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El jardín de mi vida

"El principio más profundo del carácter humano es el anhelo de ser apreciado".

William James (filósofo estadounidense 1842-1910)

Como si de un jardinero se tratara tenemos el poder de sembrar y cultivar plantas. Cada uno
tiene su propio jardín, el jardín de su vida. Con sus árboles o flores consentidas. El mundo
vegetal es enorme en su variedad y riqueza, seguro que hay una u otra planta con la que te
sentirías identificado. ¿Qué planta le asignaría a mi padre o a mi hermana, de tal modo que en
la planta se refleje el carácter de ellos?

Así como las plantas manifiestan mayor vitalidad ante entornos donde hay armonía y por el
contrario se marchitan en ambientes adversos, nuestras relaciones personales funcionan de
forma similar.

Imagine que cada miembro de su familia o las personas con quienes más convivimos son una
planta. Cada uno es diferente, entonces con qué especie vegetal asemejaría a cada uno. Qué
cuidados o necesidades requieren?

Esto se trata sobre la visión y los sentimientos que tenemos sobre las personas: se trata de
hacer consciente y evidente el papel que juega cada persona en nuestra vida, y más todavía, se
trata de hacernos responsables de ellas, de las relaciones que mantenemos con ellas, de
mostrarles nuestro aprecio, de hacerles sentir y saber qué tan importantes son para nosotros.

Muy probablemente las hemos regado y puesto al sol para que se nutran de su luz, de su calor.
Nos necesitan y nosotros las necesitamos también.

En las celebraciones como estas, en las que se festeja un aniversario se presta la ocasión para
remembrar los momentos dichosos, los logros que se han alcanzado en esta empresa y
aprovechamos para expresar nuestro gusto y gratitud.

Pero es poco común que en las familias se estrechen los lazos de gratitud sincera, los elogios y
las conversaciones familiares donde expresamos aprecio con regularidad.

Así como cultivamos las plantas, nuestra familia requiere de ese esmero, esa calidez, de ese
aprecio constante. Se cultiva con detalles, con intereses mutuos qué compartir, con palabras
apropiadas en el momento adecuado.

La familia es el núcleo de la sociedad, si nos sentimos dichosos en familia, lo reflejamos en el


trato con los demás. Por el contrario, la motivación y el apoyo de nuestros seres queridos es el
impulso más valioso para conseguir cualquier meta que nos propongamos.

Es en nuestro hogar donde se puede desarrollar más efectivamente lo mejor que


hay en el hombre por medio del aprecio y el aliento.

La apreciación sincera ha sido uno de los secretos de las personas más exitosas. Por ejemplo,
cuando alguien comete un error grave, en lugar de criticar por el incidente; encuentran alguna
razón para elogiar. Buscan alguna cualidad que reconocer y expresar su admiración.

Hay una historia que ilustra esta realidad. Según esta fantasía, una mujer
granjera, al término de una dura jornada de labor, puso en los platos de los
hombres de la casa nada más que heno. Cuando ellos, indignados, le
preguntaron si se había vuelto loca, ella replicó:

-¿Y cómo iba a saber que se darían cuenta? Hace veinte años que cocino para
ustedes, y en todo ese tiempo nunca me dieron a entender que lo que comían
no era Heno.

Hace unos años se hizo un estudio sociológico entre esposas que habían
abandonado sus hogares, ¿y cuál creen que fue la razón principal que dieron
para haber tomado su decisión? "Falta de aprecio." Con frecuencia damos tan
por sentada la presencia de los miembros de la familia en el hogar, que nunca
le manifestamos cuánto los estimamos.

Alimentamos los cuerpos de nuestros hijos y amigos y empleados; pero muy raras veces
alimentamos su propia estima. Les damos carne y papas para que tengan energía; pero
descuidamos darles amables palabras de aprecio.

La próxima vez que usted disfrute de una buena cena, mándele sus
felicitaciones a quien cocinó, y cuando un vendedor fatigado le muestre una
cortesía inusual, no deje de agradecerla.

El profesor John Dewey, el más profundo filósofo de los Estados Unidos, formula la
teoría de que el impulso más profundo de la naturaleza humana es "el deseo de ser
importante".

La costumbre, la rutina hace que nos perdamos en las responsabilidades, en las prisas,
en el futuro inmediato, sin disfrutar el presente, sin detenernos a admirar el entorno, pero
ningún momento es ordinario.

Si hiciéramos una lista de todas nuestras posesiones hasta la nimiedad, nos daríamos
cuenta que la vida es espléndida con nosotros. Las cosas bellas penetran suavemente en
nosotros que casi no advertimos su presencia. De allí que casi nunca les hacemos la
justicia que merecen. La menor espina en cambio, nos sacude la atención con un fino
dolor y nos quejamos.

Hoy propóngase firmemente no quejarse de nada. Busque más


bien en su entorno, en usted mismo o dentro de usted, una
razón para dar gracias.

En lugar de censurar a la gente, tratemos de comprenderla. Tratemos de


imaginarnos por qué hacen lo que hacen. Eso es mucho más provechoso y más
interesante que la crítica; y de ello surge la simpatía, la tolerancia y la bondad.

Se verá usted probablemente en dificultades para aplicar siempre estas indicaciones.


Por ejemplo, cuando algo nos desagrada, es mucho más fácil criticar y censurar que
tratar de comprender el punto de vista del prójimo.
En este modelo... ¿qué soy yo? ¿Soy el jardinero acaso? Podría ser. Pero se me ocurre algo
mucho mejor. En mi jardín, en mi propio jardín, siendo el máximo responsable, siendo el
alimento fundamental, seré el agua que riegue cada centimetro de mi mundo. El agua,
precisamente lo que no tiene forma, ni color, ni olor, es capaz de dar vida a su alrededor. Tal
vez así deba ser yo, como el agua, igual de flexible, fluyendo, empapándome en todo más no
permaneciendo concretamente en ningún lugar. Como el agua, si, pero, al igual que con el agua,
he de tener cuidado al darme a los demás, pues también el elemento que da vida es capaz de
ahogar, si me doy en demasía. Quizá sea más prudente, y mejor para todos y para mí, darme
paso a paso, un poco cada dia, por goteo, lento, pero constante, siempre presente, pero sin
agobiar.

Cada vez que salga al aire libre llene los pulmones hasta que no pueda más;
beba el sol; salude a sus amigos con una sonrisa, y ponga el alma en cada
apretón de manos.

Su sonrisa ilumina la vida de aquellos que la ven. A pesar de haber visto


docenas de personas fruncir el entrecejo, de mal humor o apáticas, su sonrisa
sigue siendo como el sol que rompe a través de las nubes.

Ya sea que adoptemos el papel de jardinero o del líquido dador de vida, tratemos de
dejar un rastro de pequeñas gotas de gratitud cada día, de cavilar en las buenas
cualidades de las personas dando prueba de una apreciación honrada y sincera.
Seamos "calurosos en la aprobación y generosos en el elogio" y las personas al igual
que las plantas atesorarán nuestro aprecio.

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