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El Papa Juan Pablo II, en su Carta Encíclica Fides et Ratio, hace una afirmación
atrevida, a primera vista, y, quizá, algo molesta para el estudioso especializado de la
Filosofía: “Cada hombre, es, en cierto modo, filósofo y posee concepciones
filosóficas propias con las cuales orienta su vida. De un modo u otro, se forma una
visión global y una respuesta sobre el sentido de la propia existencia” (No. 30).
Es a raíz de esta situación que la Filosofía parece cada vez más un ejercicio inútil
con el que se desperdicia preciado tiempo, el mismo que podría utilizarse en
cuestiones de tipo práctico, las cuales generan un resultado visible, material,
evidente; sin embargo, estos mismos procedimientos utilitarios remiten a las
preguntas fundamentales antes mencionadas pues, ¿para qué se esfuerza el hombre?
¿qué sentido tiene esa carrera loca hacia el “progreso” si no sabemos a dónde vamos
y cuál es nuestra meta última?
Avances científicos, técnica y desarrollo sin reflexión y más aun sin pasión, dejan al
hombre frente al tedio en el que hoy se encuentra, al borde del sinsentido y la
desesperación; fenómenos como el stress, la depresión y el suicidio (sobre todo entre
jóvenes) demuestran que un esfuerzo desmedido en el “hacer” sin la pregunta previa
por el “ser” desemboca necesariamente en la “náusea” ante la existencia que ya
Sartre describió con maestría en su obra.
No obstante, y con esta claridad, sería absurdo tener una serie de preguntas y no
emprender el camino hacia sus respuestas, por arduo que este sea. Se dice con
frecuencia que las preguntas valen por sí mismas y que no hay que encontrar
contestaciones para ellas, necesariamente, pero dicha idea no tiene sentido alguno y
contradice el sentido común y práctico que se puede verificar en la vida de tantos
hombres y mujeres contemporáneos.
Esta búsqueda de los cimientos sólidos de lo real llevará al hombre a encontrar que
más allá de su razón se encuentran realidades que lo superan y que es, entonces, el
momento de abrirse a una palabra (logos) que no es la suya, a una revelación que lo
antecede, y en la que decide poner su confianza (fides), en la que decide creer. Es
por eso que la Tradición ha llamado a la Filosofía Preambulum fidei, preámbulo de
la fe y que, lejos de ser la Filosofía un obstáculo en el camino hacia Dios, como
algunos fideístas piensan y afirman, puede ser el camino seguro a la conversión, al
encuentro con un horizonte de mayor significación que dé un sentido real a la
existencia humana sobre la Tierra, así pues, como ya titularan alguna publicación de
pensadores católicos años atrás, es necesario exclamar con toda nuestra fuerza: ¡Dios
salve la razón! ¡Dios salve la Filosofía!
Bibliografía
S.S Juan Pablo II. Carta Encíclica Fides et Ratio. Sobre las relaciones entre la fe y
la razón. Lima: Paulinas, 2002
Spaemann, Robert. Ética, política y cristianismo. Trad. José María Barrio Maestre
y Ricardo Barrio Moreno. Madrid: Palabra, 2008