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Filosofía. UNIDAD 1: ¿Qué es la “Filosofía”?


Decir qué es la Filosofía es
ya, hacer Filosofía, pues hay
tantas definiciones como quizás
filósof@s. Podríamos abordarla
desde su historia y sus problemas,
como así también comprenderla
como una actitud, una forma de
estar en el mundo, de
posicionarse ante la vida y las
circunstancias que nos tocan vivir.

Comencemos con la
etimología de la palabra
“Filosofía”, derivada de la palabra griega “philos”, que significa amor y “sophia”, que quiere decir sabiduría. Por
lo tanto, la Filosofía, es el amor a la sabiduría. La Filosofía entonces es como una tensión, una aspiración hacia
aquello que no se tiene pero de lo que tampoco se desconoce la totalidad, pues de lo contrario no se buscaría.

En la Grecia del siglo IV a.C. el filósofo, e s d e c i r el


amante de la sabiduría era distinto al “ sofós”, es decir
al sabio. Este último era el que poseía ya la sabiduría,
mientras que el filósofo era aquel que la buscaba
constantemente porque carecía de ella.

Y ¿de qué trataba la sabiduría que amaban los filósofos?


Esta pregunta tiene múltiples respuestas, de acuerdo a
quien la responda: Puede tratarse de lo que da sentido a
la vida, puede ser lo que es innegable, es decir necesario,
lo que ni los dioses ni los hombres logran desmentir, lo
que explica la totalidad o el todo. Por otro lado ese saber
puede ser el del origen de las cosas, de los seres humanos
y del mundo. También puede tratarse de la búsqueda de
felicidad. L@s filósof@s grieg@s buscaban un saber que
en última instancia les propiciara un conocimiento y
cuidado de sí; en este sentido la Filosofía era una práctica
que no podía escindirse de la cotidianeidad. Por eso
cuando Sócrates acude al oráculo, a preguntar por su
destino, recibe la máxima: “Conócete a ti mismo”

¿Cualquiera de nosotr@s puede adoptar una actitud filosófica? Es decir, ser filósof@, si estamos dispuestos a
“pensar por nosotr@s mism@s”. La actitud filosófica consiste en una permanente interpelación de lo que nos
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rodea; un ejercicio de sospecha a lo que se presenta como “normal” “dado” “natural”, “obvio”. Lo que todos creen
conocer y por eso no se ponen a pensar en ello.

De esta actitud nos habla Russell en el siguiente texto: La problematización de la realidad


1. Léelo con detenimiento, si hay palabras que no conoces, búscalas en el diccionario.
2. Realiza un cuadro comparativo entre el hombre común y el filósofo.
3. Según tu interpretación de este texto: ¿Para qué sirve la filosofía según Russell?

La problematización de la realidad
De hecho el valor de la filosofía debe ser buscado en una larga medida en su radical incertidumbre. El
hombre que no tiene ningún barniz de Filosofía va por la vida prisionero de los prejuicios que derivan
del sentido común, de las creencias habituales en su tiempo y en su país, y de las que se han desarrollado en su
espíritu sin la cooperación ni el consentimiento deliberado de su razón. Para este hombre el mundo tiende a
hacerse preciso, definido, obvio; lo objetos habituales no le suscitan problema alguno y las posibilidades no
familiares son desdeñosamente rechazadas.

Desde el momento en que empezamos a filosofar hallamos, por el contrario, que aún los objetos más
ordinarios conducen a problemas a los cuales sólo podemos dar respuestas muy incompletas. La Filosofía, aunque
incapaz de decirnos con certeza cuál es la verdadera respuesta a las dudas que suscita, es capaz de sugerir diversas
posibilidades que amplían nuestro pensamiento y nos libran de la tiranía de la costumbre. Así al disminuir nuestro
sentimiento de certeza sobre lo que las cosas son, aumenta en alto grado nuestro conocimiento de lo que pueden
ser; rechaza el dogmatismo algo arrogante de los que no se han introducido jamás en la región de la duda
liberadora, y guarda vivaz nuestro sentido de la admiración presentando los objetos familiares en un aspecto no
familiar. (B. Russell Los problema de la Filosofía Barcelona, Ed. Labor, 1970 pág. 131-132)

Los orígenes de la Filosofía


Todas las personas de alguna manera somos filósofos, porque las experiencias vividas nos impulsan a
hacernos preguntas fundamentales para nosotros. Esas experiencias que desde los antiguos hasta hoy vivimos,
son según Jaspers: el asombro, la duda y las situaciones límites.

Jaspers, Karl. 1978. La filosofía. Desde el punto de vista de la existencia.


