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La “caída ontológica de la vida” en la biología contemporánea

por Guillermo Folguera (*)


(*) Doctor en Ciencias Biológicas por la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (FCEN) de la
Universidad de Buenos Aires (UBA). Licenciado en Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) y
en Ciencias Biológicas de la FCEN (UBA). Investigador postdoctoral CONICET en el Instituto de Filosofía
de FFyL-UBA.

Resumen
El objetivo general de este trabajo es mostrar la pertinencia de la crítica que realiza Hans Jonas en su libro
El principio vida en relación con la “pérdida” ontológica de la vida en la biología. En este sentido, se rescata
aquí la dimensión negativa de su argumentación, aun cuando no sean contemplados algunos aspectos
positivos del análisis del filósofo alemán. Tal como se señalará, esta pérdida ontológica de la vida presenta
particulares características durante el siglo XX, dado el marco conceptual aceptado en la biología de la
época. El trabajo concluye que, ciertamente, en ningún caso puede haber una solución “definitiva” a la
pérdida de la ontología de la vida dentro del mecanicismo que rige el ámbito de la ciencia en general, y de la
biología en particular. Sin embargo, aun cuando en sentido estricto la “caída ontológica de la vida” es
irreversible dentro del mecanicismo, es posible señalar algunas tendencias presentes en la biología
contemporánea que exacerban los problemas señalados por Jonas, por lo que se plantea aquí la necesidad de
que las mismas sean reconocidas y revisadas.

Palabras claves
Jonas. Reduccionismo. Jerarquías. Pérdida ontológica de la vida

Abstract
The main objective of this paper is to analyze the pertinence of the criticism of Hans Jonas presented in his
book The Phenomenon of Life in relation to the ontological "loss" of the life in biology. In this sense, this
work considers the negative dimension of argument of German philosopher. As it is shown, this ontological
loss presents particular characteristics in case of biology of twentieth century. Our main conclusion is that is
not possible any final solution to the ontological lost of life in the context of mechanicism that ‘governs’ the
science in general and biology in particular. However, it is possible to identify some trends in the
contemporary biology that exacerbate the problems identified by Jonas, so it is important to recognize and
review them.

Key words
Jonas. Reductionism. Hierarchies ontological loss of life.

1
Introducción

Este trabajo se inspira en la lectura y análisis del libro El principio vida de Hans Jonas.
Cabe mencionar que la obra del autor alemán se centra en problemáticas de la
antropología filosófica y de la ética, por lo que cualquier análisis de este libro debería
ubicarse en dicho contexto. En particular, en el capítulo “El problema de la vida y del
cuerpo en la doctrina del ser”, el filósofo alemán señala la contradicción entre una
biología que se ha consolidado como área del saber durante la modernidad, pero que
“perdió” a la vida en términos ontológicos durante ese mismo período (de aquí en más
“caída ontológica de la vida”). Puede el lector anticiparse y considerar que esta crítica no
tiene sentido en nuestro contexto, en la medida en que no hay lugar para dicho
cuestionamiento en el devenir disciplinar de las ciencias de la vida. Sin embargo, aquí
proponemos que, antes de expedirnos en dicho asunto, atendamos a la argumentación del
filósofo alemán. En este sentido, nuestro trabajo pretende dar lugar al interrogante
formulado por Hans Jonas desde la perspectiva de la filosofía de la biología.

Tal como veremos con mayor detalle a continuación, según Jonas la aproximación
mecanicista que se ha ido consolidando en las ciencias de la vida a través de la
modernidad, conllevó la “pérdida ontológica de la vida” a partir de la consolidación de
una ontología basada en la materia inerte. Evidentemente, esta afirmación obliga a una
mayor precisión en cuanto al modo en que la “pérdida” se ha concretado tanto en la
biología moderna como en la contemporánea. Finalmente, se analizará si la “pérdida”
ontológica de la vida puede “resolverse” dentro del abordaje mecanicista que rige
actualmente en la biología.

Con estos objetivos, el trabajo fue ordenado de la siguiente manera. En primer lugar
presentaremos brevemente los principales elementos de la argumentación de Hans Jonas.
A continuación, analizaremos la injerencia del argumento de Jonas en el marco de la
biología moderna. En tercer lugar, estudiaremos las particularidades que presenta el

2
cuestionamiento ontológico de la vida para el caso de la biología del siglo XX en el marco
de la teoría de los sistemas. Por último, señalaremos algunas conclusiones que
consideramos significativas en cuanto a la relación entre la incidencia de la crítica de
Jonas y el presente (y el futuro) de la biología.

