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LA UTOPÍA IMPRACTICABLE DE ADAM SMITH

Eduardo Escartin.a, Francisco Velasco.a, Luis González-Abril.a


a
Grupo SEJ442, MCOSDE. Universidad de Sevilla

Avda. Ramon y Cajal, n 1. C.P.41018, Sevilla

{escartin, velasco, luisgon}@us.es

Código JEL: B12

Resumen
Analizando el sistema de libre competencia de Smith apreciamos una incongruencia
lógica y demostramos, con sus propios argumentos, que su sistema no es practicable
íntegramente, pues menospreció la magnitud de las fuerzas económicas de su tiempo.
Además, mediante los datos del INE (1995-2009), calculamos la evolución de la
productividad; del salario medio; del ratio salarios/producto interior bruto; y la proporción
del salario por trabajador respecto al PIB para comprobar si Smith tuvo razón en esperar
la mejora del nivel de vida de los trabajadores.

1 Introducción

Smith (1776) concibió la libre competencia, sistema económico que cumpliría tres
cometidos relativos a los bienes: obtenerlos abundantemente; abaratarlos; y distribuirlos
entre mucha gente. Estos objetivos se alcanzarían mediante la acumulación de capital,
fomentada, en régimen de libre competencia, por la institución de la propiedad privada
puesta al servicio del empresario. Éste, al impulsar la producción, crea empleo; y tanto
más cuanto mayor fuera el ritmo de crecimiento de la producción. Los asalariados
obtendrían los recursos para adquirir los bienes con su trabajo. A su vez, la acumulación
de capital permitiría la división del trabajo, fuente de la producción masiva de bienes a
bajo coste. Tal sistema aumentaría la producción grandemente, abarataría los precios y
aumentaría el consumo beneficiando al público.

Las personas procuran trocar cosas y desarrollan habilidades en producir largamente


lo que otras no elaboren por sí mismas y puedan necesitar. Así, uno satisface múltiples
necesidades mediante el cambio de sus producciones por las de otros. La amplitud del
intercambio obliga a obtener mayor rendimiento del trabajo realizando la división del
mismo. Como ejemplo Smith (1776, p.8) expone el, ya famoso, de una fábrica de alfileres,
que elaboraba unos 4.000 alfileres al día por operario cuando un artesano a lo sumo
obtenía 20.

Empero, Smith (1776, p.95) constató que los bienes se encarecían más por los altos
beneficios que por los elevados salarios y que (ib., p.241) la limitación de la competencia
redundaba siempre en beneficio de los comerciantes perjudicando al público; también advirtió
(ib., p.576) que los comerciantes y manufactureros consiguen, en defensa de sus monopolios,
leyes que, como las de Dracón, están escritas con sangre. O sea, las fuerzas económicas
1
tienden a limitar la competencia. Smith menospreció estas fuerzas al proponer su sistema
económico y por eso hallamos una incoherencia lógica en la consecución del mismo. Así,
bajo la apariencia de cientificismo, fue, en esto, un utópico.

Luego demostraremos esta incongruencia e indagaremos, con los datos del INE, la
evolución de la productividad, del salario medio y del poder adquisitivo de éste en los
años 1995-2009, comprobando si Smith tuvo razón al confiar en la industrialización como
medio de elevar el nivel de vida del trabajador. Antes debatimos otros desatinos de Smith.

2 Consideraciones previas

Smith fue un agudo analista, habitualmente; mas, a veces, sus argumentos carecen
de sagacidad. He aquí tres ejemplos:

1.- Smith asumió el orden natural, creencia antigua despojada en el siglo XVIII de
connotaciones divinas; pero faltó explicar convincentemente por qué ese orden natural era
armonioso, en lugar de caótico, pues basta observar los desastres y daños naturales, tan
cotidianos, especialmente en el año 2010, para forjarse la idea de una Naturaleza azarosa
y anárquica –sin contar las devastaciones provocadas por el hombre con las guerras y
explotando la naturaleza–.

