Si bien la financiación e intervención del Estado en asuntos científicos
puede remontarse a la creación de una institución como la Academia de Ciencias de París (o incluso, si se quiere, a la más remota del Museo de Alejandría), la intervención estatal en la gestión de la producción científica es un fenómeno del siglo XX, particularmente de su segunda mitad. Tamo en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial la ciencia y la tecnología de las naciones involucradas se aplicaron sistemáticamente al desarrollo de sus capacidades milita res. Pero, a diferencia de lo sucedido en el período de entreguerras, en donde en gran medida esta intervención de la ciencia cesó con las hostilidades, tras la Segunda Guerra la vinculación se mantuvo. De hecho, aquí no se abrió un período de paz, sino de <<guerra fría», en el que los bloques enfrentados se hallaban permanentemente en disposición de romper las hostilidad es. De ahí la presencia del Estado en la ciencia y en la industria , gestionando proyectos prioritarios ele investigación en ocasiones muy costosos; y de ahí también la presencia de los científicos como expertos y administradores en las agencias responsables de esta gestión. Esta situación ha supuesto un importante cambio en las relaciones e ntre la ciencia y el Estado. En esta nueva alianza se abrió, para toda una serie de disciplinas científicas, la posibilidad de abordar investigaciones a gran escala de otro modo impensables.
La militarización de la ciencia
La asociación de la ciencia con la esfera militar no es cosa reciente . Para
advertirlo basta con recordar el caso -destacado-- de la artillería, cuyo desarrollo demandó el de la metalurgia , el de la química de pólvoras y el estudio del movimiento de proyectiles en un medio resistente como es el aire. Esta asociación se vio reforzada en la Primera Guerra Mundial, la primera gran guerra desarrollada tras la Revolución Industrial , en la que las máquinas y la tecnología desempeñaron un papel , si todavía no decisivo, sí ya muy significativo: tanques, aeroplanos, submarinos, comunicaciones por radio y armas químicas saltaron a la -escena bélica . Desde el punto de vista de la historia ele la ciencia, el acontecimiento más destacado fue la participación de químicos alemanes en el desarrollo de gases tóxicos , entre ellos el conocido «gas mostaza». De hecho, franceses y británicos habían trabajado asimismo en gases lacrimógenos durante 1914 y 19p, pero fueron los alemanes los primeros en usar un gas venenoso, el cloro , ese último año . La propuesta vino de Fritz Haber (1868-1934), quien conduciría las investigaciones sobre estos gases en el Instituto Kaiser Wilhelm de Berlín. Naturalmente, los países aliados no tardaron en responder, reclutando químicos para el desarrollo de nuevos gases y de respiradores defensivos. Se ha calculado que, entre titulados universitarios y diplomados, más de 5.500 científicos participaron en las investigaciones sobre la guerra química en los distintos países involucrados en el conflicto. Con un papel menos estrepitoso, los físicos también colaboraron en la investigación de guerra, particularmente en la elaboración de un sistema de detección antisubmarino los sumergibles alemanes desempeñaron en la contienda una función muy importante al llegar a bloquear prácticamente el tráfico marítimo-- que, ya finalizada la guerra, daría lugar al conocido sónar. La participación de los científicos en el esfuerzo bélico tuvo como consecuencias la ruptura del internacionalismo de la ciencia y la toma de conciencia de su utilidad por parte de los gobiernos. Tal internacionalismo se puede remontar a la segunda mita d del siglo XVII, cuando los filósofos de la naturaleza se manifestaban miembros de
una «República de las Letras» dentro de la cual se intercambiaba
