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S es la letra S, pero también es el sujeto, el sujeto analítico, es decir, no el sujeto en su
totalidad. Todo el tiempo nos dan la lata con que se lo aborda en su totalidad. ¿Por qué iba a
ser total? Nada sabemos de esto. ¿Es que han encontrado ustedes seres totales? Tal vez sea
un ideal. […] Si fuéramos totales, cada uno sería total por su lado y no estaríamos aquí,
juntos, tratando de organizarnos […]. Es el sujeto, no en su totalidad sino en su abertura.
Como de costumbre, no sabe lo que dice. Si supiera lo que dice no estaría ahí. Está ahí,
abajo a la derecha. (pp. 365-366)
Claro está que no es ahí donde él se ve, esto no sucede nunca, ni siquiera al final del análisis.
Se ve en a, y por eso tiene un yo. Puede creer que él es este yo […].
Lo que por otro lado nos enseña el análisis es que el yo es una forma fundamental para la
constitución de los objetos. En particular, ve bajo la forma del otro especular a aquel que
por razones que son estructurales llamamos su semejante. Esa forma del otro posee la
mayor relación con su yo, es superponible a éste y la escribimos a‘.
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Relación imaginaria
Que el yo sea una construcción imaginaria implica que su conformación depende de una
imagen la cual es externa por definición, para-noica -conocimiento exterior-, imagen en la
que el sujeto se aliena, produciéndose la no-discriminación entre el yo y el otro semejante:
son dos para un lugar. Eso queda graficado en el esquema por el eje a-a’ ó moi-a: donde se
ubica la relación imaginaria.
El otro semejante es a quien el yo se identifica, pero también aquel que el yo necesita que
desaparezca para poder decir “Yo”. Mientras persista, el yo no será dueño absoluto de su
lugar. Esto genera la tensión agresiva entre el yo y el otro.
El lugar de a ó moi es lugar de desconocimiento: desconoce la alineación fundamental
que lo conforma, el hecho de que cuando dice “yo” verdaderamente tendría que decir “todas
las identificaciones con los otros que me han constituido”, “todos los otros que tomé para
conformarme”.
Si el sujeto “cree” que él es “yo” –y solo eso-, no dejará espacio para que advenga lo “no
sabido” de su ser. Confiará solo en su intención, su voluntad, su decisión, su capacidad
explicativa y de síntesis. Leerá al lapsus como error y la asociación libre como una locura.
Discurso inconsciente
El sujeto analítico no es el “sujeto total”, es el sujeto que surge en una experiencia
particular, el sujeto en su hiancia, en su abertura, que al asociar libremente “no sabe lo que
dice”. No conduce su pensamiento sino que “es conducido”. La voluntad no participa en su
decir. Pero nunca se podrá ver ahí, cuando “se ve” lo hace en a.
El eje simbólico pone en relación al sujeto con el Otro, donde pensamos al discurso
inconsciente. Pero este discurso queda interrumpido, atravesado, por el discurso
voluntario, consciente, yoico.
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puede dar y darse a conocer, produce algo absolutamente particular, nuevo, no inscripto en
la lengua convencional.
• Sin embargo, ambas funciones nacen -son posibles-, gracias al lenguaje mismo. Eso
produce una duplicidad: lo mismo que me permite fundarme en el Otro me impide
comprenderlo. La asociación libre no es algo que “se comprenda”, y aun así cifra la verdad
del sujeto.
• “Henos aquí pues al pie del muro, al pie del muro del lenguaje. Estamos allí donde nos
corresponde, es decir del mismo lado que el paciente, y es por encima de ese muro, que es el
mismo para él y para nosotros, como vamos a intentar responder al eco de su palabra. (…)”
Función y Campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis. (p. 304)
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ve. Se ve del otro lado, de manera imperfecta (…) a causa de la índole (…) inacabada del
Urbild {imagen} especular, que no sólo es imaginario sino ilusorio. Sobre este hecho se basa
la inflexión pervertida que desde hace algún tiempo viene tomando la técnica analítica. (p.
367)
Crítica al Psicoanálisis del yo
(…) Se querría permitirle a este yo cobrar fuerzas, realizarse, integrarse, el pequeñín. Si este
fin es perseguido de manera directa, si se toma por guía lo imaginario y lo pregenital,
necesariamente se llega a ese tipo de análisis donde la consumación de los objetos parciales
se lleva a cabo por intermedio de la imagen del otro. Sin saber por qué, los autores que
optan por esta vía llegan todos a la misma conclusión: el yo sólo puede reunirse y
recomponerse por el sesgo del semejante que el sujeto tiene delante de sí; o detrás, el
resultado no varía. (pp. 367-368)
El sujeto reconcentra su propio yo imaginario esencialmente bajo la forma del yo del
analista. (…) este yo no resulta simplemente imaginario, porque la intervención hablada
del analista se concibe de manera expresa como un encuentro de yo a yo, como una
proyección por el analista de objetos precisos. En esta perspectiva, el análisis siempre es
representado y planificado en el plano de la objetividad. (…) Lo que hay que procurar (…) es
que el sujeto pase de una realidad psíquica a una realidad verdadera, es decir, a una luna
recompuesta en lo imaginario, y muy exactamente (…), sobre el modelo del yo del
analista. Existe suficiente coherencia como para advertir que no es cuestión de adoctrinar
ni de representar lo que debe hacer uno en el mundo. Donde se opera es, obviamente, en el
plano imaginario. (…)
La noción de la asunción imaginaria de los objetos parciales por intermedio de la figura del
analista culmina en una suerte de Comulgatorio (…). (p. 368)
¿No hay una concepción diferente del análisis que permita concluir que éste es algo
diferente de la reconstitución de una parcialización fundamental imaginaria del sujeto?
