'FUE,'y'no''
“Yo'no'puedo'conocer' Sobre'algo'que'conozco'
A'alguien,'porque'tanto'
Ese'alguien''
como'yo,'somos'otros”' Por'lo'tanto'

La'verdad'de'los'juicios'que'hago,'
'son'sólo'sensación'
(Sensualismo)'
 
 
 
 
PENSAMIENTO PLATÓNICO
El#problema#se##
genera#cuando#

Subjetivismo
Relativismo
A B La verdad sería
Imposible.

Sienten distinto, pero ambos están en verdad

Pero qué pasa con el alma humana.


¿El hombre sería entonces muchas almas,
sin continuidad entre sí?

¿Cómo nos reconocemos después de tanto tiempo?


 
 
 
 

PENSAMIENTO PLATÓNICO

Lo que cambia es el ASPECTO de algo que PERMANECE


YA#QUE#

Las cosas poseen algo que es permanente,


Y dicha permanencia es SENSIBLE, es decir,
Que está sujeta a cambios

Surge#entonces#la#necesidad#de#pensar#en#un:#

 
 
 
 
 
 
PENSAMIENTO PLATÓNICO

HUMANIDAD$
IDEA$

COSAS%

COSAS%

SER$$ COSAS%
Humano$ COSAS%

COSAS%
COSAS%

 
 
 
 
 

PENSAMIENTO PLATÓNICO

La IDEA es la medida del SER de cada cosa


POR$LO$TANTO$

La IDEA trasciende las cosas,


(está más allá de las cosas)
Por$lo$que$es$sensato$decir$que$
Para la idea de
Arte entonces
Si la humanidad es una IDEA, tampoco sería
necesario la
El ser humano no es necesario fabricación de
Para que exista la humanidad obras de arte.
 
 
 
 
 
Las COSAS nunca
serán la escencia de
ellas mismas, así lo La idea es
BELLO jamás será la ATEMPOROESPACIALIZADA
Belleza misma, como lo
justo jamás será la
Justicia misma

El problema es que las ideas son


Ideas La#solución#platónica#es# Muchas, incluso en su mundo,
jerarquizadas son tantas como cosas hay.
(No se elimina la multiplicidad
Heracliteana)
 
 
 
 
 
BIEN%
%
SER%
%
MISMO%
%
LO%DIFERENTE%
%
MOVIMIENTO%
%
REPOSO%
%
%
%
%
%
%
% de realidad
Existen tres niveles
Bien
Ideas
Cosas

TOO LO QUE ES, ASPIRA AL BIEN


 
 
 
ARISTÓTELES

 
 
 
 
 

ARISTÓTELES

 
 
 
 
 
 
ARISTÓTELES

 
 
 
 
 

ARISTÓTELES

 
 
 
 
 
 
 
ARISTÓTELES

 
 
 
 
 

Sesión 1: ARISTÓTELES

 
 
 
 
 
 
 
   
 
 
 

 
 
 
 
 
LINKS  PARA  RECONOCIMIENTO  DE  OBRAS  
 
https://es.slideshare.net/tomperez/el-­‐arte-­‐griego-­‐la-­‐escultura-­‐general-­‐y-­‐arcaica  
https://es.slideshare.net/tomperez/la-­‐escultura-­‐griega-­‐el-­‐clasicismo  
https://es.slideshare.net/tomperez/la-­‐escultura-­‐griega-­‐la-­‐etapa-­‐helenstica  
https://es.slideshare.net/tomperez/la-­‐pintura-­‐griega-­‐154997  
https://es.slideshare.net/tomperez/el-­‐arte-­‐griego-­‐la-­‐arquitectura  
 
TEXTOS  DEJADOS  EN  CARPETAS  
 
El  origen  de  la  Obra  de  Arte  
Breve  historia  de  la  Filosofía  
 
 
 
 
 
 
MITO  -­‐    RELATOS  DEL  AMOR  
 
 
 
EL  ORIGEN,  EL  BANQUETE,    PLATÓN  
 
La  creación  
Antes  de  todo  vino  a  existir  el  Caos  (“vacío  abierto”),  espacio  inmenso  y  tenebroso  anterior  al  origen  de  
las   cosas,   del   Universo   y   de   todos   los   seres   vivos,   y   de   donde   procede   toda   existencia;   este   abismo  
encierra   la   mezcolanza   informe   de   los   elementos   o   principios   de   la   materia,   dura   y   blanda,   pesada   y  
ligera;  es  decir,  la  informe  fuerza  natural  de  la  que  fuere  creado  el  cosmos  u  orden  armonioso.  
Surgidos  del  Caos,  llegaron  a  existir  la  negra  Noche  (Nix)  y  las  eternas  Tinieblas  (Erebo),  la  región  oscura  
e  insondable  donde  habita  la  muerte.  Estos  dos  hijos  de  la  primitiva  oscuridad  se  unieron  a  su  vez  para  
producir  el  Amor  (Eros),  cuya  fuerza  generadora  y  fecundo  poder  unió  a  Nix  y  Erebo  para  originar  el  Éter  
(el  Firmamento)  y  el  Día  (Hémera).  
A  continuación,  la  informe  fuerza  natural  del  Caos  generó  a  la  Tierra  (Gea,  Gaya),  la  madre  de  todas  las  
cosas  y  el  Tártaro  (el  Abismo),  el  heredero  del  caos  primordial.  Ahora  Gea,  sin  ayuda  de  nadie,  engendró  a  
un   ser   igual   a   ella   misma   capaz   de   cubrirla   por   entera,   el   Cielo   Estrellado   (Urano),   y   también   produjo   las  
Montañas  (Ourea)  y  el  Mar  (Ponto).  Enseguida  Urano  se  coronó  como  rey  de  este  ordenamiento  cósmico.  
 
 
 
Luego  Gea  se  unió  Urano  y  produjo  a  los  doce  Titanes  (“los  honorables”),  de  descomunal  estatura  y  gran  
fuerza.  Éstos  eran  Océano,  el  inmenso  río  que  fluye  alrededor  de  la  tierra;  Ceo  y  Crio;  Hiperión  y  Jápeto;  
Tea,  “la  divina”,  y  Rea;  Temis,  la  justicia  divina,  y  Mnemóside,  la  memoria;  Febe,  “la  brillante”,  y  Tetis,  la  
fecundidad  femenina  del  mar.  Después  de  todos,  el  último,  nació  Crono,  el  de  pérfidas  intenciones,  muy  
temido  de  sus  hermanos,  porque  detestaba  a  su  padre.  Tres  de  estos  titanes  se  elevaron  en  importancia  
por  encima  de  los  demás:  Crono,  Océano  y  Jápeto,  con  sus  respectivas  consortes:  Rea,  Tetis  y  Temis.  Pero  
Crono  (el  romano  Saturno,  deidad  de  la  siembra  y  las  semillas),  aun  siendo  el  menor,  se  erigió  como  el  
supremo  entre  sus  hermanos.  
También,   de   Gea   y   Urano,   nacieron   los   tres   Cíclopes   (“ojos   redondos”),   llamados   Brontes,   Estéropes   y  
Arges   (o   sea,   el   Trueno,   el   Relámpago   y   el   Resplandeciente),   que   tenían   un   enorme   ojo   cada   uno,   en  
medio  de  la  frente,  y  los  tres  Centímanos  o  Hecatonquiros  (de  hekatón,  “cien”,  y  cheir,  “mano”),  gigantes  
de  cien  brazos  con  irresistible  fuerza  en  cada  uno  y  cincuenta  cabezas,  llamados  Croto,  Briareo  (o  Egeón)  
y  Gíes.  
 
 
 
La   Noche   también   produjo   al   Destino   (Moro)   y   la   Condenación   (Cer;   siendo   éste   un   mensajero   de   la  
muerte),   la   Muerte   (Tánato),   el   Sueño   (Hipno),   los   Ensueños   (Oniros),   la   Culpa   y   la   Crítica   (Momo),   la  
Retribución  o  la  Venganza  (Némesis),  El  Engaño  (Apate),  Filotes  (el  Afecto),  la  Vejez  (Geras),  la  Angustia  
(Ezis)   y   (Eride).   La   Discordia   a   su   vez   produjo   a   el   Trabajo   (Pono),   el   Olvido   (Lete),   la   Presunción   de  
Horco  (el  Juramento;  el  espíritu  que  castiga  el  perjurio)  y  los  espíritus  servidores  de  la  Muerte,  los  Keres:  
el   Hambre,   el   Infortunio,   las   Luchas,   las   Batallas,   las   Matanzas,   las   Disputas,   las   Mentiras   y   las  
Iniquidades.  
 
 
 
 
Urano  pronto  tuvo  celos  de  sus  hijos  y  los  escondió  a  todos  ellos  en  el  enorme  vientre  de  Gea,  hasta  que  
ésta,   no   pudiendo   resistir   más,   les   pidió   que   se   vengasen   de   su   terrible   padre.   Mientras   los   otros   se  
asustaban,  Crono  atendió  a  la  súplica  de  su  madre,  y  ésta  le  dio  una  espada  curva  o  guadaña  de  “diamante  
gris”  (hierro  y  acero)  con  la  que  castró  a  Urano  cuando  éste  se  acercaba  a  Gea,  y  arrojó  al  mar  el  miembro  
cortado.  Las  gotas  de  sangre  y  semen  que  de  él  se  derramaron  en  la  tierra  fueron  fecundadas  por  Gea  y  
así  nacieron  los  monstruosos  Gigantes,  las  Erinias  (o  Furias,  para  los  romanos;  diosas  vengadoras  de  los  
crímenes   de   parricidio   y   perjurio),   y   las   Melíades,   ninfas   protectoras   de   los   fresnos.   Pero   del   miembro  
mismo,  que  cayó  al  mar  y  quedó  flotando  sobre  las  aguas  produjo  una  espuma  generatriz  (aphros),  y  de  
entre   las   olas   nació   Afrodita   (o   Venus),   diosa   del   amor   y   la   belleza.   Afrodita   desembarcó   en   la   Citera,   isla  
de  la  costa  de  Esparta  y  enseguida  la  siguieron  el  Amor  (Eros)  y  el  Deseo  (Hímero).  
 
