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BASES PSICOSOCIALES DE LA COMUNICACIÓN.

Profesora: Carmen López Sánchez.

TEMA-8: MOTIVACIÓN.

1. Introducción.
2. Bases conceptuales y metodológicas del proceso motivacional.
3. Teorías de la motivación.
3.1. Teorías biológicas.
3.2. Teorías del aprendizaje.
3.3. Teorías cognitivas.
4. Estudios sobre la motivación.
5. Hambre.

Alumno: Francisco Lorenzo Sola.


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TEMA-8: MOTIVACIÓN.

1. Introducción.

El término motivación tiene su origen en la palabra latina


“motus”, que significa movimiento y referido al hombre, agitación del
espíritu y sacudida. En psicología dentro de este concepto se engloban
teorías destinadas a dar una explicación del por qué del comportamiento,
tanto de los animales, como del hombre. Estas teorías son muy dispares
entre sí. Algunas intentan explicar la conducta más primarias, como serían
el hambre y la sed. Sin embargo, es evidente, especialmente si nos
referimos al comportamiento humano, que estas teorías son incompletas y
que existen otros intereses que dirigen la conducta de los seres humanos.

Por otra parte, al igual que el resto de los estudios


psicológicos, los temas referentes a la motivación también se han visto
influenciados por las corrientes teóricas de cada momento. Las teorías que
surgen de los principios del aprendizaje intentan definir la motivación en
términos de las variables existentes entre los estímulos y las respuestas.
El interés de estos investigadores fue explicar la conducta con el máximo
rigor posible, lo que permitiría su predicción y control. Esto sólo es
posible, o bien negando todo tipo de variables mediadoras entre los
estímulos y las respuestas, como hizo Skinner, o bien intentando
operacionalizar estas variables. Dentro de esta última postura hay que
destacar la teoría de Hull.

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Ya más recientemente y coincidiendo con el auge de las


psicologías cognitivas, se ha retomado el interés por los procesos
superiores que rigen la conducta humana, y por tanto, por el estudio de la
motivación. Para la psicología cognitiva la conducta humana debe
explicarse en otros términos que no sean exclusivamente los de los
estímulos y las respuestas, ya que en ella intervienen fundamentalmente
factores como las expectativas y planes que tienen los individuos y el
conocimiento del mundo que les rodea.

2. Bases conceptuales y metodológicas del proceso motivacional.

Cuando se trata de definir el concepto de motivación, nos


encontramos con un número de términos que son muy semejantes. En
primer lugar hay que distinguir entre motivos y necesidades. Las
necesidades son carencias del organismo producto de ciertos estados de
privación. Cuando un organismo ha estado mucho tiempo sin comer, se
crea un estado de activación que tiende a reducir esa necesidad. En este
caso decimos que ese organismo está en un estado de activación
fisiológica. Los motivos son aspectos de carácter ambiental o cognitivo que
dirigen la conducta de los organismos. En este caso se trata de un estado
de activación psicológica.

Por otro lado, al tratar de explicar el por qué de la conducta en


términos científicos, hay dos aspectos que hay que definir. En primer
lugar. hay que descubrir cuáles son las funciones fundamentales que
cumplen los estados motivacionales en cuanto a la determinación de la

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conducta. En segundo lugar, hay que definir cuáles son los motivos
fundamentales que rigen dicha conducta.

Respecto al primer punto, los teóricos han tratado de distinguir


los diferentes componentes de1amotivación, señalando sus funciones
específicas. Pinillos (1975) remarca como componentes fundamentales de
la motivación, los siguientes:

1.- Componentes energéticos, cuya función es la de activar la conducta.

2.- Componentes direccionales que cumplirían la función de regular y

orientar la actividad hacia una meta concreta.

3. Componentes mixtos, que incluyen los anteriores y dirigen tanto la


intensidad como la dirección hacia una meta concreta.

Estas funciones o componentes de la motivación se pueden


definir a través de variables, que según las distintas teorías vendrán
especificadas de manera diferente. Por ejemplo, mientras que para Hull
(1952), la función activadora de la conducta se define por la variable
energética del incentivo. Para McClelIand (1965), .la función activadora
vendría definida por una activación afectiva.

Respecto al segundo punto, definir cuáles son los motivos


fundamenta- les que rigen la conducta, es importante señalar que al igual
que las funciones de la motivación, las diferentes clases de motivos

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propuestos dependen de los postulados teóricos del investigador. En el


siguiente apartado se exponen las principales clases de motivos.