Esta parcialización existe, en efecto. Es una de las dimensiones que permiten al analista
operar por identificación, dando al sujeto su propio yo. (…) llegar a proyectar sobre el
paciente las diferentes características de su yo de analista. (…)
(…) Si se forman analistas es para que haya sujetos tales que en ellos el yo esté
ausente. Este es el ideal del análisis, que, desde luego, es siempre virtual. Nunca hay un
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sujeto sin yo, un sujeto plenamente realizado, pero es esto lo que hay que intentar obtener
siempre del sujeto en análisis. (p. 369)
El yo del analista
El yo del analista debe estar entre paréntesis durante la sesión analítica, no debe estar
presente. El analista no debe intervenir desde su yo.
Esta marcación es una respuesta a la posición de la ego-psychology, que ambicionaba como
salida analítica la identificación con el analista, algo que solo es pensable en un vínculo de
yo a yo.
Cuando el analista habla desde su yo, hay dos pacientes y ningún analista. El analista no
interviene opinando, no explica, no muestra sus ideales, etc.; respuestas que dibujan la
alineación imaginaria del analista mismo.
Para Lacan “la única resistencia verdadera es la del analista”: el yo del analista resiste al
trabajo del sujeto con su inconsciente. Si esto se corre, si desaparece, el sujeto podrá
trabajar en su análisis.
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De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis
Jacques Lacan
[…]
2. Aplicaremos, "para fijar las ideas" y las almas aquí en pena, aplicaremos dicha
relación en el esquema £ ya presentado y aquí simplificado:
que significa que la condición del sujeto S (neurosis o psicosis) depende de lo que tiene
lugar en el Otro A. Lo que tiene lugar allí es articulado como un discurso (el inconsciente es
el discurso del Otro), del que Freud buscó primero definir la sintaxis por los trozos que en
momentos privilegiados, sueños, lapsus, rasgos de ingenio, nos llegan de él.
Pues es una verdad de experiencia para el análisis que se plantea para el sujeto la
cuestión de su existencia no bajo la especie de la angustia que suscita en el nivel del yo y
que no es más que un elemento de su séquito, sino en cuanto pregunta articulada: "¿Qué soy
ahí?", referente a su sexo y su contingencia en el ser a saber que es hombre o mujer por una
parte, por otra parte que podría no ser; ambas conjugando su misterio, y anudándolo en los
símbolos de la procreación y de la muerte. Que la cuestión de su existencia baña al sujeto, lo
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Lacan, J. (2005) “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”. Escritos 2. Buenos Aires:
Siglo XXI. Punto III. Apartado 2. (pp. 530-531)
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sostiene, lo invade, incluso lo desgarra por todas partes, es cosa de la que las tensiones, los
suspensos, los fantasmas con que el analista tropieza le dan fe y aun falta decir que es a
título de elementos del discurso particular como esa cuestión en el Otro se articula. Pues es
porque esos fenómenos se ordenan en las figuras de ese discurso por lo que tienen fijeza de
síntomas por lo que son legibles y se resuelven cuando son descifrados.
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El Seminario. Libro 2. El yo en la teoría de Freud y en la Técnica Psicoanalítica.
Jacques Lacan
Cap. XXIV: "A, m, a, S". Punto 3.
Trataré de llevar todas estas consideraciones al pequeño esquema resumen sumativo que
ya les presenté.
Al comienzo del tercer capítulo de Más allá del principio del placer, Freud explica las etapas
del progreso del análisis. Texto luminoso, cuya copia todos ustedes deberían llevar en el
bolsillo para remitirse a él en todo instante.
Primeramente, dice, apuntamos a la resolución del síntoma dando su significación.
Mediante este proceder se obtuvieron algunas luces, incluso algunos efectos.
R. P. BEIRNAERT:—¿Por qué?
Lo que les enseño no hace más que expresar la condición gracias a la cual lo que Freud dice
es posible. ¿Por qué?, pregunta usted. Porque el síntoma es en sí mismo, de punta a
punta, significación, esto es, verdad, verdad puesta en forma. Se distingue del indicio
natural por el hecho de que ya está estructurado en términos de significado y significante,
con lo que esto implica, o sea el juego de significantes. En el interior mismo de lo dado
concreto del síntoma, ya hay precipitación en un material significante. El síntoma es el revés
de un discurso. (p. 472)
Lacan anuncia que retomará una vez más el esquema Lambda; y en ese contexto, enmarca
al síntoma como portador de una verdad.
Señala que es el propio Freud el que apunta a la resolución del síntoma en términos de
darle su significación. Entonces alguien del público le pregunta: Pero ¿de qué modo es
eficaz la comunicación inmediata al enfermo?
Esta es una interrogación que conviene que mantengamos presente. ¿Cuál es el valor de que
el analista le comunique al paciente el sentido de su síntoma? ¿Es esta la intervención que
se espera de un analista? ¿La interpretación debe explicarle al paciente el sentido de su
síntoma? Y más específicamente: ¿El analista puede hacer algo así?
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La comunicación de la significación al enfermo cura en la medida en que trae aparejada en
éste la Uberzeugung, esto es, la convicción. El sujeto integra, en el conjunto de las
significaciones que ya ha admitido, la explicación que usted le da, y esto no puede carecer
de efecto, de manera puntual, en el análisis salvaje. Pero está lejos de ser general.
Por ese motivo pasamos a la segunda etapa, donde se reconoce la necesidad de la
integración en lo imaginario. Es preciso que surjan, no simplemente la comprensión de la
significación, sino propiamente hablando la reminiscencia, es decir, el paso a lo imaginario.
