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Psicología Consorcial
• Retrueque: Consiste en hacerse el ofendido y echar en cara que el interlocutor es una persona
negativa que sólo busca poner palos en la rueda mostrando, y marcando, siempre todo lo malo.
La idea es hacerlo quedar como el típico asambleísta "mala onda" e insolidario cuando en la
realidad, es todo al revés: él es el único al que pareciera interesarle seriamente los asuntos del
Consorcio.
• Intimidación efusiva: Podría decirse que es la segunda instancia del retrueque, pero gritando y
haciéndose el nervioso; porque una vez que el otro ha sido conmovido por nuestro enojo y gri-
terío, nos levantará la voz y se dará por aludido, afectado en su importancia personal; esto lo
llevará a contestar con la misma energía o más, saliéndose de su centro emocional (y ese era el
plan original), pasando a ser, sin darse cuenta, de agredido a agresor.
Ese podría ser el momento de utilizar (o no) otro recurso habitual que consiste en "victimizar-
nos". Es decir que el resultado buscado es desestabilizar emocionalmente al oponente y hacerle
perder control no sólo sobre sus emociones sino (y es lo más importante): "sobre su capacidad
de raciocinio".
Si nos topamos con un caso de intimidación efusiva, el antídoto consiste en dejarlo gritar y lue-
go, con actitud benevolente, seguir con la exposición como si el otro no hubiese abierto la boca
(ninguneo positivo).
• Benevolencia: Consiste en tratar al otro como un ser inferior. Es un recurso muy artero porque
uno se muestra como ejemplo de conducta social y guía de almas descarriadas y el otro es un
pobrecito que no entiende nada y al que hay que tratar con "benevolencia". En estos casos, si
uno es el benevolente, obrará como una suerte de Mesías filosófico que está más allá del bien y
del mal y es arto comprensivo ante la imposible estupidez mental del interlocutor de turno. Pe-
ro si bien es un recurso de control "pasivo", es tanto o más desestabilizador que los otros meca-
nismos de control emocional.
• El salomónico: Consiste en hacerse pasar por el centro de equilibrio entre dos partes en con-
flicto o dos opiniones desencontradas. A los salomónicos les encanta ese papel, por lo cual
siempre estarán buscando protagonizarlo. El asunto es que la mayoría de las veces oculta su
verdadero pánico a los conflictos y termina beneficiando al más acérrimo. Otro término es el
de "conciliador" de diferencias. Eso sí: si a ellos les toca algún día estar en el plato desfavora-
ble ante la conciliación de un tercero, pondrán el grito en el cielo y se comerán el hígado de
los presentes. "Ya lo dice el refrán: "haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago".
• Satanización: Consiste en hacerles creer (y ver) a todos los presentes que Fulanita de Tal es lo
peor que la naturaleza haya podido engendrar. El recurso puede ir desde satanizar a otro o
hacerlo pasar por loco.
• Espejito: Es el mecanismo más simple de "devolución" emocional y el que aprendemos en la es-
cuela primaria: "si yo soy tonto vos también"; es una manera muy rudimentaria de poner al otro
en el mismo plano de igualdad o contrastarlo contra sus propios dichos.
• Ridiculización: La ridiculización tiene algo de espejito, pero busca, como su nombre lo dice,
"ridiculizar" al oponente. Si alguien dice que yo hago esto mal, le respondo: "¡mirá quién habla:
la que se come las eses…!". No tiene nada que ver con lo que el otro nos dijo, pero lo pone en
ridículo en cuanto marca algo que el otro ignora, trata de ocultar o sabemos que lo desestabili-
za emocionalmente. Eso también se aprende en la escuela primaria y es un mecanismo primiti-
vo de intercambiar pareceres (los famosos "trapitos al sol").
• Victimización: Es una de los ardides más conocidos por su correspondencia con la legendaria
Idishe Mame (madre judía) siempre tenida a menos y mal considerada por los suyos. Es la víc-
tima familiar, la pobrecita. Este mecanismo extorsivo es conocido popularmente gracias a la
frase "no te hagas el chancho rengo" alusivo a la conocida renguera del chancho o perro macho
para despertar compasión. Muchas veces el victimario simula ser la víctima para evadir su res-
ponsabilidad ofensiva.
• Extorsión: Propiamente dicha, la extorsión es un vil recurso por el cual unos estafan a otros
habida cuenta de conocer algunos puntos vulnerables que éstos tratan de disimular o que dan
por ciertos, dada su incompetencia en el tema (ignorancia).
