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ISFDyT N° 53 – Glew – Reflexión filosófica de la educación – 4° año EP e INI – Páez – 2018

CENTENARIO DE LA REFORMA UNIVERSITARIA


1918 - 2018
Martín Heidegger (Alemania - 1889-1976)

¿Qué quiere decir pensar?


Llegamos a aquello que quiere decir pensar si nosotros, por nuestra parte, pensamos. Para que
este intento tenga éxito tenemos que estar preparados para aprender a pensar. [Pues el pensar
sólo acontece como aprendizaje]

Así que [si] nos ponemos a aprender, ya estamos admitiendo que aún no somos capaces de
pensar.

Pero el hombre pasa por ser aquel ser que puede pensar. Y pasa por esto a justo título. Porque el
hombre es el ser viviente racional. Pero la razón, la ratio, se despliega en el pensar. Como ser
viviente racional, el hombre tiene que poder pensar cuando quiera. Pero tal vez el hombre quiere
pensar y no puede

[…]
El hombre puede pensar en tanto [y] en cuanto tiene la posibilidad de ello. Ahora bien, esta
posibilidad aún no garantiza que seamos capaces de tal cosa. Pero ser capaz de algo significa:
admitir que algo cabe en nosotros según su esencia y estar cobijando de un modo insistente esta
admisión. Pero nosotros únicamente somos capaces de aquello que nos gusta, de aquello a lo que
estamos afectos en tanto que lo dejamos venir… [ y ] salimos a su encuentro llevándole la
conmemoración, porque, como exhortación de nuestra esencia, nos gusta.

Sólo si nos gusta aquello que, en sí mismo, es-lo-que-hay-que-tomar-en-consideración, sólo así


somos capaces de pensar.

Para poder llegar a este pensar, tenemos, por nuestra parte, que aprender a pensar. ¿Qué es
aprender? El hombre aprende en la medida en que su hacer y dejar hacer los hace corresponder
con aquello que, en cada momento, le es exhortado en lo esencial. A pensar aprendemos cuando
atendemos a aquello que da que pensar.

Nuestra lengua, a lo que pertenece a la esencia del amigo y proviene de ella lo llama lo amistoso.
Conforme a esto, ahora a lo que hay-que-considerar lo llamaremos lo que es de consideración.
Todo lo que es de consideración da que pensar. Pero esta donación únicamente se da en la
medida en que lo que es de consideración es ya desde sí mismo lo-que-hay-que-considerar. Por
esto ahora, y en lo sucesivo, a lo que siempre da que pensar, porque dio que pensar antes, a lo
que antes que nada da que pensar y por ello va a seguir siempre dando que pensar lo llamaremos
lo preocupante.

¿Qué es lo preocupante? ¿En que se manifiesta en nuestro tiempo, un tiempo que da que pensar?

Lo preocupante se muestra en que todavía no [lo] pensamos. Todavía no, a pesar de que el estado
del mundo da que pensar cada vez más. Pero este proceso parece exigir más bien que el hombre
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actúe, en lugar de estar hablando en conferencias y congresos y de estar moviéndose en el mero


imaginar lo que debería ser y el modo en que debería ser hecho. En consecuencia [con este
razonamiento] falta acción y no falta en absoluto pensamiento.

Y sin embargo…es posible que hasta nuestros días, y desde hace siglos, el hombre haya estado
actuando demasiado y pensando demasiado poco.

Los filósofos son los pensadores. Se llaman así porque el pensar tiene lugar de un modo preferente
en la filosofía. Nadie negará que en nuestros días hay un interés por la filosofía. Sin embargo,
¿existe hoy todavía algo por lo que el hombre no se interese, no se interese, queremos decir, del
modo como el hombre de hoy entiende la palabra ‹‹interesarse››?

Inter-esse significa: estar en medio de de y entre las cosas, estar en medio de una cosa y
permanecer cabe en ella. Ahora bien, para el interés de hoy vale sólo lo interesante. Esto es
aquello que permite estar ya indiferentemente en el momento siguiente y pasar a estar liberado
por otra cosa que le concierne a uno tan poco como lo anterior. Hoy en día pensamos a menudo
que estamos haciendo un honor especial a algo cuando decimos que es interesante. En realidad,
con este juicio se ha degradado lo interesante al nivel de, lo indiferente para, acto seguido,
arrumbarlo a lo aburrido.