 
 
EROS  
 
Primeramente,   en   la   teogonía   de   Hesíodo,   Eros   se   concibe   como   una   encarnación   no   sólo   de   la   fuerza   del  
amor   erótico   sino   también   como   el   impulso   creativo   de   la   naturaleza,   es   decir   una   luz   primigenia  
responsable  de  la  creación  y  el  orden  de  todas  las  cosas  en  el  cosmos.  Nace  directamente  del  caos  al  igual  
que  Gea  o  el  Tártaro.  Por  otra  parte,  hay  otra  leyenda  que  cuenta  que  Eros  nació  de  un  huevo  engendrado  
por  la  noche  que  al  separarse  en  dos  mitades  dio  origen  a  Gea  y  a  Urano.  Pero  el  Eros  más  conocido  es  
aquel   que   nació   junto   a   Afrodita   de   una   combinación   espumosa   formada   alrededor   del   miembro  
amputado  de  Urano  arrojado  al  mar  por  su  hijo  Cronos.  
 
 
 
 
Hablar   del   amor   es   como   si   se   hablara   de   incompletud,   de   alguna   falta,   de   un   “TE”   o   “ME”   da   a   sensación  
de  que  no  se  busca  el  amor,  sino  que  el  amor  mismo  seria  una  búsqueda,  el  tema  es  que  si  se  logra,  deja  
de  ser  pleno.    El  hombre  que  crea  la  cultura  no  se  resigna    a  su  propia  animalidad,  creando  el  concepto  de  
amor.     Una   exlplicacion   científica   sería   adaptada   a   través   del   arte   o   de   la   religión   que   llega   a   través   de  
mitos     o   símbolos,   hay   algo   más   que   la   mera   reproducción   de   la   especie,   hay   fuerzas   que   se   atraen   y  
misterios.  Hay  una  lógica  que  supera  la  propia  lógica.    
En   el   banquete   de   platón   narra   el   encuentro   en   la   casa   de   agaton,   para   festejar   un   éxito   de   un   premio  
obtenido  tras  la  comida  se  habla  de  EROS,  Griegos,  o  de  CUPIDO  para  los  romanos,  esta  es  una  reflexión  
sobre  la  naturaleza  del  amor.  
El   primero   en   hablar   es   el   sofista   FEDRÓN,   dice   que   EROS   pertenece   a   los   dioses   más   antiguos   junto   a  
GEA  la  tierra  y  URANO  el  cielo,  los  tres  van  creando  el  resto  de  los  dioses,  y  por  eso  son  origen  de  todas  
las  cosas,  frente  al  bien  o  el  mal  que  pueden  percibir  en  función  del  amor,  deciden  premiar  o  castigar  a  las  
personas   según   su   comportamiento   premiando   a   quienes   se   sacrifican   por   amor.   Fedrón   cita   tres   relatos  
míticos:   ALCESTIS,   hija   de   PELIAS   que   decide   dar   la   vida   por   ADMETO,   la   muerte   llega   a   Admeto   pero  
Alcestis   decide   darse   por   su   esposo   y   se   va   al   ADES   (el   lugar   de   todos   los   muertos)   Alcestis   ES   UN  
EJEMPLOE  DE  SACRIFICIO  POR  AMOR,  y  por  eso  es  recompensado  por  los  dioses    
 
 
 
el   tercer   ejemplo   es   el   de   AQUILES   el   hombre   mas   valiente   fuerte   y   bello   de   la   antigua   Grecia.   Cuando   en  
la   guerra   de   Troya,   HECTOR   el   troyano,   mató   a   PATROCLOS   su   amante,   Aquiles   decidió   vengarse   aún  
sabiendo  la  maldición  que  se  le  avecinaba.  Sin  embargo  mato  a  Héctor  y  la  muerte  le  llegó,  se  sacrificó  por  
amor,  pero  este  amor  es  distinta  a  la  de  Alcestis  ya  que  aquí  es  el  amado,  y  Alcestis  era  la  amante  y  los  
dioses  valoran  más  el  sacrificio  de  los  amados  y  no  de  los  amantes.  El  tema  es  que  todos  somos  amados  y  
amantes  a  la  vez,  amante  es  el  que  quiere  y  amante  es  el  que  posee,    
 
 
 
ARISTÓFANES  
En  un  principio  eran  tres  los  sexos  de  las  personas,  no  dos,  como  ahora,  masculino  y  femenino,  sino  que  
había,  además,  un  tercero  que  participaba  de  estos  dos,  cuyo  nombre  sobrevive  todavía,  aunque  él  mismo  
ha   desaparecido.   El   andrógino,   en   efecto,   era   entonces   una   cosa   sola   en   cuanto   a   forma   y   nombre,   que  
participaba  de  uno  y  de  otro,  delo  masculino  y  de  lo  femenino.  
Eran   también   extraordinarios   en   fuerza   y   vigor   y   tenían   un   inmenso   orgullo,   hasta   el   punto   de   que  
conspiraron   contra   los   dioses.   Y   lo   que   dice   Homero   de   Efialtes   y   de   Oto   se   dice   también   de   ellos,   que  
intentaron  subir  a  los  cielos  para  atacar  a  los  dioses.  
La   forma   de   cada   persona   era   redonda   en   totalidad,   con   la   espalda   y   los   costados   en   forma   de   círculo.  
Tenía  cuatro  manos,  mismo  número  de  pies  que  de  manos  y  dos  rostros  perfectamente  iguales  sobre  un  
cuello  circular.  Y  sobre  estos  dos  rostros,  una  sola  cabeza,  y  además  cuatro  orejas,  dos  órganos  sexuales,  y  
lo  demás  como  uno  puede  imaginarse.    
Caminaba   también   recto   como   ahora,   en   cualquiera   de   las   dos   direcciones   que   quisiera;   pero   cada   vez  
que   se   lanzaba   a   correr   velozmente,   al   igual   que   ahora   los   acróbatas   dan   volteretas   haciendo   girar   las  
piernas   hasta   la   posición   vertical,   se   movía   en   círculo   rápidamente   apoyándose   en   sus   miembros   que  
entonces  eran  ocho.    
 
 
Eran  tres  los  sexos  y  de  estas  características,  porque  lo  masculino  era  originariamente  descendiente  del  
sol,  lo  femenino  de  la  tierra  y  lo  que  participaba  de  ambos  de  la  luna,  pues  también  la  luna  participa  de  
uno  y  de  otro.  Precisamente  eran  circulares  ellos  mismos  por  ser  similares  a  sus  progenitores.  
Entonces,   Zeus   y   los   demás   dioses   deliberaron   sobre   qué   debían   hacer   con   ellos   y   no   encontraban   una  
solución.  Porque  ni  podían  matarlos  y  exterminar  su  linaje,  fulminándolos  con  el  rayo  como  a  los  gigantes  
(pues   entonces   se   habrían   acabado   también   los   honores   y   sacrificios   que   recibían   de   ellos)   ni   podían  
permitirles  tampoco  seguir  siendo  insolentes.  
 
 
 
Tras   pensarlo   detenidamente   dijo,   al   fin,   Zeus:   “Me   parece   que   tengo   el   medio   de   cómo   podrían   seguir  
existiendo   los   hombres   y,   a   la   vez,   cesar   de   su   desenfreno   haciéndolos   más   débiles:   Ahora   mismo   los  
cortaré  en  dos  mitades  a  cada  uno  y  de  esta  forma  serán  a  la  vez  más  débiles  y  más  útiles  para  nosotros  
por   ser   más   numerosos.   Andarán   rectos   sobre   dos   piernas   y   si   nos   parece   que   todavía   perduran   en   su  
insolencia   y   no   quieren   permanecer   tranquilos,   de   nuevo   los   cortaré   en   dos   mitades,   de   modo   que  
caminarán  dando  saltos  sobre  una  sola  pierna”.  
Dicho   esto,   cortaba   a   cada   individuo   en   dos   mitades,   como   los   que   cortan   las   serbas   y   las   ponen   en  
conserva  o  como  los  que  cortan  los  huevos  con  crines.  
Y   al   que   iba   cortando   ordenaba   a   Apolo   que   volviera   su   rostro   y   la   mitad   de   su   cuello   en   dirección   del  
corte,  para  que  el  hombre,  al  ver  su  propia  división,  se  hiciera  más  moderado,  ordenándole  también  curar  
lo   demás.   Entonces,   Apolo   volvía   el   rostro   y,   juntando   la   piel   de   todas   partes   en   lo   que   ahora   se   llama  
vientre,   como   bolsas   cerradas   con   cordel,   la   ataba   haciendo   un   agujero   en   medio   del   vientre,   esa   parte  
que  llamamos  precisamente  ombligo.  
 
