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VACÍO CULTURAL Y AUTENTICIDAD: CARLA LONZI

Cultural vacuum and authenticity: Carla Lonzi

Gemma del Olmo Campillo


gdelolmo@unizar.es
Universidad de Zaragoza– España

Recibido: 25-02-2017
Aceptado: 23-05-2017

Resumen:
La crítica a la cultura occidental realizada por el movimiento feminista es relevante tanto para
poner en evidencia que Occidente procede de forma colonialista con los sujetos y culturas que
considera inferiores, como para llevar a cabo el necesario trabajo de autocrítica dentro de los
feminismos occidentales que tienen que asumir sus prejuicios con respecto a subjetividades y
culturas marginadas, y por tanto hacer las transformaciones precisas en sus perspectivas y análisis
para acabar con las tendencias colonialistas. La reflexión se centra en Carla Lonzi por ser una
autora que en todas sus obras mantiene la necesidad de realizar una crítica radical a la cultura.
Palabras clave: Carla Lonzi, autenticidad, reconocimiento, desculturación, cultura.

Abstract:
The critique of Western culture carried out by the feminist movement is significant because it
makes clear that the West adopts a colonialist approach to subjects and cultures it considers
inferior. It is necessary for the work of self-criticism within Western feminisms that they
recognize their prejudices regarding subjectivities and marginalized cultures, allowing necessary
transformations to end colonialist tendencies. The reflection focuses on Carla Lonzi for being an
author who in all her works maintains the need to make a radical critique of culture.
Keywords: Carla Lonzi, authenticity, recognition, deculturation, culture.

Cuestiones de género: de la igualdad y la diferencia. Nº. 12, 2017 – e-ISSN: 2444-0221 - pp. 67-78
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1. Introducción

Puede considerarse que los feminismos más actuales suponen una ruptura con respecto a las
perspectivas feministas anteriores, en cuestiones como por ejemplo la prostitución, la pornografía
o las sexualidades disidentes, sin embargo, no es menos cierto que, para poder ofrecer sus nuevos
planteamientos, dichos análisis se apoyaron en muchas de las reflexiones previas, lo que en cierta
medida supone un cuestionamiento de las interpretaciones que consideran los nuevos feminismos
una fractura con las autoras precedentes y los feminismos clásicos. Poniendo solo algún ejemplo,
autoras como Adrienne Rich, Carla Lonzi, Kate Millett, Monique Wittig, Anne Koedt o Gayle S.
Rubin insistieron en subrayar la relevancia del placer y la sexualidad femenina en sus análisis
sobre la libertad de las mujeres, lo que posibilitó nuevos enfoques que fueron desarrollados
después, aunque de una forma distinta.
Pero la sexualidad no es el único aspecto relevante abierto por los feminismos anteriores a
la década de los 90 del siglo XX, quisiera destacar otro, que para estas autoras está relacionado
con la sexualidad, me refiero a la crítica a la cultura occidental. Me gustaría centrarme en esto
último porque, en mi opinión, fue crucial en los análisis sobre los prejuicios raciales, de clase y
heteronormativos, entre otros, característicos de una cultura que se había erigido a sí misma
modelo de convivencia, progreso, libertad y justicia.
A partir de las críticas realizadas por estos feminismos, la cultura occidental se reveló
misógina y jerárquica, defensora de los intereses de un grupo claramente privilegiado: el de los
hombres occidentales blancos, propietarios y heterosexuales. Dicha estructura se mantiene en la
medida en que pueda preservar esos privilegios, ya sea a través de ejercicios de poder o a través
de argumentaciones que intenten justificar la jerarquía y privilegios existentes. Las explicaciones
más conocidas han sido las que han recurrido a una naturaleza superior de los hombres, así como
las que insisten en conservar la situación tal y como está en aras de las tradiciones, del beneficio
de una convivencia con roles ya establecidos, etc.
Hay, en este sentido, una convergencia de objetivos con aquellos movimientos sociales que
se caractericen por tener posiciones críticas respecto a los privilegios de los sujetos favorecidos
que delimitan el concepto de “normalidad”. Esta confluencia ha sido subrayada por los
feminismos que consideran que las exclusiones sociales están interrelacionadas porque proceden,
en general, de una lógica de discriminación ejercida por un sistema que maltrata cualquier
disidencia.
Además, siguiendo esta línea crítica, el movimiento feminista realizó un ejercicio de
reflexión sobre sí mismo al poner en evidencia los propios prejuicios hacia otras culturas y, con
ello, la necesidad de un ejercicio de autocrítica que reconociera las limitaciones y arbitrariedades
de los feminismos occidentales hacia los otros feminismos, así como el compromiso de trabajar
siendo muy conscientes de las perspectivas desde las que se hablaba para, de esta forma, paliar o