libremente información, y se había visto reforzado en la segunda mitad del siglo XIX . Contribuyó a ello el establecimiento de congresos internacionales y el desarrollo de una imagen de la ciencia (y con ella del científico ) universalista, neutral y objetiva . A partir de 1901, la Fundación Nobel comenzó a conceder premios anuales, que se convirtieron en todo un símbolo, a los científicos que más hubiesen contribuido al desarrollo y bienestar de la humanidad. Esta imagen de la ciencia quedó públicamente rota cuando, en 1914, noventa y tres intelectual es alemanes, entre ellos quince científicos destacados, firmaron una declaración tomando partido; aunque por otro lado también hay que constata r que otro grupo de científicos (entre ellos, A. Einstein) se manifestaron por la paz. La declaración provocó hostilidad contra la ciencia y los científicos alemanes, particularmente entre los franceses. Finalizada la guerra, los científicos ale- manes y austriacos fueron condenados en bloque y marginados de las instituciones y foros internacionales, provocando más resentimiento y un orgulloso aislamiento por parte de los sabios teutones. A la par que la utilidad de la ciencia para la investigación militar , la Primera Guerra Mundial puso de manifiesto algunos defectos en la organización industrial y la necesidad de una intervención estatal en la investigación científica y en su comunicación con la in dustria. Particularmente en el ramo de la química, disciplina que había liderado Alemania y de cuyas exportaciones dependían, en gran medida , las industrias británicas del ramo. En este y en ot;os campos se precisó, dadas las circuntancias , de una organización centraliza- da. Así, algunas instituciones fueron creadas para conducir el esfuerzo de guerra, como el Board of Invention and Research (BIR), destinado a resolver problemas de la Marina brítá - níca , o la Direction des Inventions francesa. Pero otras , con la aportación de fondos guber- nament ales, surgieron también con propósitos más ambiciosos y permanentes. En 1916 se creó en Gran Bretaña el Department of Scientific and Industrial Research (DSIR), com- puesto por un gabinete político y otro científico, para promocionar la ciencia y la tecnolo - gía nacionales; subsistió hasta 1964, siendo sustituido por el Science Research Council y el Ministerio de Tecnología. Asimismo, en 1916, se estableció en Estados Unidos el National Research Council (NRC) como una extensión de la National Academy of Sciences. Tam - bién en Francia existió un organismo para la coordinación de la investigación científica e industrial dependiente del Ministerio de Educación; en 1938 fue sustituido por otros dos, el Instítut de la Recherche Scientifique Appliquée a la Defense Nationale y el Centre Nationale de Recherches Scientífiques (CNRS) . En Alemania, en 1920, se estableció la Notge - meinschaft der Deutschen Wissenschaft (NGW), asociación de científicos que recibía y Pistribuía fondos estatales para el sostenimiento y desarrollo de la investigación. En el período de entreguerras se dieron, así, los primeros pasos para una organización estatal de las investigaciones en ciencia y tecnología y se establecieron vínculos entre la ciencia y el estamento militar. Pero estos vínculos, dicho en términos institucionales, no se consolidaron hasta la Segunda Guerra Mundial. Antes de esto, la participación de la ciencia y de la tecnología en la investigación militar había consistido más bien en una adaptación a este propósito de los desarrollos llevados a cabo en la esfera civil; ahora la ciencia se convertiría en la fuente directa de nueva tecnología militar. Este tránsito fue especialmente señalado en Estados Unidos, país que por entonces había crecido mucho como potencia científica e industrial. En esta ocasión apareció una nueva institución, el National Defense Reseach Committee (NDRC ), que, creado en 1940, incorporaba a cinco destacados científicos de diversos campos y a representantes de las fuerzas armadas y del Gobierno. Al año siguiente incluyó también a la investigación médica, pasando a convertirse en la Office of Scientific Research and Development (OSRD). Su esquema de funcionamiento era la financiación completa de investigaciones contratadas con universidades y empresas, o el establecimiento de nuevos laboratorios cuando esto se veía necesario. A finales de 1945 se habían realizado casi 2.300 contratos con empresas privadas por un valor de 500 millones de dólares. Entre sus proyectos de gran alcance destacan el llamado Proyecto Manhattan -que, como se sabe, se abrió para la construcción de la bomba atómica- y el radar . La posibilidad de una reacción en cadena que liberase una gran cantidad de energía y la utilidad del uranio para este fin eran algo conocido entre los medios científicos en 1939. Algunos creían que esta liberación de energía se podía producir de forma altamente explosiva , pero en todo caso tal reacción prometía constituirse en un importante recurso energé tico, cosa que no pasó inadvertida a los científicos de diferentes países que investigaban sobre estas materias . Fueron estos quienes alertaron a los políticos sobre las posibilidades de la fisión nuclear. De este modo, en Francia, en Rusia y en Japón los físicos se orientaron en una primera etapa hacia las investigaciones conducentes a la construcción de un reactor nuclear. En Estados Unidos , un inmigrante de origen judío , Leo Szilard (1898-1964), insistió con obstinación en la idea de que esta reacción en cadena podía servir de base para la construcción de una bomba, y en que los científicos alemanes podían estar trabajando en el tema . Llegó a convencer de ello a otros colegas, entre ellos al también refugiado A. Einstein, uno de los científicos más prestigiosos del momento, y a principios de agosto de 1939,· este escribió al presidente Roosevelt alertándole sobre la cuestión (cuadro 29.1). Roosevelt nombró un comité que informó a favor de la realización de investigaciones más detalladas, y estas fueron puestas bajo la dependencia del NDRC. Se orientaron hacia la separación y concentración de los isótopos del uranio en el Naval Research Laboratory y hacia la construcción de un reactor nuclear que emplease el isótopo más fisionable, el U como combustible de una 235
reacción controlada, algo de lo que se encargó el físico emigrado E. Fermi
desde la Universidad de Columbia . En 1941, gracias a las experiencias de bombardeo de neutrones realizadas con los primeros aceleradores de partículas por E. Lawrence y su equipo de Berkeley, se descubrió otro elemento fisionable, el plutonio , que se podía producir a partir del uranio natural en un reactor nuclear. También en Gran Bretaña dos exiliados, Otro Frisch y Rudolf Peierls, informaron delas posibilidades bélicas de la fisión . Como consecuencia se formó el llamado «Comité MAUD» (en realidad, estas siglas no significaban nada), que en' 1941 informó favorablemente tanto acerca de la posibilidad de una bomba como de la obtención de energía por fisión controlada. A finales de ese añ o de 1941, los británicos, inmersos en la guerra, habían recorrido más camino que los estadounidenses, que no entrarían en el conflicto hasta ese momento. Pero entonces se puso decididamente en marcha la maquinaria de la OSRD. En un paso que retrospectivamente se ha considerado de gran importancia histórica, el proyecto de fabricación de la bomba se puso, a mediados de 1942, bajo la de- pendencia del Cuerpo de Ingenieros del Ejército. Nacía entonces, aunque bajo otro nombre, el que se conocería como Proyecto Manhattan, y con él se inauguraba una nueva relación de dependencia de la ciencia respecto del estamento militar que ya no se iba a romper. El proyecto, desarrollado entre 1942 y 1946, tuvo grandes dimensiones y su realización fue costosa, algo más de 2.000 millones de dólares. Implicó a diversos grupos de físicos en distintas universidades y laboratorios y a algunas empresas encargadas de la producción de uranio, plutonio y grafito; se construyeron dos plantas para la producción a gran escala y una instalación final para la construcción de la bomba en Los Álamos (Nuevo México) dirigida por el físico Julius Roben Oppenheimer (1904-1967). Los resultados fueron rápidos. A finales de 1942, el grupo dirigido por E. Fermi, ahora en Chicago, consiguió la primera reacción nuclear controlada empleando uranio como combustible y grafito como moderador. El16 de junio de 1945 se ensayaba con éxito la primera explosión atómica, y el 6 y el 9 de agosto sendas bombas, de uranio y de plutonio, causaban la destrucción en las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, dando fin a la guerra (cuadro 29.2). En esta investigación los británicos, aunque inicialmente llevaron la delantera, quedaron rezagados. En cuanto a Alemania, también sostuvo un programa atómico, pero este fue llevado a una escala mucho menor y con una organización menos estricta entre los di- versos grupos de investigación. Por otra parte, en 1941, los alemanes creían en una rápida victoria final en Europa, por lo que no les parecía que la bomba pudiese ser construida a tiempo como para ser de utilidad. Así, las investigaciones se orientaron hacia la construcción de un reactor nuclear de uranio, para