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TEORIA Y PRACTICA DE LA INTEGRACION REGIONAL: APUNTES PARA

UN ANALISIS COMPARADO DE LOS PROCESOS EUROPEO Y


LATINOAMERICANO DESDE UN ENFOQUE REGULACIONISTA*
ANDRES MUSACCHIO**

RESUMEN EJECUTIVO:
Las teorías económicas tradicionales proponen un modelo de interpretación de
los procesos de integración que permite analizarlos con un conjunto de herramientas
standard, mediante las cuales se los reduce a un conjunto de elementos comunes a
todos ellos. De allí que las diferencias entre las diversas experiencias quedan
reducidas a una cuestión de grado, que alude a la profundidad que cada una de ellas
ha alcanzado. Sin embargo, este tipo de análisis oculta las profundas diferencias en
las estructuras económicas y sociales que los motivan.
A partir de una comparación sintética de los principales rasgos de los procesos
de integración de América Latina y Europa, nuestro trabajo intenta perfilar algunos
elementos básicos para el análisis de la problemática, que recuperen las nociones de
tiempo y espacio y la analicen a la luz las estructuras económicas y sociales
concretas. Se intenta mostrar que los aludidos procesos tienen una raíz diferente, no
por tener un grado de profundidad distinto, sino por una inserción diferenciada en el
recorte espacial de los procesos de acumulación, de los modos de regulación y de los
vínculos trabados con las regiones que no forman parte directa del proceso.

1.1 INTRODUCCION
Desde el punto de vista teórico, la idea de la integración económica ha sido, en sus
orígenes, tributaria de la escuela neoclásica. Para el caso de las naciones
“periféricas”, fue adaptada posteriormente por corrientes más vinculadas al
keynesianismo, como la CEPAL. Estos enfoques, que, a nuestro juicio, comparten un
conjunto de elementos y herramientas de análisis que caracterizan el “núcleo central”
de la teoría, rara vez se han visto confrontados a una visión alternativa, que permita
reinterpretar el papel que ocupan los procesos de integración en las estrategias
económicas, sus etapas y las diferencias estructurales que se manifiestan detrás de
procedimientos similares en contextos diferentes.
Sin embargo, un análisis de la evolución histórica de la integración europea y de la
incipiente integración en el Cono sur de América Latina refleja que esas diferencias no
sólo existen, sino que tienen una profundidad que las convierte en experiencias con
pocos puntos en contacto. Por lo tanto, su estudio no puede realizarse a partir de
lineamientos teóricos que no pueden captar esas diferencias.
Nuestra propuesta en este trabajo consiste en presentar esquemáticamente, en las
dos primeras secciones, los elementos constitutivos de los modelos interpretativos
tradicionales de la integración y los lineamientos emergentes de corrientes alternativas
de pensamiento, para avanzar en la tercera sección en la construcción de un marco de

* Este trabajo se realizo en el marco del proyecto UBACYT E402. El autor desea agradecer a Jörg
Huffschmid, Joachim Becker y Pablo Lavarello por la discusión de algunas de las hipótesis centrales
presentadas aquí.
** Director del Centro de Estudios Internacionales y Latinoamericanos (CEILA), IIHES-UBA y miembro del
Consejo Consultivo del Instituto para el Modelo Argentino.

1
análisis diferente para abordar dicha problemática. En las secciones cuarta y quinta se
analizará algunos elementos de los procesos de integración de Europa y el Cono sur
latinoamericano, a modo de ejemplo de los aspectos teóricos principales planteados,
aunque sin pretender dar cuenta exhaustivamente del desarrollo de ambos procesos,
concluyendo con una breve comparación de ambas experiencias.

1.2 ¿INTEGRACION REGIONAL O PROCESOS DE INTEGRACION?


La problemática de la integración regional es una de las más recientes en la literatura
económica; no es sino luego de la obra de Jacob Viner que empieza a ser discutida de
manera sistemática. Las aristas centrales del planteo desarrollado por la escuela
neoclásica están estrechamente vinculadas al resto de su cuerpo teórico; por eso, el
análisis se centra casi exclusivamente sobre los aspectos relativos a los efectos en el
comercio exterior. En este sentido, la integración aparece como una solución de
second best, ante las dificultades políticas que bloquean el avance hacia el
librecomercio a escala mundial, en el que se manifestarían las ventajas comparativas
de cada país, logrando el mayor grado de eficiencia posible.
Dado que el desarme total de las barreras comerciales a escala planetaria no parece
una meta factible en plazos razonables, una liberalización en espacios más reducidos
se convierte en una alternativa más realista y, en ciertos casos, mejor que la
persistencia de esas barreras para con todos los países. La condición para que los
efectos de la integración sean positivos es que la creación de comercio supere al
desvío de comercio, es decir, que el comercio entre los nuevos socios se incremente,
pero sin reemplazar a los proveedores tradicionales en aquellos rubros en los que
estos últimos resultan más eficientes.
Tomando en cuenta que el acento se pone en la búsqueda de una mayor eficiencia
comercial por medio de una liberalización espacialmente restringida de los flujos de
bienes y de factores productivos, las diferencias entre diversos procesos de
integración se establecen en función del grado de avance en el levantamiento de las
restricciones entre los participantes. Surgen entonces las categorías tradicionales
(zona preferencial, zona de libre comercio, unión aduanera, unión económica y
mercado común), que hacen referencia a las distintas etapas por las que atraviesa un
proceso de integración hasta llegar a constituir un verdadero mercado interno.1
Dado que, como señalamos, el modelo tradicional se inscribe en el marco de la teoría
más general del comercio internacional, le cabe también las críticas que se le ha
realizado a esta, que van desde la discusión sobre la pertinencia de los modelos de
equilibrio general hasta la irrealidad de buena parte de los supuestos, pasando por la
reducción de los procesos económicos a fenómenos exclusivamente de mercado, en
los que el papel preponderante en la asignación de los recursos lo juega el comercio.
Es por eso que los desarrollos más recientes apuntan a levantar varios de los
supuestos que subyacen al modelo básico, incorporando economías de escala,
competencia imperfecta, movilidad de los factores de la producción, externalidades,
etc.2, aunque el resultado es bastante cuestionable.
Es que algunos de los puntos centrales del análisis se mantienen a rajatabla.
Especialmente notoria es la reducción de los procesos económicos a fenómenos de
mercado que derivan en un análisis esencialmente comercialista. Los fenómenos
sociales aparecen escindidos de los económicos, enfoque que se deriva de considerar
al capitalismo como una mera relación individual de intercambio, en lugar de tomarlo
como un conjunto de relaciones sociales, donde se expresan los procesos de trabajo,

1 Cf., por ejemplo, Viner (1950), Lipsey (1960) y Balassa (1961). Un análisis exhaustivo de la teoría
tradicional de la integración puede encontrarse en El Aagra (1999).
2 Cf, por ej. Beckmann et Al. (2000), Lang und Stange (1994) y Hebler und Neimke (2000).