Capítulo II: LOS ORÍGENES DE LA FILOSOFÍA
La historia de la filosofía como pensar metódico tiene sus comienzos hace dos mil quinientos
años, pero como pensar mítico mucho antes.
Sin embargo, comienzo no es lo mismo que origen. El comienzo es histórico y acarrea para los que vienen
después, un conjunto creciente de supuestos sentados por el trabajo mental ya efectuado. Origen es, en cambio,
la fuente de la que mana en todo tiempo el impulso que mueve a filosofar. Únicamente gracias a él resulta esencial
la filosofía actual en cada momento y comprendida la filosofía anterior.
Este origen es múltiple. Del asombro sale la pregunta y el conocimiento, de la duda acerca de lo conocido
el examen crítico y la clara certeza, de la conmoción del hombre y de la conciencia de estar perdido la cuestión de
sí propio. Representémonos ante todo estos tres motivos. Primero. Platón decía que el asombro es el origen de la
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filosofía. Nuestros ojos nos "hacen ser partícipes del espectáculo de las estrellas, del sol y de la bóveda celeste".
Este espectáculo nos ha "dado el impulso de investigar el universo. De aquí brotó para nosotros la filosofía, el
mayor de los bienes deparados por los dioses a la raza de los mortales".
Y Aristóteles: "Pues la admiración es lo que impulsa a los hombres a filosofar: empezando por admirarse
de lo que les sorprendía por extraño, avanzaron poco a poco y se preguntaron por las vicisitudes de la luna y del
sol, de los astros y por el origen del universo."
El admirarse impele a conocer. En la admiración cobro conciencia de no saber. Busco el saber, por el saber
mismo, no "para satisfacer ninguna necesidad común".
El filosofar es como un despertar de la vinculación a las necesidades de la vida. Este despertar tiene lugar
mirando desinteresadamente a las cosas, al cielo y al mundo, preguntando qué sea todo ello y de dónde todo ello
venga, preguntas cuya respuesta no serviría para nada útil, sino que resulta satisfactoria por sí sola.
Segundo. Una vez que he satisfecho mi asombro y admiración con el conocimiento de lo que existe, pronto
se anuncia la duda. A buen seguro que se acumulan los conocimientos, pero ante el examen crítico no hay nada
cierto. Las percepciones sensibles están condicionadas por nuestros órganos sensoriales y son engañosas o en
todo caso no concordantes con lo que existe fuera de mí independientemente de que sea percibido o en sí.
Nuestras formas mentales son las de nuestro humano intelecto. Se enredan en contradicciones insolubles. Por
todas partes se alzan unas afirmaciones frente a otras. Filosofando me apodero de la duda, intento hacerla radical,
mas, o bien gozándome en la negación mediante ella, que ya no respeta nada, pero que por su parte tampoco
logra dar un paso más, o bien preguntándome dónde estará la certeza que escape a toda duda y resista ante toda
crítica honrada.
La famosa frase de Descartes "pienso, luego existo" era para él indubitablemente cierta cuando dudaba
de todo lo demás, pues ni siquiera el perfecto engaño en materia de conocimiento, aquel que quizá ni percibo,
puede engañarme acerca de mi existencia mientras me engaño al pensar.
La duda se vuelve como duda metódica la fuente del examen crítico de todo conocimiento. De aquí que
sin una duda radical, ningún verdadero filosofar. Pero lo decisivo es cómo y dónde se conquista a través de la duda
misma el terreno de la certeza.
Y tercero. Entregado al conocimiento de los objetos del mundo, practicando la duda como la vía de la
certeza, vivo entre y para las cosas, sin pensar en mí, en mis fines, mi dicha, mi salvación. Más bien estoy olvidado
de mí y satisfecho de alcanzar semejantes conocimientos.
La cosa se vuelve otra cuando me doy cuenta de mí mismo en mi situación. El estoico Epicteto decía: "El
origen de la filosofía es el percatarse de la propia debilidad e impotencia." ¿Cómo salir de la impotencia? La
respuesta de Epicteto decía: considerando todo lo que no está en mi poder como indiferente para mí en su
necesidad, y, por el contrario, poniendo en claro y en libertad por medio del pensamiento lo que reside en mí, a
saber, la forma y el contenido de mis representaciones.
Cerciorémonos de nuestra humana situación. Estamos siempre en situaciones. Las situaciones cambian,
las ocasiones se suceden. Si éstas no se aprovechan, no vuelven más. Puedo trabajar por hacer que cambie la
situación.
Pero hay situaciones, por su esencia permanentes, aun cuando se altere su apariencia momentánea y se
cubra de un velo su poder sobrecogedor: no puedo menos de morir, ni de padecer, ni de luchar, estoy sometido
al acaso, me hundo inevitablemente en la culpa. Estas situaciones fundamentales de nuestra existencia las
llamamos situaciones límites. Quiere decirse que son situaciones de las que no podemos salir y que no podemos
alterar. La conciencia de estas situaciones límites es después del asombro y de la duda el origen, más profundo
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aún, de la filosofía. En la vida corriente huimos frecuentemente ante ellas cerrando los ojos y haciendo como si
no existieran. Olvidamos que tenemos que morir, olvidamos nuestro ser culpables y nuestro estar entregados al
acaso. Entonces sólo tenemos que habérnoslas con las situaciones concretas, que manejamos a nuestro gusto y a
las que reaccionamos actuando según planes en el mundo, impulsados por nuestros intereses vitales. A las
situaciones límites reaccionamos, en cambio, ya velándolas, ya, cuando nos damos cuenta realmente de ellas, con
la desesperación, y con la reconstitución: Llegamos a ser nosotros mismos en una transformación de la conciencia
de nuestro ser.
Resumamos. El origen del filosofar reside en la admiración, en la duda, en la conciencia de estar perdido.
En todo caso comienza el filosofar con una conmoción total del hombre y siempre trata de salir del estado de
turbación hacia una meta.
Platón y Aristóteles partieron de la admiración en busca de la esencia del ser.
Descartes buscaba en medio de la serie sin fin de lo incierto, la certeza imperiosa.
Los estoicos buscaban en medio de los dolores de la existencia, la paz del alma.
Cada uno de estos estados de turbación tiene su verdad, vestida históricamente en cada caso de las
respectivas ideas y lenguaje. Apropiándonos históricamente de éstos, avanzamos a través de ellos hasta los
orígenes, aún presentes en nosotros.
El afán es de un suelo seguro, de la profundidad del ser, de eternizarse.
Pero quizá no es ninguno de estos orígenes el más original o el incondicional para nosotros. La patencia
del ser para la admiración nos hace retener el aliento, pero nos tienta a sustraernos a los hombres y a caer presos
de los hechizos de una pura metafísica. La certeza imperiosa tiene sus únicos dominios allí donde nos orientamos
en el mundo por el saber científico. La imperturbabilidad del alma en el estoicismo, sólo tiene valor para nosotros
como actitud transitoria en el aprieto, como actitud salvadora ante la inminencia de la caída completa, pero en sí
misma carece de contenido y de aliento.
Estos tres influyentes motivos –la admiración y el conocimiento, la duda y la certeza, el sentirse perdido y
el encontrarse a sí mismo- no agotan lo que nos mueve a filosofar en la actualidad.
En estos tiempos, que representan el corte más radical de la historia, tiempos de una disolución inaudita
y de posibilidades sólo oscuramente atisbadas, son sin duda válidos, pero no suficientes, los tres motivos
expuestos hasta aquí. Estos motivos resultan subordinados a una condición, la de la comunicación entre los
hombres.
En la historia ha habido hasta hoy una natural vinculación de hombre a hombre en comunidades dignas
de confianza, en instituciones y en un espíritu general. Hasta el solitario tenía, por decirlo así, un sostén en su
soledad. La disolución actual es sensible sobre todo en el hecho de que los hombres, cada vez se comprenden
menos, se encuentran y se alejan corriendo unos de otros, mutuamente indiferentes, en el hecho de que ya no
hay lealtad ni comunidad que sea incuestionable y digna de confianza.
En la actualidad se torna resueltamente decisiva una situación general que de hecho había existido
siempre. Yo puedo hacerme uno con el prójimo en la verdad y no lo puedo; mi fe, justo cuando estoy seguro de
mí, choca con otras fes; en algún punto límite sólo parece quedar la lucha sin esperanza por la unidad, una lucha
sin más salida que la sumisión o la aniquilación; la flaqueza y la falta de energía hace a los faltos de fe o bien
adherirse ciegamente o bien obstinarse tercamente. Nada de todo esto es accesorio ni inesencial.
Todo ello podría pasar si hubiese para mí en el aislamiento una verdad con la que tener bastante. Ese dolor
de la falta de comunicación y esa satisfacción peculiar de la comunicación auténtica no nos afectarían
filosóficamente como lo hacen, si yo estuviera seguro de mí mismo en la absoluta soledad de la verdad. Pero yo
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sólo existo en compañía del prójimo; solo, no soy nada.


