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Institute for LifeLong Learning
Institut de Formació Contínua
UNIVERSITAT DE BARCELONA Instituto de Formación Continua
Universitat de Barcelona
B
Bibliografía ............................................................................................... 43
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SUSTANCIAS: DESCRIPCIÓN, PATOLOGÍA Y TERAPÉUTICA
IL3 T6 DISOLVENTES VOLÁTILES
LECTURA «(...) Juvenal es un niño de casi 13 años que reivindica con orgullo su habilidad en
el robo. Sigue haciéndolo aunque haya perdido dos dedos de la mano derecha en
un accidente. Es conocido por los otros niños como un ladrón muy eficaz. Todo
esto influye en el acontecimiento que vamos a explicar en su doble vertiente lúdi-
ca y utilitaria. Aquí se ve que la delincuencia de los niños de esta franja de edad
está a menudo asociada al juego y a la excitación. Los demás se quejan de la
agresividad de Juvenal y lo rechazan durante una temporada.
(...) Un estudio brasileño nos da precisiones sobre las razones que los niños invo-
can cuando se les pregunta por qué consumen inhalantes. Las razones dadas se
pueden clasificar en dos categorías. La primera abarca justificaciones que llama-
mos instrumentales: el niño utiliza inhalantes para sentirse más capaz de empren-
der determinados actos. Esta categoría es la más importante (42 por ciento de las
respuestas) y comprende actividades tales como robar (24 por ciento), correr y
divertirse (12 por ciento) y pelearse entre ellos (6 por ciento). La segunda catego-
ría está formada por motivos que designamos compensatorios.
El niño consume inhalantes para curtir, que significa pasar los momentos difíciles lo
mejor posible, luchar contra el aburrimiento. Esta categoría concierne al 12 por cien-
to de las respuestas. Queda una categoría residual de niños que afirman no querer
hacer nada especial después de consumir (28 por ciento). Se constata entonces que
la función lúdica e instrumental es más importante que la de compensación. Si se
comparan los niños de la calle con los que se encuentran en las instituciones para
menores delincuentes, se aprecia una diferencia significativa. En los segundos, la
función compensatoria de los inhalantes es más importante: el 24 por ciento con-
sumen para curtir, contra sólo el 12 por ciento de los niños de la calle. En cambio,
la función instrumental de los inhalantes concierne al 28 por ciento de los menores
en institución, pero el 42 por ciento de los niños de la calle. Si el porcentaje de los
que consumen cotidianamente inhalantes es el mismo en los dos grupos, los meno-
res en institución hacen un uso más duro de esas drogas. En efecto, apelan con más
frecuencia a las mezclas (30 por ciento contra 10 por ciento) y consumen menos en
grupo (58 por ciento contra 68 por ciento). En cambio, los niños de la calle consu-
men más pegamento (88 por ciento contra 70 por ciento), mientras que los meno-
res en institución utilizan más a menudo el loló (mezcla de cloroformo y éter).»
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Durante casi diez mil años, la humanidad usó las drogas en forma de productos naturales sin ninguna
o poca transformación, comportando secuencias de producción y consumo muy limitadas en el tiempo,
la distancia y la población. La situación se mantuvo bastante estable hasta mediados del siglo XVIII de
nuestra era, en que el desarrollo científico experimental generó el dominio y la expansión de los siste-
mas técnicos de producción, industrialización intensiva y consumismo de masas. Muchos problemas
de la humanidad se resolvieron paralelamente al progreso socioeconómico, mientras surgieron otros
hasta entonces desconocidos.
Hoy día, por cultivo o por síntesis, y últimamente con ayuda de las nuevas tecnologías y los estudios de
mercado, las drogas se obtienen por métodos sofisticados y rápidos, a bajo coste. El usuario acostum-
bra a ignorar la toxicidad real y las consecuencias sociales de lo que consume. En muchos casos,
los aspectos relativos al coste, beneficios-perjuicios para la salud y la ignorancia de los componentes
de lo consumido, pueden aplicarse tanto a las drogas ilegales como a las legales (recordemos que en
los productos farmacéuticos no constan las fórmulas de los excipientes).
Ocupando un lugar intermedio entre las drogas institucionalizadas y las no institucionalizadas, empe-
zaron a conocerse y extenderse alrededor de los años cincuenta unas sustancias no legales pero tam-
poco ilegales, baratas, accesibles y muy variadas, enmarcadas en la serie innumerable de productos
de uso industrial, doméstico y a veces farmacéutico: los disolventes volátiles. Su utilización como dro-
gas origina una rentabilidad insignificante a los pequeños distribuidores y casi inapreciable a los
productores (el empleo industrial de disolventes se mide diariamente en centenares de toneladas).
Actualmente, la afluencia de nuevas sustancias de uso indebido por inhalación es imparable. A los desti-
lados del petróleo se unen los del caucho y los de la hulla, todos ellos imprescindibles en las industrias
de carburantes, disolventes y de fabricación de plásticos. A este número considerable de productos
deben añadirse otros fabricados por síntesis o semisíntesis que la investigación va incorporando ince-
santemente a las industrias.
En 1930 en Alemania y en 1950 en Estados Unidos, dos países de gran desarrollo industrial, se
presentaron las primeras comunicaciones médicas referentes a intoxicaciones por consumo de
disolventes en sujetos muy jóvenes.
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Más tarde, 1.000 años a.C., los griegos atribuían a los oráculos el poder de adivinar el futuro y por
medio de este conocimiento tomar las decisiones adecuadas a sus necesidades. Los oráculos, gene-
ralmente sacerdotes, interpretaban el lenguaje de las pitonisas y pitias; lenguajes crípticos, puesto que
eran el producto de la forzosa intoxicación a que se les sometía por medio de plantas como el beleño,
estramonio, adormidera, mandrágora, etc. Estas plantas les eran administradas por inhalación previo
ayuno prolongado, ya que sabían que ello aumentaba notablemente la fuerza de las alucinaciones.
Herodoto, uno de sus historiadores describió 500 años a.C. la inhalación de humo procedente de la
combustión de las semillas del cannabis por parte de los escitas (pueblo del Asia Menor), dentro de sus
tiendas «... apreciaban este placer más que cualquier otro...» (Herodoto, 1989). Con posterioridad los
romanos aplicaron técnicas parecidas a las de los griegos.
Los objetos de cerámica, pipas y grabados de los indios americanos también demuestran el uso ritual
de sustancias por inhalación 400 años a.C. (Furs Peter, 1980).
Durante la Edad Media y la Edad Moderna se abrió un largo paréntesis en occidente, al esta-
blecerse por los grupos de poder político y religioso la predominancia de uso de las bebidas
alcohólicas y relegando el conocimiento y la utilización del resto de las drogas a especialistas,
como sanadores y boticarios, o a grupos marginales como «brujas» y curanderos.
Esto explica que aunque Ramón Llull descubriera el éter etílico en el siglo XII y Paracelso lo empleara
para dormir pollos en el XIV, no se utilizara como anestésico humano hasta 1846.
En el año 1770, en los albores de la industrialización, el naturalista inglés Joseph Priestley determinó
en el mismo experimento las características químicas del oxígeno y el óxido nitroso. Nueve años des-
pués, el médico Humprey Davy comprobó que la respuesta subjetiva al dolor disminuía inhalando óxido
nitroso; sin embargo, éste no se usó como anestésico hasta 1863.
A partir del descubrimiento de Priestley, que supuso un paso de gigante en el conocimiento de la quí-
mica, los usos de las drogas empezaron a cambiar:
En el año 1800, el óxido nitroso, también llamado azóe o gas hilarante porque hacía reír, se buscaba
activamente para tomarlo con fines recreativos en fiestas y reuniones sociales. Lo mismo sucedía con
el éter, que se usaba en Europa y América en las denominadas fiestas del éter o éter parties.
¿Cuál es pues el motivo de que el consumo actual de disolventes volátiles se considere como un fenó-
meno nuevo y diferente?
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A continuación describiremos las características, acciones y efectos básicos sobre el organismo, así
como los aspectos adictivos y farmacocinéticos de las sustancias volátiles susceptibles de ser inhala-
das. Existen varios cientos de ellas, por lo que sólo se presentarán las más comunes y algunos de los
tipos de productos que las contienen. Tal variedad conlleva necesariamente muchas excepciones, aunque
se ha optado por mencionar sólo las más significativas.
Con la excepción del óxido nitroso, compuesto inorgánico, los disolventes son sustancias orgá-
nicas de fórmulas químicas en general sencillas, aunque con bastantes excepciones.
Se excluyen de este término los líquidos pulverizados en la nasofaringe que no son aerosoles y los
productos que deben encenderse previamente a la inhalación (todas las drogas que se fuman).
Se calcula que hoy existen varios cientos de disolventes susceptibles de uso indebido, gran parte
de los cuales se encuentran en una casa, un garaje o una tienda cualquiera.
Pueden consumirse en todo el mundo, desde las grandes ciudades a los lugares más remotos. Por
ejemplo, los aborígenes australianos y los indios americanos inhalan uno de los productos más tóxi-
cos: los vapores de la gasolina (Baydala, 2010; MacLean y D’Abbs, 2011).
Los usos de estos productos son de lo más heterogéneo: cemento plástico, colas de impacto, lacas,
líquidos para encendedores, para la limpieza en seco y secado rápido, decapantes de pintura, disol-
ventes de tintorería, de pinturas y barnices y de laboratorio, aceites combustibles, gases o líquidos
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embotellados para camping, gases contenidos en los tubos fluorescentes del alumbrado, toda la gama
de anestésicos volátiles, el nitrito de amilo (vasodilatador enérgico empleado en medicina), el alcanfor
y sus derivados, tintes y los innumerables productos domésticos en forma de spray (Williams y Storck,
2007; NIDA, 2011).