2
de producción de circulación y de consumo. Ignorando este último tipo de relaciones,
se incorpora el análisis del contexto social e internacional como factores externos o
extraeconómicos y puede entonces hacerse abstracción de ellos al analizar el
“proceso económico puro”, en el que desaparecen las especificidades espacio-
temporales, para fundir todas las experiencias de integración en un modelo único.
Esta perspectiva implicaría que todos los procesos de integración perseguirían los
mismos fines (la maximización del bienestar) y tendrían formas similares, por lo que,
en definitiva, conducirían a los mismos resultados. Las diferentes experiencias
concretas se diferencian entre sí por su grado de avance en un camino preestablecido
y su periodización es totalmente abstracta, ya que se la realiza exclusivamente en
base al grado de avance en la eliminación de las barreras nacionales. En ese análisis
se prescinde de los aspectos vinculados al funcionamiento integral de las economías
nacionales, a las características de los procesos de acumulación y a las
transformaciones de las formas de articulación espacial de los participantes (naciones
y grupos socio-económicos).
A los reparos teóricos que pueden hacerse al modelo tradicional de integración
económica desde el punto de vista de la consistencia interna (Bye, 1970), se le
añaden entonces los problemas emergentes a la hora de confrontarlo con los procesos
históricos concretos, reacios a someterse a una interpretación tan lineal y monocausal,
a menos que se construya una historia ad hoc vacía de contenido.
Por otra parte, la escisión entre los aspectos políticos y económicos trae algunos
resultados curiosos. Molle (1990:82) señala que en teoría y bajo determinados
supuestos, el bienestar sería más elevado si el comercio fuera libre en todo el mundo,
pero en la práctica la economía internacional no se basa en el librecambio. ¿Por qué
ocurre esto? Según El Aagra (1999:39), uno de los supuestos principales de la teoría
de la integración indica que los gobiernos utilizan las restricciones comerciales para
alcanzar diferentes objetivos no económicos como respuesta racional a la demanda de
sus votantes. Si esto es así, no puede decirse a continuación que el motivo de las
medidas que adoptan los gobiernos –entre las que se encuentran, por ejemplo, los
avances en procesos de integración regional- es la maximización del bienestar de los
consumidores, ya que se derrumba la explicación del origen de las restricciones.
La misma existencia de restricciones comerciales permite reconocer junto a objetivos
económicos otros no-económicos, que desplazan al “fin último” de la maximización del
bienestar. Pero esto contradice la noción de racionalidad neoclásica, así como los
motivos apuntados sobre los que se basan las decisiones gubernamentales. Tal
cuestión puede significar, por ejemplo, que las barreras comerciales no reflejen en
realidad las necesidades de los votantes, lo que deja sin explicación el origen de esas
medidas y contradice el primer supuesto que mencionamos. La única salida a tal
dilema es plantear la existencia de individuos con mayor capacidad de influencia por
canales extra-electorales, que denotarían una asimetría de poder no admitida por el
modelo y cuyo origen tampoco podría explicarse.
Por supuesto, podría argumentarse que precisamente ese contraste entre barreras
económicamente irracionales pero políticamente convenientes explicaría los esfuerzos
para apartarlas. Pero en ese caso, no podría sostenerse el camino de la integración
como segundo óptimo, ya que “la racionalidad de la integración regional presupone
restricciones para la utilización de instrumentos de política de primer óptimo” (El
Aagra, 1999:51). Hacerlo supondría que algunos de los participantes del comercio
mundial no estarían interesados en liberalizar el comercio y, por lo tanto, superar el
contraste.
Las dificultades de la teoría tradicional, tanto en aquello que trata de explicar como en
los aspectos que son dejados de lado (las relaciones sociales, los procesos de
acumulacion de capital, etc.), impulsan la búsqueda de una conceptualización

3
diferente de los procesos de integración. Sin embargo, la literatura no neoclásica se
caracteriza por la ausencia de una crítica clara y orgánica del “modelo único” de
integración, lo que no significa que éste sea aceptado (acríticamente). Especialmente
remarcable resulta el déficit en un punto que, según creemos, es clave en una
interpretación alternativa. Nos referimos a la débil caracterización de las relaciones
entre el proceso de acumulación de capital y su influencia sobre las formas de
integración. Es que, como señala Deppe (1974:234), el desarrollo de las condiciones
de valorización del capital determinan en última instancia el desarrollo de las
relaciones internacionales, las formas de sus contradicciones y la perspectiva de la
integración regional.
Pero la integración regional puede no sólo estar vinculada a la ampliación de un
espacio de acumulación, sino al conjunto de mecanismos de regulación que permiten
reestructurar los procesos de trabajo y de valorización del capital en un contexto
expansivo. En este sentido, la integración también debe ser entendida en relación con
los modos específicos de regulación vigentes.
Acumulación, regulación e integración pertenecen a una triada indisoluble, cuyo
conjunto de relaciones debe ser expuesto todavía de manera integral. La justificación
de una periodización y una comparación de las diferentes experiencias de integración
debería sustentarse en las rupturas de los procesos de acumulación y de las formas
de regulación. En lo que resta del trabajo, presentaremos algunas ideas sobra la forma
de encarar una reinterpretación de los procesos de integración, intentando aplicarlas
en los casos concretos de la UE y el Mercosur.

1.3 HACIA UN NUEVO MARCO TEORICO


Para reinterpretar la historia de los procesos de integración es preciso construir
previamente un nuevo marco teórico que le devuelva la espacialidad, la temporalidad y
el movimiento; que permita mostrar no solo las similitudes sino también las diferencias
y que acepte la posibilidad de que esas diferencias (y no las similitudes) puedan
convertirse en el hilo conductor de la reinterpretación. El objetivo de esta sección, por
lo tanto, es plantear un conjunto de conceptos básicos que formen su esqueleto, y
presentar algunos lineamientos fundamentales para dicho análisis, aún a riesgo de
cierto esquematismo.
El punto de partida debe ser el proceso económico total, contemplando las instancias
de producción, distribución, circulación y consumo, y no solamente el comercio. Por lo
tanto, los procesos de integración no pueden ser comprendidos sólo como un caso
particular de la “teoría del comercio internacional”. En ese movimiento, no debe
pasarse por alto que la dinámica del capitalismo no consiste en maximizar el bienestar
u optimizar el tamaño de mercado, sino la búsqueda de obtener una ganancia del
capital previamente acumulado.
Desde el punto de vista de los capitales individuales, la obtención de ganancias pone
en juego de manera simultánea, un proceso de valorización del capital (es decir, un
incremento de ese capital al final del ciclo) y un proceso de trabajo, en el que el capital
inicial cobra la forma de mercancías, transformadas para su venta posterior.3 Desde el
punto de vista macro, el proceso involucra encadenamientos hacia atrás y hacia
adelante en la obtención de maquinarias, materias primas y compradores, lo que
impone un desarrollo de las ramas y las secciones productivas para funcionar de
manera coherente en el tiempo. Simultáneamente, tanto el proceso de trabajo como la
competencia entre los distintos capitales involucran relaciones sociales, que se
manifiestan en la magnitud y la variabilidad de las tasas de ganancia, en las normas

3 Para un desarrollo amplio de esta cuestión, cf. Palloix, 1977.

4
técnicas y sociales aceptadas y en la propia forma de involucrarse por parte de los
estados nacionales.
La posibilidad de sostener en el tiempo el proceso de acumulación depende, pues, de
diversos factores, entre los que se destacan la evolución de la productividad, la
necesidad relativa de capital por producto, las relaciones entre capitalistas y
trabajadores que determinan la duración de la jornada de trabajo, la intensidad del
mismo o el salario y las formas de competencia vinculadas al proceso de
concentración del capital. Se trata de un proceso dinámico en el que los determinantes
tecnico-productivos, las formas de regulación y la dinámica social que permiten
alcanzar una coherencia estructural en un período determinado pueden no sostenerse
en un momento posterior, dando paso a una caída tendencial de la tasa de ganancia
que se sitúa en la base de las crisis.
Esto no significa, sin embargo, que las tasas de ganancia caigan ininterrumpidamente;
los capitalistas logran encontrar generalmente contratendencias a esa caída por medio
de transformaciones de los procesos de trabajo y de los medios de producción, que
vuelven a relanzar la acumulación. No obstante, estas contratendencias tienen límites
físicos y sociales que en algún momento las agotan, provocando una nueva crisis.4 De
allí que la historia del capitalismo se caracterice por una alternancia de períodos de
estabilidad y períodos de crisis, es decir, por un desarrollo cíclico.
Las etapas de estabilidad están asociadas, como señalamos, a la concreción de
estructuras coherentes en las que los sectores productivos y los modos de regulación
se articulan de tal forma, que los desajustes pueden ser reabsorbidos sin generar
problemas significativos que bloqueen el proceso de acumulación en el largo plazo.
Para que esto sea posible, deben coincidir en un espacio concreto un conjunto de
fenómenos:
• La producción de una parte determinante de los bienes de producción necesarios
para el proceso de acumulación.
• La circulación efectiva del capital entre las distintas ramas de la producción, de tal
forma que, a través de la reasignación sectorial de la inversión en busca de la tasa
de ganancia mas elevada, se realice la adaptación de las estructuras de la
producción y de las necesidades sociales.
• Una tasa de ganancia que permita un ritmo suficiente de acumulación.5
Estas condiciones se logran en el marco de un sistema productivo, que puede ser
caracterizado como un conjunto de procesos de trabajo y de producción, articulados
por un modo de regulación que les da una coherencia estructural, asegurando la
expansión sostenida del aparato productivo. Como tal, tiene su propia dinámica, su
propia autonomía y su sistema de precios relativos. En este contexto, el modo de
regulación se refiere a los procedimientos sociales que vinculan eficazmente la
tendencia a la igualación de la tasa de ganancia dentro del sistema con las
contratendencias a la caída de la tasa de ganancia, asegurando la estabilidad
estructural del proceso de acumulación en el marco de un sistema productivo y un
orden tecnológico estable.6
El sistema productivo puede entenderse entonces como el espacio en el que, en los
períodos de estabilidad, se plasma un circuito de acumulación bajo formas concretas
de regulación. En ese sentido, puede coincidir con los límites políticos de una nación,

4 Ver, p. ej., Marx, 1894 (1983); Huffschmid (1975); De Bernis (1983ª; 1983b) y Di Ruzza (1997).
5 Byè y De Bernis (1987). Sobre la necesidad de coherencia ver también Altvater y Mahnkopf (1993) y
Zinn (1978)
6 Cf. Byè y De Bernis (1987). El concepto de estructura nos remite aquí a la morfología de las secciones
productivas (Cf. Byé, 1970).

