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A

lo Lejos

Por

Jack Stars


Sentado en un catre que se movía como una mecedora, le permitió disfrutar


el horizonte cuando el sol quemaba la cara y los ojos por dentro. El
pensamiento se le fue de las manos. Quería solucionar los problemas del
mundo. ¿Cómo hacer que el hambre desparezca? ¿Cuál será la contribución de
cada individuo? ¿Cómo lograr para que una mujer hechizada retorne a la vida?
Cuando de pronto el aroma a mangos podridos se disfrazaba en el ambiente
con el sobrevuelo de moscas. Alfonso se había marcado la frente parecía una
maldición que venía de generación en generación.
Las moscas sujetaban la nariz de Alfonso como tratando de quitarle la piel
en cada vuelo. El sueño se desvaneció en la penumbra, tenía que resolver el
misterio. El sudor bañaba la piel en cada paso, abría los poros para que los
bichos puedan entrar sin ser molestados. Las botas de caucho resbalaban los
tobillos dando bocanadas de aire a los pies. Los pantalones flojos y camisas
delgadas eran incapaces de aliviar el calor sofocante. Varios chapuzones en el
canal de agua no eran suficientes. El baño diario se fue de vacaciones.
A lo lejos, las montañas se disfrazaban de cactus y espinos pronunciados.
Una mujer que nunca se levanta en el filo de la montaña, duerme para siempre.
Nadie le ha despertado, desde que los vecinos tienen memoria, buscaban llegar
a su cabeza para saber cómo respira en el cielo. Todos pensaban que esa
formación montañosa era fruto de la hechicería.
Nadie podía vivir más de 30 años, era una maldición que rondaba en ese
pueblo seco. La dieta exclusiva de ovos, mangos, tunas y guayabas hacía que
sus cuerpos no desarrollen más allá de las tres décadas, decían que estaba
escrito al pie de la iglesia. La salinidad del suelo y las rocas tenían
componentes tóxicos. Un cuero negro cubría su piel como rasgos de identidad.
Por cada semilla una casa de bareque y barro. El calor entraba por las
ventanas, por el suelo y por las ramas de los árboles.
Un árbol genealógico se constituía desde el pie de las montañas peladas
hasta las quebradas secas, formando un puñado de casas que fueron colocadas
en la planicie, de un solo golpe. La mujer decidía el destino de todos.
Algunos nativos madrugaban a pelearse con las lagartijas de roca por las
tunas del desierto. Había para todos, justo cuando el sol caminaba a gatas por
las montañas. Otros esperaban su turno para el riego de sus terrenos,
remendados, cada 15 días y dedicarle al cultivo del ovo. Quien creyera que los
troncos rompían las rocas y horadaban las profundidades para sentar las bases
y sostener los alargados árboles.
Unos arbustos medianos, de un metro y medio, abren sus ramas como
manos de hojas que sostienen lo más preciado, los frutos verdes y anaranjados
que reinan en medio de los cultivos. El preciado tesoro tomate es cubierto por
hojas de plátano para la venta, se prepara helado de su pulpa, mermelada de
los dioses y un vino que promete la longevidad segura.
El pueblo está al pie del cerro de Puntasurco, llamado: “la Mujer
Dormida”, por la silueta que se dibuja en su cumbre. Muchas leyendas se
construyeron para dar explicación a la formación de la montaña. Se comentaba
que hace 500 años los españoles, que incursionaron por primera vez el
territorio, se encontraron con una fuerte resistencia indígena y mataron al
cacique Caranqui Ambuco, quien gobernó la zona con mucha astucia y
valentía.
Luego de la muerte, su más preciada doncella, estaba tan triste que subió al
monte a dejarse morir, mirando hacia el cielo. Ahora los vecinos dicen que el
amor de una pareja durará para siempre si alguien sube al cerro o lo mira en
una noche de luna llena. Varios intentos hicieron crecer más rocas en los
caminos y pendientes.
Manifestaban que cada año, por el mes de marzo, desciende la mujer de la
montaña y seduce a los aldeanos. Les absorbe sus almas hasta dejarlos en
polvo. Siempre es bueno un poco más de tierra en la roca, aclamaban. Solo por
contar la historia les daba “mal aire”.
Alfonso lo sabía todo, desde lo alto viajaba por encima del poblado, estaba
enamorado de la montaña, quería posarse en sus pechos, cada mañana. Sus
sueños traían alas y garras carroñeras. Una ráfaga de viento lo despertó, había
que levantarse temprano. El trabajo era duro, sacar las rocas que detenían las
raíces o producir las piedras. Por casualidad, en varias excavaciones encontró
un pergamino de hace 500 años.
Al parecer fueron grabados y trazos realizados con pintura vegetal, con una
receta o conjuro que permitirá despertar a la montaña, liberar a la mujer y
terminar con la maldición para siempre.
Había que invocar a los muertos, aquellos de fueron al más allá por cosas
extrañas, como dormirse para siempre, caerse de la cama o por silbar en las
calles estrechas. Don Francisco, el hacendado mayor del lugar, por ejemplo, se
había muerto por mirar a la montaña en luna llena. Su cuerpo fue encontrado
en el rostro de la loma, sin ojos, acompañado de una bandada de cuervos. Era
necesaria una limpieza total con hierbas y menjunjes extraños a todos los
pobladores.
Pues, hasta la ritualidad actual se mezcla entre el consumo y el misticismo,
es necesario usar colores, menjunjes, comerse uvas, cargar una maleta para dar
vueltas a la manzana, comprar un Buda lleno de monedas o un gato chino que
saluda a los compradores que penetran en las localidades, convirtiéndose en
rituales externos acogidos por la población local para ver si resulta. “Unas
identidades externas que cambian nuestros imaginarios. Resultará las limpias
en el pueblo”, pensaba Alfonso.
Del otro lado de la población, Magdalena una flaca “peliteñida”, habitante
del lugar, con pocos encantos en las caderas y el rostro, decía que su suerte
debe cambiar para bien o para mal. Su vida pasó por la prostitución y un
amorío sin salida con Alfonso. Hasta se ortigó para que su sangre se purifique,
un poco de trago y alcanfor restaurará la energía de su cuerpo. Un color a
colonia barata y ruda limpiaría su perfil semidesnudo. Tal vez la limpieza total
lo haría con un Shamán experto. Ella era del Oriente ecuatoriano, en la
comunidad de Misahuallí, le costaría un dólar. Hasta podría volar con
Ayahuasca y energizarse con Guayusa.
La Flaca fruncía el ceño cuando iba al trabajo. De pronto un noticiero
informaba el acontecer nacional: “Como se acerca fin de año, por ejemplo, la
bajada de la popularidad del Presidente lo hará encabezar la lista de personajes
que serán quemados. Según las encuestas bordearía el 12% de aceptación. Sin
duda será el más quemado, un encuentro de sentimientos negativos y
positivos, pero será placentero quemar al poder. Esto se convierte en un rito de
fin de año”, relataba el locutor.
Magdalena no se libraba de los acosadores, una mano a la nalga y era
suficiente. Un puñetazo al mentón y el bus se frena. Su pensamiento divagaba
en que la quema de años viejos como ritual festivo.
Pero la Flaca era creyente de la lectura del horóscopo o tarot que predice el
futuro, descubre las debilidades del ser humano desde su nacimiento, sus
cualidades y virtudes impregnadas en los arcanos: la torre, el ahorcado, el
diablo o la rueda de la fortuna…Otros dicen que es pura charlatanería. “Se
podrá predecir el futuro o se necesita un poco de magia para ser felices”,
meditaba Magdalena. Ciertas personas no salen de casa sin ver su horóscopo,
el destino está trazado o es empujado cuesta abajo como una carrera de coches
de madera. Ella lleva la delantera.
El tarot de Marsella sirve para analizar el árbol genealógico de la persona y
descubrir sus debilidades: problemas de dinero, de territorialidad, de salud,
frigidez, impotencia, dificultades para procrear, sentimientos de inferioridad,
incomprensión, carencias de educación, agresiones verbales, no encontrar
marido, etc. Este sentimiento de Magdalena le traslada al monigote (año viejo)
y juega con el inconsciente. Destaca nombres importantes, fechas claves,
cantidad de hijos, profesiones; etc, van marcando su personalidad.
Las mismas culturas shamánicas manifiestan sus propios fenómenos de
posesión en los que una entidad se expresa a través de un sacerdote, el cual
puede, por ejemplo, dejarse visitar por el espíritu de un animal de una planta o
una deidad. La Peliteñida creía que antes de reencarnarse en mujer, fue una
planta apestosa que nunca terminó de evolucionar.
Magdalena está salpicada de referencias, prácticas religiosas, mágicas o
rituales que forma parte del patrimonio de la humanidad y por consiguiente del
más allá de las eventuales diferencias culturales. Parece que la quema de
monigotes (años viejos) son signos que representan estos elementos mágicos,
místicos y religiosos. Una suplantación de su personalidad. El inconsciente
juega con ella y se queda en estas realidades. Sus padres provenientes de la
selva marcaron su personalidad. Ya estaban acostumbrados a verse
semidesnudos. La picadura del bicho de la civilización fue más grande que le
obligó a migrar a otra parte.
Sus pechos ya no estaban al aire, ahora tenían sujetadores, los collares se
trasformaron en zarcillos de diferentes modelos, los atuendos como especie de
falda se convirtió en la tendencia de moda urbana. El lenguaje urbano le ganó
al idioma nativo. La gastronomía ancestral se mezcló con los platos típicos de
la sierra. Muchas casas pidieron sus servicios. Había un detalle, su rostro se
convirtió en corteza, varias arrugas leñosas que no tenían significado.
Magdalena no quiere ver la realidad como es, ella misma se hizo mística,
todo lo negativo y la muerte se impregnó en los años viejos y hasta le dio
correazos al monigote por representarle mal o porque ella es culpable de lo
que pasó. Hay que engañar al inconsciente de manera lúdica para que el
próximo año cambie de actitud.
