You are on page 1of 6

El Cuerpo Humano

Hombres a medida
Durante millones de años, el hombre evolucionó, procurando adaptarse al medio ambiente. ¿Estará
finalmente ahora en condiciones de controlar su destino físico?

¿Qué reserva el futuro para la raza humana? Algunos autores de ciencia ficción han
afirmado que las características tísicas desarrolladas en el hombre en los últimos 2
millones de años —y que lo diferencian de los otros primates— se volverán cada vez
más exageradas, a medida que la especie envejezca. Presumen que el cerebro del
hombre continuará creciendo y consideran que los seres humanos van además a perder
los pelos que les restan.
Esos autores creen, también, que los hombres del futuro perderán el uso de las piernas,
porque habrán delegado la función de la locomoción en los automóviles. Aún el empleo
de las manos y del cuerpo —según ellos— será limitado por el uso de las máquinas. En
otras palabras, estiman que el hombre del futuro será sólo un enorme cerebro, auxiliado
por un cuerpo raquítico
Felizmente, esa visión dantesca no se concretará por razones biológicas.
Pero, al margen de esto, resulta cuestionable que el hombre pueda evolucionar aún más,
de modo significativo, porque ya no está sujeto a las fuerzas que provocan
trasformaciones. O, por lo menos, las fuerzas que continúan actuando no son bastante
persistentes, o siquiera consistentes, para producir modificaciones apreciables.
El mecanismo por el cual el reino animal se diferencia, se desarrolla y, "avanza" fue
explicado por primera vez, de manera convincente, por Charles Darwin, en la década de
1850. Él puso en evidencia que todas las especies animales producen más descendientes
que los que el mundo podría sostener; una sola pareja de ratas, por ejemplo, puede
engendrar más de ochocientas crías en un año. Consecuencia: la mayoría de los
animales que nacen deben morir antes de alcanzar la edad de la reproducción.
Darwin también observó que los distintos miembros de las mismas especies animales,
aunque sean todos muy semejantes, también varían entre sí; algunos se adaptan mejor al
medio ambiente que otros. Los mejor adaptados, sobreviven; los otros mueren. Así, los
sobrevivientes dan origen a una especie que, como promedio, es más apta para
sobrevivir que la generación anterior. Darwin denomino a este proceso selección
natural.
Darwin desconocía la acción de los genes —unidades de la herencia trasmitidas de una
generación a otra—, por eso ignoraba que el efecto de la selección natural es eliminar a
los genes menos útiles de la población, permitiendo, como contrapartida, que los más
útiles sobrevivan. Así, la selección natural produce un cambio gradual en la capacidad
total de los genes de la población.
La especie humana contiene genes "buenos" y "malos", que producen personas bien
adaptadas y personas mal adaptadas. Pero las antiguas presiones selectivas fueron
sustancialmente reducidas: a causa de los progresos médicos y sociales, los menos aptos
hoy también sobreviven.
Es real que ciertos núcleos de la población humana todavía son constantemente
diezmados a causa del hambre, por ejemplo, en África, en Asia y en América. Pero esto
acontece de modo fortuito, eliminando un grupo genéticamente semejante a sus
hermanos afortunados, que continúan viviendo en otras partes del mundo. Esa
erradicación no altera de manera significativa la capacidad total de los genes.

1
¿CREACIÓN DE PERSONAS?
También es cierto que algunos genes están siendo eliminados, a medida que algunas
razas —como ciertas tribus de indios sudamericanos, los nativos sudafricanos o los
aborígenes australianos— son diezmadas y desaparecen. Esto empobrece el arsenal de
genes disponibles de la raza humana, pero, lógicamente, tal hecho no constituye una
evolución.
Es probable que las diferencias raciales en general disminuyan, en el futuro, a medida
que las razas más raras sean eliminadas y las restantes se mezclen más. Y que ciertas
características nuevas aparezcan, en la proporción en que las mutaciones (cambios
genéticos espontáneos) continúen ocurriendo, siendo integradas a la constitución del
hombre. En ausencia de la fuerte presión selectiva, empero, difícilmente los hombres
llegarán a transformarse en una caricatura de lo que son ahora.
Algunos científicos, conocidos como eugenistas, argumentan: ya que la selección no
obra más de modo natural, deberíamos hacernos cargo de ella y "crear" personas con
características deseables, de la misma manera que criamos caballos o vacas. Este punto
de vista ha encontrado muchas objeciones filosóficas y morales. Además, quién
definiría las características consideradas "deseables" o "indeseables", a ser,
respectivamente, alentadas o eliminadas? Adolfo Hitler, por ejemplo, afirmaba que el
único ser humano deseable era el individuo alto, rubio, erguido, cuya mirada
permanentemente otea la lejanía; y que los hombres de piel oscura y nariz grande —los
semitas según él— debían ser exterminados de modo sistemático.
Hoy en día, poca gente respaldaría un análisis tan simplista. Empero, la mayoría de las
personas reconoce que la especie humana posee diversos genes sin los cuales viviría
mucho mejor. A la cabeza de la lista de los genes indeseables están los que causan
perturbaciones metabólicas, pequeñas alteraciones en la fisiología, que establecen la
diferencia entre la vida sana y una existencia bajo cuidados médicos.

