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El Rey Enano
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© 2008 Bubok Publishing S.L.
1ª edición
ISBN:
DL:
Impreso en España / Printed in Spain
Impreso por Bubok
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A mis amados Cristina, Abril y Rodrigo.
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ÍNDICE
PRÓLOGO…………………………………...….. 9
PARTE I. EL REINO.
ALEJANDRO…………………………………… 19
KABÁN………………………………………….. 31
INFINITAS BATALLAS……………………….. 36
UN SOLO PUEBLO……………………………. 63
EL EJERCITO INVISIBLE…………………….. 68
LA CAJA………………………………………… 74
SOPHIE………………………………………….. 80
LA PESADA CAJA…………………………….. 94
KABÁN Y SOPHIE…………………………….. 99
SÁBADO……………………………………….. 109
DOMINGO……………………………………… 114
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PRÓLOGO
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PARTE I. EL REINO
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los árboles más altos y el enano se hizo con los
mejores horizontes.
Una vez acabada la torre, pasó arriba mucho tiempo.
Aprendió a observar las nubes venideras y vaticinar
la lluvia y el tiempo.
Se dirigía a su pueblo y les avisaba del agua.
-Volved a vuestras casas. He hablado con los Dioses
y me han comunicado que en breve lloverá. –les
decía.
Cuando se descargaba el cielo, se cargaban de
miedo las cabezas. Y quedaba grabado en el alma
del pueblo, la divinidad de aquel pequeño hombre
que hablaba con los Dioses sobre lluvias y vientos.
-El Rey sabe cuándo va a llover. –se decían.
-Está en contacto directo con los Dioses. –se
repetían.
Cada vez que llovía las cabezas se mojaban. El
antiguo Rey, era un Reino ya olvidado.
Vio el Rey Enano que su mejor sirviente era el miedo
y decidió someter para siempre al pueblo.
ALEJANDRO
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deseando que alguna genial ocurrencia, perpetuase
su divinidad terrena e impuesta.
La odiosa luz se le encendió en el cerebro y una
malévola sonrisa le elevó los carrillos. Enseguida se
puso en marcha y corrió hacia el pomo de la puerta
de Alejandro, el herrero del Reino. Aparte de fabricar
herramientas, era el hombre más fuerte y alto del
Reino. Sacaba una cabeza a cualquier vecino, medía
tres bufones de altura. Su cuerpo parecían dos y sus
brazos eran del tamaño de las piernas de cualquier
hombre. Tenía media melena, de color castaño claro
y de rizo abierto. Sus ojos eran verdes y afilados.
Daba la impresión de que siempre estaba prestando
atención a todo. Era reservado, poco hablador y muy
meticuloso en su trabajo. Su fuerza parecía residir en
su silencio.
Abrió despierto y enérgico al Rey. Bajó la cabeza y
posó la rodilla ante su majestad.
- ¿Qué desea, mi señor?
-Alejandro, ven conmigo. Tengo algo importante para
ti.
Alejandro volvió el cuerpo al interior de su casa. Su
mujer y su hijo dormían. Cerró con suavidad y siguió
a trote al caballo del Rey.
Llegaron al palacio y entraron. Alejandro levantaba
la cabeza asombrado. Nunca había visto el interior
de Palacio. Su aportación a la construcción fue la
fabricación de herramientas, veleros y algún adorno
salido de la imaginación del monarca. Allí había
cosas que nadie tenía. Reconoció alguna lámpara
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llena de velas y todo lo metálico nacido de sus
manos. Una especie de orgullo le hinchó el pecho.
-Tu hierro me cobija, amigo Alejandro.
El herrero creció un poco más.
-Siéntate. –le dijo el Rey Enano.
Alejandro se sentó en una silla situada frente al
trono del Rey. Apenas cabía y estaba realmente
incómodo.
-Tienes una misión Alejandro. Es una orden divida,
dictada por los Dioses. Con más valor que tu vida, tu
familia y tu trabajo.
Alejandro abrió los ojos del todo y giró su mejor oído,
ladeando la cabeza para escuchar al Rey Enano.
-Dígame Señor. ¿Cuál es esa misión? –preguntó
ansioso.
-Serás el jefe del primer ejército del Reino.
- ¿Ejército, señor? ¿Qué es un ejército? – dijo
extrañado Alejandro.
-Un ejército es un grupo de hombres que saben que
el Reino es más grande que su propia vida. Un grupo
de hombres que estarían dispuestos a todo por
defender la vida del Reino y del Rey. Un ejército
jamás retrocede, el final es su camino. Y la muerte
del enemigo, su destino.
- ¿Enemigo, Señor?
-Nos atacan, Alejandro. Hay otros Reinos, otros
Reyes… y quieren someternos a sus dominios.
Quieren robar nuestras vidas.
Alejandro jamás había oído hablar de otros Reinos,
nunca había temido las manos de otros hombres…
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-El antiguo Rey os escondió este secreto para que
vuestra vida fuera placentera, sin lucha, sin temores.
Pero se acercan, su aliento está próximo… y el
remedio es defenderse.
Fuera comenzó a llover con fuerza. El Rey señaló el
cielo con su dedo. Alejandro tembló por dentro.
-Usan los cuchillos contra las personas y no contra el
plato. – le susurró el enano como si alguien pudiera
oírles.
- ¡Es horrible mi señor! Yo creo herramientas para
vivir, no para matar.
-Lo sé, amigo… Pero estate tranquilo, los Dioses
están de nuestro lado. Como la lluvia que ahora cae
para hacer crecer nuestras cosechas y nuestros
árboles frutales.
Alejandro se quedó quieto por fuera y agitado por
dentro. Su corazón hervía, sus piernas querían correr
a defender a su familia. El odio empezaba a
germinar y su cabeza se golpeaba contra dos
paredes, el miedo y el odio.
-Deberás reunir a los hombres más fuertes.
Cuéntales lo que te he dicho y provéeles de espadas
y escudos.
- ¿Espadas y escudos, mi Señor? – preguntó
Alejandro.
El enano sacó un pequeño papel que tenía en el
bolsillo y sobre el que había dibujado lo que para él
era una espada y un escudo.
-Una espada es un cuchillo largo. Ellos vendrán a
marcar nuestro pecho con sus armas, pero nuestras
armas serán más largas y así jamás rozarán nuestros
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cuerpos. Y si llegasen, ahí estarán nuestros escudos
para defendernos. – le dijo el Rey Enano.
-Es una gran idea mi señor. Cuchillos más largos,
para llegar antes…
- ¡Ganaremos! Ya te dije que el favor de los Dioses
está con nosotros. Vete, reúne a los mejores
hombres y crea la primera espada del Reino.
El enano sacó un pequeño cuchillo y se hizo un corte
en la palma de la mano. Dejó derramarse la sangre
sobre un vaso y se lo dio a Alejandro.
- ¡Majestad! ¿Qué hago con esto?
-Mete una gota en la empuñadura de cada espada
que hagas. Así estaré con vosotros en la lucha, no
caminaréis solos.
Alejandro miró el dibujo, buscó la empuñadura y
volvió la vista a la Sangre. Afirmó con la cabeza la
orden.
- ¡Así lo haré, majestad! –Se puso en pie, sin esperar
a la señal del Rey para poder retirarse y se fue.
- ¡Alejandro! – lo paró el antiguo bufón en el umbral
de la puerta.
- ¿Sí, mi Rey?
-Coge mi caballo, es tuyo. Ponte esta capa. ¡Eres el
jefe de nuestro ejército! Viste como tal.
Alejandro salió de palacio más fuerte y henchido
que nunca. Galopó hasta su casa y se fue directo a
su taller a pelearse contra el yunque; con la rabia y
la cabeza puesta en aquel enemigo que nunca había
visto.
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-Soy el jefe del ejército. –se repetía a si mismo,
acompasando el pensamiento al golpe de su
martillo. –Soy el jefe del ejército.
A media mañana, con el cielo despejado, el suelo
mojado y los vecinos llenando las calles de vida.
Pasó orgulloso el herrero llevándose todas las
miradas curiosas hacia la primera espada del Reino.
- ¡Soy el jefe del ejército! –les gritó. – Y ésta es la
espada del Rey. Todos los hombres deberéis venir
conmigo a Palacio y de entre vosotros, elegiré a los
mejores para encomendarnos una misión divina.
-Una misión divina... –Se decían los hombres,
siguiendo los pasos a Alejandro. Los niños
caminaban detrás, queriendo ser hombres.
Llegaron a la puerta de Palacio. El Rey Enano hizo
pasar a todos. Alejandro habló ante ellos de
enemigos y sangre con más vehemencia de la que lo
había hecho el bufón.
Los cuerpos se agitaban. Todos querían defender al
Reino. Pertenecer a algo más grande que su propia
vida. Ante la magnitud de la disposición y la
sumisión a la idea, decidió el Rey que todos fueran
ejército. Nadie se quedó fuera, se haría una espada y
un escudo para cada hombre. Todos lucharían.
De entre todos, se eligió a los más fuertes para que
fueran el ejército permanente, el Ejército Real. Eran
los hombres que dormirían bajo el cobijo de Palacio.
Abandonarían sus trabajos, dormirían sin sus
familias; y sus manos, serían la tercera mano del
Rey.
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El resto se fue a casa a entrenarse y seguir haciendo
pan y cuidando ganado, huertos y gallinas.
-A partir de ahora, dormiréis en Palacio. –les dijo el
Enano a los que se quedaron. –Por el día os turnaréis
para acompañar al Rey; el resto del tiempo, podéis
dedicarlo a vuestra familia. No os faltará comida
sobre la mesa, ni bebida por la noche. ¡Tendréis más
vino que nadie!
El ejército se relamió.
Llegó la hora de dormir. El enano había dispuesto
para ellos una enorme sala para hacinarlos juntos.
Cuando la profundidad del sueño, era más alta que
la luz de las velas; se acercó el enano, oído por oído,
a cantarles sus bondades.
-El Rey es grande y sólo a él debe amarse. Lo es
todo –les susurraba en las orejas dormidas.
Alguno lo repetía en sueños y todos lo repetían por
dentro.
Y así lo hizo todas las noches que hizo falta, hasta
que aquellos enormes hombres, quedaron
sepultados a los dominios de un ser que no les
llegaba al ombligo.
Y aquel ejército enseñó la cantinela a sus familias y
al maestro. Tiempo después replicaba en las calles,
en la escuela y en las bocas de las madres. Y los no
nacidos la aprenderían antes que aprender nada,
antes de venir al mundo a llorar.
-El Rey es grande, y sólo a él debe amarse. Lo es
todo.
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LOS CINCO PUEBLOS
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- ¡Deprisa! Coged vuestras pertenencias, llenad los
carros, trasladad vuestras vidas. –gritaba el Rey.
La plaza empezó a moverse. Los carros esperaban a
las puertas para trasladar a los nuevos pueblos.
-Alejandro, ven. –le dijo el Rey Enano apartándole de
todos. – Quiero que en cada nuevo pueblo, nombres
a alguien de tu confianza para que dirija la vida de la
plaza. Después, pon nombre a los pueblos para
diferenciarlos.
Alejandro así lo hizo. Donde nombró a Augusto, lo
llamó Villa Augusta. Y así quedo el Reino dividido en
Villa Augusta, Terra Carles, Comarca de Apiano,
Dámaso y Languedoc.
Los días caían y por allí no aparecía enemigo alguno.
El Rey Enano se quedó en su palacio, con su ejército,
sin vecinos… con el pueblo a un día de camino.
Se levantaron casas, plazas reuniendo a las casas,
un palacio en cada pueblo y un ego en cada palacio.
Ahora los palacios eran castillos. Se inventaron las
murallas.
Para diferenciar unos pueblos de otros, ordenó el Rey
Enano, plantar una fina hilera de pequeños arbustos
que encerrasen a las gentes. Mandó que nadie jamás
saltara los pequeños arbustos.
Colocó cada pueblo a dos días de camino y la puerta
para pasar de un pueblo a otro, estaría en la plaza
original, a los pies del Palacio del enano. Si un vecino
quería ver a un antiguo vecino; debía caminar un día
hasta el Palacio del Rey Enano, pasar por la puerta
hasta la plaza, cruzar la puerta del vecino y caminar
un día para verlo. Así, visitar a alguien que antes
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dormía al lado, se hizo una tarea muy larga. La
pereza hizo el resto.
El Rey siguió viviendo en el primer palacio con el
ejército original. Las casas quedaron vacías y
abandonadas; a excepción de las habitadas por las
mujeres e hijos de los soldados reales.
La vida continuó su corriente normal. El tiempo y los
niños hicieron más grandes los pueblos y los pueblos
se olvidaron unos de otros. Lo cotidiano nació en
cada rincón. Comer, dormir y vigilar el horizonte, era
el día a día.
En cada lugar nació un ejército, un maestro, una
plaza y un corazón.
Y de una vida, nacieron muchas.
Cada poco mandaba el Rey Enano a su ejército para
que no olvidaran los nuevos pueblos que
pertenecían a un Reino más grande que ellos
mismos. Para recordar a los ayudantes del Rey de
cada pueblo quién era el enviado y elegido de los
Dioses. Para mitigar las coronas que se subían a las
cabezas.
También se olvidaron del enemigo que los expulsó de
sus casas y al que jamás vieron la punta de la
espada. Volvieron a la azada y a amasar con las
manos. Lo cotidiano les tapaba el recuerdo de qué
hacían allí, de porqué vinieron, de quién les mandó
trasladar sus vidas. Pero todo era tan normal, tan
igual, que no pasó nada y nadie se cuestionó nada.
Alejandro y sus hombres se encargaban de recoger
también el pago de un tributo por el uso del suelo,
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propiedad del Rey. Suelo sobre el que habían
edificado sus casas, talleres, cuadras y plazas.
-Yo pongo el suelo, vosotros el hogar. –solía
recordarles.
