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La historia del feminismo es la lucha de las mujeres para conseguir el

reconocimiento de sus derechos y poder participar de forma activa en la sociedad.


Historia del feminismo
La revolución francesa marcó el pistoletazo de salida de las primeras reivindicaciones
feministas, pero no fue hasta el siglo XIX, con la aparición de las sufragistas, que el
feminismo se convirtió en un importante movimiento social en Estados Unidos y en gran
parte de Europa.

El feminismo entró mucho más tarde en España y no se desarrolló como en otros países,
debido al escaso desarrollo industrial y la persistencia de los roles sociales tradicionales.
En la década de los años 20 del siglo pasado aparecieron las primeras asociaciones
feministas del país. En las décadas posteriores, el movimiento perdió consistencia en
todo el mundo para resurgir con fuerza en los años 60. Telepolis ha recogido las
biografías de las mujeres que han hecho posible que hoy en día la igualdad de género
sea reconocida como un derecho legítimo de la mujer.

Los inicios del feminismo norteamericano

El movimiento feminista en Estados Unidos se consolidó rápidamente


debido a las condiciones socio-políticas y económicas propias de la
sociedad americana.
Partiendo de un sistema político teóricamente democrático, el feminismo
nació ligado a los movimientos protestantes de reforma religiosa que
propugnaban una regeneración moral de la sociedad y al abolicionismo.

La importante participación femenina en movimientos humanitarios por


la abolición de la esclavitud ayudó a la rápida concienciación de las
mujeres. La analogía entre los esclavos sin derechos y las mujeres era
evidente.
Las condiciones sociales y culturales en EE.UU. fueron especialmente
favorables para la extensión de los movimientos femeninos. Las
prácticas religiosas protestantes que promovían la lectura e
interpretación individual de los textos sagrados favorecieron el acceso
de las mujeres a niveles básicos de alfabetización, lo que provocó que el
analfabetismo femenino estuviera prácticamente erradicado a principios
del siglo XIX. A diferencia de Europa, desde mediados del siglo XIX nos
encontramos con una amplia capa de mujeres educadas de clase media
que se convirtieron en el núcleo impulsor del primer feminismo.

Elizabeth Candy Staton en Seneca Falls


El primer documento colectivo del feminismo norteamericano lo
constituye al denominada Declaración de Seneca Falls , aprobada
el 19 de julio de 1848 en una capilla metodista de esa localidad
del estado de Nueva York.

"La historia de la humanidad es la historia de las


repetidas vejaciones y usurpaciones por parte del
hombre con respecto a la mujer, y cuyo objetivo
directo es el establecimiento de una tiranía absoluta
sobre ella. Para demostrar esto, someteremos los
hechos a un mundo confiado. El hombre nunca le ha
permitido que ella disfrute del derecho inalienable
del voto. La ha obligado a someterse a unas leyes
en cuya elaboración no tiene voz.
Le ha negado derechos que se conceden a los
hombres más ignorantes e indignos, tanto indígenas
como extranjeros. Habiéndola privado de este
primer derecho de todo ciudadano, el del sufragio,
dejándola así sin representación en las asambleas
legislativas, la ha oprimido desde todos los ángulos.
Si está casada la ha dejado civilmente muerta ante
la ley.
La ha despojado de todo derecho de propiedad,
incluso sobre el jornal que ella misma gana.
Moralmente la ha convertido en un ser
irresponsable, ya que puede cometer toda clase de
delitos con impunidad, con tal de que sean
cometidos en presencia de su marido".

Declaración de Seneca Falls


(1848)

Elisabeth Candy
Stanton

En este documento se expresa por primera vez lo se podría


denominar una "filosofía feminista de la historia". Una filosofía que
denunciaba las vejaciones que a lo largo de la historia había
sufrido la mujer.
Tras la guerra de Secesión (1861-1865), el movimiento feminista
que había ligado en gran medida su suerte al abolicionismo sufrió
una gran desilusión. Pese al triunfo del bando nordista, partidario
de la supresión de la esclavitud, la XIV enmienda de la
Constitución, que otorgaba el derecho de voto a los esclavos
negros liberados, le negó a la mujer el derecho de sufragio.
La reacción fue inmediata Elisabeth Candy Stanton (1815-1902) y
Susan B. Anthony (1820-1906) crearon la Asociación Nacional
por el Sufragio de la Mujer (National Woman Suffrage
Association), primera asociación del feminismo radical americano,
independiente de los partidos políticos y de los movimientos de
reforma.

Susan B. Anthony

El desarrollo del movimiento feminista:


el triunfo del sufragismo 1870-1939

Los cambios políticos, económicos y sociales que vinieron unidos a lo


que los historiadores han denominado “Segunda Revolución Industrial”,
iniciada en la década de 1870, provocaron una clara aceleración del
movimiento feminista en el último tercio del siglo XIX.
El mayor protagonismo y seguimiento del feminismo estuvo
condicionado por claros cambios sociales en los países más
desarrollados.

En Gran Bretaña, por ejemplo, a principios del siglo XX el 70.8% de las


mujeres solteras, entre 20 y 45 años, tenían un trabajo remunerado.
También en el Reino Unido, en 1850 se observaba como el número
absoluto de mujeres solteras mayores de 45 años había crecido entre
las clases medias. La "carrera del matrimonio" registraba así un cierto
retroceso para muchas mujeres, no sólo como proyecto de vida, sino
también como opción económica.
Otro elemento clave lo constituyó la incorporación de la mujer al trabajo
durante la Primera Guerra Mundial para sustituir a los hombres que
habían marchado al frente. La consciencia de su valor social alentó sus
demandas del derecho de sufragio.
La incorporación de la
mujer al trabajo durante
la Primera Guerra
Mundial

Los principales objetivos del movimiento feminista siguieron siendo los


mismos: el derecho de voto, la mejora de la educación, la capacitación
profesional y la apertura de nuevos horizontes laborales, la equiparación
de sexos en la familia como medio de evitar la subordinación de la mujer
y la doble moral sexual.
La gran novedad vino de la amplia movilización colectiva que supo dirigir
el movimiento sufragista en determinados países.
Con los países anglosajones al frente, la evolución en el mundo europeo
fue muy diversa:

“El sufragismo aparece como una forma de


encuadramiento de mujeres de todas las clases
sociales, a pesar de sus distintas ideologías y
objetivos, pero coincidentes en reclamar el derecho
a la participación política, uno de cuyos requisitos es
el voto, para reformar la legislación y la costumbre y,
en consecuencia, la sociedad (...)
El sufragismo surgió en los países que adoptaron el
régimen capitalista, países de clase media poderosa
y con unos ideales democráticos asentados en sus
instituciones políticas (...)
En los países nórdicos apenas se dio sufragismo
debido a la mentalidad progresista imperante y al
peso social de la mujer, que facilitaron la
equiparación jurídica de los sexos.
Una evolución diferente presentó el mosaico de
países del este procedentes de los Imperios
centrales: austro-húngaro y alemán, turco y ruso. El
desmoronamiento de los primeros tras la Primera
Guerra Mundial (Alemania, Austria, Checoslovaquia,
Polonia) trajo reformas muy progresistas, el voto
femenino entre ellas, sin existencia previa del
sufragismo (...)
En Rusia fue posible después de una auténtica
revolución, la bolchevique, que trastocó los
fundamentos del orden tradicional.
En el caso de los estados surgidos del Imperio
turco, Yugoslavia, Grecia y Bulgaria, el peso de la
tradición era todavía muy fuerte y no hubo
sufragismo ni reformas tocantes a la situación
femenina.
Por último, en los países occidentales cabría
diferenciar entre los protestantes (Inglaterra,
Holanda...): más modernos y evolucionados, y más
prósperos económicamente, y los católicos (Italia,
España, Portugal...) : atrasados, tradicionales y
conservadores (...) En los países protestantes hubo
un movimiento sufragista fuerte, y sólo gracias a su
lucha se consiguieron las reformas y el voto. En los
católicos apenas se dio el movimiento sufragista y
sólo tras mucha batalla femenina y muy tarde, caso
de Italia, o por el reformismo de sus gobernantes,
caso de España, se obtuvieron estas conquistas".

FRANCO RUBIO, Gloria Ángeles


“Siglo XX” Historia Universal
Madrid, 1983
Historia 16

Obtención del derecho al voto de las mujeres de algunos


países

Nueva Zelanda 1893


Australia 1901
Finlandia 1906
Noruega 1913
Dinamarca 1915
Reino Unido 1918 (+30 años)
Alemania 1918
Países Bajos 1918
Polonia 1918
Rusia 1918
Austria 1918
Bélgica 1919
Estados Unidos 1920
República Checa 1920
Eslovaquia 1920
Suecia 1921
España 1931
Francia 1945
Italia 1945
Grecia 1952
Suiza 1974

Estas fechas son indicativas ya que ha menudo el proceso de


obtención de los derechos políticos de las mujeres fue largo y
complejo. Un ejemplo es Portugal: en 1931 las mujeres con
estudios superiores o secundarios obtuvieron el derecho de voto.
Hay que esperar, sin embargo, hasta 1974, con la caída de la
dictadura, para que se pueda hablar propiamente de voto
femenino. Muchos de los países que obtuvieron el derecho de
voto en el período de entreguerras, España es un buen ejemplo,
pasaron posteriormente por largas etapas dictatoriales en las que
el voto femenino, y masculino, fue suprimido o absolutamente
adulterado.

La radicalización del sufragismo:


el caso británico
El movimiento sufragista británico se dividió en dos tendencias:
una moderada y otra radical, partidaria de la acción directa.

Millicent Garret Fawcet (1847-1929) encabezó a las sufragistas


moderadas que se agruparon en la Unión Nacional de
Sociedades de Sufragio Femenino (National Union of Women's
Suffrage Societies). En 1914, esta asociación llegó a contar con
más de 100.000 miembros, y centraba su labor en la propaganda
política, convocando mítines y campañas de persuasión siguiendo
siempre una estrategia de orden y legalidad.

Millicent Garret
Fawcet

“Quizás la sutil violencia utilizada por las sufragistas


trataba de disminuir nuestro orgullo de sexo; íbamos
a enseñarle al mundo como conseguir reformas sin
violencia, sin matar gente y volar edificios, o sin
hacer las otras cosas estúpidas que los hombres
han hecho cuando han querido alterar las leyes (...)
Nosotras queríamos mostrar que podíamos avanzar
o conseguir la libertad humana a la que aspiramos
sin utilizar violencia alguna. Hemos sido
decepcionadas en esta ambición pero todavía
podemos dar a nuestras almas el consuelo de que
la violencia registrada no ha sido formidable y de
que las más fieras de las sufragistas están más
preparadas para sufrir daño que para infligirlo”.

Millicent Garret Fawcett


(1912)
en BELL,S.C. & OFFEN,K. M.
Women, the Family and Freedom. The Debate in documents
Stanford, 1983

La ausencia de resultados de la estrategia moderada hizo que a


principios de siglo Emmeline Pankhurst (1858-1928) creara la
Unión Social y Política de las Mujeres (Women’s Social and
Political Union). Sus miembros eran conocidas como las
“suffragettes”.
Mientras en el Parlamento se discutía las reformas legislativas
que permitieran el acceso del voto a la mujer, la WSPU, además
de los tradicionales medios de propaganda como los mítines y las
manifestaciones, recurrió a tácticas violentas como el sabotaje, el
incendio de comercios y establecimientos públicos, o a las
agresiones a los domicilios privados de destacados políticos y
miembros del Parlamento.
Emmeline Pankhurst

“Nos tiene sin cuidado vuestras leyes, caballeros,


nosotras situamos la libertad y la dignidad de la
mujer por encima de toda esas consideraciones, y
vamos a continuar esa guerra como lo hicimos en el
pasado; pero no seremos responsables de la
propiedad que sacrifiquemos, o del perjuicio que la
propiedad sufra como resultado. De todo ello será
culpable el Gobierno que, a pesar de admitir que
nuestras peticiones son justas, se niega a
satisfacerlas”

Emmeline Pankhurst
Mi propia historia (1914)
Citado en MARTÍN GAMERO, A.:
Antología del feminismo
Madrid, 1975

A la creciente represión gubernamental, las “suffragettes”


respondieron con huelgas de hambre en la cárcel a las que la
administración respondió con la brutal alimentación forzada.
La respuesta del gobierno a las protestas contra esta cruel
práctica fue realmente original. El parlamento aprobó la conocida
como “Ley del Gato y el Ratón” por la cual las mujeres, es decir,
los “ratones”, serían liberadas por las autoridades, el “gato”,
cuando su estado físico fuera preocupante. Sin embargo, una vez
recuperadas físicamente volvían a ser detenidas y encarceladas.
Antes de la guerra mundial, la virulencia de la protesta sufragista
hizo que los partidos políticos comenzasen a reconsiderar su
actitud ante el voto femenino.
Candidata liberal
en la campaña electoral de 1918
La primera guerra mundial marcó una tregua en las demandas
sufragistas, y tras el conflicto, en el que las mujeres acumularon
méritos como la mano de obra que permitió el funcionamiento de
la economía, el sufragio femenino tuvo que ser finalmente
reconocido.
En 1918, una nueva ley electoral permitió las británicas de más
de 30 años obtuvieron el derecho de voto. Diez años después, en
1928, una nueva ley, la "Equal Franchise Act", hizo que, por fin,
todas las mujeres mayores de edad alcanzaron el anhelado
derecho de sufragio.

La oposición al sufragismo
Desde nuestra perspectiva actual y teniendo en cuenta los principios
ilustrados y liberales en que se basaba la reivindicación de la igualdad
de voto, parece extraña la enorme oposición a la que tuvo que hacer
frente la reivindicación sufragista.

La sufragista en casa
"No sabemos lo que queremos, pero lo conseguiremos"

¿Cómo se explica la resistencia que durante largas décadas se


enfrento al derecho de sufragio femenino?

Los argumento basados en la discriminación por género fueron


los que prevalecieron. Deshacer las tradicionales barreras entre lo
público, terreno masculino, y lo privado, terreno femenino,
autorizando el acceso de las mujeres al espacio público era
considerado como un peligro para el orden social establecido y
para el reparto de roles por género.

