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CIENCIA Y EsTADO

Si bien la financiación e intervención del Estado en asuntos científicos


puede remontarse a la creación de una institución como la Academia de
Ciencias de París (o incluso, si se quiere, a la más remota del Museo de
Alejandría), la intervención estatal en la gestión de la producción
científica es un fenómeno del siglo XX, particularmente de su segunda
mitad. Tamo en la Primera como en la Segunda Guerra Mundial la
ciencia y la tecnología de las naciones involucradas se aplicaron
sistemáticamente al desarrollo de sus capacidades milita res. Pero, a
diferencia de lo sucedido en el período de entreguerras, en donde en
gran medida esta intervención de la ciencia cesó con las
hostilidades, tras la Segunda Guerra la vinculación se mantuvo. De
hecho, aquí no se abrió un período de paz, sino de <<guerra fría», en el
que los bloques enfrentados se hallaban permanentemente en disposición
de romper las hostilidad es. De ahí la presencia del Estado en la ciencia y
en la industria , gestionando proyectos prioritarios ele investigación en
ocasiones muy costosos; y de ahí también la presencia de los científicos
como expertos y administradores en las agencias responsables de esta
gestión. Esta situación ha supuesto un importante cambio en las
relaciones e ntre la ciencia y el Estado. En esta nueva alianza se abrió,
para toda una serie de disciplinas científicas, la posibilidad de abordar
investigaciones a gran escala de otro modo impensables.

La militarización de la ciencia

La asociación de la ciencia con la esfera militar no es cosa reciente . Para


advertirlo basta con recordar el caso -destacado-- de la artillería, cuyo
desarrollo demandó el de la metalurgia , el de la química de pólvoras y el
estudio del movimiento de proyectiles en un medio resistente como es el
aire. Esta asociación se vio reforzada en la Primera Guerra Mundial, la
primera gran guerra desarrollada tras la Revolución Industrial , en la
que las máquinas y la tecnología desempeñaron un papel , si todavía no
decisivo, sí ya muy significativo: tanques, aeroplanos, submarinos,
comunicaciones por radio y armas químicas saltaron a la -escena bélica .
Desde el punto de vista de la historia ele la ciencia, el acontecimiento más
destacado fue la participación de químicos alemanes en el desarrollo de
gases tóxicos , entre ellos el conocido «gas mostaza». De hecho, franceses
y británicos habían trabajado asimismo en gases lacrimógenos durante
1914 y 19p, pero fueron los alemanes los primeros en usar un gas
venenoso, el cloro , ese último año . La propuesta vino de Fritz Haber
(1868-1934), quien conduciría las investigaciones sobre estos gases en
el Instituto Kaiser Wilhelm de Berlín. Naturalmente, los países aliados no
tardaron en responder, reclutando químicos para el desarrollo de nuevos
gases y de respiradores defensivos. Se ha calculado que, entre titulados
universitarios y diplomados, más de 5.500 científicos participaron en
las investigaciones sobre la guerra química en los distintos países
involucrados en el conflicto. Con un papel menos estrepitoso, los físicos
también colaboraron en la investigación de guerra, particularmente en la
elaboración de un sistema de detección antisubmarino los sumergibles
alemanes desempeñaron en la contienda una función muy importante al
llegar a bloquear prácticamente el tráfico marítimo-- que, ya finalizada la
guerra, daría lugar al conocido sónar.
La participación de los científicos en el esfuerzo bélico tuvo como
consecuencias la ruptura del internacionalismo de la ciencia y la toma de
conciencia de su utilidad por parte de los gobiernos. Tal
internacionalismo se puede remontar a la segunda mita d del siglo
XVII, cuando los filósofos de la naturaleza se manifestaban miembros de

una «República de las Letras» dentro de la cual se intercambiaba


libremente información, y se había visto reforzado en la segunda mitad
del siglo XIX . Contribuyó a ello el establecimiento de congresos
internacionales y el desarrollo de una imagen de la ciencia (y con ella del
científico ) universalista, neutral y objetiva . A partir de 1901, la
Fundación Nobel comenzó a conceder premios anuales, que se
convirtieron en todo un símbolo, a los científicos que más hubiesen
contribuido al desarrollo y bienestar de la humanidad. Esta imagen de la
ciencia quedó públicamente rota cuando, en 1914, noventa y tres
intelectual es alemanes, entre ellos quince científicos destacados, firmaron
una declaración tomando partido; aunque por otro lado también hay
que constata r que otro grupo de científicos (entre ellos, A. Einstein) se
manifestaron por la paz. La declaración provocó hostilidad contra la
ciencia y los científicos alemanes, particularmente entre los franceses.