La ausencia de afectos, sus miedos, el no tener trabajo, riqueza, las cosas y
personas que quiso, los fracasos disparados en los voladores se quemaron en el
asfalto. La imagen de la fogata quemó la realidad, suplantó sus sentimientos y
pensamientos. Había recuerdos. Inti uno de los jefes Shuaras le quería de
verdad, había realizado todas las pruebas de guerrero y cazador. Había vencido
al sapo “Kuartam”. La unión de los clanes nunca se cumplió. La Flaca
perseguía otro sueño. Salir a la ciudad.
En el monigote está la representación de la realidad de Magdalena, incluso
una parte murió en esa representación. Están los políticos castigados por su
prepotencia, es la única forma de ajusticiar al poder. La muerte representada
de manera barroca, el signo (monigote) está en vez del sujeto que quiere
representarlo, se burla o simplemente lo hace desaparecer.
La Flaca recorre las calles y observa los años viejos para todos los gustos y
edades: héroes, políticos, dibujos animados, duendes, desde 20 hasta 400
dólares. “Aunque mejor sería quemar los billetes de manera directa pero los
sentimientos están encontrados”, rezongaba Magdalena.
En un libro leyó que “la mayoría de países latinoamericanos, la costumbre
de quemar años viejos se le atribuye un origen hispánico y en España,
costumbres similares, posiblemente, sean derivados de rituales antiguos
paganos europeos como las Saturnales de los romanos, rituales celtas o los del
País Vasco y Navarra en España. Las fiestas Saturnales se celebraban por dos
motivos: en honor a Saturno, dios de la agricultura y como homenaje al triunfo
de un victorioso general (fiesta del triunfo)”.
Roma, rendía culto a Prometeo con la costumbre de realizar figuras de
hombres, aves y animales que eran incineradas por representar los vicios
humanos.
En algunos países, como Perú y México, la costumbre ya tenía
antecedentes autóctonos aborígenes prehispánicos en ritos agrarios y
purificadores, y algunos de sus elementos como danzas y el vestuario de la
comparsa se han incorporado al ritual actual como parte del sincretismo propio
de una cultura mestiza. La quema del año viejo tiene antecedentes muy
antiguos y se da en muchos lugares del mundo, se daba por tanto ya en las
culturas babilónica, griega y romana.
Los primeros datos sobre la existencia de los años viejos en Ecuador son
de 1895, cuando una epidemia de fiebre amarilla azotó a los guayaquileños.
Como medida sanitaria confeccionaron atados de paja y ramas con los
vestidos de los familiares muertos, para quemarlos en la calle, el último día del
año y ahuyentar así la peste y la desesperanza. Es la representación de lo viejo
y el inicio de lo nuevo, de dejar el pasado, su vida lujuriosa, la muerte de su
abuela y la proyección de su futuro.
La incineración del monigote a la media noche del 31 de diciembre, es un
ritual de purificación para alejar la mala suerte y de transición, pues también
se celebra la llegada del nuevo año. Además se comen 12 uvas que representan
los meses del año.
Cada uva debe ser ingerida antes de terminar las 12 campanadas del reloj.
Terminada la quema de años viejos, las personas se sientan con toda la familia
a cenar el pavo hornado o lechón, vino o champagne, para brindar por la
llegada del nuevo año. Los más pobres se comerán una salchipapa o un pan
con plátano, aunque sea. Magdalena mezclaba sus especias.
Hay otras cábalas que se realiza como poner dinero en un bolsillo o en un
zapato y olvidarse que está ahí y de esa manera el dinero no va a faltar para el
nuevo año. Claro, aunque luego la media apeste a dinero o al revés. Los
colores, el verde esperanza, el amarillo de la suerte, el rojo pasión. “Formas
expresivas que nos han invadido de afuera pero que lo acogemos a nuestro
estilo” replicaba Magdalena.
Qué decir de las viudas que como la llorona no necesariamente expulsan
lágrimas por sus hijos sino por el viejo que se va y que deja un testamento más
de deudas que de bienes. Por su puesto para sacar algo de platita y recuperar lo
gastado en el décimo sueldo. Aunque algunos dirán que ese es el momento
para que ciertas personas salgan del closet. “Entre lo mágico y lo místico. Un
poco de magia nos hace felices”, piensa Magdalena.
Rituales que indican en que en el nuevo año no va a faltar la abundancia,
pero no en todos los hogares, con un buen pan será suficiente en unión con la
familia. No se trata ya de imitación ni de reiteración, incluso ni de parodia,
sino de una suplantación de lo real a través de un monigote. “Disimular es
fingir no tener lo que se tiene. Simular es fingir tener lo que no se tiene. Lo
uno remite a una presencia, lo otro a una ausencia”, explicaba la Peliteñida.
Magdalena se quedó paralizada de terror y sintió como su cuerpo se
expandía, sus pies se hundieron en la tierra y le empezaban a crecer raíces; su
piel se endureció y se cubrió de la corteza de un tronco; sus cabellos se
expandieron como las ramas de un arbolado. Al finalizar Magdalena se había
convertido en un árbol de ovo.
La piel de la Flaca siente dolor, llora por las heridas y beneficia a las
personas con sus lágrimas; lágrimas buenas para curar quemaduras, úlceras
etc. De esta manera el alma de Magdalena quedó atrapada en el tronco y
ayudó a mitigar el dolor de los demás.
Todos decían que le vieron por última vez en el jardín de una casa
escondida que solía realizar meditaciones y arrepentimientos por haber
abandonado su hogar nativo. Un árbol nuevo tenía el patio. El fuego del
monigote se expandió por la casa, la sangre se hizo harina en el suelo. Los
voladores enviaron un mensaje al cielo.
Estos relatos indignaban a Víctor, el cura del pueblo, quién repudiaba las
supersticiones de la gente. “Que los rituales, brujerías y charlatanería del
horóscopo eran cosas del demonio que alejaban a los feligreses de la fe de
Dios”, gritaba a los pobladores en todos sus discursos.
Cierto día, aquella mano apretada aplastó varias veces la mejilla de la
conviviente de Víctor. Esa mano fue besada por otros labios aparentes. El
mismo sujeto se arrepiente, se perdona con la Biblia en su otra mano. Podría
predicar todo lo contrario. El perdón en cada aplastada. Las prédicas son
personales y los bautizos se hacen a calzón quitado. El cura escondía la fe en
las faldas de las mujeres.
Víctor decía que tiene las siete estrellas y que anda en medio de “los siete
candeleros de oro”. Tengo el espíritu de las 7 iglesias y daré de comer a
cualquiera del árbol de la vida”, vociferaba. Para interpretar estos pasajes
bíblicos traía manzanas y serpientes como si fuera un brujo de prestigio,
mientras el coro femenino desnudo danzaba entre movimientos infernales.
Parecía una obra de teatro con rituales sagrados. La iglesia era el mejor
escenario para “parar de sufrir”.
El cura decía que una voz de trompeta hablaba con él y que un trono estaba
listo para su ascenso. Estará rodeado de 24 ancianos con coronas de oro y siete
lámparas de fuego. Mientras un mar transparente regará a cuatro seres
vivientes llenos de ojos, adelante y atrás.
Según Víctor, el primer ser se parecía a un león; el segundo era semejante
a un becerro; el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era un águila
voladora. Todos ellos estaban llenos de ojos para demostrar a la humanidad
que sus acciones eran vigiladas todo el tiempo. Víctor pretendía ser la quinta
criatura, una Mantícora, una especie de león con alas de águila y la cabeza de
humano con una dentadura sobrehumana que podría devorar todos los males
que tiene la Tierra.
“El que era, el que es, y el que ha de venir”, pues indicaba a la multitud
que ya llegó a la tierra por mandato divino. La multitud en comunión: “Damos
gloria y honra y acción de gracias al que está sentado en el trono, el que vive
por los siglos de los siglos”. El predicador solía sentarse en ese instante. A
veces hacía los sacrificios con corderos inmolados y les pegaba cuernos y
ojos. Aquellos rituales apasionados atrajeron a Mireya, sin pensarlo, dos
veces, se quitó la ropa en el confesionario, fue posesionada violentamente por
el Cura, una bofetada suficiente para el trance en el espaldar de la cama, los
pómulos reventados pedían calmar el dolor, unas ojeras sanguinolentas, nunca
pidieron descanso.
Mireya se convirtió en la esclava del puño. A veces lustraba el piso con sus
cabellos o su cara, sacaba moldes de sangre en las paredes de la habitación. Un
grito de trompeta y los nervios bajaron a los esfínteres, una agua sucia y
amarillenta se expandía por los pasadizos de la casa, ni miles de biblias
podrían aplacar ese dolor y limpiar toda la suciedad de los pisos.
El Cura tenía una mirada publicitaria para los fieles, ellos conocían una
sola personalidad. A veces se paraba solitario en la plaza del pueblo a
insultarles a los borrachos y prostitutas que descansaban de sus jolgorios
diarios…Hasta que alguien le recriminó “tú eres más pecador que yo,
necesitas un exorcismo”, nunca más se lo vio por esos lugares.
Sus fieles se pronunciaban de los milagros:
Dora hablaba del milagro que tuvo en su vida desde que el Predicador puso
sus manos en su frente, en sus abultados senos y su sexo virgen. Los galenos
le habían pronosticado que era infértil, sin embargo, al poco tiempo quedó
embarazada de la palabra de Dios. Una lengua de fuego se había posado en su
vientre y unos ejercicios provenientes del “Tantra Hindú” le hicieron concebir.
Joaquín al que todos conocían como parapléjico porque siempre estaba en
una silla de ruedas, de pronto caminó. Él solicitaba dinero en una calle
transitada, pero al ver que un auto se venía encima, botó su silla y salió
corriendo, milagro, milagro gritaba. Desde entonces pide caridad de pie.
Pedro fue abandonado por su esposa e hijos hace más de 45 años y nunca
más les volvió a ver, su búsqueda fue interminable hasta que, por casualidades
del destino, dos de sus hijas también iban al mismo culto. Esto dejó como
saldo interminables celebraciones, volviendo a la bebida de siempre. Sus
cánticos eran acompañados de turnitos de aguardiente.