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eliminar las exclusiones de otras subjetividades o culturas marginadas. Esta autocrítica es hoy
ineludible para los feminismos que reivindican la diversidad y que no están dispuestos a repetir
los dañinos ejercicios de exclusión ya realizados por las sociedades, sobre todo la occidental.
Así, se puede afirmar que la crítica a la cultura occidental, llevada a cabo por los feminismos
anteriores a los años 90 del siglo XX, se vio enriquecida por planteamientos posteriores que
aportaron nuevos e importantes elementos de autocrítica que señalaron las omisiones en las que
había incurrido el movimiento feminista, sin que ello tenga que significar necesariamente una
ruptura ni un menosprecio hacia los esfuerzos y las aportaciones de los feminismos previos.

2. Crítica radical a la cultura

Con la idea de subrayar las posibilidades de análisis que abrieron los feminismos de los años
70 y 80, me gustaría centrarme en una autora principalmente: Carla Lonzi, porque su pensamiento
se caracteriza, precisamente, por su crítica a la cultura occidental. Es cierto que hay muchas otras
que tienen afirmaciones en este sentido, pero quizá Lonzi es una de las que más hincapié hace
durante toda su producción. Encontramos ya las siguientes palabras en una de sus primeras obras,
en el prólogo de su famoso Escupamos sobre Hegel: “Al tomar conciencia de los
condicionamientos culturales que desconocemos, no dudamos siquiera de que habíamos
descubierto algo esencial, algo que cambiaba todo: el sentido que tenemos de nosotras, de las
relaciones, de la vida” (Lonzi, 1975: 10).
Es decir, Lonzi señala a la cultura y sus condicionamientos como un espacio fundamental
de opresión, por lo que darse cuenta de ese papel opresivo que tiene en la vida de todas las mujeres
es el inicio necesario para una transformación profunda de la sociedad. En la misma obra de
Lonzi, se publicó el primer manifiesto del grupo Rivolta Femminile (grupo que fundó Lonzi junto
a Carla Accardi), texto del que Lonzi se siente personalmente responsable, aunque esté firmado
por el grupo (Boccia, 1990: 106). En este manifiesto fundacional se hace la siguiente afirmación:
“la fuerza del varón reside en su identificación con la cultura, la nuestra en su refutación” (Rivolta
Femminile, 1975: 19). De modo que la fuerza del movimiento feminista está en la crítica y
rechazo de la cultura patriarcal por ser una ideología que responde a unos intereses en detrimento
de otros, y dado que los intereses que prevalecen son los de las personas y cuerpos privilegiados,
el grupo de Carla Lonzi hace la siguiente denuncia: “detrás de toda ideología adivinamos la
jerarquía de los sexos” (Rivolta Femmile, 1975: 17).
No hay ninguna producción cultural occidental, ni el arte, ni la política de partidos, ni las
religiones, ni la filosofía, por poner algunos ejemplos, que esté a salvo de esta estructura en la
que hay un menosprecio de las mujeres y de los aspectos asignados a lo femenino. Toda creación
cultural lleva consigo esta servidumbre, por lo que es absolutamente necesaria no solo una crítica

