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¡Basta ya, de violencia patriarcal!

La realidad australiana *

Silvia Cuevas-Morales

El reconocimiento de que la violencia hacia las mujeres es una manera de perpetuar el

dominio de una mitad de la población sobre la otra ya va calando en casi todas las

sociedades modernas. Sin embargo, en el siglo XXI, la violencia machista continúa

cobrándose miles de víctimas alrededor del planeta; las violaciones siguen estando a la

orden del día; la mutilación genital aún se practica en muchos países así como los

matrimonios forzados; la pornografía nos rodea a diario y el tráfico de mujeres

destinadas a la prostitución se ha convertido en uno de los negocios más rentables junto

al de la droga y el de las armas.

Es verdad que las sociedades han avanzado y que las mujeres, gracias al Movimiento

Feminista, hemos conseguido más derechos, pero incluso en los países más

desarrollados aún existe la lacra de la violencia machista. Basta con citar la

estremecedora cifra de violaciones en Estados Unidos, donde cada 90 segundos una

mujer es violada (US Department of Justice, 2000). Australia, otro país considerado

muy avanzado, tampoco está exento de esta violencia.

Violencia doméstica

En Australia se han realizado tres importantes encuestas nacionales sobre la incidencia

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de la violencia de género, pero aunque las estadísticas ayudan a comprender la magnitud

del problema la mayoría de las víctimas aún no la denuncian a las autoridades. Según

los resultados obtenidos por la Oficina de Estadísticas Australianas en el 2005, el 36%

de las mujeres agredidas físicamente por un hombre lo denunció a la policía, mientras

que en la anterior encuesta de 1996, sólo un 19% lo había hecho.

Uno de cada cinco asesinatos ocurre entre parejas, y cada año se registra un promedio

de 77 asesinatos que derivan de la violencia doméstica (Periódico The Age, 2004).

Considerando que la población australiana ronda los 22 millones, 77 muertes anuales

resulta una cifra alarmante. El 75% de estos asesinatos son perpetrados por los maridos

o ex parejas y, como en España, la mayoría asesina a su mujer por que ésta ha decidido

abandonarle o porque éste cree que le ha sido infiel. El 25% de los asesinatos son

perpetrados por mujeres, que en su gran mayoría han sufrido malos tratos durante un

largo periodo.

El estudio de 1996 demostró que un 38% de las mujeres con edades entre los 18 y 24

años había experimentado algún incidente violento, comparado con un 15% de las

mayores de 45 años. En la encuesta del 2005 sin embargo las mujeres jóvenes que

habían experimentado violencia se traducía en un 26% y las mayores en un 25%. Lo

que estas estadísticas no aclaran es si las jóvenes son más propensas a sufrir agresiones

o si están más dispuestas a denunciarla que las mayores.

Ambas encuestas nacionales y un estudio del Royal Women’s Hospital de Melbourne

concluyen que el embarazo es un periodo de gran vulnerabilidad para las mujeres. En el

estudio de 2005, el 59% de las que habían padecido algún tipo de violencia habían

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estado embarazadas en algún momento; de éstas, un 36% denunció haber sido agredida

durante el embarazo y un 17% declaró haber sido agredida por primera vez al quedarse

embarazada.

También hay que tener en cuenta que la violencia en el hogar no sólo la sufren las

mujeres, ya que a menudo las parejas tienen hijos que desde pequeños son testigos de

los abusos y las palizas, y en un 25% de los casos también sufren abusos infantiles.

Según el estudio de 2005 las niñas menores de 15 años conforman el 12% de las

víctimas de abuso sexual, comparado con un 4.5% de los chicos.

Violencia Sexual

Los ataques de índole sexual, especialmente las violaciones, son un reflejo más de la

expresión de control y hostilidad que algunos hombres sienten hacia las mujeres. Al

igual que la violencia doméstica, las denuncias de violencia sexual muchas veces no

salen a la luz. Incluso en Australia, las mujeres agredidas sexualmente no se atreven a

denunciar por vergüenza y por miedo a ser estigmatizadas y culpabilizadas. Según

varios estudios un 81% de los casos no son denunciados. De las mujeres que sufrieron

violencia sexual, sólo el 19% lo denunció a las autoridades en el 2005 y un 15% lo hizo

en 1996. Tampoco es sorprendente que no lo denuncien cuando sólo uno de cada diez

juicios por violación acarrea una condena (Centro de Apoyo a Supervivientes de

Violaciones e Incesto de Brisbane).

Un 82% de las víctimas de agresiones sexuales son mujeres y el grupo de mayor riesgo

son las jóvenes entre los 15 y 19 años, seguidas por las de entre 10 y 14 años (ABS

Recorded Crime, 2003). El 97% de los agresores son hombres (estudio del Royal

Women’s Hospital, 2006).


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Según el Informe del Instituto Australiano de Criminología (AIC, 2003), un 65% de las

agresiones sucede en el hogar de la víctima o en el de su agresor; un 9% ocurre en sitios

públicos y un 7% en la calle. El 78 % de las víctimas conocía a su agresor. Queda claro

que las estadísticas echan por tierra algunos de los mitos más perpetuados en el ideario

machista, que las mujeres “deben tomar precauciones y no salir de noche ni vestirse de

manera provocativa” y que la “mayoría de los violadores son desconocidos”.