Derecho de voto para la mujer


Durante la votación la Sra. Jones recuerda que se ha dejado el pastel en el
horno

Estudiantes de medicina del hospital de Middlesex (Londres)


protestan en 1861 ante la posible presencia de una mujer
estudiante, Elisabeth Garett Anderson

“Nosotros, los estudiantes abajo firmantes,


consideramos que los resultados de la mezcla de
sexos en la misma clase pueden ser bastante
desagradables.
Es muy probable que los profesores se sienta
cohibidos ante la presencia de mujeres, y no puedan
referirse a ciertos hechos necesarios de forma
explícita y clara.
La presencia de mujeres jóvenes como
espectadores de la sala de operaciones es una
ofensa a nuestros instintos y sentimientos naturales,
y está destinada a destruir esos sentimientos de
respeto y admiración que todo hombre en su sano
juicio siente hacia el otro sexo. Esos sentimientos
son un signo de la civilización y del refinamiento”

Muchos hombres, y bastantes mujeres, estaban convencidos de


que cuestionar abiertamente el prototipo femenino de “ángel” y
“reina” del hogar, abriría incertidumbres respecto al futuro de la
institución familiar y de su capacidad como reproductora del
sistema social. De hecho, fue la percepción del sufragismo como
una amenaza a la familia lo que impidió su aceptación social.
Una manifestación de sufragistas
"Abajo los hombres y arriba las mujeres"
El caso británico es el mejor ejemplo de movilización anti-
sufragista, no sólo entre los hombres sino también entre las
mujeres.
En noviembre de 1908, se fundó en Londres la Liga Nacional de
Mujeres Anti-Sufragio (Women's National Anti-Suffrage League).
Su primera presidenta fue la popular novelista, Mary Ward.
Los líderes de la Liga Anti-Sufragio insistían en que la gran
mayoría de las mujeres británicas no estaban interesadas en
conseguir el derecho de voto y advertían contra el peligro de que
un pequeño grupo de mujeres organizadas forzaran al gobierno a
cambiar el sistema electoral.
Un buen ejemplo de la mentalidad de estas mujeres lo podemos
ver en las manifestaciones de Lady Musgrave, presidente de la
sección de East Grinstead de la Liga Anti-Sufragio, en un mitin en
1911, recogidas en un periódico:

"(...) afirmó estar completamente en contra de la


extensión del derecho de voto a las mujeres, ya que
pensaba no sólo no traería ningún bien a su sexo,
sino que, por el contrario, haría mucho mal. Citando
las palabras de Lady Jersey afirmó: "No pongáis
sobre nosotras esta carga adicional". Las mujeres,
en su opinión, no eran iguales a los hombres ni en
resistencia ni en energía nerviosa, incluso, en su
conjunto, tampoco en inteligencia".
Opuestos al sufragio femenino

Sin embargo, la realidad económica y política de la


Primera Guerra Mundial y de su consiguiente
posguerra, obligó a que la sociedad incorporara al
escenario público a madres y esposas. Su concurso
fue decisivo en el esfuerzo económico durante la
guerra. La consecución del derecho de voto fue un
reconocimiento colectivo a los méritos acumulados.

Las mujeres y la Historia de Europa

1.4 Las políticas de las mujeres.


El movimiento feminista
Toda palabra tiene una historia y "feminismo" también
la tiene. Es frecuente encontrar referencias a las
definiciones de finales del siglo XIX contenidas en
algunos diccionarios, como el de Oxford que habla de
feminismo equiparado a feminidad, como el estado de
ser femenina. Sin embargo, este concepto, acuñado en
Francia, es, al menos desde los años 90 del siglo
pasado, un término que se identifica con el movimiento
político y reivindicativo de las mujeres. En España, el
Diccionario de la Real Academia, define el feminismo
como: "doctrina social que concede a la mujer
capacidad y derechos reservados hasta ahora a los
hombres"; Todas las mujeres europeas reconocemos
como uno el movimiento feminista. No obstante, las
diferencias políticas o geográficas han generado
diversas experiencias que es imposible resumir aquí. Por
ello, intentaremos señalar las principales líneas de
construcción teórica y de acción colectiva,
singularizando aquellos casos que nos parezcan de
interés. (OFFEN, 1991)
La historiografía fija en la primera mitad del siglo XIX, el
inicio del feminismo como movimiento colectivo, pero su
arranque debe retrotraerse hasta el último tercio del
siglo XVIII. Es entonces cuando se une la elaboración
teórica con una organización política que permite
oponerse activamente a leyes, juicios etc. No obstante,
el feminismo ha venido en los últimos años recuperando
una pléyade de mujeres que se opusieron a la "tiranía
masculina". Adrienne Rich ha acuñado el término
"feministas de acción", para todas aquellas mujeres que
en toda sociedad y cultura se han opuesto a esta
hegemonía.
Pero junto a ellas ha habido otras mujeres que el
feminismo ha definido no ya como sus predecesoras
sino como feministas de pro. Me refiero al conjunto de
mujeres, casi todas ilustradas, letradas y de clase
superior, que a lo largo de los siglos XV-XVIII escribieron
y se opusieron con las armas del intelecto a la profunda
corriente misógina que desde la Baja Edad Media, hizo
aún más escarnio en las mujeres que en los siglos
precedentes. Este enfrentamiento recibió el nombre de
la querella de las mujeres. En general las mujeres que
participaron en ella, defendiéndonos, fueron las
antepasadas de lo que Virginia Woolf llamó "las hijas de
hombres educados", mujeres que se opusieron a los
padres y hermanos que les permitieron el acceso a un
conocimiento que sin embargo no era útil en una
sociedad que les cerraba las puertas. Fue una polémica
ya que fue, ante todo, la respuesta de determinadas
mujeres a obras publicadas por hombres , que atacaban
furibundamente a las mujeres y/o al matrimonio. Pero
sobre todo, estas primitivas feministas sostuvieron que
los sexos estaban cultural e históricamente
determinados y formados, es decir, que la naturaleza no
era quien hacía inferiores a las mujeres. Se centraron en
lo que nosotras llamaríamos hoy género. Podemos citar
a muchas, y esa lista crece cada día, bástenos como
ejemplos: Christine de Pisan, Mary Astell, Mary de
Gournay, o Josefa Amar. (KELLY, 1984)
Sin embargo, estas mujeres, esposas, hijas y hermanas,
de clérigos, comerciantes, o aristócratas, no formaron
empero un movimiento. Es precisamente en la
Revolución Francesa, cuando comienza a expresarse,
colectivamente, la voz de las mujeres. Es en esta
coyuntura cuando las mujeres, que siempre habían
participado activamente en motines de subsistencias,
sin abandonar su participación en acciones de lucha
contra la carestía o la escasez de alimentos, empiezan a
demandar el reconocimiento de sus derechos políticos,
como lo están haciendo sus iguales de clase. Los
cuadernos de quejas recogían las demandas de las
mujeres de: acceso a la educación, la eliminación de las
leyes discriminatorias e incluso se exigió el derecho a la
representación en los Estados generales.
Estas primeras declaraciones colectivas en favor de los
derechos políticos de las mujeres influyeron en las
formuladas por los clubes republicanos de mujeres del
período revolucionario. Estas mujeres estaban animadas
por el discurso político de la Revolución Francesa que se
basaba en el paradigma universal de la igualdad natural
y política. Sin embargo, los debates de la Asamblea
Nacional durante la Revolución negaron el acceso de las
mujeres a la soberanía política; era, en definitiva, la
exclusión de éstas de unos derechos supuestamente
universales. Una revolucionaria, Olimpia de Gouges
publicó una Declaración de derechos de la Mujer y la
ciudadana (1791) en la que se denunciaba la exclusión
de las mujeres de la representación política y
reclamaba, con insistencia, la ciudadanía de las
mujeres. De hecho, la Declaración era un calco del
Contrato Social de Rousseau y de la Declaración de
Derechos del Hombre de 1789. Estaba influida por los
iusnaturalistas y los filósofos del pacto social y
adelantaban muchos programas posteriores de mujeres.
Su gran contribución fue el reconocimiento de la
personalidad jurídica de las mujeres como parte
integrante del pueblo soberano, la equiparación de sus
derechos a los del hombre, y la reivindicación del
sufragio como expresión de esa pertenencia al pueblo
soberano.
Al otro lado del Canal de la Mancha, las inglesas
también estaban recorriendo un camino de debate
político y filosófico. En el marco de la tradición
igualitarista del radicalismo político del siglo XVIII, Mary
Wollstonecraft encarna, como nadie, las reivindicaciones
políticas y personales del feminismo. Wollstonecraft
centró su discurso y su combate en las constricciones en
las que debían moverse las mujeres, la asimetría entre
los sexos, que se debía no a diferencias biológicas sino a
la educación y a los hábitos de socialización recibidos.
Negó que las mujeres fueran inferiores a los hombres en
capacidad y estableció que era el predominio del orden
social definido por los hombres lo que había impedido
que se expresaran libremente las capacidades
femeninas. Su obra Vindicación de los derechos de la
Mujer (1793) fue clave para el movimiento feminista
posterior.
Tras el período revolucionario, Europa se vio inmersa en
una época de reacción conservadora que repercutiría
directamente en la condición social y jurídica de las
mujeres. Esta reacción conservadora insistía aún más en
la subordinación de la mujer al varón, y en la división de
esferas, considerando el ámbito doméstico y la familia el
ideal de la mujer. Sin embargo, las voces feministas no
callaron del todo y de nuevo los procesos
revolucionarios europeos contribuirían a la reactivación
del feminismo (NASH, TAVERA, 1994).

1.4.1. Las primeras reivindicaciones


Las primeras reivindicaciones de las mujeres se
centraron principalmente en los derechos económicos,
educativos y políticos.
Bien como consecuencia de la pervivencia de antiguas
leyes feudales, bien como resultado de la difusión de
nuevas leyes (Código Napoleónico) las mujeres carecían
en las sociedades europeas de capacidad económica
plena. Y esto era cierto especialmente para las mujeres
casadas quienes estaban totalmente sometidas a la
tutela de sus maridos. No fue de extrañar pues que
entre las reivindicaciones principales de las primeras
feministas estuvieran el derecho a disponer libremente
de sus bienes, del propio salario, por ejemplo. En
algunos países la acción de las organizaciones de
mujeres con la alianza de partidos políticos radicales
hizo posible reformas legales como el Acta de propiedad
de la Mujer casada (1882) en Inglaterra, que reconocía
el derecho de estas a la propiedad y disponer
libremente de sus salarios. En Finlandia, en 1878, la ley
reconoció a las mujeres rurales el derecho a la mitad de
la propiedad y de la herencia en el matrimonio y en
1889, las mujeres casadas pusieron disponer libremente
de sus salarios. O leyes aún más tempranas en Noruega
en los años 40 y 50 que permitió la igualdad hereditaria
(1845), la libertad para dedicarse al comercio (1864).
En general estas reformas fueron apoyadas no solo por
las organizaciones de mujeres como parte de su lucha
reivindicativa sino que daban respuestas a demandas
generalizadas de la sociedad europea que veía como la
revolución industria y los cambios en la estructura
económica había propiciado un número creciente de
mujeres de clases medias en demanda de trabajo y
unos cambios en las estrategias de las familias
campesinas en la conservación de sus patrimonios.
Sin embargo hubo países como Francia o España donde
por el contrario, a lo largo de este siglo se refuerza la
legislación que sanciona la discriminación de las
mujeres. El Código Napoleón (1803) y en su estela
Código Civil español de 1889 disponían que la mujer
casada carecía de autonomía personal y tanto sus
bienes como sus ingresos eran administrados por el
marido. Solo en el siglo XX se conseguirá en estos
países romper la legislación discriminatoria.
Muy vinculado a lo anterior fue la reivindicación del
acceso al un trabajo digno remunerado. No era una
reivindicación nueva: Christine de Pisan o Mary
Wollstonecraft fueron mujeres que vivieron de su
trabajo y exigieron poder desempeñar aquellos trabajos
para los que estaban cualificadas. No era que las
mujeres no hubieran trabajado antes, sino que en las
nuevas condiciones económicas era creciente el número
de mujeres que debían acceder al mercado de trabajo, y
éstas eran, en número creciente, miembros de las
clases medias que eran ya incapaces de proveer la
seguridad económica de estas mujeres, especialmente
las solteras, o que precisaban de ese trabajo para
incrementar sus ingresos. Logros legales de este
impulso fue la ley de libertad de profesión de Noruega
de 1866, o las leyes que permiten el acceso a la
enseñanza superior y al desempeño de las profesiones
liberales como hemos visto más arriba. El acceso al
trabajo es expresado por las feministas burguesas como
liberador, en clara oposición al pensamiento marxista
que habla del trabajo alienante. En realidad las obreras
no reivindicaban acceso al trabajo sino mejora de sus
condiciones de trabajo: jornada de ocho horas, la
denuncia de la explotación del trabajo doméstico, etc.
Señalábamos más arriba que Mary Wollstonecraft
escribía que el problema de las mujeres inglesas
descansaba sobre el modelo de género vigente, basado
en la educación y las pautas de socialización. No es de
extrañar pues que ella viera en la educación el vehículo
idóneo para colocar a las mujeres en plano de igualdad
con los hombres sino que además potenciaría la
autonomía de las mujeres. Esas ideas, con pequeños
matices en su formulación, es el horizonte desde el que
el movimiento feminista en Europa en el siglo XIX y aún
el XX reivindican insistentemente el derecho a la
educación para las mujeres. Este es además, junto al
derecho al trabajo, la piedra angular del feminismo que
viene llamandose social, frente a una corriente más
centrada en la igualdad política y la lucha por el
sufragio. Es precisamente en este ámbito de
reivindicación donde más destacó en el siglo XIX el
feminismo español con figuras como Concepción Arenal,
Pardo Bazán o Suceso Luengo. También los escritos de
la feminista finlandesa Elizabeth Löfgren y el programa
del Movimiento de Mujeres Finlandesas, sin renunciar al
sufragio, veían en 1860, en el acceso a la universidad, y
en una mejor formación profesional de las mujeres, los
ejes básicos de sus programas políticos. Y Alessandra
Gripenber escribió en 1892 que " en los países que no
disfrutan de libertad política y, donde incluso está
restringido el sufragio masculino, hay que centrarse en
las cuestiones que conciernen a la enseñanza superior,
la preparación profesional y la ilustración general de la
mujer" (EVANS, 1978).