 
 
Alisó  las  otras  arrugas  en  su  mayoría  y  modeló  también  el  pecho  común  instrumento  parecido  al  de  los  
zapateros   cuando   alisan   sobre   la   horma   los   pliegues   de   los   cueros.   Pero   dejó   unas   pocas   en   torno   al  
vientre  mismo  y  al  ombligo,  para  que  fueran  un  recuerdo  del  antiguo  estado.  
Así,   pues,   una   vez   que   fue   seccionada   en   dos   la   forma   original,   añorando   cada   uno   su   propia   mitad   se  
juntaba  con  ella  y  rodeándose  con  las  manos  y  entrelazándose  unos  con  otros,  deseosos  de  unirse  en  una  
sola  naturaleza,  morían  de  hambre  y  de  absoluta  inacción,  por  no  querer  hacer  nada  separados  unos  de  
otros.   Y   cada   vez   que   moría   una   de   las   mitades   y   quedaba   la   otra,   la   que   quedaba   buscaba   otra   y   se  
enlazaba  con  ella,  ya  se  tropezara  con  la  mitad  de  una  mujer  entera,  lo  que  ahora  llamamos  precisamente  
mujer,  ya  con  la  de  un  hombre,  y  así  seguían  muriendo.  
Compadeciéndose   entonces   Zeus,   inventa   otro   recurso   y   traslada   sus   órganos   genitales   hacia   la   parte  
delantera,   pues   hasta   entonces   también   estos   los   tenían   por   fuera   y   engendraban   y   parían   no   los   unos   en  
los   otros,   sino   en   la   tierra,   como   las   cigarras.   De   esta   forma,   pues,   cambió   hacia   la   parte   frontal   sus  
órganos  genitales  y  consiguió  que  mediante  estos  tuviera  lugar  la  generación  en  ellos  mismos,  a  través  
delo   masculino   en   lo   femenino,   para   que   si   en   el   abrazo   se   encontraba   hombre   con   mujer,   engendraran   y  
siguiera   existiendo   la   especie   humana,   pero,   si   se   encontraba   varón   con   varón,   hubiera,   al   menos,  
satisfacción  de  su  contacto,  descansaran,  volvieran  a  sus  trabajos  y  se  preocuparan  de  las  demás  cosas  de  
la  vida.  
 
 
 
 
 
 
Desde  hace  tanto  tiempo,  pues,  es  el  amor  de  los  unos  a  los  otros  innato  en  los  hombres  y  restaurador  de  
la   antigua   naturaleza,   que   intenta   hacer   uno   solo   de   dos   y   sanar   la   naturaleza   humana.   Por   tanto,   cada  
uno   de   nosotros   es   un   símbolo   de   hombre,   al   haber   quedado   seccionado   en   dos   de   uno   solo,   como   los  
lenguados.   Por   esta   razón,   precisamente,   cada   uno   está   buscando   siempre   su   propio   símbolo.   En  
consecuencia,   cuantos   hombres   son   sección   de   aquel   ser   de   sexo   común   que   entonces   se   llamaba  
andrógino  son  aficionados  a  las  mujeres,  y  pertenece  también  a  este  género  la  mayoría  de  los  adúlteros;  y  
proceden  también  de  él  cuantas  mujeres,  a  su  vez,  son  aficionadas  a  los  hombres.  
Pero   cuantas   mujeres   son   sección   de   mujer,   no   prestan   mucha   atención   a   los   hombres,   sino   que   están  
inclinadas  a  las  mujeres,  y  de  este  género  proceden  también  las  lesbianas.  Cuantos,  por  el  contrario,  son  
sección   de   varón,   persiguen   a   los   varones   y   mientras   son   jóvenes,   al   ser   rodajas   de   varón,   aman   a   los  
hombres  y  se  alegran  de  acostarse  y  abrazarse;  estos  son  los  mejores  entre  los  jóvenes  y  adolescentes,  ya  
que  son  los  más  viriles  por  naturaleza.  
 
 
 
 
 
EL   TERCER   dialogante   es   SOCRATES,   quien   dice   que   uno   ama   lo   que   no   quiere   y   que   una   vez   que   lo  
encuentra   lo   quiere   para   siempre,   el   amor   sería   la   búsqueda   de   un   absoluto,   el   cual,   al   producirse   un  
encuentro,  es  ESE  absoluto  el  que  nos  hace  plenos,  es  decir  el  encontrar  el  absoluto.  El  amor  concreto  por  
tanto  es  una  situación  circunstancial,  donde  el  otro  es  una  plataforma  que  nos  eleva  ambos,  por  encima  
de  cualquier  individualidad  o  egoísmo.  
Según   Sócrates   el   amor   es   la   búsqueda   de   un   faltante,   lo   que   ama   la   humanidad   es   la   búsqueda   de   la  
inmortalidad,   por   lo   que   hay   que   crear   obras   y   procrear   la   especie,   parte   de   un   amor   de   los   cuerpos   y   va  
creciendo  al  amor  de  las  almas,  es  una  forma  de  amar  el  conocimiento,  nos  conecta  con  las  cosas  y  nos  
saca  de  nosotros  mismos.  
 
 
 
 
 
 
El  problema  es  cuando  estamos  ya  en  plenitud….  Luego  qué????  Pues  se  vuelve  rutina,  se  aburguesa  y  se  
siente   embargados   por   el   tedio.   El   amor   cuando   alcanza   su   máxima   expresión   siempre   se   derrumba,  
porque  cuando  alcanza  su  objetivo,  se  suprime.  Pues  el  amor  de  Eros  es  una  amor  sin  otro.  Un  amor  que  
“desotra”,   pues   funciona   en   función   de   lo   que   a   “mí”   me   falta,   hace   que   la   falta   esté   pensada   en   uno  
mismo,  se  define  una  búsqueda  de  amor  ideal  a  partir  de  mis  propias  necesidades,  busco  a  alguien  que  
encaje  en  lo  que  yo  necesito,  como  si  tuviera  la  forma  del  vacío  de  mi  carencia.    
Pero  lamentablemente  el  otro  nunca  es  lo  que  pretende,  nunca  encaja  con  mis  expectativas.  Con  lo  cual  se  
producen  dos  opciones  1)  o  el  otro  deja  de  ser  para  encajar,  2)  o  el  otro  no  encaja  y  quedamos  sin  vínculo.  
 
 
 
 
 
RELATOS  
 
 
 