el que optaron por el agua pesada como moderador. (El agua pesada es el compuesto formado por la unión del oxígeno con el deuterio, un isótopo del hidrógeno de masa 2.) La única fuente de agua pesada estaba en la planta Vermork, de la compañía noruega Norsk Hydro, que obtenía unos 10 kg al mes como sub- producto de la producción de amoniaco para fertilizantes. Los franceses, que también se habían inclinado por el uso del agua pesada, tuvieron noticias del interés alemán por la producción noruega y se anticiparon, obteniendo toda el agua pesada almacenada. Cuando las tropas alemanas ocuparon la fábrica, en mayo de 1940, esta se reconvirtió para la elaboración de agua pesada y se tornó así en un objetivo para los aliados; fue finalmente destruí da por un bombardeo en noviembre de 1943, retrasando con ello las investigaciones alemanas La Segunda Guerra Mundial concienció plenamente a políticos y militares no ya de la utilidad de la ciencia para el desarrollo armamentístico y de defensa, sino de su imprescindibilidad. Cuando se ocupó Alemania, el ejército norteamericano recogió toda la información que pudo acerca de los desarrollos científicos, tecnológicos e industriales que se habían llevado a cabo, sin desdeñar la captación de científicos e ingenieros con el fin de incorporarlos a sus propios programas. Otro tanto, aunque a menor escala, harían los demás países aliados. El ejemplo más conocido es el del programa alemán sobre cohetes, encabezado por Verhner von Braun (1912- 1977), que había conseguido con la V-2 un proyectil autopropulsado con carga explosiva capaz de alcanzar Londres. Las investigaciones fueron proseguidas inmediatamente en Estados Unidos por Von Braun y parte de su equipo (cientoveinte miembros) a partir de las V-2 capturadas; otro tanto hizo la Unión Soviética con la información científica y técníca que pudo recabar. Con la Guerra Fría, estas investigaciones constituyeron el germen del programa de misiles y de la carrera espacial. Aquí el primer pulso lo ganaron los soviéticos, al poner en órbita el primer satélite artificial, el Sputnik I, el -1 de octubre de 1957, con unos 83 kg, seguido inmediatamente, el3 de noviembre, por el Sputnik 11, que con 508 kg llevó a una perrita, llamada Laika, al espacio. Los norteamerica- nos pusieron en órbita su primer satélite, el Explorer 1, de 14 kg, el31 de enero de 1958. No se trataba solo de una carrera por el prestigio. El comunicado que acompañó alianza· miento soviético había dejado claro que un cohete podía alcanzar cualquier parte del globo en un momento en el que la principal opción estratégica estadounidense se basaba en los bombarderos provistos de armamento nuclear. A principios de 1948 se creó un nuevo organismo, el Advanced Research Project Agency (ARPA), para coordinar las investigaciones sobre misiles, mientras que la National Aeronautics and Space Administration (NASA), fundada sobre el núcleo original del National Advisory Committee for Aeronautics (NACA), el equipo de Von Braun y el personal especializado en cohetes del Naval Research Laboratory, se creaba para encargarse del esfuerzo espacial en octubre de ese año. El maridaje entre la ciencia, la industria y las fuerzas armadas establecido tras la Segunda Guerra Mundial lo que en Estados Unidos se ha calificado de complejo militar industrial no cambió, salvo para reforzarse, en las décadas siguientes, un fenómeno que constituye un parrón general en todos los países desar rollados. ] unto a la guerra química y a la nuclear ha venido a incorporarse, en los últimos tiempos, la biológica. Con ello, y al margen de las actitud es in d ividuales de los científicos, la cien cia ha perdido tanto su idílica imagen de neutra lid ad, conseguida no sin cierto trabajo, como buena parte de su autonomía. «Los físicos han conocido el pecado», manifestaría un arrepentido Oppenheimer en 1947. Política científica y «Big Science» Al margen de sus vinculaciones militares, tras la Segunda Guerra Mundial la ciencia se integró de manera creciente en el entorno económico y político. La intervención del Estado en la gestión de la ciencia implicaba una reorientación de las investigaciones hacia determinados objetivos considerados de utilidad nacional y un cambio en las mismas prácticas ci entíficas. Las cuestiones, por así decir, más filosóficas acerca de los mecanismos de