En el caso de los sprays, la sustancia puede ser sólida, líquida o gaseosa, preparada para su empleo
a partir de compresión y propulsión con otro gas, que a menudo o casi siempre es un producto hidro-
carbonado y halogenado (los halógenos son cloro, bromo, yodo y flúor, todos ellos muy tóxicos), lo cual
agrava los efectos patógenos.
De lo expuesto se infiere que se trata de productos abundantes, variados, fácilmente accesibles y bara-
tos. Estas características están en la base del uso por parte de niños, jóvenes y adultos marginales, cuyo
acceso a otras drogas está sujeto a restricciones por los distintos controles sociales. Adolescentes como
Juvenal (ver lectura) pueden acceder de una manera relativamente fácil y rápida a estas sustancias.
El número prácticamente ilimitado de productos, las mezclas de dos o más sustancias psicoac-
tivas en una sola presentación y el desconocimiento de las fórmulas de muchos de ellos –pro-
tegidas por las patentes industriales– hace que la clasificación de los disolventes sea una tarea
de compleja ejecución práctica y que las investigaciones relativas a sus acciones y efectos ofrez-
can grandes dificultades.
A continuación se presenta, en la figura 1, las principales sustancias volátiles atendiendo a sus tipos:
disolventes volátiles (solventes), anestésicos generales y nitritos volátiles. La figura 2 recoge una relación
de productos que contienen disolventes volátiles detallando los más frecuentes. En ambos casos la infor-
mación no pretende ser exhaustiva sino ilustrar la variedad y accesibilidad de sustancias y productos, men-
cionándose aquellos más utilizados de forma indebida o por su presencia en ambientes laborales. Para
ampliar la información puede consultarse el manual de Masschelein-Kleiner (2004).
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ANESTÉSICOS GENERALES
Ciclopropano
Enfluorano
Éter etílico
Fluoroxano
Halotano
Isofluorano
Monocloretano
Óxido nitroso
Protóxido de nitrógeno
Triclormetano
Tricloroetileno
Trimetileno
* Aunque fue uno de los primeros en usarse como anestésico, en la actualidad se utiliza como disolvente.
Figura 1. Principales sustancias volátiles, atendiendo a sus características químicas (la ordenación por grupos atiende al criterio
alfabético).
Fuente: elaboración propia.
Líquidos para automotores y encendedores Bencina, naftas, derivados tetraetilados del plomo
Gases y aceites esenciales combustibles Petróleo (toxicidad sobreañadida por los derivados
del plomo), butano, propano, metano, acetileno
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Cabe, además, comentar la multiplicidad de productos sólidos volátiles como los desodorantes compac-
tos y afines que suelen contener alcanfor natural o artificial y naftalinas.
Entre los gases anestésicos destaca el éter etílico que puro es utilizado en anestesia quirúrgica y se halla
sujeto a la ley de restricción de estupefacientes. En cambio, el éter etílico acompañado de impurezas (tam-
bién denominado éter sulfúrico) se utiliza como disolvente del comercio.
La intoxicación suele durar sólo unos minutos, por lo que los usuarios suelen realizar inhalaciones
repetidas con el fin de prolongar la euforia durante más tiempo. Ello resulta extremadamente peligroso
y puede desembocar en la muerte.
Recordemos que los disolventes volátiles son compuestos orgánicos, a excepción del óxido nitroso, y
poderosos disolventes de las grasas. A continuación se exponen la acción y efectos que éstos ocasio-
nan con el consumo agudo o puntual en distintos sistemas del organismo.
La acción farmacológica general de los disolventes es depresora del SNC, con excepción del
alcanfor cuyo efecto es estimulante.
Deprimen el sistema reticular, como primer punto de impacto, afectando las funciones neurales a todos
los niveles, desde la médula espinal al córtex cerebral y cerebeloso, implicando también la actividad de
la mayoría de núcleos subcorticales como el tálamo, el hipotálamo, el hipocampo y la amígdala, por
mencionar algunos.
Además del agonismo funcional dopaminérgico relacionado con su capacidad de generar adicción, se
les conoce, a día de hoy, una variedad de mecanismos de acción que subyacen a sus acciones fisioló-
gicas y comportamentales. Son moduladores alostéricos positivos de los receptores GABAA, agonistas
de los receptores de la glicina y 5HT-3 serotoninérgicos y antagonistas de los receptores NMDA gluta-
matérgicos (Páez-Martínez y cols., 2003a; Lubman y cols., 2008; MacIver, 2009). Aunque con menos
evidencias empíricas, también parece que pueden actuar con una acción antagonista sobre los recep-
tores nicotínicos y muscarínicos de la acetilcolina y la actividad de la proteínas G ligadas a las trans-
misiones metabotrópicas.
La acción de los disolventes en el tejido nervioso bloquea más intensamente la transmisión sináptica
que la conducción nerviosa e impide de forma intensa la correcta integración de la información senso-
rial recibida por la corteza cerebral.
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Los disolventes volátiles deprimen la sinapsis a nivel medular, con acción directa sobre la unión
neuromuscular, a excepción del óxido nitroso y el ciclopropano.
Las teorías biofísicas postulan que se realizan cambios en la disposición espacial de las lipoproteínas,
alterándose los recambios iónicos o la actividad enzimática. El flujo de iones de sodio y potasio, ínti-
mamente relacionado con la despolarización de la membrana celular, quedaría anulado rápidamente,
originando el efecto anestésico.
La bioquímica interpreta el efecto anestésico como consecuencia del bloqueo de los procesos oxidati-
vos y el acúmulo anormal de acetilcolina y creatinina en el cerebro, así como el agonismo funcional de
la transmisión gabaérgica (MacIver, 2009).
Los disolventes volátiles lo deprimen por afectación central y periférica, a excepción del óxido
nitroso y algunos éteres y acetonas que pueden estimularlo por irritación de las vías respirato-
rias, o en el caso particular del alcanfor por ser estimulante del SNC.
La depresión del aparato respiratorio puede desembocar en una parada respiratoria transitoria o dura-
dera. Esta última requiere maniobras de reanimación para recuperar al individuo y suele asociarse a la
afectación del centro vital regulador de la respiración, situado en el tronco del encéfalo.
La interrupción del ritmo respiratorio produce una hipoxia que, aunque dure pocos minutos, puede pro-
ducir lesiones irreversibles en la actividad de aquellos sistemas del organismo con elevados requeri-
mientos de oxígeno, como el SNC.
El óxido nitroso, halotano, metoxiflurano y congéneres provocan depresión de este sistema. El éter etí-
lico y el ciclopropano, o carecen de esta acción o la enmascaran por estimulación del SN Simpático.
La influencia de los compuestos halogenados sobre la fibra miocárdica del corazón sensibilizada a las
catecolaminas circulantes en la sangre, es muy conocida y puede causar desde alteraciones del ritmo
cardíaco hasta arritmias graves y fibrilación ventricular con total paro cardíaco, en especial si se cami-
na y más si se realiza un ejercicio físico violento.
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El paro cardíaco, conocido como el síndrome de muerte súbita por inhalantes, es una de las cau-
sas más comunes de muerte por inhalación de disolventes. Puede suceder en cualquier momen-
to, incluso la primera vez que se consume.
Señalemos que los compuestos halogenados forman parte con gran frecuencia del gas propelente de
los sprays, aunque por los daños que originan en la capa de ozono de la atmósfera terrestre se tiende en
la actualidad a sustituirlos por otras sustancias.
Los compuestos aromáticos orgánicos (benceno, tolueno) generan broncoespasmos. Los nitritos de
amilo y butilo provocan vasodilatación enérgica arteriolar y capilar. Por descenso de la tensión arterial,
los nitritos a dosis elevadas y continuadas pueden provocar colapso, sobre todo en posición erecta.
Las cetonas, en cambio, provocan hipertensión pulmonar por efecto directo vasoconstrictor de los
vasos sanguíneos.
Los ajustes circulatorios pueden originar disminución de la filtración glomerular y, por tanto, oliguria y
retención de sodio.
Los compuestos halogenados provocan, todos ellos, alta toxicidad hepática. El anestésico metoxiflura-
no es también muy tóxico para el riñón y su empleo se limita a anestesias muy cortas.
En la lectura que introduce el tema se apuntan alteraciones en Juvenal por afectación del SNC y, de
seguir con el consumo frecuente de inhalantes, emergerán otras patologías de carácter irreversible e
invalidante como las citadas en este apartado.
2.4. TOLERANCIA
Los disolventes volátiles provocan tolerancia con bastante rapidez, en función de la frecuencia e inten-
sidad del consumo (Páez-Martínez y cols., 2003b).
La mayor parte de consumidores inhalan cantidades crecientes si desean mantener los efectos
iniciales. Ello se debe a la disminución de la sensibilidad del SNC a la sustancia.
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Para lograr la desaparición de la tolerancia es preciso mantener abstinencia del producto durante dos
o tres semanas. Aunque Juvenal quizás no sea consciente de ello (ver lectura), la frecuencia e inten-
sidad de inhalación de cola de zapatero habrá ido aumentando desde que comenzó a consumir. Con
sólo tres semanas de abstinencia, desaparecería su tolerancia y remitirían buena parte de las com-
plicaciones físicas que presenta, aunque su situación de niño de la calle no propicia la interrupción
del consumo.
