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¿Cuándo nos vamos?

Sara Onarola Ras


—Y no sabemos si estamos o no. Eso ahora. Antes era otra cosa. Porque aunque tampoco
supiéramos nada, creíamos que lo sabíamos. Pero ahora no. Y todo corre deprisa y no
puedo pararme a descansar porque nadie viene ni se va. Y esto es así y te lo digo así
porque es verdad, compañera mía Porque antes subía la cuesta y mis compañeros eran
otros. Pero ahora no. Y por eso ahora mi compañera eres tú, mi muy querida compañera de
bajada. Porque ahora estamos bajando, ¿o no? Así que un día me vi en esa tesitura, que
nada corría y nada venía y todo estaba por venir y yo por ir. Y entonces comenzó todo. No
creas que fue fácil, porque nada era fácil entonces, aunque no sé cuando pasó ese entonces.
Porque creo que era hace mucho, pero igual no. Eso no te lo puedo decir. A veces pienso
que sí, pero otras pienso que no. En esto consiste mi lucidez, ya lo sabes. El caso es que yo
iba por la cuesta arriba como siempre que podía y me armé de valor como tantas otras
veces porque la cuesta estaba bien llena. Y todos subíamos como no podía ser de otra
manera. Y todos íbamos entonces por el mismo camino. Y el camino era el de todos y no
teníamos otra cosa que hacer. Pero el caso es que subiendo subiendo nos encontramos con
los Lanes que ya sabes quienes son. Y es que estaban parados. Estaba allí toda la familia de
los Banes, y además parados, cosa de no creer. Pero era así. El caso es que yo me pregunté
algo, pero entonces no sé qué pasó y como iba sola no podía apartarlos a un lado para pasar
yo. Y les llamaba por sus nombres y les decía que se apartaran, pero los muy farrucos no se
apartaban un canto de uña de su camino, que es el camino de todos. Y los niños tiraban
piedras a todos los que marchábamos por detrás. Y no eran piedras pequeñas sino piedras
grandes. No me explico cómo unos niños tan pequeños pueden cargar unas piedras tan
grandes. Debe de ser por la fuerza. Deben de tener mucha fuerza. El caso es que arrastraban
o llevaban colgados de la espalda unos grandes sacos cargados de carbón que iban a
utilizar, según decían, para enterrar a alguien. Nunca he oído que se emplee carbón para
enterrar a nadie, pero no hice preguntas. Y subían la cuesta y yo me volvía de vez en
cuando para ver por dónde iban y me preguntaba también para qué querrían tanto carbón.
Así que les pregunté que para qué querían el carbón, pero no me lo quisieron decir.
Entonces me cansé y me marché para casa. Está mal abandonar la cuesta a estas alturas del
camino, le dije a tu hermana, creo, pero yo me voy a casa, y cogí y me fui. Pero no quedó
ahí la cosa. El caso es que habían hecho una barricada en mitad de la cuesta. Habían
arrancado unos cuantos árboles y habían construido una empalizada, y nos quedamos todos
como aplastaos porque no podíamos seguir subiendo. Esa es la cosa. Y la gente se puso a
discutir. Que si esto y que si aquello y venga y venga discutir. Y ellos que no discutían
nada pero que no quitaban la empalizada. Y la gente que quería que la quitaran, pero que
los esos, los que fueran, no quitaban nada. Entonces algunos decían que si no quitaban nada
que por qué no lo quitaban ellos mismos que valían tanto como los otros. Pero los primeros
no sé que les contestaban. El caso es que no se ponían de acuerdo y ahí estaba la cosa. Y yo
que tenía prisa por algo, porque no sé que teníamos que hacer. Y no sé si sería esto o lo
otro, el caso es que vi que pasaba un coche y cogí y me fui. Y me vi en la calle vacía con
todo lo ancha que era porque todo el mundo debía de estar en la cuesta, pero con el
agravante de que me había perdido. No sé si sabes lo que me molesta perderme. No soporto
perderme. Y eso que me pierdo muy a menudo. Tengo que reconocer que cuando salgo de
casa no me pierdo algunas veces. Pero otras sí. Otras sí, y esta vez fue una de esas veces
que sí que me perdí cuando salía de casa o cuando volvía, no me acuerdo. El caso es que da
lo mismo que saliera o que entrara porque lo importante es que me perdí, como ya he dicho
que suele sucederme cuando entro o cuando salgo. ¿Han abierto ya la ventana? Creía que
era de noche pero resulta que es de día. Y anduve y anduve por la calle vacía y no pasaba ni
un coche. No pasaba ni una ambulancia, fíjate bien. Yo creía que sabía dónde estaba y
quería regresar a mi casa. Pero la calle era muy larga y no pasaban autobuses y entonces,
como siempre que me pierdo, decidí ir por el camino corto, cuando desde siempre he
comprobado una y otra vez que el camino corto resulta ser el camino largo. Pero no me
enmiendo. Siempre hago lo mismo, siempre cometo el mismo error. El caso es que cogí el
camino que me iba a perder. Fíjate qué más me iba a dar tardar un poco más o un poco
menos en llegar a casa. Pero me descuidé un momento y me fui por el otro camino, el
camino más corto pero al mismo tiempo el camino más incierto. Y eso es lo que hice. Hay
gente que siempre sabe por dónde va; a diferencia de mí misma que no sé nunca por dónde
voy. Hay gente que no se pierde nunca; a diferencia de mí misma que me pierdo casi
siempre. Pero es que a mí me falla el sentido de la orientación, al contrario que a la gente, a
