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ADOLESCENCIA

Una de las etapas más importantes en la formación y maduración de la


persona se da en la adolescencia en ella, éste se reconoce como sujeto con
deberes y derechos además de tomar conciencia de pertenecer a una comunidad
a la que aporta una realidad individual y donde comparte valores y proyectos con
quienes la integran. Psicológicamente el adolescente siente que debe
independizarse, aunque persiste la unión física con padres, hermanos y amigos.

En cuanto a la inserción social, el factor de pertenencia debe acompañar a la


formación de la personalidad, al destacar la importancia de las ideas y conductas
de quienes forman el entorno del adolescente.

Antecedentes

A principios del siglo XX, Hall elaboró la llamada teoría de la recapitulación,


según la cual la estructura genética de la personalidad lleva incorporada la
historia del género humano. Esta fase estaría dominada por las fuerzas del
instinto, no estarían obligados a comportarse como adultos porque se hallan en
un estadio intermedio entre el “salvajismo” y la “civilización”. La obra de Hall tuvo
una enorme influencia, al difundir una imagen positiva de la adolescencia como
etapa de moratoria social y de crisis, convenciendo a los educadores de la
necesidad de dejar que “los jóvenes fueran jóvenes” (Felixa, 1999).

Por otra parte, Margaret Mead, en su libro sobre la adolescencia “Comming


of Age in Samoa”, publicado en 1928, criticó el etnocentrismo de la teoría
psicológica y la universalidad de los problemas de la adolescencia, refutando
incluso las teorías de Hall al decir “La adolescencia no representa un período de
crisis o tensión sino, por el contrario, el desenvolvimiento armónico de un
conjunto de intereses y actividades que maduran lentamente.” (Mead, 1985).
Desde la perspectiva de Mead, los métodos de educación, la estructura de la
personalidad adulta, las orientaciones fundamentales de la cultura, forman un
conjunto organizado en el seno de cada cultura.
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La adolescencia es un impulso muy poderoso hacia el futuro que hace de


cada instante algo nuevo que se vive continuamente, las situaciones que se
presentan imprevistamente sin saber qué vendrá después. Es una época de
turbulencias impetuosas, de cambios de valores radicales, de opciones muy
diversas, de repente, el joven ya no es lo que era ayer y no será mañana lo que
es hoy.

Si el ser humano es inquieto, con mayor razón lo es el adolescente, pues el


tiempo pasa muy rápidamente y la personalidad evoluciona de manera irregular.
Es una época en que no sólo cambian los valores sino también la personalidad y
la manera de ver la vida. Los padres y los adolescentes tienen en común que
ambos desconocen los caminos a seguir y buscan con ansiedad aquellos que los
lleven a un nuevo equilibrio entre la libertad y la permisividad.

Para lograr una mejor comprensión del tema de la adolescencia desde el


punto de vista del tema de este estudio, se desarrolla a continuación, la teoría
relativa a la adolescencia, desde el punto de vista general, pero también de sus
valores y por supuesto de sus familias.

Características de la adolescencia

¿Cuándo termina la infancia? ¿Cuándo comienza la vida adulta? Como el


desarrollo es un proceso continuo, no existen respuestas fáciles ni rápidas para
dichas preguntas. Cada cultura decide dónde cae la línea divisoria. Muchas
culturas marcan este paso con ceremonias especiales; los individuos entran en
ellas como niños y unas cuantas horas o días después aparecen como adultos.
En muchos países occidentales, no obstante, la transición de niño a adulto tiene
lugar de manera más gradual durante un periodo conocido como adolescencia,
que dura varios años.

Por tradición se ha considerado que la adolescencia empieza con el inicio


de la pubertad, un estirón súbito en el crecimiento físico que es acompañado por
la madurez sexual y que termina cuando los individuos asumen las
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responsabilidades asociadas con la vida adulta, como casarse, trabajar, etc.


(Rice, 1992). No obstante, la entrada en la adolescencia, la duración de esta fase
e incluso el hecho de asumir la existencia de un período, distinto de adolescencia,
son asuntos definidos por la cultura. Por ejemplo, en Estado Unidos la idea de un
periodo separado de adolescencia no obtuvo aceptación general hasta bien
entrado el siglo XX. Antes de eso, los niños debían realizar diversos trabajos tan
pronto eran lo bastante grandes para hacerlo, y asumían gradualmente sus
papeles y responsabilidades adultas. En contraste, ahora existe un periodo
diferenciado de adolescencia; más aún, en los años recientes ha mostrado signos
de expansión, de modo que los niños entran en esta fase a edades más
tempranas. Esas tendencias subrayan el hecho de que la definición de la
adolescencia es en gran medida social, determinada por cada cultura y que, las
ideas relativas a esta parte de la vida pueden cambiar de manera notable en el
tiempo dentro de una misma cultura.