Víctor, antes de que le descubran, quería curarse de su doble personalidad
y entró al quirófano, en un hospital de Ibarra (ciudad ecuatoriana). Varias
operaciones intentaron acabar con ese mal, un sinnúmero de cortes en el
cerebro y no dio resultados, dado la vuelta el corazón y los latidos se fueron
por el tubo del suero.
24 horas y su cerebro estaba dividido en dos, el hemisferio derecho fue
pegado en el izquierdo y viceversa para que lo creativo se mezcle con lo
cognitivo, pero no dio resultado, las neuronas no eran compatibles, intentaron
dejarlo como antes, pero las conexiones antiguas cicatrizaron.
El cerebro de Víctor tenía un tatuaje unido en la corteza, era el número
144.000 impregnado en un sello. Una mano intentó ahorcarlo, los galenos
decían que eran sus propios reflejos. La otra personalidad se reía a carcajadas
encima del quirófano. Se miraba así mismo dormido en estado de coma. No
creía que estaba muerto por minutos.
Una moladora (sierra) definía las asperezas de la personalidad, esta se
escapaba a un túnel obscuro, muchos brazos le jalaban hacia abajo, no pudo
llegar a la luz. Percibía el dolor del bisturí, el olor a carne quemada, 5
transfusiones, no se había ido. Una risa volvió los latidos al equipo médico.
Descuartizado el sujeto, quisieron cambiarle la mayor parte de órganos
vitales, algunos fieles ya habían donado, un corazón de atleta, unos riñones de
un nadador, el hígado de un bisonte, los intestinos de un cerdo y la piel
proveniente de varias ovejas descarriadas. Habían enumerado las partes, en un
comienzo las piezas no encajaron, pero luego del “electro shock”, comenzaron
a funcionar. Los cirujanos le succionaron como una neurosis y tuvieron éxito.
Podría estar sano, pues despertó a los tres días y resucitó en la camilla.
Esta era la oportunidad de Mireya para desconectarlo para siempre, sin
embargo, Víctor ya estaba despierto predicando con sus manos alrededor de la
cintura y el escote de las enfermeras, practicaba la mejor pose en la cama de
hospital. Sus palabras embriagantes hacían que se quitaran la ropa mientras se
refregaban en el tubo del suero. Esta medicina era vino de consagrar. “Al
parecer la personalidad malvada se quedó”, decía Mireya, mientras huía por
los pasadizos del hospital.
Su mente se nubló por un instante porque del ascensor le saltó una carta
del Tarot, era el diablo en forma de hombre y mujer. Representaba la
seducción de la muerte. Una cabra con cuernos encadenado en forma de
hombre y mujer. Alguien con malas intenciones que se interpondrá en su
camino con múltiples disfraces, ataduras y atracciones secretas.
Este naipe para Mireya representa la fuerza vital contenida en la ‘Madre
Tierra’. Es la energía sexual simbolizada por la serpiente que asciende desde
las entrañas de la tierra y nos seduce con “el fruto del bien y del mal”.
También es símbolo de las tentaciones, ilusiones que se nos presenta a lo largo
del camino, desviándonos de nuestras auténticas metas. Pero esa aparición
aclaró su mente.
Los especialistas le dieron el alta a Víctor y bajó a la cafetería a estrenar su
nuevo estómago. Cuando de pronto un brazo sujeta el cuello, una inyección
letal con arsénico presiona, empuja en la yugular. El Cura se desplomó al piso.
Mireya, al escapar por la puerta principal del hospital, no miró a su
izquierda y su vida fue cegada por el aullido de una ambulancia que se
acercaba a emergencias.
“Quién es el que manda ahora, por los siglos de los siglos, hasta en los
caseríos más indigentes, fue el último escalofrío de la muerte. Un bandolero de
Dios que durante siglos se alimentó de los hígados de los feligreses, vergüenza
del cielo”, decían algunos, mientras se santiguaban al pasar por los corredores
del hospital.
El reverendo por orden suya había traído a Dios, sus manos hacían crecer
el musgo en el pan todavía tibio y había renegrido el oro de los instrumentos
religiosos. Había convertido a la fe en un negocio.
“Víctor es el nombre con que los otros dioses conocen a Dios”, decía su
tumba. Mireya no tuvo un entierro digno, su cuerpo sirvió de experimento para
los estudiantes de medicina.
Hasta ahora, en neurología, dicen que las dos almas, en constante
confrontación, rondan los pasillos del Hospital. En la madrugada, a los
guardias no se les ocurriría transitar por ese lugar. Esta era otra de tantas
muertes extrañas del pueblo místico.
De regreso a Ambuquí, luego de darse vuelta en la cama, Alfonso se
introdujo en un cuento infantil, revolvió las páginas, todas estaban en blanco.
Llegó a la penúltima hoja y un pensamiento se le vino como ícono de piedra
en una visión de futuro. Debo pensar en el presente. Del índice aparece
Magdalena (Caperucita Roja) quien la conoció muchos años atrás. En su
pensamiento, ella se fuga para apagar incendios obscenos, miradas descaradas
y vaciles como: “mijita rreca”, aquí está tu jinete preciosa”, mamacita quieres
adoptarme” de pequeño solo tomaba leche de tarro”, terminaré de criarme en
tu escote”, “Caperucita, aquí está tu lobo feroz”. En fin, dice la gente que ella
posee un magnetismo animal, que es la cosa usada por todo el mundo y seduce
los billetes de corbata.
“Ah! es que tú quieres ser lo que dice la gente, no ves que la palabra es el
espejo de las personas”, le habla la Abuela entre palabras y ronquidos.
Demonios olvidé llevarle la comida, reflexiona Caperucita.
Desciende del pueblo, observa su nombre impregnado en la escalinata más
alta. Sitio que usa la gente de meadero, meditación y servicio público. Un
corazón entintado de sangre y erotismo indica: “Magdalena que puta eres”, “la
Caperuza de Ambuquí”. Ella cruza la carretera, sube por el bosque de cactus,
después de atravesarlo y extasiarse con los movimientos de los espinos secos,
deja la comida, cuando está por retirarse, soplan a la puerta. ¡Oh! sorpresa, es
el Lobo Alfonso que corre de un enemigo más arrecho que él, la moral. El
Lobo saca la navaja, amenaza, destroza los ropajes de Caperucita, saborea la
carne inédita en la fricción de pelos y piel desnuda que se derrama en energías
sinuosas, aullidos que acallan los resortes del colchón.
Más, más. Caperucita trata de gritar, no puede ha sido prisionera del dios
Falo. Ella ya no cabalga más, se acuesta como yerba seca, esperando que una
cruz penetre su sexo en el último rincón de la capilla ardiente. Amén.
Alfonso se acuerda que por ahí no va el cuento y decide busca a los tres
cerditos o tal vez comerse las fritadas del pueblo.
Ahuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu.. Aullido del atardecer.
Alfonso recuperado por su esquizofrenia y desenfreno sexual se acuerda
que debe hace algo importante para su vida. Vaga por las calles del pueblo
ensimismado, revisando el adoquín que nunca pisó, cargado el rostro del
“Cristo de los pobres”, desteñido el cabello, confundido por ramas secas y
aserrín. Alza la pierna y se orina como perro callejero. Duerme para siempre
en la segunda palmera a la derecha de la señora de las fritadas.
Alfonso vocifera dormido, ¡quisiera untarme de niebla para que todos me
vean en el ambiente! ¿Podré ver pupilas en el espejo cuando este es ventana
del mundo?., ¿Tendré tiempo suficiente de dormir cuando muera?. Hoaaaaaa,
bosteza, come lombrices muertas, restos de papas, fritangas, pan que arrancha
a las hormigas y vino blanco que dejó un sacacorchos. De su bolsa saca la
lupa, quiere descubrir el crimen que perturba la felicidad humana.
Alfonso se levanta temprano, cree afeitarse utilizando la yema de los
dedos, saca la navaja del bolsillo roído de su gabardina, la presiona en su
rostro. Encuentra una topografía irregular de pelos, cicatrices abultadas. Un
torbellino de autos le botan smog en las asfixiantes fosas nasales. Sus
espinillas están unidas como senos abultados que las exprime de un zarpazo.
Llega a las mejillas y descubre las nalgas de una mujer, las acaricia, las
palmea, las limpia con billetes. Perfora los poros y oculta el lunar símbolo del
ombligo femenino.
Ahaaaaaaaa…Estaba soñando. La Abuela se levanta y se observa en el
espejo: espejito, espejito... ¿Cuál es la más experimentada de todas en el
negocio del placer?, el espejo silba huiiiii huiiiiuuuuu. ¡Que buena la vieja!
La Abuela contesta: “Una nace para dar lo que le dan a una”. La Caperuza
sale por los hombros de la Abuela, se confiesa ante el espejo: tengo 16 años, ni
siquiera cedo el asiento en la cama, combato 50 fichas diarias, no logro el
orgasmo fingido en la vitrina del placer, todo por romper la barrera de lo
perverso. “Por último en el pueblo todo hueco es trinchera”.
Caperucita intenta despertar al Lobo, lo llama por todos los nombres que
tiene la tierra: Alfonso, Abraxas, abrazas, abra, cadabra, palabra, bla, bla…
bllll….
Alfonso sigue sonámbulo, su inconsciente está atrapado en el espejo.
Descubre un eructo, despierta frente a una lengua que escupe fuego, en una
silla de tres patas, acalambrándose con sus piernas. Esa lengua lame su cara de
espanto junto a dos mandíbulas animalescas que retuercen los dientes como
fierros viejos.
Las personas manifestarían que es el malestar del trabajo. Tal vez, esa
lengua lame la cera de sus oídos, con la cera ahoga los gritos de auxilio de una
persona. Ella le hace señas con sus labios, pero un puñetazo repentino lo hizo
dormir infinitamente. Las manos de aquella persona intentan atrapar la luz que
viene del cielo. Acoge, aclama, frena varias veces. Su ira en el rostro
desmaquilla la vestimenta que lleva, es negra como su destino. La persona
tiembla tanto que hace revolotear una carpeta verde rayada con el membrete
Alfonso.