Smith vinculó este orden con su concepto de libertad natural, que no precisa grandes
razonamientos ni extenderse en ejemplos para captar que ella es fácilmente violada por
los poderosos y por los grupos organizados (en la búsqueda de sus propios intereses).
Para lograr esa libertad natural se requeriría la intervención del soberano para remover
los obstáculos que sin cesar surgen en su generalización efectiva. Entonces, ni es tan
espontánea como Smith creyó (1776, p.612), ni sus propios méritos son percibidos por
todos (pues muchos no la alcanzan). La libertad natural es fruto de la imaginación y no se
vislumbran fuerzas socio-económicas que tiendan a lograrla espontáneamente. De hecho,
actualmente se han instituido tribunales para la defensa de la competencia y se contentan
con que la haya entre muy pocos oligopolios.

2.- Smith (1776, p.47) utiliza este ejemplo para explicar el valor-trabajo: «Si en una
nación de cazadores, por ejemplo, cuesta usualmente doble trabajo matar un castor que
un ciervo, el castor, naturalmente, se cambiará por o valdrá dos ciervos». Esto es absurdo
porque en una verdadera nación de cazadores, que pudieran cobrar esas dos piezas, los
castores serían despreciados olímpicamente, pues los cazadores primitivos entendían
mucho de rentabilidad y no cazarían castores si se empleara en ello más tiempo que el
dedicado a abatir ciervos.

3.- Veamos la desafortunada, pero excelentemente acogida, metáfora de la mano


invisible (Smith, 1776, p.402).

La propiedad privada y la libertad de empresa generan altos rendimientos. Pero de


ahí a conseguir la máxima efectividad hay un gran trecho. Es cierto que el rico, pese a su
egoísmo, favorece inevitablemente a los pobres que emplea para satisfacer sus deseos;

2
también lo es que el interés personal, y no la benevolencia, impulsa a los panaderos,
vinateros y carniceros a vendernos los alimentos. Pero de ningún modo tal interés propio
garantiza el máximo provecho para la sociedad: el rico puede pagar salarios de miseria y
numerosos y variados son los fraudes perpetrados por panaderos, vinateros, carniceros y
demás vendedores. Recordemos sonadas estafas: la del vino con mortal alcohol metílico;
la del aceite de colza desnaturalizado para usos industriales y luego vuelto a naturalizar; y
la de las vacas locas. Como las fuerzas económicas tienden al monopolio y al oligopolio y
las prácticas industriales dañan el medio ambiente y esquilman los recursos naturales
irreversiblemente, Joan Robinson, criticando a Smith, manifestó que de haber una mano
invisible ésta sería dañina (según Spiegel, p.480).

∑G
i
i

∑F
i
i

Figura 1. Fuerzas económicas


Los país tienen miles de agentes económicos haciendo esfuerzos en la dirección
que más le interesa a cada cual (Figura 1). Es posible que la composición de algunas de
esas fuerzas coincida con la dirección del eje de abscisas, representativo del interés
general, previamente a definir; pero con toda seguridad el resto tendrá una resultante
distinta. En la Figura 2 “A” indica ese primer conjunto de fuerzas y “B” el segundo.

0 A
γ

C
B

Figura 2 Composición de fuerzas


Dos fuerzas de intensidad “A”·y “B” cuyas direcciones forman un ángulo “γ” tienen
por resultante:

C= A 2 + B 2 − 2 AB cos(180 − γ )

3
Cuando γ=0 se obtiene el mayor valor de la resultante: C=A+B (ambas fuerzas van
en la misma dirección, la del interés general de la sociedad económicamente hablando).
Si γ≠0, siempre ocurre que C<A+B y, además, la fuerza resultante “C” no va en la
dirección de las otras dos; es decir, en términos económicos, nunca coincide con la
dirección del interés general.
Por eso la Unión Europea trata de lograr actos coordinados de todos los Estados
miembros, evitando perjuicios para los demás al tirar cada uno para sí. Cuando en
septiembre de 2008 el gobierno irlandés garantizó ilimitadamente durante dos años los
depósitos de las principales entidades financieras, el Reino Unido tuvo que aumentar la
cobertura garantizada de los depósitos bancarios para evitar la fuga de capitales, y, tras
Inglaterra, la Unión Europea auspició la adopción de esa medida por los demás Estados.