Desarrollo físico de la adolescencia

El desarrollo de la adolescencia es señalado por un incremento repentino


en la tasa del crecimiento físico. Aunque este estirón del crecimiento ocurre en
ambos sexos, empieza primero en la niñas (alrededor de los 10 u 11 años) que
los niños (alrededor de los 12 o 13 años). Antes de este “estirón”, niños y niñas
son de estatura similar. En las primeras fases las niñas suelen ser más altas que
los varones, y luego de que termina los muchachos son varios centímetros más
altos.

Este esfuerzo del crecimiento es sólo un aspecto del proceso de pubertad,


el periodo de cambios rápidos durante el cual los individuos alcanzan la madurez
sexual y adquieren la capacidad de reproducirse (Rice, 1992). Durante la
pubertad, las gónadas, o glándulas sexuales, producen mayores niveles de
hormonas sexuales y los órganos sexuales externos toman su forma adulta. Las
niñas comienzan a menstruar y los niños empiezan a producir esperma. Además
de estos cambios, que suelen conocerse como características sexuales primarias,
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ambos sexos sufren muchos otros cambios relacionados con la madurez sexual.
Los muchachos desarrollan pelo en el rostro y el torso y sus voces se hacen más
profundas. Las muchachas experimentan el crecimiento de los senos y
ensanchamiento de las caderas; ambos sexos desarrollan vello púbico. Existe una
enorme variabilidad en el inicio de la madurez sexual. La mayoría de las
muchachas comienza a menstruar a los 13 años de edad; pero para algunas este
proceso no empieza hasta la edad de 15 o 16 años, y para otras puede empezar
a los 7 u 8 años. Un hecho interesante es que un porcentaje elevado de grasa
corporal se asocia con un inicio más temprano de la menstruación, mientras que
el ejercicio vigoroso tiende a demorarla (Stager, 1988). La mayoría de los varones
comienza a producir esperma a los 14 o 15 años, pero para algunos el proceso
puede empezar antes o después. Muchos adolecentes encuentran
desconcertante el rápido paso de esos cambios.

También los rasgos faciales suelen cambiar durante la pubertad.


Características asociadas con la niñez como ojos grandes, frente alta, mejillas
redondeadas y mentón pequeño, dan lugar a una apariencia más adulta (Berry y
McArthur, 1986). Estudios recientes indican que estos cambios son de
considerable importancia. Por ejemplo, los individuos que retienen rasgos faciales
infantiles – una cara de niño – se perciben como más débiles, más ingenuos y
más sumisos que las personas que no retienen esas características. Un hecho
interesante es que la gente con cara infantil también es percibida como más
honesta, cálida y sincera que el promedio (Berry, 1991). Los rasgos infantiles
también se relacionan con el atractivo en ambos sexos, aunque la dirección de
esos efectos difiere para hombres y mujeres. Los hombres en general encuentran
atractivos los rasgos infantiles en las mujeres; sin embargo, las mujeres no
encuentran atractivos los rasgos infantiles en los hombres (Berry y Zebrowitz-
McArthur, 1988).

También existen diferencias sexuales en relación con los efectos de la


maduración sexual precoz. Los muchachos que maduran precozmente tienen una
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ventaja definida sobre los que maduran más tarde. Son más fuertes y más
atléticos que los chicos que maduran después, y suelen alcanzar la excelencia en
deportes competitivos. Gracias en parte a esas ventajas, suelen ser más seguros
y más populares, por lo que a menudo son elegidos para ejercer papeles de
liderazgo (Blyth, Bulcorft y Simmons, 1981).

En contraste, la maduración sexual temprana parece conferir menos


beneficios a las chicas. Las muchachas que maduran precozmente suelen ser
más altas que sus compañeros – a menudo más que los muchachos de su edad –
y el aumento en el atractivo sexual puede producir la envidia de sus compañeras
así como avances sexuales no deseados de parte de personas mayores
(Peterson, 1987). En resumen, el tiempo en que da inicio la pubertad puede
desempeñar un papel importante en el desarrollo de la identidad de los
adolescentes y por ende de su desarrollo social posterior.