En cuando aprendemos a hablar, empezamos a preguntar


¿porqué? Aparte de preguntarnos por qué el mundo es como es, lo que
constituye un elemento de curiosidad que incita a los científicos, artistas,
exploradores, etc.. a llevar a cabo sus mejores trabajos, la mayoría de
nosotros pasamos mucho tiempo pensando por qué tanto nosotros como
los demás nos comportamos de una manera u otra. Por ejemplo, ¿por qué
ha comido una segunda tostada esta mañana, si acababa de decidir que
quería perder kilos?, o ¿por qué su compañero de habitación se pasó
tantas horas haciendo su último trabajo, si era una asignatura que sólo
daba un crédito?, y tantos ejemplos más.

Cuando formula preguntas de este tipo, se está interesando por


la motivación, la fuerza que activa el comportamiento, que lo dirige y que
subyace a toda tendencia por la supervivencia. Esta definición de
motivación reconoce que para alcanzar una meta las personas deben tener
suficiente activación y energía, un objetivo claro, y la capacidad y
disposición de emplear su energía durante un período de tiempo lo
suficientemente largo como para poder alcanzar esa meta.

Los estudiosos de la motivación han descubierto la importancia


de tres tipos de factores. Los componentes biológicos, los aprendidos, y
los cognitivos se mezclan en la motivación de la mayor parte de las
conductas. La manera de comer, por ejemplo, está determinada por la
combinación de las sensaciones corporales del hambre, causadas por la
necesidad de alimento (biológico), nuestra preferencia por un bistec más

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que por las hormigas fritas (aprendido), y nuestro conocimiento de los


elementos nutritivos de distintos tipos de alimentos, lo que nos lleva a
elegir la leche en lugar de la gaseosa. Al preguntar por qué la gente se
comporta de una determinada manera, tendremos que considerar estos
componentes.

Un elemento primordial en la motivación es la manera de sentir


nuestras emociones, reacciones subjetivas al ambiente que van
acompañadas de respuestas neuronales y hormonales, generalmente
experimentadas como agradables o desagradables y consideradas
reacciones adaptativas que afectan nuestra manera de pensar. Usted se
comporta de manera completamente diferente con una persona que quiere
que con alguien a quien odia, y reacciona asimismo de distintas manera
ante los acontecimientos, cuando se siente alegre que cuando se
encuentra triste o enojado. ¿Cómo se relacionan, pues, nuestras
emociones con la teoría de los tres componentes de la motivación? Como
veremos al estudiar la investigación de las emociones, éstas también
poseen componentes biológicos, aprendidos y cognitivos.

3. Teorías de la motivación.

Las teorías de la motivación se agrupan en tres categorías.


Algunas subrayan la base biológica de la motivación, otras acentúan la
importancia del aprendizaje y otras se concentran en el papel de los
factores cognitivos.

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3.1. Teorías biológicas.

Una de las teorías más antiguas de este grupo es la que


atribuye la conducta humana a la herencia de los instintos, que
actualmente definimos como pautas relativamente complejas de
comportamiento que no han sido aprendidas, como en los pájaros el
instinto de construir el nido y el de buscar comida en las hormigas. Sin
embargo, estos teóricos consideraron “instintos” rasgos como la
curiosidad, el gregarismo, o la adquisición, pero no lograron determinar un
número limitado de instintos para poder explicar la conducta humana.
Además, la teoría de los instintos no podía explicar las diferencias
individuales. Estas razones, así como el creciente conocimiento de parte
de los psicólogos sobre la importancia que el aprendizaje y el pensamiento
desempeñan en el comportamiento humano, les llevó a abandonar le
teoría de los instintos.

La teoría de los impulsos, tal y como fue desarrollada por Hull


(1943), intentó superar estas deficiencias. Hull acentuó la importancia de
los impulsos biológicos, estados de tensión interna, que impelen a los
animales y a las personas a la acción. A diferencia de los instintos, que se
supone que no sólo impulsan sino que también dirigen la conducta, los
impulsos proveen sólo de la energía que predispone a la acción. Lo hacen
produciendo un estado de tensión que la persona o animal desea
modificar. La reducción de este impulso representa el refuerzo suficiente
para que se produzca el aprendizaje. Así, si un perro es acuciado por al
hambre y por casualidad encuentra comida entre la basura, aprenderá a
buscar en ésta cada vez que tenga hambre.