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a la cultura occidental, sino la creación de otra cultura para que sea posible la libertad de las
mujeres. Propone una transformación radical: la erradicación de una cultura narcisista, orgullosa
de sí, que se considera superior a otras culturas pero que en realidad muestra muy poca capacidad
para la autocrítica y aprecio de la diversidad. Es cierto que ha habido muchos desarrollos técnicos
y grandes pensadores, pero estas aportaciones y reflexiones beneficiaban sobre todo a una parte
de la humanidad:

“Consideramos responsables de las grandes humillaciones que nos ha impuesto el mundo patriarcal a
los pensadores: ellos son quienes han mantenido el principio de la mujer como ser adicional para la
reproducción de la humanidad, vínculo con la divinidad o umbral del mundo animal; esfera privada y
pietas. Ellos han justificado en la metafísica lo que en la vida de la mujer había de injusto y atroz”
(Rivolta Femminile, 1975: 19).

También en las últimas publicaciones de Lonzi se puede apreciar que mantiene su posición
crítica respecto a la cultura, y sigue considerando importante acabar con ella para conseguir la
libertad de las mujeres. Así, en su texto titulado “Itinerario de reflexiones”, publicado en 1977,
propone un vacío cultural con el que identificarse (Lonzi, 2012: 78), un vacío desde el que
construir el sentido propio y una nueva forma de convivencia social, más justa, libre y auténtica.
Dicha propuesta de Lonzi es similar a la de sus primeros textos, lo que va variando es la forma
de expresar la misma idea. Por ejemplo, en su primera aparición, en Escupamos sobre Hegel, este
vacío cultural se presenta con el término de “desculturación” (Lonzi 1975: 45), mientras que en
otra, Taci, anzi parla, utiliza la expresión “tabula rasa” (Lonzi, 2010: 53).

“Nuestra acción es la desculturación por la que optamos. No se trata de una revolución cultural que
sigue e integra la revolución estructural, no se basa en la verificación a todos los niveles de una
ideología, sino en la carencia de necesidad ideológica. La mujer no ha contrapuesto a las
construcciones del varón más que su dimensión existencial: no han salido de entre ellas jefes,
pensadores, científicos, pero ha poseído energía, pensamiento, coraje, decisión, atención, sentido,
locura. Las huellas de todo esto se han borrado porque no estaban destinadas a perdurar, pero nuestra
fuerza estriba en no poseer ninguna mistificación de los hechos: actuar no es una especialización de
casta, aunque se convierte en ello mediante el poder por el que está orientada la acción. La humanidad
masculina se ha adueñado de este mecanismo cuya justificación ha sido la cultura. Desmentir la cultura
significa desmentir la valoración de los hechos que constituyen la base del poder” (Lonzi 1975: 45-
46).

La propuesta de “desculturación”, de vacío cultural, que hace Lonzi parece difícil de realizar,
pero a ella le parecía factible, y no solo eso, consideraba que llevarla a cabo era algo
absolutamente necesario. Para lograrlo confiaba en las posibilidades de transformación personal
y social de los grupos de autoconciencia, tan importantes en el feminismo en los últimos años de