La crítica de Jonas: la amenaza del olvido de la vida

El libro El principio vida reúne una serie de escritos del filósofo alemán Hans Jonas
publicados entre 1950 y 1966. La obra pretende, en sus propias palabras, “la
incorporación del mundo orgánico en el análisis existencialista del hombre. De este modo,
se logrará una mejor comprensión tanto del hombre como de la vida extrahumana” (1, p.
9). El filósofo alemán señala que tanto los abordajes elegidos por la ciencia natural, como
por la filosofía idealista y existencialista (usando su terminología), han trabajado de
manera aislada, no generando un verdadero diálogo entre ambas. La construcción de este
necesario diálogo obligaría a la reformulación de ambos campos, tarea que el autor inicia
esbozando algunos elementos claves. En particular, en el capítulo “El problema de la vida
y del cuerpo en la doctrina del ser” −texto de gran riqueza conceptual incluso para
aquellos investigadores que propugnan posiciones diametralmente opuestas− Jonas
analiza el estado de situación de una biología que, a su entender, de manera paradojal ha
perdido de su seno la existencia de la vida. En este arduo recorrido el autor pretende
recuperar “una interpretación «ontológica» de los fenómenos biológicos” (1, p. 9). Tal
como ha sido anticipado, la hipótesis general del filósofo es que en la modernidad se ha
consolidado una biología a la que se le ha “escurrido” ontológicamente la vida. En su
argumentación, Jonas indica que a partir del siglo XVII y de manera intensificada, la vida
se presenta como el “problema a resolver” en la medida en que se sostiene una ontología
cuyo sustrato es la pura materia “desnuda de todo rasgo de vida”. Jonas explicita su
posición indicando que “el concepto de saber determina el concepto de naturaleza. Esto
implica a su vez que lo carente de vida se convierte en lo cognoscible por naturaleza, en

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el fundamento explicativo de todo, y por ello también en el reconocido fundamento
ontológico de todo” (1, p. 24). Los cambios registrados de la teoría del conocimiento
durante la modernidad tuvo como resultado la reducción a lo extenso de las
particularidades de lo viviente. Sólo la indagación de “lo susceptible de medida” proveerá
verdadero conocimiento en este período. Sin embargo, la crítica de Jonas detecta y
“sobrevuela” el problema, sin profundizar en cómo se ha llegado a la situación que
caracteriza. Por ello, a continuación, analizaremos el modo se dio el “ocultamiento” de la
vida en la biología moderna.

La vida perdida de la biología I: el rol de la teoría de la evolución

Según las posiciones vitalistas −dominantes en la biología durante gran parte de la


modernidad− los organismos presentan tanto un aspecto material como un componente
esencial. A su vez, a la separación entre ambos elementos se le agrega una jerarquización:
la ontología de lo esencial es indudablemente superior al del mero mundo material, y éste
último es un componente menor (aunque necesario) de los organismos biológicos. Según
estas corrientes de pensamiento, la vida es y “sólo” se instancia en entes determinados: los
organismos biológicos. Es justamente esta instanciación la que hace a estos entes
excepcionales. De este modo, se expresa el lugar de privilegio que la vida ocupaba en las
propuestas esencialistas.

Sin embargo, a partir de la aparición y consolidación de la corriente mecanicista, las


ciencias fueron alterando no sólo sus marcos teóricos sino también los propios programas
de investigación sostenidos hasta entonces. Estos cambios, ocurridos entre los siglos XVII
y XIX, fueron alcanzando progresivamente a las ciencias de la vida, hasta que,
finalmente, la negación de la esencia de los organismos “redujo” el fenómeno de lo
viviente a la dinámica y persistencia de los individuos biológicos. En este contexto, cabe

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recordar la crítica señala por Jonas: la vida abandona aquel estado diferenciado y superior
a otro ontológicamente inferior, y ubicado en la “interioridad de los organismos”. En
palabras del propio autor: “El lugar de la vida en el mundo queda reducido ahora al
organismo, una problemática forma y ordenación particular de la sustancia extensa” (1,
p. 25).