Finalizada la guerra, los científicos ale- manes y austriacos fueron
condenados en bloque y marginados de las instituciones y foros
internacionales, provocando más resentimiento y un orgulloso
aislamiento por parte de los sabios teutones.
A la par que la utilidad de la ciencia para la investigación militar , la
Primera Guerra Mundial puso de manifiesto algunos defectos en la
organización industrial y la necesidad de una intervención estatal en la
investigación científica y en su comunicación con la in dustria.
Particularmente en el ramo de la química, disciplina que había liderado
Alemania y de cuyas exportaciones dependían, en gran medida , las
industrias británicas del ramo. En este y en ot;os campos se precisó,
dadas las circuntancias , de una organización centraliza- da. Así, algunas
instituciones fueron creadas para conducir el esfuerzo de guerra, como el
Board of Invention and Research (BIR), destinado a resolver problemas de
la Marina brítá - níca , o la Direction des Inventions francesa. Pero otras ,
con la aportación de fondos guber- nament ales, surgieron también con
propósitos más ambiciosos y permanentes. En 1916 se creó en Gran
Bretaña el Department of Scientific and Industrial Research (DSIR), com-
puesto por un gabinete político y otro científico, para promocionar la
ciencia y la tecnolo - gía nacionales; subsistió hasta 1964, siendo sustituido
por el Science Research Council y el Ministerio de Tecnología. Asimismo, en
1916, se estableció en Estados Unidos el National Research Council (NRC)
como una extensión de la National Academy of Sciences. Tam - bién en
Francia existió un organismo para la coordinación de la investigación
científica e industrial dependiente del Ministerio de Educación; en 1938
fue sustituido por otros dos, el Instítut de la Recherche Scientifique
Appliquée a la Defense Nationale y el Centre Nationale de Recherches
Scientífiques (CNRS) . En Alemania, en 1920, se estableció la Notge -
meinschaft der Deutschen Wissenschaft (NGW), asociación de científicos
que recibía y Pistribuía fondos estatales para el sostenimiento y desarrollo
de la investigación.
En el período de entreguerras se dieron, así, los primeros pasos para una
organización estatal de las investigaciones en ciencia y tecnología y se
establecieron vínculos entre la ciencia y el estamento militar. Pero estos
vínculos, dicho en términos institucionales, no se consolidaron hasta la
Segunda Guerra Mundial. Antes de esto, la participación de la ciencia y
de la tecnología en la investigación militar había consistido más bien en
una adaptación a este propósito de los desarrollos llevados a cabo en la
esfera civil; ahora la ciencia se convertiría en la fuente directa de nueva
tecnología militar. Este tránsito fue especialmente señalado en Estados
Unidos, país que por entonces había crecido mucho como potencia
científica e industrial. En esta ocasión apareció una nueva institución, el
National Defense Reseach Committee (NDRC ), que, creado en 1940,
incorporaba a cinco destacados científicos de diversos campos y a
representantes de las fuerzas armadas y del Gobierno. Al año siguiente
incluyó también a la investigación médica, pasando a convertirse en la Office
of Scientific Research and Development (OSRD). Su esquema de
funcionamiento era la financiación completa de investigaciones contratadas
con universidades y empresas, o el establecimiento de nuevos laboratorios
cuando esto se veía necesario. A finales de 1945 se habían realizado casi
2.300 contratos con empresas privadas por un valor de 500 millones de
dólares. Entre sus proyectos de gran alcance destacan el llamado
Proyecto Manhattan
-que, como se sabe, se abrió para la construcción de la bomba
atómica- y el radar .
