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APUNTE: EL CUENTO FOLKLÓRICO

El cuento folklórico es un tipo de narración oral perteneciente al campo de la tradición oral


y que se manifiesta, principalmente, a través de la comunicación directa de un narrador, que
lo sabe de memoria, frente a un auditorio.

El cuento folklórico es anónimo y no tiene una versión fija. Cada nueva narración, incluso
en el caso de que sea el mismo narrador, es también un acto de creación, siendo las
diferencias entre unas y otras versiones minúsculas o más importantes. Además, también se
producen variantes dependiendo de la región geográfica en las cuales estos cuentos forman
parte del folklore local.

Ejemplo de cuento folklórico:

Sicilio

En el sur de Chile vivía un matrimonio muy pobre. Los dos eran analfabetos, pero sí muy
honrados y trabajadores. José y Sofía eran sus nombres y tenían tres hijos varones. Sicilio,
el mayor de ellos, era atento y respetuoso y muy querido de la vecindad.

José trabajaba de peón en el fundo y conocía todos los trabajos relacionados con el
campo. Cuando regresaba a su casa luego de cada jornada, era común que le llevara algún
engañito a su vieja y que recogiera leña seca para el fogón. Además era un hombre que
sufría mucho por su situación económica y siempre estaba pensando en progresar para darle
a su esposa e hijos una vida mejor.

Algunas veces, iba al pueblo a buscar la correspondencia y más de un vecino le hacía


algunos encargos. Era común por ejemplo, que si había un niño pequeño y que aún no había
sido inscrito en el Registro Civil, le entregaran a José la libreta de matrimonio para que les
pasara el chiquillo por el civil, quedando registrado con esa fecha.

En tanto, la madre dedicaba su tiempo al cuidado de sus hijos y las variadas labores de
casa. Diariamente salía con sus cabros a coger trigo a los rastrojos y así no le faltaba para el
pan, las tortillas de rescoldo, las churrascas, etc.

Sofía era también aficionada a tocar la guitarra y era la invitada de honor de su pueblo,
en el que todavía se mantenían las tradiciones como rezar el rosario por nueve días (la
novena) y según la creencia de su santo preferido. Al final de la novena, celebraban con
cazuela de pava con chuchoca y el buen vino tinto para tener buenas cosechas y que sus
animales se conservaran en buen estado, mientras Sofía le daba duro a la vihuela.

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Al cabo de unos años, Sicilio había crecido y pensaba que del campo no se esperaba
mucho futuro. Por eso decidió irse a Santiago, donde unos parientes, para empezar a
trabajar. Como no tenía ningún oficio, lo ubicaron en una casa particular y gracias a su
simpatía y buena percha, se fue ganando el afecto de sus patrones. Con el tiempo, estos le
dieron la facilidad de estudiar, luego de cumplir con sus deberes diarios. Sicilio a pesar de
que ganaba poco, vestía elegante y fue aprendiendo a cómo se desenvolvía la gente en la
ciudad. Las niñas se fueron prendando de su personalidad ya que era muy cortés y tenía una
forma especial para tratar a sus semejantes.

Cuando ya había pasado un tiempo, sus parientes le ofrecieron su hogar para que se
independizara y trabajara mas liberado. Entonces conoció a Bárbara, una dama con
profesión y adinerada con la cual simpatizó rápidamente. Entre ellos nació un romance y
para mantener la relación Sicilio inventó varias falsedades. Con mucho afecto complacía
los deseos de su amada, pero tenía el mayor cuidado de no ser sorprendido en alguna
mentira.

Entre otras cosas, Sicilio se identificó como sureño y que poseía muchas riquezas, un
gran fundo con animales e inquilinos. Según él, viajaba a Santiago por asuntos de negocios
y Bárbara se interesó mucho más de lo que había imaginado. En cada cita que tenía con su
amor, le manifestaba los deseos de estar para siempre a su lado. Así es que agilizaron la
boda y acordaron pasar la luna de miel en el fundo de su novio.