la que no le debe de fallar nada. Así que iba andando y contra todo pronóstico me encontré
con un cartujo o con alguien que llevaba un hábito de cartujo o así, eso en el caso de que
los cartujos lleven hábito, porque si no lo llevan entonces no sé con quién me encontré. Y
le dije buenos días o buenas tardes o buenas noches, lo que fuera en ese momento, pero no
me contestó. Y a mí eso no me dio buena espina. No obstante, tampoco me preocupé
demasiado. Y le fui a preguntar algo pero no sabía qué preguntarle. Le tendría que haber
preguntado cómo se iba a mi casa y aunque lo pensé, no sabía cómo preguntárselo. No es
fácil preguntar cosas como esas. El caso es que le iba a preguntar eso pero no se lo
pregunté y fue por eso que no me contestó nada, tal y como yo había previsto. Así es que
continué mi camino o el tío ese se desvaneció, ya que la calle continuaba siendo la misma o
no. Pero aunque el tío ese se había ido, estaba allí.. No sé si eres mi hija o no, pero no me
importa. El caso es que estaba, estaba, pero no le veía. Eso puedes creértelo. Si me crees
mejor para ti, entonces podrás entenderlo todo. Y si no me crees pues entonces nada, más
vale que me calle y que haga otra cosa, que cosas hay que hacer muchas y ésta que hago
ahora no es la menos importante. Pero de todas formas, no sé qué te estaba diciendo, todo
pasó como tenía que pasar, ¿no crees tú? Yo estaba con la mosca detrás de la oreja porque
siempre me han dado muy mala espina esos señores, aunque eso sí, no sé por qué. Pero yo,
pese a todo seguí mi camino, pese a no saber en ese momento cuál era exactamente mi
camino, ya que había cogido un atajo y los atajos siempre me llevan a un camino
desconocido del que puedo salir, y del que de hecho siempre salgo, aunque no con buen
pie. Esto quiere decir, que de repente, cuando cojo un atajo para acortar el camino y por lo
tanto me desvío de mi camino, llego siempre a otro lugar. Me dirás que hablo por hablar.
Pues bien, es posible que sí o que no. En realidad, no sé muy bien qué hago ni lo que estoy
haciendo puesto que no he comido. Me dices que sí, que sí he comido, pero ya me dirás tú
qué es lo que he comido. Yo no me acuerdo de nada. ¿No es la hora de comer? No sé
cuándo nos iremos a dormir, pero antes tendrías que salir a hacer la cena. Y me dices que
no es la hora de cenar porque ya hace dos horas que hemos comido. Y que en el Hospital
nos sirven la comida, porque estamos en el Hospital. Y es que yo no sabía que
estuviéramos en ningún hospital. Es más, suponía, como supongo siempre, que estábamos
en casa. Así que, de momento, no estamos en casa porque estamos en el hospital. No
obstante, yo creía que estábamos en casa, aunque resulte que no. Pues como te decía, hace
tiempo que no sé lo que me pasa ni por qué estoy aquí o allí. Porque siempre estoy en uno o
en otro lado. Esto es así. Y me parece muy extraño por eso. ¿Por qué tendré que estar? Y
esto es lo que me da vueltas por la cabeza una y otra vez. Una y otra vez. Siempre que
estoy haciendo algo me viene la misma matraca, no me la puedo quitar de la cabeza. Y se
me ocurren unas cosas que no me puedo quitar de la cabeza. Ahora no me acuerdo de esas
cosas, pero vienen y me llaman y me llevan y me traen y me cogen y me sueltan y yo no
soy yo. Y son esas cosas las que me hacen pensar, porque si no fuera por esas cosas yo no
pensaría y entonces estaría bien, pero bien del todo. No como ahora. Aunque yo siempre he
estado bien. Incluso ahora estoy bien. Nunca he estado mejor que ahora. Pero estas cosas
son como son y basta que te descuides un poco para que arrimen el agua a su molino. Me
dirás que estoy perdida, pero yo creo que no porque sé lo que me digo, nunca en mi vida he
sabido mejor lo que me decía. Ahora me lo digo todo mejor que nunca, aunque luego se me
olvida. Y por eso lo tengo que volver a pensar. Todo el tiempo lo tengo que volver a
pensar. Todos los segundos los tengo que volver a pensar. Y es que los segundos se van,
pero se van con todo, con todo lo que tienen los segundos. Un segundo en sí me dirás que
no tiene nada, pero yo te digo que sí, que un segundo lleva su segundo de cosa y si se va el
segundo con su cosa, me dirás lo que te queda. Así que he perdido todos los segundos. Ni
más ni menos. En cuanto echo la vista atrás a la caja de los segundos, en la caja no queda
nada. Y esto es un drama, aunque no sé por qué. Por eso a veces me parece que no puedo
hablar o que puedo hablar poco y mal. Y es que ya no queda nada. Igual es que ya no queda
nada y todo se reduce a eso, a nada, a que ya no hay nada y por eso nos hemos quedado sin
nada y todos tenemos las manos vacías. Es una pena. Así que yo prefiero tener las manos
llenas de cosas que se me van a caer. Incluso prefiero tirar las cosas de mis manos llenas
aunque eso suponga vaciarlas de nuevo y eso sí que no. Así que ahora cuando coja cosas no
las tiraré por la borda o de las manos y me las guardaré en las manos o en los bolsillos. Eso
si encuentro algo, o si no lo pierdo. Porque las cosas llegan, siempre llegan, llegan
continuamente, pero las cosas se van, se van siempre, se van continuamente. Igual que
llegan se van y no sabemos qué hacer con ellas cuando llegan y a lo mejor por eso se van.