El hecho que mostremos interés por la Filosofía en modo alguno testifica ya una disponibilidad
para el pensar. Incluso el hecho de que a lo largo de los años tengamos un trato insistente con
tratados y obras de los grandes pensadores no proporciona garantía alguna de que pensemos, ni
siquiera que estemos dispuestos a aprender a pensar. El hecho de que nos ocupemos de la
Filosofía puede incluso engañarnos con la pertinaz apariencia de que estamos pensando, porque,
¿no es cierto?, ‹‹estamos filosofando››.

[…]
Sin embargo, el hecho de que todavía no pensemos, en modo alguno se debe solamente a que el
ser humano aún no se dirige de un modo suficiente a aquello que, desde sí mismo, quisiera que se
lo tomara en consideración. El hecho de que todavía no pensemos proviene más bien de que esto
que está por pensar le da la espalda al hombre, incluso más, que hace ya tiempo que le está dando
la espalda.

[…]
Lo que propiamente nos da que pensar no le ha dado la espalda al hombre en un momento u otro
de un tiempo datable históricamente, sino que lo que está por-pensar se mantiene desde siempre
en este dar la espalda. Ahora bien, dar la espalda es algo que sólo acaece de un modo propio allí
donde ya ha ocurrido un dirigirse a. Si lo preocupante se mantiene en un dar la espalda, entonces
esto acontece ya en, y sólo dentro de, su dirigirse a; es decir, acontece de un modo tal que esto ya
ha dado que pensar. Lo que está por- pensar, por mucho que le dé la espalda al hombre, ya se ha
exhortado a la esencia del hombre. Por esto el hombre de nuestra historia acontecida ha pensado
ya siempre de un modo esencial. Ha pensado incluso lo más profundo. A este pensar le está
confiado lo que está por-pensar, si bien de una manera extraña. Porque hasta ahora el pensar no
considera en absoluto ese hecho: lo que está por-pensar, a pesar de todo, se retira; ni considera
tampoco en qué medida se retira.

[…]
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Ciertamente, lo que se retira de nosotros del modo como hemos dicho se marcha de nosotros.
Pero en esto justamente tira con él de nosotros y, a su modo, nos atrae. Lo que se retira parece
estar totalmente ausente. Pero esa apariencia engaña. Lo que se retira está presente, y lo hace de
modo que nos atrae, tanto si nos percatamos de ello de inmediato como si no nos damos cuenta
para nada. Lo que nos atrae ya ha concedido advenimiento. Cuando conseguimos estar en el tirón
de la retirada, estamos ya en la línea que nos lleva a aquello que nos atrae retirándose.

[…]
El rasgo fundamental del pensar hasta ahora vigente ha sido el representar. Según la antigua
doctrina del pensar, esta representación se cumplimenta con una palabra que significa enunciado,
juicio [esto es]…

[…]
El rasgo fundamental del pensar es el representar. En el representar se despliega el percibir. El
representar mismo es representación (poner delante)

Martín Heidegger, ¿Qué quiere decir pensar? (1952), en Conferencias y artículos, Barcelona, Ed. Serbal, 1994,
traducción de Eustaquio Barjau.
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[…]
La razón, el representar tienen en consecuencia que perecer de un modo peculiar, y por así
decirlo, obstruirse en sí mismo. El representar acaba entonces por atenerse solamente a lo que le
sea yuxta-puesto o pro-puesto, y esto en calidad de tal, cuya proposición queda regulada por el
manejo y el arbitrio del representar humano y que por mutuo convenio se ajusta a la
comprensibilidad y conveniencia generales. Todo lo que es, llega a manifestarse solamente en la
medida que merced a este representar tácitamente convenido se propone como objeto o un
estado de cosas, obteniendo de esta manera su licencia de admisión.

[…]
La sana razón queda amoldada a una determinada concepción de lo que es, debe ser y se permite
que sea.

[…]
Queda también inaccesible para los telerregistradores y los cables de los corresponsales que
suministran, es decir, pre-sentan los acontecimientos a la opinión pública, aun antes de haber
acontecido. Estas formas del re-presentar con arreglos y mise-en-scène, falsifican lo que
propiamente es. Tal falsificación no ocurre al margen, sino obedeciendo el principio de una
manera de ver las cosas uniformemente imperante. Esta clase de representación falsificadora
tiene siempre de su lado la sana razón. Es el ya famoso “hombre de la calle” quien se hace
presente hoy día en todos los sectores, también el del comercio literario.

[…]
¿Cuál es el espíritu de este representar? ¿De qué índole es el pensar del hombre tal como ha sido
hasta el presente?