Alfonso despierta sudoroso al nuevo día, traga saliva con pan, come las
uñas de sus pies. Se revuelca en el lecho húmedo de sus sueños, se fuma los
dedos. Se le atora un quejido con la alarma del reloj. Ya es lunes otra vez.
El prende la luz que alumbra el lúgubre cuartucho de palos apolillados,
adobes de mármol fino, telarañas que dividen la claridad de las sombras y el
piso de la alfombra encespada. Tiene un techo de goteras vacías, el espejo
cicatrizado por la mirada continua de un Cristo volteado de cabeza y la ropa
colgada como nubes escurridas por grafitis. Un marco completo y es el estilo
de Rembrandt.
No importa, el cuadro está colgado en las montañas altas, entre el cielo y la
tierra. Calle: “prohibido- prohibir 666 y sal si puedes”, Ambuquí.
Alfonso coge el primer bus que va a la ciudad y que se atraviesa por su
camino, reflexiona: “es una caja de psicosis colectiva” Observa el movimiento
de las personas sin control cerebral que cabecean en los brazos de Morfeo.
Nada les mueve, ni un bache que les hace gesticular sus cerebros en
chismes retumbantes. De pronto una mano sigilosa que agarra la maleta,
sostiene el peso de una pierna rota, se abalanza como enemigo a la penitencia
del dinero, acosa, acecha a la salida, empuja, desvalija los bolsillos, limpia de
golpe, perdona, disculpa, se equilibra en la pata de palo y le da hipo de vez en
cuando. El lisiado se sienta frente a dos nucas desconocidas, se rasca el
ombligo, tose cada cinco minutos, charla con él mismo, empuja la comodidad,
y se apropia de la astucia de los vendedores. Nadie vio nada.
Alfonso se suelta del bus, arregla su gabardina, compra una botella de los
brebajes de “Mama-Juana”. Toma la lupa, escudriña alguna huella en el iris de
sus ojos, avanza hacia la oficina en el segundo piso del prostíbulo, “La
Sirenita”, abre la puerta de vidrio roto con la frase: “el detective Alfonso
adivina su destino, pero no lo resuelve, descubre sus males, pero no los
resuelve, lee la mano, pero no la corrige, le ayuda en los negocios sucios y
corrompe la eternidad”.
Alfonso nunca tuvo un caso que resolver, ni siquiera su propia vida.
Comparte la plata de Caperuza ganada con el sudor de su vientre. Quería una
mujer que lo mantenga en una vagina gigante que, entre todo el mundo sin
distinción, manejada por la meretriz: La Abuela. Magdalena más tarde
contribuiría al pueblo con su propia existencia.
En la tarjeta de presentación de Alfonso decía: “antes de visitarme, hágase
una limpia porque estamos rodeados de indios”.
Luego de varios años, lejos de su Caperuza, Alfonso contemplaba el
paisaje al momento de abrir los ojos frente al acantilado. La luz abrigaba el
dormitorio y era el mejor despertador ambiental. Descubrió una casa
atornillada a las grietas junto a una cascada, era sencillo estirar el brazo y
tomar un sorbo de agua. Casi toda la casa era una caja de cristal, se veía
claramente el reflejo de los rayos en el techo, una casa modesta que requería
dos horas para llegar a ella, el único camino la escalada entre las rocas. El
equipaje debía ser ligero y llevar una cuerda con ganchos. Una vez arriba las
nubes se quedaban al piso de la cumbre. Un baño helado templaba los nervios,
bastaba sacar la cabeza por la ventana.
Las tardes merecían ser vistas desde las hamacas, una en los cimientos de
la casa y otra frente a la entrada que daba hacia el este justo cuando el sol
invadía las arrugas de las montañas. Cuando la niebla caía, la casa se posaba
frente al mar de nubes.
El café se servía frente a la estufa de piedra, un rincón acondicionado en
las rocas para preparar los alimentos a fuego lento, un té de “sunfo” para
calmar los nervios. Una hierba de montaña que se mezclan los olores y sabores
entre la menta y toronjil. La sala tenía una única pantalla en dirección a la
montaña de “la Mujer Dormida”, parecía un cuadro en movimiento. La
chimenea consumía hojarasca y restos de espinos, ideales para el perfume
ambiental.
Nadie sabía quién la construyó, ni por qué está ahí, pero Alfonso la
descubrió por casualidad, justo cuando la niebla le jugó una mala pasada y casi
cae al precipicio luego de escapar del pueblo, de la mediocridad, de los
insultos y discriminación.
Alfonso tenía aproximadamente unos 55 años, de tez morena y algunos
lunares que desaparecían la nariz, un cabello tosco como musgo, nunca habló
con los demás solo para sí mismo, era muy hábil para conversar con los
animales. Estaba cansado porque sabía que nació en un basurero, tal vez sus
padres lo abandonaron y la gente pensaba que era un estorbo que era necesario
eliminarlo.
La geografía irregular de la tierra le obligó a adaptarse de la mejor manera
posible al paisaje y a desarrollar ideas y tecnologías que le permita sobrevivir
en este lugar poco amistoso. La casa estaba metida entre la roca de un
acantilado, en la superficie había una laguna que se precipitaba en una
cascada.
Más alta que ancha, el cristal y el bareque son materiales protagonistas. En
el interior impera un arte rústico con una mesa de comedor de piedra con
bancos de madera. Tiene una sala, chimenea, dos habitaciones y cuarto de
baño.
La casa posee un estilo formado por geometrías angulares repetitivas y que
fueron molidas en torno a la roca. A veces el viento invadía los recovecos de la
vivienda, cuyos silbidos eran acompañados por cada amanecer.
Alfonso tuvo un sueño en el que indicaba que a partir del 22 de junio
experimentará cambios importantes en su vida, habrá un giro inesperado que
cambiará el rumbo de su existencia, es un periodo en el que, el calendario
astral esta de su parte. La suerte astral toca a su puerta. Júpiter es el planeta
que más influencia su cielo Astral.
Siente que es una persona con una gran fuerza y capacidad de mover el
mundo en torno a él, puede contar con una especie de magnetismo que le
ayudará a triunfar en los negocios que tenga, empresas modestas y audaces.
Cuenta con una increíble capacidad de resistencia y recuperación, a pesar de lo
frágil que puede ser su salud. Pero todo esto es característico de su signo
sagitario. El siempre evitó situaciones de ruido, de violencia en los
movimientos y en el lenguaje, el estrés y el cólera.
Alfonso es un enamorado de la vida y del amor. Un grabado en las rocas
simboliza su pasado afectivo y emocional. Sus visiones muestran un sol al
revés, significa ciertas decepciones y esperanzas frustradas, muchas personas
que no respondieron a sus expectativas del momento. De hecho, tuvo un
sentimiento de que no se sentía amado y apreciado como lo merece. En un
espejo visualizó una inmensa tristeza que, aunque el tiempo ha ido sanando,
todavía quedan algunas cicatrices. El sol parecía al revés cuando terminaba el
día.
De un rincón de las grietas salieron siete bastones que lo apuntalaron en el
piso y no lo dejaron caer al vacío, estaba en levitación y cada uno de ellos
formó una circunferencia, le dio dos vueltas y él se quedó boca abajo en a la
penumbra.
Alfonso posee un encanto especial, la personalidad y con el suficiente
magnetismo para pasarse de cualquier autoridad superior o la misma
naturaleza, los animales caían a sus pies, la comida venía del cielo. Él se
posaba frente a otra persona que estaba en una mesa en la que había 7 piezas
herrumbrosas (de color amarillo-rojizo). En esta visión, todo estaba oscuro y
todo ocurría en una cabaña en ruinas. Luego de girar una piedra en la
chimenea estaba frente a una mesa en medio de una habitación
espléndidamente decorada. En esta mesa había 7 piezas de oro brillantes
mientras el sol moría al atardecer.
La explicación de esta visión es clara. Las 7 piezas en metal representan 7
oportunidades de suerte en el dinero de las podrá disfrutar. Mientras que las 7
piezas de oro quieren decir que las 7 oportunidades de suerte a nivel monetario
pueden concretarse en su futuro próximo.
Alfonso posee una fuerza interior poderosa pero no utiliza su capacidad
receptiva. El desarrolló en la meseta un pequeño huerto de vegetales, lo
necesario para sobrevivir. A veces la meditación estaba en la siembra.
Las relaciones son ahora la única manera de jugar a pesar de sus notorios
riesgos. Su olor y esencia era llevada por la corriente hasta el pueblo. Bajó
como niebla a posarse en cada puerta. Decían los entendidos que eso provocó
la exaltación de pasiones entre los nativos que comenzaron a comer la carne o
los órganos internos de otros seres humanos. Nadie sobrevivió, se convirtió en
pueblo fantasma pestilente. Con el tiempo fue un punto muerto del mapa
cubierto por un panal de moscas. Alfonso fue creado de ese amor líquido que
nunca se estanca en cualquier lugar.
De hecho, decían los antiguos que cada mañana los pobladores
comenzaron a estrenar ropa nueva, extraían de su refrigerador los restos
humanos, esperaban el camión de la basura para buscar el placer de expulsar,
descartar, limpiarse de una impureza recurrente”. El “barrendero” era el ángel
caído del cielo que se llevaba los restos humanos a una fosa común junto a
toda la basura humana. Pronto los oficios de herrero, barrendero, carpintero,
fueron desapareciendo. No quedaban habitantes. Las vacas y los caballos se
apropiaron de las viviendas. Los cerdos gobernaron ese mundo. Decían las
malas lenguas “una vez que las cosas han sido descartadas, nadie quiere volver
a pensar en ellas” razonaba Alfonso.
Alguna vez leyó de un filósofo Bauman: “La naturaleza del amor implica
ser un rehén del destino”. Amar es desear "concebir y procrear", y por eso el
amante siempre busca la cosa bella para hacerlo. En otras palabras, el amor no
encuentra su sentido en las cosas ya hechas, completas y terminadas, sino en el
impulso a participar en la construcción de esas cosas. El amor está muy
cercano a la trascendencia; es tan sólo otro nombre del impulso creativo y, por
lo tanto, está cargado de riesgos, ya que toda creación ignora siempre cuál será
su producto final.
