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y otros, Diccionario
Teológico Interdisciplinar. Sígueme, Salamanca, 1985, I-II, págs. 635-646.
3
Cf. A. Von Harnack, Mission und Ausbreitung des Christentums in den ersten drei Jahrhunderten II,
Leipzig 1924, especialmente 618-626.
atestiguan las excavaciones recientes que demuestran allí la existencia de antiquísimas comunidades judeo-
cristianas.
El cuadro de un cristianismo que haya vivido cierto número de años solamente dentro de los muros
de Jerusalén y se haya difundido sólo después de la muerte de Esteban (Hech 1-8) parece ser una
simplificación de Lucas (cf. por lo demás ya Hech 5,16). Aunque estamos acostumbrados a hablar de
“comunidad primitiva” refiriéndonos al cuadro un tanto idealizado que los Hechos nos presentan de esta
comunidad en los capítulos 1-5, el cristianismo de los orígenes debió ser desde el comienzo una realidad más
viva y compleja. Pero sigue siendo verdad, tal como se deduce también de las cartas de Pablo, que Jerusalén
fue durante muchos años un punto de referencia ideal para la misión, y esto incluso en la época en que el
centro más activo de misión había pasado a ser Antioquía. En este sentido, aunque se hable de “comunidades
primitivas” en plural, no hay que olvidar nunca el papel decisivo de Jerusalén en los primeros decenios de la
expansión del cristianismo (cf. Rom 15,19.25s; Gal 1,17; 2,1).
La primitiva comunidad de Jerusalén tuvo que dividirse ya desde tiempos muy remotos en diversos
grupos. Todos se sentían miembros de la misma comunidad, pero podían tener costumbres distintas e incluso
una administración propia. Los Hechos nos hablan del grupo de los “hebreos”, que hablaban arameo, y de
los “helenistas”, que eran probablemente hebreos nacidos fuera de Palestina y que leían la Biblia en griego.
Así, pues, ya desde el comienzo la predicación tuvo que hacerse en arameo y en griego, lo mismo que las
oraciones durante las reuniones comunes. Uno de los problemas de no fácil solución lo constituyen las citas
en los discursos de la primera parte de los Hechos de textos del antiguo testamento cuyo valor probativo
parece ligado al tenor verbal de la versión griega; cabe preguntarse si presentan testimonia usados ya en
griego por las comunidades primitivas, o si son elementos de origen posteriores, o bien si se les puede
explicar también en la hipótesis de su uso en el original hebreo 4. Es probable que también los servicios de
caridad estuvieran organizados al menos después de cierto tiempo, para grupos distintos. La situación
bilingüe de Palestina y de Jerusalén por esta época está demostrada también por recientes hallazgos
arqueológicos, sobre todo por el descubrimiento de inscripciones en cementerios de Jerusalén del siglo I
d.C.5. Se trata de inscripciones entre el siglo II y IV que demuestran el uso muy frecuente del griego en el
judaísmo de los primeros siglos de la era cristiana, incluso en Paletina. “El griego era en Berth She’arim,
como en otras muchas ciudades de Palestina..., la lengua oficial de la sinagoga”6. Según P. Benoit, “es éste
un hecho que, salvo las debidas proporciones, vale para el primer siglo de nuestra era, como prueban otros
documentos como los osarios y los papiros griegos del desierto de Judá”7. Son tumbas de personas del
pueblo: los nombres en las tumbas están en hebreo, en arameo y también en griego. Esto quiere decir que,
prescindiendo del hebreo que sobrevivía en virtud de la antigua tradición, se hablaba tanto el arameo como el
griego corrientemente por aquel tiempo8.
10
Cf. sobre este aspecto R. Schnackenburg. Die Kirche in Neuen Testament, Freiburg 1961, 116-119, y H.
Küng, L a iglesia, Barcelona 1970, 315-354, donde trata los temas: la cuestión de la verdadera iglesia; unidad en
la variedad; la unión de las iglesias.