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la década de los 60 y los primeros de los 70 del siglo XX. Estos grupos no eran, en su opinión, la
única manera, pero sí la más efectiva. En ellos se escuchaba la voz y los deseos de muchas mujeres
y, a partir de ellos, los propios. El inicio de la libertad, para Lonzi, es nombrar, pensar y
reflexionar sobre las propias experiencias, sin utilizar los instrumentos teóricos construidos por
los hombres detrás de los cuales siempre subyace el menosprecio de lo que no es el sujeto
privilegiado. Es el comienzo de la búsqueda de autonomía de juicio, con la ayuda de otras mujeres
feministas, pero dejando fuera el deseo de la aprobación masculina, que en realidad nunca llegaba
porque, en su opinión, las mujeres no forman parte de lo que ellos valoran.
Advierte que el engaño de la cultura ha sido muy claro: a las mujeres se les ha prometido el
reconocimiento de su subjetividad si obedecían, si acataban las normas culturales que, en
realidad, desprecian a las mujeres y lo femenino. Un círculo viciado y vicioso del que no se puede
salir: las mujeres obtienen un cierto reconocimiento cuando estas aceptan su papel subordinado.
Así las cosas, las mujeres no pueden ser libres en la cultura occidental, tal y como esta se ha
venido desarrollando. Ni las mujeres ni otras culturas ni las identidades excluidas, se podría
añadir.
El vacío cultural que propone Lonzi, no es, por tanto, volver a un estado de naturaleza, algo
que a todas luces es imposible, sino salir de la cultura tan jerárquica que caracteriza a Occidente
y construir una nueva que no desprecie a otras sociedades, en la que se pueda convivir en igualdad
de condiciones, con iguales oportunidades, sin menosprecios ni jerarquías. Quiere una forma
distinta de relacionarse, en la que no se instrumentalice a las otras personas, ni se manipule, ni se
huya de los problemas. Quiere tener lo que ella llama relaciones auténticas, que se pueden
entender como relaciones basadas en la confianza, la vulnerabilidad y el reconocimiento.
Esta manera de relacionarse es la que considera que se puede desarrollar en los grupos de
autoconciencia, no solo, claro, pero sí confía en estos espacios como lugares fundamentales para
impulsar nuevas formas de valorar y de relacionarse, lo cual no significa que deje de reconocer
la existencia de problemas de relación entre mujeres. Lonzi critica abiertamente la mitificación
de los grupos, porque es consciente de que en ellos surgen también fuertes desavenencias. La
disparidad a veces es difícil de superar, pero es un esfuerzo ineludible si lo que se pretende es
llegar al descubrimiento de la propia autenticidad, si lo que se quiere es llegar a la manifestación
de sí. Para iniciar el camino hacia ese desvelamiento es preciso situarse fuera de los sistemas
jerárquicos que inculcan prejuicios tendenciosos contra las mujeres y lo femenino, y que, además,
establecen maneras de relacionarse instrumentales porque manipulan a otras personas en su
propio beneficio.
La propuesta de Lonzi conlleva un esfuerzo personal grande, como se puede apreciar en su
obra Taci, anzi parla, porque lo que pretende Lonzi no es solo criticar las ideas con las que se ha
crecido, ideas que se han considerado propias, que ya es un trabajo arduo, sino que también
supone criticar convicciones de las personas con las que se tiene una relación cotidiana. Lonzi

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está pidiendo una crítica profunda a la cultura que, en sentido estricto, implica además de una
autocrítica, un cuestionamiento de las personas con las que se convive estrechamente.
Piensa que esta (auto)crítica es un paso imprescindible para transformar y mejorar la vida de
todas las personas que conviven en una sociedad, porque para Lonzi el feminismo es un
pensamiento que quiere mejorar la vida y la convivencia. Ese es el sentido de su trabajo; no es
algo meramente teórico. “El feminismo no solo es rabia, denuncia, sino también autoconsciencia
y liberación, es todo el arco, todas las fases de un proceso: el resultado es siempre el
descubrimiento de sí. El estar en un proceso, en lugar de otra cosa, modifica la civilización”
(Lonzi, 2010: 1611).
Los grupos de autoconciencia posibilitan la reflexión que se precisa para tomar conciencia
del daño causado por la cultura, pero el trabajo de re-construcción es una labor que requiere
mucho esfuerzo personal y autenticidad. El grupo puede mostrar lo dañinas que han sido las
expectativas sociales y los roles asignados para la expresión de sí, pero esto sirve de poco si no
se modifica el propio comportamiento. Cada cual tiene que responsabilizarse de lo que hace y de
lo que no hace, arriesgar en su vida personal si lo que de verdad quiere es apostar por una cultura
que no instrumentalice a las personas. Para Lonzi es posible re-construirse de forma voluntaria y
reflexiva, con el propósito de convertir a la sociedad en un lugar más habitable para todo el
mundo, aunque al principio esto pueda poner en riesgo las relaciones con las personas más
cercanas.
La autenticidad es otro de los elementos interesantes que Lonzi mantiene en bastantes obras,
aparece en uno de los primeros textos firmados por Rivolta Femminile (del que Lonzi también se
siente personalmente responsable), con la afirmación: “El feminismo comienza cuando una mujer
busca la resonancia de sí en la autenticidad de otra mujer” (Rivolta Femminile, 1975: 126). Si
bien es cierto que en ocasiones tenía dudas sobre su apuesta por la autenticidad (Lonzi, 2010:
821), también lo es que es una idea muy presente en sus textos, y de forma contundente. Por
ejemplo, en el primer manifiesto de Rivolta Femminile encontramos la siguiente afirmación:
“Nosotras buscamos la autenticidad de gesto de rebelión y no la sacrificaremos ni a la
organización ni al proselitismo” (Rivolta Femminile, 1975: 20). Y también en su diario: “Si
pierdo de vista la autenticidad ya no sé quién soy.” (Lonzi, 2010: 6362).
Para Lonzi la liberación solo es posible en la autenticidad (Lonzi, 2010: 132); es un elemento
principal para el cambio y la transformación social. Solo teniendo relaciones auténticas y no
instrumentales, sin mentiras ni manipulaciones, será posible una nueva cultura. Además, esa
autenticidad conlleva otro de los elementos básicos del pensamiento de Lonzi: el reconocimiento.
El reconocimiento es indispensable para poder salir de la situación de ocultamiento a la que se