5
pero esto no es una condición necesaria (Di Ruzza, 1995). Pueden también lograrse
en una región particular de un espacio nacional o exceder las fronteras de un estado.
En este último caso, el sistema productivo nos permite caracterizar a relaciones
internacionales desde dos ángulos diferentes: las relaciones internas al sistema
productivo y las relaciones entre sistemas productivos. Esta diferenciación se justifica
en la posibilidad de comprender las diferencias en la naturaleza de las relaciones
económicas internacionales.7 Por eso, juega un papel significativo en el análisis de los
procesos de integración.
En efecto, la integración puede concretarse, en primer lugar, entre “miembros” de
distintos sistemas productivos, lo cual no implica la necesidad de una estructura
coherente para toda la región a integrarse, pero sí un equilibrio en la balanza de
pagos. En este caso, se trata de varios procesos de acumulación independientes
espacialmente fragmentados, y el sentido de la integración se encuentra en la
potenciación de los sistemas productivos. Las formas de la integración dependen
entonces de los recursos, de las estructuras productivas y las formas de regulación de
los participantes.
Pero la integración puede realizarse entre diferentes naciones pertenecientes a un
mismo sistema productivo. El proceso de acumulación se despliega sobre todo el
espacio que se integra y empuja la coherencia y las formas de regulación de toda la
región al primer plano. El proceso de integración tiene entonces como objetivo central
la conformación de formas conjuntas de regulación, la generación de estímulos para la
circulación del capital entre las diversas ramas que permita consolidar y mantener la
coherencia y sostener las contratendencias a la caída de la tasa de ganancia. Es en
este contexto en el que se puede pensar la coordinación de las políticas nacionales,
que no debe ser entendida como unificación de políticas homogéneas, sino la
adaptación de políticas en la búsqueda de un mejor funcionamiento del todo. La
cuestión es importante, porque los procesos de integración pueden involucrar a
países con grados de desarrollo diferentes y consolidar una división regional del
trabajo que reproduzca y amplíe las relaciones desarrollo-subdesarrollo, de modo que
se consolide una transferencia sistemática de valor desde una parte de la región hacia
la otra.8
Un proceso de integración duradero puede verse afectado también por los
movimientos cíclicos mencionados. La crisis implica la disolución de los sistemas
productivos y la destrucción de la vieja espacialidad de la acumulación. La regulación
pierde su efectividad y la coherencia no puede conservarse. La estabilidad es
reemplazada por un „desorden“ que corroe las bases de la integración. Los viejos
objetivos y las formas se disuelven y pueden llevar al proceso de integración hacia el
fracaso y la disolución. Sin embargo, la crisis puede dar lugar también a intentos de
construcción de un nuevo orden. Las relaciones construidas hasta entonces pueden
convertirse en puntos de apoyo para la creación de ese nuevo orden. Pero esto
implica una importante transformación cualitativa del proceso de integración, con la
eventual fusión de los sistemas productivos anteriores en uno nuevo. La nueva
espacialidad de los procesos de acumulación introduce cambios en las formas que
adoptan los vínculos de los participantes, que modifican los objetivos y las formas de
la integración.
De esa manera, aparecen tres elementos que la teoría de la integración tradicional
deja de lado casi por completo. En primer lugar, las relaciones políticas entre los
estados nacionales cobra una dimensión fundamental. El proceso institucional no se

7 Ver Borrelly (1989) para la caracterización de las relaciones intra- e intersistema.


8 El tema, descuidado por la literatura de la integración, ha cobrado relevancia con el avance de procesos
de integración que involucran a países con un marcado desnivel en su desarrollo relativo, como la
experiencia del NAFTA, el proyecto ALCA o la incorporación de los países del Este en la Unión Europea.

6
asocia (únicamente) a proveer reglas claras, sino que se va modelando de acuerdo a
los propios parámetros de la integración. A diferencia de lo que plantea el modelo
tradicional, no se trata de diluir espacios políticos que fragmentan artificialmente el
espacio económico, ya que no existe tal ruptura entre uno y otro. Por el contrario, la
instancia política se asocia a la propia dinámica de los sistemas productivos tratando
de potenciarla. El contexto institucional se encuentra estrechamente relacionado con la
territorialidad de los sistemas productivos, ya que no es lo mismo que involucre un
espacio que se integra en un sistema productivo regional, que si la integración engloba
a varios sistemas productivos nacionales o subregionales. Un sistema productivo
tiene, por ejemplo, un patrón monetario común en el que se manifiesta una estructura
de precios relativos homogénea. El compromiso de administración de una moneda
común es, pues, una instancia clave en un proceso de integración dentro del sistema
productivo, con características diferentes de una administración cambiaria como la que
podría establecerse en el marco de una integración que abarque varios sistemas
productivos. Lo mismo ocurre, por ejemplo, con políticas de competencia o
industriales, pero también con políticas laborales, con el perfil de la política exterior o
con las diferentes normas técnicas.
El segundo elemento en el que se pone énfasis es en la imposibilidad de estudiar los
procesos de integración como fenómenos exclusivamente teóricos. A diferencia de lo
que ocurre en la teoría tradicional, no pueden estilizarse formas puras que describan
una trayectoria ideal. La conceptualización de los procesos de integración sólo puede
realizarse con un desarrollo simultáneo de categorías analíticas y estudios concretos.
En tanto se admita que los objetivos de los procesos de integración pueden variar y
que sus características se encuentran asociadas al funcionamiento de los sistemas
productivos y a los procedimientos sociales de regulación en lugar de ser un ejercicio
de maximización matemática de bienestar, resulta imposible el análisis de aquellos
aislado de éstos últimos.
El tercer elemento que se reincorpora, y que está estrechamente relacionado con el
anterior, es que los procesos de integración económica son parte de un movimiento
histórico más amplio del que tampoco pueden aislarse. Más aún, el aislamiento no es
deseable, en tanto los aspectos políticos, sociales, institucionales o geográficos son
parte de procesos que deben estudiarse en su conjunto para ser entendidos. ¿Cómo
escindir, por ejemplo, la creación de la Comunidad Económica del Carbón y del Acero
de las particularidades del mundo de comienzos de la guerra fría? El “problema
alemán”, el avance del poder de la URSS, las condiciones de la paz, los movimientos
sociales en Europa continental, la consolidación de los EEUU como superpotencia o el
vínculo de Gran Bretaña con sus ex colonias fueron tanto o más influyentes que la
intensión de optimizar la producción de acero y carbón y acercarlas a la demanda
potencial de los seis países que participaban de aquella experiencia. Por lo tanto,
excluirlos del análisis es, sencillamente, vaciar a éste de contenido y reducirlo a un
ejercicio pueril.
Creemos que es este el contexto en el que debe analizarse los procesos de
integración, ya que allí aparecen con claridad las dos dimensiones perdidas en los
modelos tradicionales, la espacialidad y la temporalidad.
Desde el punto de vista espacial, se recortan dos preguntas iniciales, que son
centrales en el desarrollo del estudio de los procesos de integración.
¿Qué papel juega la integración en las relaciones internacionales en relación a la
espacialidad de los procesos de acumulación?
¿Qué formas adopta la integración en función de diferentes sistemas productivos y
modos de regulación?
Desde el punto de vista temporal, el estudio de los procesos de integración debe
explorar los condicionamientos del comportamiento cíclico que, como dijimos,

7
caracteriza la evolución del capitalismo, sobre los procesos de integración. Esto
significa poner como telón de fondo las regularidades y las rupturas que se producen,
tomando en cuenta los cambios en las formas de la competencia y en los modos de
regulación. regularidades y rupturas que expresan, a su vez, las continuidades y las
transformaciones en los objetivos mismos de los procesos de integración.
La imbricación de la integración en un marco espacio-temporal concreto, en el cuál se
expresan los acontecimientos sociales y políticos y el despliegue del proceso de
acumulación, permite escapar de las características comunes formales y formular la
existencia de importantes especificidades en cada proceso de integración, que
recogen objetivos, formas y resultados diversos. Los contrastes que, ex ante, existen
entre la integración en Europa y América Latina y las transformaciones que ambas
experiencias han sufrido a lo largo del tiempo conforman probablemente el terreno
más fértil para poner de manifiesto las relaciones espacio-temporales planteadas. Por
eso, nos parece útil bucear en un análisis comparado de ambas experiencias.