LOS PRIVILEGIOS CONTINÚAN


Un buen ejemplo de genes indeseables es el que da origen a la fenilcetonuria. Los niños
que sufren de este mal no poseen la enzima que conviene una substancia, conocida
como fenilalanina, en otra llamada tirosina. En consecuencia, sus organismos terminan
trasformando la fenilalanina en otros compuestos, que alteran el cerebro y provocan
severa deficiencia mental.
En el pasado, las víctimas de esta enfermedad raramente se reproducían, en parte debido
a su incapacidad mental, y también porque morían pronto. Hoy sin embargo, la
enfermedad puede ser diagnosticada horas después del parto, y el niño recibe una dieta
especial, libre de fenilalanina. Resultado: su cerebro no es atacado por productos
nocivos. Si la persona respeta la dieta durante toda la vida, puede (hasta donde lo
indican las primeras evidencias) hacer una vida prácticamente normal, e inclusive hasta
tener descendencia.
Algunos eugenistas argumentan que a estas personas no se les debería permitir tener
hijos, porque transfieren sus genes indeseables a las generaciones futuras. Defienden la
tesis de que deberían ser esterilizadas. Y el mismo argumento es aplicado a las
enfermedades hereditarias que, aunque hayan sido fatales, hoy pueden ser contenidas.
Tales argumentos, empero, ignoran un punto muy importante: que un bebé sólo
mostraría síntomas de esa enfermedad si heredó el gen indeseable de ambos padres. Los
padres deben tener, cada uno de ellos, un gen de la enfermedad para trasferirlo. Pero aun
cuando son trasmisores, ellos mismos no sufren la enfermedad.
Supongamos, sólo para los fines de la explicación, que una persona en cada 1.000 posea
un gen de la enfermedad (el número real es menor, pero éste es un argumento teórico

2
que puede ser utilizado en todas las afecciones semejantes). La probabilidad de que una
persona normal se case con un trasmisor será de 1 en 1.000. Pero la probabilidad de que
trasmisores se casen es de 1 en 1.000.000. Y, de acuerdo con la simple genética
mendeliana, la probabilidad de que esos dos trasmisores tengan un hijo que posea dos
genes de la enfermedad, es 1 en 4. En otras palabras, si una de cada 1.000 personas
porta el gen indeseable, sólo una en cada 4.000.000 heredara dos genes de ese tipo y
mostrara síntomas de la enfermedad. Así, los trasmisores no afectados superan a los
niños enfermos en una proporción de 4.000 a 1.
Es muy simple identificar a los niños con los dos genes indeseables, porque ellos son
enfermos; pero, para fines prácticos, resulta extremadamente difícil reconocer a los
trasmisores. Por lo tanto, si esterilizamos a los infelices herederos de dos genes nocivos,
eliminaremos sólo una fracción equivalente a 1/4.000 del problema, sin que efectuemos
ninguna contribución significativa para reducir la incidencia del gen dañino. La misma
Historia ya lo ha comprobado: en el pasado, los niños atacados por la enfermedad
morían pronto; pero el gen aún desafía a la especie humana, probando cuan inútil resulta
la eliminación de los desdichados individuos poseedores de dos de los genes.
Finalmente, la fenilcetonuria es sólo una entre cientos de afecciones metabólicas,
muchas de las cuales aún no fueron identificadas. Los genes que provocan tales
perturbaciones son tan comunes que —según los especialistas— cada persona debe ser
portadora de aproximadamente media docena de diferentes enfermedades. Por eso, para
acabar definitivamente con todos los genes negativos, deberíamos eliminar a la especie
humana.
Siempre se puede pensar en la posibilidad de que los científicos consigan, algún día,
modificar los genes nocivos, o crear nuevos genes benéficos, interfiriendo
deliberadamente en los cromosomas (los pequeños cuerpos, dentro de nuestras células,
que trasportan genes). Algunos genes de plantas han sido ya alterados por medio de la
radiación, para fines reproductivos.
Admitiendo, entonces, que nuestros cuerpos y cerebros permanecerán aproximadamente
como son, ¿qué otros cambios podremos sufrir?
La idea de que el cerebro del hombre se desarrollaría y se tornaría enorme, porque los
seres humanos lo utilizan mucho, tal como lo señaló Jean Baptiste Lamarck, es hoy
rechazada por los biólogos. Para Lamarck, que vivió antes de Darwin, los animales
heredaban efectivamente las características que se habían desarrollado en sus padres.
Así, un estibador que se volviese musculoso debido a su profesión tendría hijos
musculosos. Ahora los biólogos saben que el tamaño de los músculos es controlado por
los genes, y los genes, a su vez, pueden ser alterados por la radiación, pero no se
modifican en función de la actividad de quien los posee.
Pero el pensamiento del hombre evolucionó de manera lamarckiana: la información
acumulada por una generación es transmitida a la siguiente. El mecanismo del
pensamiento —el cerebro— no cambió; el potencial del pensamiento —la inteligencia
— no cambió; pero el conocimiento "heredado", adquirido con esfuerzo por las
generaciones anteriores, ha permitido que los pensadores modernos puedan llegar
mucho más lejos.
Y, a medida que la información a disposición del hombre moderno se vuelve más
refinada y valiosa, se perfeccionan los métodos de trasmisión del conocimiento
adquirido. Si hoy un chico de catorce años es capaz de escribir un ensayo inteligente
sobre la importancia de la tecnología, esto no quiere decir que él sea más inteligente que
sus abuelos, sino que tiene mayor información.
La posibilidad de un gran avance intelectual llevó a algunos autores a vaticinar un
mundo futuro excepcionalmente civilizado, donde las personas serían libres para