Debemos hacer aquí un comentario fundamental en relación con nuestro recorrido. Toda
corriente de pensamiento tiene asociado un conjunto determinado de supuestos, con
virtudes y defectos respecto a otras vertientes teóricas alternativas. Justamente por ello, no
es preciso ni necesario dudar de los “éxitos” obtenidos por el mecanicismo en la biología
para poder señalar algunos de sus inconvenientes asociados. Más aún, la posibilidad de
realizar este análisis crítico es una práctica necesaria a los fines de enriquecer la propia
investigación científica. En este sentido, aún cuando el programa de investigación de la
biología en los últimos siglos y, en particular en el siglo XX, ha mostrado importantes
éxitos, consideramos que la “caída ontológica de la vida” es un problema que merece y
obliga a ser analizado.

El origen y consolidación del mecanicismo dentro de la biología trajo aparejado el


desplazamiento de la pregunta original ‘¿qué es la vida?’, a interrogantes alternativos:
‘¿cómo funcionan los organismos vivos?’, o bien ‘¿cuáles son los mecanismos históricos
y presentes que han conformado (y continúan haciéndolo) a los organismos?’. En la
biología moderna, un organismo funciona y si funciona esta vivo. La vida se desplaza de
aquel lugar ontológico de privilegio, para ser pensada como una mera propiedad de un
conjunto de entes excepcionales: los organismos que funcionan. De este modo, la vida es
conceptualizada como una propiedad que emerge frente a un tipo de ordenación y
dinámica particular de la materia.

5
Retornemos aquí a la crítica de Jonas y sospechemos: ¿efectivamente la vida es “dejada
de lado” cuando es considerada una propiedad de un conjunto particular de entes? Aún
respondiendo dicho interrogante de modo afirmativo, este “dejar de lado” obliga a una
mayor precisión, de modo de comprender en qué sentido y de qué manera se ha
concretado. En la historia de las ideas asociadas al estudio de la vida, una de las
manifestaciones esencialistas más claras fue la de Linneo, quien propuso un orden y
clasificación jerárquica para los seres vivos. En su sistema, Linneo asignó a cada especie
un nombre binomial combinando un término correspondiente al género y otro al nivel
específico. Por ejemplo, en el caso del hombre, ‘Homo’ corresponde al género, mientras
que ‘sapiens’ corresponde a la especie. Como afirma Marc Ereshefsky (2), la estrategia de
los nombres binomiales cumple dos funciones diferentes. En primer lugar, el nombre
binomial permite la identificación de todas las especies. En segundo lugar, los términos
genéricos permiten ubicar a la especie correspondiente dentro de un esquema general más
abarcador. Linneo sólo reconoció trescientos doce nombres genéricos, de modo que su
sistema se presentaba como una guía sencilla para la clasificación de todos los organismos
vivos. Por otra parte, cabe mencionar que este sistema fue propuesto bajo supuestos
esencialistas y, por supuesto, creacionistas (3). Según Linneo, Dios creó un par de
organismos para cada una de las especies sexuales (y sólo uno para las asexuales), y el
resto de los organismos de cada especie descienden de aquel par originario: Linneo
negaba cualquier aparición específica por fuera de este acto original creador. A su vez, las
esencias eran aquello que distinguía cada una de las especies, a la vez que les brindaba
estabilidad a través del tiempo (2).

La propuesta linneana realizada en clave esencialista postulaba una multiplicidad de


niveles, cuya esencia “residía” en las especies. En este esquema, no se daba lugar a
ninguna alternativa evolucionista, en tanto la conceptualización occidental del concepto
de esencia incluía la propiedad de inmutabilidad: el ser no puede mutar. Por ello, la
“intromisión” de la noción de cambio en la biología moderna sólo pudo darse a partir de
su consideración como degradación ontológica. Esta idea de que lo alterado se ha
degradado respecto a su versión original puede verse expresada en la obra de diferentes

6
investigadores: por ejemplo, en la última etapa de la producción intelectual del fijista
Linneo, o bien en la propuesta del conde de Buffon.