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Aunque la teoría del impulso ha perdido interés, en parte por no


tener en consideración los nuevos conocimientos sobre los procesos
cognitivos subyacentes al comportamiento humano, todavía existe un
generalizado consenso sobre la existencia de los impulsos humanos tanto
aprendidos como no aprendidos.

Otros psicólogos propugnaron la existencia de impulsos


psicológicos junto a los biológicos para explicar la conducta humana.
Desde que en 1938, cuando Henry A. Murria sugirió por vez primera que la
satisfacción de ciertas necesidades activa y dirige la conducta, algunos
psicólogos han intentado identificar y medir tales necesidades. Mientras
Hull había estudiado principalmente necesidades fisiológicas como el
hambre, la sed, o la sexualidad, el creciente énfasis puesto en las
necesidades psicológicas y en la diferencia que se producen en éstas entre
una persona y otra, condujo finalmente al enfoque humanista,
representado por Abraham Maslow (1970).

Maslow organizó las necesidades humanas en forma de


pirámide, con las necesidades fisiológicas más elementales en la base;
estas con necesidades básicas de supervivencia y deben satisfacerse antes
de poder pensar en la satisfacción de cualquier otra. Un individuo
hambriento, por ejemplo, se someterá a grandes riesgos para conseguir
comida; sólo cuando sabe que puede sobrevivir, se permitirá el lujo de
pensar en su seguridad personal. Por tanto, tendrá que satisfacer sus
necesidades de seguridad, al menos parcialmente, antes de que pueda
pensar en satisfacer sus necesidades afectivas. A medida que vamos
consiguiendo cubrir con éxito cada uno de estos escalones de necesidades
nos sentimos motivados para considerar las del peldaño siguiente, hasta

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llegar a la cumbre de la auto-actualización, la realización completa de


nuestro verdadero potencial. Aunque existen argumentos de peso para
aceptar tal progresión, ésta, sin embargo, no resulta invariable. La historia
está llena de casos de autosacrificio en los cuales un individuo ha
sacrificado lo que necesitaba para sobrevivir para que otro (un ser querido
o incluso un extraño) pudiera vivir.

PIRÁMIDE DE MASLOW

7) Necesidades de Autoactualización: (encontrar satisfacción y


realizare el propio potencial).
6) Necesidades estéticas: (simetría, orden y belleza).
5) Necesidades cognitivas: (saber, entender, y explorar).
4) Necesidades de estima: (lograr algo, ser competente, y ganarse la
aprobación y el reconocimiento.
3) Necesidades de posesión y amor: (relacionarse con otros, ser
aceptado y tener sentimientos de pertenencia)
2) Necesidades de seguridad: (sentirse seguro y a salvo, fuera de
peligro).
1) Necesidades fisiológicas: (hambre, sed, etc…)

En la pirámide de Maslow, se empiezan a cubrir las necesidades


de abajo para arriba, es decir del 1 al 7.-

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3.2. Teorías del aprendizaje.

Los partidarios de estas teorías argumentan que aunque las


necesidades biológicas pueden desempeñar algún papel en el
comportamiento, el aprendizaje desempeña un papel mucho más
importante a la hora de dirigir la conducta animal y humana. Se establece
en el punto el argumento diferencial entre este y otros enfoques,
especialmente cuando advertimos que algunos de los teóricos del
impulso, incluyendo al propio Hull, reconocieron que, aunque convenía
subrayar que algunas necesidades son aprendidas, las necesidades más
comunes no lo son y que en su opinión las necesidades son características
de los seres humanos. El principal representante de la teoría del
aprendizaje ha sido B.F. Skinner (1953), quien demostró que un gran
número de conductas se puede enseñar recompensando al animal o a la
persona inmediatamente después de haber realizado la conducta deseada.

Los teóricos del aprendizaje social, como Albert Bandura


(1977), ampliaron las ideas de Skinner, argumentando que la recompensa
más poderosa para el ser humano es el refuerzo social, como el elogio.
Así, un niño que es elogiado por su trabajo escolar, desarrollará el “hábito”
del rendimiento académico. Gracias a la capacidad humana para procesar
la información simbólica, también podemos aprender a través de la
observación. Un niño que va a alguien conseguir lo que quiere con un
berrinche imitará probablemente este comportamiento. Elegimos como
modelos a las personas que parecen conseguir las mayores recompensas:
para los niños estas personas suelen ser sus padres. Aunque las teorías
del aprendizaje explican muchas de las conductas más importantes,
ignoran los factores físicos, tales como los efectos de las sustancias

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químicas en la sangre, y los factores cognitivos, como, por ejemplo, la


influencia de distintos estilos de pensamiento.