En ese continuo imaginario que llamamos yo, el enfermo tiene que reintegrar, tiene que
reconocer como propio de él, tiene que integrar en su biografía, la serie de las
significaciones que desconocía. Sigo en este momento el comienzo del tercer capítulo de
Essais de psychanalyse.2
Siguiendo el texto freudiano, la respuesta que da Lacan a la pregunta de su alumno apunta a
conseguir, gracias a la comunicación de la significación al enfermo, la convicción de este;
convicción que debe ser ratificada, en una segunda etapa, por la reminiscencia del sujeto.
Todo esto, pensado en principio en el registro imaginario. Pero no demos por cerrada esta
temática. Solo subrayemos que, hasta acá, todo hace parecer que el analista sabe (sabe la
significación del síntoma del sujeto) y el sujeto no sabe; o más bien, desconoce esa
significación.
Tercera etapa: se advierte que esto no alcanza, a saber, que hay una inercia propia de lo que
ya está estructurado en lo imaginario.
Vale decir: algo impide la reminiscencia, una inercia; algo que –como explica unas líneas
más abajo Lacan- es del orden de la repetición.
Lo principal, a lo largo de estos esfuerzos, prosigue el texto, consigue recaer en las resistencias
del enfermo. Ahora el arte está en descubrir talas resistencias lo más rápidamente posible,
mostrárselas al enfermo y moverlo, impulsarlo mediante la influencia humana a ir
abandonando dichas resistencias. El paso a la conciencia, el devenir consciente de lo
inconsciente, incluso por esa vía, no siempre es posible de alcanzar por completo. Todo ese
2
Se trata del capítulo III de Más allá del principio del placer, que junto con otras obras de freud integra la edición
francesa Essais de psychanalys, París, Payot. [T]
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recuerdo no es quizás estrictamente lo esencial, si no se obtiene al mismo tiempo
Uberzeugung, la convicción.
Hay que leer el texto como yo lo leo, es decir, en alemán, porque el texto francés -esto hace
al arte del traductor-, presenta un cariz grisáceo, polvoriento, que disimula la violencia del
relieve de lo que Freud aporta. (p. 473)
Freud insiste en que después de la reducción de las resistencias hay un residuo que puede
ser lo esencial. Introduce aquí la noción de repetición, Wiederholung. Esta consiste
esencialmente, dice, en que del lado de lo que está reprimido, del lado de lo inconsciente, no
hay ninguna resistencia, sólo hay tendencia a repetirse.
En este mismo texto Freud subraya la originalidad de su nueva tópica. La simple
connotación cualitativa inconsciente/consciente no es aquí esencial. La línea de clivaje no
pasa entre inconsciente y consciente sino entre, por una parte, algo que está reprimido y
sólo tiende a repetirse, es decir, la palabra que insiste, esa modulación inconsciente de la
que les hablo, y, por la otra, algo que la obstruye y que está organizado de otra manera, a
saber, el yo. Si leen este texto a la luz de las nociones con las que pienso haberlos
familiarizado, verán que el yo es situado estrictamente como siendo del orden de lo
imaginario. Y Freud subraya que toda resistencia procede, como tal, de ese orden.
Antes de dejarlos, y dado que es preciso puntuar, poner un punto final que les sirva de tabla
de orientación, retomaré los cuatro polos que inscribí más de una vez en la pizarra.
El sujeto y el Otro. A, m, a, S.
El Otro radical.
El ego es siempre un alter-ego.
Realización simbólica del sujeto.
Comienzo por A, que es el Otro radical, el de la octava o novena hipótesis del Parménides,
que es también el polo real de la relación subjetiva y al que Freud vincula la relación con el
instinto de muerte.
El Otro radical
• El Otro radical es “el sitio, el lugar, del inconsciente.”
• Es “radical” porque siendo el polo de la relación subjetiva con el sujeto S, se diferencia
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radicalmente de él.
• En ese sentido es Otro absoluto, pura diferencia.
• Todo el esquema se sostiene en el orden simbólico.
• Por ello la relación A-S pasa a ser de realización y hasta de creación simbólica.
Luego tienen m, el yo, y a, el otro, que no es un otro en absoluto, ya que está esencialmente
acoplado al yo, en una relación siempre reflexiva, intercambiable: el ego es siempre un
alter-ego.
Tienen aquí S, que es a la vez el sujeto, el símbolo, y también el Es. La realización simbólica
del sujeto, que es siempre creación simbólica, es la relación que va de A a S. Ella es
subyacente, inconsciente, esencial a toda situación subjetiva.
Esta esquematización no parte de un sujeto aislado y absoluto Todo está ligado al orden
simbólico, desde que hay hombres en el mundo y que ellos hablan. Y lo que se
transmite y tiende a constituirse es un inmenso mensaje donde todo lo real es poco a poco
retransportado, recreado, rehecho. La simbolización de lo real tiende a ser equivalente al
universo, y los sujetos no son allí sino relevos, soportes. Lo que hacemos ahí dentro es un
corte a nivel de uno de esos acoplamientos. (pp. 474-475)
Lo real y lo simbólico
• Lacan comienza a reflejar la importancia de que el niño nazca rodeado de otros que
hablan; como dirá más adelante, en un baño de lenguaje.
• Igualmente, hasta aquí, pareciera describir una especie de “traducción” de lo que
inicialmente fuera real a lo que luego sería simbólico.
• Pero que lo real se “retransporte”, se “recree” por medio de la simbolización, será luego
conceptuado como: lo primario es lo simbólico y no lo real. Lo real se lee desde lo simbólico.
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• Por tanto, la realidad pensada como primaria está perdida por estructura. Cuando es
leída o interpretada, ya lo es desde lo simbólico.