1 Traducción de la autora.
2 Traducción de la autora.

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ven abocadas las mujeres en la cultura occidental, pero solo un proceder desinteresado hará
posible que se reconozca la valía de las mujeres, sin manipulaciones ni falsedades.
Hay que aclarar que el planteamiento de Lonzi está lejos de la conocida propuesta de Hegel
expresada en su Fenomenología del Espíritu, en la dialéctica del amo y del esclavo, donde es
necesaria la hostilidad entre las conciencias, la lucha, para llegar al reconocimiento: “Por
consiguiente, el comportamiento de las dos autoconciencias se halla determinado de tal modo que
se comprueban por sí mismas y la una a la otra mediante la lucha a vida o muerte. Y deben
entablar esta lucha, pues deben elevar la certeza de sí misma de ser para sí a la verdad en la otra
y en ella misma” (Hegel, 1978: 116). El reconocimiento al que se refiere Lonzi está basado en la
autenticidad, una relación sin luchas y sin instrumentalizaciones, sin duelos ni rivalidades (Lonzi,
2010: 807). El reconocimiento sería, entonces, junto con la autenticidad, un pilar básico sobre el
que asentar la nueva cultura propuesta por Lonzi.
En esta nueva forma de convivencia sí se reconocería a los sujetos que sistemáticamente no
lo son en la cultura misógina. De ahí que en el prólogo de su obra Vai pure escriba lo siguiente:
“Vai pure es la grabación en cuatro jornadas del momento de recapitulación de una relación en
los puntos inconciliables de dos individuos que son dos culturas: la de la mujer que trata de poner
las bases para su reconocimiento, y la del hombre que se refiere a la necesidad de ‘lo que es’, que
son sus necesidades” (Lonzi, 2011: 33).
El reconocimiento es un aspecto fundamental, vital, del ser humano, no es una cuestión
superficial de orgullo o de cortesía, es una cuestión que afecta no solo a la imagen que una persona
tiene de sí, sino también al sentido que se da a sí y a lo que le rodea. Afecta, pues, a elementos
tan básicos como el hecho de significar y significarse. Y su escasez o carencia resulta demoledora:
“la falta de repercusión produce sobre quien la sufre el efecto de no existir, de ser un error
viviente” (Lonzi, 1978: 148).
En la cultura occidental, como también ha sido reflejado por Hegel, hay sujetos para los que
se abre la posibilidad de significarse y ser reconocidos, y otros que no tienen esa opción. Pues
bien, Lonzi apuesta por el reconocimiento de esos otros sujetos insignificantes que quieren vivir
en libertad y significar. Apuesta por las mujeres y por el reconocimiento de unas a otras para
romper con la dinámica de que solo los hombres sean reconocidos. Así, afirma “si no nos
reconocemos la una a la otra quien es reconocido es el hombre: de esta manera se difunde su
cultura” (Lonzi, 1978: 137).
Este análisis puede servir también para otros sujetos en la misma situación de falta de
reconocimiento social, porque la cultura ha utilizado instrumentos similares en sus exclusiones:

“En resumen, la cultura masculina opera en sentido colonial, por debajo de la cultura: decide cuál es
el feminismo a declarar como tal, omite el resto, reconoce como válida cada manifestación ambigua

3 Traducción de la autora.

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de mujeres en la que esté presente la aspiración cultural, da permisos revolucionarios a las que aceptan
ser escritoras, pintoras, artistas, comediantes, políticas, con eso mismo pone a salvo sus valores que
son jerárquicos y categoriales. Todo lo que parece existencialmente sin identidad atribuible al ejercicio
de un papel social, lo suprime. Y así suprime a las mujeres, y a su conciencia, de lo que es auténtico.”
(Lonzi, 2010: 9504).

Con estas palabras Lonzi aborda la problemática de cómo la cultura absorbe y neutraliza los
movimientos contraculturales, y las reivindicaciones de los sujetos no reconocidos por la
sociedad. La cultura solo parece aceptar dar entidad a aquellos sujetos o movimientos que se
sometan, en mayor o menor medida, a la ideología y al orden preestablecidos, fuera de eso no
hay reconocimiento sino ocultamiento y colonización. Precisamente este ejercicio constante de
colonización es una característica de la cultura occidental y la forma mediante la que se relaciona
con todo sujeto no hegemónico.
A través de distintos recursos, la cultura ofrece promesas de reconocimiento a los sujetos
excluidos, pero no se trata de un reconocimiento real, sino de una incierta aceptación siempre y
cuando se asuma su lugar en los márgenes. Como en el caso de algunas mujeres artistas que señala
Lonzi (2010: 502), donde la cultura elimina sus elementos de autenticidad y acoge sus propuestas
desde una posición de tolerancia porque son recibidos como si fueran una excepción a la regla:
mujeres excepcionales cuyo genio único en principio no modifica la poca estimación hacia el
resto de mujeres.

3. Placer y autenticidad

La pretensión de Lonzi es impulsar un cambio radical que acabe con esta situación. Propone,
como ya se ha resaltado, la “desculturación” para crear una cultura auténtica y no instrumental,
una cultura en la que la libertad de las mujeres sea posible. Y, posiblemente, la de otras diferencias
también.
En este punto me gustaría hacer alguna concesión al tiempo actual y señalar que en cierto
modo esto ha ido ocurriendo ya, el reconocimiento de las diferencias parece cada vez mayor,
somos cada vez más conscientes de los ejercicios de colonización realizados por la cultura, así
como de los daños ocasionados. Se han realizado importantes avances en este sentido desde los
años 70 hasta la actualidad, aunque no puedo dejar de advertir que desde luego no son en modo
alguno suficientes, aún queda mucho por hacer.