Cuando había una mala cosecha, morían enfermas
las reses o se quemaba algún campo; las familias
afectadas no podían pagar al Rey Enano. Éste se
quedaba con la propiedad de los afectados y les
dejaba vivir en ellas a cambio de que aumentasen su
diezmo, por dos, a la casa del Rey. Y en algún
momento, a todos, les tocaría la varita de la
desgracia. Ese agobio por perderlo todo, dejó mal
olor en las manos de los campesinos, en las cuadras
de los ganaderos y en la harina del que hacía pan.
La idea del pueblo consistía en trabajar más de lo
necesario para poder ahorrar algo con que pagar al
Rey en los días de angustia.
Mientras todo esto ocurría, el enano seguía
pensando.
Un día mando a sus soldados y familias a celebrar
una fiesta de campo en la explanada que había a los
pies del rio, detrás del bosque. Aprovechó su
soledad, para incendiar las casas vacías y simular un
ataque. A un día de distancia el fuego se divisaba
desde todos los pueblos.
Alejandro, desde el campo abierto, volvió guiado y
nervioso por el humo. Tras él corrieron soldados y
familias. Al llegar encontró al Rey, herido y tirado, a
los pies de su Palacio.
- ¡Majestad! ¡Mi señor! – dijo abrazándolo contra su
pecho.
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-Alejandro, mi fiel Alejandro. –disimulaba el Rey
Enano con la voz herida. – Son muchos, fuertes,
temibles… un ejército imbatible. Sólo con la ayuda
de los Dioses he logrado pararles y salvar el palacio.
Me hiciste una gran espada, me ha salvado…
- ¡Traed agua a vuestro señor! –interrumpió
Alejandro.
-He conseguido –prosiguió el bufón- engañar al
enemigo. Le he hecho creer que las casas estaban
habitadas. Ahora mismo dan a todo el Reino por
muerto, incluido a mí. Así será hasta que a sus oídos
lleguen noticias de que no es así. Diles a los pueblos
que de momento pueden dormir tranquilos. Que su
Rey, casi pierde la vida por salvarlos.
Llego la hazaña real a todos los oídos. El pueblo
pagó gustoso su diezmo de salvación y encumbró
más alto al Rey que los gobernaba.
-Si les ha parado una vez, lo podrá conseguir de
nuevo. – Decía Alejandro a los pueblos, con el fuego
todavía humeante a su espalda. - Lo importante para
nuestra salvación, es la vida del Rey.
Y del Rey hicieron un Dios terrenal. Una estatua del
Rey Enano adornó cada plaza en cada pueblo. Y
todas las mañanas, antes de lanzarse a sus
quehaceres, su escuela y sus juegos, todos los
habitantes pasaban ante ellas a reverenciarse y dar
gracias por seguir vivos.
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KABÁN
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Alejandro dio media vuelta y salió de casa para no
ver marchar a su mujer. Abandonó aquel remolino de
casas y se marchó bosque adentro a caminar sin
rumbo. Ella lo miró por la ventana, y al momento de
perderlo de vista, corrió a la cuna del bebé a
recogerlo. Dejó todas sus pertenencias y se marchó
sin molestarse en cerrar siquiera la puerta, también
bosque adentro, pero en otra dirección. Atravesó el
bosque colindante tapando la boca al pequeño
Kabán para que su llanto no avisase a nadie. Llego a
la explanada que se abría tras el bosque y ahí lo dejó
llorar todo lo que quiso. La mujer seguía corriendo.
Alejandro, tras un tiempo que estimó suficiente,
volvió a casa. Se extrañó al ver la puerta abierta y
aceleró sus pasos. Todo estaba igual de ordenado
que siempre, nadie había preparado hatillo alguno ni
vaciado cajones. Se fue hacia la cuna y la rabia se
apoderó de sus manos que imitaban el gesto de
estar estrangulándola.
Corrió a Palacio a pedir ayuda y caballos. El Rey
Enano le dejó su espada.
-Nadie traiciona al Reino. – le dijo, a la vez que le
ponía el arma en sus manos.
Alejandro asintió con la cabeza.
Llegando al río, con el niño en brazos, intentando no
tropezar consigo misma, corría la mujer huyendo de
aquel reino que no consideraba el que vio tiempo
atrás. Los caballos cabalgaban deprisa. La explanada
se terminaba y Alejandro había acertado con la
dirección de su mujer. El sonido de los cascos se
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hacía cada vez más cercano y el aliento de los
soldados parecía humedecerle el pelo.
-No llores mi pequeño, no llores.
Alejandro frunció los ojos al horizonte al deshacerse
del espeso ramaje y a lo lejos, entrando en los
árboles que bordeaban el río, vio a su mujer y su
hijo. Ella se giró y los vio muy cerca. A Alejandro le
pareció lejos. Se acercó la mujer al río y con la
cabeza buscó alguna manera de salvarse. Pero no
había manera de cruzarlo, la profundidad y la fuerza
del rio no la dejarían aguantar en pie. Buscó
nerviosa a su alrededor y vio unas cortezas de árbol
de un tamaño suficiente para que el pequeño Kabán
pudiese flotar corriente abajo. Lo subió al trozo de
árbol y lo ató con una cuerda que llevaba a la cintura
sujetándola el vestido.
Los caballos y el sonido de su galope aparecieron a
su espalda.
- ¡No lo hagas, morirá! –gritó Alejandro.
-Prefiero que muera a que lleve esta vida. –dijo ella
dejando al niño sobre la azarosa corriente.
El niño lloraba sobre el agua y rápidamente
desapareció de la vista de todos. El ramaje, la fuerza
del río y la rabia hacía imposible recuperar al bebé.
Ella alzó su vista al cielo para pedir a los Dioses por
la suerte del bebé y a cambió entregó su cuello.
Alejandro, desde su propio corcel, hizo un círculo de
muñeca en el aire y dejó medio cuello vivo. Se
acercó un poco más a su mujer que a duras penas
aguantaba en pie, con su trozo de árbol en mano, y
de una patada la empujó al río. Un hilo rojo de
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sangre manchó la corriente. El llanto de Kabán
desapareció de los oídos y la mujer, desapareció de
la vista de todos.
- ¡Vete con tu hijo! –gritó furioso Alejandro.
Giró su caballo y el resto de soldados lo imitaron.
- ¡Se acabó! –se dijo a sí mismo.
Ahora, toda la vida de Alejandro era el Reino y el
Rey.
Corriente abajo unas ancianas y reales manos, dadas
por muertas, recogían a Kabán, que asustado y
húmedo no acertaba a llorar.
-Ven pequeño, ya estás a salvo.
La balsa siguió río abajo, sola y a flote.
-Así que te llamas Kabán… - le susurró el antiguo
Rey. –mientras le acurrucaba contra su pecho y
retiraba la manta húmeda con su nombre bordado.
Al instante llegó su madre, agarrada débilmente a la
madera que la aguantaba. Con el hilo de sangre
persiguiéndola y tratando de tener los ojos abiertos.
Unas rocas pararon su marcha y quedó quieta su
balsa frente al Rey, su hijo y sus últimos momentos
terrenales. Abrió los ojos del todo con los restos de
fuerza que la quedaban y al ver a su hijo, en brazos
del anciano; una sonrisa, todo lo grande que pudo
llenarle la cara, le salvó el alma. La mujer dejó de
luchar contra el rió y se dejó caer feliz a la corriente.
El viejo Rey levantó la cabeza al cielo y le hizo un
juramento a Kabán.
- ¡Jamás te enseñaré nada que tú no descubras!
Apretó con fuerza a Kabán contra su pecho y le
acarició la cabeza.
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-Yo cuidaré de ti pequeño.
Kabán cerró los ojos y se quedó dormido al calor del
pecho del anciano.
INFINITAS BATALLAS.
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EL HIJO DEL REY
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La barriga de la Reina empezó a crecer, tal y como
había vaticinado el bufón vestido con capa y corona.
Los meses iban pasando y las fechas se sucedían. El
Rey esperaba ansioso para colocar la pequeña
corona de príncipe que había encargado. No
esperaba otra cosa que no fuese un varón.
Llegó el día.
El parto le pilló lejos de palacio, en uno de sus largos
paseos de enano meditabundo.
Nació el príncipe varón, tal y como había deseado y
vaticinado. Pero nació bicéfalo.
- ¿Quién se lo dirá al Rey? – se preguntaban
nerviosos.
- ¿Quién le dirá que tiene dos cabezas?
El séquito se giró al unísono hacia Alejandro, que
consciente de su deber, asumió la tarea sin
problema alguno.
-Es mi deber. – Dijo- yo lo haré.
Corrió un soldado a avisar al Rey de la llegada del
príncipe. Alejandro esperaría a la puerta de palacio
para comunicarle la venida al mundo de aquella
extraña criatura.
En el último escalón de su carrera hacia la alcoba, se
topó el Rey con Alejandro.
- ¿Qué sucede Alejandro? –preguntó al ver su rostro.
-Señor, debe saber algo antes de entrar.
El Rey miraba expectante.
-Dime, no calles más. ¿Qué ocurre?
-El niño, mi señor… El niño, tiene dos cabezas. O los
niños tienen un cuerpo. En verdad, no sabemos.
El Rey prolongó su silencio.
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-Es un príncipe con dos cabezas. Una para la noche y
otra para el día. Es un ser superior a los demás. El
digno hijo de un Rey.
Alejandro se contagió de la alegría del enano y el
séquito hizo pasillo al Rey hasta su hijo.
Se acercó a la cama y observó a su vástago. Las dos
cabezas tenían hambre y sueño. Parecían querer
comer y dormir al mismo tiempo.
El Rey Enano hizo correr la fiesta por el Reino y
enseño a todos los pueblos, a aquel ser superior que
podía pensar dos veces.
La madre apenas volvió a ver a sus hijos. Toda la
vida del príncipe o los príncipes quedó en manos de
su padre. Ella vivió en su jaula dorada el resto de sus
días y los niños aprendieron a vivir en manos del
dueño del Reino.
Se esforzó el Rey Enano en mantener una cabeza
despierta por el día y la otra por la noche. El bufón
dormía media noche y medio día. Los hermanos
pensaban en la cabeza de al lado, como un soberano
almacén donde guardar las ideas que no valían. O
como una cabeza de repuesto en caso de perder la
suya.
-Eres el príncipe. Heredero del Reino, futuro señor de
todos los pueblos. –le decía a un hijo por la mañana.
Y mientras este se repetía la canción en sueños, el
otro escuchaba lo mismo.
-Eres el príncipe. Heredero del Reino, futuro señor de
todos los pueblos.
Los príncipes iban creciendo, el Reino también. Y las
guerras entre los pueblos que habían aprendido a
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saltar arbustos. Pronto alcanzaron la estatura de su
padre.
-Eres mi sangre, eres la corona que soporta el peso
del destino. El ejecutor de los sueños y deseos de los
Dioses. –les decía a las cabezas otras noches y otros
días.
Cada príncipe se creyó el futuro monarca, Rey de
todo. Amo de todos.
-Algún día, todo esto será mío. –se decía una cabeza.
-Algún día, todo esto será mío. –se convencía la otra.
Les enseñó el monarca a ser Reyes. Entrenó su
cuerpo para la lucha y su cabeza para la corona. Y
así se forjaron los príncipes, en puños de acero y
cerebro de amo.
-Un pueblo sin miedo, es un pueblo libre. Y un pueblo
libre, no entiende de Reyes. El pueblo debe vivir
asustado. –les enseño a sus hijos, mostrándoles el
camino para dominar a la plebe.
De los truquillos de Rey Enano, nacieron bufonadas.
Se divertían los príncipes manejando a los pueblos.
Noche y día.
Y al igual que Kabán, crecieron los príncipes,
alejados del calor de una madre.
Llegó la juventud, la plenitud del cuerpo, el cenit del
ego. Habían superado a su padre en violencia y
arrogancia. El Reino estaba completamente
sometido a la familia real y cada pueblo a su
frontera. Lejos, borrado de cualquier mente,
quedaban aquellos días en las que el Rey servía al
pueblo y el sentido de la corona, no era otro que ser
mano de ayuda.
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El cansancio llegaba antes a los cuerpos de las
gentes. El vino les embotaba la vida y la comida caía
pesada sobre sus estómagos. El azúcar envenenaba
la sangre y las bocas se relamían viendo la vida
pasar sin hacerle nada, dejándose arrastrar hasta
que un día de fiesta o una batalla ganada les
alegrase el día.
Los recién nacidos asumían la vida, heredaban las
ideas de sus progenitores y no hacían preguntas.
Las guerras seguían sucediéndose y el Rey Enano,
ya no metía mano en ninguna batalla. Volaban solas.
La vida había perdido, la naturaleza era un grito que
nadie escuchaba. Las fronteras alimentaban muchas
bocas. Las de maestros, guerreros, ayudantes del
Rey… y el estómago, es el mayor de los dueños.
Había demasiada gente llenando sus panzas de
bufonadas para que nadie levantase la voz o se
preguntara nada sobre lo que estaba pasando en sus
vidas. El que quisiese escapar, mejor que pareciese
mezclado con todos. El filo de la espada real,
siempre acechaba sobre los cuellos curiosos.
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y le enseño los bosques desde los que se podía ver a
todos los pueblos, sin ser visto.
-Es muy importante que los observes. Yo no te diré
que tipo de seres son. Tan sólo, obsérvalos. Después,
decide tu vida.
Kabán hizo caso a su padre. El viejo Rey lo dejó allí
durante unas semanas. Provisto de comida y algo
para taparse.
El muchacho observó al Rey Enano, a los ejércitos y
a los pueblos; y dentro de los pueblos a sus gentes.
Cuando hubo visto suficiente, volvió a casa. El viejo
Rey, se alegró de verlo.
- ¿Por qué se comportan así, padre? –preguntó
Kabán sin saludar.
-Por miedo.
-Pero… ¿Porqué tienen miedo a un ser tan pequeño e
insignificante?
-Es una lucha de cabezas, no de cuerpos.