• No hay posibilidad alguna de advenir a lo real desde lo real mismo. Siendo, como somos,
seres de lenguaje, no tenemos otra perspectiva para ver la realidad que el orden simbólico.
De aquí partieron muchos absurdos, alimentados por el término profundidad, que Freud
habría podido evitar y que se ha utilizado en forma tan desacertada. Esto quiere decir que, a
fin de cuentas, el ser vivo no puede recibir, no puede registrar, sino lo que está hecho para
recibir: más exactamente, que sus funciones están hechas mucho más para no recibir que
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para recibir. El ser vivo no ve, no oye lo que no es útil para su subsistencia biológica. Sólo
que el ser humano, por su parte, va más allá de lo real que le es biológicamente natural. Y
ahí comienza el problema.
Todas las máquinas animales están estrictamente fijadas a las condiciones del medio
exterior. Varían, se nos dice, en la medida en que varía ese medio exterior. Desde luego, es
propio de la mayoría de las especies animales no querer saber nada con lo que las
descompagina: antes reventar. Por eso revientan, además, y por eso somos fuertes. La
inspiración de Freud no es mística. Freud no cree que en la vida exista poder morfógeno, en
cuanto tal. Para el animal el tipo, la forma, están ligados a una elección en el medio exterior,
como el revés y el derecho. ¿Por qué con el ser humano pasa otra cosa? (pp. 475-476)
En él hay que suponer cierta hiancia biológica, la que intento definir cuando les hablo del
estadio del espejo. La captación total del deseo, de la atención, supone ya la falta. La falta
está ya ahí cuando hablo del deseo del sujeto humano en relación con su imagen, de esa
relación imaginaria extremadamente general que llaman narcisismo. (p. 476)
Los sujetos vivos animales son sensibles a la imagen de su tipo. Punto absolutamente
esencial, al que se debe que toda la creación viviente no sea una inmensa orgía. Pero el ser
humano tiene una relación especial con la imagen que le es propia: relación de
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hiancia, de tensión alienante. Ahí se inserta la posibilidad del orden de la presencia y
de la ausencia, es decir, del orden simbólico. La tensión entre lo simbólico y lo real está
ahí subyacente. Es sustancial, si consienten ustedes en dar su sentido puramente
etimológico al término sustancia. Es un upokeïmenon.
Relaciones entre A y S.
La intermediación de los sustratos imaginarios.
Para todos los sujetos humanos que existen, la relación entre el A y el S siempre pasará por
la intermediación de esos sustratos imaginarios que son el yo y el otro y que
constituyen los cimientos imaginarios del objeto: A, m, a, S.
Del mismo modo que es posible afirmar que desde lo consciente no podemos acceder a lo
inconsciente, también es posible decir que llegar a trabajar en el plano inconsciente
requerirá el atravesamiento de esta intermediación de los sustratos imaginarios. Por eso en
el esquema Lambda el eje a-a’ cruza al eje A-S.
Lámpara tríoda
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El primero es el cátodo, que al calentarse produce electrones. El segundo es el ánodo o
placa, que está cargado positivamente y, por tanto, atrae a los electrones. El tercero es la
rejilla que se sitúa entre el cátodo y el ánodo. La tensión aplicada a la rejilla hace que el flujo
de electrones desde el cátodo al ánodo sea mayor o menor.
Así, aplicando una señal de muy débil intensidad entre cátodo y rejilla podemos conseguir
que la variación del flujo de electrones entre éste y el ánodo sea muy grande. Es decir, con
una pequeña tensión controlamos una gran corriente. A ese fenómeno se le llama
amplificación. Por eso la lámpara tríoda es un amplificador.
Esta es simplemente una nueva ilustración de la historia de la puerta, historia que evoqué el
otro día en razón del carácter no homogéneo del auditorio. Digamos que es una puerta de
puerta, una puerta a la segunda potencia, una puerta en el interior de la puerta. Lo
imaginario está así en la posición de interrumpir, cortar, escandir lo que sucede a
nivel del circuito.
Reparen que lo que sucede entre A y S posee un carácter en sí mismo conflictivo. A lo sumo,
el circuito se contraría, se para, se corta a sí mismo. Digo a lo sumo, porque el discurso
universal es simbólico, viene de lejos, no lo hemos inventado. No fuimos nosotros quienes
inventamos el no-ser, sino que hemos caído en un rinconcito de no-ser. Y por lo que atañe a
la transmisión de lo imaginario tenemos también lo nuestro, con todas las fornicaciones de
nuestros padres, abuelos, y otras historias escandalosas que son la sal del psicoanálisis.
A partir de aquí las necesidades del lenguaje y las de la comunicación interhumana
son fáciles de comprender. Conocen ustedes esos mensajes que el sujeto emite bajo una
forma que los estructura, los gramaticaliza, como procedentes del otro, bajo una forma
invertida. Cuando un sujeto le dice a otro eres mi maestro o eres mi mujer, esto quiere decir
exactamente lo contrario. Esto pasa por A y por m, y en seguida llega al sujeto, al que de
golpe entroniza en la peligrosa y problemática posición de esposo o de discípulo. Así es
como se expresan las palabras fundamentales. (p. 477)
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que dice algo a alguien, esto le retorna a él mismo como sanción sobre su propio decir.
* “Tú eres mi maestro” retorna entonces como “Yo soy tu discípulo”.
Relaciones entre A y S
El yo no es idéntico al sujeto
Decir que hay neurosis, decir que hay reprimido, que se acompaña siempre de retorno,
equivale a decir que algo del discurso que va de A a S pasa y al mismo tiempo no pasa.
