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TEXTOS REVOLUCION INDUSTRIAL

“En el curso de una sola generación, Alemania pasó de ser una colección de estados económicamente
atrasados que formaban un conglomerado político en el centro de Europa, a constituir un imperio
unificado de rápido avance gracias a una industria en acelerada expansión y fundada sobre una
adelantada base tecnológica. Esta transformación, al estar acompañada por un recurso deliberado a la
fuerza militar como instrumento de política nacional y por un nacionalismo exacerbado, representó un
acontecimiento de importancia histórica capital (...).

Las circunstancias dominantes antes y a lo largo del proceso de surgimiento industrial alemán
confirieron al capitalismo de este país sus rasgos específicos. Estos incluían, hablando someramente,
una alta concentración del poder económico en las industrias avanzadas, una asociación estrecha entre
industria y bancos, así como la combinación de una estructura institucional tradicional y arcaica con
las formas políticas separadas, con sus propios sistemas legales, monetarios, de pesos y medidas, y con
sus propias fronteras aduaneras.”

T. Kemp. La revolución industrial en la Europa del siglo XIX.

"Lord Townshend, embajador inglés en Holanda y Secretario de Estado, abandonó su carrera política
en 1730 y se retiró a sus propiedades en Norfolk. Inspirándose en los métodos que había visto
practicar en los Países Bajos, drenó el suelo, lo abonó con estiércol, inició los cultivos que se sucedían
en rotaciones regulares sin agotar nunca la tierra ni dejarla improductiva, sembró prados y forrajes
para el ganado. Algunos llamaban a este par de Inglaterra "Lord Nabo". Al caballero del siglo XVII,
que había sacado la espada en las guerras civiles, le sucede el "Gentleman Farmer".

Mantoux. La revolución industrial en el siglo XVIII

“De las obras y establecimientos públicos para facilitar el comercio de la sociedad.


En primer lugar, de los que son necesarios para la mayor facilidad del comercio en general.

Que sostener aquellas obras públicas que facilitan el comercio de un país, como son los caminos
reales, los puentes, los canales navegables, los puertos, etc, han de necesitar diferentes grados de coste
y expensas según los distintos períodos de la sociedad, es tan evidente que no necesita demostración.
Los gastos para abrir y sostener los caminos públicos de cualquier país no pueden menos de
aumentarse con el producto anual progresivo de la tierra y del trabajo del propio país, o con el
aumento de la cantidad de efectos que es necesario que se conduzcan y pasen por aquellos caminos. La
fortaleza y solidez de un puente habrá de ser también proporcionada al número y peso de los carruajes
que han de rodar regularmente sobre ellos. La profundidad y caudal de aguas para un canal navegable
no pueden menos do corresponder al número y cabida de toneladas de los barcos que regularmente
deben navegar por ellos, Y la extensión de un puerto al número de bajeles que han de fondear y
abrigarse en él.

No aparece como indispensable que los gastos de obras semejantes, a lo menos para su conservación,
deban obtenerse de lo público (...). La mayor parte de aquellas obras pueden mantenerse de modo que
ellas mismas den de sí lo suficiente para su propio coste, sin imponer esta carga al ramo de aquellas
rentas públicas.

Cuando los carruajes que pasan por los caminos reales y puentes, y los barcos que navegan por los
canales pagan el impuesto de portazgo a proporción de su peso, cabina y toneladas, contribuyen para
sostener aquellas obras con una exacta proporción al deterioro y daño que ocasionan. No parece
posible hallar un método más equitativo de sostener las obras públicas. Además, este impuesto, aunque
verdaderamente lo anticipa el conductor, viene a pagarlo en definitiva el consumidor de los géneros
que aquél conduce, pues a él es necesario cargarle el coste en el precio de los bienes vendibles. Pero
como los costes de la conducción se aminoran considerablemente por medio de aquellas obras
públicas, los efectos no pueden menos de venderse más baratos de lo que se venderían si no existiesen
aquéllas, a pesar del impuesto, porque éste nunca levanta tanto aquel género como lo baja la
comodidad de la conducción, y de este modo la persona del consumidor, que paga el impuesto, gana
más de lo que pierde con este sobreprecio. El desembolso es exactamente proporcionado a su
ganancia, y no viene a ser otra cosa que ceder cierta parte de utilidad por sacar otra mayor, con lo cual
es imposible imaginar sistema más equitativo de imponer una contribución.”

Adam Smith. La riqueza de las Naciones. 1776.

“La población, si no encuentra obstáculos, aumenta en progresión geométrica. Los alimentos tan sólo
aumentan en progresión aritmética. Basta con poseer las más elementales nociones de números para
poder apreciar la inmensa diferencia a favor de la primera de estas dos fuerzas.
Para que se cumpla la ley de nuestra naturaleza, según la cual el alimento sea indispensable a la vida,
los efectos de estas dos fuerzas tan desiguales deben ser mantenidos al mismo nivel.
Esto implica que la dificultad de la subsistencia ejerza fuerza sobre el crecimiento de la población una
fuerza y constante presión restrictiva. Esta dificultad tendrá que manifestarse y hacerse cruelmente
sentir en un amplio sector de la humanidad”.

T. R. Malthus. Primer ensayo sobre la población.

"En la tarde del viernes, alrededor de las cuatro, un numeroso grupo de revoltosos atacó la fábrica de
tejidos pertenecientes a los señores Wroe y Duncroft, en West Houghton (...), y, encontrándola
desprotegida, pronto se apoderaron de ella. Inmediatamente la incendiaron y todo el edificio con su
valiosa maquinaria, tejidos, etc., fue completamente destruido. Los daños ocasionados son inmensos,
habiendo costado la fábrica sola 6.000 libras. La razón aducida para justificar este acto horrible es,
como en Middleton, el "tejido a vapor". A causa de este espantoso suceso, dos respetables familias han
sufrido un daño grave e irreparable y un gran número de pobres han quedado sin empleo. Los
revoltosos parecen dirigir su venganza contra toda clase de adelantos en las maquinarias". ¡Cuán
errados están! ¿Qué habría sido de este país sin tales adelantos?"

Annual Register, 26 de abril de 1812 (Ludismo).

“Hoy, todas nuestras operaciones se inspiran en estos dos principios: ningún hombre debe tener que
hacer más de una cosa; siempre que sea posible, ningún hombre debe tener que pararse (...). El
resultado neto de la aplicación de estos principios es reducir en el obrero la necesidad de pensar y
reducir sus movimientos al mínimo (...). El hombre no debe tener un segundo menos de lo que
necesita, ni un segundo más (...). El hombre que coloca una pieza no la fija: la pieza no puede estar
completamente fijada hasta que no intervengan más obreros. El hombre que coloca un perno no coloca
la tuerca. El hombre que coloca la tuerca no la atornilla”.

H. Ford, Mi vida y mi obra, 1925.

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