Martín Heidegger, Qué significa pensar (1951), Buenos Aires, Nova, 1980, traducción H. Kahmemam, lecciones VI y VII.

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El peculiar “ser ahí”, como el “ser ahí con” de otros, hace frente inmediata y regularmente
destacándose del “mundo del con” de que se cura en el mundo circundante. El “ser ahí” no es él
mismo cuando se absorbe en el mundo de que se cura, es decir, al par en el “ser con los otros”.
¿Quién es, pues, el que ha tomado sobre sí el ser en la forma del cotidiano “ser uno con otro”?

[Entre el ser ahí y el ser con otros existe una distancia]: en cuanto a cotidiano “ser uno con otro”
está el “ser ahí” bajo el señorío de los otros: No es él mismo, los otros le han arrebatado el ser. El
arbitrio de los otros dispone de las cotidianas posibilidades de ser del “ser ahí”. Mas estos otros no
son otros determinados. Por lo contrario, puede representarlos cualquier otro. Lo decisivo es sólo
el dominio de los otros, “que no es sorprendente”, sino que desde un principio aceptado […] Uno
mismo pertenece a los otros y consolida su poder. “Los otros”, a los que uno llama así para
encubrir la peculiar y esencial pertenencia a ellos, son los que en el cotidiano “ser con otro” “son
ahí” inmediata y regularmente

[…]
En la utilización de los medios públicos de comunicación, en el empleo de la prensa, es todo otro
como el otro. Este “ser uno con otro” disuelve totalmente el peculiar “ser ahí” en la forma de ser
de “los otros” de tal suerte que todavía se borra más lo característico y diferencial de los otros. En
este “no sorprender”, antes bien resultar inapresable, es donde despliega el “uno” su verdadera
dictadura. Disfrutamos y gozamos como se goza; leemos, vemos y juzgamos de literatura y arte
como se ve y juzga; incluso nos apartamos del “montón” como se apartan de él; encontramos
“sublevante” lo que se encuentra “sublevante”. El uno que no es nadie determinado y que son
todos, si bien no como suma, prescribe la forma de ser de la cotidianeidad.

El “uno” mismo tiene sus peculiares modos de ser. La mencionada tendencia del “ser con” que
llamamos la distanciación se funda en que el “ser con otro” en cuanto tal se cura del término
medio. Este es un carácter existenciario [modos de ser] del “uno”: Al “uno” le va en su ser
esencialmente tal carácter. Por eso se mantiene tácticamente en el término medio de aquello que
“está bien”, que se admite o no, que se aprueba o se rechaza. Este término medio en la
determinación de lo que puede y debe intentarse vigila sobre todo conato de excepción. Todo
privilegio resulta abatido sin meter ruido. Todo lo original es aplanado, como cosa sabida ha largo
tiempo, de la noche a la mañana. Todo lo conquistado ardientemente se vuelve vulgar. Todo
misterio pierde su fuerza. Esta cura del término medio desemboza una nueva tendencia esencial
del “ser ahí”, que llamamos el “aplanamiento” de todas las posibilidades de ser.

[…]
Todos son el otro y ninguno él mismo. El “uno”, con el que se responde a la pregunta acerca del
“quién” del “ser ahí” cotidiano, es el “nadie”, al que se ha entregado en cada caso ya todo “ser
ahí” en el “ser uno entre otros” [Uno más entre otros]

[Analizaremos ahora, cuáles son los “modos de ser en el mundo”, en lo cotidiano, en la forma de
ser del “uno”. Modos de ser “uno” más entre los otros, que posibilitan la impotencia del poder
pensar: las habladurías, la avidez de novedades, la publicidad, la caída].

No va a usarse aquí la expresión “habladurías” en un sentido “despectivo”. En nuestra


terminología significa un fenómeno positivo que constituye la forma de ser del comprender e
interpretar del “ser ahí” cotidiano […]
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El habla que se expresa [en el lenguaje] es la comunicación. [En este caso] El oír y comprender se
ha aferrado desde luego a lo hablado “por” el habla. La comunicación no “comunica” la primaria
relación del ser “relativamente al ente de que se habla”, sino que el “ser uno con otro” se mueve
dentro del “hablar uno con otro” y el curarse de lo hablado “por” el habla. Lo que importa es que
se hable. [No hay comunicación] en el modo de la original apropiación de este ente [la cosa], sino
por el camino de trasmitir y repetir lo que se habla.