La posibilidad de una reacción en cadena que liberase una gran cantidad
de energía y la utilidad del uranio para este fin eran algo conocido entre
los medios científicos en 1939. Algunos creían que esta liberación de
energía se podía producir de forma altamente explosiva , pero en todo
caso tal reacción prometía constituirse en un importante recurso energé
tico, cosa que no pasó inadvertida a los científicos de diferentes países
que investigaban sobre estas materias . Fueron estos quienes alertaron a
los políticos sobre las posibilidades de la fisión nuclear. De este modo,
en Francia, en Rusia y en Japón los físicos se orientaron en una primera
etapa hacia las investigaciones conducentes a la construcción de un
reactor nuclear. En Estados Unidos , un inmigrante de origen judío , Leo
Szilard (1898-1964), insistió con obstinación en la idea de que esta
reacción en cadena podía servir de base para la construcción de una
bomba, y en que los científicos alemanes podían estar trabajando en el
tema . Llegó a convencer de ello a otros colegas, entre ellos al también
refugiado A. Einstein, uno de los científicos más prestigiosos del
momento, y a principios de agosto de 1939,· este escribió al presidente
Roosevelt alertándole sobre la cuestión (cuadro 29.1). Roosevelt nombró
un comité que informó a favor de la realización de investigaciones más
detalladas, y estas fueron puestas bajo la dependencia del NDRC. Se
orientaron hacia la separación y concentración de los isótopos del uranio en
el Naval Research Laboratory y hacia la construcción de un reactor nuclear
que emplease el isótopo más fisionable, el U como combustible de una
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reacción controlada, algo de lo que se encargó el físico emigrado E. Fermi


desde la Universidad de Columbia . En 1941, gracias a las experiencias de
bombardeo de neutrones realizadas con los primeros aceleradores de
partículas por E. Lawrence y su equipo de Berkeley, se descubrió otro
elemento fisionable, el plutonio , que se podía producir a partir del
uranio natural en un reactor nuclear.
También en Gran Bretaña dos exiliados, Otro Frisch y Rudolf Peierls,
informaron delas posibilidades bélicas de la fisión . Como
consecuencia se formó el llamado «Comité MAUD» (en realidad,
estas siglas no significaban nada), que en' 1941 informó
favorablemente tanto acerca de la posibilidad de una bomba como de
la obtención de energía por fisión controlada. A finales de ese añ o de
1941, los británicos, inmersos en la guerra, habían recorrido más
camino que los estadounidenses, que no entrarían en el conflicto
hasta ese momento. Pero entonces se puso decididamente en marcha
la maquinaria de la OSRD. En un paso que retrospectivamente se ha
considerado de gran importancia histórica, el proyecto de fabricación
de la bomba se puso, a mediados de 1942, bajo la de- pendencia del
Cuerpo de Ingenieros del Ejército. Nacía entonces, aunque bajo otro
nombre, el que se conocería como Proyecto Manhattan, y con él se
inauguraba una nueva relación de dependencia de la ciencia respecto
del estamento militar que ya no se iba a romper.
El proyecto, desarrollado entre 1942 y 1946, tuvo grandes dimensiones y
su realización fue costosa, algo más de 2.000 millones de dólares.
Implicó a diversos grupos de físicos en distintas universidades y
laboratorios y a algunas empresas encargadas de la producción de uranio,
plutonio y grafito; se construyeron dos plantas para la producción a gran
escala y una instalación final para la construcción de la bomba en Los
Álamos (Nuevo México) dirigida por el físico Julius Roben
Oppenheimer (1904-1967). Los resultados fueron rápidos. A finales de
1942, el grupo dirigido por E. Fermi, ahora en Chicago, consiguió la
primera reacción nuclear controlada empleando uranio como combustible
y grafito como moderador. El16 de junio de 1945 se ensayaba con éxito
la primera explosión atómica, y el 6 y el 9 de agosto sendas bombas, de
uranio y de plutonio, causaban la destrucción en las ciudades japonesas de
Hiroshima y Nagasaki, dando fin a la guerra (cuadro 29.2).