Una comunicación que no se limite a ser de intelecto a intelecto, de espíritu a espíritu, sino que llegue a
ser de existencia a existencia, tiene sólo por un simple medio todas las cosas y valores impersonales.
Justificaciones y ataques son entonces medios, no para lograr poder, sino para acercarse. La lucha es una lucha
amorosa en la que cada cual entrega al otro todas las armas. La certeza de ser propiamente sólo se da en esa
comunicación en que la libertad está con la libertad en franco enfrentamiento en plena solidaridad, todo trato
con el prójimo es sólo preliminar, pero en el momento decisivo se exige mutuamente todo, se hacen preguntas
radicales. Únicamente en la comunicación se realiza cualquier otra verdad; en ella sólo soy yo mismo, no
limitándome a vivir, sino henchiendo de plenitud la vida. Dios sólo se manifiesta indirectamente y nunca
independientemente del amor de hombre a hombre; la certeza imperiosa es particular y relativa, está subordinada
al todo; el estoicismo se convierte en una actitud vacía y pétrea.
La fundamental actitud filosófica cuya expresión intelectual he expuesto a ustedes tiene su raíz en el
estado de turbación producido por la ausencia de la comunicación, en el afán de una comunicación auténtica y en
la posibilidad de una lucha amorosa que vincule en sus profundidades yo con yo.
Y este filosofar tiene al par sus raíces en aquellos tres estados de turbación filosóficos que pueden
someterse todos a la condición de lo que signifiquen, sea como auxiliares o sea como enemigos, para la
comunicación de hombre a hombre.
El origen de la filosofía está, pues, realmente en la admiración, en la duda, en la experiencia de las
situaciones límites, pero, en último término y encerrando en sí todo esto, en la voluntad de la comunicación
propiamente tal. Así se muestra desde un principio ya en el hecho de que toda filosofía impulsa a la comunicación,
se expresa, quisiera ser oída, en el hecho de que su esencia es la coparticipación misma y ésta es indisoluble del
ser verdad.
Únicamente en la comunicación se alcanza el fin de la filosofía, en el que está fundado en último término
el sentido de todos los fines: el interiorizarse del ser, la claridad del amor, la plenitud del reposo.

