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El que quiere Celeste que le cueste…

Es que el color celeste siempre costó mucho. Los azules no abundan en la naturaleza y, cuando se los
encuentra, son carísimos. Además, no son sólo no son fáciles de lograr en el laboratorio. Para colmo, fue el
color más difícil de describir, porque se llamó “azul” a una paleta que iba del verde agua al turquesa o el violeta
azulado. Su nombre en indoeuropeo antiguo era “blao” que significa “brillante”, por eso también se relaciona
con el “blanco”.
El color azul es el favorito desde hace 6000 años. Lo usaban los faraones y los antiguos romanos. Los hebreos
sólo podían lucirlo en sus ropas tradicionales y guardaron celosamente el secreto de su pigmento, que era el
azul tekhelet, un tinte extraído del caracol Trunculariopsis trunculus. Las estolas de rezo hebreas, llamadas
“tzitzit”, tenían este color, que aparece además en la bandera de Israel. Hay tzitzits de 3000 años que
conservan el azul intacto por la excelente calidad del pigmento.
Hoy en día, después de siglos de avance científico, sigue habiendo sólo cuatro materiales que proporcionan
un azul: los de hierro, los de cobalto, los de ftalocianina y los de indantreno. Si los comparamos con las
múltiples fuentes de marrones, rojos o amarillos, el azul es un color verdaderamente esquivo y difícil de
obtener.
Índigo blues
El primer azul provino de un pastito. Su origen vegetal fue guardado en secreto durante varios siglos, hasta
que Julio César, emperador romano, invadió Bretaña y escribió los Comentarios a la guerra de las Galias que
sus enemigos se pintaban el cuerpo de azul con una hierba silvestre que ellos cultivaban, “para lucir más
temibles en las batallas”. Por eso los romanos llamaron “pictos” a este pueblo. Robaron su secreto y lo llevaron
a Roma, donde los soldados lo usaron para pintar sus escudos.
Este azul se extraía de una leguminosa tropical de la familia de las indigoferas, que posee unas 350 variedades,
de las cuales las más famosas son las Isatis tinctoria, o glasto, y la Indigofera tinctoria, o índigo. Recibían el
nombre de “indigoferas” porque se suponía que eran originarias de la India, aunque en verdad provenían de
Sumatra, Indonesia. En la India, el azul era conocido como “nil”, y que derivó en árabe a “an-nil” y luego como
“añil” en español, nombre que resucitó en 1897, cuando se descubrió el índigo sintético en Alemania, al que
se llamó “anilina”.
Plantas que daban tintes azules había por todas partes. En Japón, China y Corea se usaba El Polygonum
tinctorum, conocido en Japón como “yama ai”. En América Central, otras variantes de indigoferas – Indigofera
suffructicosa y arrecta –, conocidas como “jiquilites”, daban el azul para teñir túnicas y ropajes sacerdotales.
El Salvador y Guatemala se destacaron por su vasta producción de este pigmento que se llamó “azul maya”,
con el que también están pintados los murales de las ruinas de Bonampak, en Chiapas, México.
Más allá del origen de la planta, la estructura molecular del índigo es idéntica en todas ellas. Y si bien destiñe,
es excepcionalmente estable en el tiempo, algo comprobado por los arqueólogos, que han hallado telas muy
antiguas todavía bien azules. El principio activo del color azul está en la hoja y es un glucósido llamado
“indican”, que gracias a una enzima y el oxígeno se convierte en indigotina, la sustancia azul. Según la variedad
de la planta, ésta puede rendir entre un 20 y un 90% de índigo azul.
Pese a que la plantita se adapta a cualquier terreno, el método de obtención del índigo era espantoso. El
colorante podía conseguirse haciendo una pasta con la planta fermentada en vinagre y mezclándola con
alumbre o albúmina de claras de huevo, pero el método más económico consistía en fermentarla en orina y
alcohol, mientras se la pisoteaba para que soltara su esencia colorante. No obstante, el alcohol era costoso y
los obreros tintoreros preferían bebérselo para luego orinar en las bateas de fermentación. Por eso, aún hoy
en Alemania e Inglaterra se dice comúnmente “hacer azul” cuando alguien falta al trabajo por resaca, y “the
blues” (“los azules”) a la melancolía típica posterior a una mala borrachera.
El explorador portugués Vasco da Gama introdujo en Europa en 1498 la variedad Indigofera tinctoria, que
daba un azul mucho más intenso que la variedad europea Isatis tinctoria. Como la locura mundial por tener
un buen azul proporcionaba pingües ganancias, los campos de Europa se llenaron de plantaciones de la
variedad extranjera. Pero resulta que ese cultivo le quitaba nutrientes al suelo, lo cual obligó al imperio
romano a limitar las explotaciones de índigo para evitar que la población se quedará sin alimentos. De hecho,
los primeros cultivadores de índigo europeo eran nómadas, y dejaban a su paso la tierra infértil después de la
cosecha.