Lo hablado “por” el habla traza círculos cada vez más anchos y toma un carácter de autoridad. La
cosa es así porque así se dice. En semejante trasmitir y repetir lo que se habla, con que la ya
incipiente falta de base asciende a una completa falta de la misma, se constituyen las habladurías.
Y por cierto que estas no se limitan a las orales, sino que se extienden a las escritas, a las
“escribidurías”. El repetir lo que se habla no se funda tanto aquí en una “de oídas”. Se alimenta de
lo “leído en alguna parte”. La comprensión media del lector jamás podrá decidir qué es lo
originalmente sacado y conquistado y qué es aquello que simplemente se repite. Más aún: la
comprensión media no querrá en absoluto hacer la distinción, no habrá menester de ella, porque
lo comprende todo.

La falta de base no cierra a las habladurías la entrada en la publicidad, sino que la favorece. Las
habladurías son la posibilidad de comprenderlo todo sin previa apropiación de la cosa.

[…] en las habladurías se cree haber alcanzado la comprensión de lo hablado “en” el habla, y en
virtud de esta creencia estorban toda nueva pregunta y discusión, descartándolas y retardándolas
de modo peculiar.

[…] El uno traza por adelantado el encontrarse, determina lo que se “ve” y cómo se “ve”.

[…]
La estructura fundamental del “ver” se muestra en una peculiar tendencia del ser de la
cotidianeidad a ver. La designamos con el término “avidez de novedades”

[…] usamos esta palabra, ver, con referencia a los demás sentidos, cuando recurrimos a ellos para
conocer. […] En efecto, no decimos: oye como brilla, o huele como resplandece, o gusta como
relumbra, o toca como irradia; sino que en todo ello decimos: mira, decimos que todo ello se ve.
[…] pero tampoco decimos sólo: mira cómo relumbra, lo que los ojos son los únicos que pueden
percibirlo […] Decimos también: mira como suena, mira como huele, mira como sabe, mira que
duro es.

[…]
¿Qué hay en esta tendencia sólo al percibir? […] la avidez de novedades que ha quedado en
libertad [no para comprender lo visto] sino sólo para ver. Sólo lo nuevo para saltar de ello
nuevamente a algo nuevo. No es el aprehender y, sabiendo, ser en la verdad lo que interesa […]
sino que son ciertas posibilidades de abandonarse al mundo. De aquí que la avidez de novedades
se caracterice por un específico “no demorarse” en lo inmediato […] La avidez de novedades es
[estar] en todas partes y en ninguna.

[…]
Las habladurías rigen también las vías de la avidez de novedades, diciendo lo que se debe tener
leído y visto. […] La avidez de novedades, a la que nada le resulta cerrado, las habladurías, a las
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que nada les queda por comprender, se dan, es decir, dan al ser ahí que es así, la seguridad de una
presuntamente auténtica “vida viva”.

[…]
“Distanciamiento”, “término medio”, “aplanamiento” constituyen en cuanto modos de ser del
“uno”, lo que designamos como “la publicidad”. Esta es lo que regula inmediatamente toda
interpretación del mundo y del “ser ahí” y tiene en todo razón. Yo no porque posea una señalada y
primaria “relación de ser con las cosas, no porque haga ver “ver a través” del “ser ahí” en forma
singularmente apropiada, sino justo por no entrar en “el fondo de los asuntos”, por ser insensible
a todas las diferencias de nivel y de autenticidad. La publicidad lo oscurece todo.

[…] Todos son el otro y ninguno él mismo. El “uno”, con el que se responde a la pregunta acerca
del “quien” del “ser ahí” cotidiano, es el “nadie”, al que se ha entregado en cada caso ya todo “ser
ahí” en el “ser uno entre otros”

[…]
Los fenómenos señalados, de la tentación, el aquietamiento, el extrañamiento y el enredarse en sí
mismo, caracterizan la específica forma de ser de la caída. Llamamos a este “estado de
movimiento” del “ser ahí” en su ser peculiar, el “derrumbamiento”. El “ser ahí” se derrumba” de sí
mismo en sí mismo, en la falta de base y el “no-ser” de la cotidianeidad impropia. Pero este
derrumbamiento le resulta oculto por obra del público “estado de interpretado”, dado que resulta
interpretado como “exaltación” y “vida concreta”.

Martín Heidegger, El Ser y el Tiempo (1927), Méjico, FCE, 1999, traducción de José Gaos, I parte, cap. IV, parágrafo 27,
cap. V, parágrafos 35-36-37-38

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