Orígenes de la filosofía.

1. ¿Qué diferencia hay entre comienzo y origen de la filosofía?


2. Completa el siguiente cuadro:

Asombro Filosófico Duda Situaciones Límites

¿Qué es?

¿Qué
consecuencias
trae?

¿Qué preguntas
surgen?
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3. Piensa ejemplos de tu vida donde hayas experimentado estos orígenes de la filosofía, si quieres escríbelos.
4. Da ejemplos de engaños de los sentidos.
5. ¿Qué suelen hacer las personas frente a situaciones límites, en la actualidad? ¿Qué actitud proponía
Epicteto frente a ellas?
6. ¿Qué lugar le da a la comunicación en la actualidad?

Para seguir conociendo qué es la filosofía te proponemos ver el siguiente video: La filosofía de la serie
Mentira la Verdad, del Profesor Darío Sztajnszrajber

https://www.youtube.com/watch?v=HY4fpk3pvOs

Para analizarlo este video pensemos:


1. ¿Qué diferencia a la filosofía de otros tipos de saberes?
2. ¿Para qué sirve la filosofía?
3. Nombra algo “obvio” para nuestra sociedad, que pueda ser cuestionado por la filosofía.

Preguntas Filosóficas

Del mismo modo que en la Antigüedad los hombres y mujeres se asombraban y preguntaban por el
universo, nosotr@s, en muchas ocasiones, nos vemos entregados a preguntas que, si bien la ciencia ha contribuido
enormemente a responderlas, nos dejan insatisfech@s. Y aún, si son preguntas ya respondidas, nos es grato seguir
haciéndolas! ¿Quién no se pregunta, por ejemplo:

 ¿Cuál es el significado de la vida?


 ¿Cómo sé lo que sé?
 ¿Cómo sé que los demás sienten lo mismo que yo?
 ¿En qué parte del cuerpo se ubica la mente, el yo interior?
 ¿Cómo puede una palabra significar algo?
 ¿Puedo decidir lo que quiero o las cosas ya están elegidas de antemano?
 ¿Qué es realmente lo bueno y lo malo?
 ¿Por qué somos quiénes somos?

¿Qué otras preguntas te desvelan por las noches, en un paseo por la montaña, en un
autobús parecidas a esta…
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Estas preguntas, nacidas de la curiosidad que nos caracteriza a tod@s tratan de ser respondidas por las diferentes
ramas de la Filosofía. Y de acuerdo a cómo respondemos a estas preguntas nos vamos relacionando con la
realidad, con los otros y con nosotros mismos.
Kovadloff, al hablar del “preguntar”, sugiere que es propio de los filósofos y los niños. Por lo tanto debería estar
más presente en las aulas sobre todo en boca de los estudiantes.

Lectura: ¿QUE SIGNIFICA PREGUNTAR? Santiago Kovadloff Clarín, 16-10-90, pg. 11.

No se nos educa para que aprendamos a preguntar. Se nos educa para que aprendamos a
responder. El mal llamado sentido común suele confundir el saber con lo que ya no encierra problemas y
la verdad con lo invulnerable a la duda.

Es que, usualmente, la pregunta solo vale como mediación que debe conducir, cuanto antes, al
buen puerto de una respuesta cabal. Allí, entre sus sólidas escolleras, se le exige naufragar al desasosiego
sembrado por la pregunta. Como se ve, preguntas y respuestas tienen, entre nosotros, no apenas un valor
convencionalmente complementario sino también íntimamente antagónico. Y en tren de sincerarnos,
habrá que reconocer que nos cautivan mucho más las respuestas que las preguntas.

Ello es fácil de explicar: mientras las primeras siembran inquietud, las segundas, si no reconfortan,
al menos clarifican y ordenan. Pero por lo mismo que están llamadas a apaciguar la incertidumbre, las
respuestas suelen ser más requeridas que encontradas y su aparente profusión, en consecuencia, resulta
más ilusoria que real. Y en un mundo que cree disponer de más respuestas que las que efectivamente
tiene, preguntar se vuelve imperioso para poner al desnudo el hondo grado de simulación y de jactancia
con que se vive. Tan imperioso, diría yo, como peligroso. Exhibir sin atenuantes nuestra indigencia en
términos de saber no suele ser una iniciativa que coseche demasiadas simpatías.

Occidente, no menos contradictorio en esto que en otras cosas, quiso perpetuar la memoria del
hombre que encarnó como nadie la pasión de preguntar y el don de sostenerse con entereza en el riesgo
de lo que preguntar implica. Pero Sócrates fue condenado a muerte por la misma cultura que lo
enalteció. Su recuerdo, por lo tanto, resulta tan estimulante como preventivo. No hay sistema autoritario
que no asiente el despliegue de su intolerancia en la primacía de las respuestas sobre las preguntas: en la
presunción, respaldada a punta de bayoneta, de que el saber (que por lo general se presenta como El
Saber) tiene al sujeto por depositario pasivo y no por intérprete activo. Asimismo, es tan interesante como
descorazonador verificar que, en su mayoría, los políticos tienden a excluir las preguntas del arsenal
retórico en que nutren su elocuencia. Están persuadidos de que les irá mejor si se las ingenian para
responder antes que para preguntar.