 AFRODITA  Y  ADONIS  
LOS  dioses  de  la  mitología  griega  sufren  por  amor  como  cualquier  mortal.  Incluso  Afrodita,  la  diosa  del  
amor,  conoció  tanto  el  éxtasis  de  romances  fulminantes  como  las  hondas  depresiones  que  suceden  tras  el  
desengaño.  
Lo   interesante   de   este   panteón   es   que,   al   igual   que   los   mortales,   los   dioses   aman,   sufren   y   luego   se  
rehacen  para  seguir  adelante;  a  veces  con  heridas,  desde  luego.  
Afrodita   es   la   diosa   del   amor,   pero   en   un   sentido   que   nada   tiene   que   ver   con   el   amor   romántico,  
subproducto   sublimado   del   amor   cristiano;   sino   más   bien   del   amor   ligado   al   deseo,   a   la   belleza,   a   lo  
sensorial.  En  otras  palabras:  Afrodita  es  la  diosa  de  ese  perfil  del  amor  que  se  disfruta  con  el  cuerpo  sin  
excluir  al  alma.  
Tal  vez  por  eso  las  sacerdotizas  de  Afrodita,  conocidas  como  Hieródulas,  practicaban  un  culto  donde  el  
sexo   era   una   parte   esencial   para   alcanzar   la   comunión   con   la   diosa.   Los   besos,   las   caricias,   el   acto   de  
comer  y  beber  del  otro  conformaban  la  hostia  de  la  eucaristía  del  amor.  
Ahora  bien,  los  cargos  y  los  títulos  aristocráticos  están  muy  bien,  como  por  ejemplo  reinar  sobre  el  amor;  
sin  embargo,  nadie  podría  atribuirse  el  gobierno  absoluto  sobre  este  sentimiento  sin  haber  sufrido  alguna  
vez  por  amor.  
Y  vaya  que  Afrodita  sufrió.  
Y  vaya  que  hizo  sufrir.  
A  lo  largo  de  su  extraordinaria  historia,  Afrodita  se  entregó  en  cuerpo  y  alma  a  seis  varones;  cuatro  dioses  
y  dos  mortales.  Repasemos  brevemente  aquellas  aventuras.  
4  dioses  que  tomaron  a  Afrodita:  
Hefesto:  
Si  bien  los  dioses  del  Olimpo  a  menudo  se  entregaban  con  voluntarismo  a  las  relaciones  ocasionales,  las  
buenas   costumbres   exigían   que   todos   estuviesen   formalmente   casados.   Hefesto   era,   además   de   un  
artesano  colosal,  el  marido  oficial  de  Afrodita.  
Esto   le   daba   ciertos   derechos   sobre   ella,   pero   sobre   todo   obligaciones.   Legalmente   ningún   otro   varón  
podía   tomar   a   Afrodita,   regla   que   probó   su   ineficacia   muy   rápido;   y   en   parte   debido   a   un   tremendo   error  
estratégico  del  propio  Hefesto.  
Afrodita   poseía   dones   innatos   y   era   casi   imposible   que   un   hombre   no   se   sintiera   atraído   por   ella.   No  
obstante,  Hefesto  decidió  que  podía  elevar  aún  más  su  grado  de  perfección,  y  construyó  para  su  esposa  
una  magnífica  joyería,  entre  ella,  un  cinturón  que  resaltaba  hasta  lo  inconcebible  sus  atributos.  
Con  el  tiempo,  el  cinturón  de  Afrodita  se  transformó  en  un  emblema  de  seducción,  probablemente  porque  
su  uso  hacía  que  hasta  los  dioses  más  aplomados  o  dedicados  a  otros  menesteres  pusieran  el  ojo  sobre  
ella.  
Ares:  
Se  dice  que  fue  Helios,  el  dios  sol,  quien  espió  al  dios  de  la  guerra,  Ares,  acostándose  con  Afrodita  en  la  
habitación  que  compartía  con  su  esposo,  Hefesto.  
Helios   le   reveló   este   engaño   a   Hefesto,   que   si   bien   era   un   tipo   confiado,   también   era   astuto   cuando   su  
confianza  era  traicionada.  
En  secreto,  Hefesto  dispuso  una  trampa  metálica  sobre  el  lecho  nupcial,  capaz  de  inmovilizar  incluso  a  los  
dioses.  De  este  modo  atrapó  a  Ares  y  Afrodita  en  pleno  desenfreno.  Acto  seguido  convocó  a  los  dioses  más  
importantes   del   Olimpo   para   que   fuesen   testigos   de   semejante   adulterio.   A   las   diosas,   comenta   Ovidio,   se  
las  excluyó  de  este  rol  de  testigos  para  proteger  su  pudor.  
No  obstante,  los  dioses  no  reaccionaron  del  modo  que  Hefesto  había  imaginado.  La  belleza  de  Afrodita  era  
tal   que   muchos   aseguraron   que   cambiarían   de   lugar   con   Ares   sin   ningún   problema.   Poseidón,   sin  
embargo,  fue  obligado  por  Zeus  a  devolver  a  Hefesto  la  dote  que  había  pagado  por  su  infiel  esposa.  
Ares  huyó  entonces  a  Tracia,  su  hogar.  Para  muchos,  los  encuentros  clandestinos  con  Afrodita  no  cesaron,  
e   incluso   habrían   sido   la   causa   para   que   el   dios   de   la   guerra,   que   había   prometido   lealtad   a   Hera,   luchase  
en  favor  de  los  troyanos  durante  el  sitio.  
Dioniso:  
El  caso  de  Dioniso  es  extraño  y  muy  poco  comentado,  quizás  porque  se  trataba  del  bisnieto  de  Afrodita,  lo  
cual  convertía  sus  encuentros  amorosos  en  una  clase  particularmente  abominable  de  incesto.  
Poco  y  nada  se  sabe  sobre  aquella  relación.  Dioniso  no  cultivaba  el  perfil  de  varón  que  tanto  excitaba  a  
Afrodita;  todo  lo  contrario,  era  más  femenino  en  sus  formas  y  en  su  trato  que  muchas  diosas  del  Olimpo.  
Hermes:  
Hermes,  mensajero  de  los  dioses,  patrono  de  los  ladrones  y  los  pata  de  lana,  obtuvo  el  ansiado  acceso  a  la  
lubricidad  de  Afrodita  más  por  astucia  que  por  méritos  físicos.  
Aquel   amor   dio   sus   frutos:   Hermafrodito,   que   literalmente   significa   «Hermes-­‐Afrodita»,   transformado  
luego  en  una  fusión  perfecta  de  varón  y  hembra  cuando  los  dioses  le  concedieron  a  la  ninfa  Salmacis  su  
insensato  deseo  de  no  separarse  jamás  de  él.  
2  mortales  que  tomaron  a  Afrodita:  
Anquises:  
Anquises   aparece   en   los   mitos   como   un   pobre   pastor   con   linaje   real.   Se   dice   que   Afrodita   lo   vio   en   el  
monte   Ida   mientras   el   muchacho   apacentaba   sus   rebaños.   Quedó   tan   impresionada   por   su   belleza   que  
descendió   sobre   la   tierra   y   se   unió   a   él   con   tanto   deseo   y   pasión   que   incluso   llegarían   a   concebir   a   un  
personaje  central  de  los  mitos  griegos:  Eneas.  
Adonis:  
Probablemente  el  gran  amor  de  Afrodita,  aunque  su  nacimiento  se  dio  por  casualidad.  
Cierto   día,   cuenta   la   leyenda,   Afrodita  jugaba   con   su   hijo,   Cupido,   cuando   accidentalmente   se   hirió   con  
una  de  sus  flechas.  
La  herida  aún  no  había  sanado  por  completo  cuando  las  Moiras,  las  diosas  del  destino,  decidieron  que  ése  
era  el  momento  indicado  para  que  Afrodita  se  encontrara  con  Adonis,  un  joven  y  apuesto  cazador  de  vida  
más  bien  peregrina.  
Afrodita  se  enamoró  inmediatamente  de  él.  
Repentinamente   dejó   de   vagar   por   sus   lugares   favoritos:   Pafos,   Cnido   y   Amathos;   incluso   se   ausentó  
durante  un  tiempo  del  Olimpo  y  sus  opíparos  banquetes  de  ambrosía.  
Afrodita  llegó  a  preferir  la  compañía  de  Adonis  sobre  cualquier  otra  actividad.  En  secreto  seguía  el  rastro  
de  su  amante  y  adoraba  su  sombra  como  si  fuesen  jirones  oscuros  del  alma  inconmensurable  de  Zeus.  
Ella,   que   sólo   deseaba   acostarse   bajo   los   árboles   sin   otra   preocupación   que   cuidar   de   sus   encantos,  
vagaba   ahora   por   los   bosques   vestida   como   Artemisa,   la   cazadora,   llamando   a   sus   perros,   matando  
liebres  y  venados,  aunque  manteniéndose  prudentemente  alejada  de  lobos,  osos,  y  otras  fieras  enemigas  
de  los  rebaños.  
Pero   el   orgulloso   Adonis   jamás   tembló   ante   la   presencia   de   los   terribles   animales   que   habitaban   por  
entonces  en  Grecia.  
Adonis  era  demasiado  altivo  para  escuchar  consejos  de  Afrodita.  Cierto  día,  sus  perros  lograron  sacar  a  
un   jabalí   de   su   guarida,   el   joven   arrojó   el   venablo   e   hirió   al   animal   en   las   costillas.   Pero   la   feroz   bestia  
consiguió  arrancarse  el  arma  con  los  dientes  y  se  lanzó  en  persecución  del  joven  cazador.  
Adonis  corrió  veloz  como  los  vientos  del  Parnaso,  sin  embargo,  su  destino  estaba  escrito:  el  jabalí  le  dio  
alcance,  hundió  sus  colmillos  en  el  estómago  del  joven  y  lo  dejó  moribundo  sobre  los  pastos.  
Afrodita,  montada  en  su  carro  celestial  tirado  por  cisnes,  iba  camino  a  Chipre  cuando  oyó  los  lamentos  de  
Adonis  viajando  en  alas  del  viento,  y  a  toda  velocidad  torció  su  rumbo  hacia  el  oeste.  
Desde   la   altura   divisó   el   cuerpo   sin   vida   de   Adonis,   quebrado   y   bañado   en   sangre.   Descendió,  
desesperada,  y  se  inclinó  junto  a  él.  
El  espíritu  de  Adonis  había  abandonado  su  templo.  
Afrodita  acarició  la  piel  fría  y  ausente,  y  lloró  como  ninguna  diosa  había  llorado.  
Finalmente,  Afrodita  se  puso  de  pie,  y  con  la  terrible  melodía  de  su  voz  le  reprochó  a  las  Moiras:  
—Vuestra   victoria   no   será   completa.   El   recuerdo   de   mi   dolor   perdurará,   y   mis   lamentos   se   escucharán  
hasta   el   fin   del   mundo.   Tu   efímera   sangre   mortal   será   eterna,   Adonis,   delicada,   renaciendo  
perpetuamente,  como  una  flor.  
Y   diciendo   esto   besó   las   heridas   de   Adonis,   que   ondularon   como   las   aguas   de   un   estanque   cuando   las  
acaricia  el  rocío.  
De   allí   nació   una   flor,   púrpura   como   la   aurora,   pero   de   corta   vida.   Se   dice   que   Afrodita   aún   clama   por  
Adonis   desde   los   cielos,   y   que   su   voz   se   alza   una   vez   al   año,   viajando   con   el   viento   y   acariciando   los  
pétalos  de  su  amante,  invitándolo  a  despertar.  
Por  eso  a  esta  flor  se  la  llama  anémona,  que  en  griego  significa  «flor  del  viento».  
 