1.4 LAS TRES ETAPAS DE LA UE9


Para el caso de la Unión Europea, el análisis de la integración económica se
encuentra hoy en proceso de reinterpretación, con la aparición de diversos trabajos
que escapan de los preceptos tradicionales que hemos criticado en páginas anteriores.
Diversos trabajos que se inscriben en el marco de la teoría de la regulación plantean
la articulación entre los aspectos institucionales, los procesos de acumulación y los
modos de regulación, tomando como punto de partida los procesos sociales antes que
los fenómenos puramente económicos.10 Aunque la ponderación de los distintos
factores no siempre es igual, ha ganado terreno la interpretación del proceso de
integración europeo como un fenómeno atravesado por marcadas rupturas. Así, en
coincidencia con algunos de nuestros trabajos anteriores, se establece una
periodización que reconoce tres etapas, en las cuales la integración juega distintos
roles y, consecuentemente, adopta diversas formas. Esto significa que no se trata de
una profundización lineal, en la cual las etapas se refieren a la implementación y
adaptación de pasos sucesivos. La historia de la integración europea está signada
más bien por rupturas y cambios cualitativos profundos, vinculados a la evolución
cíclica de la acumulación, a su espacialidad y a las formas de regulación asociados.
Los albores del proceso de integración europeo se vieron fuertemente influenciados
por el contexto emergente en la posguerra. Varios factores se superponían, siendo los
principales los siguientes: la influencia de los EEUU y la importancia que esa potencia
le otorgaba al comercio exterior para escapar definitivamente de la crisis que se había
iniciado en 1929; la guerra fría que comenzaba a perfilarse entre los EEUU y la URSS,
en la que Europa continental, por su ubicación geográfica, tenía un rol estratégico de
primera magnitud; la necesidad de acelerar la reconstrucción de la región, sacudida
por más de un lustro de bombardeos; y el llamado „problema alemán” . Todos estos
elementos confluían para impulsar un avance en la interdependencia de los países de
Europa occidental. Determinados instrumentos ideados entonces, como la Unión
Europea de Pagos apuntaban en ese sentido. Sin embargo, algunos autores hacen
notar que el verdadero proceso de integración regional se inició recién luego de
completarse la reconstrucción de las economías europeas y mostrando importantes
contrastes con la propuesta norteamericana que había predominado hasta entonces
(Bossuat, 1998).

9 Las ideas presentadas esquemáticamente en esta sección se encuentran más desarrolladas en


Musacchio 1997a y 1997b, en los que además se puede consultar una mayor apoyatura en materia de
estadísticas y referencia a literatura que hemos preferido reducir aquí al mínimo indispensable para
simplificar la lectura.
10 Entre los trabajos más destacados se puede citar a Ziltener (1999), Bieling y Steinhilber (eds.) (2000) y
Becker (1998).

8
A pesar del progresivo fortalecimiento de las relaciones entre los países de Europa
occidental, la reconstrucción económica se llevó a cabo inicialmente dentro de los
espacios nacionales, encontrando los procesos de valorización su dimensión espacial
allí. La coherencia de las estructuras y de los principales mecanismos de regulación se
construyeron, por lo tanto, sobre una base nacional, en la cual se formaron los
sistemas productivos de la posguerra. Los estados nacionales tuvieron un papel
determinante en el establecimiento de nuevos procesos de regulación y en la
conformación de nuevas estructuras económicas. Como apuntan Altvater y Mahnkopf
(1993:45), el concepto y la extensión de la coherencia bajo el intervencionismo
keynesiano se refiere claramente al espacio nacional y a él se limita.
Bajo la sombra de algunas bases comunes (el llamado „fordismo“), se desarrollaron
diversos modelos económicos con notorias diferencias entre sí. Desde el punto de
vista cuantitativo, se manifestaban estructuras económicas con composiciones
morfológicas distintas, precios relativos divergentes y una evolución macroeconómica
dispar, que dieron lugar a importantes diferencias en materia de crecimiento de la
productividad, del volumen de producción y de las tasas de ganancia. Desde el punto
de vista cualitativo, los modos de regulación tenían características disímiles, como
puede verse, por ejemplo, comparando las características de los procesos sociales
vigentes en Francia y Alemania.
En este contexto, la integración tuvo una forma concreta, vinculada estrechamente a
los procesos de acumulación nacionales. Desde el principio se estructuró en torno a
cuestiones económicas, lo cual condujo al naufragio de otros proyectos de integración
más abarcativos (Huffschmid, 1994). La integración económica, a su vez, quedaba
limitada a la esfera del intercambio, en la cual sólo se privilegiaba la expansión de los
mercados. Eso se debía principalmente a dos motivos. Primero, la expansión de los
mercados era la condición para una demanda suficiente que permitiera desarrollar el
potencial de las economías de escala características del fordismo. Segundo, la unión
aduanera mejoraba la competitividad de los capitales locales frente a otros bloques
económicos. Ambos aspectos eran complementados por una limitada política de
competencia (particularmente visible en la CECA), que trataba de evitar la tendencia
hacia una crisis de sobreproducción.
La integración se encontraba entonces ligada a los procesos de valorización y
acumulación con una base territorial nacional, cuyas necesidades explican tanto su
impulso como sus límites. De allí que pudiera estimular la interdependencia comercial
y los procesos de valorización locales, pero no completar el planeado mercado interno
regional, y fracasara a la hora de establecer una coordinación más estrecha de las
políticas económicas (a excepción de la Política Agrícola Común). La firme relación
entre los capitales y los estados nacionales bloquearon también la concreción de una
instancia supranacional con efectivo poder de regulación. Simultáneamente, los
mercados de trabajo (y, por ende, la formación de los salarios y las relaciones entre el
capital y el trabajo) quedaban encriptados en los espacios nacionales. Por
consiguiente, los estados nacionales tenían la responsabilidad de reforzar la
coherencia y los modos de regulación internos. La integración fortaleció las relaciones
entre los sistemas productivos, pero no constituyó en sí un sistema productivo
regional.
Como señala Ziltener (2000:85), las funciones de las instancias europeas en los 50 y
60 pueden explicarse como un refuerzo a los caminos nacionales de desarrollo bajo el
manto del “modo de integración de Monnet”, que comienza a deshilacharse en los
años 70. A fines de la década del 60, cuando la unión aduanera había sido
completada, podía presentirse el inicio de una nueva fase. Europa se encontraba
frente a un vasto proceso de transformación, en momentos en los que se reconocían
ya las señales de una crisis. La eficacia de las contratendencias a la caída de la tasa
de ganancia, que habían sostenido la estabilidad del proceso de acumulación en la