-Me siento mal. –Dijo Kabán - Tengo ganas de hacer
daño a ese ser despreciable…
El Rey negó con la cabeza.
-No dejes que el Rey Enano entre en tu vida, no lo
odies. No puedes salvar a nadie, Kabán. La vida de
cada uno está en sus propias manos. Si matas al
Rey, no solucionarás nada. Tan solo aliviarías tu
dolor. Cada uno debe matar a su enano.
Kabán asentía con la cabeza. Pero sus puños
parecían ir por otro camino.
Kabán gastaba ahora las mañanas observando el
nuevo mundo. Y por las tarde, hacía preguntas al
viejo Rey. Un día observó al gran guerrero, Alejandro.
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- ¿Quién es? –preguntó Kabán.
El anciano se quedó callado un rato muy largo.
Kabán presentía algo raro. Aquella cara, aquel
cuerpo, el pelo…
- ¿Qué sucede padre, quién es ese hombre?
El antiguo Rey, seguía sin hablar. Pero se había
jurado serle sincero, nunca había mentido.
-Siéntate. Tengo una larga historia que contarte.
El viejo Rey le contó todo a Kabán. Cuando terminó,
el muchacho volvió sus ojos llorosos hacia el otro
lado del río.
El resto del día lo gastaron en silencio, dejando a la
noche cantar.
A la mañana siguiente, Kabán, ya con su pasado
asumido, le preguntó a su padre:
- ¿Cómo podemos liberar al pueblo?
-Ya te dije, que salir de la prisión es cosa de cada
uno. Es una prisión invisible, no tiene barrotes, no es
una jaula para animales. Si les dijeses que son
presos, se ofenderían. Así son, hijo, olvídate de su
mundo.
-Pero padre, en mi mundo quiero más gente. No se
ofenda, pero me siento solo. Me gustaría hablar con
esa gente, saber de su vida, reír con ellos. Apagar
sus miedos.
-Solo puedes salvar tu mundo Kabán. Es así de
sencillo. No intentes salvar la existencia de otros.
Como mucho puedes penetrar un poco en la vida de
los demás y ser algo de luz, nada más.
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-Pues el Rey Enano acaba de meter mucha oscuridad
en mi vida. No puedo permitirlo, debo apagar su luz,
su oscura llama.
-No retengas el odio Kabán, deja que se vaya por
donde vino. Enfrentarte a tus lados oscuros, es
darles ascuas, avivar su sentido. Jamás luches contra
ti mismo. Es siempre una lucha perdida, una batalla
absurda, una guerra ridícula.
-Lo sé padre, pero siento algo extraño. Me empuja
hacia el enano.
-Es odio. Deja que se vaya.
-Tenemos que echar al Rey Enano de nuestras vidas,
padre. –insistió Kabán.
El viejo Rey asumió los sentimientos de Kabán.
-Es tu lucha Kabán, no la mía. Pero tu vida es
también la mía, lo que decidas, lo aceptaré y ahí
estaré, a tu lado. Si es lo que quieres, a por ello. No
esperes pues, a ser descubierto. Vete a por tu
destino. Sorpréndelo.
-Pues mi vida es llevar luz a esa gente. Acabar con el
Reino y con el Rey. Siento que su libertad será más
fácil si no hay bufón.
-No lo sé Kabán. Es tu vida, tú decides. Vamos a
dormir. Mañana será otro día…
Kabán durmió intranquilo por primera vez en su vida.
De haber tenido cama, hubiera caído al suelo. Pasó
la noche y con el primer rayo se lanzó a espiar a los
pueblos, al Rey y a su padre Alejandro.
Aprendió con sus ojos a usar la espada cuando el
Rey y el príncipe despierto se entrenaban. También
aprendió a luchar a través de los arbustos, viendo a
51
su padre recién descubierto, practicando con su
ejército.
Se acercó un día, escondido tras la noche, a la
frontera que separaba Terra Carles de Languedoc y
viceversa. Arrancó todos los arbustos de la linde de
los dos pueblos y se retiró a descansar.
Esa misma mañana, los pueblos se pusieron a
plantar de nuevo la frontera. Escondido, Kabán
observaba a las gentes. La noticia corrió a oídos del
Rey Enano, y el bufón empezó a creer en traidores al
Reino. Y cada pueblo sospechaba del otro pueblo.
El muchacho volvió decepcionado al otro lado del rio.
Por fuera era un espejo de su padre, su porte y sus
ojos lo delataban. Pero por dentro reflejaba el alma
de su madre y la vida al lado del viejo Rey.
-Observa a la naturaleza, aprende de ella, no de mí.
Confíate a la vida. No hay más secreto para alcanzar
la dicha. –solía decirle el viejo.
-Hola padre. –dijo Kabán al llegar de nuevo a casa.
- ¿Qué te sucede Kabán? –preguntó el anciano.
- ¿Qué le pasa a esa gente? ¿Por qué no se da
cuenta de nada? –le preguntó indignado.
-Me temo hijo, que ya caminan solos. El trabajo del
bufón ha dejado una huella imborrable en las
mentes de los pueblos. No hay marcha atrás.
Kabán negaba la realidad que había descubierto. No
podía concebir que la gente viviera con tal marejada
en su cabeza.
- ¿Y los recién nacidos? Ellos aún no saben a dónde
pertenecen. No han oído hablar de pueblos, ni reyes,
ni de su propio nombre. Cuidaremos de ellos.
52
- ¿Qué pretendes? ¿Hacerte con cada niño que
nazca? Es imposible, cada día hay más pueblos, más
gente…
Kabán se revolvía por dentro. Para él estaba claro el
engaño, pero era imposible iluminar a los pueblos.
- ¿Qué hago padre? –le dijo desesperado.
-Kabán, ahora lo que está mal es tu mundo. Estás
luchando, sintiendo odio. Son ellos allí y tú aquí. ¿No
te das cuenta de que te está pasando lo mismo?
Estás poniendo una frontera entre esa gente y tú.
Kabán permaneció en silencio, pero negó al viejo lo
que decía.
-Esto no es culpa mía. –sentenció el joven.
El viejo Rey bajó la cabeza.
-Yo estaré contigo siempre hijo mío, decidas lo que
decidas hacer. Soy parte de tu vida hasta el final.
53
LOS DOS REYES.
55
- ¡Basta de charlas, dame tu espada! – volvió a
interrumpir Kabán.
-Creí que estarías con tu madre. – dijo el bufón
mofándose de la muerte de su madre.
Kabán apretó los puños y aguantó en el sitio. Un
desconocido sentimiento de cólera se le iba
metiendo poco a poco. Su padre le hizo un gesto con
la palma de la mano para que se calmara.
-Kabán, hijo. La lucha no es el camino. La lucha es
siempre una guerra individual e interior… respira
hondo y confía.
- ¿Entonces, qué hago? ¿Huyo el resto de mis días de
este ser y su mundo?
- ¡Lucha, Kabán! Pero no como tú piensas. Es otro
tipo de lucha. Respira hondo, confía y haz lo que
debas. –respondió el antiguo Rey.
El Rey Enano observaba la conversación. Aquella
mente titubeante y joven le divertía. Notaba cierto
temor en el muchacho y esa flaqueza, le hacía más
grande a él.
Kabán volvió de nuevo a dirigirse al bufón.
- ¡Liberaré al pueblo!
-Me temo joven. Que eso ya no está en tus manos.
Ni siquiera está en manos del poblacho. –respondió
el Rey Enano.
Kabán se giró a su padre.
-Todas las guerras, son guerras individuales. Y el
enano va ganando la suya.
El bufón sonrió al oír al viejo.
-Debes vencerle en tu batalla, Kabán. No en la
guerra de otras personas.
56
Kabán no acababa de entender lo que decía su
padre. Su vida había sido hasta ahora un mar de
sencillez. Se levantaba con la luz en los párpados,
comía de los árboles y la tierra y acariciaba a los
animales más dóciles. El resto era respirar y cantar.
Rodeó el antiguo Rey al nuevo Rey y se colocó junto
a Kabán. Apoyó su mano en el hombre de su hijo con
actitud tranquilizadora y le susurró al oído algo que
no llegó a orejas de la corona.
-Kabán, ahí está tu mal, ese enano, son tus miedos.
Ve a por ellos y lucha sólo cuando tengas que luchar,
nunca cuando no esté delante. Relaja tu cabeza, no
dejes que el bufón continúe atacándote cuando no
esté. Esa es su peor arma, no la espada. Gana todas
las batallas cuando el enemigo duerme, rondando
los sueños y la vigilia. No permite el descanso
sereno, prefiere matar al enemigo en vida y dejarlo
deambular por la vida.
Kabán entendió lo de para la batalla. Bajó el ritmo de
su pecho y sus manos se relajaron. Mandó una
sonrisa complaciente al Rey Enano, y a este no le
gustó la serenidad de su mirada.
-Dame tu espada, bufón. –le dijo el chico.
El Rey Enano agarró su espada y la lanzó a los pies
de Kabán y su padre. Kabán se agachó a recogerla y
en mitad de su intención, el antiguo Rey le paró.
-Espera hijo. Nunca te fíes.
-Tranquilo padre. Sé lo que hago. Confía en mí, la
vida está conmigo.
57
-Ahí tienes mi espada Kabán. –dijo el enano,
mientras se desabrochaba el pecho. – y aquí tienes
mi corazón.
Kabán recogió la espada del suelo. Toda la sangre
derramada por aquella espada le recorrió el cuerpo y
un sentimiento de pena le mareó y casi lo tumba al
suelo.
-Cuánto dolor por un ego de oro. –dijo mirando al
Rey Enano. –Y nunca has podido matar al bufón que
llevas dentro. Es la batalla que te come, enano.
Al oír estas palabras el bufón apretó los dientes, su
espada empezó a temblar en las manos de Kabán.
- ¡Estúpido joven! ¿Quieres matarme con mi espada?
Aquí tienes mi pecho, ven a por él. –repitió el Rey
Enano.
Kabán se echó unos pasos atrás para atacar con más
fuerza y se lanzó contra el pecho del Rey, espada
por delante. Kabán, la espada y un grito de cólera
avanzaban hacia el pecho desnudo del Rey Enano y
al llegar a escasos centímetros del corazón del
monarca se paró el seco la punta de la espada. El
bufón miró a Kabán y con una sonrisa malévola le
susurro algo que no oyó el antiguo Rey.
-La espada que tienes en la mano, es la única arma
que puede matarme. Pero para tu desgracia, es mi
alma a la que obedece, no a tus manos y tu rabia.
Al acabar de hablar salió volando de espaldas Kabán
con el arma. Cayó a los pies de su padre sin soltar la
espada.
El enano subió a su caballo que paseaba siempre a
escasos metros tras él y llamó a la espada.
58
- ¡Vámonos! –le dijo a su caballo y a su espada- Ya
acabaré con vosotros.
Se marchó a galope y la espada lo siguió. Kabán no
soltaba la espada, sus pies se arrastraba por el
polvoriento camino, levantando la poca hierba que
no habían matado el ejército del Rey Bufón. Se giró
sobre su caballo el Rey Enano al ver que la espada
tardaba en envainarse. Al fondo estaba Kabán, de
pie con la espada temblando, queriéndose marchar
con su dueño. Más al fondo, el antiguo Rey mirando.
-Me quedo la espada. Ya iré a buscar tu pecho.
El enano se quedó mudo sobre su corcel. Intentó
llamar con más fuerza a su espada, pero esta
parecía rendirse a las manos de Kabán. Ya ni le
movía sobre el camino y las pequeñas piedras rotas
del paso de caballos y carros.
59
-Perdí mi espada Alejandro. Los animales no
entienden de Reyes. Recoge mi sangre y hazme una
nueva espada. Llena la empuñadura de sangre real.
Alejandro asintió.
Aquella noche el Rey durmió con un ojo en la
ventana y dos guardias a la puerta. Su hijo, el que
gastaba el día en dormir, se pasó la noche a los pies
de su padre.
Se despertó justo a tiempo para cambiar la corona
de príncipe de cabeza. Lo zarandeó un poco y
cuando terminó de abrir los ojos, lo apremió para
que escuchase su historia.
-Hijo, el Reino corre peligro. Tu corona está siendo
atacada. El enemigo acecha y viene directamente a
por nosotros. Ni siquiera tu madre, ajena a cualquier
deber, se salvará.
El príncipe de la mañana, mediodía y tarde abrió los
ojos. Se creía fuera de todo peligro, ajeno a cualquier
daño. Todo el mundo estaba sometido, ¿quién podría
hacer daño a la descendencia de los Dioses en la
tierra?
- ¿Quiénes son, padre?
-Hace años, dejé con vida a un padre y un hijo. –Se
inventaba el Rey Enano la historia que contaba a su
hijo – Mi bondad me impidió acabar con ellos. Todo el
pueblo me pedía su muerte, pero mi corazón,
equivocado ahora veo, les dejó marchar con la
condición de que no volviesen a pisar nuestras
tierras.
- ¿Qué hicieron para merecer el castigo, padre?
-Eran ladrones.
60
-El pueblo siempre debe pagar sus errores, padre.
-Lo sé, hijo. Serás un gran Rey el día que yo falte.
-No diga eso.
El enano dio un trago de agua y siguió su discurso.
-Han vuelto con la esperanza de vengarse. Quieren
mi vida.
- ¡Qué ingratos! Les perdonas la vida y se quieren
cobrar la suya. Merecen morir a manos de nuestro
ejército.
-No hijo, merecen morir a manos de un príncipe. Es
un asunto de nuestra familia. Es más grande que el
Reino.
El príncipe asintió con la cabeza.
-Yo me encargaré de derramar su sangre. –dijo a su
padre.
-Es lo que esperaba. Te indicaré dónde encontrarles.
El bufón agarró un pequeño cuchillo y se rajó la
palma de la mano. Con la mano ensangrentada
agarró la espada de su hijo y manchó la empuñadura
del color rojo que tiene la sangre de los Reyes y los
príncipes.