1.4.2. La lucha por el sufragio


Las sufragistas son una imagen clara de nuestro pasado
y del feminismo del siglo XIX y comienzos del XX,
especialmente la acción directa de un sector de las
sufragistas británicas. En realidad la reivindicación del
voto femenino fue una de las causas principales de
movilización de las mujeres. Esto era así porque las
feministas pensaban que el voto les daría acceso a los
centros de decisión políticos y les permitiría elaborar
leyes que abolieran las otras desigualdades sociales. El
camino hacia el voto no fue fácil y estuvo lleno de
escollos y pequeñas victorias antes de acceder
definitivamente al sufragio.
Las sufragistas británicas, las más conocidas, fueron de
las más activas y de las que más radicalizaron su
discurso en los años finales del siglo y comienzos del
XX. de hecho el sufragismo británico se dividió entre
una línea moderada y otra radical. La primera,
organizada en la Unión Nacional de Sociedades de
Sufragio Femenino, lideradas por Millicent Fawcett, se
dedicaba a la propaganda política y convocaban mítines
y campañas de persuasión, dentro de la más estricta
legalidad. Pero cuarenta años de actividad no fueron
capaces de romper la resistencia del poder por lo que a
comienzos del siglo XX le nació un ala radical, las
"suffragettes". Su líder Emmeline Pankhurst fundo la
Unión Social y Política de las Mujeres. Su objetivo era la
consecución del voto pero para ello se servía también
de la acción directa. La radicalización de las sufragistas
generalizó los encarcelamientos y la respuesta política
(huelga de hambre) de éstas ante la represión creciente.
Para las investigadoras esta radicalización contribuyó a
la consecución del voto femenino en Gran Bretaña,
aunque no será hasta 1928 en los mismos términos que
los varones. Entre 1832 año del Reform Bill que marca
el inició de la agitación del sufragismo inglés hasta la
consecución del voto el camino fue largo, jalonado de
pequeñas victorias. Así fue posible el acceso a puestos
de decisión a niveles locales como elegibles, y luego
fueron votantes (1880), participaron desde mediados de
siglo en los consejos escolares y hospitalarios, pero solo
después de la Primera Guerra Mundial, se conseguirá el
sufragio nacional, resultado de cambios de mentalidad
ya presentes antes de la guerra pero sobre todo en
pago a los servicios que las mujeres prestaron en la
contienda (EVANS, 1978).
Los países del norte como Noruega y Finlandia son de
los primeros en consagrar la igualdad política y en
establecer el derecho al sufragio para las mujeres.
Noruega, con un fuerte movimiento nacido en 1830,
conseguiría la igualdad política enseguida. En 1910 se
establece el sufragio universal y las mujeres gozan de
todos sus derechos cívicos. Y desde 1912 son elegibles a
casi todos los cargos del Estado. En Finlandia, la
interconexión de la lucha nacional por la independencia
con la lucha para la consecución del voto femenino, fué
muy importante. En Finlandia, la Dieta se elige por
sufragio universal de ambos sexos desde 1906,
convirtiéndose así en el primer país de Europa donde las
mujeres participan en las elecciones nacionales. Es
cierto que los poderes de la asamblea son reducidos
pero en 1907 ya incluía a diecinueve diputadas. El
sistema político finlandés permitió desde el principio
que las mujeres pudiesen votar a las mujeres, lo que
permitió la alta representación parlamentaria de éstas.
Por el contrario en los países de herencia romana como
Francia y España aún tardarán muchos años las mujeres
en lograr el sufragio. Desde los años 80 del siglo XIX las
francesas pudieron elegir y ser elegidas en consejos
locales y de carácter educativo y asistencial pero el
sufragio para la Asamblea Nacional sólo llegará después
de la Segunda Guerra Mundial. La lucha fue larga, las
reivindicaciones de igualdad política se retomaron con
fuerza en 1848 al establecerse el sufragio universal
masculino.

Pero ni el ala más radical ni la más moderada


conseguirán romper las barreras sociales y jurídicas que
impiden el voto para las mujeres. El sufragismo no fue
popular y Hubertine Auclerc no tuvo en realidad ningún
éxito.
El feminismo español, que Mary Nash ha calificado de
social más que político, no tuvo en la lucha por el
sufragio una de sus reivindicaciones básicas, si bien es
cierto que desde 1870 aproximadamente se pueden leer
textos reivindicando la igualdad política plena, pero no
será hasta la II República y el debate de la Constitución
de 1931 cuando la reivindicación sufragista adquiera
gran importancia. Esta Constitución muy democrática
estableció el sufragio universal y no excluyó a las
mujeres pese a las resistencias tanto de partidos de
izquierda como de derecha. La diputada radical Clara
Campoamor fue la defensora de la moción que incluiría
el sufragio femenino en el nuevo texto constitucional,
pero no estaba sola. En la calle las feministas habían
creado un estado de opinión que respaldo la acción de
la diputada. La derrota republicana y la dictadura
franquista suprimirá el sufragio universal hasta la
Constitución de 1978.
Esta resistencia del poder a la reivindicación del sufragio
sólo puede entenderse si pensamos la radicalidad de su
propuesta desde la mentalidad y las pautas culturales y
de género del período. Es cierto que las reivindicaciones
partían del propio discurso que alimentaba a las
revoluciones burguesas que acabarán con el Antiguo
Régimen, pero la política seguía estando reservada a los
varones. El voto femenino, pese a sus fundamentos
teóricos cuestionaba el orden vigente ya que implicaba
la presencia femenina en la esfera pública y cuestionaba
el monopolio masculino de este espacio. De hecho
parecía incompatible con el discurso de la domesticidad
y del orden patriarcal. Las sufragistas eran vistas como
una amenaza para el hogar, para la familia y hasta que
ese miedo no fue despejado, y conciliado el papel de
madres con el de votantes, no fue posible que el
sistema considerara a las mujeres ciudadanas. Esa
conciliación se llevó a cabo sobre todo en la crisis de la I
Guerra Mundial (NASH, TAVERA, 1994). (Vease 5.2.).
Algunas fechas del sufragio universal femenino ¡Error!
Marcador no definido. País Fecha Reino Unido 1928
Noruega 1912 Finlandia 1906 Francia 1945 España 1931

1.4.3. Prensa y asociacionismo


Hemos venido hablando de reivindicaciones y del
movimiento feminista a lo largo del siglo XIX y
comienzos del XX, pero hemos hecho pocas referencias
a dos instrumentos básicos de los que se dotan las
feministas para la consecución de sus fines: la prensa y
las asociaciones que suelen ir ligadas, aunque no
siempre. El esquema es simple: la creación de un
periódico feminista es paralelo a la creación de una
asociación. Aquel es un polo de atracción y un órgano
de propaganda.
Los primeros periódicos feministas conocidos provienen
del medio libre pensador inglés de comienzos del XIX y
de los saint-simonianos franceses. Las mujeres
británicas defensoras de las reformas parlamentarias
arremeten contra la tiranía de las instituciones
patriarcales, una de ellas Elizabeth Sharples, editará su
propio periódico Isis. Las francesas por su parte lanzan
La femme libre, la Femme Nouvelle y La Tribune des
femmes. Entre los periódicos que más fama e influencia
van a tener debemos destacar el Englishwoman Journal
(1859) que se convertirá en un polo de referencia del
feminismo inglés. Pero es probablemente el periódico
francés La Fronde el que ejemplifica mejor el nivel que
llegó a alcanzar esta prensa. Es considerado uno de los
mejores periódicos franceses de la época. Su actividad
larga e influyente, sus redactoras como Caroline Rémy
"Severine" o Helene See, no solo viven de su trabajo
sino que son cronistas de la vida política francesa.
En fin, como señala Anne-Marie Kapelli (1993), el
aprendizaje de la escritura pública anida en el corazón
mismo del feminismo y demuestra ser esencial en la
lucha contra el olvido y la fugacidad. Además, el grado
de emancipación femenina de una sociedad y el grado
de tolerancia frente al feminismo pueden leerse por la
evolución de la prensa femenina.
Las asociaciones son el instrumento para focalizar
esfuerzos y para desarrollar estrategias y modelos de
acción política para resolver la cuestión social de las
mujeres. Estos espacios de reunión fueron esporádicos
en sus inicios y ligados a momentos de efervescencia
política general: los clubes revolucionarios franceses,
saint-simonianas de 1830 o los clubes feministas de
1848. El asociacionismo fue muy fuerte en Alemania e
Inglaterra. En este último país las asociaciones nacen,
desde mediados de siglo, en un clara respuesta a las
políticas hostiles a las mujeres: bien luchando contra el
abuso o a favor de derechos, las asociaciones son
usadas para dotar de identidad a las feministas. En
nombre de estas asociaciones se utiliza todo el arsenal
de la expresión democrática: prensa, mítines, reuniones,
manifestaciones, incluidas los congresos nacionales e
internacionales. Se intensifican los intercambios y crece
una red europea del feminismo. Sin embargo ésta se
desarrollará en dos redes paralelas: una liberal y otra
socialista cuya ruptura, sin conciliación ni alianza táctica
posterior, cristalizaría en el congreso feminista
internacional de Berlín de 1896. Las socialistas seguirán
trabajando en el marco de la internacional.
En Finlandia las mujeres fueron muy activas en
diferentes asociaciones y en los movimientos de
mujeres, pero se trata, casi siempre, de asociaciones
para ámbos sexos. Las mujeres fueron muy activas en el
movimiento obrero luchando por el derecho al voto y
también en el movimiento de atemperancia
Estas redes internacionales impulsarán la coordinación
internacional de algunas acciones. Destacaremos:
International Council of Women, la Internationale des
Femmes con Clara Zetkin a la cabeza o la Federation
Abolicioniste International de Josephine Butler, todas
estas organizaciones infunden a sus miembros la
conciencia de pertenencia a una corriente de opinión
mundial.

1.4.4. Las corrientes del feminismo hasta


1930
Aunque el conjunto del movimiento feminista europeo
hizo suya la tabla reivindicatica que hemos resumido
más arriba, no es menos cierto que se priorizaron unos
u otros aspectos de acuerdo con la experiencia nacional
de aquellas mujeres o de las concepciones filosóficas de
las que partían.
A grandes rasgos el movimiento feminista del que
venimos hablando lo hemos ido diferenciando en político
y social. Francesas e inglesas representan mejor al
primero, es decir, al feminismo político y democrático
orientado a la consecución de la integración plena de las
mujeres en la polis y que tiene su más claro exponente
en la lucha por el sufragio. Del segundo son ejemplos
destacados paises como España o Italia donde la las
feministas hicieron más hincapié en el derecho a la
educación y a la mejora de las condiciones sociales.
A esta diferencia entre un feminismo político y otro
social debemos unir también dos puntos de partida
diferentes aunque no son reductibles a la dimensión
nacional sino más bien a dos concepciones diferentes de
que es "ser mujer": Por un lado hay una fuerte corriente
igualitarista, que está unida a una representación de la
mujer que parte pura y simplemente de la unidad de "lo
humano". Su lucha se orientó hacia las reformas
políticas o el más radical feminismo socialista que lucha
además por la emanción general de la humanidad. Por
otro hay toda una línea que hace hincapié en la
diferencia de género, es llamada dualista, que, aunque
no olvida la igualdad con los hombres, insiste en estas
diferencias. Esta ùltima corriente sitúa a la maternidad
como papel vertebrador ya que define a las mujeres
física y psiquicamente. Este feminismo "maternal" será
acogido como vía de proyección de las mujeres en el
conjunto de la sociedad.

1.4.5. El feminismo de los años 60


La consecución del voto y todas las reformas que trajo
consigo parecían haber deshecho el movimiento
reivindicativo de las mujeres. En los años que siguieron
a la Segunda Guerra Mundial la igualdad legal parecía
un hecho, sin embargo algo debía andar mal cuando iba
a estallar de nuevo el movimiento y con gran fuerza en
los años 60 del siglo XX.
La primera expresión de ese malestar y de detección de
la opresión en la época de la igualdad legal fue el libro
de Simone de Beauvoir El segundo sexo (1949). El otro
hito que debemos recordar aunque fuera de nuestro
ámbito territorial pero no por ello menos influyente, fue
La mística de la feminidad (1963) de Betty Friedan que
denunciaba el malestar cultural de las mujeres
estadounidenses. Una y otra destacarán cómo el control
social informal había sido muy eficaz al hegemonizar un
modelo de género que identifica a la mujer como madre
y esposa; este modelo cercena toda posibilidad de
realización personal y culpabiliza a aquellas que no son
felices en ese proyecto de vida.
Estos textos recogieron el sentir de miles de mujeres
que en una sociedad en apariencia feliz, se sentían
discriminadas y oprimidas. Los años 60 en toda Europa
puso en evidencia a un sistema político y social que
tiene su legitimación en la universalidad de sus
principios pero que es sexista, racista e imperialista.
Esta contestación política daría origen a movimientos
políticos de marcado carácter contracultural. El
neofeminismo nace precisamente en ese marco
(MIGUEL, 1995).
Este feminismo emprendió una lucha larga por la
consecución de reformas legales que paliaran
desigualdades significativas en la educación: el acceso
masivo a los estudios universitarios; o en el trabajo
como la diferencia salarial; el acceso al voto en aquellos
países donde aún no había. En general las mujeres
reivindicaron en condiciones de igualdad con los
varones el acceso a todos los ámbitos y niveles de la
actividad humana. Estas reivindicaciones tendrían su
concreción en medidas legislativas a todo lo largo de
Europa desde los año 70 que garantizaban la igualdad
ante la ley, la igualdad en las actividades económicas,
etc. Finalmente pondrían las bases para las políticas de
acción positiva.
En Finlandia, en los años 60-70 no existió un fuerte
movimiento de neofeminismo, pero si una asociación
para la igualdad -en que participaron tanto mujeres
como hombres- que fué la base de las politicas estatales
de igualdad.
Pero para el conjunto de la sociedad lo que más llamó la
atención de la actividad feminista de estos años fue
todo un conjunto de acciones orientadas a combatir la
opresión generada en el ámbito de la familia, el
matrimonio y la sexualidad. Era donde más y mejor se
cuestionaba el orden vigente y por eso mismo fueron
combatidas de manera más significativa por los poderes
políticos o las instituciones conservadoras. Las
feministas teorizaron con las herramientas del marxismo
y el psicoanálisis las relaciones de poder dentro de la
familia y la sexualidad, esta revolución de la teoría
política se sintetizaría en el slogan " lo personal es
político".
La amplitud de esta crítica se concretó en acciones y
defensa de reformas legislativas concretas como fueron
las leyes sobre el divorcio o las leyes reguladoras del
aborto, o mucho más tarde contra el acoso sexual; o los
cambios de mentalidad en cuanto a la violencia sexista
dentro y fuera del matrimonio.
Pero si la acción política de un amplio número de
mujeres y la lucha por reformas ha sido importante, más
lo ha sido la contribución del neofeminismo a la critica
del orden patriarcal y a la construcción de una teoría
feminista que nos permita nombrar el mundo desde
nosotras. Las feministas acuñaron conceptos
fundamentales como patriarcado, género o acoso
sexual. En el orden político significó su constitución
como sujeto político autónomo y el reconocimiento de la
necesidad de separarse de los varones en la acción
política de las mujeres. Así nació el Movimiento de
Liberación de la Mujer. Las diferencias en como se
produciría esta separación sería el origen del debate
sobre la única o doble militancia, y la primera escisión
del nuevo feminismo entre las feministas vinculadas a
partidos políticos y aquellas que no lo estaban, las
llamadas independientes.
Las primeras hacían derivar la opresión de las mujeres
de la estructura político-social, del Sistema, y estaban
vinculadas a partidos de izquierda y organizaciones
sindicales. Las "políticas", como las denostó el
feminismo radical, dieron al movimiento su experiencia
político-organizativa, condición del éxito organizativo del
movimiento en aquellos años. Además nunca perdieron
de vista la diversa experiencia de las mujeres de
acuerdo con su posición de clase. Estas contribuciones
al feminismo no nos pueden hacer olvidar las
contradicciones que sufrían en el marco de unas
estrategias que las ocultaban o postergaban.
Las segundas, conocidas como feministas radicales
(ellas se llamaban a si mismas las feministas),
estuvieron en contra de subordinar la acción de las
mujeres a la estrategia de los partidos de izquierda. No
eran anti-izquierda pero sí muy críticas con el
recalcitrante sexismo y la postergación de la
problemática de las mujeres a la consecución de los
fines políticos generales. Estas feministas señalaron la
común opresión de las mujeres, impulsaron la creación
de grupos de autoconciencia, y un fuerte igualitarismo
en su estilo de trabajo. Este último llevado a sus últimas
consecuencias fue paralizante pues negaba cualquier
posibilidad de organización. A finales de los 70 y
comienzo de los 80 estas dos tendencias parecen
evolucionar hacia lo que hemos denominado el
feminismo de la igualdad y de la diferencia. En aquellos
años ello representaba poner el acento en la superación
de los géneros, el primero, y afianzarse en las
diferencias sexuales el segundo.
Las diferencias en el seno del movimiento feminista no
han cesado pero la atemperación de algunas posturas
radicales y la creciente presencia de mujeres, pero
sobre todo de mujeres feministas, en los partidos
políticos o en las instituciones, unido al reconocimiento
de la diversidad de experiencias y de caminos, ha
transformado el panorama político del feminismo, que
tal vez no sea tan deslumbrante en sus manifestaciones
pero que es un amplio movimiento que ha penetrado la
vida de las mujeres y los hombres y que han hecho
posibles cambios legislativos y de mentalidad
irreversibles (BIRRIEL, 1994). (Vease 5.3.)

