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DESARROLLO PSICOSOCIAL
INTRODUCCIÓN:
La disciplina de la psicología del desarrollo ha madurado hasta abarcar distintas áreas del
desarrollo humano (física, cognitiva y psicosocial). También ha relacionado estas áreas con teorías
cada vez más explicativas.
La separación artificial del estudio del desarrollo en áreas es, apenas, un recurso didáctico para
facilitar su exposición. Sin embargo, el objetivo final es integrar todos los conocimientos
entregados en la descripción, explicación y predicción de los problemas evolutivos planteados en
la vida real de las personas. En esta ocasión, abordaremos los aspectos emocionales del desarrollo,
los que han sido estudiados con mayor profundidad y eficacia desde la teoría psicoanalítica.
DESARROLLO EMOCIONAL:
La emoción en el ser humano aparece regularmente ligada a una carga afectiva. Llamamos
emoción a la “experiencia o estado psíquico caracterizado por un grado muy fuerte de
sentimiento y acompañado siempre de una expresión motora” (Warren, p. 106). Nos referimos,
entonces, con desarrollo emocional, al curso que toman las emociones durante el ciclo vital,
desde la temprana conformación de la personalidad a través de los afectos, hasta la forma en que
se expresan, se modulan y se transforman las emociones.
Dentro de las teorías que se ocupan del desarrollo humano, las psicoanalíticas han concentrado su
atención en el devenir de las emociones durante la formación de las estructuras y dinámicas
psíquicas que llamamos personalidad. Dichas teorías han admitido un factor innato en constante
relación con el medio ambiente.
DESARROLLO PSICOSOCIAL
Esta evolución seguirá una pauta invariable, similar para todos los individuos de una misma
sociedad. En el caso de la sociedad occidental urbana, que conocemos como “civilizada”2, se verá
asociada a los cambios concomitantes en el desarrollo físico, cognitivo y afectivo. Si bien existen
variaciones interculturales, se pueden observar también elementos comunes al desarrollo a través
de las diferencias culturales. Tal es la situación, por ejemplo, del desarrollo del dibujo infantil. Éste
sigue una pauta evolutiva similar en cualquier parte del mundo, consecutiva a la aparición de la
función simbólica.
( Inicialmente, Erikson había desarrollado sólo siete etapas. Sólo habría omitido precisamente la
etapa en la que se encontraba en el momento de su mayor creatividad intelectual y familiar: la
etapa de generatividad versus estancamiento, integrándola finalmente al percatarse de ello.)
La crisis de cada etapa se refiere al conflicto evolutivo central, cuya resolución satisfactoria
deriva en el logro de lo que el autor llamó una virtud psicosocial. Se trata de un valor
indispensable para que la persona evolucione hacia el siguiente reto, integrando en cada etapa
una nueva virtud a su personalidad, enriqueciéndola y haciéndola avanzar hacia integraciones
cada vez más completas. El proceso culmina con la última etapa, la que se define por la integridad
de toda la vida. La resolución negativa representa una deficiencia en las capacidades de la persona
para lidiar con el ambiente y las situaciones que puedan presentarse.
Según Erikson, las ocho etapas del desarrollo psicosocial se presentan en edades similares en
todos los seres humanos (Erikson, 1968):
Durante el primer año de vida, el que está marcado por el trauma del nacimiento y la lactancia, el
bebé vive, principalmente, a través de su cuerpo y sus sensaciones corporales. Se sabe que los
sentidos más desarrollados al nacer son el del tacto y el cinestésico. Ello provoca que se graben en
la memoria del cuerpo del bebé todas las sensaciones percibidas reiteradamente durante esta
etapa.