No obstante, si examinamos el problema más de cerca vemos que surgen algunas dificultades. Por
ejemplo, ¿hay que creer que la comunidad de bienes descrita por Lucas como característica de la comunidad
primitiva de Jerusalén (Hech 2,42.44-45; 4,32.34-35) y alabada claramente como ideal de vida sigue siendo
normativa para todas las comunidades siguientes?11 Así lo han afirmado varias veces en el curso de la
historia los movimientos reformadores, que quisieron condenar como no genuinas todas las formas de
cristianismo que no reprodujeran al pie de la letra la sencillez de vida y la estricta comunión de bienes que
había entre los primeros cristianos. Pero es fácil percibir las consecuencias inaceptables a las que podría
llevar un modo demasiado riguroso de considerar la normatividad de la comunidad primitiva para el
cristianismo. Los primeros cristianos de Jerusalén frecuentaban el templo, cumplían con las prácticas de
piedad judías y observaban las prescripciones de la ley. Tal es la situación que nos describen los primeros
capítulos de los Hechos. El problema general de la actitud del cristianismo primitivo respecto al templo es
bastante complejo12. En el ámbito del primitivo cristianismo se planteó bastante pronto el problema de si
había que imponer a todos este comportamiento de los cristianos jerosolimitanos. De todo esto se deduce que
no se puede hablar sin distinciones ni matizaciones de un carácter normativo de la primitiva comunidad y
que desde los tiempos más antiguos las comunidades que se iban formando en los países alrededor del
Mediterráneo tomaron conciencia de su vinculación dialéctica con las comunidades madres.
Una consideración atenta del desarrollo del relato de los Hechos nos permite asumir una actitud más
matizada sobre este problema. En efecto, el propio autor de los Hechos ha tenido cuidado de describir el
movimiento de evolución de algunos de estos mismos elementos que él mismo había exaltado en la
descripción de la primitiva comunidad de Jerusalén. Nos muestra entonces diversas formas de vida
comunitaria, en las que aparecen idénticamente reproducidos los modos de vida de la comunidad
jerosolimitana. No se nos dice que la comunidad de Antioquía, a pesar de que se nos muestra también muy
floreciente, siguiera el mismo régimen de comunión de bienes que en la comunidad de Jerusalén, y lo mismo
puede decirse de las fervorosas comunidades de Grecia. Teniendo también en cuenta algunos datos de las
epístolas paulinas a este propósito, podemos decir que todos los centros del cristianismo primitivo tenían en
común una preocupación por asegurar diversos modos de comunicación de bienes materiales y espirituales
en el interior de la comunidad y entre los miembros de las diversas comunidades, pero según modos y
formas concretas que eran inventados o adaptados teniendo en cuenta las circunstancias. Vemos entonces
que la comunidad de Antioquía envía ayuda para el hambre de Jerusalén, “cada uno según lo que poseía”
(Hech 11,29) y que las comunidades paulinas organizan una colecta. Esto supone varias formas de usar el
dinero y nos induce por consiguiente a considerar como normativo, en la descripción de la primitiva
comunidad, no tanto la forma específica de realizar la comunión de bienes como el espíritu que la animaba.
Más concretamente podría decirse que no es la descripción del modo de vivir concreto de una o de otra
comunidad lo más importante para el historiador o para el estudioso de la eclesiología, sino el determinar las
constantes que aparecen en la descripción de la vida de los primeros cristianos de las diversas comunidades,
aunque sea bajo apariencias diversas. A través de la identificación y del análisis de esta constantes es posible
trazar un cuadro de los elementos unitarios que, dentro del pluralismo vigente, resultan característicos del
cristianismo primitivo. Por consiguiente, convendría hacer un inventario de las actitudes y de las formas
diseminadas por el área del mediterráneo. Son éstos los elementos que hemos de tener en cuenta para
verificar nuestra comunión en el tiempo con esas comunidades.
En conclusión, se podría sugerir, para distinguir entre las actitudes de los primeros cristianos que son
normativas y las actitudes y opciones de las que podemos discrepar, el criterio de la constancia y de la
continuidad. No se trata de reproducir unos modelos al pie de la letra, sino de crear unas constantes de vida
eclesial.
Hay un elemento que parece importante subrayar, aunque pertenece más directamente a la
consideración dogmática del problema. El relato de los Hechos se interrumpe en el año 62 d.C. Pero no
termina ciertamente ese año la acción del Espíritu santo que anima la vida de las comunidades. Por tanto, si
la obra del Espíritu suscitó en las comunidades primitivas unas formas de vida que, atestiguadas por los
Hechos de los apóstoles, son expresión genuina del espíritu cristiano, hemos de esperar que el mismo
11
Sobre los complejos problemas que emergen de la valoración exegética e histórica de estos textos de los
Hechos, cf. M. del Verme, La comunione dei beni nella comunità primitiva di Gerusalemme: Rivista Biblica 23
(1975) 353-382, que hace referencia a los estudios anteriores sobre el tema.