4 Traducción de la autora.

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Por otra parte, también quisiera puntualizar que no ignoro el hecho de que hablar del
reconocimiento de las diferencias, en plural, sin atenerme únicamente a la diferencia sexual, quizá
pueda parecer una aspiración un tanto alejada de las propuestas de Carla Lonzi y de su grupo
Rivolta Femminile, sobre todo si tenemos en cuenta sus ambigüedades respecto a una de estas
diferencias: el lesbianismo. Las vacilaciones a las que me refiero son las que tienen que ver con
afirmaciones que parecen sugerir que toda sexualidad libre es política, como: “aceptamos la libre
sexualidad en todas sus formas” (Rivolta Femminile, 1975: 18), que se ven oscurecidas por otras
en las que aseguran que el lesbianismo no es una alternativa política (Rivolta Femminile, 1978:
176).
La confusión es aún mayor en algunos párrafos del diario de Lonzi. Sin embargo, con todo,
la relevancia que tiene para esta autora la sexualidad es tal que no me parece demasiada temeridad
abrir su análisis a las sexualidades no convencionales, y su propuesta de vacío cultural al
reconocimiento de otras diferencias. Para ello, quisiera referirme a su conocido texto “La mujer
clitórica y la mujer vaginal” (Lonzi, 1975: 67-120). En él, Lonzi vincula unas prácticas sexuales
con la aceptación de la cultura patriarcal y otras con su rechazo y resistencia, esto es, hay una
relación clara entre la sexualidad clitórica y las mujeres que no renuncian al propio placer ni se
someten al placer de los hombres: “La mujer vaginal es aquella que, en cautiverio, ha sido llevada
a una actitud consentidora para goce del patriarca: mientras que la mujer clitórica es la que no ha
condescendido a las sugestiones emotivas de integración con el otro” (Lonzi, 1975: 73).
Establece, pues, una clara conexión entre la valoración el propio placer y no depender
psicológicamente del reconocimiento del hombre:

“Para gozar plenamente del orgasmo clitórico la mujer debe alcanzar una autonomía síquica respecto
del varón. Esta autonomía síquica es tan inconcebible para la cultura masculina que es interpretada
como rechazo del varón, como presupuesto de una inclinación hacia las mujeres. Por eso el mundo
patriarcal le reserva, además, el ostracismo con el que se condena todo aquello que se sospecha como
apertura a la homosexualidad” (Lonzi, 1975: 72-73).

El placer femenino estaría localizado para Lonzi en el clítoris: “El sexo femenino es el
clítoris, el sexo masculino es el pene” (Lonzi, 1975: 69). No voy a entrar en las complejidades y
dificultades de esta afirmación, porque considero relevante no tanto su adecuación con la realidad
cuanto la fuerza transformadora o conservadora que esta autora confiere a la sexualidad. Así, en
su planteamiento, la reivindicación del placer sexual femenino supone un posicionamiento
revolucionario y de resistencia. Las mujeres clitóricas podrían considerarse, así, los sujetos
revolucionarios de la propuesta de Lonzi, por la relación directa que establece entre la sexualidad
no convencional y la transformación social.
Sin embargo, matizando la afirmación anterior, Lonzi no hace la misma afirmación respecto
al lesbianismo, aunque ella considere que la sexualidad clitórica forma parte del lesbianismo:

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“Nosotras queremos afirmar el amor clitórico como modelo de sexualidad femenina en la relación
heterosexual, pues no nos basta tener el clítoris como punto de referencia consciente durante el
coito, ni queremos que la oficialidad del clítoris pertenezca a la relación lesbiana” (Lonzi, 1975:
102). Esto es, considera revolucionaria una sexualidad que no esté sometida al placer del hombre,
pero quizá dentro de una relación heterosexual, más en la línea de Beauvoir que, desde luego, en
la de Wittig:

“El hombre se siente más molesto ante una heterosexual activa y autónoma que ante una homosexual
no agresiva; la primera cuestiona las prerrogativas masculinas; los amores sáficos están lejos de
contrariar la forma tradicional de división de los sexos: en la mayoría de los casos son una forma de
asumir la feminidad, no de rechazarla” (Beauvoir, 2011: 520).

“Las mujeres sólo pueden entrar en el contrato social (es decir, uno nuevo) escapando de su clase,
incluso si tienen que hacerlo como esclavas fugitivas, una por una. Ya lo estamos haciendo. Las
lesbianas somos desertoras, esclavas fugitivas” (Wittig, 2010: 71).