Desarrollo cognoscitivo durante la adolescencia

Según Piaget (1965), en la etapa de las operaciones formales, los


adolescentes pueden evaluar la validez de las afirmaciones verbales, razonar
deductivamente y mostrar muchas otras capacidades lógicas. Pero Piaget
afirmaba que el pensamiento de los adolescentes se alejaba del de los adultos en
varios aspectos importantes. Aunque los adolescentes utilizan sus recién
adquiridas habilidades cognoscitivas para construir teorías arrolladoras acerca de
varios aspectos de la vida, esas teorías son ingenuas por la falta de experiencia
de los adolescentes. De manera similar, muestran tendencias al egocentrismo,
asumiendo rígidamente que sólo su opinión es la correcta.

La idea de que el pensamiento de los adolescentes en inferior – o por lo


menos considerablemente diferente – al de los adultos es aprobada por muchos
teóricos. Por ejemplo, Elklind (1967) sugería que los adolescentes suelen
desviarse mucho cuando intentan conceptualizar los pensamientos de otras
personas. Primero, no logran diferenciar sus pensamientos de los pensamientos
de las otras personas. Esta tendencia los lleva a asumir que son el foco de la
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atención de los demás, un fenómeno que Elklind denominó audiencia imaginaria.


Los adolescentes suelen creer que los otros centran la atención en ellos, y eso los
hace dolorosamente conscientes de sí mismos en muchas situaciones. Además,
suelen creer que sus sentimientos y pensamientos son únicos por completo, que
nadie más en el planeta comparte sus experiencias. Elklind (1967) se refería a
este hecho como la fábula personal.

Se trata de ideas interesantes que durante décadas han capturado la


atención tanto de psicólogos, educadores y padres. Pero, ¿son correctas? ¿En
realidad difiere tanto el pensamiento de los adolescentes del de los adultos? De
modo sorprendente, la evidencia que se ha ido obteniendo sugiere que la
magnitud de dichas diferencias es menor de lo que sugieren las experiencias
cotidianas y variadas teorías (Bleth-Marom et al, 1991, citato en Baron, 1996).
Quizá la investigación más interesante que apunta en esta dirección es la
concerniente a la interrogante de si los adolescentes y los adultos conciben el
riesgo de diferente manera.

Es obvio que los adolescentes se involucran en una gran cantidad de


conductas de alto riesgo, que van desde practicar el sexo sin protección a
conducir de manera temeraria. Una explicación generalmente aceptada es que las
personas jóvenes sufren de lo que se ha llamado “invulnerabilidad del
adolescente”, la creencia de que de alguna manera son inmunes al daño que
pueden producir las conductas de alto riesgo (Baron y Brown, 1991). ¿Es correcta
esta visión? De manera sorprendente, no es apoyada por todos los hallazgos
empíricos. Algunos estudios (Fischoff, 1992; Quadrel, 1990) indican que los
adolescentes no tienen más probabilidades que los adultos de considerarse
exentos de los resultados negativos de las conductas peligrosas.

Una ilustración muy clara de este punto se encuentra en un estudio


conducido por Quadrel, Fischoff y Davis (1993), quienes pidieron a tres grupos de
individuos – adolescentes que vivían en albergues para muchachos conflictivos,
adolescentes que vivían con sus padres y los padres de estos últimos – que
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calificaran la probabilidad de que les sucediera a ellos cada uno de ocho sucesos
negativos. Los sucesos incluían cuatro que se percibían como muy controlables
(lesiones en accidentes automovilísticos, dependencia del alcohol, embarazos no
planeados, robos con violencia) y cuatro que se juzgaban poco controlables
(enfermedades por la contaminación ambiental, lesiones en una explosión,
enfermedades por pesticidas y enfermedades por radiación). Después de calificar
qué tan probable era que ellos experimentaran esos hechos, los participantes de
los tres grupos calificaron la probabilidad de que fueran experimentados por otras
personas – un conocido y un amigo cercano –. Además, los adolescentes que
vivían con sus padres calificaron la probabilidad de que sus progenitores
experimentaran estos hechos, y éstos hicieron lo mismo para sus hijos. Los
resultados fueron claros: los adolescentes no se calificaron como más
invulnerables que los adultos. De hecho, si acaso, los adolescentes que vivían
con sus padres mostraban una tendencia menor a creer en su propia
invulnerabilidad que los progenitores. De modo que, en resumen, los
adolescentes y los adultos no parecen diferir considerablemente en términos de la
forma en que piensan acerca de los riesgos.

¿A qué se debe entonces que los adolescentes tengan más probabilidad


de participar en conductas de alto riesgo? En este hecho parecen incidir varios
factores. Es posible que los adolescentes encuentren que las recompensas
asociadas con esas acciones son tan placenteras que la amenaza de un severo
daño potencial no logra persuadirlos. De manera alternativa, muchos
adolescentes pueden pertenecer a grupos cuyas normas sociales, las reglas
acerca de lo que es o no una conducta apropiada, favorecen las acciones de alto
riesgo. En resumen, participan en esas acciones porque sus amigos lo esperan,
los animan a que lo hagan.