Ciertamente, el afianzamiento progresivo del mecanicismo en las ciencias de la vida


alcanzó primero áreas tales como la fisiología (concebida desde la medicina) y la
paleontología, por nombrar sólo dos de las más antiguas. Sin embargo, cabe reconocerlo,
el “golpe final” al esencialismo llegó a través de la consolidación de las teorías
evolucionistas en el siglo XIX. Este afianzamiento del mecanicismo en la biología se
terminaba de expresar claramente a través de la propuesta de la selección natural de
Darwin: un mecanismo sencillo lograba explicar, únicamente mediante causas eficientes,
por qué los organismos son como son. De este modo, el denominado “Newton de la
biología” termina por afianzar un programa de investigación dentro de la biología que
regirá durante todo el siglo XX.

La vida perdida de la biología II: las propuestas reductoras hacia la física y la


química, y la consolidación de las jerarquías

En el mismo período histórico en que Darwin formulaba sus principales teorías, se


consolidaba el positivismo que, entre sus principios más significativos, sostenía la
presencia de una jerarquía entre las disciplinas que componen el conocimiento científico.
Según esta posición, la química y la física son áreas del saber que incluyen los patrones y
las teorías más fundamentales, las cuales sirven de piedra basal para la clasificación
jerárquica de las ciencias. Esta propuesta teórica diferenciaba entre la “física inorgánica”
(física, química y astronomía) y la “física orgánica”, que incluía a la biología. El
positivismo de Comte, reformulado a través del prisma del Círculo de Viena, influirá en la
concepción de la ciencia del siglo XX, donde aún se reconocen “ciencias fundamentales”
y “disciplinas secundarias”. Más aún, la injerencia del positivismo contribuyó no sólo a

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“ordenar” las diferentes disciplinas científicas, sino también a distinguir niveles
jerárquicos dentro de las propias disciplinas, tal como sería el caso de la biología durante
el siglo XX.

¿Qué se entiende por “jerarquía” desde la filosofía de la ciencia? ¿Qué propiedades y


características tiene asociada una ordenación jerárquica? En principio, cada uno de los
niveles presenta un conjunto de particularidades, a la vez que una cierta “autonomía”
respecto a los otros (4). Por lo tanto, adquiere sentido y legitimidad la investigación
científica en cada nivel, donde rige una cierta autonomía tanto respecto de las teorías
como del campo fenoménico particular al cual tales teorías refieren (5). Justamente por
ello, pese a que en algunas ocasiones fue respaldada esta autonomía epistemológica, en
general no se hizo otro tanto con la dimensión ontológica. Por ello, resulta sumamente
relevante incorporar la crítica de Jonas al contexto jerárquico de la biología del siglo XX,
en la medida en que el argumento del filósofo alemán analiza la “caída ontológica de la
vida” de manera unidimensional, sin considerar los niveles involucrados, y sin reconocer
que el mecanicismo opera de manera asimétrica sobre los diferentes niveles. Más aún, los
mecanismos sólo están presentes en algunos niveles en particular, los cuales serán
considerados en tal caso como “fundamentales”. Robert Wilson (6) denomina
’fundamentalismo’ a la posición según la cual uno de los niveles de una cierta jerarquía es
el primordial, en la medida en que cuenta con una cierta prioridad sobre los demás
niveles, los cuales dependen en algún sentido de aquél.

En la filosofía de la ciencia del siglo XX surgieron propuestas reductoras que actuaron


sobre las jerarquías no sólo a nivel epistemológico, sino también a nivel ontológico1. Por

1
En este contexto, puede surgir cierta duda respecto de la compatibilidad entre la noción de emergencia y la
de función: siendo que la primera pone el acento en la vida como propiedad emergente, la segunda se centra
en la analogía entre los organismos y las máquinas. Sin embargo, no hay incompatibilidad alguna. Según la
conceptualización moderna, la vida es una propiedad y emerge a partir de las interacciones de entidades
correspondientes a los niveles inferiores, dando origen a este fenómeno sin correlato ontológico. El modo
particular de interactuar entre las entidades se trata justamente de este “funcionar”: las leyes presentan las
características de ese interactuar, mientras el compromiso ontológico está dado con las entidades
fundamentales.