Según Erikson, la capacidad de la madre para calibrar correctamente las necesidades de su bebé y
satisfacerlas apropiadamente, generará en éste la sensación corporal que el mundo es un lugar
placentero, donde se siente cómodo y satisfecho. De este modo, desarrollará la confianza básica,
cimiento de una futura actitud optimista en la vida. A su vez, la confianza de la madre en sí misma
y en su capacidad para hacer frente a su rol, incidirá significativamente en su destreza para
responder a la interacción con el bebé. Si ella no se siente confiada, probablemente se comportará
de manera ansiosa, incluso podrá desarrollar una depresión post-parto, con la consecuente
deficiencia en la calibración madre-hijo. La ausencia reiterada de experiencias placenteras en el
bebé apuntará a la configuración de la desconfianza básica. Ésta implica la convicción que sus
necesidades no serán cubiertas, haga lo que haga, o que lo serán de manera insuficiente. La
confianza es fundamental en el desarrollo de la virtud de la esperanza, por lo que la desconfianza
básica constituye un cimiento precario para los siguientes desafíos del desarrollo del yo.
Una vez que el niño ha conseguido la postura erecta y la marcha autónoma, se apasiona por el
movimiento. Desea explorarlo todo y se mueve por todas partes desde la base segura de la figura
materna, alejándose y regresando a voluntad. Esto consolida la formación de un yo separado de la
madre, un individuo por derecho propio.
Es en esta etapa en que se da el fenómeno llamado negativismo o primera adolescencia. La razón
es que una de las maneras más llamativas en que se afirma como ser autónomo es ejercitando su
voluntad al oponerse a someterse a la voluntad adulta. Es la edad del no, los terribles 2 años. Este
fenómeno alcanza su expresión máxima alrededor de los 2 años y medio o 3 años, para después
declinar progresivamente. Es un momento clave en la socialización, porque los padres comienzan
a imponer límites a la voluntad infantil, provocando su frustración, vergüenza y duda. Este proceso
dual es el que permitirá al niño internalizar la autorregulación de los impulsos y desarrollar la
virtud de la voluntad.
Igual que en la etapa anterior, el modelo de Erikson plantea una correlación intergeneracional.
Según ésta, el logro de la autonomía estará directamente relacionado con el sentimiento de
autonomía y dignidad de los padres. La vergüenza y la humillación del niño, a consecuencia de sus
ímpetus de emancipación, estarán en directa proporción a las frustraciones sociales de los adultos
a cargo.
Para María Montessori, esta es la edad de la mente absorbente consciente, en que el niño está
receptivo a todo cuanto en el mundo es perceptible, permitiéndole adquirir un sentimiento de
iniciativa, antecesor de la virtud del propósito. Erikson reconoce y considera la intervención del
drama edípico en esta etapa, de manera que el niño está en plena formación del superyó, con la
consecuente internalización de las normas familiares y sociales. Es capaz de sentir culpa cuando
sus iniciativas lo llevan más allá de lo permitido, autorregulando así su conducta.
(María Montessori (1870-1952) fue una educadora italiana, originalmente médico, que desarrolló
una pedagogía basada en la exploración sensorial activa y en la libre iniciativa por parte de los
niños pequeños con necesidades especiales. Su metodología es hoy ampliamente reconocida y
utilizada, especialmente para la educación preescolar. )
En este período surge el interés por interactuar y hacer amistad con otros niños del mismo sexo;
se forman núcleos sociales en la escuela, en el barrio y en la familia extensa. Los profesores son
figuras significativas a quienes imitar: el niño ha salido del ámbito de la familia para ampliar su
horizonte social. El contrapunto de la laboriosidad (también llamada industriosidad) es el
sentimiento de inferioridad, que sobreviene de la frustración al no lograr siempre lo que se ha
propuesto. Es importante en esta etapa la guía empática y amistosa del adulto, que incentive un
sentimiento de valía y responsabilidad por la iniciativa propia, para el logro de un sentido de
competencia; el niño aprende a ganar reconocimiento haciendo cosas.
En esta etapa, la tarea primordial es, de acuerdo con esta teoría, modificar y sintetizar identidades
anteriores en "una nueva estructura psicológica, en la que el todo tiene una cualidad diferente a la
suma de sus partes" (Simanowitz, p. 35).