12
Cf. E. Cothenet, L’attitude de l’églese naissante à l’egard du temple de Jérusalem, en Liturgie de l’église
universelle, Roma 1975, 89-111.
Espíritu suscite otras formas en las comunidades sucesivas. Se tratará de verificar la autenticidad de estas
formas también a través de la relación de continuidad que manifiestan con las formas precedentes.
La enseñanza de los discípulos es, junto con el culto y la oración, el hecho dominante en la vida eclesial
durante la época apostólica, la forma y el contenido de la tradición en sus comienzos y finalmente la
garantía de la continuidad entre la enseñanza de Jesús y el testimonio evangélico. Por todos estos motivos,
esa enseñanza de los discípulos interesa directamente y en igual medida al exegeta y al teólogo, al catequeta
y al historiador de los orígenes cristianos13
Y el mismo Schmitt concluye así su análisis de los discursos de los Hechos:
Los discursos misioneros de los Hechos contienen al mismo tiempo elementos tradicionales y aspectos
lucanos, cuya proporción varía –a veces de manera muy considerable- de un trozo al otros... Los textos que
reproducen y ponen en obra los vestigios de la tradición kerigmática... atestiguan directamente la
predicación antigua, su unidad de objeto y asimismo la riqueza de sus tipos y de sus formas14.
De todas formas podemos partir de los documentos que poseemos, en los que ya dijimos
anteriormente que se manifiesta una pluralidad de tendencias, de planteamientos teológicos, etc., para
examinar cuáles son los elementos constantes dentro de ellos. Aquí sólo podemos enumerar algunos de ellos.
El artículo citado de J. Schmitt ofrece una síntesis muy útil de los datos principales.
Es evidente que, aun admitiendo una pluralidad de orientaciones y de tendencias, los elementos
constantes de la predicación neotestamentaria se muestran firmes y claros. En el centro de esta predicación
está Cristo muerto y resucitado. Quedan claramente marginadas las concepciones que querían insistir sobre
todo en la actividad taumatúrgica y reformadora de Jesús, sin dar importancia central al tema de su muerte y
resurrección. El acontecimiento central de Jesús se ve en relación directa con las promesas y esperanzas del
antiguo testamento. Ninguna de las tendencias de la iglesia primitiva quiso ver en Jesús un comienzo
absolutamente nuevo; incluso las fuerzas de tenían mayor interés en apartarse de las prácticas legales judías y
de toda relación de dependencia, incluso meramente afectiva, respecto al judaísmo no se atrevieron nunca a
poner en duda la importancia de los libros del antiguo testamento para la vida espiritual de la comunidad.
Otro aspecto fundamental es la predicación de la salvación, entendida bien como escatológica bien como ya
inicialmente presente, con diversidad de acentos sobre uno u otro de estos dos aspectos. Esta salvación se
presenta principalmente como don del Espíritu renovador, como liberación de las potencias que tienen
esclavizada la conciencia del hombre y le impiden el ejercicio de su libertad para el bien. O sea, se trata de
una salvación del pecado y de sus consecuencias, de las raíces que la injusticia ha echado en el corazón del
hombre, a través de una rehabilitación y renovación de la persona que se extiende a todas las relaciones
sociales de que se compone la existencia humana. En esta línea sería posible desarrollar toda una serie de
temas relacionados entre sí que se pueden encontrar constantemente en la predicación neotestamentaria, tal
cual se muestra al final del análisis más destacada por su unidad que por sus aspectos diferenciales. Un
nuevo paso que hay que dar en este sentido es el de señalar la relación que hay entre los aspectos
diferenciados y los núcleos unitarios. Esta es la tarea de las teologías del nuevo testamento en donde éstas, al
final de las investigaciones analíticas sobre la teología de los diversos escritos y de las diversas corrientes,
presentan una síntesis final de la unidad del mensaje neotestamentario.
Estrechamente vinculado con el aspecto anterior, aunque distinto de él por su fenomenología práctica
en el ámbito de cada comunidad, es la importancia que las diversas comunidades dan a los sacramentos,
especialmente al bautismo15. Es constante la referencia a una iniciación cristiana que introduce al hombre en
el disfrute de los bienes de la salvación y lo sitúa incluso exteriormente en la condición de aquellos que se
comprometen a seguir a Cristo.