Los efectos de las sustancias volátiles son muy rápidos, por lo que su consumo activa de forma inten-
sa los mecanismos de refuerzo y consolida la conducta que se acaba de realizar. En la dependencia
psicológica, también debe considerarse el mecanismo compensatorio que implica el condiciona-
miento clásico, entendido como aprendizaje. Así, estímulos asociados a consumir la sustancia actúan
como un detonante y cuando el usuario se encuentra ante ellos tiene una elevada probabilidad de
vivenciar un estado compulsivo orientado a consumir.
La dependencia física se describe como un estado adaptativo que se produce cuando se deja
de administrar la droga y que se caracteriza por la presentación de un síndrome de absti-
nencia específico.
Ejemplo
A este cuadro se le llama en México la cruda (resaca) y se manifiesta en muchos usuarios por las
mañanas, al despertar. Algunos se llevan la droga junto a la cama, para inhalar rápidamente si se
despiertan por la noche (De la Garza y Vega, 1983).
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Es bien conocida la gran dependencia que desarrollan los trabajadores que manipulan nitritos, que
experimentan muchas molestias físicas los fines de semana y para evitarlas han de llevarse a casa
una porción del producto en el bolsillo. A este cuadro de abstinencia ligera se le denomina la enfer-
medad del lunes.
A pesar de estas evidencias, el DSM-IV-TR no considera, en los criterios diagnósticos de los trastornos
relacionados con sustancias, el síndrome de abstinencia a inhalantes (2002), concretando que no se
halla bien documentado y que no es clínicamente significativo. La sección destinada a los inhalantes es,
con diferencia, la más breve del manual en comparación con las del resto de sustancias. El DSM-V
debería reconsiderar la posibilidad de incluir el diagnóstico a partir de las evidencias recabadas tanto
en investigación preclínica como en humanos (Perron y cols., 2009b).
El paso de los gases desde la sangre arterial a los tejidos depende de los mismos factores. A mayor solu-
bilidad en la sangre y los tejidos, más lenta es su eliminación y en consecuencia la duración del efecto.
Los disolventes atraviesan fácilmente la placenta y, como veremos más adelante, tienen efectos tóxi-
cos sobre el embrión y el feto.
Hasta 1965 se creyó que gases y vapores se eliminaban sin transformación. Se ha demostra-
do que al menos entre el 5 y el 20% de las sustancias son transformadas, pudiendo aparecer
derivados sumamente tóxicos, sobre todo en el caso de los halógenos.
El metabolismo se efectúa esencialmente por los microsomas hepáticos a través del citocromo P-450
en presencia de oxígeno molecular y del NADPH (nicotinamida adenindifosfonucleótido reducido).
La excreción de los disolventes se realiza en un 90% del total por los pulmones. El resto, por la orina,
sudor y luz intestinal.
La eliminación es muy variable según la sustancia. Ésta es lenta para el éter y el halotano y rápida para
el óxido nitroso y el ciclopropano.
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2.8. INTERACCIONES
Cuando el consumo es agudo, los disolventes volátiles ejercen efectos aditivos por ingesta simultánea
con el alcohol u otras sustancias con efecto depresor. Cuando es crónico, se establece tolerancia cru-
zada entre la mayoría de disolventes y el alcohol y otros depresores del sistema nervioso central. Cabe
recordar que la tolerancia cruzada comporta que el individuo que ha desarrollado tolerancia a una
sustancia también la presenta para otra, aunque nunca la haya consumido con anterioridad.
Los datos relacionados con la toxicidad y metabolismo de la exposición a dos disolventes volátiles se cono-
cen a partir de casos únicos que demandan atención sanitaria. Por motivos éticos, toda la investigación
sistemática en este campo debe limitarse a estudios desarrollados con animales de experimentación.
De los resultados de las investigaciones con roedores se deduce que por administración simultánea de
benceno, m-xileno, estieno otricloroetileno se origina supresión del metabolismo del tolueno. Mientras
que el hexano, el etil-acetato y el 1.1.1. tricloroetano no modifican el metabolismo del tricloroetileno.
La supresión mutua del metabolismo tiene lugar entre dos disolventes cuando se administran juntos si
ambos son metabolizados (especialmente oxidados) por los microsomas hepáticos, en tanto que no
ocurre así si uno de los dos no entra en la oxidación microsomal hepática.
Acción y efectos – Sistema nervioso central (SNC). Acción depresora (excepto el alcanfor que es
estimulante) mediante agonismo sobre los receptores GABAA, de la glicina y 5TH-3
y antagonismo sobre los receptores NMDA. Perturbación transmisión sináptica
que impide la correcta integración de la información sensorial.
– Sistema nervioso periférico (SNP). Depresión de las sinapsis medulares
y de la unión neuromuscular (excepto óxido nítrico y ciclopropano). Hiperglucemia
por descarga simpático- adrenal.
– Aparato respiratorio. Depresión central y periférica (con excepciones como el
alcanfor que es estimulante).
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Dependencia – Psicológica. Intensa aunque casi siempre se niega («puedo dejarlo cuando quiera»).
– Física. Existencia demostrada, aunque se manifiesta de modo inespecífico y los
síntomas desaparecen con la inhalación del producto. Por ejemplo, en los nitritos
volátiles, hay un síndrome de abstinencia grave con dependencia física intensa
que puede producir isquemia de miocardio.
Farmacocinética – Absorción. En los alvéolos y es muy rápida. Acceso a los tejidos dependiente
de la liposolubilidad.
– Metabolismo. Entre el cinco y veinte por ciento, se transforman por los microsomas
hepáticos (citocromo P-450) en derivados sumamente tóxicos.
– Eliminación. Noventa por ciento en los pulmones y el resto por la orina, sudor
y luz intestinal. Ritmo muy variable según la sustancia.
Interacciones Datos en relación al alcohol. El consumo agudo ejerce efectos aditivos mientras
que con el consumo crónico se establece tolerancia cruzada.
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• Sistema nervioso. La afectación de este sistema puede provocar cuadros convulsivos y status epi-
léptico, así como atrofias difusas del SNC. Entre las lesiones degenerativas, destaca la afectación
de sustancia blanca de las vías nerviosas centrales (cuerpo calloso) y periféricas; puede llegarse
a estados de desmielinización con clínica similar a la de la esclerosis múltiple.
Se ha descrito casos de disminución de la agudeza de los sentidos (vista, oído y olfato), de lenti-
ficación motora y alteraciones en la conducta motora espontánea. Ello se debe a la atrofia de los
nervios craneales y de las vías del sistema nervioso periférico en general.
Los estudios con resonancia magnética han evidenciado que, tras 4-7 años de consumo crónico,
existen lesiones relacionadas con los efectos tóxicos en su mayoría irreversibles (Geibprasert y
cols., 2010). Éstas se observan en la sustancia blanca periventricular, la cápsula interna, el cere-
belo y los pedúnculos cerebelosos, y su magnitud se relaciona con la severidad de los déficits neu-
rológicos y cognitivos. También se observa dilatación ventricular, atrofia difusa del hipocampo, y
de la corteza cerebral y cerebelosa. Con el consumo de tolueno existen además afectaciones en
el tálamo y los ganglios basales en un porcentaje de entre el 30-50% de los pacientes.
Entre los correlatos cognitivos de estas alteraciones, se hallan déficits en aprendizaje, memoria y
conducta operante (velocidad de respuesta y capacidad de discriminación de estímulos), así como
del procesamiento de información –adquisición e integración– tanto de material verbal como no
verbal y la habilidad para resolver problemas (Quintanar y cols., 2000).
Existen evidencias del desarrollo de patologías neurológicas como la ataxia cerebelosa, la neuro-
patía craneal y periférica, la encefalopatía aguda o crónica, el parkinsonismo secundario al con-
sumo de disolventes y diversos cuadros de demencia.
Pueden aparecer también trastornos psiquiátricos como cuadros psicóticos agudos no reversibles,
distimias, ansiedad, ataques de pánico y sintomatología de déficit de atención.
El impacto anatómico y funcional de los disolventes sobre el sistema nervioso suele ser de mayor
severidad a edad de inicio de consumo más temprana. Ello se halla en consonancia con el hecho
de que niños y adolescentes requieren dosis más elevadas de sustancias psicoactivas para
conseguir efectos conductuales similares pero, en cambio, son más vulnerables a sus efectos
tóxicos (Lubman y cols., 2007).
• Sistema respiratorio. A nivel pulmonar se produce lesión de las membranas alveolares por diso-
lución de sus fosfolípidos, bronquitis crónicas, hemorragias nasales de repetición y posibilidad de
desarrollar enfisema y edema de pulmón fulminante.
• Sistema cardiovascular. Existe la posibilidad de que se produzca toxicidad cardíaca por acción
directa sobre el músculo cardíaco o a través de las catecolaminas circulantes, y ello puede pro-
vocar arritmias, fibrilación ventricular y paro cardíaco.
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• Sistema hepato-renal. Los efectos hepáticos pueden ser graves e irreversibles, con el desarrollo
de esteatosis y citolisis, hepatitis tóxica, cirrosis y cáncer de hígado. La exposición reiterada a
disolventes volátiles produce afectación del parénquima renal, con hematuria, proteinuria y piuria,
acidosis metabólica y trastornos hidroelectrolíticos tales como hipopotasemia, hipocalcemia, hipo-
fosfatemia e hipercloremia. Los efectos sobre el sistema renal pueden desembocar en una insu-
ficiencia renal irreversible y necrosis tubular. El tolueno es una de las sustancias más agresivas
con este sistema.