En todo amor hay por lo menos dos seres, es imposible que se pueda amar
en solitario. Eso es lo que hace que el amor parezca un capricho del destino,
ese inquietante y misterioso futuro, imposible de prever, de prevenir o
conjurar, de apresurar o detener.
Alfonso abrió la puerta a ese destino, dar libertad al ser: esa libertad que
está encarnada en Magdalena, su compañera en el amor. Parece que en el amor
individual no encuentra esa satisfacción en una cultura en la que esas
cualidades son raras, la conquista de la capacidad de amar será necesariamente
un raro logro.
El dejó una inscripción en la pared en la que decía que se levantó con
mucho trabajo y se dispuso a unir la noche con el amanecer meditando en su
vida. Veía a su ex mujer Magdalena, en brazos de otro y ese pensamiento
sumado a la nostalgia por su rostro le sumió en una angustia terrible. Sin
embargo, después de un baño helado se le ocurrió penetrar en su universo.
Intuyó como ella veía al mundo. Penetró en su conciencia y lo supo sin
dudas y con absoluta certeza que no se entregó al mundo. Entonces no sabía si
despertó o volvió a dormirse, pero vio la figura de su amada y bailaron entre
flores y árboles.
Por ello vino a esta montaña. Quiso cambiar su amor que sentía por ella y
entregarla a la tierra. Ahora es distinto, ya no existe el pensamiento. Ahora es
como un sueño de la mañana. Se convirtió en la mente de un niño. Supo que
era cierto y que, si no era de ella, entonces sólo recibiría amor de Dios. Llego
una mañana y al desnudarse sintió el sol en si piel. Lo saludó y luego entregó
su simiente a la tierra. En ella vive y a ella le debe su existencia.
Siempre los foráneos volverán a conquistar las tierras. Llegaron por grupos
a Ambuquí.
Manuel, luego de enterarse del pueblo fantasma, refundó la zona y llegó a
ser el Presidente de la Junta Parroquial. Un hombre robusto y alto, no le
interesaba las cosas que sucedían en el sitio. Siempre estaba en campaña
política y ofrecimientos.
Manuel tenía un disfraz para cada ocasión, una mueca acompañada por
varios gestos, una representación para todos. Nadie tenía la aproximación
espiritual ideal. El enojo se alojaba en sus entrañas. La gente le clasificaba
entre los asesinos silenciosos que no se inmutaba en devorar una presa. Había
perdido el sello de la personalidad. No hay ciencia que se ocupe de este tipo de
hombre. La perfección y la evolución se habían quedado en la muerte. La
redención está en la muerte y volverá empezar en otra existencia.
Algunas veces le decían el “outsider” de la oportunidad. La santidad estaba
impregnada en la lana de los rebaños. El bastón goleaba las cabezas huecas.
Por cada ofrecimiento en la tierra caían las manos y los espejos. Mitología
simplificada del devenir. Las palabras se vertían en los cerebros y quedaban
tatuados en su corteza. El dominio se hizo sentimiento.
Las palmas abiertas de Manuel tenían una connotación positiva en las
personas. Además, combinadas con los brazos extendidos, comunicaban
aceptación y confianza. Pero aquel sujeto tenía brazos con espinas. Sus palmas
extendidas hacia arriba demostraban que es alguien que no tiene nada que
ocultar que no tiene nada bajo la manga. Pero daba la vuelta la solapa, caían
gusanos apestosos.
Se sabe bien el libreto, cierra los dedos en la mano por completo para
formar un puño y al subir la voz gradualmente está demostrando que tiene un
firme control sobre la situación. Este gesto indica su determinación, el
compromiso y fe, e irónicamente se utiliza deliberadamente por muchas
personalidades que carecen de estos atributos. Pues es el mejor disfraz.
Con un golpe de aire representa su determinación, ya que es difícil
interpretar mal las emociones detrás de un puñetazo. Muchas veces es llamado
“la garra”, si un gesto similar al gesto del puño por la energía que expresa, sin
embargo, utiliza toda la mano y especialmente los dedos, como si Manuel
agarrara algo en el aire, simula agarrar un argumento o algo similar a una
herramienta o arma. Para culminar la idea es común que Manuel utilice luego
el gesto del puño para enfatizar el cierre de la idea de forma determinante y
demostrando el control de la situación. Algunos golpes iban directo a la frente
de los fanáticos.
Cuando deja sus dedos abiertos, manifiesta que está lidiando con un
problema mayor o un argumento importante, en caso de cerrarlos durante su
discurso simboliza que lo tiene o tendrá bajo control, pero reconoce lo
complicado que es. Los paquetazos desvalijarán el bolsillo. La masificación se
hizo muda, el nuevo canal de riego tendría costo.
Manuel muestra la necesidad de comunicarse desde muy temprana edad,
elabora muñecos de lodo y les da gestos que señalan al resto. Hay que dividir
y el señalar con el dedo crea grupos dispersos. El gesto de señalar ya se
encuentra en su subconsciente y lo utiliza en conversaciones cotidianas. Su
uña estereotipa a la gente, señala un argumento, expresar firmeza y hace una
acusación. Insulta a los indígenas, los afros, las mujeres, los periodistas.
Siempre tiene la razón no acepta la crítica.
Cuando su mano se eleva como simulando un saludo cercano o
preparándose para un apretón de manos, la mueve desde arriba hacia abajo,
simula la urgencia de alcanzar y tocar a la audiencia, mostrando un fuerte
deseo de convencerlos y persuadirlos con una idea o argumento. A veces
utiliza las dos manos, tratando de entregar físicamente su argumento o punto
de vista sobre la audiencia.
Es hábil para ponerse el antifaz, su comportamiento político varía en cada
escenario y audiencia, es uno cuando está en una audiencia femenina y otro
frente a los gays. Le gustaba cambiarse de camisetas, así como de género. Sus
ojos infundían miedo a las personas y eso hacía efectivo su control. Parecía el
nuevo sacerdote del pueblo.
Manuel observaba a sus enemigos políticos y definía su estrategia de
distracción. Desviaba la atención del público de los problemas importantes y
de los cambios decididos por su grupo, mediante circo, entretenimiento,
morbo y un viaje gratis a otra ciudad. La estrategia de la distracción es
igualmente indispensable para impedir al público interesarse por los
conocimientos esenciales, en el área de la ciencia, la economía, la psicología,
la neurobiología y la cibernética. Más interesante eran los asesinatos e
inseguridad, los femicidios y la desidia de los pedófilos, los impuestos, los
despidos y el desempleo. Incluso rescatar una mascota era más importante que
un mendigo.
Manuel creaba problemas y luego ofrecía soluciones como el caso de
generar miedo por terrorismo e inseguridad, violencia urbana a cambio de
armar ejércitos o policías represoras y eliminar derechos. Culpaba a los
anteriores pobladores de no haber surgido con el comercio de los frutos y
ahora que tenían mercado, era un buen pretexto para subir los impuestos.
El público tiene siempre la tendencia a esperar ingenuamente que “todo irá
mejorar mañana” y que el sacrificio exigido podrá ser evitado. Esto da más
tiempo a los habitantes para acostumbrarse a la idea del cambio y de aceptarla
con resignación cuando llegue el momento.
Manuel solía dirigirse al público como una criatura de poca edad o con
chistes agrios de farándula. La mayoría como personas con discapacidad y
pérdida de memoria. Para eso están los programas de farándula y las redes
sociales para que todos sean expertos opinando de cosas triviales.
Manuel utilizaba el aspecto emocional mucho más que la reflexión. Era
más importante los abrazos y besos en territorio, abrazar un recién nacido que
la entrega de una obra apoteósica. Simular un enojo ante los adversarios,
culparles de toda la desgracia y corrupción. Quitarse la corbata, desabotonar la
camisa y pedir que le disparen. Con esto abre la puerta de acceso al
inconsciente para implantar o injertar ideas, insultos, deseos, miedos y
temores, compulsiones, o inducir comportamientos: “cadáveres insepultos”,
“gorditos horrorosos”, “terroristas mediáticos”.
Era necesario mantener al público en la ignorancia y la mediocridad. El
público es incapaz de comprender las tecnologías y los métodos utilizados
para su control y su esclavitud.
Mientras se lanza unos mensajes en la radio y en la televisión para reforzar
la auto culpabilidad. Hace creer al individuo que es culpable por su propia
desgracia, por causa de la insuficiencia de su inteligencia, de sus capacidades
o de sus esfuerzos. Nació en la pobreza y no cambiará, o su condición sigue
así porque no se esforzó en la vida. Así, en lugar de rebelarse contra el sistema
económico, el individuo se auto desvalida y se culpa, lo que genera un estado
depresivo, uno de cuyos efectos es la inhibición de su acción. ¡Y, sin acción,
no hay revolución!, señalaba Manuel.
Manuel conoce a los individuos mejor de lo que ellos mismos se conocen.
Gracias a la biología, la neurobiología y la psicología aplicada, el “sistema” ha
disfrutado de un conocimiento avanzado del ser humano, tanto de forma física
como psicológicamente. Él sabe hacer pronósticos sobre el comportamiento
humano. De este modo, el futuro se convierte en predecible y controlable. El
político es vendido como una mercancía y el público disfrutará de su
consumo.
“El votante, en cuanto consumidor, no tiene un interés real ante la política,
por la configuración activa de la comunidad. No está dispuesto ni capacitado
para la acción política común. Solo reacciona de forma pasiva a la política,
refunfuñando y quejándose, igual que el consumidor ante las mercancías y los
servicios que le desagradan”, dice Byung Chul Han. Este papel fue asumido
por Manuel.
El sistema ha conseguido conocer mejor al individuo común de lo que él se
conoce a sí mismo. Según Han, pasamos de una biopolítica (disciplina a través
de un panóptico) a una psicopolítica (control y dominio mediante tv, redes
sociales y el internet). El esclavo se manda así mismo.