En conjunto, estos y otros factores pueden ayudar a explicar la brecha


entre las creencias de los adolescentes, su reconocimiento del hecho de que no
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son invulnerables al daño y su tendencia a participar en actividades que


amenazan su salud o seguridad.

Desarrollo social de la adolescencia: amistad, la búsqueda de la identidad y


la sexualidad

Aunque la mayoría de los adolescentes reporta principalmente relaciones


positivas con sus padres, esas relaciones familiares son sólo una parte del cuadro
total del desarrollo social de los adolescentes. La amistad, sobre todo con
miembros del propio sexo pero también con miembros del opuesto, se vuelve
cada vez más importante. Y, por supuesto, junto con la madurez sexual viene la
capacidad y el interés en las relaciones románticas y sexuales.

La amistad confiere muchos beneficios evidentes: dentro de esas


relaciones los adolescentes practican, y mejoran, un amplio conjunto de
habilidades sociales (Berndt, 1992), y desarrollan la capacidad para la intimidad,
compartir sus pensamientos y sentimientos más íntimos con otra persona.

Aunque las amistades crecientes y profundas de los adolescentes suponen


beneficios importantes, no deben descuidarse sus aspectos potencialmente
dañinos. Muchos estudios indican que los adolescentes a menudo experimentan
un conflicto intenso con los amigos, conflicto que puede dejar serias cicatrices
psicológicas. En los años recientes los diarios han reportado muchos hechos
trágicos en que adolescentes llenos de celos sexuales han atacado, y aun
asesinado, a sus amantes o rivales, en ocasiones incluso dentro de la escuela.
Además, los adolescentes pueden adquirir de los amigos actitudes y patrones de
conducta indeseables (Shantz y Hartup, 1993). Por ejemplo, pueden ser inducidos
a fumar, consumir alcohol u otras drogas, o participar en relaciones sexuales
porque algunos de sus amigos lo hacen. Empero, como hace notar Berndt (1992),
la influencia entre los amigos adolescentes es recíproca, fluye en ambas
direcciones. De modo que no deben exagerarse los potenciales efectos negativos
de tener amigos “salvajes” o aventureros.
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La amistad también juega un papel importante en otro aspecto central del


desarrollo social en la adolescencia: la búsqueda de la identidad personal. Este
proceso es un elemento esencial en la importante teoría del desarrollo psicosocial
propuesta por Erick Erikson (1950).

La teoría de Erikson (1950), como la propuesta por Piaget (1975), es una


teoría de etapas: sugiere que todos los seres humanos atraviesan por etapas o
fases de desarrollo específicas. Pero, en contraste con la teoría de Piaget,
Erikson se interesa principalmente por el desarrollo social más que en el
cognoscitivo. Erikson creía que cada etapa de la vida está marcada por una crisis
o conflicto específico, y que sólo si los individuos superan con éxito cada uno de
esos obstáculos pueden seguir desarrollándose de manera normal y saludable.

Las primeras cuatro etapas de la teoría de Erikson ocurren durante la


infancia, una tiene lugar durante la adolescencia y las tres últimas durante los
años adultos. La primera etapa ocurre durante el primer año de vida, se centra en
la crisis de la confianza contra desconfianza; la segunda crisis sucede durante el
segundo año de vida e implica la autonomía contra la vergüenza y la duda; la
tercera, tiene lugar durante los años preescolares, entre las edades de tres y
cinco años y trata de la iniciativa contra la culpa; la cuarta y última etapa de la
niñez ocurre durante los primeros años escolares (entre los 6 y 11 años de edad)
y consiste en la crisis de la industria contra la inferioridad.

Así, llegamos a la etapa de la teoría de Erikson que es crucial para este


estudio, resumida en la tabla 1, de la adolescencia: la crisis de la identidad contra
la jerarquía de valores. En este momento de la vida de los individuos se
preguntan: ¿Quién soy yo? ¿Cómo soy en realidad? ¿Qué quiero ser? En otras
palabras, intentan establecer una identidad propia y clara, comprender los rasgos
que los distinguen y lo que realmente es importante para ellos. Por supuesto, se
trata de preguntas que los individuos se plantean a sí mismos en muchos
momentos de la vida. Pero, de acuerdo con Erikson, durante la adolescencia es
crucial que esas preguntas se respondan de manera adecuada. De no ser así, los
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individuos pueden quedar a la deriva, sin saber a dónde desean ir o lo que


quieren hacer.