1.3.3. El aprendizaje de la libertad


La Primera Guerra Mundial supuso una importante ruptura del orden
familiar y social, con apertura de nuevas actividades laborales para
las mujeres. Este hecho ha llevado a algunas historiadoras a
considerar este periodo como emancipatorio de las mujeres al
trastocar notablemente las relaciones de género, a pesar de que
bloqueara el movimiento previo: fue "la era de lo posible". Vivir sola,
salir sola, asumir sola las responsabilidades familiares debió ser una
experiencia, para gran parte de las mujeres, a partir de la cual ya
nada debió volver a ser como antes. Aunque bien es cierto que solo
se trató de un breve paréntesis antes del retorno a la "normalidad",
esta experiencia de libertad y toma de conciencia de sus capacidades
e independencia económica, supuso para las mujeres un aprendizaje,
individual y colectivo, que debieron incorporar, no sin conflicto, a su
vida futura. Carecemos todavía de estudios que midan la repercusión
de este hecho en la segunda generación (THEBAUD, 1993). Pero si
fue una realidad la incorporación a profesiones superiores. En Francia,
por ejemplo, se abren a las jóvenes la mayor parte de las Escuelas de
ingenieros y comercio y se acortan las barreras para ejercer la
medicina y la abogacía. También es un hecho la feminización de la
profesión docente al tiempo que se les abren las puertas de la
Sorbona o de Oxford.
Esta peculiar libertad alcanzará al cuerpo de las mujeres a través de
la moda: se simplifica la indumentaria, muere el corsé, se acortan las
faldas, todo en orden a facilitar los movimientos. Pero no podemos
olvidar que la experiencia de guerra no fue homogénea ni unívoca
para las mujeres y mientras algunas reforzaron su individualidad y
tomaron conciencia de su fuerza, otras aspiraron al repliegue familiar
como invitaba la desmovilización culpabilizandose de sus
sentimientos emancipatorios.
Hay, sin embargo, quienes piensan que estos hechos no supusieron
mas que cambios aparentes sin que se produjera una redefinición real
de los papeles sociales (THEBAUD, 1993). Se apoya esta idea en que,
por una parte, la movilización de los varones sirvió al fortalecimiento
de los sentimientos familiares y al mito del "hombre protector" de la
madre patria y de los suyos y, por otra, las mujeres respondieron,
igualmente, en tareas de "sustitutas", de "servicios" -la abnegación
de la enfermera y la madre, son los modelos más exaltados durante
la guerra- reforzando el papel femenino tradicional.
La provisional incorporación de las mujeres a la industria de
armamento permitió que los empresarios descubrieran cualidades en
las mujeres para el trabajo en serie y, finalizada la guerra, se van a
desarrollar ciertas estructuras de aprendizaje en paises como Francia,
Inglaterra o Alemania. Pero no podemos olvidar que este hecho va
acompañado de la exaltación de la familia con tintes patrióticos,
políticas natalistas y, en consecuencia, se van a endurecer las
posiciones de hostilidad al trabajo femenino y se desarrollará una
virulenta crítica hacia la mujer emancipada y el feminismo. Había que
devolver a los combatientes el mundo por el que lucharon, para ellos
las mujeres no habían cambiado.
En los años posteriores a la guerra mundial se asiste, en Francia y
Reino Unido, a una progresiva feminización del sector terciario
consecuencia de una mayor preparación de las hijas de la burguesía
que necesitaban asegurarse una salida laboral digna frente a los
reveses de la fortuna. Este colectivo cobrará una independencia que
las distancia de sus madres (SOHN, 1993).
En los años 20 y 30 se disparó la asistencia de las mujeres a la
enseñanza secundaria. En Francia, en 1919, se facilita el acceso más
igualitario de las mujeres a la universidad a través de un bachillerato
femenino y en 1924 se equiparan el bachillerato masculino y
femenino (THEBAUD, 1993). Pero no hay que olvidar que hay grandes
distancias entre países: mientras en Finlandia las jóvenes son un
50,7% del alumnado de secundaria ya en 1916-17 (MANNINEN,
SETÄLÄ, 1990), en España, en 1946-47 son todavía solo el 34,7% del
alumnado. En éste último los primeros institutos femeninos se crean
en 1929 ante el aumento de la presencia femenina en los insitutos
masculinos y, en 1931, se establecerá la enseñanza mixta en el
bachillerato.
Esta situación se acompañará del debate sobre los pros y contras de
las carreras profesionales de las mujeres. Los científicos sociales,
influidos por las teorías de la adaptación psicológica (Watson, Allport)
desviaron las antiguas diferencias de talento entre los sexos hacia el
temperamento, llegando a coincidir en que la "adaptación" de las
mujeres, según los mas antiguos prejuicios, consistía en servir a las
necesidades de los hombres. Al mismo tiempo, las ideas de gestión
científica se esforzaban en demostrar que el trabajo del ama de casa
requería de dedicación exclusiva (COTT, 1993). El desarrollo
tecnológico (cocinas de gas, iluminación y planchas eléctricas)
economizaban el esfuerzo pero el tiempo que liberaban se orientó a
mejorar la salud y seguridad de la familia. De este modo, a pesar del
aumento del nivel educativo de las mujeres y de que una proporción
cada vez mayor se incorporaba al trabajo, ellas siguieron llevando
todo el peso de la casa.
Todos los cauces sirvieron a la inculcación de una nueva idéa de
"domesticidad moderna" de exigencias multifacéticas,
voluntariamente aceptadas, que requeria nuevos conocimientos:
nutrición, salud, crianza científica..., para proporcionar un ambiente
adecuado a la familia.
La publicidad y el cine que difunden la imagen de mujer modelo
americana (COTT, 1993), con diferente alcance en Europa según el
nivel de desarrollo de los diferentes paises, serán, a partir de estos
años, los grandes educadores con influencia desconocida hasta
entonces: no les venderán solo productos sino imágenes de sí
mismas. La mujer moderna que se presenta es vigorosa y sociable
frente a la timidez y sumisión tradicional. Pero en definitiva este
nuevo discurso no era mas que una imagen modernizada del discurso
tradicional, el objetivo seguía siendo hacerse atractiva a los hombres
ya que en el bienestar del hogar, del marido, de los hijos, seguía
residiendo la felicidad de las mujeres.
A pesar de la imagen de emancipación que simboliza la Garçonne de
pelo corto y aspecto viril, a pesar de la conquista del voto de las
inglesas y del acceso de muchas mujeres a la universidad, la vida
cotidiana de la mayoría de las mujeres evolucionó poco y el ideal de
la mujer domestica no se discute, a pesar de que eran muchas las
que trabajaban (SOHN, 1993).
Europa, en los años 30-40, se defiende de la norteamericanización y
el comunismo con modelos propios de feminidad y expresan esta
voluntad de resistencia "nacionalizando" a las mujeres, como bien
califica Françoise Thébaud (1993). Los patriarcados contemporáneos
tendrán su máxima expresión en el fascismo italiano, nazismo alemán
y franquismo español exponentes variados de como se casó cierto
modernismo con el antifeminismo y cómo se instrumentalizó cierto
protagonismo político de las mujeres para reordenar su domesticidad
dejando muy claro que la política era tarea de los hombres. Esta tarea
educativa la desarrollaron las mujeres de los fascii femminili en Italia,
de la Volkswirtschaft/hauswirtschaft y Reichsmütterdienst en
Alemania, y la Sección Femenina en España.
A pesar del aumento de la educación femenina y su acceso a estudios
superiores, los años cincuenta verán el apogeo de la madre-ama de
casa y la separación estructural entre hombres y mujeres a través de
la feminización de algunos oficios.

1.3.4. La defensa de la escuela mixta


Desde finales del siglo XIX muchas feministas se convirtieron en
defensoras de la escuela mixta (educación conjunta de chicos y
chicas). La tradicional división escolar por sexos se contestó como
una separación artificial, fundada en prejuicios, sin ninguna relación
con la vida. Progresivamente fue adoptandose esta formula en la
mayoría de los sistemas educativos, en algunos casos con la finalidad
de hacer posible la graduación de la enseñanza de forma más
económica y casi siempre, en su origen, manteniendo diferencias
curriculares como, por ejemplo, gimnasia o materias de "hogar" para
las chicas ya que el objetivo que inspiró la educación conjunta era
ajeno a las desigualdades genéricas (BALLARIN, 1995).
Las feministas contestarán este modelo a partir de los años 60 ya que
su demanda no perseguía solo escolarizar conjuntamente, lo que se
reclamaba era una fusión de los modelos educativos existentes en un
nuevo modelo común a los dos sexos y lo que, finalmente, se había
producido era una incorporación de las chicas a los curricula
diseñados para chicos.
Las primeras defensoras de la escuela mixta, reconocieron que niños
y niñas introducían en el aula conjuntos distintos de experiencias
sociales y esperaban que esto resultara beneficioso; lo que no se
consideró fue la posibilidad de que un sexo obtuviese mas ventajas
de la situación que el otro. Tras años de experiencia de escuela mixta
se ha observado que estas contribuyen a la reproducción de los
estereotipos sexuales y comienzan a cobrar eco nuevas tendencias
segregadoras fundamentadas en la necesidad de que las jóvenes
cultiven su propio espacio -su propia fuerza- fuera de la influencia de
los varones (SARAH, SCOTT, SPENDER, 1993). Ello no significa que la
educación conjunta no siga apareciendo como la meta deseable; se
trata, sin duda, de estrategias temporales hasta que las mujeres
cobren seguridad y aprendan a enfrentarse en vez de a someterse.

.4.1. Las primeras reivindicaciones


Las primeras reivindicaciones de las mujeres se centraron
principalmente en los derechos económicos, educativos y políticos.
Bien como consecuencia de la pervivencia de antiguas leyes feudales,
bien como resultado de la difusión de nuevas leyes (Código
Napoleónico) las mujeres carecían en las sociedades europeas de
capacidad económica plena. Y esto era cierto especialmente para las
mujeres casadas quienes estaban totalmente sometidas a la tutela de
sus maridos. No fue de extrañar pues que entre las reivindicaciones
principales de las primeras feministas estuvieran el derecho a
disponer libremente de sus bienes, del propio salario, por ejemplo. En
algunos países la acción de las organizaciones de mujeres con la
alianza de partidos políticos radicales hizo posible reformas legales
como el Acta de propiedad de la Mujer casada (1882) en Inglaterra,
que reconocía el derecho de estas a la propiedad y disponer
libremente de sus salarios. En Finlandia, en 1878, la ley reconoció a
las mujeres rurales el derecho a la mitad de la propiedad y de la
herencia en el matrimonio y en 1889, las mujeres casadas pusieron
disponer libremente de sus salarios. O leyes aún más tempranas en
Noruega en los años 40 y 50 que permitió la igualdad hereditaria
(1845), la libertad para dedicarse al comercio (1864).
En general estas reformas fueron apoyadas no solo por las
organizaciones de mujeres como parte de su lucha reivindicativa sino
que daban respuestas a demandas generalizadas de la sociedad
europea que veía como la revolución industria y los cambios en la
estructura económica había propiciado un número creciente de
mujeres de clases medias en demanda de trabajo y unos cambios en
las estrategias de las familias campesinas en la conservación de sus
patrimonios.
Sin embargo hubo países como Francia o España donde por el
contrario, a lo largo de este siglo se refuerza la legislación que
sanciona la discriminación de las mujeres. El Código Napoleón (1803)
y en su estela Código Civil español de 1889 disponían que la mujer
casada carecía de autonomía personal y tanto sus bienes como sus
ingresos eran administrados por el marido. Solo en el siglo XX se
conseguirá en estos países romper la legislación discriminatoria.
Muy vinculado a lo anterior fue la reivindicación del acceso al un
trabajo digno remunerado. No era una reivindicación nueva: Christine
de Pisan o Mary Wollstonecraft fueron mujeres que vivieron de su
trabajo y exigieron poder desempeñar aquellos trabajos para los que
estaban cualificadas. No era que las mujeres no hubieran trabajado
antes, sino que en las nuevas condiciones económicas era creciente
el número de mujeres que debían acceder al mercado de trabajo, y
éstas eran, en número creciente, miembros de las clases medias que
eran ya incapaces de proveer la seguridad económica de estas
mujeres, especialmente las solteras, o que precisaban de ese trabajo
para incrementar sus ingresos. Logros legales de este impulso fue la
ley de libertad de profesión de Noruega de 1866, o las leyes que
permiten el acceso a la enseñanza superior y al desempeño de las
profesiones liberales como hemos visto más arriba. El acceso al
trabajo es expresado por las feministas burguesas como liberador, en
clara oposición al pensamiento marxista que habla del trabajo
alienante. En realidad las obreras no reivindicaban acceso al trabajo
sino mejora de sus condiciones de trabajo: jornada de ocho horas, la
denuncia de la explotación del trabajo doméstico, etc.
Señalábamos más arriba que Mary Wollstonecraft escribía que el
problema de las mujeres inglesas descansaba sobre el modelo de
género vigente, basado en la educación y las pautas de socialización.
No es de extrañar pues que ella viera en la educación el vehículo
idóneo para colocar a las mujeres en plano de igualdad con los
hombres sino que además potenciaría la autonomía de las mujeres.
Esas ideas, con pequeños matices en su formulación, es el horizonte
desde el que el movimiento feminista en Europa en el siglo XIX y aún
el XX reivindican insistentemente el derecho a la educación para las
mujeres. Este es además, junto al derecho al trabajo, la piedra
angular del feminismo que viene llamandose social, frente a una
corriente más centrada en la igualdad política y la lucha por el
sufragio. Es precisamente en este ámbito de reivindicación donde
más destacó en el siglo XIX el feminismo español con figuras como
Concepción Arenal, Pardo Bazán o Suceso Luengo. También los
escritos de la feminista finlandesa Elizabeth Löfgren y el programa del
Movimiento de Mujeres Finlandesas, sin renunciar al sufragio, veían
en 1860, en el acceso a la universidad, y en una mejor formación
profesional de las mujeres, los ejes básicos de sus programas
políticos. Y Alessandra Gripenber escribió en 1892 que " en los países
que no disfrutan de libertad política y, donde incluso está restringido
el sufragio masculino, hay que centrarse en las cuestiones que
conciernen a la enseñanza superior, la preparación profesional y la
ilustración general de la mujer" (EVANS, 1978).