3.3. Teorías cognitivas.

Explican nuestras conductas basándose en los procesos del


pensamiento humano. Los psicólogos cognitivos hacen hincapié en que la
manera como reaccionamos a los acontecimientos depende del modo
como los interpretamos. Si una mujer extraña me da un pisotón, por
ejemplo, puedo interpretar la acción de diversas maneras: lo hizo a
propósito, está borracha, es patosa, es inválida. La interpretación que
elija determinará mi respuesta. Lo teóricos de la atribución representan
este enfoque. Los teóricos de la consistencia cognitiva conceden mayor
importancia a la forma como procesamos selectivamente la información,
modificando nuestra manera de pensar de forma que se adecue a nuestra
conducta y viceversa. Por ejemplo, rechazamos u olvidamos una
información que no concuerda con nuestras creencias y actos.

La conducta que se dirige hacía la obtención de una meta


determinada dependerá de cómo se evalúen ciertos factores. Los fines
poseen valores incentivadotes o valencias. Cuando una meta tiene para mí
una valencia más grande que otra, existe mayor probabilidad de que la
elija. (Si tengo la posibilidad de correr en dos carreras distintas en un
mismo día, elegiré la que posea un recorrido más bonito o la que me
ofrezca más posibilidades de vencer.). Las expectativas también son
importantes, como la expectativa de si una meta es realista, o si tengo la
capacidad de alcanzarla y cuánto tiempo tardaré. (Participaré en una

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carrera de 5 Km. Pero no en una maratón, porque siento que ésta es una
meta que no soy capaz de lograr sin un sacrificio de tiempo y energía que
me parecen excesivos.).

Cada uno de los enfoques precedentes tiene algo que ofrecer.


Aunque hubo un tiempo en que los psicólogos se apresuraron a descartar
las teorías del instinto, en la actualidad nos damos cuenta que los seres
humanos se hallan predispuestos biológicamente para realizar
determinadas actividades (cuidar de nuestros hijos, por ejemplo.). Del
mismo modo, las demás teorías de la motivación explican algunas
conductas en situaciones determinadas.

4. Estudios sobre la motivación.

El estudio de la motivación, como el del resto de los procesos


psicológicos, ha estado influenciado por las dos corrientes filosóficas
predominantes, el asociacionismo y el raciona1ismo, lo que dio origen alas
dos grandes corrientes teóricas de este siglo, la conductista y la cognitiva.
Pero antes del surgimiento de estas escuelas, ya nos encontramos con
diversos enfoques que en alguna medida abordaron este problema. Los
más importantes son: la teoría de la evolución de Darwin a finales del siglo
pasado y la teoría de C. Bemard sobre la homeostasis a principios de este
siglo.

La teoría de Darwin acerca de la evolución de las distintas


especies destaca la capacidad de los individuos para adaptarse al medio.
En esta adaptación, la motivación juega un papel esencial. Para Darwin,

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tanto la conducta de los hombres como la de los animales están regidas


por los instintos. Los instintos son conductas que permiten que los
individuos respondan de una manera innata y" eficaz a ciertas necesidades
como el hambre, la sed o el sexo. Así pues, los instintos son de crucial
importancia para la supervivencia de las especies ya que la conducta de
cada uno de sus miembros está dirigida a la supervivencia y. por tanto,
tiene un marcado carácter funcional.

Ya que el campo de la motivación es amplio, la mayoría de los


investigadores centran su esfuerzo en un área concreta o en un tema
específico, como el hambre, la sexualidad, la agresión o la conducta de
logro. En el marco de estos temas el investigador puede enfocar su
atención sobre los factores biológicos, aprendidos o cognitivos y/o en la
manera en que estos diferentes factores interactúan.

Los investigadores de la motivación emplean virtualmente


todas las técnicas psicológicas existentes. Pueden explorar los mecanismos
hereditarios y las influencias prenatales. Pueden efectuar operaciones para
alterar las estructuras del cerebro y observar sus efectos. Pueden buscar
las concentraciones hormonales o de otras sustancias químicas en el
cuerpo. Pueden diseñar experimentos de laboratorios para estudiar los
efectos del aprendizaje. Pueden crear tests para investigar la manera de
pensar de los individuos. En definitiva, interpretan sus descubrimientos
para intentar explicar los diversos tipos de conducta.