9
„edad dorada“, se erosionaba lentamente. Por otro lado, la integración y el crecimiento
del intercambio habían contribuido a un avance en la internacionalización de la
economía europea. En esa coyuntura se manifestó una contradicción evidente. La
crisis descubría la fuerte interrelación entre los estados y los capitales, quienes
presionaban para el establecimiento de políticas nacionales defensivas. Pero los
grandes consorcios desarrollaron nuevas estrategias, entre las cuales se destacaba el
ensanchamiento de su base territorial de inserción, que no respondía ya a la lógica de
los sistemas productivos y contribuían a disolverlos. Con eso, se debilitaban la
efectividad de las políticas nacionales y el rol de los estados. La crisis provocó así una
creciente tensión entre el proceso de internacionalización y el papel de las
instituciones estatales.11 Tal tensión impedía mantener la coherencia del viejo orden; la
acumulación disminuyó su ritmo, mientras se dislocaba su base espacial, restando
todavía más la efectividad de los procedimientos de regulación.
Estos fenómenos generaron un “desorden” internacional, en el cual se disolvieron los
sistemas productivos, afectando sobremanera al proceso de integración. Las
estrategias nacionales defensivas frente a la crisis y los efectos diferenciados de ésta
en cada una de aquellas limitaban seriamente la posibilidad de una cooperación entre
los miembros de la CEE. Mientras tanto, el proceso de internacionalización no
mostraba una dirección definida en cuanto a la reconfiguración espacial de la
acumulación. El resultado fue un debilitamiento del impulso de la integración. Con
ello, se veía ahora con mayor claridad que en los años 50 y 60 habían coexistido
fuerzas centrifugas y centrípetas. Las últimas habían podido ocultarse detrás de la
coyuntura particularmente favorable, pero se manifestaron con fuerza luego del
estallido de la crisis, poniendo todo el proceso en peligro. Aunque la interdependencia
económica lograda previamente impidió la dispersión, la pérdida de objetivos y de
contenido impidió nuevos avances relevantes. Incluso el nuevo sistema monetario
común (el mayor logro del período) fue atravesado regularmente por importantes
turbulencias, causadas por la ausencia de parámetros estables en la evolución
macroeconómica.12 La fuerte vinculación de la integración con la espacialidad de la
acumulación se mostró nuevamente, pero en un contexto desfavorable llevó a
resultados diferentes a los del pasado: sin una espacialidad definida del proceso de
acumulación no podían encontrarse formas de adaptación que hicieran progresar la
integración en tiempos de crisis.
Desde mediados de los 80, la integración cobró nuevo impulso. La necesidad de
transformación de las empresas, la limitación del proceso de internacionalización y el
endurecimiento de la competencia en el seno de la Tríada (Europa, EEUU y el sudeste
asiático) forzó la resurrección del proyecto del mercado único, apoyado ahora por una
base objetiva. En los 15 años previos se había expandido en el espacio la estrategia
de las grandes firmas, que consolidó la tendencia hacia una “europeización“ de la
acumulación, de las relaciones interindustriales y de la prefiguración de nuevos
procedimientos de regulación.
La reestructuración de las estrategias empresariales disparó una fuerte ola de
concentraciones y fusiones tanto a escala nacional como a escala regional, una
reestructuración del mix de producción y la aparición de nuevas formas de trabajo y de
las relaciones horizontales y verticales de producción. La reestructuración fue
acompañada de presiones hacia el poder político, que apuntaban a transformar la

11
Este es uno de los cambios más resaltados en la nueva literatura, especialmente a partir del análisis de
Jessop (1995), quien señala la creciente incidencia de los fenómenos de desnacionalización,
desestatización e internacionalización como factores desestructurantes del viejo concepto de integración y
la aparición de formas nuevas. Especialmente en Ziltener (1999; 2000) los cambios en las formas del
Estado conforman un cambio cualitativo en el proceso de integración.
12 En particular por la inestabilidad de las corrientes de bienes y de capital, las fluctuaciones de los
precios relativos, y por tasas de inflación divergentes.

10
orientación del proceso de integración, en función de una nueva estrategia (van
Appeldoorn, 2000). Eso implicaba el comienzo de la reconfiguración del espacio
económico europeo, que no podía ser dirigido y acelerado exclusivamente por los
estados nacionales. Por eso, creció la necesidad de una mayor coordinación entre los
miembros de la Unión Europea, lo cual cimentó una nueva base para la integración.
La Comisión Europea logró así imponer nuevas iniciativas, entre las cuales se
destacaron la configuración del mercado único, las nuevas políticas industrial y de
competencia y la unión monetaria. Con eso se pretendía estimular el crecimiento, pero
sobre todo la competitividad de la producción europea. La idea predominante sostiene
que la competitividad puede fortalecerse sólo por medio de la transformación
tecnológica y el crecimiento del tamaño de las empresas (es decir, por medio de
firmas “europeas” en lugar de nacionales).
Estas transformaciones abren un camino para superar la crisis y sientan las bases
para lograr un nuevo sistema productivo regional, el cuál, no obstante, aún no se ha
consolidado. Muestra de esto último son las aún bajas tasas de crecimiento y de
inversión y la gran desocupación.
En este marco, la integración ha comenzado a jugar un rol aglutinante y constitutivo, al
inducir las transformaciones, consolidar una armonización de las normas y contribuir a
la regulación del mercado común. Ya no se busca por su intermedio la expansión del
intercambio como complemento de los mercados internos, sino también la
construcción de un aparato productivo regional, en el cual aparezcan nuevas
relaciones industriales y nuevos procedimientos de regulación. No se busca entonces
consolidar un orden preexistente, sino la creación de uno nuevo que pueda sustentar
la conformación de un espacio de acumulación.
En este contexto se despliegan una revalorización de la ideología del mercado, una
distribución regresiva del ingreso y un debilitamiento de las organizaciones sindicales,
que pueden favorecer la aparición de nuevas contratendencias a la caída de las tasas
de ganancia13 en un marco regional. El acento en la revalorización del mercado en
esta fase de la integración contribuye a legitimar los preceptos ideológicos.14 El
fortalecimiento de la internacionalización de los capitales, frente a sindicatos más
estructurados en función del espacio nacional, permite una más fácil introducción de
las nuevas formas de trabajo y de la redistribución del ingreso.
Esto les permite a autores como Altvater y Mahnkopf afirmar que el proceso de
integración en esta fase es „a la vez un proceso de construcción de un sistema de
regulaciones institucionales a nivel de la UE y de la adaptación de los regímenes
nacionales“, y que por eso puede entenderse a Europa occidental como un espacio de
regulación en formación (Altvater y Mahnkopf, 1993:36). Este planteo nos lleva a dos
problemas importantes. En primer lugar, la consolidación de Europa occidental como
espacio de regulación sólo es posible si simultáneamente se convierte en el espacio
de producción y acumulación. La “europeización“ de las grandes empresas, las nuevas
redes de cooperación (en espacial en materia de I&D) y el renovado impulso de la
circulación del capital en el espacio regional (tendencias promovidas por la iniciativa
política de la UE) indican precisamente que el proceso de integración apunta a la
configuración de un nuevo sistema productivo regional. En ese contexto, las
instituciones europeas pueden promover efectivas líneas directrices de regulación,
cuya consolidación depende, sin embargo, del avance en la construcción del sistema
productivo.
El segundo problema se encuentra en la adaptación de las esferas de regulación
nacionales y regionales. La aparición de un sistema productivo por medio de un

13 Que se sustentan en la transformación tecnológica, la intensificación del trabajo y la flexibilización del


mercado laboral.
14 Lo cual puede explicar también la creciente resistencia de diversos sectores frente a la integración.

11
proceso de integración no implica que las naciones pierdan por completo su capacidad
y su responsabilidad de regulación. En el caso de Europa occidental, la ausencia de
una potencia dominante que pueda imponer sus criterios (a pesar del claro y creciente
desbalance a favor de Alemania) y la orientación en función casi exclusiva de criterios
de mercado por parte de la Comisión Europea (con una débil influencia en el campo
de las políticas sociales y regionales y, parcialmente, en las políticas industriales)
dejan un rol importante para los estados nacionales. No obstante la profundidad de
ese rol y el campo de acción de cada una de las dos instancias es todavía poco claro,
algo que pudo observarse en las últimas cumbres y en la discusión en torno al Euro.
Esta falta de claridad implica una dificultad para el avance de la integración como
camino de salida de la crisis. Las distintas soluciones posibles conducen a escenarios
alternativos para el futuro, que, nuevamente, conformarán las características concretas
de la integración.
De allí que el análisis de un período constitutivo como el actual sea especialmente
relevante e interesante, ya que puede mostrar que los procesos de integración son
procesos abiertos, que no dependen sólo de la esfera de la circulación, sino del
movimiento del conjunto de las sociedades y, sobre todo, de las características de los
procesos de acumulación y sus formas de regulación. Lo mismo puede decirse para
una perspectiva de largo plazo, en la que las transformaciones espaciales de los
sistemas productivos pueden conducir a grandes reestructuraciones en el sendero de
la integración. La historia de la UE muestra que la integración regional no transcurre
por un camino de fases previstas y progresivas, sino que se ve influenciada por la
espacialidad de los procesos de acumulación y las formas de regulación, influencia
que se proyecta sobre sus objetivos y sus formas.