1.4.2. La lucha por el sufragio


Las sufragistas son una imagen clara de nuestro pasado y del
feminismo del siglo XIX y comienzos del XX, especialmente la acción
directa de un sector de las sufragistas británicas. En realidad la
reivindicación del voto femenino fue una de las causas principales de
movilización de las mujeres. Esto era así porque las feministas
pensaban que el voto les daría acceso a los centros de decisión
políticos y les permitiría elaborar leyes que abolieran las otras
desigualdades sociales. El camino hacia el voto no fue fácil y estuvo
lleno de escollos y pequeñas victorias antes de acceder
definitivamente al sufragio.
Las sufragistas británicas, las más conocidas, fueron de las más
activas y de las que más radicalizaron su discurso en los años finales
del siglo y comienzos del XX. de hecho el sufragismo británico se
dividió entre una línea moderada y otra radical. La primera,
organizada en la Unión Nacional de Sociedades de Sufragio Femenino,
lideradas por Millicent Fawcett, se dedicaba a la propaganda política y
convocaban mítines y campañas de persuasión, dentro de la más
estricta legalidad. Pero cuarenta años de actividad no fueron capaces
de romper la resistencia del poder por lo que a comienzos del siglo XX
le nació un ala radical, las "suffragettes". Su líder Emmeline
Pankhurst fundo la Unión Social y Política de las Mujeres. Su objetivo
era la consecución del voto pero para ello se servía también de la
acción directa. La radicalización de las sufragistas generalizó los
encarcelamientos y la respuesta política (huelga de hambre) de éstas
ante la represión creciente.
Para las investigadoras esta radicalización contribuyó a la
consecución del voto femenino en Gran Bretaña, aunque no será
hasta 1928 en los mismos términos que los varones. Entre 1832 año
del Reform Bill que marca el inició de la agitación del sufragismo
inglés hasta la consecución del voto el camino fue largo, jalonado de
pequeñas victorias. Así fue posible el acceso a puestos de decisión a
niveles locales como elegibles, y luego fueron votantes (1880),
participaron desde mediados de siglo en los consejos escolares y
hospitalarios, pero solo después de la Primera Guerra Mundial, se
conseguirá el sufragio nacional, resultado de cambios de mentalidad
ya presentes antes de la guerra pero sobre todo en pago a los
servicios que las mujeres prestaron en la contienda (EVANS, 1978).
Los países del norte como Noruega y Finlandia son de los primeros en
consagrar la igualdad política y en establecer el derecho al sufragio
para las mujeres. Noruega, con un fuerte movimiento nacido en 1830,
conseguiría la igualdad política enseguida. En 1910 se establece el
sufragio universal y las mujeres gozan de todos sus derechos cívicos.
Y desde 1912 son elegibles a casi todos los cargos del Estado. En
Finlandia, la interconexión de la lucha nacional por la independencia
con la lucha para la consecución del voto femenino, fué muy
importante. En Finlandia, la Dieta se elige por sufragio universal de
ambos sexos desde 1906, convirtiéndose así en el primer país de
Europa donde las mujeres participan en las elecciones nacionales. Es
cierto que los poderes de la asamblea son reducidos pero en 1907 ya
incluía a diecinueve diputadas. El sistema político finlandés permitió
desde el principio que las mujeres pudiesen votar a las mujeres, lo
que permitió la alta representación parlamentaria de éstas.
Por el contrario en los países de herencia romana como Francia y
España aún tardarán muchos años las mujeres en lograr el sufragio.
Desde los años 80 del siglo XIX las francesas pudieron elegir y ser
elegidas en consejos locales y de carácter educativo y asistencial
pero el sufragio para la Asamblea Nacional sólo llegará después de la
Segunda Guerra Mundial. La lucha fue larga, las reivindicaciones de
igualdad política se retomaron con fuerza en 1848 al establecerse el
sufragio universal masculino. Pero ni el ala más radical ni la más
moderada conseguirán romper las barreras sociales y jurídicas que
impiden el voto para las mujeres. El sufragismo no fue popular y
Hubertine Auclerc no tuvo en realidad ningún éxito.
El feminismo español, que Mary Nash ha calificado de social más que
político, no tuvo en la lucha por el sufragio una de sus
reivindicaciones básicas, si bien es cierto que desde 1870
aproximadamente se pueden leer textos reivindicando la igualdad
política plena, pero no será hasta la II República y el debate de la
Constitución de 1931 cuando la reivindicación sufragista adquiera
gran importancia. Esta Constitución muy democrática estableció el
sufragio universal y no excluyó a las mujeres pese a las resistencias
tanto de partidos de izquierda como de derecha. La diputada radical
Clara Campoamor fue la defensora de la moción que incluiría el
sufragio femenino en el nuevo texto constitucional, pero no estaba
sola. En la calle las feministas habían creado un estado de opinión
que respaldo la acción de la diputada. La derrota republicana y la
dictadura franquista suprimirá el sufragio universal hasta la
Constitución de 1978.
Esta resistencia del poder a la reivindicación del sufragio sólo puede
entenderse si pensamos la radicalidad de su propuesta desde la
mentalidad y las pautas culturales y de género del período. Es cierto
que las reivindicaciones partían del propio discurso que alimentaba a
las revoluciones burguesas que acabarán con el Antiguo Régimen,
pero la política seguía estando reservada a los varones. El voto
femenino, pese a sus fundamentos teóricos cuestionaba el orden
vigente ya que implicaba la presencia femenina en la esfera pública y
cuestionaba el monopolio masculino de este espacio. De hecho
parecía incompatible con el discurso de la domesticidad y del orden
patriarcal. Las sufragistas eran vistas como una amenaza para el
hogar, para la familia y hasta que ese miedo no fue despejado, y
conciliado el papel de madres con el de votantes, no fue posible que
el sistema considerara a las mujeres ciudadanas. Esa conciliación se
llevó a cabo sobre todo en la crisis de la I Guerra Mundial (NASH,
TAVERA, 1994). (Vease 5.2.).
Algunas fechas del sufragio universal femenino ¡Error!Marcador no
definido. País Fecha Reino Unido 1928 Noruega 1912 Finlandia 1906
Francia 1945 España 1931

1.4.3. Prensa y asociacionismo


Hemos venido hablando de reivindicaciones y del movimiento
feminista a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX, pero hemos
hecho pocas referencias a dos instrumentos básicos de los que se
dotan las feministas para la consecución de sus fines: la prensa y las
asociaciones que suelen ir ligadas, aunque no siempre. El esquema es
simple: la creación de un periódico feminista es paralelo a la creación
de una asociación. Aquel es un polo de atracción y un órgano de
propaganda.
Los primeros periódicos feministas conocidos provienen del medio
libre pensador inglés de comienzos del XIX y de los saint-simonianos
franceses. Las mujeres británicas defensoras de las reformas
parlamentarias arremeten contra la tiranía de las instituciones
patriarcales, una de ellas Elizabeth Sharples, editará su propio
periódico Isis. Las francesas por su parte lanzan La femme libre, la
Femme Nouvelle y La Tribune des femmes. Entre los periódicos que
más fama e influencia van a tener debemos destacar el
Englishwoman Journal (1859) que se convertirá en un polo de
referencia del feminismo inglés. Pero es probablemente el periódico
francés La Fronde el que ejemplifica mejor el nivel que llegó a
alcanzar esta prensa. Es considerado uno de los mejores periódicos
franceses de la época. Su actividad larga e influyente, sus redactoras
como Caroline Rémy "Severine" o Helene See, no solo viven de su
trabajo sino que son cronistas de la vida política francesa.
En fin, como señala Anne-Marie Kapelli (1993), el aprendizaje de la
escritura pública anida en el corazón mismo del feminismo y
demuestra ser esencial en la lucha contra el olvido y la fugacidad.
Además, el grado de emancipación femenina de una sociedad y el
grado de tolerancia frente al feminismo pueden leerse por la
evolución de la prensa femenina.
Las asociaciones son el instrumento para focalizar esfuerzos y para
desarrollar estrategias y modelos de acción política para resolver la
cuestión social de las mujeres. Estos espacios de reunión fueron
esporádicos en sus inicios y ligados a momentos de efervescencia
política general: los clubes revolucionarios franceses, saint-
simonianas de 1830 o los clubes feministas de 1848. El
asociacionismo fue muy fuerte en Alemania e Inglaterra. En este
último país las asociaciones nacen, desde mediados de siglo, en un
clara respuesta a las políticas hostiles a las mujeres: bien luchando
contra el abuso o a favor de derechos, las asociaciones son usadas
para dotar de identidad a las feministas. En nombre de estas
asociaciones se utiliza todo el arsenal de la expresión democrática:
prensa, mítines, reuniones, manifestaciones, incluidas los congresos
nacionales e internacionales. Se intensifican los intercambios y crece
una red europea del feminismo. Sin embargo ésta se desarrollará en
dos redes paralelas: una liberal y otra socialista cuya ruptura, sin
conciliación ni alianza táctica posterior, cristalizaría en el congreso
feminista internacional de Berlín de 1896. Las socialistas seguirán
trabajando en el marco de la internacional.
En Finlandia las mujeres fueron muy activas en diferentes
asociaciones y en los movimientos de mujeres, pero se trata, casi
siempre, de asociaciones para ámbos sexos. Las mujeres fueron muy
activas en el movimiento obrero luchando por el derecho al voto y
también en el movimiento de atemperancia
Estas redes internacionales impulsarán la coordinación internacional
de algunas acciones. Destacaremos: International Council of Women,
la Internationale des Femmes con Clara Zetkin a la cabeza o la
Federation Abolicioniste International de Josephine Butler, todas estas
organizaciones infunden a sus miembros la conciencia de pertenencia
a una corriente de opinión mundial.

1.4.4. Las corrientes del feminismo hasta 1930


Aunque el conjunto del movimiento feminista europeo hizo suya la
tabla reivindicatica que hemos resumido más arriba, no es menos
cierto que se priorizaron unos u otros aspectos de acuerdo con la
experiencia nacional de aquellas mujeres o de las concepciones
filosóficas de las que partían.
A grandes rasgos el movimiento feminista del que venimos hablando
lo hemos ido diferenciando en político y social. Francesas e inglesas
representan mejor al primero, es decir, al feminismo político y
democrático orientado a la consecución de la integración plena de las
mujeres en la polis y que tiene su más claro exponente en la lucha
por el sufragio. Del segundo son ejemplos destacados paises como
España o Italia donde la las feministas hicieron más hincapié en el
derecho a la educación y a la mejora de las condiciones sociales.
A esta diferencia entre un feminismo político y otro social debemos
unir también dos puntos de partida diferentes aunque no son
reductibles a la dimensión nacional sino más bien a dos concepciones
diferentes de que es "ser mujer": Por un lado hay una fuerte corriente
igualitarista, que está unida a una representación de la mujer que
parte pura y simplemente de la unidad de "lo humano". Su lucha se
orientó hacia las reformas políticas o el más radical feminismo
socialista que lucha además por la emanción general de la
humanidad. Por otro hay toda una línea que hace hincapié en la
diferencia de género, es llamada dualista, que, aunque no olvida la
igualdad con los hombres, insiste en estas diferencias. Esta ùltima
corriente sitúa a la maternidad como papel vertebrador ya que define
a las mujeres física y psiquicamente. Este feminismo "maternal" será
acogido como vía de proyección de las mujeres en el conjunto de la
sociedad.

1.4.5. El feminismo de los años 60


La consecución del voto y todas las reformas que trajo consigo
parecían haber deshecho el movimiento reivindicativo de las mujeres.
En los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial la igualdad
legal parecía un hecho, sin embargo algo debía andar mal cuando iba
a estallar de nuevo el movimiento y con gran fuerza en los años 60
del siglo XX.
La primera expresión de ese malestar y de detección de la opresión
en la época de la igualdad legal fue el libro de Simone de Beauvoir El
segundo sexo (1949). El otro hito que debemos recordar aunque
fuera de nuestro ámbito territorial pero no por ello menos influyente,
fue La mística de la feminidad (1963) de Betty Friedan que
denunciaba el malestar cultural de las mujeres estadounidenses. Una
y otra destacarán cómo el control social informal había sido muy
eficaz al hegemonizar un modelo de género que identifica a la mujer
como madre y esposa; este modelo cercena toda posibilidad de
realización personal y culpabiliza a aquellas que no son felices en ese
proyecto de vida.
Estos textos recogieron el sentir de miles de mujeres que en una
sociedad en apariencia feliz, se sentían discriminadas y oprimidas.
Los años 60 en toda Europa puso en evidencia a un sistema político y
social que tiene su legitimación en la universalidad de sus principios
pero que es sexista, racista e imperialista. Esta contestación política
daría origen a movimientos políticos de marcado carácter
contracultural. El neofeminismo nace precisamente en ese marco
(MIGUEL, 1995).
Este feminismo emprendió una lucha larga por la consecución de
reformas legales que paliaran desigualdades significativas en la
educación: el acceso masivo a los estudios universitarios; o en el
trabajo como la diferencia salarial; el acceso al voto en aquellos
países donde aún no había. En general las mujeres reivindicaron en
condiciones de igualdad con los varones el acceso a todos los ámbitos
y niveles de la actividad humana. Estas reivindicaciones tendrían su
concreción en medidas legislativas a todo lo largo de Europa desde
los año 70 que garantizaban la igualdad ante la ley, la igualdad en las
actividades económicas, etc. Finalmente pondrían las bases para las
políticas de acción positiva.
En Finlandia, en los años 60-70 no existió un fuerte movimiento de
neofeminismo, pero si una asociación para la igualdad -en que
participaron tanto mujeres como hombres- que fué la base de las
politicas estatales de igualdad.
Pero para el conjunto de la sociedad lo que más llamó la atención de
la actividad feminista de estos años fue todo un conjunto de acciones
orientadas a combatir la opresión generada en el ámbito de la familia,
el matrimonio y la sexualidad. Era donde más y mejor se cuestionaba
el orden vigente y por eso mismo fueron combatidas de manera más
significativa por los poderes políticos o las instituciones
conservadoras. Las feministas teorizaron con las herramientas del
marxismo y el psicoanálisis las relaciones de poder dentro de la
familia y la sexualidad, esta revolución de la teoría política se
sintetizaría en el slogan " lo personal es político".
La amplitud de esta crítica se concretó en acciones y defensa de
reformas legislativas concretas como fueron las leyes sobre el
divorcio o las leyes reguladoras del aborto, o mucho más tarde contra
el acoso sexual; o los cambios de mentalidad en cuanto a la violencia
sexista dentro y fuera del matrimonio.
Pero si la acción política de un amplio número de mujeres y la lucha
por reformas ha sido importante, más lo ha sido la contribución del
neofeminismo a la critica del orden patriarcal y a la construcción de
una teoría feminista que nos permita nombrar el mundo desde
nosotras. Las feministas acuñaron conceptos fundamentales como
patriarcado, género o acoso sexual. En el orden político significó su
constitución como sujeto político autónomo y el reconocimiento de la
necesidad de separarse de los varones en la acción política de las
mujeres. Así nació el Movimiento de Liberación de la Mujer. Las
diferencias en como se produciría esta separación sería el origen del
debate sobre la única o doble militancia, y la primera escisión del
nuevo feminismo entre las feministas vinculadas a partidos políticos y
aquellas que no lo estaban, las llamadas independientes.
Las primeras hacían derivar la opresión de las mujeres de la
estructura político-social, del Sistema, y estaban vinculadas a partidos
de izquierda y organizaciones sindicales. Las "políticas", como las
denostó el feminismo radical, dieron al movimiento su experiencia
político-organizativa, condición del éxito organizativo del movimiento
en aquellos años. Además nunca perdieron de vista la diversa
experiencia de las mujeres de acuerdo con su posición de clase. Estas
contribuciones al feminismo no nos pueden hacer olvidar las
contradicciones que sufrían en el marco de unas estrategias que las
ocultaban o postergaban.
Las segundas, conocidas como feministas radicales (ellas se llamaban
a si mismas las feministas), estuvieron en contra de subordinar la
acción de las mujeres a la estrategia de los partidos de izquierda. No
eran anti-izquierda pero sí muy críticas con el recalcitrante sexismo y
la postergación de la problemática de las mujeres a la consecución de
los fines políticos generales. Estas feministas señalaron la común
opresión de las mujeres, impulsaron la creación de grupos de
autoconciencia, y un fuerte igualitarismo en su estilo de trabajo. Este
último llevado a sus últimas consecuencias fue paralizante pues
negaba cualquier posibilidad de organización. A finales de los 70 y
comienzo de los 80 estas dos tendencias parecen evolucionar hacia lo
que hemos denominado el feminismo de la igualdad y de la
diferencia. En aquellos años ello representaba poner el acento en la
superación de los géneros, el primero, y afianzarse en las diferencias
sexuales el segundo.
Las diferencias en el seno del movimiento feminista no han cesado
pero la atemperación de algunas posturas radicales y la creciente
presencia de mujeres, pero sobre todo de mujeres feministas, en los
partidos políticos o en las instituciones, unido al reconocimiento de la
diversidad de experiencias y de caminos, ha transformado el
panorama político del feminismo, que tal vez no sea tan
deslumbrante en sus manifestaciones pero que es un amplio
movimiento que ha penetrado la vida de las mujeres y los hombres y
que han hecho posibles cambios legislativos y de mentalidad
irreversibles (BIRRIEL, 1994). (Vease 5.3.)

