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En nuestro país, la seguridad interior históricamente estuvo ligada a una concepción militarizada de las fuerzas
de seguridad, hacia el interior y hacia la sociedad en su conjunto. La policía era manejada por policías, así como
la defensa era manejada por militares.

Esta visión predominante al interior de las fuerzas de seguridad, que presupone que la seguridad no es cosa de
civiles, se mantuvo desde el retorno de la democracia mientras que, al mismo tiempo, la ciudadanía fue
aumentado la desconfianza en su actuación con el conocimiento de su accionar durante la dictadura, y de
numerosos hechos de complicidad e impunidad ya en democracia.

Los años ´90 reconvirtieron brutalmente el país, el Estado se alejó de todas sus funciones básicas, y la
seguridad pública no fue una excepción. Durante esa década se privatizaron bancos, recursos minerales,
escuelas y, demás está decirlo, la seguridad.

Nuestra concepción de la seguridad es distinta. Entendemos la seguridad como parte fundamental del interés
público, como la posibilidad que cada ciudadano pueda ejercer pleno goce de sus derechos. La seguridad es una
cuestión integral que va ligada a la posibilidad de escolarización, de trabajo decente y de salud.

No hay horizonte de ascenso social sin acceso a la educación y el trabajo; por lo tanto la desocupación, la
desigualdad y la exclusión fueron generando también un nuevo tipo de delito, de ocasión y mucho más
violento.

A mediano largo y mediano plazo se reducirá esta violencia con políticas estatales no clientelares de inclusión
social, pero el problema mayor lo tenemos en el día de hoy. Es por ese motivo que se debe atacar a quiénes
utilizan, fomentan y organizan este tipo de delitos. Deben ser objetivos de la política de seguridad las
economías delictivas, los traficantes de drogas y de seres humanos con fines de explotación comercial.
Acabando con las cocinas de drogas, con los desarmaderos clandestinos y con toda la economía de lo trucho y
lo ilegal, paulatinamente vamos a ir reduciendo a quienes generan condiciones para el delito y consiguen
personas para tal fin.

Por otra parte, hay un delito del que no se hacen eco los diarios o los noticieros, aunque su efecto social sea
devastador. Es un tipo de delito de altísima impunidad, pero que no aparece en la prensa diaria. Se caracteriza
por sus altos niveles de organización y cuyos agentes medulares aparecen sólidamente posicionados en las
esferas económicas, sociales y políticas. La corrupción gubernamental, los desfalcos empresariales y la
contaminación de las grandes industrias son algunos ejemplos de esta clase de criminalidad.

Luego de siete años de gestión el gobierno nacional decide que es hora de crear un Ministerio de Seguridad. Lo
hace luego de los acontecimientos en Villa Soldati que pusieron de manifiesto la inviabilidad de entregarle la
gestión de la Seguridad Pública a las cúpulas policiales. El mismo surgió de apuro y más como un golpe
mediático que producto de estrategias elaboradas. La respuesta al desmanejo de la Policía Federal y la feroz
represión en los primeros días de la toma siguió con el anuncio por parte de la Presidenta de la creación del
nuevo Ministerio el 10 de diciembre, día Internacional de los Derechos Humanos.

Las medidas anunciadas con bombos y platillos desde la creación de la nueva cartera han sido
fundamentalmente para dar la imagen de control de quien asume (se echaron todos los funcionarios que tienen
vinculación con Aníbal Fernández tanto civiles como policiales) y se realiza una pantomima de intervención
con el despliegue de 6.000 gendarmes a los municipios del conurbano bonaerense, que pone en evidencia la
impericia del Gobernador de la Mano Dura, Daniel Scioli, para contener el delito y la violencia en su provincia.
Hasta aquí lo hecho cumplido un mes de gestión.

Durante este mes no escuchamos hablar sobre la relación con las provincias y sus policías; la represión a los
integrantes de pueblos originarios en Formosa es sólo una anécdota que el tiempo borrará y las declaraciones
de Scioli sobre la aplicación de políticas de tolerancia cero no merecen ningún comentario de la nueva Ministra.

Sobre los papers que circulan con respecto a la nueva estructura del Ministerio de Seguridad nada se dice sobre
el Control civil del ministerio de las policías. Nada se vislumbra sobre un control del Congreso. Hasta ahora ha
habido un recambio de nombres pero no de políticas.

No se ha escuchado una sola palabra sobre la ejecución de la pena y la situación carcelaria del país. Tampoco se
ha dicho nada sobre el SEDRONAR y las políticas que se llevarán adelante para combatir al narcotráfico,
lavado de dinero y trata de personas con fines de explotación comercial.

Falta una política hacia los empleados de las distintas fuerzas policiales federales: política salarial, creación de
Ombudsman, política de ascensos, etc.

Por último, pero no menos importante; es que la gestación y la puesta en escena para informar la creación del
nuevo Ministerio, tuvo la triste imagen de la Presidenta absolutamente sola realizando un anuncio sorpresivo,
lo que no condice con el espíritu de los diez puntos de acuerdo para la seguridad democrática. Esta actitud es
una manta corta que deja de lado posibles consensos y políticas de estado a largo plazo para obtener en soledad
el mínimo rédito político que pudiera haber.

Sin consensos políticos importantes, sin aportes de intelectuales de valía, de organismos internacionales y
expertos en la gestión política policial; tarde o temprano, y acorralada por las elecciones y el aparato partidario,
la nueva Ministra se verá en la encrucijada de elegir entre Scioli y la gestión política del gobierno de la policía,
aunque por los pasos dados hasta ahora ya sabemos a quién eligió.

 

  
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