1.5 LA INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA

1.5.1 La ALALC y la ALADI

El proceso concreto de integración en América Latina es más reciente que el europeo.


Su constitución formal data de 1961, cuando entró en vigencia el Tratado de
Montevideo que creaba la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC).
Enmarcada en las ideas de la CEPAL, la ALALC intentaba salvar el reducido tamaño
de los mercados nacionales que trababa las estrategias de sustitución de
importaciones de sus miembros.15 Desde el marco conceptual propuesto en la tercera
sección, las experiencias de la ALALC y de su sucesora, la ALADI, en tanto
estrategias para acelerar el desarrollo económico de sus miembros, puede ser
interpretada como un intento de conformar procesos de acumulación de capital
autocentrados, a partir de los cuales pudiesen asentarse nuevos sistemas productivos.
Las fronteras de esos sistemas no quedaban delimitadas con claridad en la propuesta,
pero una estrategia exitosa habría perfilado, probablemente, la consolidación de las
economías mas grandes de la región (como Argentina, Brasil, Venezuela y México), en
torno a las cuales se habrían articulado los países de menor nivel de desarrollo previo.
El punto de partida era muy distinto del europeo. Las economías latinoamericanas no
tenían una interrelación económica previa tan intensa como la europea y sus vínculos
se concentraban mucho más en torno a los países desarrollados, donde se proveían
de los bienes de capital y de consumo y de una parte de los capitales necesarios para
la expansión productiva, a cambio de productos tradicionales. El comercio exterior era
un reflejo de estructuras económicas internas desintegradas, que estaban lejos de
constituir sistemas productivos nacionales. De allí que los países que conformaban la

15
Para la estrategia de integración de la CEPAL, ver Prebisch (1961; 1981)

12
ALALC se encontraban, a su vez, insertos en diversos sistemas productivos a partir de
una división del trabajo en el que ocupaban un rol subordinado y fuertemente
dependiente, lo que restaba gran parte de la autonomía a los Estados nacionales.
Esa falta de autonomía, sumada al poco interés de los actores nacionales, dada la
debilidad de los vínculos previos,16 conspiraba contra un proceso ambicioso de
integración. Como bien señala Ferrer (1997:70) la vecindad no es suficiente si los
tejidos productivos y sociales son poco desarrollados y, por consiguiente, no generan
una diversidad significativa de productos para intercambiar, sobre todo si cuentan con
una frontera de especialización intraindustrial estrecha. Pero además, los precios de
los bienes industriales que cada uno de ellos podía ofrecer eran en ocasiones
sustancialmente más elevados que los vigentes fuera de la región, restando así
incentivos a los eventuales compradores. Por último, dado que la sustitución de
importaciones había avanzado en el sector de bienes de consumo pero reflejaba
mayores deficiencias en el sector de bienes de capital, el intercambio recíproco no
solucionaba la dependencia extrarregional de estos últimos, que eran, en gran medida,
la clave del éxito o el fracaso del proceso de integración.
Por eso, los resultados obtenidos fueron modestos: el comercio intrarregional no se
incrementó sustancialmente en términos globales y tendió a concentrarse en los
sectores tradicionales, con lo cual su influencia en los procesos de desarrollo
económico nacionales fue insignificante. Tampoco sirvió para estimular un desarme
arancelario recíproco o conformar una estrategia comercial regional de peso.17 De
hecho, la creación de la ALALC fue más un artilugio técnico para evitar que la
concesión de algunas preferencias a los otros países de la región condujera a
sanciones por infringir las normas emanadas del GATT que un verdadero proceso de
integración (Dell, 1965). La ALADI, no implicó un cambio de fondo de la estrategia de
integración ni de su impacto macroeconómico.

1.5.2 El Mercosur

La crisis que se propagó desde finales de los años 60 por todo el mundo no dejó fuera
a Latinoamérica. Las adversas condiciones de la esfera productiva en los países
desarrollados alimentaron la proliferación de capitales financieros que alimentaron un
explosivo endeudamiento en el Cono sur en la década del 70, retrasando los efectos
más visibles de la crisis. Sin embargo, a principios de los 80, la nueva política
monetaria de los EEUU provocó una reversión de los flujos de dinero que precipitó el
colapso de las economías de la región, mucho más vulnerables a causa del
endeudamiento. La recesión, la inflación galopante, la retracción en el comercio con
los países desarrollados y la “penuria” de divisas fuertes obraron como alicientes para
replantear las relaciones exteriores de Argentina y Brasil, movimiento que, en verdad,
se extiende a toda la región, pues, como señala Ferrer (1997:66), la formación del
Mercosur es parte de un proceso mas amplio de crecimiento del intercambio
intralatinoamericano.
Las nuevas condiciones imperantes en el Cono sur obraron como disparador de la
firma del Acta de Integración Argentino-Brasileña en julio de 1986, que se concretó
mas adelante con el establecimiento del Programa de Integración y Cooperación
Económica entre Argentina y Brasil. Fruto de la dislocación en los vínculos externos
tradicionales de ambos países con el resto del mundo, la integración sectorial
propuesta apuntaba, no obstante, a algunas áreas estratégicas que trataban de
reencausar el proceso de desarrollo fortaleciendo sus puntos mas débiles, como los

16 Tanto porque sus vínculos exteriores se concentraban en socios extraregionales como por la
importancia determinante de los propios mercados internos.
17 Cf. Dell, (1965); Gomes Saraiva, (1998) y Becker, (1998).

13
bienes de capital y la creación de tecnología; ampliando la producción en algunas
ramas productoras de bienes o insumos clave como la automotriz, el petróleo o la
energía nuclear; o encarando el despliegue de industrias con un gran potencial como
la aeronáutica.
La corta vigencia de este proceso y su carácter embrionario no son suficientes como
para advertir que se hubiese puesto en marcha la conformación de un sistema
productivo regional. Sin embargo, un despliegue más intenso y prolongado podría
haber derivado en una base de sustentación de mayor firmeza para sostener una
nueva estrategia de desarrollo, como puede desprenderse del análisis de las
potencialidades de la estrategia y de las perdidas acaecidas por su abandono
(Schvarzer, 2001:30-33). Pero las hiperinflaciones de Argentina y Brasil y la aparición
de nuevos parámetros ideológicos y estratégicas sacudieron profundamente la
concepción del proceso de integración. Los proyectos neoliberales lograron imponerse
de manera generalizada –aunque con más intensidad en Argentina que en Brasil-,
transformando por completo las estructuras y el rumbo económico de la región.
En la nueva estrategia jugó un papel fundamental la integración regional, en el marco
de lo que ha dado en llamarse el “regionalismo abierto”. En contraposición con las
ideas originales de la CEPAL, en esta perspectiva el problema del desarrollo
económico se corre a un segundo plano y se establece como norte la incorporación de
la región a las corrientes comerciales mundiales en base a las ventajas comparativas
con una reducción generalizada de la protección a las actividades internas, la
liberalización de los mercados y la drástica limitación del poder y la influencia del
Estado. La clave del modelo se encuentra en lograr una mayor competitividad de un
conjunto más reducido de productos, apuntando a insertarse en mercados mundiales
globalizados y resignando la búsqueda de la integración vertical de los sistemas
económicos nacionales que había caracterizado la etapa sustitutiva de
importaciones.18 En este contexto, se impulsa la integración en dos velocidades: más
rápida con un grupo de socios de la región y más lenta pero efectiva con el resto del
mundo (CEPAL, 1995; Carrera y Sturzenegger, 2000). Se deja de lado, así, el aspecto
“defensivo” que suele acompañar a las uniones aduaneras, que tiende a combinar la
reducción reciproca de aranceles con un arancel externo común sustancialmente más
alto para protegerse de las importaciones extrazona.
Por medio de la integración se intenta, entonces, mejorar la competitividad y el poder
de negociación para facilitar a la región su progreso en el mercado mundial (Peña,
1991). Por otra parte, un mercado ampliado actuaría como atractivo para inversiones
extranjeras directas, que reforzarían el crecimiento. La integración también contribuiría
a lograr una cierta estabilidad en la política económica, que reforzaría la credibilidad,
factor considerado esencial para la decisión del emplazamiento de los proyectos de
inversión de firmas transnacionales. Se puede percibir también la influencia de la
denominada “corriente regionalista”. La liberalización unilateral se centra, según este
enfoque, en las importaciones y solo indirectamente en el estímulo a las
exportaciones. Mientras tanto, las uniones aduaneras pueden conducir a mejores
resultados para el ingreso a nuevos mercados y a mejores precios para las
exportaciones. Como el GATT y su sucesor, la OMC, se han revelado demasiado
lentos, complejos e insuficientes para captar las modalidades económicas
“posindustriales”, surge la necesidad de avanzar por etapas hacia el librecomercio.19
La hipótesis subyacente parte del hecho de que, a pesar de que a nivel internacional
las actividades económicas se están desregulando, los países desarrollados
conservan un conjunto de restricciones que afectan a las exportaciones de los países

18 Cf., por ejemplo, Balassa et al. (1986). Para una exposición y crítica de esta perspectiva, ver
Musacchio (1999)
19 Cf. Dornbusch, (1980 y 1989), Villanueva (1991) y Nogués (1991).