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ejemplo, a fines de la década de los años setenta Michael Ruse estudiaba la cuestión de si
la biología era una ciencia con características similares a la física o a la química, y sus
objetivos se enmarcaban, tal como él mismo reconocía, en la tradición del empirismo
lógico. Tal vez por ello, al final de su libro Philosophy of Biology, Ruse defiende la tesis
de que las afirmaciones relativas a la física pueden aplicarse en gran medida a las ciencias
biológicas −o al menos, en una medida mayor a la que suponían los trabajos previos sobre
el tema−, abriendo así la posibilidad de cierto esquema reductor de la biología a la
química y la física (7). En la misma década y en relación con los objetivos de su obra
Philosophy of Biological Science, David Hull señalaba que:

“Durante los tempranos años de la ciencia, ciertos modos de explicación, que


son los más apropiados para los fenómenos biológicos en general y para el
comportamiento humano en particular, fueron extrapolados a toda la
naturaleza. (…) Un tipo particular de explicación que se originó en el estudio
de los fenómenos exclusivamente físicos, se ha extendido a los fenómenos
biológicos y sociales. Todos los eventos son explicados en términos de eventos
antecedentes organizados en redes y cadenas causales, caracterizables en
términos de leyes universales que no hacen referencia a una eficacia causal
de eventos futuros o de niveles superiores de organización.” (8, p. 6)

En las palabras de Hull se observa también que la principal obsesión de aquel momento, y
uno de los objetivos que se suponía debía asumir la naciente filosofía de la biología, era la
idea de comprender la relación entre la biología y otras disciplinas. En particular, se
admitía que la tarea consistía en explorar en la dirección sugerida por Michael Ruse: la de
generar escenarios reductores de la biología respecto de la física y/o la química.

9
Ubicándose en una posición diametralmente opuesta, Ernst Mayr (9) reconoce que el
supuesto de que es posible reducir las teorías y conceptos de todas las ciencias (incluida la
biología) a los propios de las ciencias físicas ha dominado no sólo a la filosofía, sino
también a la misma indagación científica durante la modernidad. Según este autor, los
intentos por reducir los sistemas biológicos al simple nivel físico-químico han fracasado
debido a que, en la operación reductiva, los sistemas pierden sus propiedades
específicamente biológicas. Por ello, las particularidades de los organismos deben ser
considerados en una filosofía de la ciencia no sesgada por supuestos reductivos. Según
Mayr, éste es un aspecto recuperado por la “nueva generación de los filósofos de la
ciencia”, que permitió el surgimiento de la filosofía de la biología como disciplina
autónoma.

La vida perdida de la biología III: las propuestas reductoras hacia la genética y la


biología molecular durante el siglo XX

La idea de que diversidad de lo viviente se estructura en diferentes niveles −que se


corresponden con las diversas entidades biológicas (moléculas, células, órganos,
organismos, poblaciones, especies, etc.)− será ya definitivamente incorporada a la
biología durante el siglo XX (ver, como ejemplos, 10, 11). Sin embargo, resulta
interesante notar cómo los esquemas reductores epistemológicos y ontológicos no sólo se
dieron desde la biología hacia la química y la física (tal como se mencionó en la sección
anterior), sino también dentro de la propia biología, desde los niveles superiores hacia la
genética y/o a la biología molecular. Estos dos últimos niveles, de origen y consolidación
durante el siglo XX, fueron ubicados en un lugar de privilegio en el escenario
subdisciplinar de la biología. Con cierta frecuencia se intenta justificar esta deferencia por
el mero hecho de que ambos son los niveles inferiores de la jerarquía de las ciencias, lo
cual parece estar de acuerdo con la tendencia reduccionista antes mencionada. Sin
embargo, es interesante notar que estos dos niveles no son los únicos inferiores al

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organismo en la jerarquía de lo viviente. Por ejemplo, el nivel celular no ocupó el mismo
papel reductor dentro de la biología contemporánea. ¿Por qué, entonces, se puso el acento
en la genética y la biología molecular? Parte de la respuesta tiene que ver con las
características del discurso construido por sus propios protagonistas. En este sentido, Fox
Keller indica:

“Una creencia de larga data entre los genetistas (y que en años


recientes ha conquistado mayor aceptación en el público en general)
es la que los genes son los agentes primarios de la vida: las unidades
fundamentales del análisis biológico…” (12, p. 23)

Así, el acento puesto en el nivel genético parece estar directamente relacionado con el
interés que durante el siglo XX concentró el concepto de información:

“Apenas unos años antes, el matemático Claude Shannon había


propuesto una medida cuantitativa precisa de la complejidad de los
códigos lineales. La llamó “información” (…) A principios de la
década del cincuenta la “teoría de la información” se había
convertido en un tema caliente en el mundo de los sistemas de
comunicación. Parecía ser enormemente prometedora para el análisis
de toda clase de sistemas complejos incluso los biológicos. Como al
parecer el ADN funcionaba como un código lineal, el uso de esta
noción de la información en genética parecía natural” (12, p. 35)

Fox Keller advierte que, avanzado el siglo XX, el uso del concepto de información pasaría
de un sentido literal a uno metafórico. Sin embargo, el “desplazamiento” ya se había
operado: el lugar central de la genética ya se había consolidado. Al igual que con el caso
de la genética, la biología molecular también edificó un discurso que la (auto) posicionaba
en una ubicación de privilegio, y algunos autores mencionan que también en este caso “la
idea de información es la que se ha abierto el camino” (13, p. 28, itálica en el original).

En este contexto cabe una nueva pregunta: si en el marco del mecanicismo la vida no es
algo existente en sí, ¿cuáles son las entidades realmente existentes en la biología del siglo

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XX? ¿A qué nivel/es corresponde cada una de ellas? En primer lugar, podemos reconocer
que, en general, los compromisos ontológicos asumidos por la comunidad académica se
encuentran en resonancia con los del campo social de su propia época. Por ejemplo, en la
modernidad se registra un compromiso ontológico con los organismos biológicos
entendidos como individuos, tanto desde el campo social como desde la comunidad
académica de las ciencias de la vida. Sin embargo, en el siglo XX los individuos distan de
ser las únicas entidades propuestas como existentes: tal como señalamos, en este período
se impone un reduccionismo ontológico hacia las entidades correspondientes a los niveles
de la genética y la biología molecular. Estas entidades presentan características que les
permiten explicar a los propios individuos, lo cual, en el marco del mecanicismo, posee
un alto valor epistémico. Esta preeminencia epistémica parece incluso reforzar la misma
reducción ontológica que, en muchos casos, acompaña a la reducción epistemológica. De
este modo, la “caída ontológica de la vida” no sólo se ha dado a partir de su “fuga” desde
la biología hacia la materia inerte, sino que también se ha acentuado a partir de las propias
tendencias reductivas vigentes en el seno de la biología. Tal como anticipamos, este
“fundamentalismo” de las entidades correspondientes a los niveles inferiores dentro de la
propia biología no fue mencionado por Jonas en su libro El principio vida. Sin embargo,
su inclusión parece ser necesaria en la medida en que posee particularidades en cuanto al
modo en que se ha concretado “la pérdida ontológica de la vida”. Ciertamente, este
aspecto no es la única limitación que hallamos en el análisis del filósofo alemán. A
nuestro entender, tampoco resulta satisfactorio su diagnóstico de la “ontología de la
muerte” en el marco de la biología contemporánea. De eso trata, justamente, la próxima
sección.

La caída de la vida en la biología: las diferencias entre el no ser y la muerte

Hasta aquí, hemos acordado con Hans Jonas en cuanto a que, a partir de la consolidación
del mecanicismo, en sentido estricto se ha perdido la existencia de la vida. A su vez,

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hemos desarrollado cómo dicha “pérdida” no sólo se debe a la preeminencia de la materia
inerte −implícita en la reducción hacia las entidades propias de la física y la química−,
sino también a la propia tendencia reductiva hacia los niveles inferiores dentro de la
propia biología. Sin embargo, Jonas sugiere también una identificación de la muerte con
lo no vivo, afirmando que “nuestro pensamiento está hoy bajo el dominio ontológico de la
muerte” (1, p. 26). Del mismo modo, el filósofo sostiene que “[E]l hecho mismo de que
hoy debamos enfrentarnos al problema teórico de la vida, y no al de la muerte, atestigua el
estatus de la muerte como el estado natural y que se explica a sí mismo” (1, p. 25).