-No vas solo hijo. Mi sangre va contigo. La victoria es
fácil, pero no te confíes. Son dos malhechores y no
tienen piedad de otra que sea su vida. Soy el
corazón de tu espada, hijo.
El joven se puso en pie y bajó a por su caballo sin
mencionar su misión a nadie.
Desde la plaza, Alejandro observó marchar al
príncipe.
Cruzó el príncipe al otro lado del rio, sobre su caballo
gris. Un atardecer anaranjado se colaba entre los
61
huecos de las copas de los pinos de la zona. El agua
se dejaba caer de fondo y una atmósfera de
tranquilidad sosegaba a los animales. Se bajó el
príncipe de su caballo y desató la comida que
llevaba. Apoyo su espalda contra un tronco y al
primer mordisco, un ruido desde el lado izquierdo lo
puso en pie. Rápido desenvainó la espada y
preguntó por el ruido.
- ¿Quién está ahí?
Aparecieron Kabán y el anciano tras el sonido que
alertó al príncipe.
- ¿Sois los ladrones? –les preguntó.
Kabán y su padre se miraron.
-El bufón no respeta ni a sus hijos. –Dijo el antiguo
Rey.
- ¿Hijos? –preguntó el príncipe extrañado.
-Sois dos. –puntualizó Kabán.
-Soy el príncipe del Reino. El único heredero de la
corona del Rey. –repuso furioso.
-La otra cabeza, también está viva. Si quieres la
despierto. –le dijo Kabán señalándola con la espada.
- ¡Esa es la espada de mi padre, ladrón!
-Tan solo es un trozo de metal. –puntualizó el
anciano.
-Vengo a daros muerte, a terminar lo que mi padre
tenía que haber hecho hace tiempo…
- ¡Despierta a tu hermano! –insistió Kabán.
-Esta cabeza la tengo para el día que me hagan Rey.
Ahora uso la de príncipe. ¡No es mi hermano, soy yo!
62
El príncipe empezaba a malhumorarse, su sangre
comenzaba a hervir y todo su cuerpo eran ganas de
lucha. Apretaba el puño y el puño a la espada.
-Sois dos cabezas con un cuerpo, no un cuerpo con
dos cabezas. Vuestro padre os ha mentido. Despierta
a tu hermano, y después despertarás tú.
- ¡Desagradecidos! Os perdona la vida y así queréis
devolver el favor.
-Desconozco joven. –Interrumpió el anciano – lo que
te habrá contado tu padre de nosotros. Pero ten por
seguro que es falso. Yo soy el antiguo Rey, el último
Rey que eligió el pueblo.
- ¿El pueblo eligiendo Rey? Ja, ja ,ja… -interrumpió el
príncipe. – A los Reyes los eligen los Dioses. ¿O
acaso también el pueblo los elije a ellos?
-Hubo un tiempo en el que todos los pueblos eran
uno. Y ese pueblo era el Reino. No había enemigos, y
el Rey, tan sólo valía para servir a sus vecinos.
-Dejaros de tonterías. La sangre real está cocinada
para ser venerada, no para arrodillarse ante el
pueblo. ¡Acabemos con esto!
-No me gustaría tener que defenderme. Vuelve a tu
casa, despierta a tu hermano y pregunta a tu padre.
- ¡Vas a morir! –gritó el príncipe.
-Lo que tú quieras. Es tu vida. Supongo que tu
hermano querrá lo mismo.
- ¡Deja de hablar de mi hermano! ¡No hay hermano!
Enrojecido de cólera, el príncipe despierto gastaba
las últimas horas de su día en lanzarse contra
Kabán. Levantó su espada al cielo que se oscurecía y
la llevó contra el pecho del joven. Los dos
63
manejaban muy bien el arma, se batía el ruido
metálico con el silencio tranquilo del ocaso. En el
bosque tan sólo se oía el choque de los filos de
hierro. Apartado el viejo miraba apenado la escena.
No quería ver vencedores y vencidos, prefería que el
príncipe hubiese comprendido la mentira y haber
evitado más sangre. Primero la palabra, después la
defensa.
Los muchachos seguían luchando, se tocaban
levemente con la espada y los arañazos empezaban
a brotar y rasgar las vestimentas.
- ¿Sabes qué? –le preguntó el príncipe a Kabán.
-Dime.
-Solamente acabaré contigo. Después cogeré a tu
padre y lo llevaré a palacio para que mi padre se
encargue de él.
Esta promesa enfureció a Kabán. No podía permitir
dejar la vida de su padre en las manos vengativas
del Rey Enano. El sufrimiento y la burla serían
dolorosos aún después de muerto.
El ruido de las espadas chirriaba en el aire. Algún
pájaro observaba unos segundos la pelea sobre el
escenario de las ramas y a los pocos segundos, se
marchaba asqueado.
En un descuido del príncipe, Kabán hizo un giró
rápido sobre sí mismo y pasó la espada por el cuello
de la cabeza dormida.
Al príncipe despierto le dolió la herida.
- ¿Ves cómo es mía también esa cabeza? Me duele…
-dijo medio mareado.
64
De repente la otra cabeza se despertó al notar la
herida, el jaleo de la lucha y la sangre cayéndose por
dentro.
- ¿Qué sucede? –dijo tras despertar de su profundo
letargo.
Se giraron las dos cabezas y se conocieron. Soltó el
cuerpo la espada y montó rápido sobre su caballo.
Espoleó con violencia al caballo hacia palacio y voló
hacia el Rey Enano.
-Ojalá no hubiese pasado esto. –se lamentó Kabán.
Por la espalda recibió la mano de su padre y ambos
dejaban caer ligeras lágrimas de pena por su cara.
-Lo siento padre. ¡Ha sido horrible! –Pudo acertar a
decir el muchacho –siento que he abandonado mi
destino y estoy en manos del Rey Enano.
-Deja de pensar en el Rey Enano, no está aquí. – ya
te lo dije, esas son sus batallas, ataca cuando no
está. Deja los malos recuerdos marchar. Volvamos a
casa.
En el horizonte, un fino hilo de luz despedía el día.
Se asomaba al firmamento la primera y más brillante
estrella. El frio nocturno mandaba a todos a las
chimeneas y en palacio, al pie de las escaleras,
esperaba el Rey Enano, noticias de alguno de sus
hijos.
Llegaron los príncipes sobre el caballo gris. El cuerpo
renqueante de sus hijos cayó al suelo al intentar
descabalgar, ninguna cabeza dormía. La sangre
empapaba al caballo, a los príncipes y a los pies del
Rey.
- ¡Hijos! –gritó el Rey a las dos cabezas.
65
-Hijos… -repitió para sí misma la cabeza que había
charlado en la batalla con Kabán y el viejo.
Y a esa misma cabeza, que debería estar dormida, le
dio tiempo a hacer una última pregunta antes de
expirar el último hálito de vida.
- ¿Para qué someter al pueblo?
Después, aquel cuerpo cerró sus cuatro párpados y
durmió para siempre.
Por primera vez, el Rey Enano mezcló la tristeza con
la rabia. Y juró venganza eterna. Olvidó la pregunta y
culpó a otros de la muerte de sus hijos.
66
UN SOLO PUEBLO
68
El Rey enano, a sabiendas de que dos enemigos eran
poca carne para una manada tan grande, se inventó
de nuevo una mentira para lanzar sus miles de
espadas contra la que un día fue la suya.
-Un ejército de almas errantes. Fantasmas humanos
que deambulan por el lado oscuro de la vida y que
ahora, habiendo conquistado a los muertos, vienen a
por los vivos. Un ejército expulsado del cielo y del
infierno, miles de espadas que pueden matarnos,
pero a las que no podemos ni ver, ni tocar… un
ejército invisible.
- ¿Y cómo vamos a luchar con un ejército así? ¿Cómo
se puede vencer a un ejército invisible que no mora
en cuerpo alguno? –preguntó alguien.
- ¡Estamos condenados! –gritó una mujer con un
bebé en su regazo.
- ¡Silencio, silencio! –apaciguó el Rey Enano a la
plaza.
Los pueblos, el Reino, esperaban las palabras del
enano.
-Ese ejército no es invencible. Los dioses están con
nosotros, no con ellos. Y conozco la forma de
derrotarlo.
- ¿Cuál es? Dinos…
- ¡Silencio! ¡Dejad que el Rey hable! –cortó Alejandro
el griterío.
-De ese ejército invisible, dos almas descansan sobre
huesos y carne. Esos dos guerreros son los que
mueven al resto, acabar con ellos, sería acabar con
todos. Nuestra libertad depende de nuestras
espadas. Sólo son dos guerreros, nosotros miles.
69
La plaza se tranquilizó.
- ¿Y qué pasa con los guerreros invisibles?
-Avanzad hacia los dos guerrero que os digo,
agitando vuestras espadas como si los vieseis, esa
es la manera de evitar vuestra muerte. Es
importante darse prisa y atacar a las dos almas
visibles entre muchos. Cuanto antes les demos
muerte, más nos salvaremos.
-Un ejército invisible… -seguían temiendo algunas
madres, más por sus hijos que por su propia vida.
-Reunid espadas, cuchillos y manos. Dentro de tres
días será la batalla.
Escondidos de la plaza, de los ojos de los pueblos.
Observaban y escuchaban el discurso del Rey Enano,
Kabán y su padre. Tras un frondoso arbusto, el joven
sorteaba su atención entre la gente que quería
darles muerte y la solución que la vida le mostrase.
- ¿Qué piensas hacer, Kabán? –preguntó el anciano.
El muchacho cerró los ojos, dejó que su boca
sonriese levemente y relajó el rostro. Esperando que
la vida se encargase, esperando que la solución
llegase a su cabeza, a través de la serenidad.
-Son miles de espadas. –dijo el padre.
-Confiaré en la vida, tan sólo confiaré en la vida… -se
decía a sí mismo y de paso respondía a su padre.
-Entonces, todo irá bien. –replicó el viejo Rey.
Los ojos de Kabán se abrieron de golpe, se giró hacia
su padre. Y con una enorme sonrisa, la cabeza
asintiendo y el corazón relajado, le anunció a su
padre:
- ¡Ya está! Ya ha venido…
70
El antiguo Rey le devolvió la halagüeña mueca.
-Estoy contigo, hijo.
-Espéreme en casa, padre. –Le dijo Kabán – Tengo
que ir a por algo.
El Rey Enano terminó su discurso. Alzó la mano y
dejó a los pueblos marcharse a dormir al interior de
sus fronteras.
En ese revuelo de gentes, aprovechó Kabán para
mezclarse con los pueblos que se iban, en el que
apenas se conocían los unos a los otros y los rostros
que pasaban al lado, eran un vago recuerdo del día
en que sus casas se tocaban.
Escondido en la oscuridad de la noche, raptó a un
soldado del Reino y se lo llevó al otro lado del río. Al
llegar al lado de su padre, lo dejó caer al suelo y se
sentó a su lado para contarle lo que harían con aquel
soldado el día de la batalla.
El antiguo Rey escuchó serenamente y al terminar
Kabán de exponerle el plan le dijo.
-Los Dioses ponen el talento y los hombres el
trabajo. Está claro que están contigo y tú con ellos.
-Así es padre. Todo es cuestión de confiarse a la vida,
a los Dioses y a la existencia. Es una batalla ganada.
71
EL EJÉRCITO INVISIBLE
74
-La primera línea de batalla siempre es para los
valientes. –contestó el Rey Enano. Tras lo cual, se
colocó delante, junto con Alejandro. – El pecho que
no se ofrece a su Reino, no merece la vida eterna.
Varios hombres adelantaron a otros y hubo una
pequeña carrera por ser el primer muerto.
El Rey y Alejandro avanzaron hacia Kabán. Tras ellos
se movió el resto.
- ¡Empezad a mover vuestras espadas, defenderos!
Todos los pueblos avanzaban agitando sus espadas
al aire, contra nada. Se chocaban en el vacío, las
armas del mismo ejército. El ruido de sí mismos, les
hacía creer que estaban matando fantasmas.
A los pocos metros de Kabán y el viejo, mandó el Rey
Enano parar a sus hombres y sus pueblos.
-¡Alto! – gritó.
Nadie reconoció al antiguo Rey.
- ¡Pueblo mío! Algunos moriremos – les decía –
Puede que incluso yo pierda la vida. De ser así, mi
corona se posará en la cabeza de Alejandro. –Y con
un gesto lo mandó retirarse de la batalla a guardar
su vida. – Sé que estáis asustados, que el miedo os
paraliza. Pero hemos llegado bastante lejos, como
para quedarnos aquí o huir. ¡Volver no nos salvará,
luchar sí!
El pueblo se gritó a sí mismo. Lo valiente callaba a lo
cobarde. Los pies se aceleraban en el sitio y las
espadas vibraban.
-¡Venceremos! –gritó el Rey Enano.
- ¡Venceremos! –respondieron los pueblos.
75
Kabán dio unos pasos adelante. Atrás se quedó su
padre. El ejército del bufón se quedó quieto, callado,
expectante. Desenvainó el joven su espada y la dejó
apoyada, sobre la punta, en la tierra. No la clavó, tan
sólo se sujetaba sobre el fino extremo de metal,
parecía levitar más que apoyarse al suelo.
El silencio se hizo más profundo.
Kabán dio un paso atrás y dejó a la espada sola.
Nadie hacía nada, de nuevo parecía oírse el silencio
del soleado día, de no ser por los miles de pechos
asustados que clavaban sus ojos en la espada.
Unos metros a la espalda de su arma, Kabán levantó
los brazos al cielo. Majestuoso, con la cabeza
erguida y la espalda hinchada. Puso los brazos en
cruz y se dirigió a los pueblos.
- ¡Aquí estoy! Venid a por mí.
El Rey Enano, incrédulo, sorteaba su cabeza de lado
a lado.
- ¡A por él! – gritó.
Pero no se movió un solo zapato.