Lo que merece llamarse resistencia se debe a que el yo no es idéntico al sujeto, y que es
propio de la naturaleza del yo el integrarse en el circuito imaginario que condiciona las
interrupciones del discurso fundamental. Sobre esa resistencia pone Freud el acento
cuando dice que toda resistencia procede de la organización del yo. Porque es en cuanto
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imaginario, y no simplemente en cuanto existencia carnal, que el yo se encuentra, en el
análisis, en la fuente de las interrupciones de un discurso que sólo pide pasar en actos, en
palabras, o en Wiederholen {repetición}, es lo mismo.
Mientras que el yo –integrando el registro imaginario-, resiste a la asociación libre,
produciendo las interrupciones del discurso fundamental, el sujeto conforma ese discurso
fundamental.
Cuando les digo que la única resistencia verdadera en el análisis es la resistencia del
analista, esto significa que un análisis sólo es concebible en la medida en que el a está
borrado. En el análisis debe cumplirse cierta purificación subjetiva -de lo contrario, ¿para
qué todas esas ceremonias a las que nos entregamos?-, de suerte que durante todo el
tiempo de la experiencia analítica se pueda confundir el polo a con el polo A.
El analista participa de la naturaleza radical del Otro, en tanto es lo más difícilmente
accesible que hay. Desde ese momento, y a partir de ese momento, lo que parte de lo
imaginario del yo del sujeto se pone en concordancia, no con ese otro al que está
acostumbrado y que es su pareja, aquel que está hecho para entrar en su juego, sino
justamente con el Otro radical que está enmascarado. La llamada transferencia acontece
muy exactamente entre A y m, en la medida en que el a, representado por el analista,
no está. (pp. 478-479)
Transferencia
Dijimos: el analista debe ser aquel que sostiene, que encarna al Otro radical, donde no
debe confundirse el a con el A. Para ello, es requisito que la persona del analista (su yo)
quede entre paréntesis.
En la medida en que la resistencia del sujeto -que surge de la función imaginaria del yo-, se
acote y no reciba un refuerzo por parte del analista –refuerzo que se produciría, por
ejemplo, ocupando éste el lugar de a-, se darán las condiciones para el surgimiento de la
transferencia.
La transferencia es pensada acá por Lacan entre A y m. Esta concordancia entre estos dos
lugares posibilitará a su vez el advenimiento de la palabra o del discurso fundamental. Lo
que en otros términos quiere decir que “el yo se convierte en lo que no era, llegando al punto
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donde está el sujeto”.
Como dice Freud en este texto de un modo admirable, se trata de una Uberlegenheit que en
esta ocasión se traduce por superioridad, pero sospecho que hay aquí un juego de palabras,
como indica lo que sigue-, gracias a la cual la realidad que aparece en la situación analítica
es reconocida immer, siempre, als Spiegelung -término sorprendente- como el espejismo de
cierto pasado olvidado. El término Spiegel, espejo, está ahí. A partir del momento en que ya
no existe la resistencia de la función imaginaria del yo, el A y el m pueden en cierto modo
concordar, comunicarse en grado suficiente para que entre ambos se establezca cierto
isocronismo, cierta positivización simultánea respecto a nuestra lámpara tríoda. La palabra
fundamental que va de A al S encuentra aquí una vibración armónica, algo que, lejos de
interferir, permite su paso. Incluso se puede dar a esa lámpara tríoda su papel real, que a
menudo es el de un amplificador, y decir que el discurso fundamental hasta allí censurado
por emplear el mejor término se esclarece.
Este progreso se realiza por el efecto de transferencia, el cual pasa en otra parte que no es
aquella donde pasa la tendencia repetitiva. Lo que insiste, lo que sólo pasa, acontece entre A
y S. La transferencia, por su parte, pasa entre m y a. Y sólo en la medida en que el m aprende
paulatinamente, por así decir, a ponerse en concordancia con el discurso fundamental,
puede ser tratado de la misma manera en que es tratado el A, es decir, paulatinamente
ligado al S. (p. 479)
Crítica al Psicoanálisis del yo
Esto no significa que un yo supuestamente autónomo encuentre apoyo en el yo del analista,
como escribe Lowenstein en un texto que hoy no les leeré, pero que había elegido
escrupulosamente, y devenga un yo cada vez más fuerte, integrante y docto. Por el
contrario, significa que el yo se convierte en lo que no era, significa que llega al punto donde
está el sujeto.
No crean por ello que después de un análisis el yo se volatilice: sea ese análisis didáctico o
terapéutico, no asciende uno al cielo, desencarnado y puro símbolo.
Toda experiencia analítica es una experiencia de significación. Una de las grandes
objeciones que nos han opuesto es la siguiente: ¿qué catástrofe sobrevendrá si se le revela
al sujeto su realidad, su pulsión no-sé-qué, su vida homosexual? Dios sabe si, en esta
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ocasión, los moralistas tienen al respecto algo que decirnos. Sin embargo, la objeción es
caduca y carente de valor. Admitiendo inclusive que se le revela al sujeto alguna tendencia
que habrá podido ser apartada de él para siempre mediante vaya a saber qué esfuerzo, lo
que en el análisis se pone en tela de juicio no es la revelación al sujeto, de parte nuestra, de
su realidad. En efecto, cierta concepción del análisis de las resistencias se inscribe en buena
medida en este registro. Pero la experiencia auténtica del análisis se opone a ello en forma
absoluta: el sujeto descubre por intermedio del análisis su verdad, es decir, la
significación que cobran en su destino particular esos datos de partida que le son
propios y que podemos decir son lo que le tocó en suerte. (p. 480)
Los seres humanos nacen con toda clase de disposiciones, sumamente heterogéneas. Pero
cualquiera que sea su suerte fundamental, su suerte biológica, lo que el análisis revela al
sujeto es su significación. Esa significación es función de cierta palabra, que es y no es
palabra del sujeto: él recibe esa palabra ya totalmente hecha, es su punto de pasaje.