En esta investigación los británicos, aunque inicialmente llevaron la
delantera, quedaron rezagados. En cuanto a Alemania, también
sostuvo un programa atómico, pero este fue llevado a una escala
mucho menor y con una organización menos estricta entre los di- versos
grupos de investigación. Por otra parte, en 1941, los alemanes creían en
una rápida victoria final en Europa, por lo que no les parecía que la
bomba pudiese ser construida a tiempo como para ser de utilidad. Así,
las investigaciones se orientaron hacia la construcción de un reactor
nuclear de uranio, para el que optaron por el agua pesada como
moderador. (El agua pesada es el compuesto formado por la unión del
oxígeno con el deuterio, un isótopo del hidrógeno de masa 2.) La única
fuente de agua pesada estaba en la planta Vermork, de la compañía
noruega Norsk Hydro, que obtenía unos 10 kg al mes como sub-
producto de la producción de amoniaco para fertilizantes. Los
franceses, que también se habían inclinado por el uso del agua pesada,
tuvieron noticias del interés alemán por la producción noruega y se
anticiparon, obteniendo toda el agua pesada almacenada. Cuando las
tropas alemanas ocuparon la fábrica, en mayo de 1940, esta se reconvirtió
para la elaboración de agua pesada y se tornó así en un objetivo para los
aliados; fue finalmente destruí da por un bombardeo en noviembre de
1943, retrasando con ello las investigaciones alemanas
La Segunda Guerra Mundial concienció plenamente a políticos y
militares no ya de la utilidad de la ciencia para el desarrollo
armamentístico y de defensa, sino de su imprescindibilidad. Cuando
se ocupó Alemania, el ejército norteamericano recogió toda la
información que pudo acerca de los desarrollos científicos,
tecnológicos e industriales que se habían llevado a cabo, sin desdeñar
la captación de científicos e ingenieros con el fin de incorporarlos a
sus propios programas. Otro tanto, aunque a menor escala, harían los
demás países aliados. El ejemplo más conocido es el del programa
alemán sobre cohetes, encabezado por Verhner von Braun (1912-
1977), que había conseguido con la V-2 un proyectil autopropulsado con
carga explosiva capaz de alcanzar Londres. Las investigaciones fueron
proseguidas inmediatamente en Estados Unidos por Von Braun y
parte de su equipo (cientoveinte miembros) a partir de las V-2
capturadas; otro tanto hizo la Unión Soviética con la información
científica y técníca que pudo recabar. Con la Guerra Fría, estas
investigaciones constituyeron el germen del programa de misiles y de
la carrera espacial. Aquí el primer pulso lo ganaron los soviéticos, al
poner en órbita el primer satélite artificial, el Sputnik I, el -1 de octubre
de 1957, con unos 83 kg, seguido inmediatamente, el3 de noviembre,
por el Sputnik 11, que con 508 kg llevó a una perrita, llamada Laika, al
espacio. Los norteamerica- nos pusieron en órbita su primer
satélite, el Explorer 1, de 14 kg, el31 de enero de 1958. No se
trataba solo de una carrera por el prestigio. El comunicado que
acompañó alianza· miento soviético había dejado claro que un
cohete podía alcanzar cualquier parte del globo en un momento en
el que la principal opción estratégica estadounidense se basaba en
los bombarderos provistos de armamento nuclear. A principios de
1948 se creó un nuevo organismo, el Advanced Research Project
Agency (ARPA), para coordinar las investigaciones sobre misiles,
mientras que la National Aeronautics and Space
Administration (NASA), fundada sobre el núcleo original del
National Advisory Committee for Aeronautics (NACA), el equipo
de Von Braun y el personal especializado en cohetes del Naval
Research Laboratory, se creaba para encargarse del esfuerzo
espacial en octubre de ese año.
El maridaje entre la ciencia, la industria y las fuerzas armadas
establecido tras la Segunda Guerra Mundial lo que en Estados Unidos
se ha calificado de complejo militar industrial no cambió, salvo para
reforzarse, en las décadas siguientes, un fenómeno que constituye un
parrón general en todos los países desar rollados. ] unto a la guerra química
y a la nuclear ha venido a incorporarse, en los últimos tiempos, la biológica.
Con ello, y al margen de las actitud es in d ividuales de los científicos, la cien
cia ha perdido tanto su idílica imagen de neutra lid ad, conseguida no sin
cierto trabajo, como buena parte de su autonomía. «Los físicos han
conocido el pecado», manifestaría un arrepentido Oppenheimer en 1947.
Política científica y «Big Science»
Al margen de sus vinculaciones militares, tras la Segunda Guerra Mundial la
ciencia se integró de manera creciente en el entorno económico y político.