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5. Hambre.

¿ Que nos hace sentir hambre y por que comemos? Aunque la


mayoría de nosotros tiene garantizada su alimentación diaria, comer
significa mucho más que almacenar mero combustible para el cuerpo.
Virtualmente, todas las sociedades han desarrollado rituales que giran en
torno a la comida. La comida puede simbolizar amor, obligaciones
sociales, o ser un signo de opulencia. La manera de comer puede reflejar
nuestras actitudes hacía nosotros mismos, hacía nuestra familia y nuestra
sociedad.

¿Cómo nos indica nuestro cuerpo el deseo o la necesidad de


comer? La mayoría de nosotros, por fortuna, es más que probable que
llegue a sentir tan sólo el apetito y no las punzadas de un cuerpo agotado
por el hambre. En ambos casos, sin embargo, el mecanismo subyacente e
probablemente el mismo. Una señal básica de hambre es la presencia de
contracciones estomacales; esto se descubrió mediante un clásico
experimento que se llevó a cabo a principios de siglo, en el cual los sujetos
tragaban un globo que informaba de las contracciones de su estómago
(Cannon y Washburn, 1912.).

Existen una estrecha relación entre la presencia de estas


contracciones y la sensación de hambre que padece el individuo. La
cuestión que surge es: ¿qué es lo que causa las contracciones del
estómago?

Una causa parece ser un bajo nivel de glucosa (azúcar) en la


sangre. Hace más de 50 años se realizaban estudios con perros

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manipulando los niveles de glucosa en sangre, realizando transfusiones de


sangre de un perro hambriento a otro que acababa de comer, y al revés
(Templeton y Quigley, 1930.). Cuando la sangre del perro hambriento
pasó al que acababa de ser alimentado, a éste se le producían
contracciones de estómago, aunque su estómago estaba lleno, y cuando la
sangre del perro que acababa de comer pasaba al perro hambriento, las
contracciones del estómago del perro hambriento cesaban, aunque no
había recibido comida.

Estos descubrimientos han sido complementados con


investigaciones con personas que padecen diabetes, enfermedad causada
por un trastorno del mecanismo corporal que produce la insulina, una
hormona necesaria que convierte la glucosa y los hidratos de carbono de
la sangre en energía. Dado que los diabéticos no producen insulina
suficiente, deben inyectarse o tomarla en pastillas. Después de haberse
inyectado insulina experimentan contracciones de estómago y sensación
de hambre (Gonder y Russell, 1965.). Ya que se suele secretar insulina
cuando los niveles de glucosa aumentan, ha sido difícil determinar si el
hambre es causada por cambios de glucosa o de inulina. Recientemente,
una investigación que manipulaba los dos elementos independientemente
ha mostrado que el hambre es producida por los cambios en la insulina
más bien que por los cambios en la glucosa (Rodin, 1983.).

¿Por qué comemos como lo hacemos? Actualmente uno de los


mayores problemas de la sociedad actual, es la obesidad. Las personas
que superan en un 10 por 100 su peso “ideal” respecto a su estatura y
constitución, tienen un peso excesivo, mientras que el término obeso se
reserva a la gente que sobrepasa en un 20 por 100 el peso deseable.

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Aunque el simple exceso de peso es casi siempre un problema


cosmético en una sociedad que rinde culto a la delgadez, la obesidad
puede conducirnos a padecer diversos problemas de salud, como una
tensión arterial elevada, enfermedades coronarias, alergias, y sinusitis.

La obesidad puede también llegar a ser un problema


psicológico, ya que transgredí drásticamente las normas estéticas de
nuestra sociedad. La combinación de la elevada incidencia de la obesidad
en la población y su impopularidad han generado una importante industria
basada en la dietética y ha animado muchas investigaciones sobre los
mecanismos de control del peso. Veamos algunas teorías que intentan
explicar la conducta alimenticia, especialmente los patrones de
comportamiento que producen una alimentación excesiva.