Ello supone que las preguntas, explícitas o no, corren por cuenta del electorado insatisfecho, con
lo cual quedan definitivamente asociadas a lo que debe superarse y no a lo que debería ser recuperado.
Decididamente, preguntar no es prestigioso. Puede, sí, resultar circunstancialmente tolerable, sobre todo
en boca de los niños. En especial entre los tres y los diez años, los chicos suelen hacerse cargo de
cuestiones cuya densidad poética y filosófica rebasa con holgura eso que, un tanto precipitadamente,
llamamos nuestra madurez. Así es como, en su mayoría, quienes divulgan en reuniones sociales las
"ocurrencias" de sus hijos, tienden a etiquetar como ingenioso a lo inquietante, como divertido a lo grave,
como insólito a lo bello o como expresión de inocencia a lo que traduce el más radical de los
cuestionamientos. Los niños preguntan en serio.
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¿Qué significa eso? Significa que, al igual que contadísimos adultos, se atreven a quedar a la
intemperie, a soportar los enigmas impuestos por una realidad que, rompiendo su cascarón de docilidad
aparente, se planta ante ellos revulsiva, irreductible, misteriosa y desafiante. Los niños no preguntan
porque no sepan. Preguntan porque el saber aparente, ese velo anestesiante que años después habrá de
envolverlos, aún no ha logrado insensibilizarlos. Es que los niños están constituidos por un tejido espiritual
que mientras rige no es permeable a la función soporífera que se adjudica al conocimiento con el nombre
de educación. Los niños están aún más acá del saber. Lo demuestran al hacerse cargo, personalmente,
de la responsabilidad de preguntar.

Y aquí arribamos adonde más importa. ¿Quién pregunta de verdad? ¿Acaso aquél que ignora lo
que otros, supuestamente, saben? ¿Pregunta, quizá, quien no cuenta con las respuestas de las que otros,
más afortunados, dispondrían? No lo creo. Preguntar no es carecer de información existente. Nada
pregunta quien supone constituida la respuesta que él busca. Si la pregunta va en pos de una respuesta
preexistente, será hija de la ignorancia y no de la sabiduría. Las auténticas preguntas, tan inusuales como
decisivas, son aquellas que se desvelan por dar vida a lo que todavía no la tiene, aquellas que aspiran a
aferrar lo que por el momento es inasible; aquellas que se consumen por constituir el conocimiento en
lugar de adquirirlo de hecho.

Sí, preguntar es atreverse a saber lo que todavía no se sabe, lo que todavía nadie sabe. Preguntar
es animarse a cargar con la soledad creadora de aquel viajero que inmortalizó Machado: "Caminante no
hay camino, se hace camino al andar". Es que las preguntas serán siempre empecinadamente personales
o no serán auténticas preguntas. Preguntar no es andar por ahí formulando interrogantes sino sumergirse
de cuerpo entero en una experiencia vertiginosa. Las preguntas, si lo son, comprenden la identidad de
quien las plantea incluso cuando no resulten, en sentido estricto, preguntas autobiográficas.

Precisamente, debido a ese férreo carácter personal e intransferible de la pregunta, es decir, en


virtud de su sello de instancia indelegable, la respuesta requerida no puede estar construida con
antelación a ese preguntar. Sócrates no dispone de las respuestas que buscan sus interlocutores. No
puede disponer de ellas si de verdad pregunta. Ellas sólo han de ser creación de quien se anime a
forjarlas. Cada cual debe responder a su manera así como no puede sino preguntar a su manera.

En el auténtico preguntar zozobra la certeza, el mundo pierde pie, su orden se tambalea y la


intensidad de lo polémico y conflictivo vuelve a cobrar preponderancia sobre la armonía de toda síntesis
alcanzada y el manso equilibrio de lo ya configurado (…)

Lee atentamente el texto y responde:


1. ¿Por qué son más atrayentes las respuestas que las preguntas?
2. Recuerda alguna práctica educativa donde te incentivaron a preguntar. Descríbela.
3. ¿Por qué los sistemas totalitarios prefieren las respuestas y no las preguntas?
4. ¿Por qué los niños preguntan más que los adultos?
5. ¿Qué características tienen las preguntas verdaderas, según el autor? Da un ejemplo de ellas.
6. Escribe una reflexión personal a partir de este texto, sobre el preguntar en la educación.
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Filosofía, saber vulgar, ciencia e ideología

Tod@s practicamos la filosofía, en mayor o menor grado, con más o menos profundidad o regularidad.
Pero dicho esto corremos el riesgo de confundirla con el saber vulgar, es decir, el tipo de saber que todos tenemos.

El saber vulgar (conocimiento cotidiano) o sentido común es el que nos permite movernos en la vida
cotidiana, dónde tomar un colectivo, dónde comprar un libro, cómo atarnos los zapatos, cómo hablar por celular.
Es decir, es todo ese conjunto de saberes que no hemos adquirido de manera sistemática, ni profesional, sino que
tenemos por el solo hecho de vivir en una determinada sociedad y por la necesidad de subsistir en ella. Por lo
tanto se aprende de forma espontánea, en la misma convivencia con las demás personas. Por lo tanto ese saber
cotidiano varía de una sociedad a otra, el africano de Uganda tiene conocimientos básicos que nosotros no
tenemos, y nosotros tenemos conocimientos propios de una persona que vive en una ciudad, en Argentina.

