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El autor

Víctor, En la Isla de Ceos y Máscaras son tres proyectos realizados completamente por F.
Menor.
Licenciado en Bellas Artes y profesor de Educación Visual y Plástica, este sabadellense ha
mantenido siempre interés por el mundo del cómic. Seguidor habitual de varias publicaciones
de cómic americano y europeo y admirador del trabajo de guionistas como Alan Moore o Ed
Brubaker e ilustradores como John Buscema y Neal Adams, ha realizado también en este
ámbito proyectos propios premiados en concursos especializados y ha participado en
revistas locales con viñetas y tiras cómicas, además de integrar ocasionalmente el cómic
como herramienta en su trabajo como docente.
Interesado en todas las actividades de esta forma creativa, realiza para Víctor, En la Isla
de Ceos y Máscaras el trabajo completo, con guión y arte.
Al margen del mundo del cómic pero siempre vinculado al de las artes, Francisco Menor ha
trabajo como diseñador y ha realizado también obra pintada y dibujada expuesta puntualmente.

El proyecto

Victor y En la Isla de Ceos son dos cómics breves, independientes y autoconclusivos que
proponen una visión diferente del cómic americano de superhéroes y ciencia ficción, llevando
algunos aspectos de este tipo de trabajos a un enfoque más realista y reflexivo, de gusto por lo
extraño y lo ambiguo, ambientes próximos a la novela y el cine negro y con giros argumentales
reservados para el final. Máscaras, sin embargo, es una novela gráfica de extensión mayor.
Para más detalle:

En la Isla de Ceos es un cómic de 4 páginas a color, premiado en el concurso Ciutat de


Cornellà 2010, que plantea una historia a caballo entre el relato noir detectivesco y lo
paranormal.
Victor es un cómic de 8 páginas a color que proporciona un duro punto de vista a las historias
de superhéroes.
Máscaras es una novela gráfica inspirada en el cómic americano que utiliza características de
la historieta de superhéroes para, lejos de la ciencia ficción, explicar una historia de corrupción
política que da vueltas al tema principal de la influencia de la televisión en la sociedad.
La novela cuenta con un total de 60 páginas en un único volumen.

Los tres trabajos se encuentran registrados en el Registro de la Propiedad Intelectual y no han


sido todavía publicados.

Sinopsis de las obras

En la Isla de Ceos (vista previa de una página a la


izquierda) plantea una extraña pregunta: ¿Es
posible vender un suicidio? Y... ¿quién lo compra?
El cómic le da la vuelta en cuatro páginas a todo lo
que se haya dicho sobre este escabroso tema de
la mano de un reportero que sigue un caso de
injusticia social que acaba en un intento de
suicidio... con indemnización. Se traza así una
historia a medio camino del cine negro y el comic
book americano, que de manera sencilla empuja la
lectura irremediablemente hasta un sorprendente
final.
Víctor (vista previa de algunos originales bajo estas líneas) desarrolla dos historias
paralelamente, una en el clásico estilo del cómic de superhéroes y otra sobre un trágico caso
terminal en un hospital, que terminan mezclándose en un inquietante enfoque: ¿y si todo no es
más que un delirio o... dos formas diferentes de ver la misma realidad?

Máscaras cuenta una historia de mayor desarrollo:


“El protector” es el nuevo ídolo de la ciudad. Ganador del reality show “Quién quiere ser
superhéroe”, este don nadie reconvertido por la televisión en personaje salido del cómic es
adoptado como imagen popular de la campaña para la reelección del alcalde de su ciudad
natal, en un intento por relanzar una popularidad
venida a menos por la corrupción con una imagen
fresca que representa, como los héroes del cómic,
valores como la justicia y la seguridad. Pero nada
más lejos de la verdad.