 
 
EROS  Y  PSIQUE  
Eros  y  Psique:  una  historia  de  amor.  
¿Qué  sucede  cuando  el  Deseo  y  el  Espíritu  se  aman?  Se  transforman  en  mito.  
Pero  hay  mitos  cuya  naturaleza  no  es  estática:  se  mueven,  crecen,  se  identifican  con  nuevas  fases  del  arte,  
y  finalmente  renacen.  Tal  es  el  caso  de  esta  historia  de  amor  entre  Eros  y  Psique.  
Psique  era  la  hija  más  hermosa  de  un  ignoto  rey  de  Anatolia.  Su  belleza  era  tal  que  incluso  despertó  los  
celos   de   Afrodita,   la   diosa   del   amor,   quien   envió   a   su   propio   hijo,   Eros,   para   que   la   perforase   con   una  
flecha  envenenada  que  la  condenaría  a  enamorarse  del  hombre  más  terrible  y  cruel  que  encontrase.  
No   obstante,   cuando   Eros   advirtió   la   belleza   de   Psique,   arrojó   la   flecha   al   mar   y   raptó   a   la   joven   mientras  
dormía,  llevándola  a  las  doradas  estancias  del  Olimpo.  
La  situación  estaba  lejos  de  ser  ideal.  Para  no  levantar  sospechas  -­‐la  ira  de  los  dioses  no  conoce  límites-­‐  
Eros  se  presentaba  ante  la  joven  únicamente  de  noche,  y  le  prohibió  que  lo  interrogue  sobre  su  verdadera  
identidad.   Con   cada   ocaso   los   jóvenes   se   amaban   en   la   oscuridad,   dilatando   sus   caricias   hasta   el   preludio  
del  alba,  momento  en  el  que  Eros  huía  junto  a  las  sombras  fugitivas.  
Cierta   noche   Psique   le   confesó   a   su   amado   que   extrañaba   profundamente   a   sus   hermanas.   Eros,   con   la  
visión   sobrenatural   de   los   dioses,   le   concedió   el   deseo   de   verlas   pero   le   advirtió   que   serían   ellas   las  
causantes  de  su  ruina.  Las  hermanas  fueron  trasportadas  al  Olimpo  durante  ese  breve  e  incierto  pasaje  
entre   el   sueño   y   la   vigilia.   Asombradas   por   la   majestuosidad   del   palacio,   interrogaron   rápidamente   a  
Psique   sobre   la   identidad   de   su   marido.   Incapaz   de   explicarles   quién   era,   o   cómo   era,   Psique   terminó  
confesando  la  verdad.  
Las   hermanas   le   sugirieron   una   estratagema:   encender   una   lámpara   en   medio   de   la   noche   para  
contemplar   el   rostro   de   su   marido,   y   evitar   así   la   posibilidad   de   estar   compartiendo   el   lecho   con   un  
monstruo  o  un  hechicero.  Psique  llevó  a  cabo  el  plan  con  perfecta  astucia.  Cuando  las  sombras  eran  más  
espesas,  y  los  besos  y  caricias  se  había  diluído  como  una  tormenta  que  poco  a  poco  se  repliega  hacia  el  
horizonte,  la  joven  encendió  la  lámpara.  
Eros  dormía.  Su  rostro  era  como  si  la  perfección  de  las  esferas  celestiales  hubiesen  encontrado  la  forma  
de  adoptar  una  forma  humana.  Maravillada  por  la  belleza  del  joven,  Psique  tropezó  y  una  gota  de  aceite  
cayó  sobre  el  rostro  de  Eros.  
El   Hijo   del   Amor   despertó   indignado.   La   furia   de   los   Inmortales   resplandeció   en   sus   ojos;   una   ira  
primordial,   implacable,   que   no   conoce   paralelos   en   el   corazón   humano.   Con   en   peso   colosal   de   la  
decepción  sobre  los  hombros,  Eros  le  recordó  su  promesa,  y  luego  abandonó  el  palacio,  asegurándole  que  
ya  no  volverá  a  verlo  jamás.  
Cuando   Psique   tomó   plena   conciencia   de   su   traición,   cayó   de   rodillas   y   le   rogó   a   Afrodita   por   un   milagro;  
pero   la   diosa,   dueña   de   un   rencor   que   sólo   el   amor   traicionado   puede   albergar,   le   ofrece   una   única  
posibilidad  para  recuperar  a  su  amante,  un  trabajo  imposible  para  cualquier  mortal:  descender  al  Hades.  
Impulsada  por  un  error  sincero,  Psique  se  encaminó  hacia  el  inframundo  para  rogar  a  Perséfone,  la  Reina  
del  Submundo,  que  la  honre  con  un  cabello  de  su  exhuberante  corona.  Un  pedido  osado,  y  acaso  fatal,  que  
sólo   se   justifica   por   la   audacia   propia   de   los   amantes   abandonados,   en   definitiva,   capaces   de   cualquier  
cosa  con  tal  de  recuperar  aquello  que  han  perdido.  
Afrodita,  que  siempre  supo  como  sacar  provecho  aún  de  las  situaciones  más  peligrosas,  sabía  que  en  cada  
cabello   de   Perséfone   se   hallaba   el   gérmen   de   una   belleza   poco   convencional.   Para   hacerse   de   ella   le  
entregó  a  Psique  un  cofre  negro  como  las  alas  de  la  noche,  en  donde  debía  depositarlo  con  sumo  cuidado,  
pues  la  hermosura  del  inframundo  es  letal  para  el  tacto  humano.  
Pero  existe  un  sólo  camino  hacia  el  Hades:  la  muerte.  
Psique   estaba   a   punto   de   arrojarse   desde   lo   alto   de   una   torre   cuando   una   voz   extraña   le   indicó   un   pasaje  
alternativo,  una  suerte  de  umbral  sobre  el  que  poco  se  sabe.  La  joven  ingresó  a  las  Estancias  de  la  Muerte  
y   con   dulces   de   cebada   apaciguó   la   furia   de   Cerbero,   el   perro   de   los   infiernos.   Luego   se   encontró   con  
Caronte,  a  quien  pagó  con  un  óbolo  para  que  la  llevase  directamente  ante  Perséfone.  
La  Reina  del  Hades  se  conmovió  con  su  historia,  y  le  cedió  uno  de  sus  cabellos  negros.  
Psique   abandonó   el   Hades,   pero   en   un   descuido   el   cofre   se   abrió,   y   de   él   emergió   un   vapor   narcótico   que  
los  griegos  llamaban  el  Sueño  Estigio,  es  decir,  el  olvido  inevitable  que  cae  sobre  todos  los  muertos.  
Eros,  que  había  seguido  desde  el  Olimpo  los  viajes  y  aventuras  de  Psique,  se  presentó  ante  Zeus  para  que  
éste  interceda  por  la  joven.  El  anciano  Rey  de  Reyes,  conocedor  de  las  debilidades  del  amor,  convirtió  a  
Psique  en  inmortal  y  la  trasladó  a  los  palacios  de  Eros.  
En   griego   Psiqué   significa   "soplar",   pero   en   un   sentido   espiritual,   es   decir,   Psiqué   es   el   aliento   que   se  
exhala  antes  de  morir,  el  hálito  que  sirve  de  vehículo  para  el  espíritu  ya  desencarnado.  Para  los  griegos  la  
Psiqué  llevaba  una  vida  errante  luego  de  abandonar  el  cuerpo  humano,  aunque  generalmente  terminaba  
en  el  Hades,  donde  residía  como  un  espectro  nebuloso,  una  fantasmagoría  que  no  recordaba  su  pasado  en  
la  tierra.  Con  gran  astucia,  Homero  nos  recuerda  que  Psiqué  suele  aparecer  ante  los  humanos  como  una  
mariposa,  cuyo  nombre,  Psiché,  terminarían  fundiéndose  en  un  mismo  concepto.  
Eros,  por  su  parte,  significa  "deseo".  Es  el  amor  en  movimiento,  es  decir,  el  amor  que  desea,  que  se  arroja  
sobre  el  mundo.  No  el  amor  como  sentimiento  estático,  rígido  en  el  corazón,  sino  el  amor  en  acción.  
No  es  extraño  que  cuando  Eros  y  Psique  (El  deseo  y  el  alma)  se  unen  en  las  Estancias  Imperecederas,  el  
resultado  es  un  vástago  que  los  griegos  nombraban  poco,  pero  que  en  Roma  fue  adorado  como  un  dios  
perfecto  del  amor,  ya  que  en  él  se  fundían  las  dos  facetas  más  importantes  del  hombre.  Allí  se  lo  llamó  
Voluptas,  es  decir,  Placer.  
Hay   otro   detalle   subjetivo   que   me   gustaría   mencionar.   El   pintor   francés   William-­‐Adolphe   Bouguereau  
(ver   la   imagen   de   arriba)   imaginó   el   rapto   de   Psique   no   como   un   acto   violento,   sino   todo   lo   contrario.  
Basta   contemplar   el   rostro   extasiado   de   Psique   para   advertir   que   el   Espíritu,   a   menudo   prisionero   de   las  
convenciones  sociales,  se  lanza  gozosamente  a  los  brazos  del  Deseo  cuando  este  emerge  imprevistamente  
de  la  noche.  
 