De repente, de entre el ejército del Rey Enano, salió
gritando un soldado, espada en alto, corriendo y
gritando, espada en alto, hacia Kabán.
A escasos metros de llegar al joven, éste, todavía
con los brazos en cruz, los cruzó y volvió a extender
al horizonte. El soldado cayó fulminado e inmóvil a
los pies de la espada, sin haber sido tocado por ella.
El ejército del Rey Enano echó a correr en dirección a
sus casas y al palacio. La estampida y el miedo
arrastraron incluso al leal Alejandro.
76
El Rey Enano se quedó paralizado y el miedo
también entró en su pecho.
La gente corrió con la esperanza de no ser
encontrados o cómo lejos, morir en su frontera.
Y en aquella explanada que saludaba al rio, se
quedaron Kabán, el bufón, el último Rey y un
soldado inerte.
El Rey Enano no se apartaba de los ojos de Kabán,
éste le devolvía la mirada y en mitad de todos los
ojos, se levantó el soldado a sacudirse las ropas.
Entonces el bufón comprendió la trampa, y su
engaño al pueblo quedó empequeñecido frente a la
burla de la que había sido objeto.
-Los Dioses nunca están del lado de los tiranos. –le
dijo Kabán.
Abrazó el soldado resucitado al viejo Rey y a Kabán y
se marchó al otro lado del río, sin volver la vista
atrás.
El ego del bufón había sido derrotado por una serena
idea. La rabia era más fuerte que la sangre
derramada por sus hijos. Tragó saliva, giró su caballo
y volvió a la tierra donde mandaba.
Al volver a palacio, se pasó la semana entera
escuchando las disculpas de Alejandro. Intentó
recuperar poco a poco el miedo de los pueblos y
hacerles olvidar a aquel ejército invisible que jamás
atacaría.
-Diles a los pueblos, que acabé yo solo con el
ejército de almas errantes.
Al pasar el tiempo y no verse atacados, el Reino
terminó creyendo de nuevo al bufón. Recupero este
77
su poder y la gente volvió a amar lo conocido y a
temer al otro lado del arbusto.
LA CAJA
83
Entonces el bufón soltó la espada y esta se abalanzó
sobre Kabán que la esquivó levemente, volviéndose
a herir con ella.
- ¡Padre! –gritó Kabán.
El padre abrió los ojos esperando las palabras de su
hijo.
- ¡Debe confiar en mí! ¡Haga lo que le digo!
Entonces Kabán agarró con más fuerza que nunca al
bufón y saltó sobre la caja, detrás de ellos fue la
espada del Rey Enano.
Desde la oscuridad, una voz metálica le gritaba al
anciano asustado.
- ¡Cierre la caja, padre! ¡Cierre la caja!
El eco se lo repitió varias veces y el anciano, cumplió
lo prometido. Cerró los ojos y tapó la luz del cielo a
su hijo y a su verdugo.
Con un pequeño cuchillo rasgó unas palabras sobre
la tapa.
“Aquí yace el mal y aquí debe morar eternamente. El
noble corazón que lo acompaña, vela por nuestras
almas”
Enterró la caja un poco más y se dejó morir de
tristeza sobre la tierra.
84
PARTE II
NUESTROS DÍAS
SOPHIE
85
El resto de la panda rió la gracia de Bill. Sophie ni se
giró.
86
-¿Porqué no vienes y te presento al resto? Somos
gente normal...
87
Sophie abrió poco la boca, todos allí eran hijos de
directivos de la multinacional química que
sustentaba al pueblo y mataba al río. A lo lejos, el
barrio de los esclavos, como llamaba Bill al barrio
pegado a la fábrica, se tragaba los malos humos de
un horizonte perfilado de chimeneas de ladrillo.
91
Mark no respondió, Sophie tenía toda la razón. Mark
ahuyentaba a la gente porque sólo sabía hablar de
pájaros y más pájaros. Sophie tenía conversación
con él, porque jamás le dejaba hablar de bichos.
Gracias a eso, Mark había aprendido a tener alguna
conversación más larga de lo normal con otras
personas, pero enseguida se le iba el pico y dejaba
de escuchar para trinar su locura.
-Tendremos que aguantarnos mutuamente. –
murmuró Mark.
-Tengo que dejarte Mark, mañana tenemos la
presentación del curso.
-Vale tía. Intenta ser feliz. –se despidió Mark.
Sophie colgó el teléfono. Se quedó mirándolo y al
rato se giró hacia la ventana. Se acercó a ella y se
asomó al jardín. La noche estaba profundamente
silenciosa. No había ruidos de ningún tipo. Ni pájaros
nocturnos, ni grillos, ni carreteras lejanas… dentro
de su casa, Totus permanecía en silencio. Jamás
había Sophie experimentado una soledad tan
grande. Cerró los ojos y se fue al recuerdo más
lejano que tenía de su niñez. En su cabeza era de día
y Sophie jugaba con sus padres.
Sophie se metió en la cama y dejó a Totus en la
poyata de la ventana.
Al día siguiente madrugó. Su madre ya estaba
vestida, con el café en una mano y el teléfono en la
otra.
-Buenos días Sophie. Tienes la leche en el
microondas, tengo que irme.
Se acercó a Sophie y le dio un beso en la frente.
92
-Te prometo que el próximo fin de semana te lo
dedico en exclusiva. –le dijo su madre.
Sophie encogió los hombros. No era un gran regalo
para ella. Su madre salió deprisa hacia las
chimeneas.
Sophie ya había bajado vestida. Como siempre, de
negro; con botas y un grupo a la espalda de su
camiseta. El pelo liso le caía hasta los hombros y sus
enormes ojos marrones, agrandados por su
delgadez, denotaban tristeza.
Desayunó y subió a por Totus, para dejarlo en el
jardín mientras iba a clase. Salió al jardín trasero,
jaula en mano y observó al penoso roble que
aguantaba el paso de los años.
-Lo siento Totus, no tengo otro sitio. –le dijo al bicho.
Se acercó hacia el árbol y Totus empezó a golpearse
violentamente contra las paredes de la jaula. Sophie
se asustó y dejó caer la jaula. Se agachó a por él, y
el animal seguía nervioso.
- ¿Qué te pasa?
Totus no paraba de revolotear contra los barrotes.
- ¡Para, te vas a hacer daño!
Sophie siguió avanzando hacia el árbol.
-Te dejaré ahí, ya se te pasará.
La chica miraba las ramas, buscando dónde colgar la
jaula. Era imposible buscar un sitio con sombra en
aquel árbol deshojado. De lo que en realidad tenía
ganas Sophie, era de abrir la jaula y dejar a Totus en
paz. No entendía a Mark. Amaba a los pájaros, pero
a la vez, los tenía encerrados en jaula. Y si no
93
soltaba a Totus, era porque era incapaz de incumplir
ciertas promesas.
Dio dos pasos más hacia el árbol y Totus cayó
fulminado. Sophie se quedó petrificada, por un lado
le agradaba el silencio, pero por otro lado, Totus
había muerto. Movió la jaula, pero el pobre ni se
movía.
A lo lejos vio el autobús amarillo que venía a
recogerla para ir a clase. Volvió a meterse en casa y
dejó a Totus abandonado en el porche trasero de la
casa, de cara al árbol de ramas.
Al entrar en el autobús, vio que Alex le había
guardado un sitio. Sophie lo agradeció con una
sonrisa y saludó al resto de chicos que había
conocido el día anterior. Bill siempre iba a clase en
su moto.
- ¿Estás bien? – le preguntó Alex dos veces.
Sophie se sacudió la cabeza y volvió al autobús
escolar.
-Si, si… - respondió con la cabeza puesta en Totus.
-Es un gran instituto, te va a gustar.
-Estuve con mi madre a principio de verano. –
respondió ella.
Sophie no se quitó a Totus y Mark de la cabeza el
resto del día.
Tres horas después, estaba de nuevo en casa. Con la
comida y un solo plato sobre la mesa. Sonó el
teléfono. Sophie se sobresaltó. Al ir a cogerlo vio que
era Mark, cerró los ojos y se acordó de que había
dejado al pobre Totus, muerto y enjaulado en el
porche. No contestó al teléfono. Fue al garaje y
94
agarró una pala que había dejado allí la anterior
familia que había vivido en la casa. Dio la vuelta a la
casa y buscó un lugar donde enterrar a Totus. Por
ella, el cubo de la basura hubiese sido buen sitio,
pero tenía sobre los hombros, a un imaginario Mark
que le pedía que hiciese un funeral digno al pequeño
pájaro.
-Lo que hay que hacer. –se dijo a sí misma.
El teléfono volvió a sonar. Sophie había elegido los
pies del árbol para enterrar a Totus, dejó la pala
medio clavada en el suelo y se metió en casa para
hablar con Mark.
-Hola Sophie.
-Hola Mark.
- ¿Pasa algo? –preguntó el chico.
Sophie se quedó callada.
- ¿Qué sucede Sophie?
-No sé lo que ha pasado Mark. Estaba con Totus en el
jardín y se ha muerto. Ha caído seco.
Al otro lado Mark escuchaba silencioso.
-No te preocupes Sophie. Era su hora. A todos nos
llega. Si no hubiese sido allí, hubiese sido aquí. –
intentó consolarla.
-Lo siento de veras… creo que murió de pena. No
tenía que habérmelo traído. Su casa era la tuya, no
ésta. Ninguno de los dos deberíamos haber venido.
-Seguro… No te preocupes. –insistió Mark apenado.
- ¡Por favor entiérralo!
-Te lo juro, Mark.
95
Y no hablaron más. Ninguno de los dos tenía ganas
de seguir charlando y se citaron para el día
siguiente, vía internet.
Sophie regresó a la pala e hizo un pequeño agujero a
los pies del roble. Lo suficiente para que ningún
perro curioso olisqueara el aroma de la muerte.
Regresó a por Totus y una bolsa de plástico para
recogerlo y se encaminó hacia el roble. Dejó la jaula
en el suelo y abrió la puertecilla, se puso la bolsa a
modo de guante y cogió con suavidad a Totus, lo fue
a llevar al agujero y cuando su mano estaba sobre el
hoyo, Totus se sacudió violentamente y echó a volar.
Sophie cayó de espaldas y desde el suelo siguió el
vuelo de Totus.
El cuerpo le tembló por dentro, su corazón parecía
correr detrás del pájaro y apenas podía meter aire
en el pecho.
Al rato volvió a recuperar el pulso, el pecho y se
levantó. Su primera intención fue correr a llamar a
Mark, pero intuyó que jamás la creería. O pensaría
que estaba loca, o que se había inventado todo para
que tuviera consuelo. Ninguna de las dos cosas
funcionaría. Así que decidió no contarle nada y
seguir hablando la próxima vez de sus vidas y sus
clases.
Sophie pasó el día sola. Sentada en el porche,
mirando el agujero. En la ventana de su habitación,
mirando el agujero. En el balcón del salón, mirando
el agujero. Y de vez en cuando, levantando los ojos
al cielo, recordando el vuelo de Totus. Un escalofrío
96
le recorría el cuerpo cada vez que rememoraba el
susto.
De pronto le vino a la cabeza una frase que había
oído a Mark varias veces. “Un árbol sin pájaros es un
árbol muerto, los árboles siempre cantan”.
Aturdida por el milagro, se fue a dar un paseo por el
barrio. A escuchar los jardines de los vecinos. El
silencio era absoluto en su jardín, a medida que se
alejaba de su casa, el canto de los pájaros se hacía
más voluminoso. Era extraño. Pero deshizo su
camino y comprobó que en su jardín no trinaba
ningún ave, que en el de Bill, apenas cantaban. Y
que en el de Alex, lo mismo. Tres casas más a lo
lejos, los árboles cantaban y a dos calles hacia
cualquier dirección, los jardines eran un insoportable
clamor de pájaros.
- ¡Eh, Sophie! ¿Qué haces por ahí a estas horas? –le
preguntó Bill, que se encontraba a la puerta del
garaje limpiando su moto bajo un foco de luz que
salía de la casa.
Sophie se acercó a él. Bill se puso de pie y con un
trapo en la mano, quitándose la grasa negra, la
miraba.
- ¿Porqué no hay pájaros en nuestros jardines?
Bill arqueó las cejas, se giró a ambos lados y encogió
los hombros.
-No sé… ¿qué tipo de pregunta es esa?
Sophie no decía nada más, Bill estaba incómodo.
-Pregúntale a Alex. –le dijo intentando que se fuera
de allí.
-Aquí pasa algo raro.
97
Sophie se dio media vuelta. Bill la siguió con la
mirada, tiró el trapo al suelo y negó con la cabeza.
- ¡Esta chica, está como una cabra! –susurró.
Asomada medianoche a la ventana, afinando el oído
al horizonte. Esperaba Sophie, mirando de vez en
cuando el agujero inacabado, a que las horas
pasasen. Terminó dormida sobre la silla en la que, de
vez en cuando, se sentaba junto a la ventana.
A la mañana siguiente Sophie se acercó a una tienda
de animales y compró un pequeño gorrión. Volvió
con él en el autobús y una jaula nueva y al llegar a
casa, directamente, se dirigió al jardín trasero. Ya
había notado, nada más tomar tierra, más triste al
pobre animal, menos cantarín que cuando lo escogió
en la tienda.
En el vértice del jardín paró sus pasos. Miraba al
agujero que había junto al árbol y a la pala, todavía
apoyada sobre el roble. Devolvía la mirada al pobre
pájaro y al dar un paso más, notaba el nerviosismo
del animal. Siguió andando, volvió a suceder
exactamente lo mismo. El gorrión se agitó
violentamente contra los barrotes de la jaula y al
llegar a la verticalidad del hoyo, murió. Sophie bajó
la jaula al suelo y asustada corrió hacia su habitación
a coger el teléfono y llamar a Mark. Al llegar se
quedó a un número de completar la llamada. Estaba
sola en su locura, era imposible que nadie la
creyese, incluso Mark. Se asomó a la ventana y se
quedó mirando. Finalmente, decidió intentar
resucitar al pajarito. Metió la mano en la jaula sin
bolsa alguna, lo agarró con suavidad y cuando volvió
98
a colocarlo sobre el agujero, el animal alzó el vuelo.