Se actualiza la necesidad de identidad del ego. Para Erikson, el ser humano no puede lograr un
sentido de ego diferenciado sin una identidad satisfactoria. El joven debe integrar toda la
trayectoria anterior en un sentido del yo que sea socialmente aceptable y, a la vez, íntimamente
congruente con quien siente ser.
Según Erikson, un aspecto fundamental del logro de un sentido de sí mismo se vincula con la
decisión vocacional, esto es, “quién voy a ser dentro de la sociedad en la que vivo”. Ello viene dado
por la integración de la industriosidad del período anterior, en que el niño ensaya diferentes roles
y su competencia en muy variadas tareas. En la adolescencia debe definir su futuro profesional.
Para ello, la sociedad otorga un plazo, que Erikson denominó moratoria psicosocial, determinada
por el tiempo de los estudios formativos de la profesión durante la adolescencia y la juventud
temprana. Durante este tiempo, los jóvenes se comprometen con ideologías, afectos (incluyendo
el amor de pareja), grupos o actividades con los que sienten afinidad. La resolución de la quinta
crisis psicosocial tiene como corolario el logro de la fidelidad, virtud expresada en una adhesión
más consistente y duradera con estos compromisos juveniles, determinando así buena parte de la
identidad del ego.
A partir de este momento, las edades en que se viven las crisis son cada vez más aproximadas y
dependen cada vez más de factores no normativos. La etapa del adulto joven supone el logro
previo de un sentido más o menos definido de identidad del ego. Ello vuelve a la persona apta
para enfrentar la intimidad con el otro, sin temor a la disolución del propio ego.
Erikson identifica la etapa de la adultez madura o intermedia como la que genera un puente entre
generaciones. En otras palabras, es la encargada de la procreación y el cuidado de las nuevas
generaciones, así como de la transmisión cultural. Con generatividad se refiere a la procreación, a
la proactividad y a la creatividad en general. La virtud psicosocial es la capacidad de cuidar a otros.
La octava y última crisis se enfrenta durante la adultez tardía, también llamada tercera edad o
senectud. Existen varios eventos normativos que marcan esta etapa: el retiro o jubilación, la
consolidación adulta de los hijos, la relación con nietos, la enfermedad y la perspectiva más
cercana de la muerte. La virtud por alcanzar a través de la crisis es la sabiduría. Esto implica una
integración del sí mismo a través de la aceptación de lo que se ha sido y lo que se ha hecho en la
vida, así como de sus consecuencias en la vejez. Ello conduce al anciano a un sentido de integridad
consigo mismo, al igual que a la aceptación tranquila de la muerte. Por el contrario, la
desesperación sobreviene al no tener ya oportunidades de rehacer los caminos; entonces, “... la
desesperanza y el miedo a la muerte significan la falta o la pérdida de esta integración del ego.
Esta desesperanza puede tomar la forma de indignación, misantropía y desprecio por las
instituciones y las personas, y refleja el propio desprecio individual hacia sí mismo” (Simanowitz, p.
39).
Referencias
Ajuriaguerra, J. (1977). Manual de psiquiatría infantil (4ª. ed.) (pp. 32-55). D.F. México: Masson
Editores.
Freud, S. (1905). Tres ensayos para una teoría sexual. En Obras Completas, (López-Ballesteros y de
Torres, L. Trad.) (3ª ed.) (pp. 1195-1237). Madrid, España: Ed. Biblioteca Nueva.
Santrock, J. (2006). Psicología del desarrollo. El ciclo vital. (10ª.ed). (pp. 206-221) Madrid, España:
McGraw-Hill Interamericana.
PARA PORTAFOLIO
Una vez que haya revisado el PPT sobre las metas del desarrollo en la adolescencia, y luego haya
leído el texto anterior, desarrolle lo siguiente:
Elija una meta del desarrollo y diseñe una actividad de aula que incorpore mediaciones hacia el
desarrollo de un mejor sentimiento de sí mismo y de la pertenencia a un grupo.