Por eso suspiro. Ahora es cuando querría dar la vuelta atrás y volver. Volver otra vez o de
nuevo para hacer quizá lo mismo. Pero eso es lo de menos. Lo de más es volver. ¿Pero
quién puede volver? ¿Eso quién lo sabe? Todo se debe a las ilusiones y por eso queremos
recordar, pero se me ha olvidado todo y por eso estoy aquí. Pero ya no puedo repetir curso,
ese es el problema ¿Cuándo nos vamos? No me digas que no vamos a irnos nunca porque
eso si que no lo voy a admitir. Porque yo no sé lo que piensa el médico que nos tiene que
mandar para casa. Lo que no entiendo es por qué no tenemos que ir al médico, por qué me
dices que no tenemos que ir al médico, si es el médico el que tiene la solución de todo. Y
desde luego no me creo lo que dices tú de que el médico viene por aquí todas las mañanas,
porque yo al médico no lo he visto nunca. No sé si será verdad, pues, lo que tú dices: si es
verdad que no estamos en casa y estamos en el Hospital. Porque yo pensaba que estábamos
en casa, aunque si tú dices que estamos en el Hospital yo me lo creeré, como me lo creo
todo lo que me dices. Así que entonces ya lo entiendo. Ahora ya lo sé todo. Yo pensaba una
cosa pero resulta que era otra. Así que me fui de allí porque tenía prisa. No había
almorzado y quería comer. Quería irme a mi casa aunque estaba lejos de mi casa. Así que
decidí que me iba y para eso cogí el camino que más me convenía. En el metro olía a sudor,
aunque ahora eso importa poco. El caso es que pasó todo. El vagón olía, y entonces pasó
todo, es decir, lo que tenía que pasar. Y no me preguntes qué era eso que pasó porque eso
lo sabe todo el mundo, no te hagas la ignorante ahora. Deberías ser más educada y seguir
atentamente mi relato porque tengo cosas que decir, no digas que no, no digas que lo que
yo digo no tiene importancia porque la tiene, la tiene y mucha. Pero eso lo sabes tú bien y
no hace falta que yo te lo diga. Con lo cual no sé si fui o no o si me quedé en mi casa, pero
todo apunta a eso. El tren no estaba pero yo subí al tren. Me subí y me quedé allí,
esperando a que partiera. Y la gente empezó a subir y a sentarse igual que yo. Todos
íbamos subidos y estábamos sentados, igual que yo. Y éramos muchos y estábamos todos
sentados. Todos los asientos estaban ocupados. Los asientos del tren. Y pasó el revisor con
su gorra y tocó el pito y entonces el tren se puso en marcha. Y partimos. Y nos fuimos de la
estación a otra parte. Y allí estuvimos todo el tiempo mirando por la ventanilla unos, y
otros hablando, y otros durmiendo y el resto pues lo que hiciera. Pero yo oía hablar: un
hombre y una mujer que se decían cosas, que hablaba uno y el otro contestaba o que
hablaba el otro. Ahora no sé de qué hablaban, pero entonces sí. Ahora se me ha olvidado.
La cosa es así. Yo miraba por la ventanilla, porque me gusta mirar por la ventanilla. Porque
yo siempre que monto en tren miro por la ventanilla por si acaso. ¿No crees? Y entonces
todos miraron por la ventanilla y me dijeron que no mirara. Pero yo miré. Sin hacerles caso,
miré. Miraba todo el rato, pero no se veía nada. No pasaba nadie, ni una hoja que se cayera
de su árbol, nada. Pero yo miré, por si acaso. Y veía todo lo de afuera, las hierbas, las
casas, los postes de la luz, los pájaros, el trigo... Y el estómago me hacía así una cosa de
vacío. Y por eso miraba por la ventanilla, porque el vagón estaba vacío y no quería ver la
soledad del vagón y sus asientos vacíos. Y todos íbamos a algún sitio. Quizá a España. Pero
entonces no lo sabíamos. Todo era difícil. No se veía nada, ni adentro ni afuera. Pero no
había nadie. Tú no sabes lo que era aquello, pero yo sí, y por eso te lo cuento, para que lo
sepas tú también y no te llames a engaño. Nosotros sabemos lo que son las cosas pero
vosotros no. Vosotros no sabéis nada de nada. Creéis que sabéis todo pero no sabéis nada.
Esa es la verdad. Sois muy listos pero no sabéis nada. Y os encontráis siempre en un
callejón sin salida. Y estoy harta de vosotros, harta y cansada, cansada de todo, ¿me oyes?
cansada de esperar, cansada de estar aquí, sí, cansada. Siempre he permanecido de pie, al
pie del cañón, y a lo mejor es por eso por lo que estoy cansada y es que a lo mejor debería
sentarme. Nunca me he quedado sentada más tiempo del necesario. Y ahora pienso que
sería mejor que permaneciera en mi asiento y dejara que pasaran las cosas por delante de
mí sin hacerles mucho caso. Posiblemente resultara entonces todo mejor. Dejarlo, dejar
pasar todo, con desapego, como si las cosas no fueran de una y no le pertenecieran, como
en realidad no lo son, porque las cosas no son de una y no le pertenecen a esa una. ¿No le
parece? Las cosas no se sabe de quién son, todas las cosas que pasan por la vida o que
pasan en la vida, todas esas cosas que son muchas cosas, que son demasiadas cosas, más
cosas de las necesarias, más cosas incluso de las que podemos contar. Si nos pusiéramos a
contar cosas no pararíamos. Pasaríamos toda nuestra vida contando una por una las cosas.
Por eso siempre hemos desistido de contar las cosas aunque algunas veces nos obcecamos
en ello. Pero creo que es un error. Y que es mejor no contarlas en absoluto y dejar que
pasen como si no fueran con nosotros, como si las cosas y nosotros no tuviéramos nada
que hacer juntos. Los acontecimientos de la vida hay que dejarlos pasar y que se vayan.