Sophie lo siguió con la mirada hasta perderlo de
vista.
Se asomó al agujero y pasó la palma de la mano,
abierta, boca abajo sobre él. Pero no notó nada
especial. De repente, se dio cuenta de que al lado
suyo estaba la pala. Frenéticamente se puso a hacer
el agujero más grande y más hondo.
En la misma calle, ajenos a Sophie, Alex jugaba al
baloncesto sobre una canasta del garaje y Bill
desmontaba su moto.
A la hora de estar sacando tierra de la tierra. La pala
de Sophie chocó con algo metálico. El corazón de la
chica se paró. Con la pala, dio un par de golpes más
para asegurarse del ruido metálico, se agachó y
retiró la tierra superficial que tapaba aquello.
Siguió cavando las horas solas. Cuando llegó su
madre, ya era de noche. Cenaron y se fueron a
dormir. Ninguna de las dos pudo conciliar el sueño.
Al llegar la mañana, la madre de Sophie se fue con
las primeras luces. La chica bajó corriendo a
terminar de destapar lo enterrado.
- ¡Es una caja! – exclamó mientras tiraba la pala a un
lado.
99
LA PESADA CAJA
101
Sophie miró a su madre. Le hubiese gustado contarle
todo, llevarla hasta la caja pero no se atrevió. Prefirió
guardarse el secreto con ella.
-No, no pasa nada…
La madre volvió a la tele.
Sophie se levantó temprano. Encendió su portátil y
abrió el correo que tenía para dar en páginas de las
que no quería tener noticias. Tras eliminar más de
cincuenta correos de publicidad, centró su atención
uno que en el asunto ponía: “Respuesta a su
pregunta de traducción”. Sophie abrió el email
emocionada.
Era de día, afuera el sol empezaba a brillar con
ganas, ningún pájaro cantaba en el roble, ni en los
árboles de las casas vecinas. El último frescor de la
mañana se colaba por la ventana.
Susurró para sí misma el correo.
“Aquí yace el mal y aquí debe dormir eternamente.
El noble corazón que lo acompaña, vela por nuestras
almas”
Sophie leyó y releyó el texto. Se acercó a la ventana
y no quitó los ojos de la caja.
Se dirigió a la cama y se dejó caer.
- ¿Qué hago? –se preguntó a sí misma. - ¿Qué hago?
Había visto pájaros morir y resucitar. Aquella frase
podría ser verdad o mentira. Podría salvar al mundo
o condenarlo. Para ella, lo único que estaba claro, es
que después del vuelo de Totus, todo era posible. Ya
no le importaba la opinión de nadie, su cordura era
más grande que la locura del mundo. Imprimió el
texto y se lo guardó en el bolsillo. Bajó al jardín y
102
leyó de nuevo aquellas palabras junto a la caja,
como si estuviera invocando la respuesta.
“Aquí yace el mal y aquí debe dormir eternamente.
El noble corazón que lo acompaña, vela por nuestras
almas”
Sophie buscaba en el horizonte y en los horizontes
de los lados. Desearía haberse encontrado con Alex
o incluso con Bill, pero seguía sola. Ella y la caja,
solas.
Por la cabeza de Sophie se pasaron todas las teorías
posibles.
Allí había algo muy valioso, el tesoro más grande de
la humanidad
En la caja estaba el bien, y el mal había escrito
aquellas palabras para que nadie abriese la caja.
Esta teoría era la que más la convencía. Sophie no
creía en el mundo, no veía que el mal estuviese
encerrado.
O que allí estaban el bien y el mal, como rezaba la
caja. Y fuera, sus hijos.
Sophie necesitaba descansar, así que volvió a casa
para tumbarse en el sofá y meditar qué hacer.
Encendió la televisión y al ir cambiando de canales,
se convenció de que en aquella caja, no estaba
encerrado el mal. Era la hora de las noticias.
Sophie jamás había creído en nada. Su vida había
sido un camino de realidad, en el que el más fuerte
gana y el que pierde, nunca se vuelve a levantar. Su
madre era un claro ejemplo de pisotear la vida de
otros, para elevar la de uno mismo. Sophie odiaba a
103
ese tipo de gente. Su madre, engañada, se creía
admirada por la chica.
-Abriré la caja. –se dijo furiosa.
Regresó al jardín y con rabia y pala empezó a
golpear la caja. Era inútil, aquella no era la forma.
Pensó en enchufar la radial, pero le dio miedo.
Finalmente, se decidió a pedir ayuda a Bill.
- ¡Te abriré! –amenazó Sophie a la caja.
Pasó sus dedos sobre el relieve de las letras y con la
otra mano empezó a palpar el lateral de la tapa.
Parecía bajarse levemente. Desplazó la tapa
ligeramente hacia abajo y un lado, y empezó a
abrirse. De pronto, la tapa saltó por los aires y de la
caja salió un humo gris. Sophie salió disparada y
cayó de espaldas sobre la hierba. La columna de
humo se elevó decenas de metros en vertical, sobre
la caja. Un ruido de espadas luchando, parecía salir
de aquel humo. Sophie ni pestañeaba. Se incorporó
y se quedó sentada sobre el césped mirando el
humo gris y escuchando el sonido metálico de las
espadas. Unos destellos metálicos aparecían y
desaparecían de aquel humo.
Sophie retrocedió marcha atrás unos pasos hacia el
porche.
El humo gris se dividió en dos, blanco y negro, y uno
se fue hacia casa de Bill y el otro marchó hacia la de
Alex. Sophie tan solo acertaba a mirar, sus ojos
querían estar en las dos casas a la vez y se volvían
locos, esperando algo.
104
A espaldas de Sophie apareció su madre. Pisando el
jardín varios días después de la última vez que lo
había hecho.
- ¿Qué ha pasado aquí? ¿Qué es todo esto Sophie?
Sophie seguía sin hablar. Ahora no quitaba los ojos
de la casa de Bill. Le pareció haber visto volar hacia
allí al humo blanco y hacia la casa de Alex, el humo
negro.
105
KABÁN Y SOPHIE
108
-Hay que avisar al pueblo –dijo.- Antes de que vuelva
a hacerlo
- ¿Qué pueblo? Hay muchos… -preguntó la chica.
Kabán se quedó de piedra.
- ¿Muchos? no puede ser…
- ¡Miles! –puntualizó Sophie.
-Miles… -sollozó Kabán.
-Sí, miles… -dijo ella.
-No valió de nada… -dijo Kabán con la voz
agazapada.
- ¿No valió de nada, qué? – preguntaba ella -
¿Podrías decirme algo, quién eres, qué haces aquí,
qué hacías en esa caja, si eras tú el que estaba en
ella? –Sophie, le perdió el miedo y no dejó de hacer
preguntas.
- ¡Calla, por favor! –dijo, todavía triste, Kabán.
Sophie cerró la boca. Kabán miraba por la ventana.
Al rato Sophie volvió a hablar.
-El resto del humo se fue a casa de Alex.
Kabán se giró bruscamente hacia Sophie.
- ¿Qué? ¿Sabes dónde ha ido?
Sophie afirmó con la cabeza. Kabán envainó la
espada y le dijo:
-Llévame ahora mismo.
-No deberías ir con una espada por ahí… -dijo ella.
Kabán bajó mirada a la vaina y de nuevo, la volvió a
Sophie.
- ¿Ya no usáis armas?
Sophie negó con la cabeza.
-Ya no usamos espadas.
Kabán prefirió no preguntar.
109
- ¡Es igual, al Rey Enano sólo le puede matar esta
espada!
-Pues será mejor que la escondas. –insistió Sophie.
-Llévame donde me has dicho ¡Es urgente!
-Te llevaré, pero antes tienes muchas preguntas que
responderme.
-Después te contestaré a todas. ¡Lo juro!
Sophie aceptó con la cabeza.
-Yo también tengo muchas preguntas que hacerte. –
dijo Kabán.
Sophie volvió a menear la cabeza.
-Vamos. –dijo Sophie.
Kabán salió detrás de ella y se fueron hacia casa de
Alex. Kabán miró con curiosidad y extrañeza el
mundo. Se quedó parado con una farola, tocaba los
bordillos, todo era un mundo nuevo…
- ¿Qué es esto? –le preguntó a Sophie.
- ¿Cuál, la bicicleta o la farola?
Kabán señaló con la mano la bicicleta atada a una
farola.
-Es una bicicleta, sirve para ir de un sitio a otro
danto pedales.
- ¿Una especie de caballo? –preguntó Kabán.
Sophie apretó los labios, se quedó pensativa y le
respondió.
-Sí, podría decirse que sí. Es un caballo moderno.
Kabán se quedó mirándola detenidamente, hasta
que se dio cuenta, de que encontrar al Rey Enano
era más importante que saberlo todo.
-Es ahí… -dijo Sophie señalando con el dedo la casa
de Alex.
110
Kabán sacó la espada.
- ¡Quédate aquí, no te muevas! –le dijo a Sophie.
Kabán entró en la casa de Alex sin respetar puertas
ni cerraduras. El piso de abajo estaba vacío. Arriba
se escuchaban unos tímidos lloros. Subió corriendo
por las escaleras y se topó con Alex que estaba
sentado en el suelo contra la puerta de su
habitación. Le apuntó con la espada y Alex se
acurrucó.
- ¡Bill!, ¿Qué haces? ¡Por favor! No me hagas nada…
-suplicaba Alex a Kabán.
Kabán no bajó su espada lo más mínimo.
- ¿Eres tú, bufón? –le preguntó.
-Soy Alex. Bill, ¿Qué te pasa? –dijo el chico.
Se oyeron unos pasos haciendo crujir las escaleras,
era Sophie…
-Es Alex, no le hagas daño.
- ¡Sophie! –gritó Alex. - ¿Qué está pasando?
-Tranquilo… -le dijo Sophie.
Sophie le preguntó algo al oído. Alex respondió
extrañado. Era algo que le había dicho en el parque
el día que se conocieron.
-Es Alex…
Kabán guardó su espada.
- ¿Qué le pasa a Bill, Sophie? ¿Se ha vuelto loco? –le
susurró Alex.
Sophie inspiró profundamente, para exhalar lo que
iba a decirle.
-No es Bill.
Alex se carcajeó y lloró.
111
- ¿Estáis todos locos? Primero Kus, luego Bill, ahora
tú… ¿Qué os pasa hoy a todos?
Alex empezó a temblar de nuevo, nervioso, llorando
incontroladamente.
- ¿Kus? –preguntó Kabán. - ¿Quién es Kus? ¿Dónde
está?
- ¡Kus es mi perro! ¿Qué te pasa Bill?
-No es Bill. –repitió Sophie.
-Me llamo Kabán. –respondió, presentando su
nombre a ambos.
-Kabán… -repitió la chica.
Alex seguía llorando, aunque de forma más calmada.
- ¿Kus, es un perro? – preguntó.
Sophie afirmó con la cabeza. Alex metió la cabeza
entre las piernas y entrelazaba su pelo con sus
manos.
- ¡Aparta! –le dijo Kabán a Alex.
Alex se desplazó sin levantarse y Kabán pasó
adentro. La habitación estaba destrozada, una
corriente de aire entró por la ventana rota y bajó
hasta la puerta abierta de entrada a la casa. Kabán
se quedó mirando la ventana y se acercó. Bajo la
ventana se encontraba el tejadillo del garaje, lleno
de pequeños cristales de la ventana destrozada y
algo de sangre del perro que llevaba encima, el alma
del Rey Enano. Kabán miró al horizonte y no había
rastro alguno de Rey Enano, ni de perro rabioso.
Sophie y Alex se quedaron fuera. Kabán regresó con
ellos al pasillo.
-Tenemos que hablar. –le dijo a Sophie.
112
Bajaron al salón de Alex y se sentaron en el sofá.
Sophie le explicó su mundo y Kabán les explicó el
suyo. Kabán no paró de mover la cabeza de derecha
a izquierda, tratando de negar todo lo que Sophie
contaba y Alex apostillaba.
- ¡No puede ser! –decía cada poco.
Sophie encendió la televisión. Volvía a ser la hora de
las noticias.
-No ha valido para nada, no he salvado a nadie. Mi
padre tenía razón, esta sólo es mi lucha, no del
mundo.
Sophie y Alex lo miraban sin decir nada. Se cruzaban
las miradas y encogían los hombros a la vez.
Alex apagó la televisión.
Kabán cerró los ojos y permaneció callado y quieto
aproximadamente una hora. Los muchachos no le
interrumpieron, tan solo lo miraban.
- ¡En fin! ¡A por mi vida! –gritó exultante tras abrir
repentinamente los ojos.
Sophie y Alex se levantaron tras él.
-Necesito vuestra ayuda. –les dijo. –Quiero parecer
Bill.
-Yo no te puedo ayudar. –dijo Sophie señalando a
Alex. –él.
Alex afirmó.
- ¡Venga! –dijo Kabán.
Se pasó la tarde contándole cómo era, cómo actuaba
y qué le gustaba.
-Tengo la sensación. –dijo Kabán –de que sé conducir
ese cacharro. –refiriéndose a la moto.
113
Se acercaron a casa de Bill, Kabán pasó la pierna por
encima y detrás del sillín. Agarró el manillar y la
llave y con su pierna derecha arrancó la moto de
cross. El ruido no le gustó a Kabán. Alex le acercó un
casco. Más para amortiguar el ruido que para salvar
la cabeza.
- ¿Qué pasa con la caja, qué hago con ella?
Kabán se llevó la mano a la cabeza, antes que el
casco.
- ¡La caja! ¡Santo cielo!
Se bajó apresuradamente de la moto y fue corriendo
hacia el jardín de Sophie. Tras él, los dos chicos.