Sicilio dio aviso a sus padres de que iba a contraer matrimonio y envió la fecha para que
lo esperaran. Como toda madre que quiere lo mejor para sus hijos, Doña Sofía se puso en
contacto con sus vecinas y todas se pusieron a trabajar con entusiasmo. Esto ocurrió en
verano y lo primero que hicieron sus hermanos fue hacer una ramada con ganchos de
árboles verdes con el fin de ampliar el espacio para la fiesta y protegerse del sol. Hubo
mucho movimiento, por lo que las vecinas pusieron todo en orden dejando un rincón para la
orquesta. En la mesa pusieron un gran mantel blanco de esos que bordaban las abuelitas.

Sicilio desde Santiago ordenó que la fiesta se hiciera “a la chilena” para que fueran a
recibirlos a la estación con caballos y no en coche, ya que estos habían pasado de moda.

Llegó el día del matrimonio y los novios se fueron a casa de Sicilio en tren, en coche de
primera. Cuando el tren con su pitazo anunciaba su llegada sus hermanos ya estaban listos
con sus caballos, por supuesto, el de la novia con montura de mujer y su pollera de montar.

Sicilio ayudó a montar a su amor y luego hizo lo propio. Se fueron cabalgando y pasaron
por varias casas grandes de los dueños de fundo. La novia impaciente por llegar a casa de
su amado le preguntaba a su esposo: “¿Así son tus casas, Sicilio?”, a lo que Sicilio
respondía: “Vamos andando, señora, estas son las casas de los inquilinos”. ¿Cómo será la
casa de mi marido?, se preguntaba Bárbara, si estas que son de los inquilinos son tan lindas.
Esta pregunta se la hacía cada vez que pasaban por casas de ricos y la respuesta era siempre
la misma. Cuando ya se divisaba la ramada, Sicilio le dijo a su mujer: “Apure su
caballo,señora, galope, galope”, mientras él le daba rienda suelta a su caballo.

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Antes de que Sicilio entrara del brazo de su amada, ya las cantoras hacían sonar sus
vihuelas y entonaban los parabienes a los novios. Doña Sofía le daba color a la fiesta ya que
su alegría era muy grande. Había muchos invitados y las chicuelas, de puro gusto, bailaban
hasta las tonadas para que se les pegara el espíritu santo. Con tanta algarabía, no hubo
posibilidades de que Bárbara recibiera alguna explicación por parte de Sicilio, con respecto
a las riquezas que él había dicho tener. El amor que sentían el uno por el otro y el cariño
recibido eran más que suficientes en ese momento.

Después de tres días de diversión todo se tuvo que devolver ya que era prestado. La
casita quedó como siempre desocupada y con los dos viejitos apenados porque su hijo tenía
que regresar a Santiago.

La novia por su parte despertó de un sueño que ya estaba consumado. Bárbara había
caído en la trampa primero que el ratón por ser interesada. Mientras tanto Sicilio,
confundido, meditaba en cómo darle una explicación a su esposa y de qué manera ella iba a
reaccionar en ese momento. Primero, le pidió disculpas por haber inventado esa farsa y
enseguida trató de explicar que todo lo había hecho por temor a perderla, ya que se sentía
enloquecido de amor y lamentó no haber tenido la confianza necesaria para confesarle su
pobreza.

Por su parte, Bárbara, había vivido los días más lindos de su existencia en casa de sus
suegros y ya había recapacitado de que el dinero no es todo en la vida y que no hace la
felicidad. Juntos aceptaron sus errores y los días siguientes vivieron momentos muy felices.
Los padres de Sicilio y la vecindad les colmaron de atenciones a pesar de sus pobrezas.

Bárbara se integró a la familia como una hija más y a sus suegros les compró una
casaquinta y cada vez que podían los visitaban. Con el tiempo la familia aumentó y fueron
felices hasta el final de su existencia.

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