 
 
 
 
ARTEMISA  Y  ORION  
Algunos  sostienen  que  la  muerte  trágica  y  prematura  de  Orión  se  debió  a  un  arrebato  de  furia  de  Apolo,  
hermano  de  Artemisa.  Otros,  en  cambio,  ofrecen  caminos  alternativos  e  igualmente  lacrimógenos.  
Artemisa,   la   diosa   de   la   caza   que   hasta   entonces   había   rechazado   metódicamente   la   compañía   masculina,  
conoció   a   Orión   en   una   de   sus   expediciones.   Ella   prefería   los   bosques   y   las   bestias   salvajes   sobre   los  
placeres   civilizados.   Se   enamoró   perdidamente   de   él,   que   también   vestía   gallardamente   los   atavíos   del  
cazador,  aunque  no  se  atrevió,  por  pudor,  a  presentarse  abiertamente.  
Tan  intenso  fue  su  deseo  por  el  joven  Orión  que  cuando  Artemisa  regresó  al  campamento  no  se  atrevió  
confesárselo   a   sus   ninfas,   que   al   igual   que   ella   habían   jurado   no   casarse   jamás.   En   favor   de   la   diosa  
debemos  decir  que  aquel  contrato  no  prohibía  el  amor,  y  que  acaso  lo  alentaba  al  excluir  el  matrimonio.  
Los  mitos  griegos  sugieren  que  solo  hay  una  cosa  imposible  en  el  Olimpo:  conservar  un  secreto.    
El   amor   secreto   de   Artemisa   llegó   a   oídos   de   su   hermano   Apolo,   aunque   distorsionado   e   inexacto.   El   dios  
se   dejó   llevar   por   rumores   maliciosos   y   creyó   que   su   hermana   y   Orión   se   habían   prometido   amor   eterno,  
y  lo  que  es  aún  más  asombroso  si  tenemos  en  cuenta  la  envergadura  de  ese  lapso:  fidelidad.  
Apolo,  presa  de  la  ira  vehemente  y  ciega  de  los  olímpicos,  determinó  que  un  mísero  mortal  no  se  casaría  
con  su  hermana.  Otros  sostienen  que  Apolo  dudaba  de  la  fidelidad  de  Orión,  ya  que  previamente  había  
abandonado  los  brazos  rosados  de  Eos,  la  diosa  de  la  aurora.  Pero  cualquiera  haya  sido  el  motivo  de  su  
rechazo,  lo  cierto  es  que  Apolo  resolvió  librarse  del  problema  de  la  forma  más  cruel.  
Urdió  una  emboscada  que  por  imposible  resultó  ser  eficaz.  Convenció  a  Orión  a  sumergirse  en  las  aguas  
de  un  río  para  atrapar  a  un  pez  especialmente  escurridizo;  luego  se  acercó  a  la  orilla  y  desafió  a  Artemisa  
a  acertarle  a  un  blanco  móvil  bajo  el  agua.  
La   diosa,   que   nunca   rechazaba   esta   clase   de   desafíos,   apuntó   y   lanzó   una   flecha   certera   que   perforó   la  
espalda  de  Orión,  justo  cuando  flotaba  indefenso  para  pescar  su  presa.  
Otras  versiones  del  mito  sostienen  que  Apolo  en  realidad  no  pensaba  en  la  felicidad  de  su  hermana,  sino  
en  la  suya.  Celoso  por  las  atenciones  de  Artemisa,  envió  un  escorpión  gigante  con  el  único  propósito  de  
aguijonear  al  muchacho.  Orión,  hay  que  decirlo,  se  había  vuelto  un  tipo  arrogante,  soberbio,  que  irritaba  a  
los   dioses   aprovechando   la   protección   de   Artemisa.   Fue   la   diosa   quien   intervino   frente   al   ataque   del  
escorpión,   llevando   a   Orión   hasta   la   isla   de   Delos,   proverbialmente   conocida   por   la   ausencia   de  
escorpiones,   y   donde   finalmente   se   produjo   el   episodio   del   desafío   de   Apolo   y   la   muerte   del   joven  
cazador.  
Todas   las   versiones   coinciden   en   que   Artemisa   descubrió   demasiado   tarde   su   error.   En   la   orilla  
ensangrentada  lloró  sobre  el  cadáver  de  su  amante  durante  nueve  días  consecutivos,  acompañada  por  el  
fiel   perro   del   muchacho;   hasta   que   arrojó   su   cuerpo   al   cielo   (junto   con   el   del   can,   que   aún   ladraba)   y  
desde  entonces  ambos  pueden  verse  en  la  constelación  de  Orión  y  en  la  Sirio,  la  estrella  del  perro.  
Astrónomos  refractarios  sostienen  desvergonzadamente  que  aquella  constelación  es  anterior  al  mito  de  
Orión.  Desde  aquí  suponemos  que  en  la  soledad  de  sus  observatorios  acaso  se  estremezcan  al  recordar  
esta   tragedia   cuando   la   oscura   constelación   de   Escorpio   aparece   en   el   cielo   mientras   Orión   y   Sirio   se  
ocultan   en   el   horizonte,   probando   que   el   viejo   y   celoso   Apolo   aún   no   canceló   la   orden   de   aguijonear   la  
carne  de  aquel  mortal  que  se  atrevió  al  amor  de  una  diosa.  
 
 
PERSEO  Y  ANDRÓMEDA  
Perseo  y  Andrómeda:  el  mito  detrás  de  "Furia  de  titanes".  
Andrómeda  era  una  hermosa  princesa  de  la  ciudad  griega  de  Argos.  Su  nombre  significa  literalmente  “la  
gobernante   de   hombres”;   y   como   casi   siempre   sucede   en   los   mitos   griegos,   un   destino   de   gloria   trae  
aparejado  una  estirpe  imprudente,  en  este  caso,  los  padres  de  Andrómeda:  Cefeo  y  Casiopea.  
Casiopea  tenía  la  mala  costumbre  de  presumir  de  su  belleza.  A  tal  punto  que  no  dudaba  en  compararse  
con  las  nereidas;  jactancia  que  despertó  la  ira  de  Poseidón,  el  dios  de  los  océanos,  que  decidió  castigarla  
inundando  la  ciudad.    
No   obstante,   la   furia   de   Poseidón   no   quedó   satisfecha   al   ver   anegadas   las   hermosas   tierras   de   Argos.  
Deseaba  más.  En  consecuencia,  envió  a  un  monstruo  marino  para  continuar  con  el  azote.  Su  nombre  era  
Ceto,  una  criatura  primordial  capaz  de  devorar  prácticamente  cualquier  cosa.  
Cefeo,   el   padre   de   Andrómeda,   conocía   de   antemano   los   episodios   de   aquel   pequeño   apocalipsis.   Su  
fuente   era   un   oráculo   que   también   le   había   informado   sobre   la   única   manera   de   eludir   el   exterminio:  
entregar  a  Andrómeda  a  las  fauces  del  monstruo.    
Con  este  propósito  la  encadenó  desnuda  frente  al  mar.  
Se  dice  que  Perseo  volvía  de  su  expedición  contra  la  gorgona  Medusa,  montado  sobre  Pegaso,  el  caballo  
alado,  cuando  desde  las  alturas  vio  a  la  hermosa  Andrómeda  y  quedó  perdidamente  enamorado.  
Perseo   descendió   sobre   las   arenas   adyacentes   a   Argos   para   solicitar   la   mano   de   Andrómeda.   Hasta   ese  
momento   el   héroe   desconocía   la   furia   de   Poseidón   y   la   jactancia   de   Casiopea.   Después   de   algunas  
negociaciones  se  arregló  que  Perseo  obtendría  el  visto  bueno  para  la  boda  si  primero  mataba  a  Ceto.  
Acostumbrado  a  esta  clase  de  tareas  sobrehumanas,  Perseo  se  dirigió  hacia  las  rocas  en  donde  aguardaba  
la   princesa   Andrómeda.   Las   olas   embravecidas   anunciaban   la   llegada   del   monstruo.   Sobre   un   desfiladero  
el  héroe  aguardó  la  embestida.  Ceto  se  arrojó  desde  las  profundidades  oceánicas  con  un  grito  espantoso,  
arrojando   babas   fétidas   y   una   espuma   alcalina   por   las   narices.   Justo   en   el   último   instante,   cuando   el  
choque   parecía   inevitable,   Perseo   sacó   de   un   saco   de   cuero   la   cabeza   de   la   Gorgona,   que   convertía   en  
piedra  a  todo  aquel  que  la  mirara,  y  la  sostuvo  en  alto  frente  a  la  bestia.  
Ceto  se  redujo  a  una  masa  amorfa  de  polvo  y  rocas  al  chocar  contra  el  desfiladero.  Versiones  más  poéticas  
sostienen  que  el  monstruo  se  convirtió  en  un  hermoso  coral.  
Perseo   recibió   los   agradecimientos   de   rigor,   y   cuando   se   disponía   a   preguntarle   a   Andrómeda   sobre   la  
fecha  más  conveniente  para  celebrar  la  boda,  la  imprudente  Casiopea  le  informó  que  todavía  existía  un  
pequeño  problema  si  resolver:    
Andrómeda  ya  había  sido  prometida  al  príncipe  Agénor.  
Podemos  imaginar  que  Perseo  se  quejó  en  vivos  términos  ante  semejante  omisión,  pero  lo  cierto  es  que  
Andrómeda   lo   había   cuativado   de   tal   forma   que   estaba   dispuesto   a   pasar   por   alto   cualquier   ofensa,   de  
modo  que  solucionó  el  inconveniente  de  la  forma  más  diplomática  posible.  Mató  a  Agénor  y  masacró  a  su  
ejército  utilizando  el  poder  inconmensurable  de  la  cabeza  de  Medusa.  
Perseo  y  Andrómeda  finalmente  se  casaron  y  se  mudaron  a  la  ciudad  de  Tirinto.  Allí  tuvieron  a  una  niña  a  
la   que   llamaron   Gorgófene,   “la   muerte   de   la   Gorgona”.   Con   el   tiempo   la   familia   se   expandió.   Nacieron  
príncipes  que  gobernaron  Micenas  y  descendientes  notables  entre  los  que  se  encuentra  nada  menos  que  
Heracles.  
Se   dice   que   Andrómeda,   la   más   silenciosa   y   pasiva   de   esta   historia   de   amor,   realmente   se   enamoró   de  
Perseo.  Cuando  murió,  vieja  y  todavía  taciturna,  la  diosa  Atenea  la  colocó  en  el  cielo  en  compañía  de  su  
marido  y  su  madre.    
Astrónomos  exégetas  sostienen  que  ese  sitio  del  cósmos  se  conoce  como  la  constelación  de  Andrómeda.  
Aquellos   amantes   de   los   mitos   griegos   que   no   tengan   miedo   de   las   deformaciones   cinematográficas  
pueden   hallar   dos   ejemplos   del   mito   de   Perseo   y   Andrómeda   en   la   película:   Furia   de   titanes   (Clash   of   the  
Titans),  de  1981,  y  su  remake  de  2010.  
 