Algunos administradores mal habidos suelen "extorsionar" a los propietarios diciéndoles que si
lo "echan", los demandará judicialmente "por despido". El punto es que esta afirmación es una
auténtica falacia dado que el administrador no es un empleado del consorcio sino un eventual
servidor pasible de una buena patada en el trasero por incumplimiento de sus funciones o esta-
fa. Patada habidamente reglamentada por la 13.512 y su correspondencia debidamente aclara-
da en todo Reglamento de Copropiedad y Administración.
La extorsión siempre usa el recurso del beneficio secundario, es decir: el extorsivo apela a la
idea de que el otro siempre espera "algo" no explícito que está más allá de lo real. Y que de
obrar como corresponde dicho anhelo nunca se hará efectivo. Es decir que, según su justo
obrar, el remedio al fin de cuentas será peor que la enfermedad y, en todo caso, más le vale
malo conocido que bueno por conocer.
Si se observa bien, en las promesas electorales hay una extorsión implícita que apela a crear
ilusiones de beneficio secundario en los electores. El beneficio secundario es la madre de todos
nuestros mayores problemas porque no es real, es una ilusión.
• Ninguneo: Siendo éste un modo persuasivo bastante desagradable, consiste en negar la presen-
cia del otro o, en caso de que éste se la ingenie para hacerse notar, de convertir su punto de
vista en la cosa más nimia que existe sobre la tierra llevándola al punto tal de que se disuelve
mágicamente hasta desaparecer. Algunos administradores (y propietarios también) lo eviden-
cian al hablar mirando para otro lado, por sobre nuestras cabezas, utilizando términos neutros
o, claramente, respondiendo (así no le queda más remedio) a Fulano lo que le preguntó Zuta-
no.
Otra fase del ninguneo consiste en ignorar tajantemente lo que el otro plantea, como si jamás
lo hubiese dicho.
• Minimización: Los reclamos del otro nunca tienen la relevancia que éste pretende darle o que
verdaderamente tienen, siempre son poca cosa, poquita cosa, poquita cosita. Por lo general se
nombra a las cosas con diminutivos tales como: "cuando podamos vamos a ver cómo resolvemos
el problemita del Sr. González". Pero resulta que el "problemita" del Sr. González es que se
rompió un caño de la red cloacal en el piso de arriba y le llueve sobre la cama toda esa "cosi-
ta".
• Comparación desproporcionada: "Si vamos a comparar el problema de la Sra. Marchessi con el
del Sr. Benítez, que hace cuatro años que lo viene reclamando, sería injusto hacer caso omiso a
un reclamo de mayor data", dice el administrador. En principio el argumento "parece" razona-
ble, pero claro: el Sr. Benítez viene reclamando que le pongan una lamparita en el pasillo (algo
justo y razonable) y la Sra. Marchessi que arreglen la terraza ya que cada vez que llueve le go-
tea en todas partes. Lo cierto es que, por una simple razón de poder, ni el uno ni el otro obtie-
nen el beneficio necesario.
• Jerarquización tipo A: Ahora resulta que porque uno es nuevo no tiene los mismos derechos
que los propietarios que le anteceden. O que Fulano porque es más avanzado en edad está por
sobre Merenganito que tiene 25 años y "el bulito" es un regalo de papá. Este tipo de discrimina-
ción jerarquizada en algunos Reglamentos llegó tan lejos que en algunos artículos suele decirse
que: "el administrador ejercerá de presidente de la asamblea, o en caso de ausencia del mis-
mo, ejercerá sus funciones el propietario de mayor edad". Ambas cosas son aberrantes porque
si bien por un lado el administrador no debe estar en la asamblea "de copropietarios", mucho
menos puede hacer de presidente de la misma y, por el otro, no existe ninguna razón para que
nuestro Merenganito presida la asamblea en lugar de don Amadeo que tiene 98 años, sufre Al-
zeimer y está esperando que Dios lo jubile.
Todo esto sin ánimo de ofender a los nonagenarios ni a los enfermos de ningún tipo.
• Jerarquización tipo B: Consiste en remarcar los cargos de aquellos profesionales arrimados in-
teresadamente a la administración. "El Dr. Lucas Morales tiene razón…"; "como dijo la licencia-
da Estefanolo…". Pero si es uno de la vereda de enfrente, la cosa cambia diametralmente y se
convierte de benemérito en demérito: "Mire Petracca…", y resulta que don "Petracca" es el be-
nemérito Dr. Petracca, miembro honorífico de la Academia Internacional de Ciencias con sede
en Los Ángeles. ¡Bah! ¡Si no es nadie este Petracca!