El saber vulgar se diferencia del saber crítico que incluye a la filosofía y la ciencia, porque comparten
algunas características, como las siguientes:

- Saber Racional: La Filosofía y la ciencia se aleja también de lo que serían explicaciones míticas que
recurren a la fantasía o la imaginación, porque el saber crítico utiliza la razón y la experiencia, para probar
sus conocimientos.
- Saber Crítico: Para hacer filosofía o ciencia se necesita esfuerzo, decisión para separarse del saber vulgar,
o de ideologías sociales, y cuestionarlas, criticarlas. “Criticar”, viene del verbo griego krinein: discernir,
separar, distinguir, para luego valorar en forma positiva o negativa.
- Saber Metódico: el conocimiento crítico, se obtiene a través de procedimientos, pasos que siguen un
conjunto de reglas, es decir un método que indica la manera legítima de lograr estos saberes.
- Saber Fundamentado: cada afirmación debe ser demostrada, en su verdad, es decir se deben dar razones,
pruebas, argumentos de lo que se afirma.
- Saber Sistemático: los conocimientos se conectan entre sí de un modo ordenado, según relaciones
lógicas. Por lo tanto dentro de las ciencias y de los sistemas de filosofía, no deberían existir
contradicciones.
Características de la Filosofía
- Saber Radical: A diferencia de las ciencias, la filosofía busca los fundamentos últimos de la
realidad, de cada cosa. En cambio las ciencias se detienen en un punto, tienen supuestos que no
investigan, y allí dejan de preguntar. “Supuesto”, significa literalmente: lo que está puesto debajo de algo,
que es la base sobre la cual se asienta. El científico parte siempre de supuestos que no discute, ni investiga.
Por ejemplo el físico, supone que hay un mundo real, que existe el movimiento y el tiempo, y no se
pregunta qué es el movimiento, o el tiempo en sí mismo. Así también el psicólogo estudia al ser humano,
pero no se pregunta qué es el hombre y la mujer, sino que parte de una idea del ser humano, ya dada por
una filosofía.
- Saber universal: La filosofía tiene una mirada global, integral de los problemas, de los temas que
estudia, por ejemplo al ser humano lo estudia en su totalidad, en cambio las ciencias tienen un objeto
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delimitado, estudian su objeto desde un punto de vista parcial. Por ejemplo la anatomía estudia al ser
humano en su aspecto físico, solamente. Por eso decimos que las ciencias son particulares, saberes
específicos.
- Saber Recurrente: La Filosofía, como no da respuestas definitivas a los problemas que plantea,
vuelve a trabajar sobre los mismos temas: el hombre, el bien y el mal, la muerte, la belleza, etc. A esta
forma de evolucionar la llamamos recurrente, en cambio las ciencias avanzan en forma progresiva, es
decir una vez resuelto un problema, una pregunta, no vuelven a investigarlo, sino que parten de ese
conocimiento para resolver otros interrogantes. Por ejemplo si ya se descubrió la causa de una
enfermedad, no es necesario volver a estudiarla, aunque sirve de punto de partida para otras
investigaciones.
- Anarquía de los sistemas filosóficos. En Filosofía no hay acuerdo entre los filósofos, ni siquiera en
cómo definirla. Los filósofos tienen la libertad de pensar, y por eso no se alinean todos, en la misma
corriente de pensamiento. Entre ellos hay diversidad de teorías y de métodos para abordar los temas. A
este desacuerdo lo llamamos anarquía de los sistemas filosóficos. Lo importante es que fundamenten sus
ideas, con argumentos válidos. En cambio, entre los científicos vemos que logran acuerdos, por lo menos
en un determinado momento de la historia, ya que buscan el consenso de la comunidad científica, y se
trata de acuerdos basados en pruebas empíricas.

LOS MITOS
Prometeo
El mundo griego anterior a la aparición de la filosofía vivía instalado en la
actitud mítica. A través de los mitos y leyendas hombre y mujeres conseguían
dar una explicación a los distintos acontecimientos de sus vidas.