PREPARACIÓN PARA LA ESCASEZ Algunos teóricos consideran que


nuestra historia evolutiva explica la incapacidad de algunas personas para
controlar lo que comen, argumentando que nuestra tendencia a retener la
grasa, en época remota, resultó adaptativa. Tiempo atrás, los seres
humanos no poseían un suministro de comida suficiente y se mantenían
durante mucho tiempo en niveles de subsistencia antes de tener la
oportunidad de comer según sus deseos. Para poder soportar la escasez
periódica de comida, desarrollaron la capacidad de almacenar energía en
forma de grasa. Cuando cazaban un animal grande se saciaban con su
carne y aumentaban de peso, lo que les permitía subsistir en tiempo de
escasez.

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Afirman los investigadores que cierta sustancia química ligada


a la conservación y consumo de energía podría ser la responsable de este
tipo de almacenaje, y han demostrado que ratones genéticamente obesos
poseen niveles elevados de betaendorfinas (Margules, Moisset, Lewis,
Shibuya y Part, 1978.).

Sin embargo, el fracaso de algunos estudios realizados en


seres humanos en un intento por encontrar una relación directa entre los
niveles de betaendorfinas y la obesidad (O’Brien, Stunkard y Ternes,
1982), obliga a considerar poco concluyente esta teoría.

TEORÍA DEL PUNTO OPTIMO La mayoría de nosotros, sin embargo, no


nos volvemos obesos. Tenemos una tendencia a llegar a cierto peso y
mantenernos en él con mínima fluctuaciones. Ello puede deberse a que
estamos provistos de un punto optimo, un mecanismo que nos indica que
debemos dejar de comer cuando hemos alcanzado nuestro peso ideal. El
punto óptimo, por tanto, controla la grasa corporal de la misma manera
que un termostato mantiene la temperatura de la habitación a cierto nivel.
Varía de persona a persona, de forma que dos personas de igual altura
pueden estar “programados” para un peso corporal diferente.

Investigaciones con ratas indican que un mecanismo de este


tipo puede localizarse en el hipotálamo. Cuando se lesiona
quirúrgicamente cierta zona del hipotálamo (el núcleo ventromedial), las
ratas tienden a engordar. No comen hasta reventar, sino que aumentan de
peso hasta alcanzar un nivel máximo a partir del cual reducen la cantidad
de alimento y mantienen el peso.

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Cuando se lesiona en otra área (el hipotálamo lateral), tienden


a dejar de comer. Tampoco en este caso llegan a morir de hambre;
cuando alcanzan un peso corporal anormalmente bajo, empiezan a comer
otra vez y mantienen este peso bajo. Es posible que estas dos áreas del
hipotálamo trabajen juntas para determinar el punto óptimo de cada
individuo (Keesey y Powley, 1975.).

De acuerdo con la teoría del punto óptimo, algunas personas


poseen puntos óptimos más elevados que otras y por tanto comen y pesan
más. Si estos puntos óptimos son alterados, haciendo régimen por
ejemplo, la persona se siente hambrienta y su punto óptimo se eleva aún
más, de forma que también llega a comer más. Esto explica por qué
algunos individuos aumentan de peso después de abandonar el régimen
que hasta ese momento parecía funcionar a la perfección (Bennett y
Gurin, 1982), ¿Cuál es la razón de que haya diferencias individuales
respecto al punto óptimo? Algunos investigadores sostienen que nuestro
punto óptimo es heredado, otros, que lo aprendemos. En este momento
ninguna teoría es segura.

Existe cierta evidencia de que es posible subir o bajar nuestro


punto óptimo. Influencias externas como el sabor o el olor de la buena
comida parecen aumentarlo, induciéndonos a comer más. Otras influencias
nos pueden hacer comer menos, principalmente las drogas, como las
anfetaminas y la nicotina, que reducen el apetito, pero sólo mientras se
consumen. Una manera más sana de reducir el apetito es hacer ejercicio
físico, regularmente: las personas que realizan ejercicios físicos a diario
normalmente comen menos que las que son menos activas. Es posible que
la actividad física modifique la tasa del metabolismo basal (TMB), que

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controla la cantidad de energía que el cuerpo gasta en digerir los


alimentos (Thomson, Jarvis, Lahey y Cureton, 1982.). Cuanta más energía
consumimos, más calorías gastamos.