Nadie sabe que pasó, pero el pueblo salió en desbandada por las calles para
derrocarlo. Manuel reprogramó su disco duro a pesar de que se hizo viral su
vida privada y actos de corrupción. El tiro en la sien marcaría el fin de su
tiranía. Mientras la gente para relajarse retomó sus actividades cotidianas.
Mientras tanto fue enviado al pueblo otro sacerdote para apaciguar y
continuar con los adoctrinamientos religiosos. No faltaban los feligreses
excéntricos.
Podría quedarse para siempre arrodillado ante los otros humanos. Él quiere
levantarse, subir la frente más allá de los que están parados. Hace algún
tiempo no se perdía una misa en la iglesia de piedra, en donde el escenario del
altar abría una puerta al cielo para los que no se han portado mal. Le habían
dicho que, para tener fe, tenía que ser débil.
El sentía que crece un poder en su pecho, un sentimiento de haber
superado la resistencia: ¿Cómo es posible que Adán haya querido ser Dios,
vivido 1.000 años y procreado la humanidad con su compañera? Cosas que
nadie le daba respuestas, simplemente, estaban escritas en las Sagradas
Escrituras. No se admitían objeciones.
Adán de los Pobres tenía una lucha interna entre el catolicismo de su
madre y el ateísmo de su padre. A veces mientras se arrodillaba no
necesariamente rezaba por Dios. Cuando se flagelaba no lo hacía por el
perdón. Quería insensibilizar al dolor. Buscaba los árboles de ovo para
degustar directamente de la fruta prohibida. Por cada mordida recibía más
conocimiento.
La serpiente aparecía con el rostro de su Abuela. Una vieja intolerable
capaz de arrastrase con tal de conseguir sus fines más protervos. Una lengua
imparable en el chisme y la conmoción. Imparable, implacable, más aguda que
la Biblia. Convencía a cualquiera con su rostro angelical y buenas costumbres.
Pero siempre su risa irónica estaba atada a la espalda.
El chal parecía la piel escamosa que toda culebra deja en cada arrastrada.
Unos ojos penetrantes para hipnotizar a los ingenuos. Tenían una cubierta de
plástico viejo. Como si la vista se hubiera cansado de mirar y los colores se
hubieran desvanecido. La moral era expuesta a palos.
Ningún nieto podría salirse a los malos comportamientos de la conducta.
Aquella Abuela rebajaba su edad por cada vela de pastel. Todavía sabe soplar,
aunque para indicar la verdad, decía que ya no sentía nada. Parecía que el
bastón le serviría de vibrador favorito. Sus arrugas y escaras se ruborizaban. El
tercer ojo de su frente daba cuenta de la evolución de su pensamiento.
Contaba Adán que la Abuela Cobra (Unión de Colorina y Bracho) se
posesionaba de los cuerpos, desechaba uno cuando envejecía para pasarse a
otro. Escogía las niñas más inquietas y divertidas. Abría su boca y les
transfería su energía. Podría ser una anaconda que se tragaba todo a su paso.
El ser tomaba posesión de su nuevo cuerpo. La inmortalidad fue aprendida de
los antiguos espíritus. Era la medusa moderna. Pocos cuerpos masculinos
fueron absorbidos hasta que aprendió a orinar parada.
Cualquier allegado recibía de entrada una copa de puntas (aguardiente) con
jugo de ovo. El bolsillo de su falda larga, era el mejor escondite para la
botella. Una vez creyeron que estaba muerta, con todas las puertas cerradas,
los vecinos se metieron por el tejado. Se chupó hasta los conchos. La
borrachera no le fue buena consejera. La dentadura se mezclaba con el vómito
reciente, una soplada y regresaba a su puesto. Es que su rostro cadavérico no
admitía una carcajada sin los dientes frontales. Se había olvidado que su
primer esposo le quemó la boca con leña encendida por no prepararle la
comida. En ese tiempo no se conocía el gas de petróleo.
La Abuela murió de tanto maltrato. Pudo cambiarse de cuerpo y vecindario
a tiempo. Mientras su esposo Euclides le dio cargo de conciencia y decidió
arrojarse por un puente. La mezcla de la soledad y el cáncer de próstata
hicieron de las suyas. Una de sus piernas dejó de funcionar. Ni el griterío y las
palabras soeces hacían que su cuerpo respondiera. Arrastrándose entre sus
ropajes de lana puso punto final a su destino.
La descomposición de la carne hizo que lo descubrieran a los 10 días
flotando en el río Chota. Ni las pinzas sobre la nariz lograron aplacar los
olores pestilentes mientras se hizo el velorio y las cortes fúnebres. Los olores
se quemaron a mil grados. Nadie quería llevarse las cenizas apestosas. Más
bien los ocho herederos comenzaron a despedazar la casa y los terrenos. Las
herencias fueron oportunas para los saqueadores.
De estos seres extraños (Colorina y Euclides) apareció Elizabeth quién
procreó a su vez a Adán. Un niño precoz que botaba las monedas al piso para
mirar por debajo de las faldas. Los armarios, escondites predilectos para
observar los detalles de los amantes. El pequeño se conocía en detalle los
cuerpos desnudos. Disfrutaba de los senos carnosos y grandes. Le estremecía
los dientes cuando se movían en concordancia con los pezones. Era testigo de
las relaciones íntimas de las parejas. Aprendió unos ejercicios raros y posturas
perfectas.
En el jardín, Adán solía correr sin ropa hasta que Dios le llamaba y se
escondía de la vergüenza. Constantino de un correazo le mandaba dentro de la
casa. Un padre diosificado al cual no podía alzar la mirada, peor contradecirlo.
Constantino ni siquiera podía expresar una caricia. Decía que “la religión es el
opio de los pueblos y que gracias a Dios es ateo”.
Siempre eran más importantes los compañeritos, los obreros
revolucionarios, el Código de Trabajo y los contratos colectivos. Las
canciones del Che Guevara y de Silvio Rodríguez no podían faltar en la
radiola de acetato. A los curas les correteaba y les decía roba-limosnas, monjes
maricas, curuchupas. A veces se olvidaba y salía santiguándose cada mañana.
Cambió el refrán: “Al que madruga le asaltan, ojos que no ven zapatos que
pisan mierda religiosa”.
Elizabeth no se perdía las misas, las procesiones, las novenas, las rezadas
del rosario, las peregrinaciones al cerro de “la Mujer Dormida”. Se confesaba
cada semana porque el marido le hacía pecar. A pesar del calor, nunca andaría
destapada más arriba de sus canillas. La minifalda sería un instrumento de
violación. Su voz ronca competía con los coros religiosos. Su marido le hacía
que se ponga blusas escotadas, pero siempre les cosía un pedazo de tela de
encaje en la parte frontal de la misma.
Sus lágrimas eran extremas cuando Jesús del Gran Poder y los cucuruchos
se herían las espaldas al pasar por el centro del pueblo. La morbosidad por la
sangre era exagerada que debía estar cerca de los pecadores que cargaban
cruces y cadenas. El olor a pecado le producía un éxtasis que se sentía
tranquila consigo misma.
Constantino murió como obrero en una lucha callejera. Sus
pronunciamientos desvanecidos llegaban a los oídos adoloridos de los
políticos. Decían que el partido de los rojos le mandó matar y le pusieron un
rótulo en el estómago que decía: “izquierdismo enfermedad infantil del
comunismo”. Quemaron a sus pies el manifiesto del Partido Comunista.
Siempre prohibió en la casa vivir como capitalista por eso nunca faltaban las
carencias clandestinas.
La ansiedad y la preocupación de Elizabeth por la muerte de su esposo
hicieron que comiera sin medida hasta que su cuerpo se deformó en 300 kilos,
hipertensión arterial y diabetes. El sedentarismo agrieto su corazón y sus
talones. Varias uñas podridas predecían la invasión de la gangrena. Nunca
faltaban los escondites de los dulces y las gaseosas. El coma diabético se puso
en cero.
Una especie de timbre sonó en los oídos de Adán. Era una señal. En el
cuarto le vino una acción compasiva de sus fracasos y debilidades. Varias Evas
habían intentado persuadirlo. Incluso encontró una que se desnudaba para que
le viera el tatuaje de la hoja de vid que tenía en su vientre. Ella nunca se
avergonzaba de tener sexo en el confesionario. Algún sacerdote le dijo que se
ha ganado el cielo. El Cura saboreaba sus uvas y le sacaba vino de consagrar.
Simple Adán, como le decían los vecinos, construyó un trono de piedra en
lo alto de una cantera. Todos los días, después de romperse las uñas y escalar
las rocas se sentaba en su silla. Era el trono de Dios. Solo podía gobernar su
mundo interior. La lluvia recolectaba agua bendita en su espaldar. Era el
brebaje verde de la inmortalidad.
Pues Adán, sin barba, anhelaba para sí y admiraba en los demás el poderío,
el éxito y la riqueza. Menospreciaba, en cambio, los valores genuinos que la
vida le ofrecía. ¿Cuáles valores? Serán aquellos que han sido profesados de
pergamino en pergamino. Aquellos que debe seguir por mandato de la
sociedad. Sus nalgas se cansaron de sentarse en la piedra del rostro de la
“Mujer Dormida”. Una oración para sí mismo y de un salto bajó a la
población. Reflexionaba en el aire: “la religión de la compasión”. Él prefiere
cruzar la línea del bien y del mal.
El reino de Dios no es algo esperado: no tiene un ayer ni un mañana, no
llegará dentro de mil años, es una esperanza de corazón, está en todas partes y
en ninguna. Ilusión.
Se le vino otro pensamiento: el hombre es libre de elegir su camino, pero
debe aceptar las consecuencias de su elección. El paraíso fue la edad de oro en
el pasado y, tal como otras leyendas y culturas lo vieron también. El tiempo
mesiánico viene ahora. “Mesías significa el ungido …redentor esperado” …
Adán se tomó en serio, decidió restaurar el paraíso.
Las orgifiestas al desnudo no paraban en la casa. La marihuana era
disfrazada con el sahumerio. Muchos embarazos repentinos ponían en tela de
duda a los responsables. Una procreación animalesca entre humanos y bestias.