En su obra Lo Sagrado y lo profano, el filósofo e historiador rumano Mircea


Eliade (1907-1986) expresa que: “El mito relata una historia sagrada, es decir
un acontecimiento primordial que tuvo lugar en el comienzo del tiempo, ad
initio. Relatar una historia sagrada equivale a relatar un misterio, pues los
personajes del mito no son seres humanos: son dioses o héroes civilizadores,
y por esta razón sus gestas constituyen misterios: el hombre no los podría conocer si no le hubieran sido revelados.
El mito es, pues, historia de lo acontecido en un tiempo remoto e impreciso, el relato de lo que los dioses o los
seres divinos hicieron al principio del Tiempo. (…) Consiste siempre en el relato de una “creación”: se cuenta cómo
se efectuó algo, cómo comenzó a ser. (...) Todo mito muestra cómo ha venido a la existencia alguna realidad, sea
esta la realidad total, el Cosmos o tan sólo un fragmento de ella: una isla, una especie vegetal, una institución
humana.
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Por otro lado, Ernst Cassirer, (1874-1945), filósofo alemán escribe en su Antropología
filosófica: “No existe fenómeno natural ni de la vida humana que no sea capaz de una
interpretación mítica (…) El mito en su verdadero sentido y esencia, no es teórico;
desafía nuestras categorías fundamentales del pensamiento. Su lógica, si tiene alguna
es inconmensurable con todas nuestras concepciones de la verdad empírica o
científica (…) El mito combina un elemento teórico y un elemento de creación artística.
Lo primero que nos llama la atención es su estrecho parentesco con la poesía (…) Pero
a pesar de esta conexión genética, no podemos menos de reconocer la diferencia
específica que existe entre el mito y el arte. Una clave la encontramos en la afirmación
de Kant de que la contemplación estética es por completo indiferente a la existencia o inexistencia de su objeto,
pero, precisamente semejante indiferencia es por entero ajena a la imaginación mítica; en ella va incluido siempre
un acto de creencia. Sin la creencia en la realidad de su objeto el mito perdería su base. A este respecto parece
posible y hasta indispensable, comparar el pensamiento mítico con el científico. Cierto que no siguen las mismas
vías pero parecen preocuparse de la misma cosa: la realidad (…)
El mito nos ofrece un rostro doble. Por una parte nos muestra una estructura conceptual, y por otra una
estructura perceptual. No es una mera masa de ideas confusas y sin organización; depende de un modo definido
de percepción. Si el mito no percibiese el mundo de un modo diferente no podría juzgarlo o interpretarlo en su
manera específica (…) El mundo mítico se halla, como si dijéramos, en un estado más fluido y fluctuante que
nuestro mundo teórico de cosas y propiedades, de sustancias y accidentes. Para captar esta diferencia podríamos
decir que lo que describe el mito no son caracteres objetivos. La naturaleza en su sentido empírico o científico
puede ser definida como “la existencia de las cosas en cuanto está determinada por leyes universales”. Semejante
“naturaleza” no existe para el mito; su mundo es dramático, de acciones, de fuerzas, de poderes en pugna. En
todo fenómeno de la naturaleza no ve más que la colisión de estos poderes. La percepción mítica se halla
impregnada siempre de estas cualidades emotivas, lo que se ve o se siente se halla rodeado de una atmósfera
especial, de alegría o de pena, de angustia, exaltación o postración.”

Tipos de mitos

 Cosmogónicos: intentan explicar la creación del mundo;


 Teogónicos: cuanto se refiere al origen de los dioses;
 Antropogónicos: relativos a la aparición del hombre;
 Etiológicos: tratan de explicar el por qué de determinadas instituciones políticas, sociales o religiosas;
 Escatológicos: se centran en imaginar la vida de ultratumba o el fin del mundo;
 Morales: que suelen referirse a la lucha entre principios morales opuestos (bien-mal, ángeles-demonios).

¿Sabés algún mito leyenda (leyendas urbanas), superstición, actual?

TENSIÓN ENTRE MITO Y LOGOS (RAZÓN)

Suele decirse que con la aparición de las primeras teorías de los filósofos de la naturaleza, que veremos
después, se da un "paso del mito al logos", entendido como una superación del mito, por parte de la razón. Si bien
puede concederse que hubo un cambio de concepción en la nueva forma de explicación de los Presocráticos,
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también es cierto que la filosofía y las ciencias no supusieron la eliminación del mito, puesto que convivieron
durante mucho tiempo. La filosofía estuvo reducida a un grupo de personas "selectas" a la vez que el mito siguió
jugando su función social en la mayoría de la población.
Por otro lado, las primeras formas de explicación filosófica mantuvieron muchas de las características
propias del mito. Esto es, hasta cierto punto, lógico; los cambios suelen ser graduales, aunque muchas veces, por
querer mostrar las novedades, las acentuamos más que a los elementos que se conservan.
Pero ¿qué factores generaron la aparición de la filosofía? Una de las causas de la aparición de la filosofía
fueron los propios límites o insuficiencias del mito. Por ese motivo, los primeros filósofos griegos se ocuparon de
criticarlo. Probablemente, uno de los aspectos más débiles del mito, desde una perspectiva práctica, era su
concepción arbitraria, caótica e irregular de los acontecimientos. Con una visión así del mundo no se pueden
predecir o prever los acontecimientos pues quedan librados al azar o a la providencia divina. Para solventar esta
situación, se solía acudir a los oráculos y pitonisas a fin de poder predecir qué es lo que iba a ocurrir en el futuro.
Por otro lado, los dioses mitológicos se asemejaban a los seres humanos. Esto hizo pensar que quizás los
mitos eran imaginaciones humanas. Empezaron a cuestionarse tanto las explicaciones que daban los mitos como
las pautas de conducta que ofrecían. Aunque los primeros filósofos siguieron manteniendo un carácter "espiritual"
o "casi divino" de la naturaleza, sin embargo, le otorgaron características más abstractas y menos humanas. Por
todo esto podemos decir que la filosofía va naciendo con el paso del mito al logos (pensamiento racional)

→ MITO-------IMAGINACIÓN-----ARBITRARIEDAD----CAOS

→ LOGOS-----RAZÓN---------------NECESIDAD----------COSMOS

FILOSOFÍA E IDEOLOGÍA

La filosofía se caracteriza por ser un sistema de ideas o un modo de organizar los pensamientos pero no
hay que confundirla con una ideología. Una ideología es, precisamente, un sistema de ideas, una forma de ver
el mundo y de explicarlo, pero desde una perspectiva unilateral, es decir desde una determinada religión, clase
social, postura económica, algunos ejemplos son el liberalismo, el consumismo, la ideología renacentista, la
ideología nazi, etc.