No sé si se trata de la palabra clave primitiva del Libro del Juicio, inscrito en la tradición
rabínica. No miramos tan lejos, tenemos problemas más limitados, pero en ellos los
términos vocación y llamada poseen todo su valor.
Si no existiera esa palabra recibida por el sujeto, y que remite al plano simbólico, no habría
ningún conflicto con lo imaginario, y cada cual seguiría pura y simplemente su inclinación.
La experiencia nos muestra que no es así. Freud nunca renunció a un dualismo esencial
como constituyente del sujeto. Esto no significa más que estos recruzamientos. Quisiera
continuarlos.
El yo se inscribe en lo imaginario. Todo lo que es del yo se inscribe en las tensiones
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imaginarias, como el resto de las tensiones libidinales. Libido y yo están del mismo lado. El
narcisismo es libidinal. El yo no es una potencia superior, ni un puro espíritu, ni una
instancia autónoma, ni una esfera sin conflictos -como se osa escribir- sobre la cual
tendríamos que tomar apoyo. ¿Qué es esa historia? ¿Debemos exigir de los sujetos que
posean tendencias superiores a la verdad? ¿Qué es la tendencia trascendente a la
sublimación? Freud la repudia de la manera más formal en Más allá del principio del placer.
En ninguna de las manifestaciones concretas e históricas de las funciones humanas ve la
menor tendencia al progreso, y esto posee cabalmente su valor en aquel que inventó
nuestro método. Todas las formas de la vida son igualmente sorprendentes, milagrosas; no
hay tendencia hacia formas superiores. (p. 481)
Es aquí donde llegamos al orden simbólico, que no es el orden libidinal en el que se
inscriben tanto el yo como la totalidad de las pulsiones. Tiende más allá del principio-del
placer, fuera de los límites de la vida, y por eso Freud lo identifica al instinto de muerte.
Releerán ustedes el texto y verán si les parece digno de aprobación. El orden simbólico es
rechazado del orden libidinal que incluye todo el dominio de lo imaginario, comprendida la
estructura del yo. Y el instinto de muerte no es sino la máscara del orden simbólico, en
tanto que -Freud lo escribe- está mudo, es decir, en tanto que no se ha realizado. Mientras el
reconocimiento simbólico no se haya establecido, por definición, el orden simbólico está
mudo.
Al orden simbólico, a la vez no-siendo e insistiendo en ser, apunta Freud cuando nos habla
del instinto de muerte como lo más fundamental: un orden simbólico naciendo, viniendo,
insistiendo en ser realizado. (p. 481)
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DE PASIONES Y DESTINOS
SUJETO Y YO
Dijimos anteriormente "el sujeto está amarrado, sujetado a los significantes del Otro, es
decir que es el discurso de este Otro el que insistirá en él, conformándolo. El sujeto
entonces es hablado, en tanto que el Otro habla a través de él". Planteamos también que se
defiende de la inconsistencia que le produce esta falta con una "frase axiomática". Tenemos
entonces, un sujeto enfrentado a la ajenidad y al vado, en suma, desamparado.
¿Cómo se defiende el sujeto de su desamparo?, Lacan, Escritos II, pág. 627, dirá: "EL SUJETO
SE DEFIENDE DEL DESAMPARO CON SU YO”: Emerge en el plano imaginario entonces la
relación "Yo-Otro imaginario". La identificación del sujeto con la imagen del "otro" creará la
ilusión de la autoconciencia. El sujeto se aferra a este "otro" especular ya que es desde allí
desde donde se sostiene.
A esta instancia Freud la llamó Yo Ideal. Pero el Yo no puede situarse solamente en un plano
imaginario ya que ese "otro" especular, su imagen no es autónoma, está determinada por un
significante que lo trasciende, y es lo que denominamos Ideal del Yo.
La regulación simbólica se instaura con él. Pero no concluyen aquí los registros del Yo, si
recordamos a Freud ("El Yo y el Ello", pág. 2701) cuando dice: "Donde Ello era el Yo ha de
advenir" podernos entender "donde el vacío, donde la pura pulsión era adviene un Yo.
Entonces en el origen mismo del Yo situamos un hueco de significación. Podemos decir
entonces, que la "consistencia" del Yo está sostenida en un vacío.
En la clínica escuchamos en consulta planteos como el de Marra José (17 años, 5º Año,
Colegio Liceo 1, Bs. As., 1990) "No sé qué hacer, pensé en estudiar ciencias biológicas y ser
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investigadora (mi padre es investigador), quiero hacer algo por la humanidad", el de Gabriel
(17 años, Colegio Nicolás Avellaneda, Bs. As. 1991): "Quiero ser escritor, mi ideal es Borges,
es un grande, pero tengo miedo de equivocarme". Podemos pensar entonces que en "quiero
ser investigadora (mi padre es investigador)", "quiero hacer algo por la humanidad", "mi
ideal es Borges", está en juego la compleja trama de las identificaciones y de los ideales,
Ideal del Yo que sostiene una imagen y se escucha "quiero ser... a la manera de... ". Es decir,
que tanto "el libreto" como el Yo cumplen el cometido de "dar paño", "dar sentido" al sujeto;
en suma darle continuidad a esta "apropiación" que algunas corrientes psicoanalíticas
denominaron Identidad.