Los adolescentes adoptan muchas estrategias distintas para ayudarse a


resolver su propia crisis de identidad personal. Juegan muchos papeles diferentes
– el buen muchacho, el rebelde, el hijo obediente, el atleta – y se unen a muchos
grupos sociales distintos. Consideran muchos yo sociales posibles, diferentes
tipos de personas en que podrían convertirse. (Markus y Nurius, 1986, citado en
Brown, 1996). A partir de esas experiencias comienzan a formar gradualmente un
marco cognoscitivo de referencia para comprenderse a sí mismos, un
autoesquema, (cuadro No. 3.1). Una vez formado, este marco permanece
bastante constante y sirve de guía para los adolescentes en muchos contextos
diferentes.
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Las ocho etapas del desarrollo psicosocial de Erickson

Crisis / Fase Descripción

Confianza contra Los niños aprenden en el ambiente (si sus necesidades son
desconfianza satisfechas) o a desconfiar (si sus necesidades no son
consistentemente satisfechas).

Los niños adquieren confianza en sí mismos si aprenden a


regular sus cuerpos y a actuar independientemente. Si no
Autonomía contra
logran hacerlo o son etiquetados de inadecuados,
vergüenza y duda
experimentan vergüenza y duda.

Los preescolares (3-5 años de edad) adquieren muchas


habilidades físicas y mentales, pero también deben aprender
a controlar sus impulsos. A menos que se alcance un
equilibrio adecuado entre las habilidades y los impulsos,
pueden volverse indisciplinados o demasiado inhibidos.
Iniciativa contra
culpa

Los niños (6-11 años de edad) adquieren muchas habilidades


y competencias. Si adquieren un orgullo justificado por esos
logros, poseen una autoestima elevada. En contraste, si se
Industria contra comparan de manera desventajosa, pueden desarrollar baja
inferioridad autoestima.

Los adolescentes deben integrar varios roles en una identidad


personal consistente. Si no logran hacerlo, pueden
Identidad contra
experimentar confusión sobre quiénes son en realidad.
confusión de roles

Los jóvenes adultos deben desarrollar la habilidad de formar


relaciones profundas e íntimas con otros. Si no lo hacen,
Intimidad contra
pueden quedar aislados social o emocionalmente.
aislamiento

Generatividad Durante la vida adulta, las personas deben adquirir un interés


contra activo en ayudar y guiar a las personas jóvenes. Si no lo
autoabsorción (o hacen pueden quedar absortos con necesidades y deseos
estancamiento) egoístas.

En las últimas décadas de la vida, los individuos se preguntan


si su vida ha tenido significado. Si pueden responder
Integridad contra
afirmativamente, obtienen un sentido de integridad. Si la
desesperación
respuesta es negativa, pueden experimentar una profunda
desesperación.

Cuadro 3.1 adaptada de Baron 1996.


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Desarrollo social y emocional durante la adolescencia

Sería sorprendente que los importantes cambios físicos y cognoscitivos


que ocurren durante la adolescencia no fueran acompañados por cambios así de
importantes en el desarrollo social y emocional. Después de todo, nuestra
apariencia y nuestras habilidades para pensar en otros en varias maneras
complejas pueden afectar considerablemente sus reacciones hacia nosotros y
nuestras reacciones hacia ellos.

Cambios emocionales: las altas y bajas de la juventud

Las creencias comunes sugieren que los adolescentes son criaturas


impredecibles, que sufren severas oscilaciones de estado de ánimo y estallidos
emocionales desbordantes. En un estudio sobre el tema, muchos adolescentes
llevaban un beeper que se activaba en momentos aleatorios a lo largo de toda
una semana. Al activarse, los adolescentes debían registrar sus pensamientos y
sentimientos en un diario. Los resultados indicaron que realmente mostraban
oscilaciones frecuentes y considerables en su estado de ánimo, desde las alturas
hasta las profundidades (Csikszentmihalyi y Larson, 198, citado en Brown, 1996).
Más aún, estas oscilaciones podían ocurrir de manera muy rápida, en ocasiones
en unos cuantos minutos. La gente mayor también muestra cambios de estado de
ánimo, pero tienden a ser menos frecuentes, más lentos y de menor magnitud. De
modo que existe evidencia que apoya la idea de que los adolescentes, al menos
en las culturas occidentales, son emocionalmente más volátiles que los adultos.

En un artículo escrito por Carmen Gómez (2008) precisamente de la


situación afectiva, denominándola incómoda y comentando que justifica la
aparición de numerosos mecanismos de defensa a los que tiene acceso el
adolescente, por su recién adquirida capacidad de conceptualización.