Kabán llegó hasta la caja, con un gesto paró a
Sophie y Alex que venían bastante atrás. Asomó la
cabeza a la caja y se giró hacia los chicos.
- ¿Qué sucede? –preguntó Sophie.
- ¿Va todo bien? –preguntó Alex.
Kabán negó con la cabeza. Los dos chicos se
acercaron.
- ¡Mirad! –les dijo, señalando la caja.
Se asomaron y no vieron nada.
- ¿Qué veis?
-Nada, el fondo de la caja. –respondió Alex.
- ¡Apartad!
Los chicos se retiraron y Kabán volcó la caja.
-Mirad, ahora. –insistió.
La caja estaba tumbada. Ahora no había fondo, se
veía el otro lado.
- ¡Es increíble! –gritó Sophie.
- ¡Hemos dejado la puerta abierta!
114
Kabán señaló con la cabeza la tierra pisada, extraída
para hacer el hoyo. Eran visibles las huellas de perro.
- ¿Está en el otro lado? –preguntó Sophie.
-No lo sé, no lo sé… -respondió Kabán. –Puede
haberse ido, puede haberse ido y vuelto… lo
desconozco.
- ¿Qué vas a hacer? –le dijo Sophie preocupada.
Kabán cerró los ojos, inspiró profundamente y
respondió.
-Ser valiente, confiar en la vida y dejarme llevar.
Sophie miró a Alex y Alex miró a Sophie.
Kabán puso en pie de nuevo la caja. Sophie se
asomó y de nuevo estaba oscuro, no se veía nada.
Alex también quiso mirar, pero Kabán puso la tapa
encima antes de que le diese tiempo.
-Puedes esconderla en mi casa, me sobra sitio por
todas partes. –dijo Sophie.
Kabán agarró la caja como si no le pesase y la llevó
al garaje, tras los pasos de la chica. La arrinconó al
lado de unas estanterías y la taparon con una manta
vieja.
-Por favor, Sophie. Asegúrate todos los días, que la
caja está cerrada.
-Lo haré.
Volvieron al jardín. Sophie dirigió la mirada hacia la
casa de Bill.
-Aquellos son tus padres Kabán. –le dijo señalando a
la casa.
Kabán sonrió.
115
-Tengo que volver a casa e inventarme algo. No voy
a contarles esto a mis padres. Se creerán más un
robo que la verdad. –dijo Alex.
-Gracias Alex. –dijo Kabán.
-Hasta mañana Alex. –se despidió Sophie.
Se quedaron solos en el jardín. Sophie volvió a
preguntarle por su futuro.
- ¿Qué vas a hacer? Volverás a la caja o te quedarás.
-No lo sé… tengo que esperar la señal.
- ¿Qué señal?
-La que me diga qué hacer. La vida es estar atento a
las señales, sino, nada funciona.
-Mañana es viernes, y el lunes empezamos las
clases. Lo que te conté. Estate preparado.
-No sé qué día es hoy, ni cual será mañana. Nunca
he puesto nombre a los días. Avísame cuando llegue
el momento, gracias.
Sophie asintió.
Al día siguiente Sophie se levantó temprano. Bajó al
garaje a comprobar la caja. Todo estaba en orden. A
pesar de lo sucedido, un extraño morbo le tiraba
hacia el lado que quería volver a abrir la tapa.
Aguantó y pudo resistirse. Después, salió a la calle y
espero a Kabán y a Alex. Al rato apareció Kabán.
Alex se quedó en casa.
-Esto le supera. –dijo Sophie.
116
SÁBADO
118
-Te lo voy a explicar para que lo entiendas del todo.
Cuando ves a Alex venir, dices… ahí viene Alex. No
dices, ahí viene Alex con sus brazos, su pierna, su
cabeza. Es uno. Pero Alex dice, mi pierna, mi cabeza,
mis ideas… se separa de sí mismo. Eso es lo que
hizo el bufón con el Reino.
Sophie se miró la mano.
-Yo soy mi mano, no es… mi mano. –dijo la chica.
-Sophie, cada uno debe arreglar su mundo. Y todo
estaría resuelto. ¡Existimos! Es algo que no debes
olvidar. Podría no haber nada, y sin embargo aquí
estamos. Árboles, pájaros, personas, ríos, edificios,
motocicletas, futuro, pasado y presente… podría no
haber nada, y sin embargo, una gran bola de fuego
está ahí arriba, dando calor, energía y luz.
Sophie levantó su vista al cielo, entornó los ojos y
miró al sol hasta donde pudo.
-Hace tiempo que los hombres perdieron todo
contacto con la realidad. Desde entonces, viven en
la verdad de sus cabezas y ahí, es muy fácil
dominarles. Da lo mismo que un hombre caiga en
buenas manos, que en malas. Está dominado y ese
robo de la libertad, es el único pecado.
-Ya…
Kabán dio un mordisco a la hamburguesa que habían
comprado, al tragar, prosiguió.
-Ahora mismo me estás creyendo. Y eso es caer en
la misma trampa. Aunque lo que te diga sea bonito,
suene a paz y sea verdad… a ti no te vale. Es mi
vida. Te lo diré mil veces Sophie. Mira el mundo,
como si fuese la primera vez que te plantan en él.
119
¿Tendrías nación, tendrías nombre, serías chica o
chico, sin espejo, te conocerías? La próxima vez que
estés en un sitio con gente, siéntate y mira… mira
como si fuese la primera vez que ves eso.
Sophie movía la cabeza de arriba abajo. Sus ojos no
parpadeaban, parecía estar en otro mundo.
-Si mis padre me hubiesen llamado Laura, ahora
sería Laura.
-Exacto Sophie. Y sólo es un nombre, una etiqueta
por la que alguno mata. Y la patria, la escuela y las
religiones, son lo mismo. Somos parte de la vida, no
un añadido que la ve pasar. No hay nada fuera de
nosotros, ni dentro. No hay ningún tipo de fronteras,
salvo las que nos ponemos.
-Laura… -murmuró Sophie.
Kabán dio el segundo mordisco.
-Está buena esta comida.
-Sí, pero espera a acabar y ver cómo la digiere tu
estómago.
-Es el estómago de Bill, no tendré problemas.
- ¡ah, claro! Pues disfrútala.
Los muchachos permanecieron en silencio, salvo por
el movimiento de la boca al masticar. Sophie terminó
mucho antes que Kabán, que se recreaba en ese
nuevo sabor que desconocía. Con cada mordisco
cerraba los ojos y todo su cuerpo parecía estar
dando el bocado a la hamburguesa.
- ¿Cuál es el sentido de la vida? –preguntó Sophie
con las manos vacías.
Kabán tragó lo que tenía rumiando y contestó.
120
-Sophie, estás sola. Ese tipo de preguntas sólo
puedes contestártele tú y no desde tu cabeza, ni tu
cerebro. Porque de ahí, sólo sacarás lo que te
contaron tus padres, tus profesores o tú iglesias; y
esa no es la respuesta. ¡Estás sola! No lo olvides
nunca.
- ¿Quieres decir que es mejor no relacionarse con
nadie?
-No, la soledad de la que hablo es una soledad
interior. La relación con los demás es maravillosa. Yo
estoy aquí por la necesidad que tenía de conocer
gente. En mi vida tenía dos soledades, una que me
llenaba y otra que me dolía. Pero deja de hacerme
preguntas, no puedo enseñarte nada. ¡Estás sola!
-Entonces… ¿No has venido a arreglar el mundo?
-No, Sophie. He venido a arreglar mi mundo. El Rey
Enano está en mi vida, no en la tuya. Para ti, sólo es
humo… Ya tienes tus propios bufones, vete a por
ellos, ¡mátalos! ¡Enciérralos en una caja para
siempre!
121
DOMINGO
122
GEOGRAFÍA E HISTORIA
125
Sophie se quedó pensativa y recordó las palabra que
el Sábado habían salido por la boca de Kabán.
-Es una lucha individual, para vencer a todos. –
añadió Kabán.
Parecía que Alejandro se había llevado con él las
voces encerradas en la cafetería. El silencio era
absoluto. Los chicos podían oír su respiración. Se les
fue el hambre y no entraron a almorzar. Sophie se
quedó pensando. Kabán miraba el pasillo, sentía la
atmósfera juvenil que acababa de llenarlo y la
marabunta que lo iba a llenar en breve. Al rato sonó
la campana y la cafetería se quedó vacía y sucia.
Pasaron a través de ellos todos los compañeros de
instituto, como si no existieran. El ruido de las
taquillas abriéndose y cerrándose, las carcajadas, las
voces… había tanta vida; y Sophie se sentía sola,
más sola que nunca.
Kabán se acercó un poquito más y frente a ella,
llevando una mano al hombro de la muchacha,
intentó calmarla.
-No tengas miedo. El Rey Enano es parte de mi vida,
no de la tuya. No te pasará nada.
Sophie levantó la cabeza.
-Ahora ya sabes dónde está. –dijo ella.
Kabán asintió.
- ¿Qué está pasando ahora en tu mundo, Kabán?
-Eso no debe preocuparte, Sophie.
Acabaron las clases. Kabán decidió que Sophie
volviese con él en moto. Los autobuses se
marcharon y los chicos se fueron a casa. Sophie se
agarró a la espalda de Kabán como si no hubiese
126
otra cosa en el mundo a que agarrarse. Su cabeza
todavía aletargaba en el pasillo y en Alejandro.
Llegaron a casa de Bill. Kabán dejó la moto. Los
padres de Bill, todavía no habían llegado. En esa
calle, los padres no tenían por costumbre tener
jornadas laborales que les permitiesen conocer a sus
hijos.
-Te acompañaré a casa, Sophie. Vamos dando un
paseo.
-Todavía no quiero llegar a casa… -dijo ella.
-Pues paseemos entonces. –propuso Kabán.
Al rato de paseo, acabaron sentándose en un banco
del parque donde Sophie conoció a Bill.
En Septiembre, el cielo se oscurecía por minutos. El
frescor que acompañaba a la falta de luz, subía por
las piernas y una ligera humedad que venía del rio,
se colaba por los jardines. Sophie no conocía el truco
de llevar una chaqueta a mano y Kabán, nunca tenía
frio.
-Volvamos, tengo frio.
Kabán se levantó primero e hizo un gesto a Sophie
para que no se moviese. El muchacho parecía estar
buscando algo.
- ¿Qué sucede? –preguntó Sophie.
-Calla… -susurró él.
- ¿Está aquí? –preguntó la muchacha.
Kabán afirmó con la cabeza.
A lo lejos, en el claro verde del parque, tras un
camino esquinado. Apareció un perro negro.
- ¿Es Kus? –preguntó Kabán.
127
-No estoy segura. Solo lo he visto un par de veces, y
de lejos. Creo que sí, me temo que sí.
-Tranquila.
-Pero… ¿El Rey Enano, no había escogido el cuerpo
de tu padre? –preguntó ella.
-Se fue y regresó. Y, o te liberas del todo del Rey
Enano, o deja posos en el alma. Y Kus es un pobre
animal, como todos los hombres.
Tras Kus, aparecieron cuatro perros más, Alejandro y
lo que parecían soldados del ejército de palacio del
Rey Enano.
Sophie se asustó mucho, se puso en pie y se colocó
tras Kabán.
-Tranquila…
Sophie no se tranquilizó.
Empezaron a caminar hacia los chicos.
-Quédate en el banco, Sophie.
Kabán les acortó el camino, se fue hacia ellos con la
espada envainada y la cabeza al frente. Alejandro, el
Rey Enano, caminaba en cabeza de su séquito.
En el centro de la explanada se pararon ambos
lados.
-Curioso Kabán. Vas a morir a manos de tu padre,
que no es tu padre; que matará a su hijo, que no es
su hijo.
-Esta vez al menos te pones delante, bufón.
Al Rey Enano, le seguía molestando que le
nombrasen su primer oficio.
- ¿Sabes? No te mataré. Hoy hincarás la rodilla ante
tu Rey. Volverás conmigo al Reino y allí pagarás tus
culpas.
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- ¿Sí? Y en qué cuerpo volveré. ¿En este que nadie
allí conoce? ¿Cómo demostrarás que soy el guerrero
del ejército invisible que un día os venció?
-Tengo malas noticias para ti. Alguien abrirá la caja
antes de tiempo y podremos salir tal como éramos.
Kabán pensó en su padre, pero prefirió no preguntar
al enano.
-Pues tendré que matarte aquí. –le dijo Kabán.
-Inténtalo chico.
El Rey Enano desenvainó la espada, Kabán sacó la
suya. Por los lados acechaban los perros y los
soldados. Esta vez sin miedo a un ejército invisible.
Todos a una y a uno. Sophie se agazapaba sobre el
banco. Cerraba los ojos, deseando que aquello no
estuviera pasando. El parque estaba vacío, la
pequeña ciudad parecía estar vacía. Las espadas
chocaban al aire. El ruido metálico espantaba a los
pájaros que aguantaban el frio. Las heridas
empezaban a aparecer por el cuerpo de Bill y
Alejandro. Kabán se movía ágil, con fuerza. Con cada
movimiento de espada, lanzaba un grito. De un solo
golpe logró matar a dos perros. Inteligentemente se
agachó en un ataque de un soldado y la espada de
este mató a un compañero. Kabán sangraba, el Rey
Enano sangraba, Kus sangraba…
Uno de los soldados se acercó junto con un perro al
banco de Sophie y la agarraron. La chica no pudo ni
pedir ayuda a Kabán.
Estaba Kabán frente al Rey Enano con sus espadas
apuntándose. El Rey Enano bajó la espada y la dejó
clavada en el suelo. Kabán se extraño. El Rey señaló
129
con la cabeza a Sophie. Que estaba colgada en los
brazos de un soldado, con la boca tapada y
pataleando al aire.
-Ríndete a tu Rey, chico. –dijo El Rey Enano.