Así pues, dentro de la iniciativa privada y el interés propio, los resultados mejoran
concertando esfuerzos económicos.

3 Demostración

Afrontamos ahora la demostración anunciada. Recordemos que Smith buscaba un


sistema económico que proporcionara gran cantidad de bienes; que mucha gente pudiera
disfrutarlos; y que su coste fuese bajo.

Smith (1776, pp.47 y 63) supuso distintivo de los pueblos civilizados la institución de
la propiedad privada, y, por consiguiente, la apropiación de las tierras, del capital y del
trabajo (tanto el propio, como el de los asalariados); por eso Smith (ib., p.50) opinaba que,
desde la institución de la propiedad privada, en el valor de las cosas, además del salario,
debía incluirse la parte que el empresario se reserva como beneficio (ib., p.48) y la parte
que el propietario de las tierras exige como renta (ib., p.49). Según Smith (ib., p.50), «el
precio de cualquier mercancía se resuelve en una u otra de esas partes, o en las tres a un
tiempo, y en todo pueblo civilizado las tres entran, en mayor o menor grado, en el precio
de casi todos los bienes».

El progreso económico se logra mediante la acumulación de capital que permite el


progreso de la civilización, la producción masiva de bienes, la creación de empleo,
profundizar en la división del trabajo (Smith, 1776, p.251) e incrementar «la magnitud de
la industria, el número de manos productivas y, por consiguiente, el valor en cambio del
producto anual» (ib., p.305). Ahora bien, el capital aumentará más pronto si se emplea en
aquel ramo que proporciona la renta más considerable (ib., p. 330); esto es, donde reina
el monopolio (en cuyo concepto debe incluirse también el oligopolio), que era lo imperante
en época de Smith. Pero la mayoría de la población, asalariados y pobres, resultaba
excluida del disfrute de los bienes por resultar muy caros, debido al sistema oligopolístico
imperante, y quedar condenada a un salario mínimo de subsistencia, por debajo del cual
«la raza de esos trabajadores no pasaría de la primera generación» (Smith, 1776, p.66).
Para conseguir simultáneamente los tres objetivos antes citados, Smith ideó que se