Los mecanismos de defensa más frecuentemente usados por el


adolescente y que explican algunas de sus conductas son:

 La fantasía, es decir, el soñar despierto imaginándose grandes, queridos,


admirados, etc.
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 La sublimación, que eleva el móvil de sus acciones al no saber cómo enfrentarse


con situaciones concretas y al alcance de sus manos, siendo esta la época de las
llamadas “vocaciones misioneras”, del amor a la humanidad, del pensar en un
mundo limpio y justo, es decir, de los idealismos.

 La intelectualización, es decir el tener una razón y perderse en divagaciones y


explicaciones para todo.

 El ascetismo, que es el sentirse controladores de lo que les desconcierta. El


deporte, la naturaleza, por ejemplo, cobran un nuevo sentido a esa edad ya no
siendo practicado sólo por “pasarla bien”.

Por otra parte, Carlos Mayora Re (2008) en su artículo denominado “Los


adolescentes y sus espejos” llama nuestra atención hacia algunos valores
exaltados en la adolescencia, explicándonos cómo para muchas personas, la
autoestima, por ejemplo, depende únicamente de los logros y metas alcanzados,
independientemente de las cualidades y peculiaridades de cada uno.

La autoestima, sin embargo es valorada muchas veces sólo por lo externo y


aunque este sea un punto de vista parcial, Mayora nos recuerda que el tema está
cada vez más en boga: vales por lo que tienes, por lo que aparentas. No
importando en realidad lo que eres. Quizá por esto, con frecuencia la autoestima
aparece sobreestimada y es por tanto cada vez más difícil de lograr.

En un ambiente así, son los adolescentes quienes tienen mayor dificultad, ya


que no se conocen a sí mismos, y dependen de los valores que se les presentan
para poder juzgar lo correcto o incorrecto de sus actuaciones. Cuando abunda la
trivialización de la vida, a través de las modas y modelos, se vuelve todavía más
complicada la superación exitosa de la adolescencia.

Nadie puede descubrirse a sí mismo sin entrar con los otros, sin probar
cómo es él o ella y compararse con lo que los demás esperan que sea. Pero esos
otros, sus amigos, su “mundo”, su familia ¿de dónde sacan las ideas de cómo
debe ser alguien “normal”? Según el autor, de lo que se refleja en la opinión
pública que, a grandes rasgos, está constituida por los valores que se cotizan en
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la familia, la escuela, la iglesia, y además en los medios masivos de


comunicación: televisión, revistas, prensa escrita, etc.

De aquí, surgen pues algunos cuestionamientos: “¿cuál es el inventario de


valores que la mayoría de los adolescentes parece tener hoy en sus mentes?,
¿cuáles son los modelos que imitan, y por qué los imitan?, ¿en qué espejo se
miran?, ¿quiénes son sus héroes, su prototipos, sus ídolos?” (Mayora, 2008 pág.
2).

Así, Mayora nos comenta acerca de un estudio realizado en España, donde


se destaca que entre hombres y mujeres adultos, los rasgos más valorados hoy
en día son aquellos que hacen referencia a cualidades físicas, a la personalidad y
al sentido del humor. Mientras que la inteligencia, las cualidades morales o la
coherencia de vida prácticamente no aparecen. En el caso de los varones
adolescentes, se destaca cómo todos tienen afán por sobresalir en algún deporte,
de tener cuanto antes un cuerpo de adulto, (alto, musculoso y bien
proporcionado); todos buscan la posibilidad de ganar – con el menor esfuerzo
posible – alguna cantidad de dinero, de caer bien a las mujeres y ser populares,
en cuanto a las mujeres, el valor que más les interesa es el de responder a los
patrones populares de belleza – ser bonitas o al menos parecerlo, ser delgadas,
etc. – comprendiendo erróneamente que la apariencia agradable les abrirá todas
las puertas de la vida.

En todos los casos, es decir, hombres, mujeres, adultos y adolescentes, el


valor de la imagen – tipo, rostro, cuerpo – ha ido cobrando una importancia cada
vez mayor en las sociedades actuales, dejando a la personalidad como un valor
de segunda clase, la inteligencia, como un rasgo menor, el ser responsable y
buen trabajador, puede incluso estar mal visto.

Todo esto, arriesga a los adolescentes a enfrentarse con tres grandes


peligros:

 La dificultad de lograr una autoestima adecuada, al pretender buscar solamente


valores externos, físicos o superficiales; sin caer en cuenta de que la
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adolescencia es la etapa de los grandes ideales, de “soltar las amarras y dirigir la


nave de la propia vida a un puerto que valga la pena” (Mayora, 2008 pág. 2).

