Por una Iglesia que camina con el pueblo pobre, sencillo y
creyente
Por CARLOS CASTILLO
SANTA ANITA, 2019
Hace unos días asumió el cargo de arzobispo de Lima, el padre Carlos Castillo Mattasoglio, un sacerdote diocesano (que no es miembro de alguna congregación), llega a ser el pastor número 36 de esta compleja ciudad capital. A la que él describe como “siempre frívola” pues desde los tiempos de la colonia, Lima, ciudad de los reyes, fue el centro del poder político, militar, económico y religioso. Su cercanía al puerto del Callao la volvió una vía por donde salían los minerales hacia España primero y hacia los mercados mundiales después, haciendo que sus habitantes se entretuvieran disfrutando del dinero que eso producía. Ser la capital, el centro del gobierno del Estado y el lugar en donde se toman todas las decisiones que implican a todo el país convirtió a Lima como el objeto del deseo, la meta del devenir personal, el punto en donde podía satisfacerse las más sencillas necesidades y las aspiraciones más personales; el lugar al que se tenía que llegar para ser alguien, salir de la anomia y dejar de estar en la provincia viviendo anodinamente. Entonces, Lima se ha vuelto el centro de los acontecimientos buenos y novedosos, la depositaria del glamour y el derroche. Con ello le ha llegado también los infortunios, intrigas, negocios de toda laya y la corrupción. Las clases pudientes se afincaron en Lima para participar de ese poder, alejándola poco a poco del Perú real, provinciano, “profundo” (Arguedas dixit), campesino y, en su mayoría, pobre. Históricamente, como todas las instancias de poder se concentraron en Lima: congreso, judicatura, ejército, ministerios, banca e industria y también la Iglesia; la capital se ha perfilado como el lugar de privilegio y disfrute de las ventajas que iba teniendo la vida desarrollada; al punto que en la capital se vivía en la edad moderna, en la sierra se vivía en la edad media por los latifundios y el sistemas de trabajo artesanal, mientras que en la selva algunas comunidades sobrevivían de la caza, la pesca y la recolección, es decir, estaban en la época primitiva. El Perú nació a la vida independiente y se ha mantenido así por mucho tiempo escindido, quebrado y sin sentido de unidad. Eso explica muchos de los fenómenos sociales, políticos, culturales económicos y religiosos que hoy afrontamos: 1. La migración de provincianos a Lima para habitar primero en los cerros aledaños y después en los arenales, a ver si de esa manera se obtiene algo del privilegio del que gozan los que tienen la condición de capitalinos. 2. El racismo y la marginación como respuesta de los que se sentían posicionados, instalados, dueños de esta ciudad capital e invadidos por el migrante provinciano. 3. La corrupción de los que alcanzaban puestos de privilegio en el Estado y vieron en ello no una oportunidad para servir sino un tiempo de aprovechamiento para beneficio propio. 4. La política no como el ejercicio de un derecho ciudadano sino el medio para ascender socialmente, tener un cuarto de hora de exposición mediática y de enriquecimiento a costa del Estado. 5. La mistura en las costumbres, tradiciones, comidas, vestimentas, creencias y relaciones interpersonales. 6. La violencia de cada día que se ve en los asaltos, robos, fraudes, violaciones, etc. Como formas de desquite y posicionamiento de unos sobre otros. 7. La informalidad no solo en la venta ambulatoria sino en los compromisos que se adquiere, en la palabra que se empeña, en las obligaciones y el mal trato al otro y a la misma ciudad que nos acoge. 8. Lima no es una ciudad para vivir comunitariamente, sino una oportunidad para alcanzar, por la vía de la astucia o la criollada lo que no se puede obtener por derecho, por trabajo o por el cumplimiento del deber. El provinciano que retorna a su pueblo de origen lo hace para mostrar la diferencia y el adelanto frente al atraso en que se encuentra su comunidad natal, suscitando así el deseo de otros a venir para alcanzar lo que no hay en su provincia.
¿Cómo dirigir una Iglesia en una realidad así?
Las palabras del nuevo arzobispo intentan dar algunas pistas para ir desentrañando este complejo universo social en el que la pastoral debe realizarse para que todos podamos cumplir el mandato del evangelio, cual es: el de la fraternidad. Estas son algunas ideas que el nuevo arzobispo puntualizó en su homilía: 1. Vamos a salir de aquí para acompañar a los millones de habitantes en sus intentos callejeros por sobrevivir: los vendedores ambulantes y canillitas, los huéspedes nocturnos de nuestras veredas, los jóvenes que van pateando latas porque no tienen trabajo ni estudio, los tantos desconocidos; vamos a construir una Iglesia hospital de campaña 2. Como lo está haciendo el Papa Francisco, hay que refundar la Iglesia en el corazón de los pobres y caminar con ellos. 3. Vamos a construir una Iglesia misionera que sepa cambiar los estilos, los horarios, las costumbres, el lenguaje, la estructura eclesial. 4. La Iglesia no tiene que ser como la orquesta del Titanic, que mientras el barco se iba hundiendo el grupo musical seguía tocando la misma melodía y terminó hundiéndose con la nave. 5. Vivimos grandes tragedias mundiales y debemos sobrevivir actualizando la religiosidad popular con el evangelio, siendo signo de credibilidad, enfrentando los delitos con justicia y verdad. 6. Queremos ser una Iglesia que cuidad la casa común con una ecología integral, promoviendo un laicado serio, responsable y alegre. Todo lo que satura calienta y, por tanto, depreda. 7. No hay norma que no brote de la experiencia, sin ello repetimos formalismos que nos hunden. 8. Denunciar las injusticias, anunciar la esperanza y ser nosotros justicia para los demás. Ser una Iglesia que bendice, no una Iglesia que maldice.
El nuevo arzobispo pidió que respondiéramos estas tres preguntas:
1. ¿Qué sientes que se debe mejorar en la Iglesia de Lima? 2. ¿Qué periferias principales hemos de atender? 3. ¿Qué forma debe tomar nuestra Iglesia para ser signo de esperanza?
Y concluyó con los siguientes versos del poeta César Vallejo:
¡Entrelazándose hablarán los mudos, los tullidos andarán! ¡Verán, ya de regreso, los ciegos y palpitando escucharán los sordos! ¡Sabrán los ignorantes, ignorarán los sabios! ¡Serán dados los besos que no pudisteis dar! ¡Sólo la muerte morirá! ¡La hormiga traerá pedacitos de pan al elefante encadenado a su brutal delicadeza; volverán los niños abortados a nacer perfectos, espaciales y trabajarán todos los hombres, engendrarán todos los hombres, comprenderán todos los hombres!
¿Por qué este poema?
Imagino que es porque nuestro poeta mayor describe aquí una utopía, un deseo que es un llamado de toda la humanidad. Una necesitad de superar las desigualdades que humillan y lastiman no solo el cuerpo, sino también el alma y, lo que es más, rompen el sentido que debe tener nuestra identidad y pertenencia al “Perú de todas las sangres”. ¿No es eso lo que debemos superar si queremos salir del sub desarrollo y la postergación? ¡Y está en el espíritu del Evangelio! Después de todo, el poeta de Santiago de Chuco lo trabajó en su poemario “España, aparta de mi este cáliz”. Parafraseando a Jesús que en el huerto de los olivos veía lo que iba a costarle haber predicado para que nos reconociéramos hijos de Dios Padre y hermanos todos.