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debería sustituir el procedimiento de intercambio vigente (el del monopolio y oligopolio)
por el de la libre competencia. En otras palabras, si se reconoce que la propiedad privada
y el afán personal de lucro (que estimulan la acumulación de capital) son los motores del
desarrollo económico, el problema que se plantea es cómo conseguir el interés general de
la sociedad sobre la base del interés individual. Para Smith la solución era fácil: la libertad
natural, alcanzable erradicando el monopolio y la intervención gubernamental en los
asuntos económicos (salvo en lo estrictamente indispensable que la iniciativa privada no
pudiera afrontar). De ahí que viera claramente que buscando el individuo su propio interés
(pues nadie mejor que él sabe lo que le conviene) de paso (o sea, con la guía de una
mano invisible) se lograría el objetivo del interés general de la sociedad.
Smith (1776, p.124 ó 240) despotricó contra comerciantes y manufactureros, agregando
(ib., p.404) que «Los mercaderes y los fabricantes son los que derivan mayores ventajas
de este monopolio del mercado nacional». Pero luego se trasladó de la realidad a la
fantasía. Imaginó que los precios bajos propiciados por la libre competencia favorecerían
al público. Así, combatió al monopolio: «el maldito espíritu del monopolio», en palabras de
Smith (ib., p.407). En este aspecto, Smith fue un utópico que concibió un mundo mejor si
en él reinaba la libre competencia y la libertad natural; por tanto, éstas son inseparables
de su teoría de la mano invisible.
Ahora bien, los tres objetivos de Smith: más bienes, más personas que los disfruten y
al menor precio posible, no se pueden cumplir en su sistema ideal. Y ello porque son
incompatibles entre sí. En efecto, una producción y un empleo en aumento requieren la
acumulación de capital, que sólo es posible con altos beneficios, es decir, con precios
caros. Y para que haya beneficios además se precisa vender toda la producción. Pero
toda ella no puede ser comprada por los asalariados, porque, como decía Smith, de las
partes en que se distribuye el valor del producto sólo una constituye los salarios. Por
tanto, todavía queda por resolver cómo y a quién se vende el producto restante para que
los beneficios puedan materializarse. Sin beneficios, o consumiéndolos si los hubiere, no
hay progreso, por ser ellos la fuente que abastece la acumulación de capital, la división
del trabajo y el empleo.
Así pues, al proponer Smith la libre competencia, con su abaratamiento de precios,
simultáneamente propugna el inmovilismo económico-social, o, al menos, un progreso
muy lento y el paro. Recordemos que Smith, (ib., p.330) dijo: «El capital [...]. Aumentará
también más pronto, si se emplea en aquel ramo que proporciona la renta más
considerable»; o sea, el ramo dominado por el monopolio y no por la libre competencia.
Carlos Marx se enfrentó a un dilema similar al de Smith, pero su propuesta fue muy
radical. No se contentó con transformar alguna faceta del capitalismo, como la sustitución
del monopolio y oligopolio por la libre competencia. Su idea fue desmoronar directamente
la estructura del sistema capitalista; para era suficiente minar lo que consideraba un pilar
fundamental: la propiedad privada de los medios de producción. Mas erró, porque ésta, en
nuestra opinión, es un falso pilar, pues no pertenece a la estructura económica, sino a la
superestructura jurídica. El verdadero pilar son los beneficios, independientemente del
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régimen de propiedad. La acumulación de capital y el desarrollo económico descansan,
como condición necesaria, aunque no suficiente, en el beneficio. Y éste puede obtenerse
con propiedad privada y con la pública, e igualmente ocurre con la decisión de destinarlo
a la acumulación de capital o al consumo. Si todo esto recae en los poderes públicos se
entra en un capitalismo de estado que puede ser tan duro o más que el privado.
La idea más subversiva contra el capitalismo se encuentra en la Utopía de Tomás
Moro. Éste supo poner la dinamita en un pilar básico del capitalismo: el dinero. Con él se
consigue más eficazmente el beneficio y la acumulación del capital, como aseveraba
Turgot (1766, epígrafe C); al suprimirlo, Moro eliminaba tales posibilidades.

4 Evidencia empírica en España

En el Anexo mostramos la investigación empírica aprovechando la serie trimestral del


INE 1995-2009, de ella tomamos los datos corregidos de estacionalidad y calendario. La
Hoja 1 recopila dichos datos, que están en millones de euros para el PIB y en miles de
personas para la población; sin embargo, al calcular el salario medio la población ocupada
se toma en millones. Para obtener el PIB a precios constantes, faltando otros datos más
correctos, se calcula un deflactor en base 1997 mediante la serie del IPC armonizado
facilitada por el INE.

Smith omitió los impuestos en las tres partes en que dividió el valor del producto y
actualmente la recogida de datos, que sí los contempla, no se preocupa por los beneficios
del capital ni por las rentas de las tierras. No obstante, para nuestros propósitos tenemos
bastante con la evolución del PIB y de los salarios.

Evidentemente Smith (1776, p. 305) tenía razón al afirmar que la intensificación del
capital permitía aumentar «la magnitud de la industria, el número de manos productivas y,
por consiguiente, el valor en cambio del producto anual». Para comprobar esto huelga la
investigación empírica mediante largas series históricas, porque obviamente la producción
y la ocupación actuales son mucho más elevadas que a finales del siglo XVIII. Empero,
comprobamos el comportamiento del PIB, de la ocupación y los salarios en nuestros días
y constatamos (Hoja 2) que estas variables presentan un claro crecimiento; pero todas
ellas descienden en la reciente crisis económica iniciada a finales de 2008, que afectó
primeramente a la ocupación y al empleo y luego al PIB.