14
en desarrollo. La importancia de las exportaciones en las estrategias de crecimiento de
estos últimos obligan a buscar caminos alternativos, entre los cuales el Mercosur
ocupa un lugar de gran importancia en el Cono sur. Su consolidación y la lucha por la
liberación del comercio mundial tendrían entonces horizontes temporales diferentes,
formando parte de un derrotero único en el cual se delimitan etapas intermedias,
aceptando inicialmente, como ya señalamos, una solución de segundo óptimo.20
Dado que el proyecto Mercosur se inscribe en la búsqueda de una inserción mundial
de la región en base a las ventajas comparativas estáticas, apuntando a mejorar la
competitividad microeconómica, tampoco se incluye entre los objetivos una integración
vertical de las cadenas productivas. De allí se desprenden tres rasgos estructurales
que comienzan a perfilarse con cierta claridad. En primer lugar, no hay una política de
apoyo específico a la producción de bienes de capital ni a la generación de
conocimientos tecnológicos. Por el contrario, la fuerte liberalización de estas
actividades y el progresivo desmantelamiento de los complejos estatales dedicados a
la investigación científica y tecnológica tienden a hacer perder a la región gran parte
de los avances logrados en el pasado. Este proceso resulta mucho más acentuado en
la Argentina que en Brasil, probablemente porque en éste se afecta a sectores que se
desarrollaron mucho más en el pasado y cuentan con una mayor capacidad de presión
(Faría 1996; 1998). No obstante, muchas de las pautas implementadas con crudeza
en la Argentina desde 1991 comienzan a imponerse progresivamente también en
Brasil.
En segundo lugar, la ausencia de importantes eslabones de la cadena productiva en
sectores clave y la liberalización en los movimientos de capitales impiden la
cristalización de un espacio de acumulación de carácter regional. Por lo tanto, el
proyecto sólo se sostiene con una fuerte imbricación con las economías desarrolladas.
Dado el terreno que ha ganado Estados Unidos en el marco de las privatizaciones y
del flujo de inversiones directas, el Mercosur tiene una mayor aproximación al sistema
productivo norteamericano; de allí la inclusión del bloque regional como una de las
piezas fundamentales del ALCA. Sin embargo, los intereses europeos han conservado
posiciones importantes, hecho que evita la inexorabilidad del avance norteamericano y
les da a los países del Mercosur un mayor grado de libertad en las negociaciones
(Rapoport et al. 2000).
Es sintomático de esto que las negociaciones que se llevan a cabo con ambos bloques
no solo incluyan la apertura comercial, sino que avancen sobre cuestiones
productivas, como acuerdos de inversión, liberalización de servicios, regimenes de
compras gubernamentales, patentes, etc., que afectan a todo el proceso de
acumulación y a las normas de regulación.
Finalmente, y en tercer lugar, también se constata que, a excepción de algunos
sectores específicos, como el automotriz, no se ha logrado una complementariedad
intraindustrial de la producción (Chudnovsky y López, 1998). Lejos de ello, el perfil de
intercambio es más bien de tipo interindustrial y, dentro de él, hay una marcada
especialización de cada uno de los miembros. Por eso, a diferencia del caso europeo,
rara vez se avanzó en la conformación de empresas de carácter regional o en la
cooperación de empresas de diversos orígenes en un proyecto común.
En este esquema se destaca, entonces, un predominio de los aspectos comerciales
por sobre reflexiones sobre los fenómenos productivos. El avance de la integración no
es pensado como un proceso de fortalecimiento interno frente al desafío que imponen
la necesidad de reestructuración y el avance competitivo de otras regiones, sino como
un proceso que acelere la vinculación con las principales potencias. No se trata de una
alianza ofensiva y defensiva, como habitualmente se consideró a la integración, sino

20 Para una evaluación crítica de esta concepción, a la que hemos bautizado como “neomercantilismo”,
ver Musacchio (1996 y 1999).

15
como un paso intermedio hacia la imbricación en mercados ubicados fuera de la
región, con los cuales se plantea una estrategia de mayor apertura y liberalización.
Es así como pueden enmarcarse dos discusiones que han ocupado buen espacio en
la última década. Una de ellas es una posible integración monetaria que tiene, a su
vez, dos facetas diferentes: la creación de una moneda regional y la dolarización. La
idea de una moneda regional, que aparte las fluctuaciones cambiarias y estimule el
intercambio intraregional resulta atractiva. Sin embargo, no puede tapar las
deficiencias de la producción en sectores calve como los bienes de capital, en los que
aun continua dependiéndose de las importaciones extrazona, para las que la moneda
común no influiría en demasía. En segundo lugar, dados los altos niveles de
endeudamiento y la asincronía que se ha revelado en los últimos años en materia de
crisis de balance de pagos, seria mucho más difícil hacer “sintonía fina” con una sola
moneda regional, siendo mas recomendable en este caso la coordinación de políticas
monetarias. Por ultimo, un proceso de desarrollo regional debe tratar de eliminar las
profundas asimetrías existentes hoy entre los países del Mercosur y en el interior de
los mismos. Esto implica, sin lugar a dudas, importantes cambios en los niveles
relativos de productividad, que deberán reflejarse en los tipos de cambio de cada país.
Una moneda común impediría esos ajustes, introduciendo una gran rigidez o forzando
a mantener intactas las asimetrías. Es que, en el fondo, un espacio monetario común
es un síntoma de la existencia de un sistema productivo que, en el caso del Mercosur,
aun no esta conformado. Por eso, la unificación monetaria puede establecerse como
una meta de largo plazo, pero difícilmente pueda concretarse en un periodo corto.
De otra naturaleza es la propuesta de dolarización que sobrevoló en el pico de la crisis
y que fue descartada en la práctica, pero que perdura en algunas recetas, que se
vinculan estrechamente al concepto de integración planteado por el regionalismo
abierto. La adopción de una moneda externa es, en este planteo, la culminación de la
incorporación a un sistema productivo cuyo centro se encuentra fuera de la región y en
el cual se emite la moneda clave. Se trata, en definitiva, de la radicalización de una
concepción ya presente en los programas de convertibilidad. Pero desde el punto de
vista más estructural implican el sostenimiento de proyectos de incorporación en una
división internacional del trabajo en la que nuestras economías juegan un rol
subordinado, manteniendo su carácter subdesarrollado.
De otra naturaleza es la otra discusión, referida al plano institucional. En este caso, un
planteo común apunta a seguir la estrategia europea de crear formas institucionales de
carácter supranacional, en la idea de que tales instancias permitirían consolidar el
proceso de integración, fortaleciendo la toma de decisiones conjuntas. Sobre esta
cuestión, resta, todavía, un profundo debate, pero que no puede enmarcarse en la
experiencia europea. Como señalamos en la sección anterior, la discusión europea
apunta a las ventajas y desventajas de trasladar a sus instituciones parte de las
funciones de los Estados nacionales, toda vez que se estaría consolidando un sistema
productivo regional que demanda formas de regulación y políticas publicas
eminentemente regionales, problema que no se reproduce en el Mercosur.
En este caso, el planteo debe fundarse en la conveniencia de una estructura
burocrática regional que, por un lado, le resta grados de libertad a los miembros para
apartarse de los lineamientos trazados oportunamente, pero, por otro, introduce
rigideces formales que limitan la capacidad de reacción frente a crisis y contingencias
repentinas. Pero lo cierto es que ningún organismo supranacional del Mercosur puede
evitar estar a merced de la voluntad política de los gobiernos y de las sociedades
nacionales. De manera que las instituciones pueden cumplir un rol operativo
importante, pero son, en el fondo, el reflejo del grado de firmaza de una estrategia que
aun tiene carácter nacional. Por otra parte, es mas significativo el replanteo del papel
del Mercosur en el marco de una política de desarrollo que aun no se encuentra del
todo clara. Es decir que en la etapa actual, la cuestion institucional aparece

16
subordinada a una definición previa sobre el tipo de integración que se pretende y los
objetivos económicos y sociales a priorizar.