• A nivel dermatológico son frecuentes las lesiones con una desecación importante de la piel y la
mucosa perioral, en especial en consumidores que utilizan bolsa de plástico. La mala evolución de
éstas puede conducir a infecciones y piodermas perinasales. Según el producto en las zonas
de contacto también pueden producirse quemaduras.
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El tratamiento de las intoxicaciones agudas puede constituir una urgencia médica con grave-
dad variable. Sin embargo, rara vez el usuario o sus compañeros hacen demanda de ayuda por
conocer la remisión sintomatológica de la intoxicación, por las características de marginación
en las que pueden hallarse o por desconocimiento de los riesgos que entraña.
Cuando un usuario habitual presenta embriaguez sin depresión, no es necesaria una actuación espe-
cífica. Las medidas que se deben tomar son:
Cuando se conoce la composición de lo inhalado, el equipo de urgencias tomará las medidas adecua-
das y administrará los medicamentos indicados en la forma más pertinente. En ocasiones, debe pro-
cederse al lavado gástrico, y es importante la monitorización del ritmo cardíaco y la corrección de las
alteraciones electrolíticas. Asimismo, puede ser necesaria la administración de oxígeno suplementario
e, incluso, la instauración de ventilación mecánica. Esta temática puede ampliarse en el texto electró-
nico «Principios de urgencias, emergencias y cuidados críticos», de Gil-Cebrián y cols. (2012).
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Detectar el daño embrionario en humanos es muy difícil, entre otros motivos porque las inhaladoras
femeninas son, en su mayoría, politoxicómanas cuando llegan a la edad de procrear. A pesar de ello,
una cantidad importante de mujeres jóvenes en edad fértil (18-25 años) consume inhalantes aunque
sea combinados con otras drogas; sólo en EE. UU. se estimó en 2004 que eran 1,6 millones (Substance
Abuse and Mental Health Services Administration, 2005).
Los estudios realizados con embarazadas que trabajan en contacto con tolueno en sus puestos de tra-
bajo han registrado un número significativamente mayor de retrasos en el crecimiento fetal intrauteri-
no. También se ha descrito embriopatía en hijos de madres expuestas al tolueno en el trabajo durante
la gestación. Éstos presentan un cuadro parecido al del síndrome alcohólico fetal: microcefalia, dis-
función del SNC, retraso del desarrollo intelectual y físico y malformaciones leves, con disminución de
la hendidura palpebral y dedos en espátula con uñas hipoplásicas.
En mujeres que consumen disolventes junto con alcohol, se potencia la casuística y las manifestacio-
nes del síndrome alcohólico fetal.
Se requiere estudios prospectivos en humanos bien controlados sobre los efectos de la exposición pre-
natal a disolventes volátiles, ya que en la actualidad la información disponible no permite establecer
relaciones inequívocas con trastornos del desarrollo o defectos congénitos específicos (NIDA, 2011).
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Al tener una afinidad particular por el SNC los disolventes pueden interferir en el funcionamiento
de uno o varios de los elementos de dicho sistema. Así como se conocen bastante bien los efectos de
una intoxicación aguda como resultado de una exposición única a fuerte concentración, los cono-
cimientos concernientes a la exposición prolongada a los disolventes industriales son solamente
parciales. A la luz de los conocimientos actuales sobre los efectos neurotóxicos de la exposición
continuada se puede proponer un modelo que sitúa las diferentes etapas del deterioro de la salud en
un continuum, desde un estado óptimo de bienestar hasta la aparición de las enfermedades graves.
Estos síntomas desaparecen generalmente cuando cesa la exposición. Pero la naturaleza transitoria de
los síntomas hace que se les preste poca atención, salvo cuando la gravedad e intensidad de los mis-
mos impiden el cumplimiento de la tarea laboral. Los trastornos pueden ser percibidos casi diariamente
por las personas expuestas sin darles importancia.
Otros tipos de alteraciones aparecen después de muchos años de exposición, dependiendo de la con-
centración y el tiempo. Se trata de fatiga excesiva, ansiedad, pérdidas de memoria, dificultad de concen-
tración... Para muchos autores estos síntomas constituyen los primeros indicadores de la alteración de
las estructuras o de las funciones del sistema nervioso.
Existen cuestionarios referentes a síntomas de disfunciones del sistema nervioso que se administran
a los trabajadores expuestos a los disolventes, con el objeto de efectuar exámenes psicométricos y
neurológicos más completos cuando las respuestas afirmativas sobrepasan el umbral fijado para su
categoría de edad. En determinados países, el pase de cuestionarios a los trabajadores en este tipo
de industrias es periódico (Suecia, Dinamarca, Canadá).
En los países escandinavos se conoce, desde hace muchos años, un síndrome psicoorgánico llamado
neurasténico o síndrome del pintor, en el que se manifiestan irritabilidad, nerviosismo y períodos de
angustia. Aunque este síndrome puede tener distintas etiologías, se ha demostrado que es muy
frecuente en las personas expuestas a los disolventes orgánicos.
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Estos síntomas se pueden acompañar de atrofia cortical y de una reducción del flujo sanguíneo cere-
bral. Estudios recientes utilizando técnicas de neuroimagen demuestran que los problemas persisten
después de la supresión del contacto con el tóxico.
Son conocidos los efectos adversos de los disolventes en el medio industrial. Destacan las alteracio-
nes del sistema hematopoyético, por depresión de la médula ósea, la polineuritis y la depresión del sis-
tema inmunitario. Y en el caso del percloroetileno –empleado en las limpiezas en seco–, graves
disfunciones renales.
A la luz de los conocimientos acumulados, los gases anestésicos constituyen un riesgo ocupacional
importante para los anestesistas, cirujanos y personal de enfermería destinado en los quirófanos.
Los anestésicos volátiles se emplean no solamente en los espacios de inducción anestésica, sino
también en los mismos quirófanos, zonas de despertar anexas, salas de partos y clínicas dentales.
Son numerosos los estudios publicados que han descrito, en el personal sanitario en contacto con
anestésicos volátiles, afectaciones hepáticas, renales o del SNC y éstas se han recogido también en
los tratados de farmacología, puesto que ocupan un lugar importante en la práctica de la anestesia qui-
rúrgica.
En las zonas citadas anteriormente se detectan concentraciones de los anestésicos, líquidos o gaseosos
y extremadamente volátiles, más o menos elevadas en función de la mayor o menor ventilación existente.
Si no se dispone de sistemas especiales de reducción de los residuos de estos gases, las concentracio-
nes de óxido nitroso pueden llegar a cientos de partes por millón (ppm), y las de halotano y derivados a
decenas de partes por millón (ppm, unidad de medida de la concentración de sustancias en aire).
Algunos de estos gases son éteres polihalogenados con una estructura química parecida a la de cono-
cidos agentes carcinogenéticos. Desde el punto de vista experimental, se ha demostrado que todos los
gases anestésicos utilizados por inhalación son teratógenos y que el cloroformo, tricloroetileno, fluoro-
xeno y halotano son mutagénicos, carcinogénicos o ambas cosas.
Las asociaciones profesionales de los distintos países han establecido normas de prevención de
la exposición del personal sanitario a concentraciones elevadas de gases anestésicos.
Las medidas recomendadas por los organismos implicados son eficaces y, en algunos países, obli-
gatorias. En España, el Instituto Nacional de Seguridad e Higiene en el Trabajo muestra interés en este
tema, pero hay muchos quirófanos y salas de dentistas, de partos, etc., donde las medidas de segu-
ridad no se cumplen. Es necesario que las normativas adecuadas se cumplan para evitar la aparición
de trastornos congénitos en la descendencia, conocidos entre el personal femenino de los hospitales.
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El óxido nitroso, considerado tradicionalmente como un gas inerte, se ha revelado capaz de provocar
cuadros de agranulocitosis y de degeneración combinada subaguda de la médula ósea en la anemia
perniciosa por oxidación de la forma activa I de la vitamina B12 a sus formas inactivas II y III en per-
sonas sometidas a tratamiento en el pulmón de acero.
LA GUERRA QUÍMICA
Casi todos los gases tóxicos fabricados para fines bélicos son derivados halogenados y, en su mayo-
ría, clorados. Por sus efectos se agrupan en:
– Asfixiantes.
– Vesicantes.
– Gases lacrimógenos.
– Estornutatorios.
– Productores de cortinas de humo.
Las dos primeras categorías son sumamente tóxicas y una breve exposición puede acarrear gra-
ves lesiones o la muerte. Los gases asfixiantes causan deficiencia de oxígeno sin interferir en la
mecánica de respiración y los vesicantes producen ampollas en la piel.
Los alemanes lanzaron el gas tóxico iperita («gas mostaza») en la Primera Guerra Mundial (1914-1918)
sobre el territorio de Ypres en Bélgica, cuyas principales propiedades eran vesicantes de tegumentos
e irritante de las vías respiratorias. Durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) se desconoce que
fueran empleados gases tóxicos.
En la guerra del Vietnam (1961-1975) el ejército estadounidense empleó como defoliante arbóreo la
dioxina o TCDD (tetraclorodibenzol), producto diez mil veces más tóxico que el cianuro, insoluble en
agua pero sí en las grasas. Este compuesto no es volátil y para poder fumigarlo desde los aviones se
emplearon soluciones propelentes que sí lo eran, aumentando si cabe la toxicidad. Muchos nativos y
soldados americanos murieron o enfermaron de modo irreversible. El producto es además un potente
cancerígeno y teratógeno, al mismo tiempo que persiste durante años en el suelo contaminado.