Apreciándose una estrecha relación entre el PIB a precios corrientes y la ocupación,


en la Hoja 3 reflejamos la regresión lineal entre ambas variables. Se observa que el
coeficiente de correlación es muy elevado, particularmente en el periodo de crecimiento
económico del 1er trimestre de 1995 al 1er trimestre de 2008, con un R2=0,9878.

La Hoja 4 muestra la productividad a precios corrientes por persona ocupada, que


crece constantemente pese al descenso del PIB y la ocupación en los seis últimos
trimestres del lapso considerado.

En esta Hoja también figura la razón entre la masa salarial y el PIB, observándose

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que esta proporción empieza decreciendo hasta el 2º trimestre de 1996; luego crece
durante un breve periodo hasta el 1er trimestre de 1998 para descender durante bastante
tiempo, con algún pequeño altibajo, hasta el 2º trimestre de 2006. A partir de entonces y
durante el periodo de la crisis económica la ratio salarios/PIB va aumentando. Pese a
estas irregularidades del comportamiento de dicho ratio, el salario medio no ha dejado de
aumentar durante todo el intervalo temporal considerado, pasando de 4.896,57€ al
trimestre a 7.857,59 € al trimestre, y, simultáneamente, la relación entre el salario medio y
el PIB no ha dejado de bajar, excepto en los diez últimos trimestres en que sube,
incluyendo los trimestres de crisis económica. Destaca que en los trimestres de crisis
económica el salario medio trimestral haya seguido creciendo y que el ratio salario
medio/PIB también haya subido rompiendo su tendencia decreciente. Estos resultados
estadísticos, manifestados en la crisis, indican una mejoría económica de los asalariados;
lo cual es a todas luces incorrecto, porque mucha gente pasa a alargar las ya prolongadas
filas del paro y los empleados aceptan reducciones salariales o aumentos impagados de
la jornada laboral con tal de conservar sus empleos.

Siendo estos resultados chocantes insistimos en ello calculando la evolución del ratio
salario medio/PIB durante otro periodo algo más largo, de 1980 a 2004, utilizando la serie
ofrecida por el INE. También elegimos los datos corregidos de estacionalidad y, en esta
misma Hoja, presentamos la tendencia de este ratio corroborándose que baja, excepto en
la zona inicial y la central que coinciden con los descensos del empleo a principios de los
años ochenta y durante la crisis económica del tercer trimestre de 1991 a final del primer
trimestre de 1994. Esto corrobora lo antes dicho, que, aparentemente, la situación de los
asalariados, medida por la participación del salario medio en el PIB, mejora con el paro
creciente. Tal resultado estadístico es un contrasentido.

En esta Hoja 4, indagamos la situación relativa de dos colectivos económicamente


ínfimos: los trabajadores no cualificados y los jubilados. A tal efecto, presentamos el
salario mensual mínimo interprofesional, la proporción de este salario con respecto al
salario mensual medio, deducido de las estadísticas del INE, y el ratio pensión mensual
media de jubilación/salario mensual medio. La pensión mensual media de jubilación,
cuyos datos no figuran en este anexo, procede de las estadísticas del INE.

El salario mínimo interprofesional fue subiendo desde un 22,81% del salario medio
mensual en el año 1995 para luego ir bajando hasta un 21,72% en el año 2004; en el año
2005 ascendió bruscamente al 23,52% y siguió subiendo, con un altibajo intermedio,
hasta el 24,19% en 2009.

Las pensiones medias de jubilación, de 1995 a 2008, crecieron continuamente,


pasando de un 33,44% del salario medio mensual al 40,98%.