3
meditar y convivirían en armonía, satisfaciendo todas y cada una de las necesidades de
la vida práctica por medio de botones y palancas fácilmente manejables.

LA CUESTIÓN MORAL
Estas visiones utópicas están sujetas a dos grandes objeciones. La primera es que un
aumento del poder intelectual no implica necesariamente un perfeccionamiento moral, y
no existe ninguna razón para creer que nuestros descendientes, ociosos y
contemplativos, deban ser más solidarios entre sí de lo que nosotros somos ahora. La
segunda es que las máquinas sólo aliviarán el trabajo de una minoría: la élite.
Consideremos el primer punto: aunque las personas que se comportan mal sean
acusadas frecuentemente de "descender al nivel de los animales", cabe recordar que el
comportamiento de la mayoría de los animales es extremadamente ético. Su ética puede
no ser la nuestra, pero sus instintos generalmente les impiden causar daños
significativos a su propia especie.
El hombre, hoy, cuestiona antiguos tabúes. Los conservadores dicen que estamos
presenciando la "muerte de la moral". Argumentan que el orden social debe ser
mantenido, para que la especie sobreviva, y eso sólo acontece si los individuos respetan
determinados códigos de comportamiento. Sin embargo, el conservadorismo,
inclinándose a favor de la tradición, a veces perpetúa la injusticia social.
La llamada sociedad "permisiva" no es sólo un síntoma de "decadencia moral":
constituye una señal de que las personas están suficientemente informadas y seguras
como para cuestionar los códigos morales existentes. Más temprano o más tarde,
empero, deberán surgir normas morales mucho más aceptables.
En cuanto al segundo punto, aun cuando las máquinas hayan trasformado al mundo en
los dos últimos siglos, pueden representar un papel menos importante en la vida de las
futuras comunidades. La falta de materias primas y combustibles (de los que dependen
las máquinas) es solamente una de las posibles causas de ese cambio.
Todo indica, por lo tanto, que la vida en el futuro será parecida a la actual. Y la falta de
combustible puede tornarla todavía más primitiva si no se puede llegar a descubrir
nuevas fuentes productivas de la energía.

4
5
“Tipos fuertes y fornidos para enfrentar una poderosa gravedad”

“¿Podrían los científicos del futuro, al controlar la genética humana, crear seres
especiales destinados a enfrentar lo desconocido en los viajes extraterrenos?
¿Biológicamente, sería un absurdo crear un hombre sin las piernas “inútiles” para
economizar espacio en un cohete?”

“¿Y estos colonos espaciales, dotados de filtros contra los gérmenes?”

You might also like