Las fábricas de las multinacionales continúan sintetizando TCDD, al parecer indispensable para la
moderna industria, aunque la producción se verifica en lugares distintos, lejos de las sedes de los
países superdesarrollados. Varias catástrofes ecológicas y humanas han sucedido ya por esta sustan-
cia (llamada también agente naranja) por escapes de gases que la llevaban en suspensión. Así fue en
Seveso (Italia) en 1976 y más recientemente en México y en la India.
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Ejemplo
Se utilizaron gases clorados en Afganistán (1979-1988) y en el conflicto del Golfo por parte de Irak
(1991). En ambos casos el hecho ha sido negado aunque las lesiones de los soldados lo confirmen.
En el síndrome del desierto de la guerra del Golfo quedaron afectados cerca de 72.000 soldados que
tuvieron que recibir tratamiento en los hospitales de veteranos o en clínicas privadas.
Hay personas afectadas con sólo seis días de estancia en Irak. El tipo de síntomas y el olor a deriva-
dos del petróleo que exhalaron los enfermos durante ese tiempo revelan la impregnación por disolven-
tes volátiles. Sin embargo, como existía contaminación ambiental por los proyectiles empleados y por
ciertos gérmenes procedentes de la guerra bacteriológica (no admitida) y/o endemias locales del Golfo,
la medicina militar no asumió nunca que dichas consecuencias fueran un síndrome psicoorgánico. Se
afrontó las demandas de los afectados por los graves problemas de salud que soportaron calificándo-
los de trastornos psicológicos.
El DDT (diclorodifeniltricloroetano) se ha utilizado con profusión para las plagas del campo. Por su gran
eficacia se empleó en la Segunda Guerra Mundial para suprimir las parasitosis de los soldados. Más
tarde su uso en fumigaciones se extendió a todos los campos domésticos, empleándose bajo nume-
rosas formas de uso diario y corriente (fumigaciones, colonias infantiles, champús contra los piojos,
lociones, etc.). Se ha prohibido en todo el mundo por su toxicidad.
El DDT se ha sustituido por otros compuestos que llevan la etiqueta de no nocivos, aunque sus
fórmulas indican lo contrario.
Actualmente los insecticidas de uso doméstico se fabrican a partir de piretrinas (ésteres de un queto-
alcohol), originarias de un tipo de crisantemo de las regiones mediterráneas. Por la gran demanda de
piretrinas se producen por síntesis. Estas sustancias son insecticidas y no tóxicas por sí mismas, aun-
que los sprays por medio de los cuales se pulverizan son derivados halogenados.
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El ozono se encuentra en las capas superiores de la atmósfera. La amplitud de esta franja varía según
la situación, entre 12 y 32 kilómetros. El ozono es una forma alotrópica del oxígeno. Mientras éste tiene
en su molécula dos átomos de oxígeno, el ozono tiene tres (O3). El ozono puede originarse por la acción
de una descarga eléctrica o de los rayos ultravioleta sobre el oxígeno del aire. Es un gas irritante y fuer-
temente oxidante que tiende a descomponerse desprendiendo oxígeno. El ozono ejerce una acción fil-
trante protectora sobre determinadas radiaciones ultravioleta, lo que permite que la vida sea posible
en el planeta.
La medición de la capa de ozono por parte de los especialistas (NASA, satélites y las dos primeras
expediciones a la Antártida en 1991 y 1993) permitió comprobar que el ozono se destruye a una velo-
cidad mucho mayor que la de su regeneración. Susan Solomon, jefa de dichas expediciones afirmó que
la pérdida del ozono se realiza sobre todo a expensas de la emisión a la atmósfera de disolventes halo-
genados. En las dos décadas que han transcurrido, el problema no ha hecho más que agravarse y los
únicos interesados en dar cuenta de ello parecen ser los ecologistas.
Una molécula de cloro tiene una acción catalítica que puede destruir más de 100.000 moléculas
de ozono.
Por otra parte, las moléculas de los CFC (clorofluorocarbonos) tardan cincuenta años en llegar a la capa
de ozono, con lo que los efectos más graves aún no se han hecho sentir.
El deterioro de la capa de ozono se llama agujero de ozono y se halla en la Antártida (la temperatura
de -70º favorece el fenómeno), pero hay otras zonas frías del planeta en las cuales se detecta una pér-
dida de ozono del 30 por ciento, como en el norte de Nueva Inglaterra. Las intensas emanaciones del
volcán filipino Pinatubo, ricas en azufre, se unen a los CFC para empeorar la situación.
La disminución del ozono ha provocado en los lugares de la Tierra más cercanos al sol un aumen-
to del 15 al 20% de cáncer maligno de piel (melanoma), cataratas y otras afecciones de la vista.
También se relaciona con la destrucción del fitoplancton, la disminución de la fotosíntesis y la
degeneración del ADN.
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Ante la gravedad de las circunstancias, 70 países firmaron en 1987 el protocolo de Montreal con el
compromiso de que en el año 2000 se eliminaría totalmente la producción de CFC, componentes hasta
hace muy poco de la mayoría de los gases propelentes de los aerosoles. La mayoría de los países desa-
rrollados han eliminado el 90% de la producción de CFC para sprays; sin embargo, en la industria far-
macéutica no se ha encontrado el sustituto adecuado.
Noventa países afirmaron los acuerdos de Copenhague del 24 de noviembre de 1992 donde se reguló:
CFC
En 1996 quedó prohibido fabricar y consumir CFC, que será sustituido por otras sustancias. El uso de
HCFC (hidroclorofluorocarbonados) se estableció que sería reducido hasta dejarlo en niveles fijos, en
2013, e iniciar el proceso de reducción en 2015 hasta su completa eliminación en el año 2030.
Los CFC o clorofluorcarbonados se llaman también freones como denominación común y han sido, aun-
que está disminuyendo su uso, los más empleados como gases propulsores de los aerosoles.
HALONES
Son gases halogenados con bromo en su molécula. Son los componentes principales de los extintores
y también de herbicidas y pesticidas. Se acordó que no se ahorrarían esfuerzos para reducir las emi-
siones a la atmósfera de metilenbromuro –más nocivo aún que los CFC para la capa de ozono– y que
se prohibiría en 1994. Más adelante se dijo que se procuraría reducir su uso en el año 2000 y no fue
hasta 2005 que quedó finalmente prohibido por el protocolo de Montreal. Sin embargo, el protocolo
prevé una excepcionalidad para usos críticos agrícolas, siempre y cuando se demuestre que no existen
alternativas viables. España sigue solicitando prórrogas de exención para la biofumigación agrícola,
ignorando otros posibles sistemas mucho más conservadores con el medio ambiente.
Para tener una idea del interés que despierta la conservación de la atmósfera, basta saber que el fondo
de ayuda a los países del tercer mundo, instituido a los CFC, fue dotado en 1993 con 13.000 millones de
pesetas y en 1994 con 13.100 millones.
Hasta ahora el 60% de los recursos que las empresas dedican al medio ambiente corresponde
al gasto en abogados para afrontar los pleitos presentados por los grupos ecologistas.
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El logotipo ecológico de la Unión Europea, modificado en 2010, combina las estrellas de la conocida
bandera europea con una hoja para representar la naturaleza y la sostenibilidad. Existen diversos pro-
ductos de envases de sprays, insecticidas y aerosoles domésticos que indican explícitamente la carencia
de CFC aunque, en muchos casos, no tienen reconocimiento oficial y sólo representan un reclamo publi-
citario en el que incluso utilizaban logos parecidos al ecológico de la Unión Europea antiguo (una mar-
garita ovalada).
En la Cumbre Climática que se celebró en Durban en diciembre de 2011, se consensuó un pacto que
no cerró el reparto de emisiones de gases invernadero, con la prórroga de Kioto casi en solitario apo-
yada exclusivamente por la Unión Europea y sin decidir hasta cuando. En 1997, en Kioto, se acordó la
reducción de la producción de gases de efecto invernadero en el 5,2%, que no sólo nunca se ha
cumplido, sino que desde 1997 las emisiones mundiales han crecido un 49% y, en 2010, se constató
un importante repunte de ellas. China, India, EE. UU., Rusia y Japón, por este orden, son los países con
más emisiones y también aquellos que más trabas están poniendo a realizar progresos en la reduc-
ción de emisiones.
En Durban también se acordó la estructura del Fondo Verde del Clima que, a partir de 2020, debe apor-
tar 74.800 millones de euros al año de los países ricos a los que están en desarrollo, aunque no se
avanzó en las fuentes de financiamiento de tal partida económica.
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En este apartado desarrollaremos los datos epidemiológicos en relación a las tasas de consumo, carac-
terísticas del individuo consumidor y los efectos buscados por éste así como el patrón de uso al trans-
currir el tiempo.
A finales de la década de los 90 del siglo pasado, se produjo un auge en el interés tanto para desa-
rrollar estudios epidemiológicos como para conocer las consecuencias del consumo de disolventes
volátiles. Se definió el fenómeno como la «epidemia silenciosa que no cesa de crecer» (Ballard,
1989) y, si bien los datos de la última década en algunos países muestran una tendencia al descenso,
éstos siguen resultando elevados y merecedores de toda la atención tanto de instituciones como de
profesionales en desarrollar estrategias de prevención e intervención (Marsolek y cols., 2010).