Mujer y educación en el siglo XIX


La enseñanza del siglo XIX, muy
influenciada aún por la Iglesia a todos
los niveles, sigue contemplando a la
mujer en un papel secundario. La
Iglesia católica tenía un concepto
funcional de la mujer. Obedecía a su
papel cohesionador al interior de la
familia.
El prototipo más frecuente fue el de
perfecta casada, reina del hogar,
piadosa, buena madre y buena
esposa. Este concepto correspondía a
un discurso ideológico sobre lo
doméstico, y la Iglesia católica era su
más agresivo portavoz.
Por esto, su instrucción en establecimientos educativos, oficiales o
preferentemente privados, no estaba dirigida a formar académicas o
sabias, sino mujeres piadosas; sabias, eso sí, en manejo de labores
domésticas, expertas en trabajo de agujas.
La incorporación de la mujer al sistema educativo, según la Iglesia,
era una forma de moldear en principios y valores cristianos al
elemento cohesionador de la familia y el hogar. El acceso de la mujer
al sistema educativo no buscaba, de ninguna manera, alterar la
función social de la misma; buscaba fundamentalmente alfabetizarla
y adiestrarla en algunos quehaceres domésticos para el mejor
funcionamiento del hogar y de la familia. Su educación, en caso de
haberla, debía ir orientada a su misión en la vida. Los textos legales
hablan por sí solos, por lo que los usaré preferentemente para ver
cual era el tratamiento que recibía la enseñanza femenina.

Matilde Padrós y Rubio fue una de las primeras mujeres que


ingresaron en la Universidad española. En 1888 fue alumna libre y al
año siguiente consiguió matrícula oficial. Se doctora en 1893. Terminó
trabajando en la Enciclopedia

Británica. (1) La enseñanza del siglo XIX, muy influenciada aún por la Iglesia a todos los
niveles, sigue contemplando a la mujer en un papel secundario. La Iglesia católica tenía un
concepto funcional de la mujer. Obedecía a su papel cohesionador al interior de la familia.

El prototipo más frecuente fue el de perfecta casada, reina del hogar, piadosa, buena madre
y buena esposa. Este concepto correspondía a un discurso ideológico sobre lo doméstico, y la
Iglesia católica era su más agresivo portavoz.

Por esto, su instrucción en establecimientos educativos, oficiales o preferentemente


privados, no estaba dirigida a formar académicas o sabias, sino mujeres piadosas; sabias,
eso sí, en manejo de labores domésticas, expertas en trabajo de agujas.

La incorporación de la mujer al sistema educativo, según la Iglesia, era una forma de


moldear en principios y valores cristianos al elemento cohesionador de la familia y el hogar.
El acceso de la mujer al sistema educativo no buscaba, de ninguna manera, alterar la función
social de la misma; buscaba fundamentalmente alfabetizarla y adiestrarla en algunos
quehaceres domésticos para el mejor funcionamiento del hogar y de la familia. Su educación,
en caso de haberla, debía ir orientada a su misión en la vida. Los textos legales hablan por sí
solos, por lo que los usaré preferentemente para ver cual era el tratamiento que recibía la
enseñanza femenina.

Empieza el siglo con el trabajo legislativo de las Cortes de Cádiz. Su Comisión de Instrucción
Pública emite el 7 de marzo de 1814 un Dictamen y Proyecto de Decreto sobre el arreglo
general de la Enseñanza Pública, que se quedó en eso, en proyecto, pues un Golpe de Estado
puso fin a la era liberal inaugurada con las Cortes gaditanas y el decreto de 4 de mayo de
1814 declaraba "nulos y de ningún valor ni efecto" tanto la Constitución como todos los
decretos promulgados por las Cortes. No obstante merece la pena reseñarlo por ser obra de
los hombres ilustrados y de progreso que al principio de la guerra existían, como los
denominaría Gil de Zárate a mediados de siglo (2) Su espíritu permanecería largo tiempo en
España.

"Al concluir la Comisión el plan general de instrucción pública, no se ha olvidado de la


educación de aquel sexo, que forma una parte preciosa de la sociedad; que puede
contribuir en gran manera a la mejora de las costumbres, y que apoderado casi
exclusivamente de la educación del hombre en su niñez, tiene un gran influjo en la
formación de sus primeros hábitos y, lo sigue ejerciendo después en todas las edades de
la vida humana.

Pero la Comisión ha considerado al mismo tiempo que su plan se reducía a la parte


literaria de la educación, y no a la moral, principal objeto de la que debe darse a
las mujeres. Tampoco pudo desentenderse de que este plan solo abraza la educación
pública, y que cabalmente la que debe darse a las mujeres ha de ser doméstica y
privada en cuanto sea posible, pues que así lo exige el destino que tiene este sexo en
la sociedad, la cual se interesa principalmente en que haya buenas madres de familia.

Pero como además de la educación doméstica de las mujeres, que necesariamente se ha


de mejorar con el progreso de la instrucción nacional y el fomento de la riqueza pública,
convenga que el Estado costee algunos establecimientos en que aprendan las niñas a
leer y escribir, y las labores propias de su sexo (3), la Comisión opina que se debe
encomendar al celo de las Diputaciones provinciales el que propongan el número que
deba haber de estos establecimientos, el paraje donde deban situarse, su dotación y
forma." (Dictamen del 7-3-1814)

Esta exposición de motivos resulta coincidente con el pensamiento de la Iglesia de la época.


Muy reveladoras del ideario católico, son las palabras del obispo colombiano José Romero,
que en una Pastoral de 1876 decía, refiriéndose a las mujeres que vivían en la ignorancia,
por falta total o parcial de instrucción: "La que no conoce sus deberes religiosos, la que no
comprende el mérito de la virtud, ¿cómo podrá ser buena esposa y educar a sus hijos,
inculcándoles sentimientos verdaderamente cristianos, indispensables para que más tarde,
sirvan como de núcleo a las obligaciones que tendrán que cumplir en la escala social?".

Pero no hay que mirar sólo hacia la institución eclesial para justificar esta línea de
pensamiento. No olvidemos las palabras de Rousseau -ni más ni menos- en su obra El
Emilio: "dar placer [a los hombres], serles útiles, hacerse amar y honrar por ellos, criarlos de
jóvenes, cuidarlos de mayores, aconsejarlos, consolarlos, hacerles agradable y dulce la vida,
esos son los deberes de las mujeres en todos los tiempos, y lo que se les ha de enseñar
desde la infancia". Con esta exposición meridiana queda todo dicho sobre la finalidad de la
educación femenina en el hombre ilustrado y liberal (4).

Las intenciones declaradas en el Dictamen se reflejaban, como no podía ser de otro modo,
en el proyecto de Decreto que se presentó a las Cortes, que como vemos, no sólo contempla
una educación distinta sino también separada físicamente:

"Art. 115. Se establecerán escuelas públicas, en que se enseñe a la niñas a leer y a


escribir, y a las adultas las labores y habilidades propias de su sexo.
Art. 116. El Gobierno encargará a las Diputaciones provinciales que propongan el
número de estas escuelas que deban establecerse en su respectiva provincia, los
parajes en que deban situarse, su dotación y arreglo."

(Título XII. De la educación de la mujeres)


Ver texto completo aquí

Ya en los primeros tiempos del reinado de Isabel II -bajo la regencia de Maria Cristina, su
madre-, el progresista Plan general de Instrucción Pública del Duque de Rivas (1836)
continuaría la segregación estableciendo:

"Art. 21. Se establecerán escuelas separadas para las niñas donde quiera que los
recursos lo permitan, acomodando la enseñanza en estas escuelas a las
correspondientes elementales y superiores de niños, pero con las modificaciones y en la
forma conveniente al sexo. El establecimiento de estas escuelas, su régimen y gobierno,
provisión de maestras, &c., serán objeto de un decreto especial."

Título I, Capítulo III. De las escuelas de niñas, Real decreto de 4 de agosto de 1836
texto completo en aquí

Con estos mimbres no es de extrañar que la educación de la mujer no se mencione ni en el


Plan de Estudios para los Institutos de Segunda Enseñanza (15-10-1843) ni en el famoso
Plan Pidal (R.D. 17-9-1845), señal de que aún no era algo conflictivo. Sí aparece en la
longeva Ley de Instrucción Pública de 9 de septiembre de 1857, la conocida como Ley
Moyano. Esta ley que tendrá vigencia prácticamente hasta 1970, sigue en el mismo
esquema que los liberales de principios de siglo, aunque tiene el valor de hacer obligatoria la
escolaridad para las niñas por primera vez en España. Veamos:

"En las enseñanzas elemental y superior de las niñas se omitirán los estudios de que
tratan el párrafo sexo del artº 2º ["Breves nociones de Agricultura, Industria y
Comercio"] y los párrafos primero y tercero del artº 4º ["Principios de Geometría, de
Dibujo lineal y de Agrimensura" y "Nociones generales de Física y de Historia
Natural"], reemplazándose con:

Primero. Labores propias del sexo


Segundo. Elementos de Dibujo aplicado a las mimas labores
Tercero. Ligeras nociones de Higiene doméstica"

(artº 5 Ley Moyano)

Luego, al referirse a las Escuelas de primera enseñanza:

"En todo pueblo de 500 almas habrá necesariamente una Escuela pública elemental de
niños, y otra, aunque sea incompleta, de niñas. Las incompletas de niños sólo se
consentirán en pueblos de menor vecindario" (artº 100)

"En los pueblos que lleguen a 2.000 almas habrá dos Escuelas completas de niños y
otras dos de niñas. En los que tengan 4.000 almas habrá tres; y así sucesivamente,
aumentándose una Escuela de cada sexo por cada 2.000 habitantes" (artº 101)

"Únicamente en las Escuelas incompletas se permitirá la concurrencia de los niños de


ambos sexos, en un mismo local, y aun así con la separación debida". (artº 103)

A los efectos de estos preceptos, se considera como "incompleta" (artº 3) la enseñanza que
abarque todas las materias expresadas en el artículo segundo (Doctrina cristiana, lectura,
escritura, grámática y ortografía, aritmética y sistema de medidas, así como breves nociones
de agricultura, industria y comercio).

Más tarde , la institución revolucionaria de la educación, la Institución Libre de Enseñanza,


que se creó en 1876, sí apostaría por la educación femenina y por la coeducación -enseñanza
mixta-, como aparece en su Programa:

"La Institución estima que la coeducación es un principio esencial del régimen


escolar, y que no hay fundamento para prohibir en la escuela la comunidad en que
uno y otro sexo viven en la familia y en la sociedad. Sin desconocer los obstáculos
que el hábito opone a este sistema, cree, y la experiencia lo viene confirmando, que
no hay otro medio de vencerlos, sino acometer con prudencia la empresa,
dondequiera que existan condiciones racionales de éxito. Juzga la coeducación como
uno de los resortes fundamentales para la formación del carácter moral, así como de
la pureza de costumbres, y el más poderoso para acabar con la actual inferioridad
positiva de la mujer, que no empezará a desaparecer hasta que aquélla se eduque,
en cuanto se refiere a lo común humano, no sólo como, sino con el hombre."

La Ley de Instrucción Primaria de 2 de junio de 1868, llamada de Orovio -aunque fue el


ministro de Fomento Severo Catalina el que finalmente la suscribió-, fue el último coletazo
integrista del reinado de Isabel II, previo a la Revolución del 68 que la derogó
inmediatamente, estando apenas cuatro meses en vigor. Esta ley supuso la máxima
intervención de las autoridades eclesiásticas en la educación primaria. En lo que respecta a
la educación femenina, se le reconoce el derecho en este nivel de enseñanza, si bien con la
orientación hogareña propia de la Iglesia de la época, a quien se le concede amplias
facultades en la educación infantil. Eso sí, la ley admite un profesorado femenino en este
segmento, si bien con un tercio menos de salario que los varones, sin que justifique el
motivo, tal y como se estableció en la Ley Moyano de 1857 (5). Aunque no tuvo tiempo de
aplicarse, es significativa del pensamiento del moderantismo. Veamos los artículos que
tratan de la educación femenina:

"Habrá Escuelas públicas de instrucción primaria para niños como para niñas, en todos
los pueblos de la Monarquía que lleguen a 500 habitantes" (artº 1)

"Las Autoridades de provincia estimularán asimismo la formación y aumento de Juntas


de señoras que instituyan Escuelas Dominicales para las jóvenes y casas de enseñanza
para las niñas pobres" (artº 11)

"En todas las escuelas de niños, cualquiera que sea su clase, la enseñanza comprenderá
precisamente: doctrina cristiana, lectura, escritura y principios de aritmética, sistema
legal de pesas y medidas, sencillas nociones de historia y de la geografía de España, de
gramática castellana y principios generales de educación y cortesía. En las Escuelas de
niñas se aprenderán además las labores más usuales." (artº 14)

"A medida que vaya desarrollándose la instrucción y se formen nuevos Maestros, se


procurará igualmente dar en el mayor número de Escuelas que sea posible ... y en las
Escuelas de niñas los principios de higiene doméstica y labores delicadas" (artº 15)

"Para el examen de las aspirantes al título de Maestras, se nombrará además [de los
miembros de los Tribunales ordinarios de selección] una Maestra habilitada de la capital
o de la provincia, y una señora de la Junta de Escuelas o Asilo de niñas, donde lo
hubiere" (artº 34)

"Hasta tanto que puedan organizarse establecimientos donde se formen Maestras


adornadas de todos los conocimientos que exige la educación cristiana y social de la
mujer, podrán obtener el título de Maestras ..." (artº 36)

"El sueldo y sobresueldo, en su caso, de las Maestras, será proporcionalmente las dos
terceras partes del sueldo y sobresueldo asignado a los Maestros" (artº 42)
Desde luego, no fue el tratamiento de la educación femenina lo que levantó ampollas,
pareciendo conforme a la opinión generalizada del papel social de la mujer. El Decreto de 14-
10-1868 derogó la Ley Orovio sin siquiera sustituirla por otra, afirmando en su preámbulo
que "entre las leyes con que el poder derrocado por nuestra gloriosa Revolución limitó la
libertad de enseñar, ninguna ha producido en el país una impresión tan desoladora como la
promulgada en 2 de junio de este año". Las causas de su fulminante derogación fue haber
colocado la primera enseñanza bajo la tutela del clero.