 Al desconocer en qué aspectos fundamentan los demás su propia autoestima,


pueden perder la posibilidad de buscar los valores humanos como la solidaridad,
el respeto, etc.

 Al vincular en exceso las características del propio género con aspectos


superficiales o secundarios, se corre el riesgo de caer en una crisis personal de
identificación consigo mismo.

La autoestima es, en realidad, producto del autoconocimiento, valoración de


las propias cualidades y consecuencia de haber encontrado dirección al orientar
sus pasos, es decir, luchar, esforzarse, dirigirse hacia una meta hasta alcanzarla y
lograr así valorar la lucha y no solamente los resultados.

No obstante, muchas de las ideas en general aceptadas acerca de la


emocionalidad de los adolescentes no parecen ser correctas. Por ejemplo, suele
asumirse que la adolescencia en un periodo de gran estrés e infelicidad, lo que no
parece ser el caso. Por el contrario, la mayoría de los adolescentes reportan
sentirse felices y confiados en sí mismos, y no desdichados o angustiados (Offer y
Sabshin, 1984). Además, y de nuevo en contra del estereotipo, la mayoría de los
adolescentes reporta que disfruta de relaciones relativamente buenas con sus
padres. Comparten con ellos valores básicos, planes futuros (como el ingreso a la
universidad) y muchos otros asuntos (Bachman, 1987). Por supuesto, existen
algunos puntos de fricción: los adolescentes suelen estar en desacuerdo con sus
padres acerca de la forma en que deben usar su tiempo libre, el dinero que deben
tener o gastar y en cierto grado en lo que respecta a su conducta sexual (Kelley y
Byrne, 1992, citado en Brown, 1996). Sin embargo, en buena medida la llamada
brecha generacional es mucho más pequeña y de alcance más limitado de lo que
muchas personas han asumido (Galambos, 1992, citado en Brown, 1996).

Sin embargo, un estudio realizado por Guadalupe Prieto Huesca de la


Universidad de las Américas de Puebla indica algunas estadísticas escalofriantes
en cuanto a los adolescentes mexicanos de nuestros tiempos:
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 El compromiso social es cosa de mayores.

 Su verdadero compromiso es divertirse y prepararse solamente para el mercado


laboral.

 No se interesan en la política.

 Se sienten manipulados por los medios de información.

 Solamente el 24% participa en actividades deportivas.

 Apenas el 1% se involucra en movimientos ecologistas.

 El 23% de los adolescentes es infractor.

 Medio millón admite haberse emborrachado cuando menos una vez al mes.

 30% consume marihuana.

 3.6% consume cocaína.

 El 12% sufrió algún accidente de tráfico.

 El 7% de una muestra estadística salió de casa el sábado y no regresó hasta


después de las siete de la mañana del domingo.

 El 53% de las adolescentes tienen una vida sexual activa y no usan


anticonceptivos.

 En el estado de Guanajuato, los sistemas de urgencias reportaron 83 casos


documentados de suicidios de adolescentes. (Secretaría de Salud, Estado de
Guanajuato, 2007).

Por otra parte, The American Psychologist dedicó, en 1992 todo un volumen
al tema de la adolescencia, poniendo especial interés en los problemas y riesgos
enfrentados por los adolescentes, los siguientes son algunos de los problemas
identificados por dicha publicación:

Familias divorciadas, con padres ausentes y familias compuestas:

En Estados Unidos y muchos otros países del mundo, más de la mitad de


todos los matrimonios terminan en divorcio. Esto significa que una gran
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proporción de niños y adolescentes pasarán parte de su vida en una familia con


un solo progenitor que por lo general es la madre (Norton y Moorman, 1987,
citado por The American Psychologist, 1992). Los adolescentes reaccionan al
divorcio con miedo, ansiedad y sentimientos de inseguridad sobre el futuro. Más
aún, muchos de ellos culpan a uno de los padres por el divorcio: “¿Qué hizo ella
para que papá se fuera?”, “¿Cómo pudo él abandonarnos así?” Algunos
adolescentes internalizan esos sentimientos y experimentan culpa, sintiendo que
de alguna manera “ellos” fueron responsables de la ruptura.

Los efectos del divorcio en el bienestar emocional de los adolescentes


dependen de muchos factores diferentes, incluyendo la calidad del cuidado que
recibían antes del divorcio (Raphael et at, 1990) y la naturaleza del divorcio, si fue
amigable o estuvo lleno de ira y resentimiento. Entre más negativos fueran los
sentimientos de los padres entre sí, más probable es el daño emocional del
adolescente. Además, es más probable que los adolescentes a los que se
describe como de bajo rendimiento académico, aquellos cuyo desempeño
académico es inferior al que se esperaría de su inteligencia, provengan de
familias divorciadas que de familias con ambos padres.