Sin embargo, entendiendo ‘muerte’ como ‘novedad ontológica perdida’, a nuestro


entender no parece tan claro que en la biología contemporánea haya efectivamente una
“ontología de la muerte” en los términos de Jonas. En este sentido, la identificación entre
‘muerte’ y ‘no ser’ para la biología del siglo XX parece ser susceptible de un severo
cuestionamiento. Incluso, el propio Hans Jonas reconoce el problema al mencionar que:
“se podría objetar que hablamos de «muerte» para referirnos en realidad a la indiferencia
de la mera materia, que posee una carácter neutral, mientras que «muerte» tiene un
sentido antitético y solo se puede aplicar a lo que tiene vida, puede tenerla, o la tuvo” (1,
pp. 26-27). Es que, tal como hemos visto, para el caso de la biología contemporánea la
indagación no se basa propiamente en lo muerto, sino más bien en las partes que
componen lo viviente, partes pretendidamente fundamentales de ese todo fragmentado.
No hay muerte en los niveles inferiores, sino “mero olvido de lo viviente”. Por un lado,
porque en ese olvido del resto de las partes la “caída ontológica de la vida” arrastra otros
tantos problemas. La genética y la biología molecular irrumpen en la biología del siglo
XX con la autoproclamación de “fundamentales”, y bajo una consideración de
“prescindente” al resto de las partes originadas a la luz del mecanicismo en un todo
conceptualizado desde la jerarquía. Pero, a su vez, porque ese olvido no sólo radica en su
propuesta reductora. También su “ubicación” inferior dentro de la jerarquía obliga a la
sospecha de cómo se pretende reducir su complejidad en un par de niveles inferiores al
organísmico. Y acaso sea el momento para retornar al propósito general de Jonas y
preguntarnos cuánto hay de “humano” en aquellos niveles más básicos: esa particular

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entidad que es el ser humano obliga a recuperar cada uno de los fragmentos de la vida que
nos ha dejado el mecanicismo (los niveles de lo viviente), y valorarlos con extremo
cuidado, con el convencimiento de que nuestro análisis será siempre insuficiente. Por
ejemplo, los intentos por reducir comportamientos humanos de gran complejidad a meras
secuencias genéticas (para ejemplos, ver 14, 15 y 16) impiden cualquier vínculo no sólo
entre las diferentes disciplinas que componen a la biología contemporánea, sino también
entre las ciencias naturales y las ciencias sociales.

Conclusiones: hacia una vida recuperada

¿Cómo dar cuenta de una propuesta alternativa que logre recuperar el status ontológico de
la vida? En primer lugar, debemos reconocer que la vida no podrá “recobrarse” de manera
estricta en el marco del mecanicismo. Sin embargo, aun cuando no aceptemos muchos de
los elementos propositivos sostenidos por Jonas, la crítica señalada por el filósofo alemán
irrumpe frente a cierta tendencia general de exacerbar las entidades correspondientes a los
niveles inferiores en la biología. En este sentido, resulta imprescindible revisar algunas
tendencias de la biología contemporánea intentando encontrar alternativas a los intentos
reductores de la biología a la química y la física, de las ciencias sociales hacia la biología,
y dentro de la biología misma, en “favor” de la genética y biología molecular. De este
modo, si bien puede tratarse de un proceso “irreversible” dentro del mecanicismo
imperante, el problema de la pérdida de lo viviente se ve intensificado frente al hecho de
que las partes consideradas fundantes son justamente los niveles donde la vida se
disuelve, allí, en la interioridad de los organismos. Como hemos mencionado, la crítica de
Hans Jonas a nuestra biología nos obliga a aceptar que una parte del problema es
irresoluble dentro del mecanicismo: la “caída” ha ocurrido, una caída histórica basada en
ciertos pilares epocales. Sin embargo, esto no implica que debamos quedarnos de brazos
cruzados. Por el contrario, se trata del desafío y de la necesidad de buscar lo vivo entre
fragmentos de materia inerte, tarea ardua, ingrata y sobre todo, restringida. Pero quizás

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también sea una buena oportunidad para aprovechar esta limitación a fin de generar una
demarcación clara para el alcance de nuestras conclusiones, a la vez que de incorporar
aquellos otros fragmentos “olvidados” en el arduo camino de aprehender y comprender la
vida.

Agradecimientos

Agradezco la lectura crítica por parte de la Dra. Olimpia Lombardi y del Lic. Federico di
Pasquo, cuyas críticas enriquecieron el presente trabajo.

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Bibliografía

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