Australia, Canadá y EE. UU. destacan como países en los que se viene trabajando para acotar la inci-
dencia del consumo de disolventes volátiles, con informes y monografías de expertos que se publican
con periodicidad.
Los datos más recientes de que se dispone en EE. UU. (Johnson y cols., 2011) aportan unos índices de
uso de inhalantes en el último año en niños y adolescentes de alrededor del 6%, siendo éstos mayo-
res en el grupo de menor edad considerado (13-14 años) e inferiores en el de mayor edad (17-18 años).
Cabe destacar que, si bien más del 80% desaprueban el consumirlos, la percepción de riesgo de rea-
lizar uno o dos consumos tiende a disminuir entre 2001 y 2009 (último año registrado), con sólo el
40% que manifiesta considerarlo muy peligroso.
También en EE. UU., existen estimaciones globales que sitúan en 2,6 millones los niños que experi-
mentan con algún uso de inhalantes y cerca de medio millón que lo hacen mensualmente. Los inha-
lantes se sitúan en cuarto lugar como sustancia más usada, tras el alcohol, el tabaco y el cannabis,
en los estudiantes de bachillerato y sólo un 10% de los padres con hijos que usan inhalantes conocen
o aceptan el hecho (Alliance for the Consumer Education, 2007).
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Con referencia al sexo, los datos epidemiológicos de los últimos años muestran que se está igua-
lando la prevalencia de consumo en ambos sexos en edad temprana. A partir de los 18 años, en cam-
bio, se observa una prevalencia superior en varones, la cual puede duplicar la de las mujeres. También
la de individuos con diagnóstico de dependencia es muy superior en hombres que en mujeres.
Por último, la raza o el origen étnico tampoco aporta grandes diferencias en las tasas de consumo, si
bien éstas son inferiores en jóvenes afroamericanos que en los de raza blanca o los hispanos.
En Japón, la inhalación de disolventes, en la década de los 90, era uno de los principales problemas
de adicción, junto con los problemas del abuso de alcohol y de anfetaminas (http://archives.drugabu-
se.gov/pdf/monographs/download148.html). El consumo de disolventes empezó a crecer en Japón a
partir de 1967 y, en 1980, fueron arrestadas 40.433 personas por inhalar cola (en Japón este hecho
constituye un delito), mientras que las detenciones por posesión ilegal de anfetaminas fueron de sólo
20.200 personas. Si bien trabajos de autores japoneses mencionan el descenso en los últimos años
del consumo de disolventes volátiles, no existen datos epidemiológicos recientes accesibles.
La Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD) publicó en 2006 el primer estu-
dio comparativo sobre uso de drogas en población escolar de secundaria (12-17 años) en 9 países
sudamericanos (Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay). Las figu-
ras 4 y 5 recogen los datos para los inhalables en prevalencia de vida y en el último año según edad.
Figura 4. Prevalencia de vida de consumo de inhalables por país en el total y según sexo.
Fuente: Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD), 2006. PÁGINA
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Los inhalantes son la segunda droga –tras la marihuana– de mayor consumo entre los estu-
diantes de secundaria y, en más de un país, incluso la de mayor consumo considerando tanto la
prevalencia de vida del consumo como el consumo más frecuente de drogas. Así pues, éstos
superan la tasa de prevalencia de consumo de la cocaína y la pasta base. También se observa
una igualación entre sexos en el consumo al analizar la prevalencia de vida.
En cuanto a la consideración de la edad, el patrón de consumo difiere del de los EE. UU. En los países
del estudio, el consumo de inhalantes presenta su nivel máximo entre los 15 y 16 años de edad y se
mantiene bastante similar en el grupo de 17 años o más. Como en otros estudios epidemiológicos,
tampoco en éste se ha recogido información detallada sobre el tipo de sustancias inhaladas con mayor
frecuencia.
Brasil –país en el que se centra la lectura comentada– es con diferencia el país con la prevalencia más
elevada de consumo, independientemente de la consideración del sexo y de la edad. Los picos del con-
sumo más alto en Brasil se hallan, en general, en las edades de 15 a 17 años, con tendencia a exten-
derse a los menores de 15 y a los mayores de 17. Además, el 10% de escolares manifestó que consume
inhalantes de forma habitual.
Se presenta los datos de consumo de países europeos en el último apartado de este tema.
En general se acepta que las estadísticas mundiales infravaloran la problemática del consumo de disol-
ventes volátiles, tanto de aquellos individuos con un uso esporádico o experimental como de los consu-
midores habituales (Martino y cols., 2009; Marsolek y cols., 2010). Ello supone un problema significativo
que debe superarse en el futuro si se quiere disponer de información fiable y válida que pueda trasla-
darse y beneficiar tanto el ámbito preventivo como el de tratamiento.
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– Baja autoestima.
– Temor exagerado ante personas, lugares y situaciones desconocidos.
– Poca tolerancia a la frustración.
– Elevada impulsividad y búsqueda de sensaciones.
– Baja o nula percepción del peligro.
– Presencia de sintomatología depresiva y/o ansiosa.
– Agresividad y conducta asocial.
– Presencia de intentos de suicidio.
– Dificultades para objetivar razonamientos y problemas.
– Yo dependiente, en gran parte sustituido por la identidad del grupo.
– Dificultades de orientación temporoespacial.
– Dificultades de atención, concentración, memoria, expresión, comunicación y relación.
– Lenguaje y vocabulario deficiente y estereotipado.
– Obtención de bajos coeficientes de inteligencia en los tests convencionales.
– Poca o nula motivación para efectuar aprendizajes dirigidos y/o sistematizados.
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La población infantil y juvenil con estas características se halla naturalmente en muestras sesgadas,
afectadas ya en sus orígenes y que acceden a tratamiento por presentar problemáticas por las cuales
se les atiende en centros muy determinados: establecimientos psiquiátricos, remitidos por la poli-
cía, hogares de la protección de menores, tribunales, etc., donde el problema del consumo de disol-
ventes puede quedar soterrado durante bastante tiempo entre la abrumadora conflictividad social.
Estos niños del «cuarto mundo» pueden encontrarse en ciertos barrios urbanos y suburbanos y en las
ciudades del cinturón de grandes ciudades, por ejemplo, inhalando de su bolsa de plástico en pleno
día y pidiendo dinero a los viandantes al mismo tiempo. Generalmente van en grupos de tres o cua-
tro e inhalan con preferencia colas de impacto. Tampoco es insólito en estos medios ver niños
pequeños manipulando los carburadores de las motos con objeto de inhalar vapores de gasolina. En
ambos casos, la edad de los niños es mucho más baja que la promedio de las encuestas: está entre
los 6 y los 12 años (Quintanar y cols., 2000; Empez, 2011).
Parece básico –como en casi todas las drogas– el rol del grupo de amigos, entre los que el adolescente
busca apoyo, comprensión o identidad.
– La búsqueda de evasión.
– La búsqueda de gratificación o sensaciones fuertes.
– «Porque es excitante, peligrosa y no gusta a los mayores...».
– «Porque me hace sentir bien...».
– «Porque sí...».
Tanto en el consumo marginal de disolventes como en el no marginal, los inhaladores habituales tie-
nen padres alcohólicos en proporción mayor que los otros niños. Así, existe una correlación positiva
entre ser inhalador crónico y padres alcohólicos.
Una de las pocas constantes en referencia al consumo de disolventes es que no se trata práctica-
mente, en ningún caso, de una droga de elección. La motivación para consumir inhalables responde a
su accesibilidad y bajo precio. El inhalador puede simultanear los disolventes o alternarlos con el can-
nabis o el alcohol, y cuando tiene más edad y más recursos económicos pasar a consumir éstos últi-
mos. Ello suele producirse a la edad de 17-19 años y el cannabis es la droga de consumo más
frecuente a la que se cambia (Ballard, 1989).
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La mayoría de consumidores de disolventes volátiles manifiestan que les atrae la euforia rápida
que se alcanza con los inhalables, la sensación de bienestar, la reducción de la ansiedad y la
inseguridad.
El cuelgue o colocón, high en la jerga de las drogas, lo consideran de buena calidad; en la población
marginal hay que tener en cuenta además que se atenúan o desaparecen las sensaciones fisiológicas
de dolor, hambre o frío.
Esta práctica, que generalmente se inicia en grupo, también en muchos casos es proseguida por la
presión al consumo del mismo. En ciertos medios, el acto de inhalación en grupo es un hábito que se
transmite socialmente y constituye una actividad de carácter social, aunque las relaciones establecidas
sean muy rudimentarias y muestren patrones de socialización muy deficientes.
Los educadores de calle y otros profesionales relacionados con el problema del abuso de disol-
ventes afirman que existen grandes oscilaciones en la cantidad de individuos que inhalan, como
si existieran modas en este sentido.
Este hecho se observa con claridad en ámbitos reducidos, cuando muchos chicos dejan de inhalar por-
que una figura líder abandona la práctica, o al contrario, muchos vuelven a la inhalación cuando una
figura representativa recae.
Ejemplo
Así como muchos heroinómanos marginales han iniciado su carrera con los disolventes, empieza a
registrarse el fenómeno a la inversa: algunos heroinómanos al dejar la heroína pasan a tomar gran-
des cantidades de alcohol y otros alternan el uso del alcohol con el de colas, o emplean la cola
exclusivamente.
El hecho puede tener motivos de economía, pero los efectos de los disolventes en los inhaladores habi-
tuales pueden compararse con los de la mescalina, LSD, psilocibina y fenciclidina.