La intervención del Estado en la gestión de la ciencia implicaba una
reorientación de las investigaciones hacia determinados objetivos
considerados de utilidad nacional y un cambio en las mismas prácticas
ci entíficas. Las cuestiones, por así decir, más filosóficas acerca de los
mecanismos de operación de la naturaleza se vieron desplazadas por el
objetivo más práctico de su predictibilidad y control. Lo que se pide a las
teorías es que funcionen». Implicó también, por otra parte, la difuminación
de las fronteras entre la ciencia básica y la aplicada. Cu ando se aportan
objetivos y capital, se esperan resultados. Esto ha llevado a lo que podría
calificar de una industrialización creciente de la ciencia desde mediados del
siglo pasado, al considerarse La ciencia un beneficio producto de un a
inversión. En consecuencia, el término <<investigación>> se ha unido al
elemento «desarrollo>>, formándose el binomio I+D.
El punto de origen de la política científica se suele situar en 1945 , con ocasión
de un informe solicitado por el presidente Roosevelt a Vannevar Bush,
presidente del NDCR y, su creaci ón , del OSRD. En el in forme de Bush,
titulado <Science , the Endless Frontier>>, se defendía la necesidad de que el
Gobierno apoyase a la ciencia básica, que era la que posibilitaba el
desarrollo tecnológico e industrial. Para elaborar y dirigir esta política de
promoción dela ciencia proponía la creación de una Fundación Nacional
gestionada por científicos procedentes del mundo académico y del
industrial. En 1950 se aprobaba con este fin el establecimiento de la
National Science Foundation (NSF). Su creación supuso una victoria de
la ciencia básica , apoyada en esta ocasión por la industria, que no veía con
buenos ojos gestión estatal de la ciencia aplicada . Pero esta_agencia civil
nacía a la sombra de otras orientadas hacia las investigaciones de utilidad
militar que se habían establecido tras la guerra, como la Office of Naval
Research y la US Atomic Energy Commission, esta última heredera del
Proyecto Manhattan . Fueron estas agencias las que disfrutaron de las
mayores partidas presupuestarias, habida cuenta de la realización de la
primera prueba nuclear soviética en 1949 y del inicio de la guerra de
Corea al año siguiente ; en 1953 había casi cien mil científicos e ingenieros
trabajando en unas doscientas compañías relacionadas con las
investigaciones de defensa. Esto n o quiere decir que la investigación
básica saliese excesivamente perjudicada , pues siempre se podía encontrar
algún sustento para ella en los presupuestos militares, aparte de la
existencia de programas de interés militar -como, por ejemplo, la
meteorología y la oceanografía con un alcance mu y amplio. Por otra
parte , esta descentralización , con su diversificación de fuentes de
financiación , convenía bien a los científicos norteamericanos , entre los
cuales se había formado una élite científico-tecnológica que desempeñaba
-lo sigue haciendo, tanto en Estados Un idos como en otros países-
influyentes puestos consultivos y ejecutivos dentro del conjunto de agencias
estatales.
Hacia finales de la década ele 1960 comenzó a estar claro qu e las
oportunidades de investigación superaban con mucho a los fondos
disponibles, por lo que se hacía n ecesaria la elaboración de una política
de prioridades. También se enfatizó el papel de la innovación para el
desarrollo económico y con ello la necesidad de políticas científicas
nacionales. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económico (OCDE) asumió la guía en la elaboración de políticas,
indicadores de resultados e intercambios de información desde su
fundación en 1961; en 1963 se reunieron por primera vez ministros o
gestores de veintidós países para debatir las características básicas de esta
política , consolidando el papel de los gobiernos como patrón es de la
ciencia.