Si se observa clara y detenidamente, tanto la jerarquización de tipo A como la B, coinciden en
un mismo aspecto: son de tipo "discriminatorio" porque no pone en un plano de igualdad a to-
dos los propietarios.
• Relativización: Consiste en hacerle ver a los otros que lo que plantea la Sra. Domínguez es y no
es tan importante, todo depende del cristal con que se mire. Seguramente la Sra. Domínguez
exagera un poco respecto a su problema pero bueno, vamos a ser considerados con ella porque
es una persona mayor y prácticamente no tiene familia. Además de algo sorda, claro, por lo
que no escuchó muy bien lo que se dijo en esta asamblea. ¡Qué tal! Ahora resulta que además
de administrar nuestro representante es interlocutora de Zeus en la tierra. El problema es que
se está relativizando la importancia del reclamo. Si es un aliado, lo exagera; pero si es un opo-
nente, lo minimiza. O mejor dicho aún: si es grave, no es tan grave, o no es "tan así" como se lo
expone, y probablemente la persona no se fijó bien y está confundida en sus apreciaciones o,
seguramente, es relevante… pero no "tanto". ¿Quién sabe…?
• Bastardeo: Es una segunda instancia de la relativización y utiliza algunos de los otros recursos
evasivos. Consiste en relativizar el valor de algo concreto, como por ejemplo una ley nacional o
un artículo del Reglamento de Copropiedad. Si su debida aplicación nos afecta decimos: "no es
cuestión de ser ¡tan estrictos!", pero si la misma situación se aplica sobre un tercero que por su
obrar nos afecta directa o indirectamente, exigimos que se cumpla la ley "a rajatabla".
De esta manera la ley se convierte en un objeto bastardo, sin identidad y fin específico, algo
manipulable y relativo, perdiendo precisamente su esencia, el valor "absoluto" que la sustenta.
Y si la ley no es "absoluta" y "universal", entonces es cualquier cosa menos una "ley".
• Desplazamiento: (Pasar la pelota.) Esta técnica habilidosa consiste en no darse por aludido y
desplazar la responsabilidad hacia terceros ausentes, la divina providencia o lo imponderable.
La culpa siempre es del otro; y… (aquí incorporamos un poco de victimización) "uno es una po-
bre víctima de las circunstancias".
• Cosificación: Algunas personas tienen la costumbre de cosificarlo todo: el sujeto llamado Juan
de los Palotes ahora resulta que se llama "el señor" ("como dijo el señor"); la ruptura de caños
del 4º H ahora resulta que no es "la ruptura de caños del 4º H" sino "una ruptura". De este modo
"esa ruptura" pierde identidad y nombre propio, cosificándose. De ahí a la relativización, nin-
guneo o minimización hay un paso.
• Reinterpretación: Técnica consistente en tomar la idea del otro y reinterpretarla dándole un
sentido que no tiene y acomodándolo de acuerdo a nuestro beneficio. Puede ser para darnos la
razón a nosotros mismos o para descategorizar la opinión del oponente.
• Seudo erudición: Consiste en hacerles creer a los propietarios incautos que tal cosa está legis-
lada en algún recóndito apartado del Código Civil o Convenio Colectivo de Trabajo. El adminis-
trador (a algún copropietario) hablan con tal convicción que termina por convencer a todo el
auditorio de que lo expresado tiene fuerza de ley. En la jerga popular se les llama "vendedores
de Biblia", porque venden algo que por lo general se regala, en clara alusión al concepto de
"timadores". Sus frases célebres son: "está escrito", "así lo dice la ley", "hay sentada jurispru-
dencia", "lo establece el artículo octavo inciso "b" del "Código Civil Procesal" (¿un código nuevo
tal vez…?), etc.
• Negación: ¿Quién alguna vez en la vida no negó algo suficientemente comprometido como mo-
do de preservarse de la acusación y el castigo? La negación es uno de los ardides más primitivos
de la humanidad. Lo hacemos todo el tiempo: negamos que algo nos molesta, negamos que es-
tamos insatisfechos, que algo nos inquieta, etc.