5 Conclusiones

Corroboramos lo dicho por Smith, que al aumentar la población ocupada crece el PIB
(no sólo a precios corrientes sino a precios constantes) y además sube la productividad
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por persona ocupada. Pero las mejoras económicas no favorecen plenamente a los
asalariados.

Indudablemente hoy el nivel de vida supera grandemente al de épocas pretéritas.


Mas las estadísticas recientes demuestran que la cuota participativa de los salarios en el
PIB decreció del 49,01% (aun subiendo al 50,56%) hasta el 47,16%. Paradójicamente,
este porcentaje creció durante la reciente crisis económica, aunque tal crecimiento se
anticipó algo a la manifestación efectiva de la crisis. El empeoramiento de los asalariados
se confirma al contemplar la evolución decreciente del ratio salario medio trimestral/PIB;
empero, durante la crisis económica, cuando más desempleo hay, tal ratio ascendió.

Esta es con mucho la conclusión más destacada, pero ese incremento de la


participación del salario medio en el PIB en épocas de crisis económica induce a pensar
que las técnicas estadísticas de recogida de datos son muy imperfectas y no permiten
describir con fidelidad los verdaderos avatares económicos.

Independientemente de esto, comprobamos que las políticas económicas a favor de


los colectivos tradicionalmente más desfavorecidos, como los jubilados y el personal no
cualificado, han surtido efecto, pues han prosperado en los últimos años.

BIBLIOGRAFIA
MORO, Tomás, sir Thomas More (1516): Utopía; versión en castellano de Ediciones
Rialp, S.A., Madrid, 1989.
SPIEGEL, Henry W.: El desarrollo del pensamiento económico; versión en castellano
de Ediciones Omega, S.A., Barcelona 1987.
SMITH, Adam: Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las
naciones; versión en castellano del Fondo de Cultura Económica, México, 1994.
TURGOT, Anne Robert Jacques, barón de L’Aulne, (1766): Reflexiones sobre la
formación y la distribución de las riquezas; versión en castellano bajo el título Estudio y
traducción de la obra: Reflexiones sobre la formación y la distribución de las riquezas de
R. J. Turgot (Noviembre 1766), por Eduardo Escartín González, Secretariado de
publicaciones de la Universidad de Sevilla, 2003.

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ANEXO

HOJA 1

Unidades: Millones de euros. Población en miles.

Datos corregidos de estacionalidad y calendario

Producto Remuneración Producto


interior bruto de los Ocupados. Asalariados. Deflactor interior bruto
a precios de asalariados. Total Total base I T 1997 a precios
mercado Total constantes