Ahora bien, ¿qué sucede si este "paño", esta "vestidura" se raja? Podríamos decir que el
"texto" del libreto se quiebra, "se pierde el hilo", es decir que este andamiaje que sostenía al
sujeto, vacila. Lo que sobreviene es la angustia, angustia que hará que se escuchen planteas
como los siguientes:
"Me siento raro, no me reconozco, no sé qué me pasa". (Antonio, 17 años, Colegio Nicolás
Avellaneda, Bs. As., 1990). "No sé qué me pasó, de pronto me empecé a sentir extraño, como
si no fuera yo mismo". (Marcelo, 18 años, Colegio Instituto Independencia. Bs. As. 1991).
En tanto que sujetado, capturado en las redes del lenguaje, el sujeto es un producto. "Sujeto
del inconciente" dirá Lacan, Sem. Xl, pág. 29. "Lo inconciente alude a un conjunto de
pensamientos ajenos que operan sobre el Yo" (Freud, "El Yo y el Ello", pág. 2704). El sujeto
es efecto de "pensamientos ajenos", "efecto del discurso del Otro".
El Yo, en cambio, ofrece una alternativa ilusoria al sujeto para que tal como lo planteamos,
pueda defenderse del desamparo que supone ser un producto. El Yo permite recrear la
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ficción de autonomía, de independencia, de “apoderado del propio destino”: El Yo "piensa",
el sujeto "existe" y podríamos agregar "insiste y repite", en tanto sujeto del inconciente.
Diremos entonces: "El Sujeto es allí donde no piensa".
Hasta aquí planteamos que en el Yo y la "frase axiomática" se privilegiaba una cierta inercia,
pero hablábamos también de "libreto" e "imagen", les concedemos entonces pertenencia a
otros registros, simbólico e imaginario; por lo tanto podrán también deslizarse entre los
significantes. Esto requiere proponer, una gráfica topológica que encuentra su mayor
posibilidad de expresión en lo que la Geometría Topológica llamó "Banda de Moebius". Ella
explica una lógica de los contrarios ya que dos figuras son equivalentes siempre que se
pueda pasar de una a otra por medio de una deformación, así algunas de las propiedades
cambian, pero otras quedan inalteradas. Estas propiedades inmodificadas son llamadas
topológicas. Debe ser bicontinua y biunívoca. Esto nos permite decir que lo interior-exterior
son de límites indiferenciados ya que aquello "interior" puede emerger y viceversa.
Tenemos entonces "el paño", ese "plano inerte" que daba consistencia y la Banda (de
Moebius) por donde metonímicamente tiene lugar la dialéctica de los significantes, y los
juegos imaginarios. Fluctuando, sumergiéndose y emergiendo, pero apuntando siempre al
plano que grafica el "paño", podremos reconocer a lo largo de la vida de un sujeto el estado
de su Yo. escuchamos insistentemente en consulta; "Yo quiero ser yo mismo" "Yo quiero
ser alguien en la vida" "Yo quiero encontrar mi vocación". interrogábamos ¿a quiénes se
evoca cuando se quiere "escuchar'; "encontrar" la vocación? La respuesta nos reenvía
siempre a Otros.
Decíamos también "un sujeto es posible porque hay Otro", un Otro deseante, y desde aquí es
desde donde una frase hace posible una historia. Una historia que es construida desde un
discurso donde se juega el deseo de los padres. Se jugarán entonces para el sujeto
determinaciones inconscientes de las cuales nada sabe y que se ordenan desde el Ideal del
Yo y por eso, propicia la búsqueda de una imagen que se sostiene allí y que nos permite
escuchar: "yo quiero ser abogado" y se lee "a la manera de ... "
Dijimos que el sujeto se las ingenia para no saber acerca de la castración. Pues bien, hay dos
formas de evadir ese saber: una vía es el síntoma el cual implicará la posibilidad del
deslizamiento metonímico por la cadena de los significantes; y otra vía es esa ''frase
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axiomática" a la que nos referimos anteriormente y que reenviará al vacío, a ese vacío de
significación al que se articulará la frase fundadora, brindando ''paño'' al sujeto. Respecto a
esta última vía aparece, filtrándose en esa frase, la figura vociferante y sometedora del
Superyó. Entonces escuchamos: “Tú debes”: "Tú deberás ser”: "Te llamarás Alejandro y
magno como él deberás ser”: Doble vertiente de una misma nominación. La vertiente
emblemática, exaltante, que lleva a la salida por el lado de los ideales. Ideal del Yo, que
como dijimos, remite a una instancia donde se jugarán para el sujeto determinaciones
inconcientes, ligadas éstas al deseo de los padres y a la estructura que los precede y
contiene que es de orden cultural. El deseo pasa a la categoría de identificación. Ocurre
primero una elección de objeto, "el padre como objeto del deseo del sujeto". Luego se
identifica a él, a un rasgo único, a un significante de la persona deseada. Desde este lugar
recupera su deseo y porta los emblemas a los cuales podrá acudir y en los cuales se podrá
sostener. Ideal del Yo desde los emblemas que dona el padre, emblemas a su vez inscriptos
en ese orden que llamamos del lenguaje y que habla en un sujeto y que transmite eso que
llamamos cultura.
También hablamos de Superyó y de imperativo, "tú deberás ser", un "tú deberás ser tal o
cual". No es azar sino el Superyó que vocifera imperativamente en el sujeto, también remite
al Superyó bajo cuya influencia se produce la evolución cultural. Del mandato que deviene
en éste "Te llamarás Alejandro y magno como él deberás ser" tiene preexistencia en la
cultura. Doble vertiente decíamos, la del Ideal del Yo y la que se escucha en el imperativo
mandato. Vociferación que puede arrastrar a un sujeto hacia el vacío, hacia su destrucción.
Traducido en esta expresión "serás lo que debas ser, sino no serás nada".