Cuando Adán haya superado la escisión que lo separa de sus semejantes,
los hombres y de la naturaleza, entonces sí estará en paz con aquellos de los
que se ha separado. La humanidad se arrodilla ante el origen. “El evangelio
murió en la cruz”. Un montón de gente buena y honesta arderá en el infierno.
La religión pensada como un narcisismo de la cosa perdida. El sendero de la
salvación consiste en superar nuestra ignorancia. El hombre es el único pastor
del ser.
La meta es vivir como era Cristo de carne y hueso. Lo demás son héroes
falsos que terminan imponiendo verdades gracias al sacerdocio, se recriminaba
Adán.
Adán un fetichista, no es un soñador perdido en su mundo privado, es
enteramente realista, capaz de aceptar el modo en que son las cosas. El fetiche
que puede aferrarse para cancelar el impacto total de la realidad.
Él también puede ser Santo porque practica cualidades de Dios: Justicia y
amor, misericordioso, piadoso, justo, anda con él no está por debajo de Dios.
Se junta con los leprosos y prostitutas. Cualquier lugar sirve de morada en su
prédica. Hasta en el prostíbulo Sirenita.
Por tanto, Adán se santificó así mismo. El recuerdo de la muerte de su
padre y el dinero también se le convirtieron en fetiches. Las imágenes de
vírgenes, crucifijos y santos se transformaron en fetiches. Los problemas
fueron cargados. Los fetiches deberán resolverlos, por un beso y una plegaria.
Un perro podría ser el reemplazo de la pareja, es un buen fetiche de cola,
amoroso y de compañía. El amor es algo valioso para él, no puede
desperdiciarlo con el prójimo sin rendir cuentas. Cómo amar a un extraño se
preguntaba.
Si puede extraer una ventaja sobre el prójimo, no tiene reparo alguno en
perjudicarlo, si le reporta utilidad; con que solo satisfaga su placer, no se priva
de burlarse de él, de ultrajarlo, calumniarlo, exhibiendo su poder; y mientras
más seguro se siente él y más desvalido se encuentra el otro, mayor
satisfacción será.
El prójimo es una tentación para satisfacer en él la agresión. Así Adán
doblegó a unas cuentas Evas a puñetazos…les hizo suyas y luego les convirtió
en fetiches. “El único prójimo para adorar es el que está muerto”, decía. Por
eso adoramos las estatuas muertas. Una mordida venenosa le condujo a ¡la
salvación.! Adán y la Serpiente fueron expulsados del pueblo y se cambiaron
de ciudad.
Toda la red de chismes revoloteaba por las calles y se detenían en la tienda
del pueblo. Ramón, dueño de la tienda de víveres, estaba enterado de todo lo
que pasaba en casa y en cada rincón. Los chismes se quedaban en sus vitrinas.
Pero siempre un borrachito inquieto hacía de las suyas.
Aquel sujeto botó la quietud desde la ventana y se colgó del cuello. Dos
botellas resbalaron entre los tobillos, varios tambaleos. La frente se quedó
boca abajo. La gente diría que el leproso se afeitó las sarnas, solo pedía
señales a la luna, fue abatido en las cantinas por tomarse las sobras. Cada
sorbo sería el recuerdo de sus años.
El hipo se le viene con codicia, enrejaría el vómito tras las alcantarillas.
Las cosas le daban bofetadas a cada paso. Se había comido el apellido. Su
cabellera rozaba el piso. El mentón se acomodaba cuando entraba a cualquier
local, dos segundos después era despedido por el aire a las grietas de la calle.
El siguiente descanso en la banca del parque, el relieve irregular de su
rostro era una piedra. La vida le dio golpes y consiguió su propio molde de su
rostro. Nadie sabía de dónde viene porque los estorbos se hacen en la calle.
Las migajas en un bote de basura quedarían de aperitivo.
Parecería que el licor sería la fuente de energía de la locomoción de
Ramón, la espera que necesitaba para olvidar el pasado. Las cosas se quedaron
en la memoria y los zapatos jamás retrocederán las suelas.
Ramón escuchaba los insultos del sacerdote, era mirado con los dedos. El
mejor ejemplo de no haber leído la Biblia. El cambio de vida debería purgar su
alma, pero el licor producía una llama azul en su cabeza. El aura tenía un tufo
a “wachaca”, (licor oloroso). Sus uñas se derretían en piso. El escarbaba la
conciencia y la chaqueta se daba la vuelta en una cortina de humo. Las colillas
eran coleccionadas desde antaño.
La gente creía que se ocultaba de algo o alguien. Las calles interminables
no se despegaban de sus zapatos. La vida diaria le comía los hombros. Fue un
detective que no logró resolver ningún caso. Ni siquiera su desaparición, se
había comparado con varios cadáveres del anfiteatro, no había parecido, el
ADN se fundió en su orina. Su familia pensó que fue botado al camión de la
basura. Por si acaso su imagen “photoshopeada” circuló en las redes. Nadie
sabía nada, ni la asociación de desaparecidos.
Desde su condición logró ver muchos espejos situados en los rincones,
unos daban imágenes de piernas transparentes y escotes abultados pidiendo
monedas por cada sacudida, otros tenían salientes femeninas postizas.
También los camiones de basura recogían la escoria de los humanos. Una
manguera a presión le despertaba en cada portal dormido. Sabía que en su
tienda le dejaban las sobras para no ahuyentar a los clientes. Su sonrisa cruel
anticipaba los tiempos malos.
Bastaba un recital en el parque del pueblo y comenzaba a llover: “Si llueve
estaremos bien”, se repetía en el fondo del estómago. La lluvia le obligaba a
ser más creativo, aunque caía una gota cada mil años. Los rincones debían ser
buscados por cada tambaleo. Su trasero negro era el castigo para los mirones.
No importa si se come o no o si se gana un sueldo, las responsabilidades se
quitaban en cada cruzada de brazos. Había descubierto la crueldad del trabajo
sobre todo los días lunes. La pereza se bajaba por las quebradas de “la Mujer
Dormida”.
No rinde cuentas ni a su voz apagada. Las órdenes vienen de lejos. Sus
impulsos y los instintos mandan. Unos ovos corrían cuesta abajo y era la
oportunidad para llenar su estómago.
El camuflaje estaba presente en cada rincón, cada mañana se despertaba
entre cartones limpios y plásticos. Si no podía usar ropa nueva se las ingeniaba
para cambiar algún adorno en su cuello. En la basura se encontraban tesoros,
era la expulsión de la humanidad para dejar espacio a lo nuevo. El laxante de
las cosas.
Los cráteres de desperdicios se quedan bajo los puentes. Había soñado de
túneles interestelares que se comunicaban entre siglos pasados y futuros, un
sitio en el cual solo había 300 millones de personas y el planeta tenía mayor
cantidad de agua. Las nuevas ciudades serían satélites flotantes que
evolucionarían en las olas.
El forma parte del cielo, se esconden tras el saludo de la montaña de “la
Mujer Dormida” o en el primer destello del planeta Marte cuando aparece en
el horizonte, cuando se oculta el sol. El calendario debía tener 10 dimensiones.
Mangos, guayabas y ovos deshidratados eran recogidos en canastas para luego
ser transportados a recipientes estériles. La alimentación exclusivamente
vegetariana, ningún animal era sacrificado. De los bosques se extraían el
oxígeno y se lo comprimía en pastillas. El dinero estaba en la iglesia.
Ambuquí tenían casas que parecían conchas marinas gigantes y sus calles
como pasadizos de churo. Las escaleras, las gradas, las habitaciones todas
hacían piruetas y espirales. Por cada vuelta una enredadera verde. El
firmamento no cambiaba de color, siempre era rojizo y naranja. Los azules se
impregnaban como nebulosas. Sus habitantes confeccionaban joyas de jade
con tanta energía que solo se quedaban con el ser adecuado y el color se
estancaba en un solo reflejo. El pueblo y el cielo no siguen siendo los mismos.
Había unos cráteres de vapor en donde los habitantes solían lanzarse en
clavados perfectos mientras la arena penetraba sus poros en sus profundidades,
era una forma de salir del estrés sin soga elástica. Ambuquí es un vacío para
los extraños. Una telaraña irregular tejida desde los cerros y doble remiendo
en las canteras y quebradas. Había vendedores en las calles, pero solo asaban
comida a cambio de resolver acertijos.
Muchas veces, Ramón dormía al pie de la montaña de “la Mujer
Dormida”, soñaba en que de cada mordida salían manjares de almidón y que la
comida no se acabaría ni para él, ni para el pueblo. Al despertarse siempre
traía espinos arrancados en sus uñas.
El pueblo se presenta diferente, es distinta a pie y en bus. A pie no faltan
las miradas, el trote de los pies, los cambios de luz y los pasos pedregosos
ocupados. A veces, Ramón introduce su cabeza en los zaguanes, su olfato se
apropia de fritangas, mermeladas y helados de tuna. Ramón como el pueblo
siempre repite signos para poder existir. Una cosa es el día otra la noche. Él
congela el tiempo, puede hacer fotografías con sus dedos.
En el bus que iba a la ciudad, la memoria es redundante, los pasajeros se
sienten perseguidos. El camino es sinuoso, serpenteante desde el un extremo y
desciende por el cañón de “la Mujer Dormida”, las ventanas de las casas
reflejan las fachadas de las otras. El bus frena entre cada subida de pasajero y
suena su bocina ensordecedora. Un muro y un puente le dice que salen del
pueblo seco. Las casas cambian de fachada, unos balcones floridos y plazas,
una autopista larga hacia otra ciudad. Las miradas no se congelan siguen su
destino.
El bus pisa su propia sombra en el asfalto, retumba el ambiente y los
apretujones. Las manos sigilosas actúan como juego de ajedrez. “Por cada
peón un caballo, por cada reina una moneda, aunque los ebrios siempre se dan
en la torre”, decían los vecinos.
El bus era una piscina de vidrio que exhibía a los de afuera, las bolas
humanas desconocidas. Algunos viajaban apiñados en el carrusel de la fantasía
que, a pesar del calor, giraban en cada curva y que era mejor un sueñito, cada
fantasma comenzaría una historia de persecuciones, de simulaciones y el
carrusel de las fantasías se detendría en la siguiente parada.