Dato base
1995TI 109.467 53.731 13.522,10 10.973,20
1995TII 111.092 54.260 13.584,20 11.024,40
1995TIII 112.443 54.774 13.578,00 11.034,40
1995TIV 114.203 55.728 13.592,90 11.055,60
1996TI 116.059 56.524 13.638,90 11.023,40
1996TII 117.644 57.242 13.708,10 11.137,30
1996TIII 119.323 58.801 13.830,50 11.284,90
1996TIV 120.829 59.628 14.006,50 11.480,80
1997TI 122.572 60.720 14.119,60 11.620,60 1 122572
1997TII 124.624 62.134 14.219,90 11.749,10 1,00088675 124513,588
1997TIII 127.085 63.072 14.347,60 11.899,10 1,01279453 125479,548
1997TIV 129.640 64.227 14.486,10 12.031,60 1,01672156 127507,869
1998TI 128.597 65.016 14.688,00 12.195,30 1,01672156 126482,023
1998TII 134.274 66.250 14.847,30 12.348,60 1,02064859 131557,522
1998TIII 137.008 67.215 15.015,30 12.471,10 1,02850266 133211,128
1998TIV 139.614 68.692 15.177,40 12.623,40 1,03052952 135477,925
1999TI 140.061 69.940 15.356,20 12.801,10 1,03838358 134883,681
1999TII 143.591 71.254 15.538,40 12.995,60 1,04243729 137745,456
1999TIII 146.720 72.310 15.676,50 13.150,00 1,05421839 139174,199
1999TIV 149.570 73.921 15.897,30 13.355,70 1,05915885 141215,833
2000TI 153.036 75.696 16.117,50 13.538,20 1,0700532 143017,188
2000TII 155.895 77.231 16.356,30 13.763,70 1,0789207 144491,62
2000TIII 158.887 78.927 16.519,20 13.921,10 1,09374208 145269,166
2000TIV 162.445 80.322 16.653,00 14.035,80 1,10159615 147463,297
2001TI 165.614 81.506 16.781,90 14.139,30 1,10260958 150201,852
2001TII 168.681 82.965 16.864,10 14.216,20 1,11933114 150698,032
2001TIII 171.870 84.401 16.991,50 14.365,80 1,11844439 153668,794
2001TIV 174.513 85.835 17.084,90 14.417,50 1,12921206 154544,046
2002TI 177.408 86.524 17.174,80 14.479,40 1,13807955 155883,654
2002TII 180.745 88.214 17.282,20 14.604,30 1,1578414 156105,146
2002TIII 183.848 89.712 17.408,60 14.754,70 1,1578414 158785,133
2002TIV 187.205 90.811 17.484,80 14.826,40 1,17468964 159365,499
2003TI 190.722 92.682 17.581,20 14.937,70 1,18051685 161558,05
2003TII 194.003 93.865 17.765,80 15.131,20 1,19039777 162973,256
2003TIII 197.250 95.436 17.994,60 15.289,80 1,19242463 165419,261
2003TIV 200.954 96.578 18.168,50 15.455,80 1,20623258 166596,395
9
2004TI 204.386 98.338 18.254,00 15.553,00 1,20623258 169441,618
2004TII 208.030 99.100 18.391,90 15.689,40 1,23194832 168862,604
2004TIII 212.421 101.171 18.591,00 15.824,70 1,23093489 172568,835
2004TIV 216.205 102.493 18.802,10 15.984,20 1,24575627 173553,21
2005TI 220.463 104.339 18.891,20 16.076,20 1,24765645 176701,688
2005TII 224.986 106.680 19.134,40 16.355,10 1,27134533 176966,868
2005TIII 229.218 108.903 19.438,50 16.626,60 1,27729921 179455,211
2005TIV 234.125 110.910 19.605,20 16.774,50 1,2921206 181194,387
2006TI 239.099 112.993 19.782,00 16.940,10 1,29617431 184465,159
2006TII 243.771 114.972 19.996,40 17.131,60 1,32163669 184446,303
2006TIII 248.648 116.979 20.045,80 17.234,30 1,31479605 189115,263
2006TIV 252.766 119.604 20.263,60 17.414,70 1,32721054 190449,06
2007TI 257.384 122.267 20.495,90 17.618,70 1,32873068 193706,673
2007TII 261.605 124.113 20.661,80 17.796,30 1,35406638 193199,539
2007TIII 264.691 125.866 20.640,00 17.777,40 1,35077274 195955,243
2007TIV 269.050 128.523 20.711,70 17.838,70 1,38408918 194387,763
2008TI 271.741 131.511 20.850,90 17.946,20 1,38966304 195544,526
2008TII 273.582 132.341 20.727,30 17.869,50 1,42259944 192311,336
2008TIII 272.873 132.163 20.414,90 17.579,30 1,41271852 193154,543
2008TIV 270.306 131.254 20.013,90 17.194,40 1,40423106 192493,962
2009TI 266.707 128.273 19.506,70 16.809,60 1,38890296 192027,094
2009TII 262.476 128.112 19.253,20 16.628,90 1,40866481 186329,635
2009TIII 260.487 127.064 18.963,70 16.374,80 1,39916392 186173,325
2009TIV 261.481 127.696 18.814,00 16.251,30 1,4163922 184610,591

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