Prostitución

A lo largo de los años hemos oído que “la prostitución es el oficio más antiguo del

mundo y se ha practicado en todas las sociedades”, y las feministas añadimos que “el

control del cuerpo de las mujeres, las violaciones y la esclavitud también se han dado en

todo el mundo durante siglos...” ¿Pero por eso debemos seguir aceptando estas

prácticas? Está claro que no, además, es interesante resaltar que en Australia, en las

sociedades aborígenes antes de la invasión europea, la prostitución no existía. No se

intercambiaban servicios sexuales ni por dinero ni por bienes materiales (Raelene

Frances, The History of Female Prostitution in Australia, 1994).

A pesar de que el gobierno legisla para proteger a las mujeres de las agresiones

masculinas resulta contradictorio que por otra parte legalice una de las formas más

atroces de humillar, controlar y agredir a las mujeres – la prostitución. ¿Cómo se puede

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esperar que los hombres consideren a las mujeres como seres iguales a ellos cuando se

ha incentivado el comercio sexual y cosificado el cuerpo de las mujeres legalizando la

prostitución? En Australia se penaliza la prostitución callejera a nivel nacional, pero su

ejercicio en prostíbulos y en clubes es legal en varios Estados.

El argumento para legalizarla en prostíbulos era que resolvería el problema de la

prostitución callejera, que erradicaría la violencia a la que las mujeres estaban expuestas

y que eliminaría el crimen organizado y el tráfico de seres humanos. Sin embargo el

tráfico de mujeres sigue siendo un problema y ha aumentado para abastecer la

proliferación de nuevos prostíbulos. Sólo en 1999 el número de burdeles ilegales se

triplicó. Se suponía que las mujeres con “espíritu empresarial” crearían sus propios

burdeles donde gozarían de muchas ventajas al estar al mando, pero la realidad es que la

gran mayoría de burdeles son controlados por mafias que practican la trata.

Un estudio de la Universidad Queensland, demostró que sólo el 10% de los burdeles son

legales, y el 90% son clandestinos. Los dueños de los burdeles legales también suelen

regentar varios burdeles ilegales de forma simultanea. Burdeles que en su mayoría se

abastecen de mujeres filipinas, tailandesas, indonesias y malayas, que han sido

introducidas en el país de forma ilegal. El último informe publicado por el Instituto

Australiano de Criminología (2009), revela que el 95% de las víctimas del tráfico de

personas son mujeres destinadas a la prostitución.

Lo más alarmante de la situación es que la legalización de la prostitución ha conducido

a su normalización. Dado que el Estado avala y permite su ejercicio, es “normal” que

los hombres se sientan justificados en su derecho a comprar el cuerpo de las mujeres

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como cualquier objeto de consumo. Resulta bastante paradójico que el gobierno dicte

leyes de igualdad de género y que por otra parte se beneficie de la comercialización de

los cuerpos de las mujeres a través de los ingresos que percibe de los “empresarios del

sexo” (impuestos, tasas de las licencias, etc.).

La normalización de la explotación de las mujeres en la prostitución ha llegado a tal

punto que incluso las fichas y los bonos que se ganan en el Casino de Victoria

(apadrinado por el gobierno) pueden ser intercambiados por “servicios” en los burdeles

de la zona (Mary Sullivan & Sheila Jeffreys). Desde su inauguración en 1997, el

número de burdeles en la zona ha aumentado considerablemente, así como han

aumentado en un 30% sus servicios diurnos.

En Victoria incluso existen burdeles que “respetan los derechos de los discapacitados”.

Uno de estos prostíbulos, el “Palacio Rosa”, está específicamente adecuado con camas

más bajas de lo normal, duchas adaptadas y espacio para sillas de ruedas. Los “clientes”

son acompañados por un “cuidador” que también participa en la transacción o bien de

forma activa o como mirón.

“Mail-order brides” – Novias por correo

Para concluir quisiera comentar otro fenómeno que afecta principalmente a las mujeres

filipinas. Las autoridades, alarmadas por la alta incidencia de asesinatos en el ámbito

doméstico, realizaron un estudio que reveló que el 70% de las mujeres filipinas que

habían emigrado en los años noventa habían sido avaladas como novias o esposas de

australianos. El estudio reveló que existían 111 apadrinadores en serie, que apadrinaban

a una mujer y cuando su visado de turista vencía, apadrinaban a otra, incluso se

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descubrió el caso de un hombre que había apadrinado a más de siete mujeres. En la gran

mayoría de los casos, las mujeres se convertían en víctimas de la violencia. Los

hombres que avalaban a estas mujeres lo hacían como una mera transacción comercial.

Compraban a una mujer para poder usar y abusar de ella durante seis meses y luego la

cambiaban por otra.

Está claro que a pesar de las diferentes estrategias adoptadas para combatir la violencia

hacia las mujeres: campañas de sensibilización, refugios para las afectadas, órdenes de

alejamiento, etc., el problema sigue existiendo. Aunque estas medidas puedan ser útiles

no previenen el origen del desprecio hacia las mujeres, sobre todo si los hombres se

sienten legitimados a comprar y abusar de las mujeres en la prostitución. Ya es hora de

que los gobiernos adopten medidas firmes para que realmente se implante por ley la

igualdad entre ambos sexos. El mensaje es claro: ¡Basta ya, de violencia patriarcal!

*Artículo publicado en la Revista Maginaria, Nº 5, Diciembre de 2009. Editada por la

Delegación de la Mujer del Ayuntamiento de Sevilla.

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