Pero siempre van dando vueltas y van y vienen y siempre pasan por delante una y otra vez
aunque luego siempre se olviden o se marchen y luego aparezcan trasmutados y disfrazados
de vete tú a saber qué. Pero entonces yo ya no estoy porque no sé dónde me he ido. Eso
siempre me pasa cuando las cosas dan vueltas, que las cosas pasan por delante de mí hasta
que llega un momento en que no estoy delante de las cosas aunque las cosas sigan pasando
y pasando y pasando a veces a una velocidad vertiginosa. Y no estoy dando vueltas sobre
mí misma, no vayas a pensar mal, no me gusta marearme y perder el norte. Sólo que yo no
estoy. Si estoy afuera o adentro no estoy en condiciones de decírtelo, porque en realidad no
se dónde estoy. Y eso no quiere decir que esté en un lugar desconocido o en un otro lugar.
No, simplemente quiero decir que no estoy, aunque no sepa bien qué es no estoy, como
estoy segura de que no lo sabe nadie. Pero es así. Y si no me crees peor para ti. Si no sabes
lo que es no estar, entonces si que andas mal. Porque es mejor que uno lo sepa todo, incluso
lo que parece malo o lo que parece indiferente. Yo soy de la opinión que cuanto más se
sepa mejor, aunque a veces o la mayoría de las veces saber más no sirva para nada o
incluso sirva para peor. Porque a veces o la mayoría de las veces o las más de las veces
saber más, y peor mucho más, es una clara desventaja, y en vez de servirnos para algo nos
sirve para arruinarnos. Pero aun así yo pienso que es mejor saber más, aunque cada vez me
decanto más por saber menos. Y cada vez me inclino más por esta opinión. Por eso no sé
por qué nos esforzamos tanto si no hay nada por lo que esforzarse. Y todo sería más fácil si
nos dejáramos llevar a merced de la corriente en vez de empeñarnos en navegar una y otra
vez siempre contra corriente. Todos navegando contracorriente, sin descansar, sin dejar
nunca la lucha, todos no unidos en una lucha sin cuartel contra el destino. No luches contra
él, no seas idiota. Haz oídos sordos y sigue tu camino, el que tengas que seguir, no importa
cuál porque todos tenemos un camino, aunque unas veces lo sigamos y otras no. Así que
sigue tu camino y no abandones tu camino, como yo abandoné mi camino y ahora así me
ves, día y noche buscando el camino sin que encuentre el camino. Todos los días en el
camino, ya desfallecida, pero sin abandonar la búsqueda del camino. Eso nunca. Ahora por
nada ni nadie abandonaría ya mi camino. Aunque se hayan borrado las marcas del camino,
yo seguiré por el camino y daré vueltas y me perderé por seguir mi camino. No te
equivoques, las aves vuelan y no saben adónde se dirigen, pero siempre llegan a su destino.
Y eso es lo que está por ver. Y como te iba diciendo, salimos temprano camino de la playa.
No sé quiénes íbamos, aunque si me esforzara un poco podría decírtelo sin ninguna
dificultad. Ahora bien, no es lo mejor del caso la gente que iba o que venía, porque eran
muchos, o se sumaban al camino muchos. Unos entraban y otros salían del camino. Y no
llegábamos nunca a puerto. Así que al fin llegamos a la playa. Y nos pusimos allí con las
sombrillas y nos sentamos en las toallas y tomamos el sol y nos metimos en el agua del
mar, en fin, lo que se hace siempre en la playa, eso no te lo voy a contar porque imagino
que tú también lo sabrás porque habrás estado en la playa en infinidad de ocasiones. Y todo
el mundo hace lo mismo en la playa y nosotros hacíamos lo que todo el mundo también en
la playa. Así que fuimos a la playa para hacer lo que todo el mundo. Eso no lo sabíamos
cuando partimos para la playa, que íbamos a hacer lo mismo que todos. Pero cuando
llegamos allí, pues el caso es que hicimos eso. Y no nos pareció ni bien ni mal. Nosotros
seguíamos la corriente. A lo mejor porque no sabíamos qué hacer allí porque nunca antes
habíamos estado en la playa o bien porque no se pudiera hacer otra cosa allí. Aunque no
entiendo por qué. El caso es que a lo mejor hicimos bien o hicimos mal. Eso ahora no lo sé.