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En el ámbito de los patrones de uso de los disolventes, estamos asistiendo a unos cambios que sólo
podremos reseñar y evaluar dentro de unos años.
Un problema añadido para los profesionales consiste en realizar el diagnóstico del uso de disolventes
volátiles. Éste acostumbra a establecerse por el descubrimiento de una conducta consumidora; en el
40% de los casos de una embriaguez con olor característico. En el diagnóstico se pueden establecer
dos niveles:
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Cuando los padres son capaces de asumir recomendaciones terapéuticas, se intenta establecer
a través de ellos conductas alternativas al consumo de drogas en el afectado, teniendo muy en
cuenta que el bajo nivel intelectual disminuye o anula las posibilidades de abordaje.
Por desgracia, lo más frecuente es que los padres se sientan totalmente desbordados por el con-
flicto y que rechacen el esfuerzo e implicación necesarios en el tratamiento, solicitando, de manera
explícita, únicamente el alejamiento físico urgente del hijo como portador y exclusivo responsable del
problema.
La inhalación supone una necesidad de asistencia para los graves problemas subyacentes, por lo que
el tratamiento exige explorar previamente las necesidades existentes y la función que la droga está
cumpliendo en cada caso, escogiendo las intervenciones más adecuadas y sobre todo posibles.
La función que puede cumplir la droga para una persona en diferentes momentos puede ser:
Recordando los tres puntos fundamentales en las otras drogodependencias, desintoxicación, deshabi-
tuación y rehabilitación, señalaremos que el comportamiento que se debe seguir en la desintoxicación
figura en el apartado 4 sobre actuación en urgencias, y que no existen sustancias específicas que se
puedan emplear en forma de pauta decreciente, como en el caso del alcohol o la heroína. Los recur-
sos medicamentosos que hay que emplear son competencia exclusiva de los toxicólogos y dependen
del tipo de sustancias consumidas y de que éstas se conozcan.
Los síntomas de privación no son específicos en general, por lo que se atiende de manera puntual la
sintomatología (nerviosismo, insomnio, etc.), según los casos.
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En cuanto a la deshabituación, hay que tener en cuenta que la mayoría de los consumidores llegan al
centro de tratamiento traídos por instancias sociales: centros abiertos, educadores, asistentes socia-
les; raramente los padres acuden en demanda de ayuda. La edad de los muchachos dificulta su incor-
poración a centros con programas para otros dependientes y aquellos que los aceptan suelen indicar
una efectividad mínima de sus programas de tratamiento para estos casos. A pesar de ello, es muy
rara la existencia de centros especializados de tratamiento.
La reciente revisión Cochrane sobre tratamiento para el abuso y la dependencia de inhalantes, mues-
tra la realidad actual de este campo de trabajo (Konghom y cols., 2010). Concluye la inexistencia de
estudios clínicos controlados randomizados que permitan realizar conclusiones sobre beneficios, ries-
go y costes del tipo de abordaje terapéutico aplicado; partieron de 182 referencias publicadas de las
que ninguna cumplió criterios.
Ejemplo
Como ejemplo, el trabajo publicado por Gutiérrez y Vega (1999) proponiendo las directrices de un
programa de reducción de daños para la inhalación de tolueno en niños de la calle de México. Si
bien la productividad científica de los autores ha tenido continuidad, nunca han aportado resultados
de la implementación de su programa.
– Ayudar a relajarse en una atmósfera amistosa estableciendo una relación cálida y de confianza.
– Animar para que hable de sus problemas y escucharla.
– Movilizar a la familia y la ayuda profesional multidisciplinar, implicando tantos adultos como sea
posible para ayudar y cuidar al individuo.
– Aconsejar sobre la dieta, higiene, ejercicios respiratorios y rutina diaria.
– Enseñar a la persona cómo dirigir y modificar su propio comportamiento.
– Aconsejar sobre una retirada gradual de la drogodependencia sin pedir una abstinencia inmediata
y sin amenazas de castigo.
– Buscar alternativas de actuación al abuso de disolventes, cuando éste se realiza en respuesta al
aburrimiento, la frustración o la ansiedad.
– Estructurar grupos de discusión en los cuales el afectado pueda oír cómo otras personas han
resuelto con éxito un problema como el suyo.
– Preparar al sujeto para los síntomas de abstinencia, depresión y ansiedad.
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Éstas no difieren mucho de las que se utiliza en consumidores de otras drogas, pero pueden resultar
insuficientes, e incluso impracticables, en algunos inhaladores de disolventes.
Para los niños de la calle se acumulan las lacras de la emigración forzosa, el desempleo, el analfabe-
tismo, la miseria: en suma, la falta de condiciones compatibles con una existencia humana. Y sus
opciones de vida pasan obligatoriamente por la indigencia, la prostitución, la delincuencia y el consumo
de drogas.
Ejemplo
El abordaje de estos niños comporta esfuerzos añadidos, no sólo centrados en el mero tratamiento de
la adicción, sino con un abordaje integral de la problemática. Deberá hacerse énfasis en cubrir, en pri-
mer lugar, las necesidades básicas y la protección de los riesgos a los que estaban expuestos. Tras
un tiempo de estabilización de la situación y de no consumo, se deberá facilitar educación escolar, una
formación ocupacional acorde a sus posibilidades y guiar su proceso de inserción con especial cuida-
do. Dependiendo de la edad de detección del problema, el acompañamiento supondrá varios años de
atención en el que debe participar una diversidad de profesionales con los recursos necesarios.
Todo ello constituye unos tipos de conducta socialmente peligrosa, intolerable para la sociedad que
los genera y, por tanto, condenable y condenada por sus normas y leyes. Leyes que, teóricamente igua-
les para todos, en la realidad diaria segregan e incapacitan al marginado con más fuerza cuanta mayor
es su marginación. Todo ello dificulta la intervención profesional.
Sin un cambio social profundo, los niños de la bolsa en la boca pasarán de ser niños maltrata-
dos a ser habitantes de reformatorio, hospitales, burdeles o cárceles, y cuando sean padres ejer-
cerán el mismo maltrato que sufrieron.
Los trabajadores sociales comprueban a diario cómo, sin necesidad de taras genéticas, la miseria, la
incultura y la enfermedad se trasmiten con la seguridad de una herencia cromosómica. Si bien no cabe
duda de la existencia de una vulnerabilidad genética en el desarrollo de conductas adictivas, los facto-
res ambientales son decisivos en la expresión de dicho fenotipo.
Es muy duro admitir que, dejando aparte la indiscutible toxicidad de los disolventes, lo más alarmante
es que por su facilidad de acceso, el consumo a edades tan tempranas como los cinco o seis años hace
que los hábitos adictivos tengan grandes posibilidades de instaurarse permanentemente, pasando a ser
la drogodependencia el único modo y modelo posible de soportar y entender la vida.
Y al crecer en edad y aumentar los recursos personales, el inhalador se irá convirtiendo en un polito-
xicómano que difícilmente podrá escoger una opción de vida libre de drogas.
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Sin embargo, como han destacado diversos trabajos recientes (Toumborourou y cols., 2007; Williams
y Storck, 2007; Cazzell, 2008), existe la necesidad de establecer medidas preventivas eficaces desde
distintos ángulos y con énfasis en las prácticas de consumo de niños y adolescentes.
Los ámbitos que requieren consideración y esfuerzo, en un futuro inmediato a escala mundial, en el
fenómeno de consumo de inhalantes son (MacLean y D’Abbs, 2011):
Ejemplo
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En la América Latina continúan extendiéndose y agudizándose los problemas sociales. Las caracterís-
ticas del subdesarrollo económico crónico, la estructura sociodemográfica, la desintegración familiar
y los procesos descontrolados de urbanización, son algunas condiciones directas de la marginación y
abandono del niño. Numerosas familias dependen económicamente de las actividades laborales de los
menores. Ellos continúan dependiendo de la seguridad y el afecto que puede brindar la familia. Cuando
el vínculo desaparece, buscan satisfacer sus necesidades en la calle. El menor de la calle es expresión
del abandono a que se ve sometido por la familia. Es un indicador de la extrema violencia y abuso que
se encuentra en muchas familias. Hoy día esta violencia familiar está extendiéndose más y más hasta
las calles.
Siempre tendremos una deuda de gratitud con Fidel de la Garza, psiquiatra mexicano, gran profesional
que nos introdujo las características diferenciales del abuso de disolventes en Sudamérica (y por
supuesto en cualquier continente o país en que se reproduzcan sus mismos condicionamientos socia-
les). En el transcurso del tiempo se ha tenido la ocasión de comprobar la profundidad con que conocía
el problema:
«... los llamados niños de la calle, gamines, peganteros, sacoleros, desechables, son un producto
suburbano hijo de las profundas y despiadadas contradicciones de nuestro sistema económico...
¿Qué tienen para perder? Sólo su vida miserable, la cual no escogieron. Ella los escogió, con la
ayuda y anuencia del progreso, la democracia y el sistema económico.»
Se encuentran niños de la calle en Brasil, México, Colombia, Perú, Guatemala, Honduras, Ecuador,
Argentina, etc., y también en Australia, en Asia, etc. La UNICEF estimó en 2002 que en el mundo supo-
nían unos 100 millones, aunque más recientemente ha determinado que «el número exacto de niños
en estas condiciones es imposible de cuantificar, pero las estadísticas hacen pensar en decenas de
millones». En Sudamérica, éstos superarán con creces los 20 millones.