 
 
ECO  Y  NARCISO  
Eco   era   una   oréade,   es   decir,   una   ninfa   de   las   montañas,   más   precisamente   del   monte   Helicón.   Fue  
educada   nada   menos   que   por   las   Musas,   diosas   encargadas   de   distribuir   inspiración   y   talento;   y   como   tal  
recibió  el  don  de  tener  la  voz  mas  bella  y  encantadora  del  mundo;  incluso  las  palabras  ordinarias  sonaban  
en  sus  labios  como  el  tañido  de  campanas  distantes  sobre  la  espuma  del  mar.  
Narciso,  hijo  de  la  ninfa  Liríope  y  Céfiso,  el  dios-­‐río;  era  el  joven  más  apuesto  que  haya  vivido  fuera  del  
Olimpo.  Su  amor  propio  era  tan  desmedido  que  sólo  tenía  ojos  para  sí  mismo,  un  error  que  los  griegos  no  
perdonaban  ni  siquiera  en  la  mitología.  
De   nuevo   en   el   Monte   Helicón,   Hera,   esposa   de   Zeus,   sospechaba   que   su   adúltero   marido   estaba  
secretamente   entusiasmado   por   Eco.   Tras   algunas   pesquisas   subrepticias,   Hera   descubre   los   amores  
ilícitos   de   Zeus,   y   también   que   la   ninfa   se   ha   mantenido   al   margen   de   los   lances   del   dios.   Incapaz   de  
castigar  al  Señor  de  los  Dioses,  Hera  tomó  el  camino  más  simple:  maldijo  a  Eco  a  utilizar  su  voz,  la  más  
bella  que  haya  brotado  de  boca  alguna,  a  repetir  cacofónicamente  las  últimas  palabras  de  su  interlocutor.  
Eco   huyó   del   monte   sagrado,   incapaz   de   pronunciar   una   palabra   voluntaria.   Solo   podía   repetir  
quedamente  el  canto  de  los  pájaros,  el  murmullo  del  agua,  el  atronar  de  una  roca  desprendiéndose  de  los  
acantilados;   hasta   que   lo   vió   a   él:   Narciso,   un   joven   de   prodigiosa   hermosura   que   miraba   absorto   su  
reflejo  en  el  agua.  
Narciso  no  advirtió  inmediatamente  su  presencia,  estaba  demasiado  ocupado  contemplando  la  perfección  
de  su  rostro  en  las  aguas  tranquilas  del  estanque.  Eco,  temerosa  y  frágil,  se  escondió  detrás  de  un  árbol,  y  
desde  allí  se  enamoró  del  joven.  
Arrebatado  de  pasión  por  su  propio  reflejo,  Narciso  dijo  en  voz  alta.  
-­‐¿Eres  tú  o  yo?  
-­‐...yo...  -­‐dijo  una  voz  espectral.  
-­‐¿Estás  aquí?  
-­‐...aquí...  
-­‐Te  amo.  
-­‐...amo...  
Eco   salió   de   su   escondite   decidida   a   confesar   su   amor,   pero   en   su   boca   no   había   palabras,   salvo   las  
últimas   que   oía.   Narciso   la   rechazó   violentamente.   Podemos   pensar   que   se   burló   de   ella   con   excesiva  
ironía.   La   ninfa   huyó   al   páramo,   sola   y   desdichada,   y   vagó   por   valles   y   cañadas   solitarias   que   solo   los  
dioses   conocen,   hasta   que   finalmente   se   recluyó   en   una   oscura   cueva   donde   su   cuerpo   poco   a   poco   se  
consumió  de  tristeza.  
De  ella  solo  quedó  su  voz,  un  reflejo  acústico  incapaz  de  pronunciar  nada  que  no  sean  palabras  ajenas.  
De   las   lóbregas   mansiones   de   Némesis,   la   diosa   de   la   venganza,   surgió   un   pensamiento   de   ira   que   se  
proyectó   hacia   la   cueva   de   Eco.   La   voz   de   la   ninfa   voló   hacia   el   estanque   en   alas   del   despecho,   y   encontró  
a  Narciso,  como  de  costumbre,  obnubilado  por  su  reflejo.  Inmensamente  desdichada  por  aquel  amor  no  
correspondido,  aguardó.  
Cierto  día,  presa  de  una  desesperación  y  una  angustia  incontenibles,  Narciso  exclamó  ante  su  reflejo.  
-­‐No  lo  soporto  más.  Te  necesito.  ¡Ven!  
-­‐...¡ven!  
Al  oir  el  llamado  el  joven  se  arrojó  a  las  aguas  y  se  ahogó.  Su  padre,  el  dios-­‐río,  hizo  que  en  el  lugar  de  la  
tragedia  crezca  una  flor  distinta  a  las  demas,  que  crece  alejada  de  otros  capullos;  y  que  desde  entonces  se  
llamó  Narciso,  que  en  griego  significa  "narcótico",  en  alusión  al  perfume  intenso  de  sus  pétalos.  
Algunos   dicen   que   Eco   nunca   abandonó   el   mundo,   y   que   todavía   repite   lo   que   oye   en   lugares  
abandonados,  acaso  esperando  que  alguien  intuya  su  presencia  en  los  ecos.  Otros,  menos  proclives  a  las  
metáforas   esperanzadoras,   señalan   que   la   condena   de   Narciso   no   concluyó   con   su   muerte;   y   que   su  
espíritu  llora  de  tristeza  en  el  inframundo,  amando  y  contemplando  un  reflejo  que  lo  ignora  prolijamente.  
 
 
 