Pero la cosa fue así. Y ahora me pena el que la cosa fuera de esa manera. Pero lo
importante no es eso. Lo importante es que las cosas fueran o no como fueron. Eso sin
ninguna duda. Porque las cosas son siempre como son y eso no se puede evitar. Ni buena
ni mala. Así que nos sentamos en la playa e hicimos lo que todo el mundo, quizá porque
no sabíamos qué hacer y no nos íbamos a quedar parados allí sin hacer nada. En realidad,
cuando alguien no sabe qué hacer, hace lo que todo el mundo y entonces no se queda ya sin
hacer nada. Esa es la ventaja de hacer lo que todos. Pero por no quedarnos sin hacer nada
en nuestra casa, fuimos a la playa como todo el mundo y allí hicimos también lo que todo
el mundo hace en la playa. En eso no somos diferentes. Pero el caso es ése, que cuando nos
fuimos de la playa nos marchamos y los dejamos allí a todos con sus cosas haciendo
probablemente lo mismo. No nos quedamos a mirar lo que hacían, porque estábamos ya
cansados de mirarlo todo. Así que recogimos las cosas: las sombrillas y las toallas, y nos
fuimos de allí como todo el mundo cuando se va de la playa. En esto tampoco fuimos
diferentes. Y ahora me pena. Me pena, aunque no sepa en realidad por qué. No sé si lo
sabrás tú. Si lo supieras me gustaría que me lo explicaras. Pero como te veo callada, te
presumo tan ignorante como a todos. Eso es lo malo de no saber, que no se sabe nunca
nada. Al menos a mí me pasa, que por no saber no sé nada de nada. Y me dirás tú cuál es la
diferencia. Así que para qué nos vamos a poner a pensar. Pero aun con todo, el pensar no lo
dejamos nunca y pensamos siempre. Sin que hayamos visto nunca resultados con esto,
pensamos siempre. Y supongo que por eso así nos va. No obstante, yo siempre he tenido fe
en los pensamientos, y por supuesto, que lo sigo teniendo y presumo además que siempre
tendré fe en ellos porque se trata de un artículo de fe. Así que por eso no paro de pensar. Ya
lo sabes. Y si alguien te pregunta, se lo puedes decir. Pero yo por si acaso permaneceré
callada y me callaré, piense lo que piense. Así que allí estaré. ¿Cuándo nos vamos? Y no
me lo vuelvas a decir porque me lo sé de sobra, porque te veo venir. Si te crees que me
engañas, vas lista. Y no me vuelvas a repetir lo del médico porque sé que no es verdad, que
aquí no hay ningún médico esperando. Buenos estarían los médicos esperando. Como si no
tuvieran otra cosa que hacer que esperar a que les caiga el muerto. Yo por eso me voy. En
cuanto me harte, cojo, me levanto y me voy. Así que ya lo sabes. Y no hables más, no me
hables más. Hablas tanto que no me dejas hablar. Y además hablas como si yo fuera tonta.
Y sabes que de tonta no tengo un pelo. Así que ya lo sabes. Así que coge la puerta y te vas.
Que estaremos más tranquilas. Y ya está dicho todo. Vámonos ya. No sé qué hacemos aquí
¿Tú tampoco lo sabes? ¿No? ¡Pues vaya! Eso es lo malo de no saber, que no sabemos nada
y así nos corre el pelo que nos corre. Yo por eso estoy callada y no digo nada, porque no sé
nada, porque de un tiempo a esta parte se me olvida todo, todo lo que tenía en la cabeza ya
no está. Mira que han pasado cosas por mi vida, pues bien, ya no queda ninguna. Vete tú a
saber por qué. Pero el caso es ése, que ahora me he quedado sin nada y no tengo nada que
decir. Por eso no sé nunca qué tengo que decir y por eso digo lo que digo en vez de otra
cosa cualquiera. Así que muchas veces me quedo callada, como sonámbula, buscando las
palabras de todo lo que quiero decir. Y entonces las palabras vienen aunque no venga lo
que tengo que decir. Lo que tengo que decir se queda en otro lado. No sé dónde. Porque yo
sé que tenía que decir algo de mi vida. Pero mi vida se ha consumido ya porque de mi vida
ya no queda nada. Creo que mi vida se ha marchado. O al menos yo no la veo. Si mi vida
está aquí, yo no la veo. Y mi vida debería estar delante de mis narices, paseándose todo el
rato por delante de mí, pero mi vida se marchó ya hace tiempo, no queda nada de mi vida,
porque miro atrás y no hay nada, sólo pasan cosas que pasan por pasar y que yo las atrapo
por atrapar y así me quedo con ellas y las retengo y luego se van también como se fue mi
vida verdadera, a otra parte. Todo, lo verdadero y lo falso, se va al mismo sitio. Al final
desaparece. Desaparece con la vida y antes de la vida. Todo, lo verdadero y lo falso, se
mezcla y juntos se van juntos, a lo mejor al mismo sitio o a lo mejor a otro. Yo no puedo
seguir a mis pensamientos. Tampoco he podido seguir a mi vida. Mi vida se me ha ido y yo
me he quedado aquí sin hacer nada, sólo que esperar, que esperar a que vengan a buscarme
para irme también a otro sitio con mis ideas y mis pensamientos y mi vida y mis cosas.
Pero nadie viene a buscarme para poderme marchar al sitio donde está todo lo mío, lo que
me pertenece y sin lo cual estoy completamente perdida. Por eso estoy siempre viajando,
porque tengo que buscar. Y sin embargo, no busco nada. Hace tiempo que ya no busco
nada. No busco tampoco mis cosas perdidas. Debería buscarlas, pero ya me he cansado de
buscar las cosas perdidas para siempre. Lo que se perdió, perdido está. Que nadie lo
busque, porque nadie lo va a encontrar. Lo que se perdió ya no está en ningún sitio,
ninguna mente lo alberga. Vamos a dejar de buscar lo perdido para poder hacer mejor otras
cosas. Porque buscar lo perdido no sirve para nada, porque nunca nadie encuentra lo que ha
perdido. Así que yo no voy a ir a buscar nada. Ya no me queda nada y no voy a ir a buscar
nada. Así me quedaré, sin nada. Ya lo he dicho. Pero las cosas no dejan de venir a mí y yo
las cojo y las manoseo un poco, y en cuanto me canso de ellas se van porque yo no quiero
retener las cosas y las ideas, y por eso las dejo que se vayan lejos de mí a otra parte donde
nunca jamás pueda encontrarlas si alguna vez las busco. Pero no las buscaré. Por eso no sé
qué estoy haciendo aquí, porque en realidad debería estar en otra parte aunque no sepa en
qué parte. Y por eso estoy aquí, aunque no sepa qué es este aquí ni dónde está este aquí. No
quiero decir nada tampoco del ahora, porque del ahora tampoco sabría decir nada Pero
ahora yo estoy tranquila y no pienso en eso y algunas cosas hasta me las sé de memoria
aunque me las haya olvidado. Y siempre que las voy a decir, casi me vienen a la boca, pero
no llegan nunca a la boca, se quedan detrás de la boca y entonces no las digo. Pero allí
están. Por si alguna vez las necesito. No sé lo que son ni lo que dicen pero sé que existen y
que están. No sé si son válidas, pero ahí están. Y algún día me serán de utilidad. En eso,
como en otras cosas, tengo fe. Sé que tengo un remanente de cosas aprendidas de memoria
en la guantera. Y si algún día las necesito, iré a la guantera y las sacaré. Y esto creo yo que
es lo normal. Servirse de las cosas que uno sabe con naturalidad. Eso en el caso en que se
presenten cuando se las necesita. Y si no se presentan, pues entonces nada. Ya estoy
acostumbrada. Todo me falla. Esta es la verdad. No, no me mires con esa cara de tonta. Esa
es la verdad. La sé yo y la sabe todo el mundo, así que no te hagas la tonta del bote.