En un contexto social dinámico, como es una asamblea de propietarios, a veces uno se ve com-
pelido a decir algo que no estaba en sus haberes y comprende que metió la pata, negando, ac-
to seguido ante una acusación de haberlo dicho. Sin embargo ésta no es la única manera de
"esquivar el bulto" como mecanismo de negación, ya que existe matices que hacen a la diferen-
cia:
o Negación directa: Es la negación propiamente dicha. El "yo no fui".
o Malentendido: El sujeto trata de arreglar el asunto dando a entender que en realidad
no dijo lo que dijo sino otra cosa; que:
O se expresó mal (recurso a);
O fue malentendido (recurso b).
o Doble negación: El sujeto niega lo negado para confundir: "yo no dije que no, dije que
podríamos hacerlo pero que no estaba de acuerdo". ¿En qué quedamos?
cidentales beneficiarios siquiera lleguen a sospecharlo y, llegado el caso, vislumbrar para dar las gra-
cias por su beneficio primario y secundario.
Pero así es la vida: se trata de "sobrevivir" en un Universo particularmente "predatorio" y en donde "los
unos" y "los otros" estamos todos en la misma bolsa.
Gustavo Karcher/.
[31/10/08]
Psicosis contaminante
La "psicosis contaminante" es aquello de lo cual todos debiéramos cuidarnos, porque es un desajuste
energético producto del desborde emocional sustentado por la clara convicción de que se tiene ra-
zón y que se está reclamando algo justo pero no se es tenido en cuenta; con el agravante de que esa
"desatención" genera un trastorno real en la vida del sujeto como puede ser ruidos molestos, daños
edilicios, discriminación, etc.
Y por lo general, es cierto que el reclamo es justo, pero la persona afectada no ve que en base a la
no satisfacción de ese deseo, todo su aparato emocional se pone en juego negativamente.
¿Y por qué ocurre esto? Sencillamente por la "importancia personal". La importancia personal es lo
que conocemos como nuestro "ego". Es lo que hace a la conciencia de "sí mismo".
El problema reside en que, desbordado por las circunstancias, es tanta la conciencia de sí mismo de
la que padece el sujeto, que se olvida de la existencia de los demás (egoísmo), pasando a constituir-
se él en el centro de un sistema en donde pretende que los otros simplemente orbiten alrededor de
sus reclamos, lo acepten, lo entiendan, y lo ayuden a resolver sus problemas. Pero por lo general la
importancia personal trabaja en espejo: esto quiere decir que la persona se siente disminuida ante
las circunstancias y trata de compensar esa situación reactivamente, buscando involucrar emocio-
nalmente a los demás.
Es decir que el sujeto se toma tan en serio a sí mismo (y el administrado contribuye a ello minimi-
zando sus reclamos o ninguneándolo), que éste se ubica en el centro de los acontecimientos, y todo
pasa por él, llevándolo todo al plano personal y no pudiendo salirse del centro de sus circunstancias.
En tal situación, se esfuerza para convencer al otro respecto a sus razones (y lo hace poniendo todo
el cuerpo), pero en lugar de tratar de lograr "empatía" (sintonizar con el otro), de calibrar la res-
puesta que está recibiendo de acuerdo con su necesidad, genera el efecto contrario. Es decir que el
sujeto no apuesta a una comunicación fluida desde una posición más relajada sino que corta toda vía
de comunicación, toda la receptividad de sus eventuales aliados.
Dado que la convicción respecto a la verdad es muy fuerte, el razonamiento está "emocionalizado",
perdiendo entonces toda su racionalidad. Es, por lo tanto, una situación paradójica y se crea un cír-
culo vicioso en donde lo emocional se racionaliza y retroalimenta lo racional emocionalizado. Y co-
mo conclusión, la persona se desborda mental y emocionalmente.
Si partimos de la base de que "todo en el Universo es energía", vemos que el sujeto desbordado no
puede controlar la suya al punto que pronto como comienza a expresarse termina contaminando al
medio ambiente, provocando dolores de estómago, de cabeza, náuseas, contracciones musculares y
rechazo de grupo, aún cuando otros mismos estuviesen en la misma situación de desprotección y re-
clamo que éste. Es lo que se conoce como "persona cargada".
Por lo general estos individuos adhieren al reclamo original toda una serie de reclamos adyacentes
que, por un lado, le producen una enorme sobrecarga emocional y, por el otro, debilitan la autenti-
cidad del reclamo verdadero.
En síntesis: en su afán de buscar aliados, terminan por generar enemigos.