EL PLACER DE LAS CUALIDADES SENSORIALES DE LOS ALIMENTOS Uno


de los motivos para comer es el placer que nos proporciona. Nos gusta
saborear y masticar un bistec tierno, nos gusta la suavidad de la lechuga
fresca o el delicioso sabor de un “Mouse” de chocolote. Tanto los seres
humanos como los animales parece que nacen con una cierta preferencia
hacía los sabores dulces. Las ratas aprenden a presionar una tecla para
conseguir el sabor dulce pero no nutritivo de la sacarina; los seres
humanos a menudo prefieren sabores dulces en lugar de otros alimentos
con más valor nutritivo (Nisbett, 1968.).

Recibimos las sensaciones agradables de sabor y textura a


través del nervio trigémino que une los receptores de la boca con el
hipotálamo lateral. Un grupo de ratas a las que se seccionó este nervio
dejaron de comer (Zeigler, 1973, 1975), probablemente porque no
sintieron mayor placer en su comida que el que usted hubiera sentido si su
alimentación consistiera en una sustancia semilíquida sin sabor. Una razón
del éxito alcanzado por las dietas a base de líquidos es su consistencia
desagradable. En un experimento se permitió a personas obesas comer
todo que quisieran de una sustancia de este tipo; el consumo de calorías
de estos individuos bajó de 3.000 calorías/día a 500, mientras que el
consumo de personas normales seguía siendo aproximadamente de 2.400
calorías/día (Haskim y Van Tallie, 1965.).

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Aunque ésta no sea una solución práctica contra la obesidad,


pues no podemos controlar el ambiente de la mayoría de la gente obesa,
sí demuestra por lo menos las cualidades seductoras de la buena comida.
Plantea también el por qué de las diferentes reacciones de la gente normal
y la gente obesa frente a la comida.

INDICADORES APRENDIDOS PARA COMER ¿Mira alguna vez su reloj y


después de haber comprobado la hora decide que tiene hambre? ¿Come
más palomitas cuando la fuente está sobre su escritorio que cuando se
encuentra en otra habitación? ¿Come más cuando está invitado a casa de
una excelente cocinera que en casa? Si contesta afirmativamente algunas
de estas preguntas, indica que responde más a las indicaciones externas
para comer que a las internas.

Los indicadores internos son los que surgen de nuestro


organismo: contracciones del estómago, niveles bajos de glucosa o
insulina en la sangre.

Los externos se encuentran fuera de nuestro cuerpo: la hora del


día, anuncios y propaganda, las cualidades sensoriales de la comida o
simplemente su disponibilidad son factores del entorno que hemos
aprendido a asociar con la comida.

Después de haber dirigido una serie de ingeniosos experimentos


en los que personas obesas comían más que los individuos normales como
respuestas a diversas indicaciones externas, Schachter (1971; Schachter y
Gross, 1968; Goldman, Jaffa y Schachter, 1968) concluyó que los obesos
se dejan influir más por las indicaciones externas (la hora, la molestia que

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representa comer una cosa determinada, las cualidades de sabor y


textura), mientras que la gente de peso normal está más influida por
indicaciones internas.

Continuando esta investigación, Rodin (1981) encontró que «los


externos» (la gente que come más como respuesta a las indicaciones
externas) presentan una fuerte reacción de insulina cuando se les muestra
un bistec recién hecho, mientras que no ocurre tal cosa con «los
internos». Por lo tanto, puede que exista una diferencia fisiológica entre
estos dos tipos. Sin embargo, tal diferencia no se refleja siempre en
distintos niveles de peso.

Rodin ha encontrado que muchas personas de peso normal son


influenciadas también por indicaciones externas, aunque logran controlar
su tendencia a comer demasiado. El control sobre las indicaciones
externas es la base de muchos intentos de modificación de conducta para
adelgazar. Es decir, si puede modificar su entorno de manera que no
presente demasiados reclamos para comer. probablemente comerá
menos.

Trastornos en la conducta alimenticia Roben Earl Hughes, de Monticello,


Missouri, murió en 1958 a la edad de 32 años, pesando 312 kilogramos.
Según el Guilmess Book ofWorld Records era el hombre más gordo del
mundo (Bennett y Gurin, 1.982). El comer hasta llegar a tal grado de
obesidad, que impide una vida normal y resulta una amenaza para la
salud, es naturalmente un grave problema.

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Otros dos tipos de trastornos relacionados con la alimentación,


que parecen ser más frecuentes en los últimos tiempos, especialmente
entre mujeres jóvenes, son la anorexia nerviosa, una inanición voluntaria
que puede incluso llevar a la muerte, y la bulimia, por la que un individuo
come regularmente enormes cantidades de comida y luego se purga
provocando vómitos o usando laxantes.