En relación con la predicación y la iniciación sacramental está la constante de cierta estructura
jerárquicamente organizada de las primeras comunidades, estructura que se vincula histórica y
tradicionalmente con Jesús y los apóstoles16. La búsqueda de esta relación histórica y tradicional aparece en
varios ambientes de la iglesia primitiva como elemento característico. Está en la base de toda la estructura de
los Hechos de los apóstoles, que tienden a mostrar cómo también las comunidades paulinas, separadas ya de
hecho del judaísmo se vinculan tradicionalmente con el mandato de Jesús y con la iglesia apostólica. Los
esfuerzos de Pablo por mantener el contacto con la iglesia de Jerusalén revelan claramente esta tendencia. La
iglesia primitiva tenía la conciencia de que no surgía por aquí y por allí como de la nada, por pura iniciativa
del Espíritu, sino de que estaba ligada a una cadena tradicional que llevaba la palabra de un testigo a otro,
cadena tradicional no formada de predicadores libres o de meros entusiastas, sino que enlazaba con un
13
Cf. el amplio tratado de J. Schmitt, Prédication apostolique, en DBS VIII, 246-273.
14
Ibid., 265-266.
15
Sobre este punto cf. J. Dauvillier, Histoire du droit et des institutions de l’église en occident II, 465-504.
En esta obra se tratan en las páginas 505s. Las asambleas de oración y de edificación y los lenguajes de la
oración y de la predicación. Puede ser útil la obra para una visión de conjunto de los problemas, pero es preciso
referirse a estudios más especializados en lo que se refiere a los detalles críticos y exegéticos.
16
Cf. J. Dauvillier, o.c., 129-334.
organismo de predicación que, aunque con diversas modalidades, pretendía apelar al primitivo núcleo
apostólico. El aspecto organizativo es uno de los que en la iglesia primitiva presentan mayores
diferenciaciones en cuanto a la modalidad de su ejercicio, pero es sin duda uno de los aspectos más
claramente constantes y se puede considerar por tanto ya desde el principio como constitutivo de la
fisonomía de estas comunidades.
Las indicaciones que hemos dado quieren ser solamente una pista de trabajo, que muestra sin
embargo suficientemente cómo se vivía el pluralismo y la unidad a nivel de las comunidades primitivas.
Podemos ahora sacar algunas conclusiones respecto a los problemas que planteábamos al comienzo de esta
exposición. Está claro que las comunidades primitivas ocupan un lugar privilegiado respecto a las
comunidades de los siglos sucesivos, hasta nuestros días, para determinar las características constitutivas de
la iglesia cristiana. Su valor normativo fue ya experimentado desde los tiempos más remotos y el mismo
hemos de atribuir también la aparición de los libros del nuevo testamento y su “canonización”. Estos libros
no intentaban solamente transmitirnos un cuerpo de doctrinas o darnos una impresión viva del ministerio y
de la acción de Jesús, sino también transmitirnos la fisonomía de unas comunidades que eran consideradas
como comunidades fundacionales. Esta característica de fundacionalidad se tiene que reconocer ciertamente
de manera peculiar a la comunidad primitiva de Jerusalén, que nos describe Lucas en los Hechos de los
apóstoles. Sin embargo, no es necesario dar un valor de rigurosa invariabilidad a esta descripción, bien
porque representa en parte una situación idealizada por el autor de los Hechos, bien porque su mismo autor,
y con él las comunidades primitivas, eran conscientes de que los valores vividos en Jerusalén eran
expresados también en otras comunidades, aunque no fuera con formas exteriormente idénticas.
Así pues, es importante referirse no solamente al ejemplo de la comunidad descrita en los primeros
capítulos de los Hechos (como tantas veces ha intentado hacer cierto romanticismo cristiano que apela a los
“orígenes” entendidos en un sentido abusivamente restringido), sino que hay que tener en cuenta todos
aquellos elementos que nos muestra la investigación histórica como característicos del primitivo
cristianismo, teniendo presentes no tanto las diferenciaciones específicas como las constantes que en el
conjunto de todo el contexto aparecen como valores permanentes. En este sentido el estudio de las
comunidades primitivas es una estupenda introducción para un tratado dogmático sobre la iglesia y en
general para una verificación consciente de las comunidades en todo tiempo y sobre la autenticidad y
continuidad evangélica de los diversos fenómenos que en ellas se manifiestan continuamente.
C.M. MARTINI