La velocidad trascurre entre visiones borrosas de parques e
intercambiadores, solo observa a los que se alejan y las fachadas de los
edificios de la Ciudad Blanca (Ibarra) se vienen encima. Algunas manos
agarraban entre sudores, las burbujas salían del piso de la pecera. Los chats y
los chismes redundaban todos los días. Las quejas se quedaban en las
estaciones.
Nadie sabía que Ramón estaba ahí pero un lente curioso grababa las
imágenes de todos, la vigilancia era permanente y pasaba desapercibido entre
lo prohibido y lo no prohibido, entre lo que está fuera de los atuendos y dentro
de la ropa. Un bastón le advertía de las huellas, jamás se equivocó en sus
recorridos mentales. El no veía a nadie y era invisible para todos.
En la noche, siempre había una casa más iluminada que otra al filo de la
quebrada de Ambuquí. En la madrugada, tras el sueño dormido, Gabriela solía
putearle a Ramón por haberle aguantado 35 años de matrimonio mientras este
se revolcaba con la pasión en varios sitios. 6 hijos y el abandono, no pidieron
dinero. Siempre se pensaba el retorno posible pero el amor se quedó en la
borrachera de la esquina y los besos de las otras.
Pues a Ramón se le hacía agua la boca cuando una joven cruzaba por el
rabo del ojo. Tenía una facilidad para quitarles el anaco, la blusa y los collares,
eran un estorbo para las bajas intenciones. Mejor si eran recién llegadas al
pueblo. Los sueños, en Quichua, se desplomaban sobre los vientres femeninos.
Una mano rebuscaba dentro de la blusa, frotaba unos botones tiernos que se
doblaban en cada presión. La contorsión era tal que las trenzas se deshacían a
quemarropa. Un empujón desde atrás daba la final del encuentro.
Ramón recrea un sentimiento de infelicidad con la propia vida, perdió
identidad, se cortó la trenza por los jeans cómodos y esto se pospuso desde
antes de casarse. Los miedos del blanqueamiento surgieron luego del
desinterés de la comunidad. El evita la realidad mediante menjunjes
mezclados con Ayahuasca y Guayusa. Podía soñar que hacía el amor a mujeres
panteras, que de los árboles salían mariposas o que los sapos se comían a la
gente. Hasta una vez creía que era un cóndor y dominaba la cordillera y la
montaña de “la Mujer Dormida”. Fue concebido un superhombre reproductor
de la humanidad. Por cada gota reproductiva, se iba por el caño la madurez y
la conciencia.
La fe le martillaba en el oído: “no cometerás actos impuros”, “no dirás
falso testimonio ni mentirás”, “no consentirás pensamientos ni deseos
impuros”, “no codiciarás bienes ajenos”. Pero lo prohibido se desbordaba las
24 horas del día. El placer rompía la regla.
Ramón es la ilusión como un deseo que está en proceso de hacerse
realidad. Le entusiasma a tal punto que piensa que va a ser la panacea de su
vida, aquello que ha esperado que llegue. Una tras otra fusionaría las partes de
cada mujer en su físico y no daría resultado. Una imagen mental engañosa a
millares surgir.
Ramón rasga los encajes y todo encanto. Nadie ha visto nada. En realidad,
es un Diablo Huma (significa en quichua cabeza de diablo) que aparece en la
penumbra y envuelve los ojos de las víctimas con una capa oscura. Es difícil
saber de dónde salió, ya que la luz de los postes enceguecía los ojos de las
víctimas.
El mostraba los dientes como una guarnición que se esconde tras la
seductora morbidez de los labios. Estos se pegaban a las mejillas femeninas
que rebosan de salud. Ocultaba la risa marcada por dientes defectuosos como
choclos podridos. Decían que tenía una mirada profana de lacayo. Ramón con
sus vestidos perseguía la felicidad y absorbía las almas. La imagen de las
féminas se imprimía en su mente.
Siempre salía en una noche de luna, se tendía en el camino, sin timón y sin
remos, contemplando la bóveda del cielo. Siempre al acecho hasta que las olas
verdes bordeaban su pecho, cuando las nubes se cambiaban de horizonte y la
luna desaparecía debajo del puente. Le hubiera gustado que trepara su
resplandor grada por grada por el churo de las casas.
Los titulares de los periódicos indicaban que Ramón “Diablo Huma”
(Cabeza de Diablo) había atacado otra vez en el pueblo. Las víctimas
declaraban que todo era como un zapateo de bailarines que hacía temblar el
suelo, la música salían de los espinos y desde la iglesia, unas voces de
animación del baile se escuchaban como truenos. Siempre había dos caras en
la misma cabeza y dos intenciones.
Las víctimas eran hipnotizadas por sonidos de churos. Los pies de los
danzantes estaban cubiertos por plumajes, los talones taconeaban hacia
adelante y los dedos vibraban hacia atrás. Los zamarros se mezclaban con las
alpargatas, la faja se unía con la chalina en diversos colores, grandes cuernos
hacían juego entre las orejas y la nariz. Un juete (látigo de cuero de borrego)
sería suficiente para someter a las víctimas en dos sobresaltos. Claramente
decía el testimonio que había testigos.
Gabriela, mujer de Ramón, con mucho esfuerzo se ganó la amistad de los
comerciantes del lugar, las verduras estaban impregnadas en su piel, era su
sustento, así sacó adelante a sus seis hijos, 4 casados y dos solteros. Sus
anacos ya no lucían como antes, su blusa se había corroído con los años. Hasta
los collares tenían una mancha de smog. El sombrero se había desteñido
encima de sus arrugas. Había aguantado tantas borracheras de su esposo,
cuántos manotazos que le partían sus pómulos y sobre todo verle acostado con
otras en los rincones del pueblo. El doble rostro de su esposo se quemaría en la
quinta paila del infierno. Un cuchillo oxidado reviviría la rivalidad de las
amantes. Ramón tenía algunos zurcidos en el rostro y en las costillas
izquierdas.
Los hijos de Gabriela usaban ropa moderna, jeans rotos, chompas
encapuchadas, unos piercings en las orejas y los pelos parados. Esa identidad
era soportable antes que la tradición indígena. Un grupo intermedio entre lo
indígena y lo mestizo, ni lo uno, ni lo otro. Una mezcla de “Chicha Lay” entre
Tecnocumbia y Salsa Choque, Bachata y Reggaetón. Perdieron todo: lengua,
religión, costumbres, creencias. Su vestimenta de pantalones grandes con
botas y gorra de espaldas, un poco de collares de plata con simbología de paz,
los destaca y aísla, los oculta y lo exhibe. “Qué importancia tenía festejar los
equinoccios o el “Inti Raymi” ((Fiesta del sol) como celebración ancestral de
los pueblos andinos, cuando la ciudad acabó con las predicciones de la tierra.
Se emborracharon para confesarse que la identidad desapareció de sus
manos”, exclamaba Gabriela.
Ella no quería saber de los hombres ni en quichua, ni en español. Una rama
de espinos era suficiente ante cualquier acercamiento. Lo único que le quedó
del idioma español fueron las malas palabras.
Ramón llegó con un arrepentimiento tardío en la cama del hospital. A sus
65 años ya le pasó factura sus amoríos. Confesó a la policía todas sus
fechorías y los 50 hijos adicionales que poblaron la tierra. Todo le salió barato
porque ni siquiera tuvo que dar un centavo por su apellido. La próstata reventó
sus entrañas. Lo apestoso se fijó en las dos caras.
Gabriela solo hacía alabanzas guturales a la Pachamama (madre tierra),
mientras el llanto se hizo presa fácil del más allá. Las visitas continuaban cada
Día de Muertos, un poco de fritada, chochos y Chicha de Jora (bebida
fermentada de maíz) en la tumba, mientras la colada se hacía negra y la
guagua de pan lloraba sangre. La cruz se hizo Diablo Huma.
Las vidas de estos personajes eran mágicas y las muertes devenían de las
maldiciones de Ambuquí. Nadie podía explicarlo hasta la fecha.
“La Mujer Dormida”, se levantaba de vez en cuando y bajaba a consumir
el ovo, es lo único que la calmaba y dejaba de hacer travesuras, por eso los
aldeanos nunca dejarán de cultivar la fruta. Su sabor es una droga deliciosa
para propios y extraños. Siempre obligaba a regresar a los extraños.
Alfonso va en un viaje y mientras llega, la montaña de la “Mujer Dormida”
es su morada. Quiere amarla como le ama a su ex mujer, quiere verla novia,
madre y esposa. A la tierra le dedicó el producto de sus entrañas. Fue aceptado
como hijo. Alfonso se desnudó en la montaña y en una pose oriental entregó
su simiente a la tierra.
Después de varios análisis, Alfonso logró hacer un caldero gigante, su
contenido fue vertido por las pendientes y un humo espeluznante cayó por
todas partes. Parece que el conjuro no dio resultado. “La Mujer Dormida” se
enojó de nuevo. El sujeto se quedó inmóvil, nunca más pudo respirar, unas
rocas diminutas invadieron su piel, su corazón se convirtió en una piedra para
moler ají. Los pies se quedaron encementados para sostener la estructura
pesada del cuerpo. El último aliento quedó paralizado en su rostro.
Alfonso, poco tiempo después, fue hallado muerto en circunstancias muy
misteriosas. Testigos del suceso dicen que su cuerpo estaba desnudo en la
posición de loto y que frente a sus piernas había un líquido blanquecino y
pegajoso parecido al semen. Su cuerpo no mostraba señal alguna de violencia
y en la autopsia no se pudo hallar la causa del deceso. Su cuerpo se hizo roca.
Muchos aldeanos siguen contando sus historias de varios personajes que
pasaron por el pueblo en cada siglo.
Ahora “la Mujer Dormida”, Magdalena y Alfonso son el atractivo turístico
de la zona, descansan sus imágenes en el parque central del pueblo, son unas
estatuas condenadas a robarles el alma de los turistas con cada flash de sus
cámaras….

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