Ya avanzada la segunda mitad del siglo XIX comienza a considerarse que, aunque la misión
de la mujer es cuidar de los hijos y el marido, la educación e instrucción puede prepararla
para cumplir mejor la tarea de formar nuevos ciudadanos y constituir un apoyo adecuado
para maridos modernos. Mientras en España en periódicos y revistas se polemiza sobre la
capacidad de las mujeres para adquirir conocimientos que puedan capacitarla para ejercer
una profesión y sobre la conveniencia o no de que los adquiera, llegan noticias de otros
países donde algunas mujeres comienzan a conseguir el grado de bachiller e, incluso,
acceden a la Universidad.

Así, por ejemplo, uno de los primeros y principales regeneracionistas, Macías Picavea,
respecto a la educación de la mujer, considera que está muy bien dotada para ejercer la
medicina y el comercio y también para desempeñar tareas docentes y educativas,
excluyendo de su competencia otras actividades públicas profesionales, según los criterios
más corrientes en su tiempo. De hecho en el siglo XIX no se discute la capacidad ni el papel
que puede desempeñar la mujer en el ámbito del Magisterio, como muestra la prolija
legislación que recoge la profesora Flecha García en el libro abajo reseñado. Incluso, en el
último tercio de la centuria las Escuelas Normales de Magisterio femenino se convierten en
un laboratorio donde ensayar otras carreras, como reconoce el ministro Alejandro Pidal y
Mon en un Decreto de 1884:

"Laudable es el propósito de procurar principalmente por los medios de la educación


la mejora de la condición social de la mujer; pero para llevar a cabo tan notable
pensamiento, es mucho más práctico y sensato fomentar las Escuelas y fundaciones
creadas para estas enseñanzas especiales, distintas del Magisterio, que
desorganizar las Escuelas Normales convirtiéndolas en Centros donde se lleven a
cabo todos los ensayos y tanteos encaminados a abrir para la mujer diferentes
carreras profesionales, distrayendo de esta suerte a la Escuela Normal del objeto
principal a que responde su creación, y que reduce a la formación de un buen
Magisterio de primera enseñanza" (R. D. de 3-9-1884 reorganizando la Escuela
Normal Central de Maestras) [6]

La primera noticia del interés de la mujer por los estudios superiores es del 2 de septiembre
de 1871, cuando Mª Elena Masseras consigue un permiso especial del Rey Amadeo de
Saboya para realizar estudios de segunda enseñanza y poder continuar en la Universidad
después. Mª Dolores Aleu Riera es la primera mujer que realiza el examen de grado para
obtener una Licenciatura, en Medicina, el 20-4-1882, seguida en el mismo año por Martina
Castells Ballespi y Mª Elena Masseras Ribera, todas por la Universidad de Barcelona. En 1886
obtiene la Licenciatura en dicha Universidad Dolores Llorent Casanovas (26-VI-86) y dos días
después la quinta mujer licenciada en Medicina, Mª Luisa Domingo García natural de
Palencia, la obtiene en la Universidad de Valladolid.

No podemos pensar que, rápidamente, el acceso al bachiller superior y a la Universidad se


convirtió en una rutina. En 1882 y durante un período de casi un año, el director general de
Instrucción Pública ordenó que no se admitiera a matrícula de segunda enseñanza a las
mujeres, pero sí a la de Universidad a las que estuvieran en posesión del grado de bachiller.
Cuando el 25 de septiembre de 1883 se autorizó de nuevo la matrícula de segunda
enseñanza, se añadió la salvedad de que "sin derecho a cursar después los de Facultad".

Es en 1888 cuando, tras la solicitud de tres mujeres, se permitió de nuevo a las mujeres
matricularse en la Universidad, en principio sólo para exámenes y posteriormente, a
instancia de Matilde Padrós en la enseñanza oficial. La presencia de mujeres en la
Universidad española durante el siglo XIX es, por tanto, prácticamente anecdótica y,
además, parte de las alumnas consignadas en ellas, no acabaron la carrera.
Notas:

(1) Las seis señoritas que terminaron carrera universitaria en la Universidad Central en el siglo XIX fueron:
Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales; Adoración Ruíz Tapiador y Pérez Agua (1889-1893). Tesis
doctoral sobre 'La teoría de los errores de observación'. Rosario Ibiurrun, licenciada en 1888. Facultad de
Filosofía y Letras: Matilde Padrós y Rubio (1887-1890), se doctora en 1893 con una tesis titulada 'El
testamento de Jacob'. María Amalia Vicenta Goyri (1892-1895); tesis doctoral sobre 'La difunta pleiteada en la
Literatura española'. Facultad de Medicina y Farmacia; Adoración García Aranda y Peces, licenciada en 1885.
Martina Castells y Ballespí, se licencia en Barcelona en 1882; en diciembre de dicho año lee en Madrid su tesis
doctoral titulada 'De la educación física, moral e intelectual de la mujer'. En: COLMENAR ORZAES, Carmen y
CARREÑO RIVERO, Miryam. "El acceso de la mujer a la enseñanza oficial en la Universidad Central durante el
siglo XIX español" [Higher Education and Social Historical Perspectives. 7th International Standing Conference
for the History of Education. Volume I. Salamanca, 1985]. [Volver al punto de lectura]

(2) Antonio Gil de Zárate, De la Instrucción Pública en España (1855), Edición facsímil, Pentalfa, Oviedo 1995;
tomo 1, págs. 85-86. [Volver al punto de lectura]

(3) "Labores propias de su sexo" es una expresión muy habitual en los textos educativos de la época. Para
conocer su alcance acudimos a un texto legal de 1825 que lo define al tratar de las Escuelas de Primeras Letras
de niñas: "En las Escuelas de primera clase, además de la enseñanza cristiana para los libros que van
señalados, la de leer por lo menos, en los catecismos, y escribir medianamente, se enseñarán las labores
propias del sexo; a saber: hacer calceta, cortar y coser las ropas comunes de uso, bordar y hacer
encajes u otras que suelen enseñarse a las niñas. En las de segunda, se suprimirán los encajes, y el bordado
en las tercera y cuarta." (artº 198 Real Decreto de 16 de febrero de 1825, aprobando y mandando poner en
ejecución el Plan adjunto y Reglamento de Escuelas de Primeras Letras)

(4) Esta línea ideológica ha llegado casi hasta nuestros días gracias al régimen del General Franco. Recordemos
lo que decía en 1960 una enciclopedia de estudio que, con el nombre de "Rosa-Hogar", suscribía Pla-Dalmau:
"...para capacitar a (la mujer) en su esencial misión de verdadero eje de la familia, interesa que las jóvenes
adquieran una instrucción general sólida y completa; ciertamente, la tarea de regir un hogar, de educar y
cuidar unos hijos, y de actuar en todos los aspectos de "ama de casa", requiere poseer amplios conocimientos;
y no podría realizarse a la perfección tan alto cometido, sin el denso bagaje instructivo que tal función requiere.
Todo ello unido, naturalmente, a las enseñanzas de otras disciplinas y que, juntamente con las religiosas, harán
de la mujer, en el seno de la familia, el admirable y eficiente 'ángel del hogar'. La finalidad de este libro, que va
destinado al último grado escolar femenino, es la de contener los conocimientos básicos que debe poseer toda
mujer con el fin de estar capacitada para cumplir sus altas misiones en el seno de la familia, en la sociedad y,
en general, en la vida; aspiramos también a que esta obra pueda ser guardada, al abandonar la muchacha la
Escuela, como uno de los queridos recuerdos de su vida escolar, e incluso que, en cualquier oportunidad o
momento de su vida, pueda ser útil para hallar en ella la aclaración o solución que pueda presentarse para la
consulta, en relación a temas familiares y, en general, del hogar." [Volver al punto de lectura]

(5) Esta discriminación salarial se suprimiría por Ley de 6 de julio de 1883, que equipara los sueldos de
Maestros y Maestras, modificando el artículo 194 de la Ley de Instrucción Pública de 1857 (Ley Moyano) [Volver
al punto de lectura]

(6) Este párrafo está justificado, en la misma Exposición de Motivos de Pidal y Mon, por una declaración que
sacada de su contexto temporal (1884) bien podría servir para justificar la moderna reforma de los estudios
universitarios cara al Espacio Europeo de Educación Superior:

Historia de la Mujer en Chile


LA CONQUISTA LOS DERECHOS POLITICOS EN EL SIGLO XX (1900-1952)
Artículo escrito en 1995

Durante los 50 primeros años del siglo XX, el aspecto más destacable de la historia de la mujer
chilena corresponde a la llamada «emancipación femenina» entendida como el proceso -aún
inconcluso- del progresivo ingreso de la mujer al mundo del trabajo, de la cultura y a una
participación cada vez más activa en política. Y la superación de su rol tradicional en el hogar.
A principios del siglo XX la mujer estaba relegada a un discreto segundo plano. Cuando contraía
matrimonio, quedaba bajo la potestad del marido y si trabajaba no tenía derecho a disponer de su
salario.

SABER ES PODER
Con algunas excepciones en el siglo XIX, en 1913 aparecen en Chile los primeros movimientos
femeninos organizados: clubes y asociaciones de mujeres que buscaron mejorar la situación de la
mujer y democratizar la sociedad. Una de las principales razones que explican este «despertar»
sería la toma de conciencia, por parte de un número creciente de mujeres, de las limitaciones
impuestas a su educación, por lo menos entre los estratos medios. Aunque el 6 de febrero de
1877 se dictó el famoso Decreto Amunátegui (firmado por el entonces Ministro de Instrucción
Pública, Miguel Luis Amunátegui, bajo la presidencia de Anibal Pinto), que otorgó a la mujer el
derecho a ingresar a la Universidad, en la práctica la educación continuó, por una cuestión de
hábitos y costumbres, reservada a los varones. Sólo entre las clases acomodadas la mujer podía
tomar lecciones de música, leer a los poetas greco latinos y alguna novela francesa de carácter
romántico y educativo. Para su formación normal debía aprender «labores de mano y los buenos
modales de una dama», como preparación para el matrimonio. También, y como parte de la
formación religiosa, debía conocer el Catecismo y las vidas ejemplares de los santos. La mujer de
escasos recursos no tenía otro acceso a la cultura que la vía oral, ni más conocimientos que la
sabiduría popular. Aunque Chile aparece como pionero en cuanto a la formación de mujeres
profesionales -en 1887 se titularon de médicos Eloísa Díaz Insunza y Ernestina Pérez Barahona,
las primeras de Chile e Hispanoamérica-, la verdad es que éstas no eran bien miradas y se ejercía
una evidente presión psicológica sobre ellas. Escribir o traducir un libro en esos años era
inadmisible para una mujer. En efecto se las sancionaba por el simple acto de leer o estudiar.

LA GRAN GUERRA DE 1914


Este conflicto de proporciones continentales y repercusiones mundiales provocó en Europa el
ingreso masivo e involuntario de la mujer al mundo del trabajo. Durante e inmediatamente
después de la guerra, con la mayoría de los hombres en el frente, prisioneros o lisiados y muchos
de ellos muertos, las mujeres debieron hacerse cargo de la industria, incluso bélica, y de la
administración pública, entre otras muchas tareas. Esta situación, inédita en la historia, modificó
definitivamente el rol femenino. La mujer demostró su capacidad y se produjo un debate mundial
respecto a la situación de ésta ante la ley. Y la obtención de un título profesional, así como la
mujer trabajando fuera del hogar, comenzó a verse con mayor normalidad.

RECABARREN Y LOS CENTROS FEMENINOS


Las primeras organizaciones de mujeres en Chile fueron los Centros Femeninos. Se forman en
1913 en Iquique, Antofagasta y las principales oficinas salitreras. En la zona se habían
concentrado muchas familias obreras y comenzaba a desarrollarse el sindicalismo chileno, con Luis
Emilio Recabarren a la cabeza. Recabarren, fundador (Iquique, 1912) del Partido Obrero
Socialista, siempre alentó la «emancipación femenina». Pensaba que a la mujer era necesario
«educarla, librarla del fanatismo religioso y de la opresión masculina». En su periódico «El
Despertar de los Trabajadores», dedicó numerosas páginas a las «nuevas ideas de la liberación
femenina» y a las actividades de las sufragistas inglesas, quiénes consiguieron, en Inglaterra, el
voto para las mujeres mayores de 30 años en 1918 y la completa igualdad electoral en 1928.

BELEN DE ZARRAGA
Pero quizás no hubieran prosperado estos Centros Femeninos en el Norte sin el aliento de la
española Belén de Zárraga. Fogosa oradora feminista, anarquista, libre pensadora y anticlerical,
quien visitó Chile en 1913, ofreciendo conferencias en Santiago, Valparaíso, Antofagasta e
Iquique. Para graficar sus puntos de vista, en una de sus charlas Zárraga señaló que «en un
concilio del siglo VI se sometió a discusión si la mujer tenía alma. Y sólo por dos votos a favor
quedó resuelta esta duda». El primer directorio del «Centro Femenino Belén de Zárraga» de
Iquique, lo conformaron: Teresa Flores, Juana A. de Guzmán, Nieves P. de Alcalde, Luisa de
Zavala, María Castro, Pabla R. de Aceituno, Ilia Gaete, Adela de Lafferte, Margarita Zamora,
Rosario B. de Barnes y Rebeca Barnes. La labor de estos Centros Femeninos, se desarrolló entre
los años 1913 y 1915, decayendo después, junto con la explotación salitrera. Hacia 1921 se
fundaron en Iquique la «Federación Unión Obrera Femenina» y el «Consejo Federal Femenino»,
anarco sindicalista la primera y socialista el segundo. En lo sucesivo, se originan en Santiago las
principales iniciativas en favor de la mujer.