¡Pero que importaba perder cultivos si el resultado era un intenso, perdurable y bien cotizado pigmento azul!
Los alemanes prohibieron en cultivo e importación de índigo entre 1500 y 1600, y los franceses lo sancionaron
también con la pena de muerte. A principios del siglo XVIII el rey Federico Guillermo eligió el azul como el color
del ejército para contribuir a las finanzas de los campesinos locales. Ese azul fue usado por el ejército alemán
hasta la Primera Guerra Mundial, momento en que se prefirió el verde porque camuflaba mejor a los soldados.
La prohibición europea de importar índigo duró hasta 1737, época en la que la veda fue levantada por la
elevada demanda de ese color. Mientras tanto, ¿qué se hace cuando una sustancia es ilegal, pero muy
requerida? Se la cultiva donde no llegan los brazos de la ley. ¿Y qué mejor lugar que las ignotas y lejanas tierras
del Caribe para cultivar índigo?
Muchos aventureros ingleses y franceses llevaron semillas a las islas del Caribe y armaron gigantescas
plantaciones de índigo siguiendo la misma receta de los papiros egipcios del 4000 a.C. Obligaban a los
lugareños a trabajar como esclavos en las factorías, llamadas “indigoteries”. Luego de un proceso de amasado
que se extendía entre 48 y 72 horas, los ladrillos de indigotina pura eran puestos a secar, girándolos durante
8 semanas, uno por uno, para que se secaran en forma pareja, momento en el cual los cargaban en los barcos
rumbo a Europa. El índigo caribeño se convirtió en un commodity de precio creciente, y Europa comenzó
exportarlo a otras regiones.
Hartos de comprar el costoso índigo a españoles y franceses, los holandeses intentaron hacer lo mismo en
Java. Los esclavos realizaban ese trabajo infernal con la única intención de que los colonos no los asesinaran.
Como morían jóvenes y enfermos, con las piernas y brazos teñidos de azul de por vida, los holandeses se vieron
obligados a procurarse más esclavos en las costas de África para que siguieran la labor de los que caían
muertos de agotamiento. Se calcula que la industria del índigo costó tantas vidas en el Caribe e Indonesia que
constituyó un verdadero genocidio en pos del azul. Cuando luego de la Revolución Francesa se ordenó que el
ejército usara uniformes azules, la demanda de índigo aumentó de tal manera que implicó un increíble rédito
comercial y un desastre escala humana. Haití sólo exportó casi un millón de kilos durante el tercer cuarto del
siglo XVIII. Ahora es el país más pobre del mundo.
La industria del índigo en Sudamérica acabó con varios motivos: impuestos altísimos, la guerra entre España
e Inglaterra de 1798 (que terminó con un millón y medio de kilos de índigo guatemalteco sin vender), las plagas
de langosta de 1801 (que arruinaron el 50% de la producción), nuevos cultivos en otras partes que dieron fin
al monopolio caribeño y reglas locales contra los monocultivos que destruían la tierra. En 1790, muchos
granjeros del Caribe optaron por cultivar café, ya que era más redituable y requería menos mano de obra.
Cansados de esta situación, los esclavos organizaron revueltas que culminaron con la independencia de Haití
en 1804. Francia tuvo que procurarse índigo de otras colonias. Inglaterra intentó plantarlo en Estados Unidos
pero los cultivos así no prosperaron, así que lo llevaron a Bengala. En 1837 el índigo era la primera exportación
de la India al mundo, con 5 millones de kilos anuales. El precio que Inglaterra fijó al índigo de Bengala para
exportar a otros países superaba tan ampliamente el del kilo bengalí que ocasionó la ira de los productores -
que de todos modos tenían ganancia del 40% anual en 1000 hectáreas cada uno -, y esa ira fue la primera
levadura para la independencia de la India. De todos modos, la industria del índigo sigue prosperando en
Bengala y las Antillas.
En 1865 abrió sus puertas la empresa Badische Anilin und Sodafrik (BASF) y se dedicó sin pérdida de tiempo a
fabricar índigo artificial de acuerdo con la fórmula descubierta ese mismo año por el químico alemán Adolf
von Bayer, quien lo sintetizó a partir de orto-nitro benzaldehído, acetona y una base. La patente oficial la
recibió 15 años después, el 19 de marzo de 1880. Otros 15 años más tarde, en 1905, Bayer ganó el premio
Nobel de la Química por el hallazgo de los colorantes químicos.
El azul, junto con el verde talo, es uno de los pigmentos más persistentes. El sol destiñe toda la gama de
amarillos y rojos, pero un cartel expuesto al sol muestra invariablemente que con el paso del tiempo la mayoría
de los colores se pierden menos los de la gama de azul.

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