operación de la naturaleza se vieron desplazadas por el objetivo más práctico de su predictibilidad y control. Lo que se pide a las teorías es que funcionen». Implicó también, por otra parte, la difuminación de las fronteras entre la ciencia básica y la aplicada. Cu ando se aportan objetivos y capital, se esperan resultados. Esto ha llevado a lo que podría calificar de una industrialización creciente de la ciencia desde mediados del siglo pasado, al considerarse La ciencia un beneficio producto de un a inversión. En consecuencia, el término <<investigación>> se ha unido al elemento «desarrollo>>, formándose el binomio I+D. El punto de origen de la política científica se suele situar en 1945 , con ocasión de un informe solicitado por el presidente Roosevelt a Vannevar Bush, presidente del NDCR y, su creaci ón , del OSRD. En el in forme de Bush, titulado <Science , the Endless Frontier>>, se defendía la necesidad de que el Gobierno apoyase a la ciencia básica, que era la que posibilitaba el desarrollo tecnológico e industrial. Para elaborar y dirigir esta política de promoción dela ciencia proponía la creación de una Fundación Nacional gestionada por científicos procedentes del mundo académico y del industrial. En 1950 se aprobaba con este fin el establecimiento de la National Science Foundation (NSF). Su creación supuso una victoria de la ciencia básica , apoyada en esta ocasión por la industria, que no veía con buenos ojos gestión estatal de la ciencia aplicada . Pero esta_agencia civil nacía a la sombra de otras orientadas hacia las investigaciones de utilidad militar que se habían establecido tras la guerra, como la Office of Naval Research y la US Atomic Energy Commission, esta última heredera del Proyecto Manhattan . Fueron estas agencias las que disfrutaron de las mayores partidas presupuestarias, habida cuenta de la realización de la primera prueba nuclear soviética en 1949 y del inicio de la guerra de Corea al año siguiente ; en 1953 había casi cien mil científicos e ingenieros trabajando en unas doscientas compañías relacionadas con las investigaciones de defensa. Esto n o quiere decir que la investigación básica saliese excesivamente perjudicada , pues siempre se podía encontrar algún sustento para ella en los presupuestos militares, aparte de la existencia de programas de interés militar -como, por ejemplo, la meteorología y la oceanografía con un alcance mu y amplio. Por otra parte , esta descentralización , con su diversificación de fuentes de financiación , convenía bien a los científicos norteamericanos , entre los cuales se había formado una élite científico-tecnológica que desempeñaba -lo sigue haciendo, tanto en Estados Un idos como en otros países- influyentes puestos consultivos y ejecutivos dentro del conjunto de agencias estatales. Hacia finales de la década ele 1960 comenzó a estar claro qu e las oportunidades de investigación superaban con mucho a los fondos disponibles, por lo que se hacía n ecesaria la elaboración de una política de prioridades. También se enfatizó el papel de la innovación para el desarrollo económico y con ello la necesidad de políticas científicas nacionales. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) asumió la guía en la elaboración de políticas, indicadores de resultados e intercambios de información desde su fundación en 1961; en 1963 se reunieron por primera vez ministros o gestores de veintidós países para debatir las características básicas de esta política , consolidando el papel de los gobiernos como patrón es de la ciencia. La que se conoce como «métrica de la ciencia» o «ciencia de la ciencia>> constituye un programa de análisis cuyo origen se suele remonta r al libro The Social Function of Science ( 1939) del británico John D . Bernal (1901- 1971). A partir de la década de 1940 fue desarrollado por su discípulo Derek de Solla Price ( 1922- 1983), quien en 1963 publicó sobre el tema un a obra , ya clásica , titulada Little Science, Big Science. Su aportación más destacada fue la formulación de una ley de crecimiento exponencial para la ciencia a partir de datos históricos sobre el número de científicos y su s publicaciones. Este crecimiento exponencial formaba parte de una curva logística que predecía un momento de saturación ; Price opina ba que en algún momento de las décadas de 1940 y 1950 se h abría atravesado