LAS SEÑORAS Y LA LECTURA


En 1915 -para «charlar, leer, beber una taza de té, celebrar de vez en cuando una fiesta social y
cambiar sanos y serenos propósitos domésticos»- las damas católicas de la aristocracia
santiaguina forman el Club Social de Señoras, agrupación que se distingue de las numerosas
instituciones benéficas del siglo XIX por sus fines culturales. Su fundadora fue Delia Matte de
Izquierdo. El Club de Señoras expresaba la inquietud de las mujeres de los sectores más
acomodados, que veían con alarma aparecer -entre los estratos medios- mujeres profesionales,
que en número creciente se incorporaban a la educación y a la cultura. Inés Echeverría, una de
sus miembros -quien escribía en La Nación con el pseudónimo de Iris-, señala: «para nuestra
sorpresa han aparecido mujeres perfectamente educadas, con títulos profesionales, mientras
nosotras apenas conocemos los Misterios del Rosario... Tememos que si la ignorancia de nuestra
clase se mantiene dos generaciones más, nuestros nietos caerán al pueblo y viceversa».

LA ESCLAVITUD DE LA MUJER
Participa del Club de Señoras Martina Barros —una de las primeras intelectuales chilenas— quién
traduce, con el título de «La Esclavitud de La Mujer», «The Subjection of Women», del filósofo
inglés John Stuart Mill. En sus memoria M. Barros apunta: «Mis compañeras me miraban con
frialdad... y las señoras con la desconfianza con que se mira a una niña peligrosa». No sólo los
hombres rechazaban la «emancipación de la mujer». La mayoría de las mujeres pensaba de igual
manera, de acuerdo con la mentalidad de la época. En principio el Club de Señoras buscaba
exclusivamente progresos culturales para la aristocracia, sin embargo hacen suyos ideales
democráticos y por su influencia, en 1917, la fracción más joven del Partido Conservador presenta
al Congreso el primer proyecto de ley para dar derechos de ciudadanía a las mujeres.

CIRCULO DE LECTURA
Ese mismo año, pero entre las mujeres laicas de las capas medias, con inspiración en los
«Readings Clubs» de Estados Unidos, se forma el Círculo de Lectura. En su fundación y directiva
aparece Amanda Labarca, gran escritora y educadora. Militante Radical. Labarca, quién dirige el
periódico del Círculo, «Acción Femenina», fue la primera latinoamericana en ejercer una cátedra
universitaria e impulsará, en 1932, la creación del Liceo Experimental Manuel de Salas. Se la
considera una gran precursora del movimiento femenino en Chile.

CONSEJO NACIONAL DE MUJERES


Del Círculo de Lectura se desprende, en 1919, el Consejo Nacional de Mujeres. Participan Amanda
Labarca y Celinda Reyes. Tres años después presentan un proyecto sobre derechos civiles,
políticos y jurídicos. E inician gestiones que culminarán el año 1925 con el Decreto Ley conocido
como Ley Maza (por el senador José Maza), que restringe en el Código Civil las atribuciones de la
patria potestad de los padres, en favor de las madres; se habilita a las mujeres para servir de
testigos y se autoriza a las casadas para administrar los frutos de su trabajo. Fueron apoyadas por
Pedro Aguirre Cerda y Arturo Alessandri, entonces Presidente de la República. En el ámbito obrero,
en 1917 se crea el Consejo Federal Femenino (al interior de la Gran Federación Obrera de Chile).
Su objetivo: «mejoramiento cultural y acción mancomunada de trabajadoras». Hacia 1920
reaparece con el nombre de Gran Federación Femenina de Chile.

PARTIDOS POLITICOS FEMENINOS


El año 1922 se crea el Partido Cívico Femenino (PCF). Participan Ester La Rivera de Sanhueza,
fundadora y primera presidenta, Elvira de Vergara, Berta Recabarren, Graciela Mandujano y
Graciela Lacoste. Radicales, laicas o de un catolicismo moderado. Editan la revista «Acción
Femenina» durante 14 años, alcanzando a tirar 10.000 ejemplares. Se expresan con singular
discreción: «el feminismo no desea violencias. La mujer moderna no pide nada injusto ni abusivo.
Queremos que se conozca a la mujer como algo más que un objeto de lujo y placer...». El PCF
plantea el voto femenino subordinado a la educación cívica. «Primero educar y luego decidir».
Trabajan, entre otros objetivos, por el voto municipal, a modo de «ensayo - aprendizaje».
En rigor, la Constitución vigente desde 1833 no excluía el voto femenino, pero cuando en 1875
algunas mujeres en San Felipe y La Serena acudieron a votar en las elecciones presidenciales no
pudieron hacerlo. Y en 1884 se dictó una nueva Ley de Elecciones que, en su artículo 40, prohibía
expresamente el voto femenino.
Hacia 1924 aparece el Partido Demócrata Femenino. Participan Celinda Arregui, E. Brady, G.
Barrios, Rebeca Varas y otras. El Partido presenta a la Junta Militar de Luis Altamirano un proyecto
para modificar la Ley Electoral. La Convención de la Juventud Católica Femenina, realizada en
Santiago en 1922 y el Congreso Panamericano de Mujeres, celebrado en esta misma capital el
mismo año, también solicitaron los derechos políticos de la mujer. A principios de 1925, el Partido
Demócrata Femenino, presentó otro proyecto de Ley Electoral a la Junta de Emilio Bello Codesido,
«suprimiendo la palabra varones y dejando ciudadanos chilenos». Luego piden la participación de
mujeres en la Comisión Consultiva de la Asamblea Constituyente que elaboraría la nueva
constitución, conocida posteriormente como la Constitución del 25.

EL VOTO MUNICIPAL 1926-1946


Durante esta etapa se conjugan tres tipos de organizaciones femeninas. Siguen desarrollándose
numerosas agrupaciones benéficas, culturales, religiosas, deportivas y laborales, como el Consejo
Femenino de la Defensa Civil, en pleno apogeo de la Segunda Guerra Mundial, para organizar la
población ante un «inminente ataque al territorio nacional». El Comité de Ayuda a las
Democracias, que hace colectas y campañas en favor de los países aliados. Y el Comité de Mujeres
pro Ayuda y Defensa de los Ferroviarios, en el año 1936, con ocasión de una gran huelga de ese
gremio. Un segundo tipo de organización buscaba la plenitud de los derechos civiles y políticos
para la mujer. Por último, comienzan a formarse las ramas femeninas de los partidos políticos.

UNION FEMENINA DE CHILE


A fines de 1927, con ocasión de las celebraciones del cincuentenario del Decreto Amunátegui, se
funda en Valparaíso la Unión Femenina de Chile. Trabajan hasta 1938 por reivindicaciones civiles y
políticas, entre muchas otras tareas. Fue una organización de elite —constituida
fundamentalmente por mujeres profesionales— que influyó en la opinión pública de ese puerto,
sobre todo a través de su periódico homónimo y de su dirigente, Graciela Lacoste.

COMITE NACIONAL PRO DERECHOS DE LA MUJER


Este comité se forma en 1933 por iniciativa de Felisa Vergara, Amanda Labarca y Elena Doll, para
participar en la discusión sobre la Ley de Sufragio Municipal. Luego de un período de silencio
resurge en 1941, para «activar la aprobación por las Cámaras del proyecto de ley sobre el voto
femenino».

ASOCIACION NACIONAL DE MUJERES UNIVERSITARIAS


En agosto de 1931 se fundó esta organización para extender las oportunidades culturales,
económicas, cívicas y sociales de la mujer. Su presidenta fue una de las primeras médicos de
Chile, Ernestina Pérez. Participan Amanda Labarca, Elena Caffarena, Irma Salas y Elena Hott.

EL DERECHO A VOTO MUNICIPAL


En 1934, durante el segundo gobierno de Arturo Alessandri, se dicta la Ley 5357 que otorga a la
mujer derecho a elegir y a ser elegida en los comicios municipales. Y el 7 de abril de 1935
participan por primera vez en una elección. Se presentan 98 candidatas, siendo elegidas 26. Sin
embargo, condicionadas por su rol doméstico, proporcionalmente pocas mujeres se interesaron en
participar.

EL MENCH
De gran trascendencia en la historia de la luchas femeninas en Chile, el 11 de mayo de 1935 se
crea el Movimiento Pro Emancipación de la Mujer Chilena, MEMCH, con presencia lo largo de todo
el país. En 1940 contaba 42 comités locales de Arica a Valdivia. A través del periódico «La Mujer
Nueva» y en múltiples reuniones públicas el MEMCH se pronuncia por la protección de la madre y
defensa de la niñez; por que la mujer pueda ocupar cualquier cargo rentado e igualar los salarios
con el hombre. La sociedad chilena todavía mantenía la opinión de que el trabajo remunerado en
la mujer era accidental, semiclandestino y generalmente se aceptaba para que «ella pudiera
ayudarse en sus gastos». El MEMCH aboga también por la defensa del régimen democrático y por
la paz. Asimismo propiciaron la «emancipación biológica», es decir, contra la maternidad obligada,
proponiendo la divulgación estatal de métodos anticonceptivos. Plantean los temas del aborto
clandestino, de la prostitución, de la madre soltera, el divorcio legal, etc. La prensa tradicional
llama a «no dejarse sorprender: se trata de comunistas que están contra la familia, la moral y la
naturaleza y que persiguen objetivos disparatados y absurdos».
En 1938 llega a la presidencia de la República Pedro Aguirre Cerda, gran defensor de los derechos
femeninos.

DISCUSION EN EL CONGRESO DEL VOTO FEMENINO


En 1941, en un mensaje dirigido a la cámara de diputados, el Presidente, electo con apoyo
femenino, afirma: «La Constitución Política del Estado dispone que son ciudadanos con derecho a
sufragio los chilenos que hayan cumplido 21 años de edad, sepan leer y escribir y estén inscritos
en los registros electorales. (...) comprende, sin lugar a dudas, a los individuos de ambos sexos».
Finalmente Aguirre Cerda presentó un proyecto de Ley Electoral, redactado por Elena Caffarena y
Flor Heredia, que otorgaba el voto a la mujer. En 1944 se realiza en Santiago el Primer Congreso
Nacional de Mujeres. Una de sus principales consecuencias fue la creación de la Federación
Chilena de Instituciones Femeninas, FECHIF, la cual emprende una gran campaña por los derechos
políticos. Preside Amanda Labarca. En abril de 1945 se realiza un foro con presencia de diversas
organizaciones políticas, sociales y culturales, además de destacadas personalidades. Y en junio la
FECHIF presenta al Senado un proyecto de ley sobre el voto femenino, con la firma de senadores
de todas las tendencias. Desde las primeras incursiones femeninas en elecciones municipales,
queda en evidencia que la mujer debía acceder a la totalidad de sus derechos políticos. Pero aún
tendrían que pasar otros cuatro años para que la cuestión fuera discutida a fondo.
Entre tanto muere en ejercicio de sus funciones Pedro Aguirre Cerda.
El 15 de noviembre de 1945 Gabriela Mistral obtiene el premio Nobel de literatura.
El mismo año, Horacio Walker, senador conservador, expresa que «... el sufragio ha sido ejercido
sólo por el 8,4 por ciento de la población del país, bases políticas estrechas que urge ampliar (...)
es indispensable incorporar a la mujer a la ciudadanía política, que contribuye al 51 por ciento de
la población chilena...» Por otra parte, desde 1924 (Conferencia Panamericana) Chile había
aceptado recomendaciones internacionales sobre los derechos políticos de la mujer. En 1946 el
senador liberal José Maza adhirió a esta causa, planteando, entre otros argumentos, la necesidad
de poner al día nuestra legislación con respecto a las democracias del mundo. Salvador Allende,
entonces senador socialista, manifestó que en su partido era normal considerar a la mujer con los
mismos derechos que al hombre. Rudecindo Ortega, senador radical, también se pronunció
favorablemente. El trabajo que las organizaciones femeninas habían emprendido en 1913
comenzaban a fructiferar.
LAS MUJERES ALCANZAN EL DERECHO A VOTO
En las elecciones municipales de 1947 Julieta Campusano es elegida Regidora por Santiago. En
1948 se suma a la acción el Partido Femenino Chileno, segundo partido femenino de la historia
chilena, que llegó a contar 27 mil integrantes. Este año se dicta la Ley de Defensa de la
Democracia, llamada «Ley Maldita», que pone fuera de la ley al Partido Comunista. Se constituye
el Comité Unido Pro-Voto Femenino para iniciar una campaña nacional para apresurar el despacho
del proyecto de ley sobre el voto femenino. Preside el Comité Aída Yávar y lo integran la FECHIF,
Acción Católica Femenina, el MEMCH, el Partido Femenino, delegadas de todos los partidos
políticos, mujeres independientes y comités de estudiantes universitarias. Cora Carreño,
representante de las universitarias dice: «Queremos hacer sentir a los señores congresales que
tras el movimiento hay un espíritu fuerte, una voluntad inquebrantable para conseguir, hoy, la
plenitud de nuestro pensamiento y acción políticos...» La Cámara de Diputados demora dos años
la discusión del proyecto, a pesar de que el Presidente González Videla urgía su despacho, tanto
para cumplir con el compromiso adquirido con la mujeres durante su campaña, como el
compromiso de la Nación con Naciones Unidas, en el sentido de no discriminar por diferencias
sexuales.

La FECHIF lanza la consigna QUEREMOS VOTAR EN LAS PROXIMAS ELECCIONES.


En Valparaíso se celebra el II Congreso Nacional de Mujeres, presidido por Amanda Labarca.
Durante la sesión de clausura una mujer que había trabajado durante la campaña de González
Videla, acusa al presidente de traicionar al pueblo. González Videla amenaza con «sacar a los
soldados». La FECHIF expulsa de sus filas al Partido Comunista. Y el MEMCH se retira de la
Federación.

Pese a la crisis al interior del movimiento, en 1948 se realiza una Asamblea Nacional de dirigentes
de las diversas organizaciones femeninas, de la que surge el Comando Unido Nacional Pro-Voto
Femenino, que realiza foros y propaganda. El 15 de diciembre de 1948 la Cámara de Diputados
despacha el proyecto para su último trámite en el Senado. Las mujeres asistentes, en tribunas y
galerías, aplauden y entonan de pie la Canción Nacional.

El 21 de diciembre el Senado acoge el proyecto con todas las modificaciones hechas por la
Cámara. Por fin el 8 de enero de 1949 el Presidente Gabriel González Videla estampó su firma en
el texto que concedía la plenitud de derechos políticos a la mujer. Con este motivo se realizó una
gala en el Teatro Municipal, con la participación del Presidente González Videla, de su esposa Rosa
Markmann, ministros, parlamentarios, dirigentes de la FECHIF y gran cantidad de público. Flor
Heredia, Elena Caffarena y otras destacadas dirigentes son excluidas. Culminaban así 50 años de
luchas femeninas.

En 1950 la radical Inés Enríquez es elegida diputada por Concepción, convirtiéndose así en la
primera parlamentaria chilena. Y dos años después, en 1952, las mujeres participan por primera
vez en la historia de Chile en una elección presidencial.

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