¿Cuándo nos vamos? No podemos quedarnos aquí ya por mucho tiempo. Vamos a
levantarnos y nos vamos a casa. Aquí ya no tenemos nada que hacer. Si no quieres decirlo
tú, voy yo y se lo digo; pero nos tenemos que ir ahora mismo. Yo no puedo esperar más.
Ven. Ayúdame. Mira cómo tengo razón. Por favor, dímelo, dímelo de una vez. Ya está
bien. No sé qué hacemos aquí. ¿Cuándo nos vamos? No sé si veo o si no. Aunque fuera por
una vez me gustaría saber, saber algo, un poco, algo, lo que sea. Pero yo no sé. Eso lo
dejaron para otros. Los que disfrutarán del saber a sus anchas y lo conocerán todo y lo
sabrán todo a las mil maravillas. Siempre saberlo todo, sin dudar en nada, sin poseer nada,
sin querer nada y sin valer nada. Eso es vida. No tener que dudar una y otra vez. Eso está
bien. Aunque yo ya no dudo. Para qué. Antes dudaba, pero ahora no. Se me pasó la etapa
de la duda. Ahora considero que es mejor no dudar. Por eso no dudo nunca. Y así las cosas
me van mejor. Sin dudar. La duda constante era una lata. Pero ahora la duda pasó a mejor
vida. Y sólo ha quedado la certeza. Desnuda, vacía, hueca, sin su meollo interior. ¡Quién
me iba a decir semejante cosa de la certeza! Pero así es. De esto no cabe ninguna duda.
Una certeza huera y se desploma la duda. Ya no se puede dudar más. Y no dudaré más
porque lo he perdido todo, porque ya no queda nada de lo que dudar, porque lo que había
se ha ido y ahora ya no ha quedado nada. ¿Y de qué podría dudar si ya no queda nada, si
todo se ha ido? Éste es el drama. Y te lo cuento esto a ti mejor que a los demás porque en
este tiempo es mejor hacerlo así y porque posiblemente te sea mejor saberlo a ti y por eso
te lo digo. No hay día que no pase el tiempo. Y el tiempo es de temer. Pero yo ya no le
temo porque ya no me queda tiempo, porque el tiempo, como todo, también se ha ido y el
tiempo ya no está aquí conmigo, ni el presente, ni el añejo pasado, ni el muy bienamado
futuro: ya no lo tengo. Se fue también. Con lo demás. Con el resto. Esto es lo que puedo
decirte del tiempo, que ya no queda. Y me da igual. Porque si ya no quedan cosas, para qué
quiero yo el tiempo. ¿Qué tengo que rellenar con mi tiempo? ¿Qué vacío he de llenar con el
tiempo? No puedo rellenar el vacío que me rodea con el tiempo. Ahora no. Antes lo
rellenaba continuamente. Pero ahora ya no me queda esa escapatoria. El vacío está ahí y en
vez de irme con el vacío, me pongo a hablar una y otra vez, y vete tú a saber por qué, por
qué estaré hablando si ya no tengo nada de que hablar, si esto de mi cháchara es ya hablar
por hablar porque sería mejor ya estar callada y muda para poder abrir los brazos y
marcharme con este misterio que es el vacío que me rodea y al que no quiero ver ni mirar
porque temo lo indecible. En eso consiste subir la cuesta, la cuesta que todos tenemos que
subir. Siempre que subimos la cuesta creemos que las fuerzas se agotan pero luego siempre
tenemos fuerzas para más. Casi siempre tenemos fuerzas para casi todo. ¿Cuándo nos
vamos? Nunca sabrás lo que pasó, nunca. Y con la duda te quedarás. Así que no me lo
preguntes porque no te lo voy a decir. Y no te diré por qué. Y es que estoy harta de
razonarlo todo. Así que ahora hago lo que quiero. Y no te lo diré, no quieras saber por qué,
porque otros tampoco te lo dirán. Y es que nadie lo sabe y nadie lo ha sabido nunca. Por
eso es un misterio. Y no lo sabrá nunca nadie. Y no me preguntes de qué estoy hablando
porque no te lo diré. Porque ya está bien. Porque lo quieres saber todo. Y así no vas a ir a
ninguna parte. Tanto preguntar tanto preguntar y nunca hallarás la respuesta. Eso te pasa
por tonta. Así que si quieres hazme caso. Yo no preguntaría, porque no te va a servir para
nada. Pero tú eres así. Y no creas que tienes razón, porque no es verdad. Es tan triste todo
esto, todo lo que vemos. Y entonces nos fuimos y nos montamos en el barco. Era grande. Y
tenía camarotes. Pero yo fui todo el tiempo en cubierta, para que la brisa del mar soplara en
mi cara y me despejara las ideas, pero no me las despejó. Era de noche y no se veía nada, y
eso que las luces estaban encendidas y se divisaba tenuemente un reflejo oscuro en lo que
debía ser el agua, porque hacía el ruido que dicen, o que hemos oído, que las olas hacen
cuando rompen débilmente en el casco del barco. Y yo me di la vuelta y miré al cielo, pero
tampoco vi nada. Y entonces volví de nuevo a mirar al agua pero tampoco la vi. Sin
embargo sabía que el agua estaba allí por el ruido. Y entonces la cubierta se llenó de gente
que venía de los camarotes. Y la cubierta se llenó. Viajar por mar es viajar sin rumbo y
todos en la cubierta estábamos igual pero todos lo disimulábamos. Y es que todos hablaban
con todos sobre todo. Y yo no me quedaba atrás. Y eso era lo que más me molestaba de la
gente: el parloteo continuo en ese viaje sin rumbo a ningún sitio. Porque nadie parecía
darse cuenta de nada. Y nadie pedía dar marcha atrás y volvían a llenarse las copas y
pasaba el camarero con la bandeja de los canapés. Sin embargo, nadie preguntó adónde se