el período intermedio de esta curva , prediciendo un próximo agotamiento de los recursos (véase el cuadro 7.3) . Los datos actuales parecen confirmar que se está produciendo una ralentización del crecimiento de la ciencia en el núcleo constituido por los paises más avanzado ;, como Estados Unidos y Europa, mientras que en países más periféricos, como Japón y otros Estados asiáticos, prosigue todavía su ritmo. Por ejemplo, en Estados Unidos el número de científicos e ingenieros h a crecido a un ritmo uniforme de al rededor ele un 3 por 100 anual en el último cuarto del siglo XX, pero la inversión por científico e ingeniero ha permanecido más o menos estable. Parece , así, que en cierta medid a las previsiones de Price se están cumpliendo, y que la ciencia del siglo XXI tendrá que encontrar un nuevo equilibrio, con una planificación madura de recursos y objetivos. De hecho, la esfera de la ciencia no es la única en aproximarse a una etapa de contención. El desmedido desarrollo industrial , llevado a cabo en buena medida a espaldas del medio ambiente, está llegando a un límite en el que no solo los recursos muestran claros síntomas de agotamiento, sino también a un punto en que, según muchos, la transformación de este medio por las actividades humanas comienza poner en peligro a la propia civilización. En relación con esto, ' el término «el desarrollo sostenible» se oye cada vez más. Resultado de un proceso histórico o fruto 1 de las nuevas vinculaciones de la ciencia en el siglo XX, particularmente en su segunda mitad , con la política y la industria , el hecho es que la ciencia conoció un incremento espectacular. El término Big Science fue acuñado por Alvin M. Weinber g en 1961 para designar a la ciencia a gran escala y a sus monumentos: potentes aceleradores de partículas, costosas centrales nucleares, ambiciosos proyectos espaciales y grandes laboratorios. También se refiere a programas de investigación, en general relacionados con los dispositivos anteriores, en los que participa un equipo numeroso y dotados de una importante financiación, por lo que en consecuencia están sometidos a un alto grado de administración y coordinación que se han llegado a comparar con la gestión industrial. El primer ejemplo de Big Science fue el Proyecto_Manhattan (2.000 millones de dólares, como se dijo, y toda una organización de laboratorios e industrias con un a fuerza de trabajo de 600.000 personas), seguido en los años de la Guerra Fría por las investigaciones nucleares y la carrera espacial. En el campo de la física nuclear, los acelaradores de partículas diseñaados con el objeto de penetrar cada vez más profundamente en el corazón de la materia han constituido el ejemplo destacado. El desarrollo de la física de altas energías se comentará en un capítulo posterior; aquí importa señalar el crecimiento del principal de sus instrumentos, el acelerador, que en tres cuartos de siglo pasó de unos modestos 27 cm de diámetro en el prototipo de E. O. Lawrence de los años 1930 a los 27 km de circunferencia del LEP (Large Electron Positron) de Ginebra. Este instrumento ha sido la estrella del CERN (Centre Européen de Recherches Nucléaires), establecido en 1953 como un organismo intergubernamental fundado por una docena de naciones para apoyar el desarrollo de las investigaciones nucleares europeas (cuadro 29.4 ). El LEP fue desmantelado en el año 2007 para dar paso a un instrumento más potente, el LHC (Large Hadron Collider), con un presupuesto inicial de unos 2.000 millones de euros que en la actualidad ya se ha superado y cuya finalización está prevista, retrasos aparte, para el año 2007. El proyecto competitivo norteamencano, el SC (Superconducting Super Collider), comenzado en 1983 y por la Administración Reagan, contemplaba un anillo de 90 km de circunferencia, con presupuesto de 4.400 millones de dólares. Pero al subir dicho presupuesto a los 11.000 millones el proyecto fu e d etenido por el Congreso en 1993, cuando ya se habían invertido 2.000 millones. El suceso se ha visto como el fin de una etapa de construcción de grandes instrumentos y no ha dejado de satisfacer a quienes, trabajando en otras áreas, piensan que sería mejor redistribuir estos fondos en proyectos menos ambiciosos y con mayor retomo social. Junto a los grandes aceleradores, otro instrumento se ha tornado emblemático