Kabán no bajaba la espada. Se volvía hacia el Rey,
hacia Sophie y hacia el Rey de nuevo. Negaba la
situación con la cabeza.
-Ríndete Kabán. –repitió el Rey Enano.
Kabán envainó su espada.
-Así me gusta. – dijo el Rey.
Entonces Kabán le miró fijamente a los ojos y le dijo:
-Te la puedes llevar a tu palacio, si quieres… Mi lucha
no es el mundo, mi lucha soy yo.
Y salió corriendo, saltando por unos arbustos
cercanos desapareciendo de la vista de todos. Nadie
movió una pierna o una pata tras él. Todos esperaron
qué hacer, de boca del Rey Enano.
El monarca no supo bien cómo reaccionar. Le había
sorprendido tanto la actitud de Kabán como a
Sophie.
El soldado esperaba con la chica en el aire.
-Suéltala. –le ordenó.
Sophie cayó al suelo, se puso en pie en seguida y
salió corriendo en dirección contraria a la que había
salido Kabán.
El Rey Enano se quedó quieto. A sus pies yacían dos
perros y un soldado.
-Tiradlos al rio, son historia. –ordenó a los vivos.
MADE IN…
130
Sophie apenas durmió aquella noche. Era incapaz de
calmar su cuerpo. Le dolía más el abandono de
Kabán que la espada del Rey Enano amenazando su
cuello. Se asomó a la ventana, un último golpe de
calor veraniego paseaba por el barrio. Los grillos
gritaban con fuerza y su jardín seguía sin pájaros. Su
madre dormía y en frente, la habitación de Bill, la
cama de Kabán, con la luz encendida. Una mezcla de
rabia y desdicha hacían que se mordiese los labios y
apretase los puños.
- ¡Maldito! –gritó por la ventana.
Cerró con fuerza y se volvió a la cama. Se enfadó
con la almohada y la tiró contra la puerta como si
fuese el mismísimo Kabán. Entonces destapó bajo
ella, lo que parecía una nota de papel, escrita a
mano. La cogió y leyó. Esta vez, entendía el idioma.
131
Sophie se pasó media noche leyendo la nota y la
otra media pensando qué poner en un papel. Al final
cayó rendida en la cama, con un bolígrafo en la
mano y un papel bajo la almohada.
Al despertarse Sophie miró bajo la almohada. La
nota que había escrito a Kabán, en la que le
insultaba y le perdonaba, ya no estaba. La que sí
estaba, era una nueva nota del viajero.
132
guardaba las cosas que para ella eran importantes y
que ahí cabían.
La muchacha se vistió de negro, como siempre y
bajó a desayunar. Aceptó tomar el café a la mesa
con su madre, el buen humor por recuperar al Kabán
que conocía la sentó en la silla. Hablaron del
instituto, del barrio y de la ciudad.
Al acabar la madre de Sophie la besó en la frente.
Sophie sonrió. Hacía meses que no sonreía a su
madre. Aquel día los compañeros de trabajo de la
madre de Sophie, tendría un mejor día.
Sophie se colgó la mochila a la espalda y se fue a
dar un tortazo a Kabán a la parada del autobús. Al
llegar saludó a Alex, que le devolvió el saludo y
rápidamente apartó la mirada hacia el lado contrario
a Sophie. Llegaron un par de chicos más y cinco
minutos después apareció por allí el ruido de la moto
de Bill. Kabán se bajó y se acercó por un lado a
Sophie. Con la intención de sorprenderla, le agarró
por el brazo.
- ¡Sophie! –dijo Kabán.
La chica, metida en su papel, le propinó un sonoro
tortazo que sorprendió a la parada de autobús.
Escondido, el Rey Enano, abandonaba la idea de
utilizar a la chica. Tras la bofetada llegó el autobús.
Se subieron todos y Kabán se quedó solo, con la
mano lamiéndose el moflete. El Rey Enano sonreía.
Kabán se subió a la moto y se fue. En el autobús,
Sophie se sentó al final del mismo, en la última fila
de la primera parada. Notó el ruido de un papel en
su bolsillo, lo sacó y lo leyó.
133
“Me llevo la caja”
134
se colocó la corona en la cabeza y envainó la espada
laser de juguete.
Marchó hacia el palacio.
Al llegar una guardia le cortó el paso.
- ¿Quién eres y qué quieres?
- ¡Soy el nuevo Rey! –dijo con voz enérgica.
Los soldados se miraban. No había rastro por el
Reino de Alejandro, ni del Rey Enano. Tan solo se
pasaban los días esperando a alguien…
Kabán sacó su espada y pulsó el botón de on. La
espada emitió un zumbido y una deslumbrante luz
verde y roja, que nunca habían visto, asustó a
aquellos hombres provistos de espadas reales.
- ¡Soy el nuevo Rey! Acatad mis órdenes.
Los hombres se arrodillaron ante la espada y la
corona dorada de Kabán.
- ¡Si majestad! –contestaron.
-En dos días, quiero que estén aquí todos los
pueblos. Daros prisa…
Los hombres se dividieron. Montaron en sus caballos
y se fueron a comunicar los deseos del nuevo Rey.
Kabán se pasó los dos días de espera, haciendo
disfrutar al cuerpo de Bill del sonido de los pájaros,
de la carrera del río y del sabor de las frutas
colgadas.
Llegaron todos los pueblos y Kabán les reunió en la
plaza, donde una vez su padre, el que él consideraba
su padre, fue Rey. Donde el pueblo era el señor y el
Rey el siervo. Donde el Reino no tenía nombre y los
hombres se dejaban guiar por la voluntad del
destino.
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- ¡Pueblos del Reino! ¡Soy el nuevo Rey! –gritaba
Kabán.
Sacó su espada, estaba atardeciendo y la luz del
laser era mucho más luminoso que a horas más
tempranas. El pueblo se rindió ante aquella arma. El
zumbido era más alto que el murmullo de la plaza.
- ¡Soy el último Rey! Después de mí, no habrá otro.
Soy El Rey Eterno. La última morada de los Dioses en
la tierra. Ya no vendrá otro detrás de mí. Olvidad a
los Reyes que hayáis tenido, pues tan solo serán
espejismos y bufones.
El pueblo escuchaba con atención. Una masa de
trapos marrones, capuchas grises que fueron
blancas y manos ensuciadas por el campo, dirigían
su atención a aquel muchacho con corona, capa y
espada.
-Lo primero que haréis será arrancar las fronteras. El
Reino es uno. Olvidad el nombre de vuestros pueblos
y olvidad el Reino. Después… olvidad al Rey.
Las cabezas del gentío se miraban las unas a las
otras.
-Tirad las espadas al rio. –les dijo Kabán. -¡Vosotros
también! –señaló al ejército.
En el siglo XXI el Rey Enano se revolvía a las puertas
de un instituto de una pequeña ciudad.
-Dejad de luchar. Trabajad, comed y reíd. No habrá
más guerras, porque no habrá nada que conquistar.
Sin enemigos, no hay batalla. Sin tierras, no hay
enemigo. Sin armas, no hay manos… El mundo se
hizo redondo para que no tuviese fin.
136
Los soldados agarraban cada vez, con más suavidad,
sus espadas. Como el que coge un cuchillo para que
no se caiga y nada más.
-Y si alguna vez veis a alguien vestido de Rey, o con
una espada, o vestido de caballero blandiendo una
espada. Cerrad los ojos y desterrarlo de vuestras
vidas. ¡Soy el último Rey y no tengo descendencia!
Conmigo, muere mi sangre.
El pueblo cada vez se mezclaba más en la propia
plaza. Una sensación de querer fiesta de primavera
inundó el Reino.
-Y la próxima vez que veáis a alguien que se
proclame vuestro señor; no lo juzguéis por cómo
viste o por el daño que puede haceros. Sino por el
bien que hace para el Reino. ¡Volved a vuestras
casas y a vuestros estómagos, que cada uno sea su
propio Rey!
Kabán dio unos pasos atrás y desapareció de la vista
de todos.
Los soldados recogieron todas las armas y las
llevaron al rio. Los vecinos pisotearon sus fronteras y
olvidaron su nombre. Kabán cruzó al otro lado para
volver a descansar en el lugar donde había sido feliz,
completamente feliz.
-Poco a poco… -se dijo a sí mismo, confiando en que
valiera de algo sembrar algo bueno en vez de atacar
lo malo.
Sobre el rio cayó una lluvia de espadas, clavándose
en el agua y que no dolían.
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Kabán cerró los ojos. Deseaba quedarse allí y
quedarse así. Pero tenía que devolver a Bill a su
mundo.
-Ahora toca arrancar al bufón de mi vida. De una vez
y para siempre. –se dijo.
Se levantó y se marchó hacia la caja. Sin dilación
alguna se metió y volvió a la vida de Sophie. Cerró la
caja y la dejó escondida. Después se quito la corona,
la capa y la espada y tiró todo a un contenedor.
Cogió la moto de Bill y se fue a buscar al Rey Enano.
¡VIVA EL REY!
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El Rey Enano paró sus pasos. El silencio era
abrumador, tan solo se oía el llanto de dos
fluorescentes a punto de apagarse. Fuera, el día
parecía oscurecerse y una mañana de Septiembre,
parecía las últimas horas de una tarde de Enero.
Alejandro, el Rey Enano, colocó su espada en
posición vertical. La agarró con las dos manos y
desde su pecho la bajó hasta el suelo golpeándolo
tres veces. A la tercera todos los muchachos del
pasillo abrieron sus taquillas y se aprovisionaron de
cuchillos que Sophie reconoció de la cafetería. Sus
ojos parecían estar en los de otra persona. El Rey
Enano se había hecho con un ejército. Uno de los
fluorescentes se apagó del todo. Kabán dio unos
pasos atrás y se quedaron solos al final de su lado
del pasillo, junto a la puerta de la cafetería. Kabán
colocó a Sophie a su espalda.
- ¡Hoy es el último día! – se dijo.
Kabán abrió las puertas de ojos de buey que se
abrían a los dos lados y metió a Sophie en la
cafetería. Desde el pasillo, a través de la puerta
medio abierta, le dijo.
-Sophie, sal del instituto, huye. Ya te buscaré. Y
mañana no tengas miedo de tus compañeros de
instituto.
Kabán se quedó guardando la puerta. Sophie saltó
por una ventana y desapareció de allí.
El Rey Enano, la dejó marchar de nuevo.
-Parece que al final sí que te importaba la chica…
-Eres incapaz de luchar solo. Y no lo entiendes….- le
dijo Kabán – Si hay una posibilidad de que me ganes,
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será luchando tú sólo. ¡Esta no es su guerra! –gritó
señalando al pasillo.
- ¡Quiero la caja! –gritó el Rey Enano.
-Has perdido el Reino, y lo sabes…
El cuerpo de Alejandro retorció sus puños sobre la
empuñadura de la espada.
- ¡Volveré a ganarlo!
-No te daré esa posibilidad, bufón.
- ¡Matadlo! –gritó el Rey Enano.
Kabán se encontraba cerca de una caja de fusibles,
desenvainó su espada contra ella y la clavó contra
los cables. Aguantó la descarga y el pasillo se quedó
totalmente a oscuras. Una tenue luz iluminaba
desde el fondo, por la puerta principal del instituto.
- ¡Matadlo! –seguía gritando la voz de Alejandro.
Las espadas se oían rasgar sus filos. Las chispas
metálicas traían luces fugaces al pasillo. Un olor a
sangre salpicaba el suelo y la expiración del último
hálito de algún muerto giraba las cabezas cercanas.
- ¡Matadlo! –insistía el bufón.
Parecía una guerra de cien ejércitos. La oscuridad
inflaba la centelleante batalla.
Un generador de emergencia trajo algo de luz a la
oscuridad.
En el pasillo, con el Rey Enano erguido al fondo con
su espada sin haberse movido, se dibujaba una
hilera de estudiantes heridos, soldados muertos y ni
rastro de Kabán. Parecía no haber estado en esa
batalla. Alejandro movía su cabeza hacia todos
lados, buscaba entre los muchachos tumbados y
heridos el cadáver de Kabán. Se acercó al ojo de
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buey de la puerta de la cafetería y observó la
ventana abierta por la que había saltado Sophie.
-Hemos luchado contra un enemigo invisible. –se dijo
furioso y sintiéndose nuevamente engañado.
Volvió hacia sus soldados y perros muertos y sobre la
punta de la espada de un guerrero había pinchada
una pequeña nota.
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Sophie se dejo caer a la hierba y acurrucada se puso
a llorar.
Era un día luminoso, se oía el canto de los pájaros, el
eco lejano del agua del rio y unos pequeños golpes
dentro de una caja.
Sophie se limpió los ojos llorosos con las manos y se
acercó a la caja. Su corazón latía más fuerte que
nunca.
Dentro podría estar el mal, el bien o un pájaro. No
sabía… La última vez que abrió la caja, no tuvo
suerte. Estaba indecisa. Creía en Kabán y en su plan.
Pero ahora todo estaba tranquilo y una vez Kabán la
dijo que era feliz en la caja. Pero en la caja también
podía estar Bill.
De pronto se dio cuenta de que a su alrededor los
pájaros cantaban y eso la calmó enormemente.
Cerró los ojos y se dijo:
-Confiaré en la vida.
Abrió la caja y se asomó.
-Mi cabeza. Aaah ¡Como me duele! –dijo Kabán.
Sophie lo ayudó a salir de la caja, se asomó por
última vez antes de volver a colocar la tapa, y ni
rastro del Rey Enano, ni del pájaro.
Kabán se sentó sobre la hierba y miró a Sophie.
- ¿Qué ha pasado? –le preguntó el chico con una
mano frotándose el cabello.
-No te preocupes Kabán, todo ha salido bien… -dijo
ella sin poder disimular una gran sonrisa.
- ¿Kabán? –preguntó Bill. -¿Quién es Kabán?
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FIN
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Autor: lopezabia
http://www.bubok.com/libros/200023/El-Rey-Enano