Lanzado por el éxito popular de su nueva imagen,


el equipo de la alcaldía exagera las intervenciones
de “el protector”, en principio fichado como
“seguridad personal” del alcalde más por imagen,
por supuesto, que por utilidad, haciéndolo
aparecer constantemente en la televisión
interviniendo también en operaciones policiales
preparadas para el entretenimiento de sus
votantes. Pero “el protector” no es lo que
esperaban. Metido en su personaje, el que fuera
un obseso seguidor televisivo de los héroes de la
ficción se siente un auténtico salvador del pueblo y
empieza a resultar molesto para el alcalde por el
creciente rumor en los medios, para los que su
personalidad no pasa desapercibida, sobre su
estado mental.
Pero los problemas para el alcalde no han hecho nada más que empezar. Un desconocido
disfrazado como el más ridículo de los supervillanos del cómic se ha hecho fuerte en un
colegio, atrapando a decenas de personas como rehenes y reclamando la aparición de “el
protector” para un duelo. La histeria ha
estallado.
En un intento por no dañar su imagen
mediática ante la cercanía de las elecciones,
el equipo del alcalde mueve sus piezas. El
“protector” queda en arresto domiciliario para
evitar que, en su desequilibrio, acuda al
llamado del asaltante propiciando una
catástrofe mayor. El principal canal municipal,
que cubre el suceso minuto a minuto, recibe
instrucciones de cómo afrontar las noticias:
ante la dañada imagen de “el protector”, se
responsabilizará de la escalada de locura a
éste, desvinculándolo del alcalde y sugiriendo
movimientos oscuros desde la oposición. Por
último, la policía preparará un espectacular
rescate con castigo ejemplar para el criminal
con el que la imagen de seguridad quede
restablecida.
Pero hay un “plan B”. Ante un posible fracaso
policial, se prepara un falso “protector” para
un rescate más arriesgado que, en caso de
terminar mal, siempre puede derivarse en
responsabilidades hacia “el loco”.
Encubierto el primer fracaso, esa segunda
opción se hace realidad. La llegada del falso
“protector” se convierte en un circo para la
televisión mientras el canal recibe instrucciones de cambiar su discurso para darle una nueva
oportunidad al supuesto héroe, revistiéndolo de polémico salvador. El gran momento ha llegado
y el auténtico “protector” no pierde detalle por televisión desde su domicilio, quedando
impactado cuando aparece su suplantador. Es entonces cuando destapa su rabia, escapando
de su vigilancia y acudiendo a la carrera a la escena del secuestro.
Este movimiento hace de todo un caos. La televisión
recoge su llegada y la alcaldía tiene que correr a
improvisar nuevas órdenes para el presentador, que
tacha al verdadero “protector” de loco imitador
disfrazado con ansias de protagonismo, y para una
policía desbordada por las circunstancias.
Dentro del colegio, el falso héroe y los agentes
intentan negociar con el criminal una salida que pasa
por un combate ante la televisión (y que no es más
que una manera de engañar a un loco para que deje
salir a los rehenes mientras se ocupan de él) cuando
el verdadero “protector” entra al recinto,
desencadenando la rabia del secuestrador, que se
siente engañado. Los tiros y las peleas acaban con la
muerte de un policía, varios rehenes, el secuestrador
y el auténtico “protector”.
Sin embargo, lo que aparece ante las cámaras es el
falso “protector” que sale triunfante del edificio con un
discurso de agradecimiento a la coordinación desde la
alcaldía para solucionar el conflicto, y sólo se admite
la muerte del criminal y aquel supuesto loco
disfrazado de “protector” que irrumpió en el rescate y
por el que no se pudo hacer nada. Para evitar futuras
acciones como ésta y reconociendo la influencia de su imagen en criminal e imitador, el falso
“protector” anuncia su retirada.
La papeleta está salvada. La alcaldía convierte al “protector” en un reconocido héroe retirado y
apuesta por el papel de la policía. Pero quedan una cosas pendientes. ¿De dónde salió el
criminal? ¿Hay algo más que locura? ¿Acaso una maniobra política? Y sobre todo ¿Puede
quedar el pueblo satisfecho con esta explicación? La semilla del descontento popular por la

corrupción y la falta de claridad está plantada, y acaba germinando en una revuelta de


manifestantes “disfrazados”, todo un movimiento social con la estética de los superhéroes
como símbolo, que sólo puede acabar con el final más extraño y sorprendente que se pueda
imaginar.

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