Y escuchamos en consulta: Pilar, (18 años, Colegio Nicolás Avellaneda, Bs. As., 1991):
"Esperan todo de mí, es muy fuerte la presión, estoy muy angustiada cuando pienso en el
futuro veo sólo un vacío". La "vestimenta" de Pilar, del sujeto que ella es, se rajó.
Bordeamiento de un vacío, el "hilo" del libreto en este momento se cortó. Posiciones
subjetivas que darán cuenta de la circulación del sujeto entre los significantes y también de
los momentos en que bordea el ''vacío''. Por estas dos instancias, las que graneábamos con
la Banda de Moebius y el plano, se desplazará un sujeto interminablemente a lo largo de su
vida. Y podemos escuchar las palabras de Julián (17 años, Colegio Normal Juan Bautista
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Alberdi, Tucumán, 1983) : "No sé qué hacer, no sé qué me pasa, me siento mal, pienso en mi
futuro y veo solamente un vacío" o las de Federico (17 años, Colegio Técnico de La U. N. T. ,
Tucumán, 1986): "Siempre me dijeron que yo podría cualquier cosa, que podría todo, y
siento que no puedo nada. Estoy mal, no sé qué hacer". Dice Patricia (18 años, Colegio
Normal de Avellaneda, Bs. As., 1989): "En mi casa no me dicen nada, siento que no les
importa, es como si no esperaran nada de mí, me siento mal, cuando pienso en mi futuro no
veo nada". Juan Ignacio (18 años, Colegio Independencia, Bs. As., 1991): "Ellos no me dicen
nada, pero yo sé que esperan todo de mí, y no sé cómo lograrlo, me siento paralizado, es
como si se me vaciara mi cabeza, no se me ocurre nada". Y quedan resonando el "vacío" de
Julián, el "todo" o "nada" de Federico, el "pienso en mi futuro y no veo nada" de Patricia, el
"me siento paralizado, es como si se me vaciara la cabeza" de Juan Ignacio. Nos remiten a la
posición subjetiva de estos sujetos en donde se da cuenta de esto que llamamos "vertiente
Superyóica", en donde se filtra un imperativo que puede precipitar al sujeto
inexorablemente en la angustia, en el vacío y llevarlo a su destrucción. Hay culturas donde
la fuerza destructiva de este mandato se hizo presente en los altos índices de suicidios
adolescentes frente a los fracasos escolares, como ocurrió en décadas pasadas en Japón.
Pero dijimos que el sujeto podía circular y lo graficamos con la Banda de Moebius: podrá
pasar de bordear el plano, este “vacío”: a emerger y desplazarse por entre los significantes,
tenemos un ejemplo de esto en las palabras de María Elvira (17 años, Colegio Sarmiento,
Tucumán, 1983): "No sé qué hacer, mi padre me dice que busque una 'verdadera carrera',
como abogada, ya que él no pudo hacerlo". Fernando (18 años, Colegio Gymnasyum
Universitario, Tucumán, 1986): "Me gustaría letras, pero no tiene futuro, pensé en derecho
pero no sé qué hacer, no puedo equivocarme, y no puedo dejar de pensar que me tiene que
gustar pero también convenirme"... Facundo (18 años, Colegio Normal 6, Bs. As., 1986):
"Estoy confundido, me gusta ciencias de la comunicación, pero pensé también en
administración de empresas, no sé qué hacer, además se suma el obstáculo del C. B. C. le
tengo miedo". Verónica (17 años, Colegio Liceo N° 1, Bs. As., 1991): "Quiero hacer algo que
me guste, porque de todas maneras es difícil encontrar trabajo con cualquier carrera, pero
no sé qué elegir, estoy con muchas dudas, pensé en diseño gráfico, también en Ciencias de la
Comunicación, también en psicología, no sé". Y escuchamos decir a María Elvira "tengo que
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realizar los deseos de padre", y a Fernando preguntarse por dos carreras en donde se le
juega el no equivocarse y al mismo tiempo el "me tiene que gustar", y "convenirme" que lo
remitirá a su propia historia. Y escuchamos a Facundo decir: "No sé qué hacer 'entre'... y
'entre'... "tales o cuales carreras es decir que esto lo podrá remitir también a una historia, la
suya en donde se jugará algo en torno a esto que aparece como ciencia de la comunicación y
administración de empresas.
Escuchamos a Verónica dudar entre carreras y plantearse qué es lo que a ella "le gusta".
Planteo que podrá remitir en todos los ejemplos a un primer paso en donde podrá llegar a
generarse para el sujeto una pregunta donde se jugará algo en torno a la historia de sus
identificaciones y acceder a algún punto que dé cuenta de sus determinaciones
inconcientes. Decir esto nos remite inevitablemente al desplazamiento del sujeto entre los
significantes, por tanto, nos remite a la vertiente emblemática del Ideal del Yo. Dijimos
anteriormente "el Yo piensa, el Sujeto existe" y agregamos "se expresa o insiste a través de
los sueños, el lapsus, el síntoma". Freud plantea que las formaciones del inconciente eran la
vía de acceso a él. Lacan dice que el inconciente está estructurado como un lenguaje.
Entonces, un lenguaje del inconciente accesible a través de sus formaciones. El síntoma,
dijimos, es una de esas vías, en tanto repite e insiste en la cadena significante con una
verdad que está separada del sujeto. Podemos sostener que el síntoma tiene estructura de
ficción, en donde lo reprimido tiene lugar sólo envuelto en múltiples disfraces. Esto nos
permitirá situar al problema de la "elección vocacional" en esta dimensión. Podríamos
pensarlo como uno de esos múltiples disfraces con los que lo reprimido se presenta en
escena.
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