Es improbable que conozcamos nunca las verdaderas dimensiones del problema porque, si bien hay
magníficos estudios hechos en el marco de las poblaciones más afectadas, a escala global los esta-
dos no asumen en su mayoría la necesidad de efectuar estudios sistemáticos que ofrezcan siquiera
una aproximación a la problemática real.
Ejemplo
El reciente trabajo de María Verónica Brasesco (2011) en la ciudad de Buenos Aires, donde se reco-
pila la información de 50 entrevistas a menores de la calle, con énfasis en el consumo de sustan-
cias, es una excelente reflexión que supera fronteras.
Excluimos de estas reflexiones a los adolescentes que no son niños de la calle, porque los abusado-
res de disolventes en los niveles socioeconómicos medios y altos a corto plazo van a pasarse a otras
drogas, aunque la dependencia continúe. Ésa es la norma con el aumento de la edad y la posibilidad
de consumir productos superiores en precio y en prestigio en la escala de los psicoactivos.
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Los niños de la calle, como el del caso expuesto en la lectura, son inhaladores niños o adolescentes
cuyo patrón de consumo es diario, de cuatro o más veces al día, durante más de un año, de modo que la
inhalación es algo normal en su estilo de vida. Estos comportamientos son más graves cuanto más
temprano se inician. En las calles pueden observarse niños que desde los cuatro años inhalan tintes
o cola, como parte de una conducta de imitación y de juego. Siguiendo las tendencias de consumo de
las demás drogas, entre los inhaladores de la calle hay una gran mayoría de varones en relación con las
chicas.
Estos niños viven, duermen y despiertan en la calle; tienen el hurto y el robo como forma de trabajo, la
violencia física como reguladora de conflictos y jerarquización del grupo; la promiscuidad y la violencia
sexual son habituales y el consumo de drogas supone un esparcimiento y vehículo de relación social.
Todas estas conductas son valoradas y promovidas por el medio social marginal.
En el grupo, que ha sustituido a la familia, la inhalación es una conducta valorada, que se estimula y
se comparte, así como los sentimientos asociados. Se comparte la botella, la bolsa, el hambre de acep-
tación, ternura y afecto insatisfechos en la propia casa. Al mismo tiempo, la inhalación es un instru-
mento para obtener una serie de logros: respeto, poder y admiración de los demás miembros del grupo
aumentando su pobre autoestima, que no se logró superar en la familia de origen.
Una característica bastante desapercibida es la idea inconsciente de suicidio, pero emergente por la
constante de los perjuicios que el abuso les ocasiona.
La negación del deterioro de la memoria y la motricidad, patente en los niños de la calle que con-
sumen disolventes, les permite seguir inhalando, aunque en el fondo saben que se perjudican.
Hoy ya podemos observar en determinados barrios de algunas ciudades, muchachos soplando y aspi-
rando el pegamento en una bolsa de plástico o en pequeños frascos que disimulan bajo la ropa.
Pero lo que llama la atención es que el hecho sea familiar en una sociedad en que las constitucio-
nes y los presidentes de los gobiernos discuten apasionadamente y en público la penalización, estando
los gobiernos contra el tráfico de drogas, etc. Y es que los inhaladores están desconectados de los
enormes flujos de dinero que concurren en el mercado de otras sustancias... Y tampoco el consumo
de inhalables afecta a las relaciones entre naciones, el problema se limita a una cuestión interna.
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Ejemplo
Así, más o menos violentamente pero siempre en silencio, mueren muchos niños inhaladores de pega-
mento que habitan en la calle a causa del abandono (los «desechables»).
No queremos terminar este apartado sin mencionar el cambio de legislación recientemente acaecido
en México, donde los inhalantes tienen elevadas tasas de consumo, en especial en niños y adoles-
centes.
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El Grupo Pompidou se constituyó en 1971 a instancias de una propuesta de George Pompidou, Presidente
de la República Francesa, a sus colegas de la Comunidad Europea y al jefe de Estado del Reino Unido.
El objetivo del Grupo Pompidou se definió como el estudio de la problemática del abuso de drogas y
del tráfico ilícito, desde un punto de vista interdisciplinario. Desde 1980 ha desarrollado sus activida-
des en el marco del Consejo de Europa. Éste es un foro de intercambio de información y opiniones de
carácter multidisciplinar (reducción de la demanda y de la oferta de drogas) que propicia la cooperación
a escala gubernamental.
Los miembros originarios del grupo fueron Bélgica, Francia, la República Federal de Alemania, Italia,
Luxemburgo, Holanda y el Reino Unido. Desde entonces se han unido al grupo más estados, alcanzan-
do el número de 35 en la actualidad.
Entre las actividades que desarrolla el Grupo Pompidou está el registro electrónico de investiga-
ción en materia de drogas, en el que las partes interesadas pueden dar publicidad a los proyec-
tos de investigación que están desarrollando, así como contactar fácilmente entre sí. Su objetivo
principal es aportar una asistencia práctica a los responsables de la elaboración de las políticas,
a los profesionales y a toda persona que trabaja en este ámbito. Presta una especial atención a
las relaciones con los países de Europa Central y Oriental.
El Grupo Pompidou, en 1994, publicó un texto analizando la situación del consumo de disolventes volá-
tiles en los distintos países que lo constituían y la agenda que había que seguir para mejorar en el cono-
cimiento y manejo de la población afectada. Señaló como problema la comparación del consumo entre
países debido a que en sus encuestas se consideraba distintos productos. La mayor parte registraba un
solo producto que solía ser cola, tolueno o tricloroetileno; en otros, incluso no se citaba ninguna sus-
tancia. También sorprende que Alemania, que en el texto general presentaba un programa de prevención,
no hiciera constar ni una cifra en los casilleros de la tabla general.
El Reino Unido se distinguía por citar numerosos productos ya en 1994. Este país lleva muchos años
estudiando la problemática de los disolventes volátiles; sus encuestas son de poblaciones, sobre todo
escolares, y realizan un seguimiento longitudinal, lo cual les permite conocer las tendencias del consu-
mo, aunque siempre es difícil establecerla en esta materia. Sus estudios sobre la muerte por consumo
de disolventes volátiles son también modélicos (Esmail y cols., 1997; Chaudhry, 2002).
El Informe Europeo de Drogas y Toxicomanías (2009) que recoge el consumo de sustancias entre esco-
lares sigue evidenciando algunas carencias en la evaluación. Así, en diversos apartados existen países
cuyos datos tienen disponibilidad limitada, entre ellos España que, precisamente, no se halla recogida
en el apartado de consumo de inhalantes. Puede destacarse que, para el consumo de inhalantes a lo
largo de la vida, los escolares de Chipre, la Isla de Man, Malta y Eslovenia son los que manifiestan mayor
prevalencia (16%), mientras que Bulgaria, Lituania y Ucrania son los países con menor prevalencia (sólo
el 3%). La media para el consumo de inhalantes a lo largo de la vida en todos los países participan-
tes es del 9% y no se observa diferencias de género a escala global. Las tasas de consumo en los últi-
mos 12 meses y los últimos 30 días se asemejan bastante a las del consumo a lo largo de la vida en
todos los países.
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No se observa pautas geográficas típicas; las tasas más elevadas de consumo de inhalantes se men-
ciona en diferentes partes de Europa. Las cifras de prevalencia a lo largo de la vida se han mantenido
relativamente estables durante el período de 1995 a 2007 entre los países que disponen de cuatro
momentos temporales de medición. Los mayores descensos se han producido en Lituania y en el Reino
Unido (unos 12 puntos porcentuales) y la evolución contraria se observa en Finlandia y la República
Eslovaca (una subida de 6 puntos porcentuales).
Tanto en detección como en atención terapéutica y prevención, el Reino Unido se ha dotado de unas
estructuras que funcionan con precisión y que ya existían en su mayoría en los años 80, cuando los ser-
vicios sociales eran subvencionados y mantenidos en pleno desarrollo. Sus instituciones están integra-
das en la comunidad y, por tanto, la tarea nada fácil de dar al problema de los disolventes una atención
en sus múltiples aspectos es una guía para otros países que no han mostrado tal sensibilidad hasta el
momento, pero se plantean estrategias de intervención.
La última encuesta en España en población general (15-64 años) aporta una prevalencia del 0% de con-
sumo considerando los últimos 12 meses para los disolventes volátiles (Plan Nacional sobre Drogas,
EDADES, 2010). La última encuesta estatal sobre uso de drogas en España en enseñanzas secundarias
(Plan Nacional sobre Drogas, ESTUDES, 2010) presenta un consumo de disolventes volátiles en el últi-
mo año del 1,7 para chicos y del 0,8 para chicas. Se observa la edad media de inicio del consumo de
sustancias volátiles en 13,2 años, situándose junto con el alcohol y el tabaco entre las drogas de inicio
más temprano.
En España, hace apenas una o dos décadas, el consumo de inhalantes existía pero como fenómeno
minoritario y pasajero, con muy pocos casos que llegaran a los distintos dispositivos de atención a las
drogodependencias.
Muchos de estos niños son menores marroquíes y latinoamericanos sin papeles ni familia, en situación
de total desamparo y con características similares a los niños de la calle de Latinoamérica (Empez,
2005). Los datos de consumo de inhalantes recogidos en los centros de menores se asemejan a los
datos recogidos en países latinoamericanos. Este cambio se ha producido en otros países europeos,
especialmente aquellos situados en el Sur, aunque ello no se refleje por motivos obvios en las estadís-
ticas de población general ni escolar.
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