dirigía el barco y entonces nadie lo sabía. No lo sabía tampoco el capitán, que se paseaba
muy ufano con su uniforme de capitán por la cubierta con su copa de champán en la mano
celebrando no se sabe qué, es decir, el viaje. Pero todos brindaban con el capitán y
celebraban con él lo del viaje. Yo también brindé con el capitán, no te vayas a creer. Y en
su sonrisa sólo vi desconcierto. Y le pregunté si sabía usar la brújula y me contestó que la
llevaba de escapulario, así que no me debía de preocupar. Yo me arrepentí de haber subido
en ese barco y me pregunté si en otro barco me hubiera ido mejor. Pero ya era tarde de
todas formas porque nunca podría bajarme del barco porque ese barco nunca podría llegar a
puerto. Así que decidí tirarme por la borda. Y aquí estoy. Como te lo digo. No pongas esa
cara de tonta. Pero entonces no pasó ningún otro barco por allí, y todo fue más o menos
como me lo había imaginado. No creas que el tiempo pasa, no, porque el tiempo no pasa. Si
crees que no es así, entonces estás muy equivocada. Ya te darás cuenta cuando te toque a ti.
Porque tú también lo tendrás que entender algún día. Tarde o temprano todos acabamos
entendiendo. Nadie se libra de no entenderlo. Y con lo bueno que es, que dicen, el entender
y el conocer, de este tema nadie quiere entender ni conocer nada. Y a los que lo
entendemos nadie nos hace caso. Ese es nuestro drama. Tantos años pasados en la
ignorancia, como todos los demás, y cuando al fin ya hemos desentrañado el misterio,
nadie nos hace caso. Yo también hacía lo mismo que tú, que no hacía caso, pero ahora lo
veo todo bien y resulta que nadie me hace tampoco caso. Cuando por fin, hemos
conseguido comprender, nadie nos hace caso. Y eso no debería ser así. Porque entonces
para qué sirve la experiencia. Para eso más valdría no acumular experiencia porque luego
resulta que la experiencia no sirve para nada. Así que todo el mundo hace oídos sordos de
la experiencia como si la experiencia fuera inútil o fuera en realidad de poco valor y a los
demás bien que nos ha costado acumular nuestra experiencia y luego por fin, cuando ya
tienes experiencia, te das cuenta de que no puedes utilizarla, y es que la experiencia no está.
Porque la experiencia se ha ido. Y no sé cuándo se fue la experiencia. Pero de eso estoy
segura, de que ya no me queda la experiencia. Y menos mal, porque la experiencia, si la
tuviera, no me serviría de nada, porque a estas alturas para qué quiero yo mi experiencia. Y
justo la experiencia que necesitaría no la tengo. Porque todos necesitamos alguna vez de la
experiencia, pero justamente no tenemos nunca la experiencia apropiada que necesitamos.
Y por eso, harta de acumular experiencia que no sirve, y de necesitar la experiencia que no
tengo, he olvidado mi experiencia. Así que ahora parto de cero, como tanta otra gente. Y ya
no sé qué decir. He dicho mi última palabra. Y entonces enflaquezco y me callo y me
consumo, como no podía ser de otra manera dado el caso. Así que ya lo sabes. Así que
luego llegué allí y pensé en quedarme, pero luego resulta que no me quedé mucho tiempo.
Me aburría la casa, me aburría el hotel o, no sé, me aburría el lugar donde estuviera
entonces. Había cortinas o cortinajes, pero eso no quiere decir nada. Había una mesa y
muchos invitados. Y todos estaban allí invitados a comer, creo. Porque todos estaban
sentados alrededor de la mesa y comían lo que les iban poniendo. Y no decían nada ni
ponían pegas, sólo comían. Y no se decían ni buenos días ni buenas noches ni ninguna otra
cosa. Y yo no sabía qué hacía allí ni por qué había ido. Así que me senté en el suelo a
esperar, ya que quería ver lo que pasaba. Pero pasaba el tiempo y la gente no se levantaba
de la mesa, porque seguían todos allí sentados, con sus tenedores y sus cucharas y
partiéndolo todo con los cuchillos, pero sin hablar. Y yo hacía todo lo posible por no
hacerles caso o por hacer que miraba a otro sitio. Pero no tenía otra cosa mejor que hacer y
los miraba de reojo. Y ellos simulaban no darse cuenta. Así que me levanté de una vez para
ver si dejaban de disimular. Pero ellos seguían con lo del disimulo. Y el caso es que no sé
por qué. Porque podían haberse levantado y preguntarme qué hacía allí. Y entonces yo les
hubiera respondido y les hubiera dicho la verdad, que hacía esto o aquello, lo que fuera, y
ellos se hubieran dado por satisfechos con mi respuesta y yo me habría sentado a la mesa
junto a ellos y hubiera comido de su comida. Así que me acerqué a ellos y miré por encima
de sus cabezas para ver qué tenían en los platos. Y resulta que estaban vacíos.. Así que me
reí a carcajadas. Y ellos que no se dieron por enterados. Entonces pensé que estarían
muertos y cogí y me fui. Y aquí estoy ahora. Pero ahora tampoco sé cómo he venido a
parar hasta aquí. Tú me dirás que he venido en taxi, pero yo no me acuerdo. Y todo se
deslizó y se deshizo. Y sólo quedaba nieve en el parque, no había mesas ni platos ni
cucharas ni hombres o mujeres comiendo de los platos. Y eso fue lo que pasó. No sé si tú lo
recordarás, porque no sé muy bien si estabas o no, pero por la cara que pones, creo que no.