Para Lonzi, el lesbianismo (y se podrían añadir otras formas no normativas de sexualidad)


es una opción personal de cada cual, y la lucha política para cambiar radicalmente la cultura
estaría más en la dirección de apostar por una nueva forma de relacionarse basada en la
autenticidad que en los cambios que se pueden ocasionar con sexualidades alternativas. Lo cual
no es del todo coherente, como he señalado ya, con otras afirmaciones, en especial con las
relativas a las mujeres clitóricas. Es decir, si las mujeres clitóricas son las que se resisten a la
colonización sexual y no renuncian a su placer por el de los hombres, y son las que pueden llevar
a cabo el vacío cultural, entonces las lesbianas estarían incluidas entre ellas, y de manera especial,
según la afirmación de Lonzi (citada unas líneas antes) en la que manifiesta no querer dejar “la
oficialidad del clítoris” a las lesbianas.
Sin querer profundizar más en esta problemática, lo que parece claro es que su propuesta
está en la óptica de persistir en la idea de que las mujeres no pueden renunciar al placer sexual,
no deben aceptar que su placer sea subsidiario, sino que tienen que situarlo en el lugar central que
merece, ya sea en prácticas heterosexuales o en las homosexuales.

“La mujer clitórica representa todo lo auténtico e inauténtico del mundo femenino que ha logrado
separarse del visceralismo con el varón. Auténticamente, por cuanto ésta se ha reivindicado a sí misma;
enajenándose la otra [la mujer vaginal] porque ha simulado en el terreno del placer, ha codiciado el
nivel del varón en el terreno cultural y social” (Lonzi, 1975: 74).

Las vidas no convencionales tienen la capacidad de poner en cuestión la universalidad o


idoneidad de las ideas en las que se apoyan las propuestas más aceptadas socialmente. Aunque

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no pretendan hacerlo, el mero hecho de vivir de otra forma, a pesar de las dificultades, hace que
se ponga en cuestión lo que se ha prescrito como únicas formas aceptables de vida.
La sexualidad se incorpora con fuerza al pensamiento crítico porque es uno de los ámbitos
sobre los que la sociedad ha ejercido y ejerce mayor control. Por este motivo, Lonzi considera
que ser conscientes de los ejercicios de colonización realizados por la cultura sobre nuestras
prácticas sexuales es uno de los inicios del camino de la liberación. A pesar de que sus análisis
no incluyen a las sexualidades disidentes, al menos no de una forma explícita, sí considera que la
sexualidad es un espacio tan relevante que puede ser el lugar de partida para la liberación de las
mujeres. “La primera condición de despegue en la existencia femenina es reconocer en la
colonización sexual la condición básica del debilitamiento y del sometimiento de la mujer. Es ahí
de donde toda mujer debe partir para liberarse” (Lonzi, 1975: 94).

4. Conclusiones

El placer sexual es, para algunas feministas de los años 70, entre las que se encuentra Lonzi,
un espacio destacado de transformación personal que, a su vez, conlleva la demanda de más
cambios: “Millones de mujeres que desde hace tanto tiempo expresan un malestar profundo y
universal por el sexo son una constante en la historia de la humanidad femenina que denuncia y
reafirma la necesidad de una transformación del mundo” (Lonzi, 1975: 77).
La crítica a la cultura y los análisis sobre el placer femenino realizados en los años 70 y 80
cuestionaron el modelo hegemónico de convivencia en Occidente, mostraron la capacidad que
tenía el sistema establecido para someter, su habilidad para el control de la vida privada, de la
cotidianeidad, del placer sexual… y sus consecuencias en la psique de las mujeres y en las
subjetividades no privilegiadas.
Las feministas de estos años, entre las que estaba Lonzi, creían que tomar conciencia de la
situación de exclusión de las mujeres, de la existencia de un grupo favorecido que no quiere
renunciar a sus ventajas, podía ser el inicio del fin. El final de una cultura en la que la vida de las
mujeres se desarrolla “al límite de lo invivible” (Lonzi, 2011: 30), y el comienzo de una nueva
forma de relacionarse, en la que las diferencias fueran consideradas una riqueza y fueran
conceptualizadas lejos de cualquier ejercicio de subordinación. Este cambio, para Lonzi,
requeriría el vacío cultural que ella formula, a partir del cual serían posibles vínculos auténticos
en libertad.

Cuestiones de género: de la igualdad y la diferencia. Nº. 12, 2017 – e-ISSN: 2444-0221 - pp. 67-78
78 Gemma del Olmo Campillo

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