Los adolescentes que viven en familias en que hay un padre ausente


enfrentan otros problemas. Hay un aumento considerable de nacimientos de
madres solteras y en muchos de estos casos los hijos ni siquiera llegan a conocer
a sus padres. Pero, ¿cuáles son los riesgos asociados con crecer en una familia
con un progenitor ausente? Los hallazgos empíricos sugieren los siguientes: un
mayor riesgo de conductas delincuentes, una disminución en el desempeño
académico y problemas para formar relaciones significativas, incluyendo
relaciones románticas estables, con miembros del sexo opuesto (Eberhardt y
Schill, 1984, citado en Raphael, et al, 1990).

De acuerdo con este análisis, podría asumirse que lo mejor para los
adolescentes de familias con un solo progenitor sería que el padre con el que
viven se volviera a casar. Sin embargo, cuando los padres divorciados o solteros
se casan, los adolescentes se enfrentan con otros problemas. Las familias
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compuestas resultantes, que constan de un padre biológico, un padrastro o


madrastra y quizá hermanos y hermanastros, crean nuevas complicaciones. La
preocupación por el favoritismo de los padres hacia sus hijos biológicos, las
rivalidades con los hermanastros y la fricción con los padrastros pueden ser
intensas y generar conflictos dolorosos. Estos problemas de las familias
compuestas son intensificados por el hecho de que la mayoría de los padrastros,
habiendo tenido la experiencia de ser padre de sus propios hijos, esperan cumplir
con facilidad el papel del padrastro. Mayor aún es su desconcierto cuando sus
hijastros hacen comentarios como: “Tú no eres mi verdadero(a) padre / madre, y
no tengo que escucharte”. Es claro entonces que los patrones cambiantes de
nacimiento, matrimonio, divorcio y nuevas nupcias crean problemas severos para
los adolescentes de hoy, problemas que son mucho más comunes y complejos
que los que enfrentaron los adolescentes del pasado.

Familias disfuncionales

En la actualidad, muchos adolescentes se encuentran en lo que actualmente


se denomina familias disfuncionales, familias que no satisfacen las necesidades
de sus hijos y que de hecho les causan daño severo (Amato, 1990; McKenry,
Kotch y Browne, 1991citados en Raphael, et al, 1990). Algunas de estas familias
son negligentes o pueden incluso maltratar a los hijos, por ejemplo, las familias en
las cuales uno o ambos padres abusan del alcohol o de otras drogas. Esos
jóvenes sólo pueden adivinar en qué consiste la conducta normal puesto que casi
no la ven en su hogar. Como sus padres se comportan de manera muy diferente
cuando se encuentran bajo el influjo de las drogas a como lo hacen en otras
ocasiones, esos adolescentes experimentan altos niveles de ansiedad.

Tal vez una forma aún más perturbadora de maltrato sea la que involucra el
abuso sexual, el contacto o actividades sexuales obligadas con niños o
adolescentes. Por desgracia, el abuso sexual está lejos de ser raro, en realidad,
cada año muchos niños se convierten en víctimas de semejante traición por parte
de los adultos.
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El abuso sexual a menudo ocurre durante la niñez temprana, pero también


es una experiencia alarmantemente común para los adolescentes. Como es
obvio, produce un severo daño psicológico. Entre los adolescentes que son
víctimas del abuso sexual son comunes la depresión, la deserción, huida, abuso
de drogas y quejas somáticas (Morrow y Sorrell, 1989, citados en Raphael, et al,
1990). La probabilidad y magnitud de los efectos nocivos se incrementan con la
frecuencia y duración del abuso; cuando el perpetrador es un miembro cercano de
la familia, como el padre, la madre o un hermano, y cuando interviene la fuerza
física (Kendall-Tackett, 1991, citado en Brown, 1996).

En conclusión, se debe aclarar que en la actualidad, los adolescentes


enfrentan muchas condiciones que amenazan su bienestar psicológico y físico.
Muchos crecen en familias con un solo progenitor, otros son criados en familias
compuestas y otros crecen en familias disfuncionales, es por tanto importante
conocer cuáles son las condiciones familiares, tanto en su tipología, como en la
funcionalidad familiar de los adolescentes de la ciudad de León, por lo menos de
aquellos del sector que ocupa a este estudio; los adolescentes preparatorianos
del Colegio La Salle de León.

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