Pero es que eres muy joven para poder entenderlo todo, pero ya te llegará. A ti también. De
esto nadie se libra. Así que todos y nadie se libró de aquello. Y nadie miró para otro lado
porque todos cerraron los ojos. Porque todo estaba para explotar y todos se preparaban para
la explosión, los grandes y los niños, y hasta los sordos. Todos los que conocía estaban con
los oídos tapados y tumbados, para que no les llegara la onda expansiva. El mar rugía con
bravura. Pero nadie se acercaba al mar, porque todo lo malo venía del mar. Yo no sé con
quién estaba en tierra. Pero no me daba ningún consejo. Las bombas estaban cayendo y yo
no sabía qué hacer. La gente decía que había refugios y la gente se iba como podía a los
refugios y se escondía en los refugios y ya no salía de los refugios. Pero yo no me di prisa
como los otros. Y me dije que ya me iría al refugio después, que por el momento quería ver
el fuego y la destrucción provocados por las bombas. Y la plaza se quedó vacía en un
santiamén y las bombas siguieron cayendo. Y yo vi los fuegos artificiales y cómo las casas
caían y se salían de sus cimientos, y cómo los perros aullaban y vagaban por entre las
ruinas y el estrépito, y cómo el río y la noche se desbordaban con tanto humo y tanto llanto.
Entonces pensé que ya era hora de marcharme. Pero no me pude marchar. Y cuando me fui
a levantar, no pude moverme del sitio porque había muchas piedras encima de mí. Y las
piedras me aplastaban y no podía respirar. Así que pensé que todo estaba perdido y no pedí
nada a nadie porque sabía que no había nada que hacer. Y no podía rezar. Había mucho
carbón por los alrededores. En sacos, tirado en el suelo, tapándolo todo. Y sólo se veía
humo. La multitud corría hacia otro lado, pero todo estaba perdido. Y luego llegaba la
gente, llegaba la gente y lo inundaba todo. Y nadie hacía nada. Todos miraban al cielo,
pero nadie se movía. ¿Qué vamos a hacer? Pensaba. Y tenía razón. Nadie puede marcharse.
Nadie puede irse de donde está. Si te quedas quieto, no hay solución. Y no hay nadie que
venga a buscarte. La gente salía como podía. Algunos a codazos; otros a patadas. Y todo el
mundo se quería ir. Yo hacía todo lo que podía. Así que empecé a hacer lo mismo. Pero
ninguno avanzaba. Está mal abandonar la cuesta a estas alturas del camino, pensaba, pero
nadie se bajaba de la burra. ¿Han abierto ya la ventana? No sé qué vamos a hacer. Y
anduve y anduve por la calle vacía, y no pasaba ni un coche, ni un carro de combate, fíjate
bien. Pero ahora todo eso pasó. Sí, eso todo el mundo lo sabe. Ya no queda nada de todo
aquello. ¿Y ahora qué? El tiempo no va a volver y tenemos que salvarnos de todo esto.
Porque al fin y al cabo todo el mundo teme las consecuencias. Y hay que irse pronto a
algún sitio si te quieres salvar. A algún sitio habrá que ir… digo yo… adonde sea, a algún
lugar donde vuelva la vida que dejé y que estaba llena y repleta de cosas. ¿Te acuerdas?
Pero eso era antes. No sé cuándo. Esa vida de antes. La vida que pasaba y pasaba. Y nadie
lo veía. Nadie se daba cuenta. Nadie le prestaba atención a esa vida que tenía de todo, de lo
bueno y de lo malo, unas veces de una cosa y otras pues las otras. Pero ahí estamos. Y no
sé qué hacemos. Nadie sabe lo que hacemos aquí. Nadie. Pero no me voy a engañar más. Y
lo diré bien alto, ¿me oyes? Lo diré bien alto. Que todo se marchó, que todo lo mío se
marchó a un lugar donde no están los recuerdos, eso. Y sólo me quedó una cosa, una cosa,
mi yo. Quedó este yo pero sin mi yo, eso Y es que ya no está lo otro, lo mío de mi vida que
se marchó vete tú a saber adónde. Y ahora solo quedo yo, mi yo sin mi lo otro. Y nada más,
sin nada más. Pero me iré a buscar, lo mío, mis cosas mías, por ahí, a un lugar perdido, a un
lugar allá a lo lejos donde van los que lo saben. Y cuando llegue a ese sitio, allí, ya sabes
dónde, allí donde se oculta todo, después de recorrer todos los caminos y de perderme y de
llegar por fin, entonces me habré encontrado. ¿Cuándo nos vamos?

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