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Todo aquel que haya pasado por la escuela secundaria sabe que el
corazón de los animales, y el de las ranas en particular; durante un
tiempo sigue latiendo después de haberse extraído, si se coloca en una
solución que contenga los elementos básicos del plasma sanguíneo.
Una técnica un poco más complicada es la extracción del corazón junto
con los nervios que modulan el latido cardiaco. Un nervio no es otra
cosa que un haz de axones de un conjunto de neuronas. Como
describimos en el párrafo anterior; a través de los axones se envía el
mensaje a la siguiente neurona o a una fibra muscular. Si se estimula
el nervio, por ejemplo, con un choque eléctrico, el latido del corazón
disminuye su fuerza y su frecuencia y esto puede registrarse mediante
un sencillo equipo de laboratorio. En el experimento a que nos
referimos, que se ilustra en la figura I.10, se extrajo un corazón de la
rana, con su nervio respectivo, y se lo colocó en un mismo recipiente
con otro corazón de rana pero sin que existiera entre ellos ningún
contacto. La hipótesis del doctor Loewi era que la comunicación entre
la neurona a través de su axón y la fibra muscular se llevaba a cabo a
consecuencia de la liberación de una sustancia química. Por tanto, si
esto fuera así, la estimulación del nervio del corazón número uno
produciría no sólo una disminución en la fuerza contráctil de este
corazón, sino que al difundirse la sustancia química hipotética a través
del líquido en el que estaban bañados los dos corazones produciría una
atenuación en la contracción similar en el corazón número dos, al cual
no se había estimulado. Podemos imaginar la emoción del doctor Loewi
cuando la plumilla del aparato que registraba las señales del corazón
número dos comenzó a disminuir su ritmo hasta casi cesar las
contracciones del corazón, y demostrando así su hipótesis. El análisis y
la identificación de la sustancia química que constituía el puente de
comunicación entre el nervio y el músculo no fueron muy complicados,
y así se descubrió el primer neurotransmisor químico, al que se
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Los à# desempeñan un papel clave en la
fisiología de la conducta, como veremos después. En un principio se
pensaba que cada neurotransmisor se comunicaba con un solo tipo de
molécula receptora y así se hablaba del receptor del , de la
dopamina, de la àà, etc. Poco a poco se ha ido descubriendo
que los receptores de un mismo neurotransmisor no son siempre
iguales, sino que existen familias de receptores que, si bien
interactúan con el mismo neurotransmisor; tienen diferencias tales en
su estructura que obligan a pensar que son moléculas distintas. Como
se han identificado estas diferencias es por la manera en que estos
receptores reaccionan con distintas sustancias creadas en los
laboratorios de investigación. Así se ha encontrado, por ejemplo, que
existen al menos cinco subtipos del receptor de la dopamina, cuatro
subtipos del receptor de la serotonina, y muchos más que están por
descubrirse. Esta variedad de subtipos de receptores es muy
importante ya que tal vez sea el mecanismo que permita que,
manejando un solo neurotransmisor; puedan ejercerse acciones
diferentes en las distintas células. Además, esta circunstancia hace
posible que en los laboratorios puedan sintetizarse distintos fármacos
para los diferentes subtipos de receptores, permitiendo así una
manipulación más eficiente y selectiva de las funciones a cargo de un
determinado neurotransmisor.
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Los receptores, es decir las proteínas con las que interactúan los
neurotransmisores, también pueden ser afectados por sustancias,
algunas naturales, otras sintetizadas en el laboratorio, que son
capaces de unirse a ellos como si fueran los propios
neurotransmisores, pero que no actúan como tales y, dependiendo de
cuál sea su efecto sobre el receptor y cuál el neurotransmisor
afectado, tendrán consecuencias importantes en la comunicación
interneuronal.