1.6 ALGUNAS REFLEXIONES FINALES


La esquemática aproximación sobre los casos del Cono Sur y la Unión Europea
permiten extraer algunas conclusiones para continuar avanzando en este increíble e
inagotable mito de Sísifo que es la investigación científica.
En un nivel elevado de abstracción, los procesos de integración tienen una base
común originada en el planteo de un conjunto de mecanismos vinculados a relaciones
espaciales en el que se articulan economías nacionales en un determinado orden
internacional y en un conjunto de herramientas generales de política económica. Sin
embargo, precisamente la abstracción oculta cuestiones de gran peso y puede
sumergir las conclusiones en un mar de obviedades y trivialidades, como ocurre con la
teoría tradicional de la integración.
Al descender en el grado de abstracción y comenzar a comparar los fenómenos más
concretos, aparecen diferencias notorias en los objetivos, las formas y los resultados
obtenidos, que se entroncan con las estructuras productivas nacionales y regionales.
Desde el punto de vista temporal, tanto el camino seguido por la UE como por la
integración del Cono Sur muestran importantes diferencias internas. En la UE, la
primera etapa de la integración apuntaba a crear un conjunto de condiciones
necesarias para el despliegue y la estabilidad de los sistemas productivos nacionales,
sin pretender generar un espacio de acumulación a escala regional. La crisis
desestructuró los sistemas productivos y arrastró consigo la funcionalidad de tal
estrategia de integración. Desde mediados de la década del 80, las nuevas políticas
comunitarias y las estrategias de las grandes empresas apuntan a la configuración de
un sistema productivo regional, en abierto contraste con los objetivos iniciales.
También los procedimientos sociales de regulación se han modificado a lo largo del
tiempo. En la primera etapa, la base territorial de la regulación era la nación. Allí se
dirimían los conflictos entre el trabajo y el capital y el poder del Estado sentaba las
bases de las reglas del juego. En los últimos años, se observa el surgimiento (aún
embrionario) de nuevos procesos de regulación de carácter regional. Los organismos
de la Unión han comenzado a pesar mucho más que en la primera etapa, mientras los
Estados nacionales han cedido parte de su soberanía; la regionalización de la
producción ha ejercido una profunda influencia en las relaciones laborales y la marcha
hacia un espacio monetario unificado también parece avanzar sobre bases sólidas. La
cooperación de los poderes públicos nacionales en el marco de una jerarquía que
refleja diferencias profundas en el poder relativo de cada uno de ellos (y, por lo tanto,
un poder y una autonomía diferentes) se consolida progresivamente. Estos
fenómenos, como puede apreciarse, le confieren a la integración actual un rol muy
distinto al de la primera etapa.
En el caso del Cono sur, las diferencias son todavía más manifiestas. La primera etapa
no pasaba de ser un poco ambicioso proyecto, poco funcional a las estrategias de
desarrollo mercado-internistas y no trataba de convertirse en un polo aglutinante de un
espacio económico regional. Las relaciones entre los participantes tenían un papel
secundario frente a las entabladas con las economías desarrolladas exteriores a la
región.
En la actualidad, la integración se convirtió en una herramienta importante para tratar
de incorporar a la región a los mercados mundiales en el marco de una radical
propuesta de apertura económica, desregulación y liberalización. Al abandonarse la
estrategia de integración vertical de las estructuras productivas a nivel nacional, se

17
creó un campo propicio para avanzar en la integración en base a las ideas
neoliberales, aunque considerando al proceso sólo como un paso intermedio en la
marcha hacia una economía global. También los mecanismos específicos de
regulación se transformaron radicalmente. El poder del Estado declinó, mientras la
moneda y las grandes empresas lo subordinaban.
Desde el punto de vista espacial, la comparación entre la Unión Europea y el Mercosur
también refleja que, más allá de algunas coincidencias formales (incluso de carácter
ideológico), ambos proyectos responden a estrategias y estructuras muy diferentes.
Tomando en ambos casos la etapa más reciente, hemos planteado en las páginas
precedentes que, mientras la UE apunta a la conformación de un sistema productivo
regional que concentra en su seno el espacio en el cuál se desarrolle el proceso de
acumulación, el Mercosur apuesta, como proyecto, a insertarse en una economía
global y, como proyección hacia el futuro, a participar de un sistema productivo que se
complete en un espació más amplio que sus límites geográficos. De allí se derivan
algunas diferencias manifiestas.
Dado el lugar que el Mercosur ocupa en la división del trabajo que se perfila en su
eventual sistema productivo, las cuestiones referentes al desarrollo tecnológico y a la
producción de bienes de capital son de segundo orden. En la UE, en contraposición,
se han convertido en uno de los aspectos más delicados y gran parte de los objetivos
de la política industrial europea apuntan precisamente a estimular la investigación, el
desarrollo y la transferencia de conocimientos, así como la promoción de un conjunto
de ramas básicas.
Si en ambos casos uno de los ejes es la búsqueda obsesiva de la competitividad, en el
Mercosur el incremento de la competitividad se acentúa el aprovechamiento de los
recursos naturales y el bajo precio de la mano de obra, en el caso europeo la
competitividad se piensa asociada a las innovaciones tecnológicas.
Las políticas promovidas por la UE también tratan de estimular la integración vertical
del aparato productivo y promover una creciente densidad de las relaciones
interindustriales por medio de programas sectoriales de cooperación que incluyen
firmas de diversos países, de redes o “networks” de empresas y de mecanismos como
Joint Ventures. Nuevamente, las condiciones de la integración latinoamericana no
estimulan ni requieren de un proceso similar.
Simultáneamente, los diferentes proyectos de la integración condicionan las relaciones
de cada una de las regiones con el resto del mundo. La UE se encuentra inmersa en
una visceral competencia con los otros dos miembros de la tríada. Se trata de un
proceso en el que los tres contendientes compiten en un plano de relativa igualdad y
en el que las asimetrías de poder no son exageradamente amplias. La pugna actual
tiene las características de una guerra económica a nivel global (de allí que algunos la
presenten como característica de una supuesta globalización) en el que no existen aun
reglas al estilo de las que se establecieron en Bretton Woods para la etapa “dorada”
del fordismo. Precisamente es esta una de las características de la crisis y sus efectos
dislocadores sobre la territorialidad de los procesos económicos. Sin embargo, como
sostenemos a lo largo de este trabajo, la UE es un ejemplo de la tendencia al
establecimiento de nuevas relaciones espaciales que se completa con lo que ocurre
en América del norte y el sudeste asiático. Si la tendencia se consolida en el futuro,
debería desembocar en el establecimiento de normas reguladoras de la competencia
entre los nuevos sistemas productivos que estabilicen sus relaciones en un nuevo
orden internacional.
Hasta ese momento, la competencia entre las potencias de la tríada tendrá, entre otros
motivadores, la expansión del área de influencia de cada una de ellas. Y es allí donde
encuentran su espacio los países del Mercosur. Sobre su territorio se libra parte de
esa batalla económica, sin que ellos puedan influir significativamente sobre su

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resultado. En un mundo interdependiente como el de hoy, algunos son más
interdependientes que otros.
Otro punto de diferencias notorias, como vimos, es el del plano institucional. Es un
lugar común plantear que la UE ha creado un conjunto de instituciones regionales
cuyo poder ha crecido en los últimos años, mientras el Mercosur se basa en acuerdos
intergubernamentales y no tiene en su agenda próxima modificar este aspecto.
Sin intentar agotar las diferencias entre los dos proyectos, creemos haber puesto de
manifiesto una serie de cuestiones que apuntan hacia problemas estructurales de los
procesos de integración que no pueden ser abordados por la teoría económica
tradicional. Este hecho refleja la necesidad de escapar del pensamiento único y
reconstruir la teoría de tal forma, que permita comprender la realidad y operar
adecuadamente sobre ella, en lugar de tratar estérilmente de someterla a los dictados
de los preceptos teóricos.

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