La diferencia con la filosofía es que ésta, se abre a nuevos cuestionamientos, está dispuesta a revisar esas
ideas con que conforma sus sistemas. En cambio generalmente, las ideologías son cerradas y dogmáticas, un
dogma (según su etimología, es una verdad fija, que no cambia); lo dogmático implica la rigidez del pensamiento
y el cierre a un intercambio con diferentes formas de pensar. Como consecuencia de esta cerrazón, las ideologías
son impuestas a los demás, por medio de la fuerza ya sea física: con persecuciones hacia los que no piensan igual,
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llegando a generar guerras y matanzas, recordemos los gobiernos militares de Argentina, o las “guerras santas”,
que pretenden salvar a la humanidad, al imponer la “única verdad”. Lo más común es que las ideologías se
impongan con una violencia simbólica, a través de la persuasión, la propaganda como lo hacen los medios de
comunicación, etc.

Sin embargo, los filósofos no pueden pretender estar excluidos de toda ideología, no es posible mirar el
mundo con absoluta objetividad y sin ninguna influencia histórica, personal, social. Lo que queremos decir es
que en toda época, en todo lugar, en todo espacio social, existen valores y discursos que se consideran más
valiosos y que nos resultan más apropiados que otros. Y esos valores y discursos son, en cierta forma, nuestra
manera de ver el mundo y de explicarlo, es decir, nuestra ideología, más o menos consciente. Esto es, inevitable.
En todo caso, lo determinante en el caso de la filosofía es, más que tener una mirada objetiva de la realidad de su
tiempo –lo cual es imposible-, esforzarse por no abandonar el cuestionamiento de esa realidad y por no ceder
conscientemente al dogmatismo.

Ramas de la filosofía
Las ramas y los problemas que componen la filosofía han variado mucho a través de los siglos. Por ejemplo, en
sus orígenes, la Filosofía abarcaba el estudio de los cielos que hoy llamamos Astronomía, así como los problemas
que ahora pertenecen a la Física, pero luego esas ciencias se separaron de la Filosofía al dedicarse a su objeto
propio, y con un método empírico. A continuación se presentan algunas de las ramas centrales de la filosofía en
el presente:
 Metafísica: La etimología de “Metafísica”, significa lo que está “más allá de lo físico”, por lo que esta se ocupa de
investigar la naturaleza, estructura y principios fundamentales de la realidad en general. Esto incluye la
clarificación e investigación de algunas de las nociones fundamentales con las que entendemos el mundo,
incluyendo: ser, entidad, existencia, esencia, objeto, propiedad, relación, causalidad, tiempo y espacio.
 Gnoseología: Estudia el origen, la naturaleza y los límites del conocimiento humano en general, los tipos de
conocimiento. El problema de la verdad y los criterios para establecerla.
 Epistemología: Es el estudio del conocimiento científico, también denominada filosofía de la ciencia. Muchas
ciencias particulares tienen además su propia filosofía, como por ejemplo, la filosofía de la historia, la filosofía de
la matemática, la filosofía de la física, etcétera. Se interesa por las condiciones que hacen que las ciencias sean
ciencias, también analiza la validez de sus métodos y cómo una determinada visión científica trae consecuencias
sociales, políticas, religiosas, etc.
 Lógica: La lógica estudia las reglas que deben respetar nuestros razonamientos, para ser correctos. Mientras la
Psicología se interesa por los contenidos de nuestra conciencia, la lógica lo hace por la forma, la estructura de
nuestros razonamientos.
 Ética: Abarca el estudio de la moral, la virtud, el deber, la felicidad y el buen vivir. Es decir los criterios que permiten
distinguir una acción buena, de una mala.
 Estética: (Aisthesis significa sensación’, ‘sensibilidad’, en griego) Es la rama de la filosofía que estudia la esencia y
la percepción de la belleza, de lo que causa placer y gusto. También estudia, por eso el arte.
 Filosofía política: La filosofía política es el estudio acerca de cómo debería ser la relación entre los individuos y la
sociedad, el estudio de los gobiernos, las leyes, los derechos, el poder y las demás instituciones y prácticas
políticas. Estudia el origen, valor y esencia del Estado.
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 Filosofía del lenguaje: Es el estudio del lenguaje en sus aspectos más generales y fundamentales, como la
naturaleza del significado, de la referencia, y la relación entre el lenguaje, los usuarios del lenguaje y el mundo.
 Antropología Filosófica: (anthropos: hombre) Es el estudio del hombre considerado como totalidad y su lugar
en el universo. Así como la medicina estudia la anatomía del hombre, o la paleontología los restos de otras
generaciones, la antropología se ocupa de la existencia de los seres humanos, del sentido de la vida.

Escribe preguntas que entren en el ámbito de estudio de cada una de estas ramas de la Filosofía.

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