ORFEO  Y  EURIDICE  
Orfeo  (Ορφέυς),  nombre  de  etimología  incierta  que  quizás  provenga  de  orphe,  "oscuridad",  era  un  pastor  
tracio  de  notable  talento  musical.  Su  lira  encantaba  a  los  hombres  y  enrojecía  a  las  inestables  diosas  del  
Olimpo,  siempre  atentas  a  los  acordes  del  muchacho.  
Pocos   saben   que   su   padre   fue   Apolo,   el   dios   de   la   música,   quien   le   entregó   su   lira   en   secreto;   un  
instrumento  bellísimo  creado  por  Hermes  con  una  caparazón  de  tortuga.  
Bendecido  y  condenado  por  su  arte  sublime,  Orfeo  se  enamoró  de  la  hermosa  Eurídice  (Ευρυδίκη),  una  
ninfa  auloníade,  es  decir,  una  ninfa  de  los  valles  seguidora  de  Pan.  El  amor  fue  mutuo,  y  la  boda  no  se  hizo  
esperar,  así  como  la  envidia  de  quienes  ven  al  amor  como  un  rapto  de  posesión  y  no  como  una  entrega  
absoluta.  
Aristeo,   pastor   y   músico,   se   sintió   doblemente   traicionado   por   el   destino.   Orfeo   no   solo   era   infinitamente  
más   hábil   con   la   lira,   sino   que   había   conseguido   el   corazón   de   la   mujer   que   amaba   secretamente.   La   ira   y  
una   sensación   infame   de   justicia   poética   lo   llevaron   a   secuestrar   a   Eurídice   el   día   de   su   boda;   pero   la  
joven,   que   intuía   el   deseo   ilegítimo   del   pastor,   huyó   veloz   como   el   viento   gélido   que   barre   las   quebradas.  
Sin  embargo,  los  dioses,  que  a  menudo  encuentran  placer  en  contemplar  la  misma  tragedia  repitiéndose  
en  distintas  épocas,  no  evitaron  que  una  serpiente  muerda  el  tobillo  delicado  de  Eurídice  mientras  huía.  
La   joven   murió   en   medio   de   horribles   espasmos   de   dolor,   sintiendo   el   veneno   arremolinándose   en   su  
paladar   como   un   néctar   amargo   y   definitivo.   Cuando   la   noticia   llegó   a   oídos   de   Orfeo   -­‐señala   Homero-­‐  
éste  no  se  intimidó,  pues  sabía  que  la  muerte  es  una  excusa,  un  intervalo,  si  se  quiere,  que  ningún  amante  
considerará  lícito.  El  muchacho  se  sentó  a  orillas  del  río  Estrimón,  notable  por  sus  aguas  luminiscentes,  e  
interpretó  canciones  tan  tristes  y  tan  dolorosas  que  todas  las  ninfas  del  valle  lloraron  amargamente  y  le  
aconsejaron  que  descendiera  al  Hades,  la  Casa  de  la  Muerte.  
El  joven  cargó  su  lira,  se  vistió  con  sus  mejores  ropas,  y  marchó  hacia  la  mansión  de  donde  nadie  retorna.  
El  primero  en  cruzarse  en  su  camino  es  Caronte,  el  barquero  de  los  muertos,  cuya  tarea  es  transportar  a  
las   almas   sobre   la   laguna   Estigia.   Al   advertir   que   el   joven   no   había   muerto,   Caronte   se   niega   a   llevarlo   en  
su   barca,   pero   Orfeo   toma   su   lira   e   interpreta   una   canción   sobre   el   descanso   final   de   los   héroes,   una  
melodía   suave,   casi   imperceptible,   que   evoca   en   la   cansada   mente   de   Caronte   el   día   en   el   que   un   hombre  
llegará  hasta  él  y  será  su  último  pasajero.  
Emocionado  por  la  posibilidad  de  un  número  finito  de  almas,  Caronte  accede  a  llevarlo  hasta  la  otra  orilla  
del   negro   Estigia.   Del   otro   lado   lo   aguarda   Cerbero,   el   guardián   del   inframundo   que   atormenta   a   los  
réprobos  con  su  terrible  silueta  canina.  Ante  él  Orfeo  toca  una  canción  de  piedad,  de  entendimiento  por  
las  innobles  tareas  asignadas  por  los  dioses.  Y  el  can  Cerbero,  emocionado  por  la  música  y  por  el  rostro  
luminoso   del   muchacho,   en   cuyos   ojos   creyó   advertir   una   chispa   divina,   le   permitió   cruzar   las   pesadas  
puertas  de  hierro  que  separan  lo  posible  de  lo  irreversible.  
Solo,   armado   únicamente   con   su   música,   Orfeo   se   irguió   altivo   frente   a   Hades,   el   terrible   dios   de   la  
muerte.  Con  notas  delicadas  le  rogó  por  el  retorno  de  Eurídice.  El  dios,  de  mirada  fija  y  profunda  como  las  
aguas  abismales,  accede,  pero  con  una  condición,  acaso  para  que  su  reputación  no  se  vea  mancillada  por  
un   gesto   de   compasión:   que   en   el   viaje   de   regreso   a   la   tierra   de   los   vivos   jamás   contemple   el   rostro   de   su  
amada  hasta  salir  del  infierno.  
Juntos  desandan  el  camino.  Las  manos  unidas  ante  las  frías  piedras  del  Tártaro.  Orfeo  marcha  adelante,  
abriendo  puertas  y  derribando  muros  con  su  música.  Detrás,  la  hermosa  Eurídice,  arrastrada  por  un  amor  
implacable   que   no   se   detiene   ante   nada.   Pero   la   parte   humana   de   Orfeo,   ésa   que   a   menudo   podemos  
advertir   en   las   pequeñas   miserias   cotidianas,   cree   que   Hades   lo   ha   engañado,   y   que   entre   sus   dedos  
pende  la  mano  de  otra  mujer.  
Vencido  por  la  curiosidad,   Orfeo   gira   su   cabeza  hacia  atrás,  solo  para  contemplar  por  última  vez   el   rostro  
delicado   de   Eurídice.   Frente   a   ellos   estaba   la   salida,   y   el   sol   brillaba   alto   en   el   cielo,   pero   Eurídice,  
ligeramente  detrás  del  muchacho,  todavía  tenía  un  pie  envuelto  en  las  sombras  del  infierno.  
Tal   como   lo   había   anunciado   Hades,   Eurídice   fue   arrastrada   por   manos   invisibles   hacia   salones   de  
perpetua  desdicha,  y  Orfeo  fue  expulsado  del  inframundo.  Caronte  desoyó  sus  ruegos  y  sus  canciones,  e  
incluso   le   negó   un   sorbo   del   río   Leteo,   cuyas   aguas   invitan   al   olvido.   Desde   entonces   Orfeo   vagó   por  
cañadas   olvidadas,   lloró   sobre   rocas   jamás   pisadas   por   hombre   alguno,   y   a   pesar   de   que   muchas   mujeres  
buscaron  su  amor  él  las  rechazó  a  todas.  
Cierta   noche,   mientras   desgarraba   su   alma   en   devastadoras   notas   musicales   sobre   el   monte   Rodano,  
Orfeo  se  cruzó  con  un  grupo  de  bacantes  tracias  que  volvían  de  sus  tertulias  orgiásticas.  Despreciadas  por  
la   fidelidad   póstuma   del   muchacho,   las   brujas   despedazaron   sus   miembros,   comieron   su   carne   aún  
palpitante,  y  arrojaron  su  cabeza  y  su  lira  al  río  Hebro.  
Nadie   conoce   con   certeza   el   destino   de   Orfeo.   Su   muerte   tiene   muchas   formas.   Algunas   hablan   de   una  
traición  al  culto  de  Dionisos,  antiguamente  presidido  por  el  joven,  y  la  venganza  terrible  del  dios  del  vino  
en   manos   de   sus   fieles   ménades.   Platón,   sin   embargo,   razona   una   muerte   poética,   y   señala   que   Zeus,  
ofendido   por   la   cobardía   de   Orfeo,   que   no   tuvo   el   arrojo   de   morir   por   amor   y   reencontrarse   con   Eurídice  
en  los  salones  oscuros,  decidió  su  final  sin  conmoverse  por  antiguas  melodías.  
 
 
TISBE  Y  PÌRAMO  
Tisbe   y   Píramo   eran   dos   jóvenes   babilonios   que   vivieron   durante   el   reinado   de   la   hermosa   Semíramis,  
aquella   reina   que   gobernó   durante   cuarenta   y   dos   años   consecutivos.   Ambos   vivían   en   casas   vecinas   y   se  
amaban  sinceramente,  pero  sus  padres  desaprobaban  la  unión  y  les  prohibieron  verse  y  hablarse.  
Desde  entonces  Tisbe  y  Píramo  desarrollaron  un  código  propio,  un  lenguaje  gestual  que  utilizaban  para  
comunicarse  cuando  se  cruzaban  en  la  calle;  hasta  que  por  casualidad  descubrieron  una  pequeña  grieta  
en  la  pared  que  separaba  ambas  casas,  a  través  de  la  cual  podían  susurrarse  algunas  palabras  encendidas  
y  algunas  confesiones  sin  temor  a  ser  descubriertos.    
Esta   abertura   era   tan   pequeña   que   no   permitía   el   acceso   visual   a   las   dependencias   vecinas;   solo   la   voz  
llegaba  hasta  el  otro  lado.  Durante  largos  meses  se  prometieron  amor  y  fidelidad  a  través  de  la  hendidura.  
Pero   llega   un   punto   en   el   que   las   palabras   son   insuficientes,   y   hasta   una   barrera   que   retrasa   el   amor.  
Llenos  de  angustia  y  deseo,  Tisbe  y  Píramo  empezaron  a  planear  su  huída.  
Acordaron  que  se  escaparían  a  la  noche  siguiente,  cuando  ambas  casas  estuviesen  en  silencio,  y  que  se  
encontrarían   cerca   del   monumento   de   Nino,   aquel   mítico   fundador   asirio,   ubicado   junto   a   un   moral  
blanco  que  bebía  las  aguas  de  una  fuente  pública.  
Tisbe,  más  ansiosa  que  su  amado,  llegó  primero  al  lugar  convenido;  pero  descubrió  que  una  leona  bebía  
ávidamente  de  la  fuente,  tal  vez  de  regreso  de  alguna  cacería  agotadora;  y  se  escondió  entre  unas  rocas.  
En   el   apuro   dejó   caer   su   velo.   La   leona,   curiosa   como   todos   los   felinos,   se   vio   atraída   por   la   seda   brillante  
y  se  acercó  para  olisquearla,  manchándola  con  un  poco  de  sangre  caía  de  su  hocico.  
Cuando  Píramo  finalmente  llegó,  descubrió  las  huellas  de  su  amada  junto  a  las  de  la  bestia,  y  junto  a  ellas  
el   velo   ensangrentado.   Razonó   que   Tisbe   había   sido   atacada   por   una   bestia   salvaje   y   que   su   cuerpo   había  
sido   arrastrado   al   interior   de   un   cubil   oscuro   e   ignoto.   Desesperado,   sacó   su   puñal   y   se   lo   clavó   en   el  
pecho.  
Después   de   algunas   horas   de   juiciosa   espera,   Tisbe   salió   de   su   escondite.   Se   dirigió   a   la   fuente   pero  
encontró  que  la  planta  de  moras  ya  no  era  blanca,  sino  púrpura,  de  modo  que  dudó  si  aquel  era  o  no  el  
sitio  convenido  para  el  encuentro.  
Cuando  ya  empezaba  a  sospechar  dolorosamente  que  su  amante  se  había  arrepentido,  vio  el  cadáver  de  
Píramo  con  el  puñal  clavado  en  el  pecho.  
Tisbe  lo  abrazó  y  lo  cubrió  de  besos  y  ruegos  urgentes,  manchando  su  propio  rostro  con  sangre.  Lloró  con  
un   llanto   salvaje,   feroz,   que   maldecía   la   insensibilidad   de   las   Moiras,   las   diosas   del   destino.   Loca   de   pena,  
arrancó  el  puñal  del  tórax  de  su  amante  y  lo  clavó  en  su  vientre.  
Algunos  dioses  atestiguaron  el  desastre  desde  las  alturas  del  Olimpo,  e  intercedieron  ante  los  padres  de  
los  jóvenes  para  permitirles  yacer  juntos  en  el  sepulcro.  
Ovidio  señala  que  la  sangre  del  joven  tiñó  los  frutos  del  moral,  hasta  entonces  perfectamente  blancos,  y  
que  por  esa  razón  ahora  las  moras  son  púrpura.    
Más  aún,  en  Roma  se  conocía  a  ese  arbusto  como  Arbor  Pyramea,  “el  árbol  de  Píramo”;  y  su  fruto  es  tanto  
dulce   como   ácido,   acaso   como   metáfora   botánica   de   que   el   amor   y   la   tragedia   se   nutren   de   las   mismas  
raíces.  
 

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