La que se conoce como «métrica de la ciencia» o «ciencia de la ciencia>>
constituye un programa de análisis cuyo origen se suele remonta r al libro
The Social Function of Science ( 1939) del británico John D . Bernal
(1901- 1971). A partir de la década de 1940 fue desarrollado por su
discípulo Derek de Solla Price ( 1922- 1983), quien en 1963 publicó sobre
el tema un a obra , ya clásica , titulada Little Science, Big Science. Su
aportación más destacada fue la formulación de una ley de crecimiento
exponencial para la ciencia a partir de datos históricos sobre el número
de científicos y su s publicaciones. Este crecimiento exponencial formaba
parte de una curva logística que predecía un momento de saturación ;
Price opina ba que en algún momento de las décadas de 1940 y 1950 se
h abría atravesado el período intermedio de esta curva , prediciendo un
próximo agotamiento de los recursos (véase el cuadro 7.3) . Los datos
actuales parecen confirmar que se está produciendo una ralentización del
crecimiento de la ciencia en el núcleo constituido por los paises más
avanzado ;, como Estados Unidos y Europa, mientras que en países más
periféricos, como Japón y otros Estados asiáticos, prosigue todavía su
ritmo. Por ejemplo, en Estados Unidos el número de científicos e
ingenieros h a crecido a un ritmo uniforme de al rededor ele un 3 por 100
anual en el último cuarto del siglo XX, pero la inversión por científico e
ingeniero ha permanecido más o menos estable. Parece , así, que en cierta
medid a las previsiones de Price se están cumpliendo, y que la ciencia del
siglo XXI tendrá que encontrar un nuevo equilibrio, con una planificación
madura de recursos y objetivos. De hecho, la esfera de la ciencia no es la
única en aproximarse a una etapa de contención. El desmedido desarrollo
industrial , llevado a cabo en buena medida a espaldas del medio ambiente,
está llegando a un límite en el que no solo los recursos muestran claros
síntomas de agotamiento, sino también a un punto en que, según
muchos, la transformación de este medio por las actividades humanas
comienza poner en peligro a la propia civilización. En relación con esto,
'
el término «el desarrollo sostenible» se oye cada vez más.
Resultado de un proceso histórico o fruto 1
de las nuevas
vinculaciones de la ciencia en el siglo XX, particularmente en su segunda
mitad , con la política y la industria , el hecho es que la ciencia conoció
un incremento espectacular. El término Big Science fue acuñado por
Alvin M. Weinber g en 1961 para designar a la ciencia a gran escala y a sus
monumentos: potentes aceleradores de partículas, costosas centrales nucleares,
ambiciosos proyectos espaciales y grandes laboratorios. También se refiere
a programas de investigación, en general relacionados con los dispositivos
anteriores, en los que participa un equipo numeroso y dotados de una
importante financiación, por lo que en consecuencia están sometidos a un
alto grado de administración y coordinación que se han llegado a comparar
con la gestión industrial. El primer ejemplo de Big Science fue el
Proyecto_Manhattan (2.000 millones de dólares, como se dijo, y toda una
organización de laboratorios e industrias con un a fuerza de trabajo de
600.000 personas), seguido en los años de la Guerra Fría por las
investigaciones nucleares y la carrera espacial. En el campo de la física
nuclear, los acelaradores de partículas diseñaados con el objeto de penetrar
cada vez más profundamente en el corazón de la materia han constituido
el ejemplo destacado. El desarrollo de la física de altas energías se
comentará en un capítulo posterior; aquí importa señalar el crecimiento
del principal de sus instrumentos, el acelerador, que en tres cuartos de siglo
pasó de unos modestos 27 cm de diámetro en el prototipo de E. O.
Lawrence de los años 1930 a los 27 km de circunferencia del LEP (Large
Electron Positron) de Ginebra. Este instrumento ha sido la estrella del CERN
(Centre Européen de Recherches Nucléaires), establecido en 1953 como
un organismo intergubernamental fundado por una docena de naciones
para apoyar el desarrollo de las investigaciones nucleares europeas
(cuadro 29.4 ). El LEP fue desmantelado en el año 2007 para dar paso a
un instrumento más potente, el LHC (Large Hadron Collider), con un
presupuesto inicial de unos 2.000 millones de euros que en la actualidad
ya se ha superado y cuya finalización está prevista, retrasos aparte, para el
año 2007. El proyecto competitivo norteamencano, el SC
(Superconducting Super Collider), comenzado en 1983 y por la
Administración Reagan, contemplaba un anillo de 90 km de
circunferencia, con presupuesto de 4.400 millones de dólares. Pero al
subir dicho presupuesto a los 11.000 millones el proyecto fu e d etenido
por el Congreso en 1993, cuando ya se habían invertido 2.000 millones.
El suceso se ha visto como el fin de una etapa de construcción
de grandes instrumentos y no ha dejado de satisfacer a quienes, trabajando
en otras áreas, piensan que sería mejor redistribuir estos fondos en
proyectos menos ambiciosos y con mayor retomo social. Junto a los
grandes aceleradores, otro instrumento se ha tornado emblemático

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