Aunque no sabemos por qué la gente maltrata su cuerpo de


esta manera, parece que estas dos últimas enfermedades están
relacionadas con el gran énfasis que pone nuestra sociedad en la delgadez
como ideal de belleza. Existen asimismo indicios de que ambas se
relacionan con la depresión y de que la anorexia puede tener, además,
una base fisiológica (Sugarman, Quinlan y Devenis, en preparación;
Herzog, 1982; Walsh, Karz, Levin, Kream, Fukushima, Hellman, Weiner y
Zumoff, 1978; Gwirtsman y Germer, 1981).

ANOREXIA NERVIOSA Este inquietante síndrome consiste en una negativa


prolongada y severa a comer que provoca la pérdida de por lo menos un
25 por 100 del peso inicial y que puede llevar a la muerte. Aunque esta
enfermedad afecta a ambos sexos y a diferentes edades (puede empezar
tanto a los 9 años, como en la década de los 30, o incluso más tarde), la
paciente típica es una mujer inteligente, con estudios, y físicamente
agraciada, entre la pubertad y los 20 años, de una familia aparentemente
estable, bien educada y solvente.

Se interesa por la comida, guisarla, hablar sobre ella e insiste


en que los demás coman, pero ella misma no come o se atiborra y luego
se purga vomitando o usando laxantes (una variante ya conocida, la

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bulimia). Posee una imagen totalmente distorsionada de su cuerpo y se


considera bonita cuando, en realidad, se encuentra en un patético y
grotesco estado esquelético. Al comienzo de la inanición aparecen otros
síntomas: normalmente desaparece la menstruación, a veces crece una
capa espesa de vello corporal y puede llegar a presentar intensa
hiperactividad.

No sabemos cuál es la causa de la anorexia. Se han hecho


algunas sugerencias: se trataría de una enfermedad física causada por un
trastorno hipotalámico, de una deficiencia en un neurotransmisor, de un
trastorno psicológico relacionado con la depresión, del miedo a crecer, de
un síntoma extremo del mal funcionamiento de la familia o de la presión
social sobre un individuo especialmente vulnerable (Walsh, Katz, Levin,
Kream, Fukushima, Hellman, Winer y Zumoff, 1978; Gwirtsman y Germer,
1981; Sugarman, Quinlan y Devenis, en preparación; Baker, 1979; Bruch,
1977). Hasta este momento, los resultados de la investigación no han
apoyado ninguna de las hipótesis y se requieren, por tanto, más estudios
(Yager, 1982).

LA BULIMIA Es una enfermedad parecida, más común entre las mujeres


adolescentes y jóvenes. Está caracterizada por atiborrarse de gran
cantidad de comida (hasta 5.000 calorías en una sola comida), seguida de
la provocación de vómitos o el uso de laxantes para vaciar el estómago.

Los bulímicos están a menudo deprimidos y muchas veces


sufren complicaciones físicas como pérdida del cabello o alteraciones
gástricas. Aunque algunos bulímicos también padecen anorexia, otros
mantienen un peso normal.

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Actualmente, este síndrome está bastante lejos de ser


infrecuente; cálculos prudentes indican que afecta a un 5 por 100 de la
población general (Nagelberg, Hale y Ware, 1983). En varias
investigaciones recientes la mitad de las estudiantes a las que se preguntó
declararon atiborrarse y purgarse de vez en cuando (Herzog, 1982).

Aunque los bulímicos tradicionalmente solían esconder sus


grotescas costumbres alimentarías, recientes investigaciones indican que
existen hoy más mujeres jóvenes que reconocen abiertamente practicar
este método tan poco saludable para controlar el peso (Squire, 1983).

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Bibliografía:

FERNÁNDEZ-ABASCAL, E.G y col (2001). Procesos Psicológicos. Madrid:


Pirámide. (Pág.255-291)

MORRIS, CH.G. y MAISO, A.A. (2001.). Psicología. México: Prentice may.


(Pág. 345-384)

PAPALIA, D.E. y WENDKOS, S (1994) Psicología.


Madrid: McGraw-Hill. (Pág. 319-391).

MYERS, D.G. (1999). Psicología. Madrid: Panamericana (5ª edición).


(Pág.363-391)

BALLESTEROS, S y GARCÍA, B (1996). Procesos Psicológicos Básicos.


Madrid: Editorial Universitaria (Pág.303-322)

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