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Cuando el Perro Muerde al Amo I

Sergio Grodsinsky
Fuente: CAN AMIGO

(2746 palabras totales en este texto)


(2101 Lecturas)

Los diarios, en los últimos tiempos, han publicado notas acerca de una conducta que
produce confusión y no pocos interrogantes: la agresión de perros a sus propios dueños o a
sus hijos, aparentemente sin motivo. Noticias reiteradas, incluso sobre la muerte de
personas, consiguieron que razas como el ovejero alemán o el dogo argentino sean hoy
consideradas "peligrosas" o "poco confiables". Un especialista en la materia se refiere aquí
a las causas de tales agresiones y cómo evitarlas.

El hecho de que a cada instante despeguen y aterricen aviones no minimiza la tragedia


cuando uno de ellos se precipita a tierra causando muertos y heridos. Análogamente, que
convivamos con perros no quita el estupor provocado por la agresión de alguno de éstos a
un humano; ataque que, en algunas ocasiones, culmina con la muerte de personas y, más
incomprensible, el homicidio del propio dueño del perro o el de sus seres queridos o
allegados.

En la última década y solamente en nuestro país, la prensa informó de 51 heridos graves y


36 fallecimientos a consecuencia de ataques caninos; en su mayoría, las víctimas eran
personas vinculadas con el perro agresor y hasta hubo casos -sin justificación- de
antropofagia: horrible y literalmente, el perro de la casa comió al dueño o a sus hijitos (Ref.
archivo del ethólogo E.C. Lerena de la Serna).

Los guarismos pueden ser mayores, pues sólo se trata de casos con intervención policial y
dados a conocer mediante el periodismo. Tampoco sabemos de los ataques -numerosos, de
seguro- que no culminaron en ese desenlace. En contra del mito de que "el perro no ataca a
su amo", comprobaremos que, en gran número, los agredidos son personas vinculadas y
aún que conviven con el perro atacante.

Ahora bien, aislando los hechos producidos por alteraciones patológicas de conducta
(demencia circunstancial o declarada, cualquiera fuese la razón), y entiendo como tal
"aquellas que no tienen un fin adaptativo" -al decir del ethólogo V.L. Voith-, la mayoría de
los incidentes ocurridos son fundamentalmente originados en el desconocimiento del
hombre acerca de esta magnífica especie, la del perro, que cuenta con más de 10 mil años
de historia junto a los humanos. Una historia de mutuo afecto y sociedad, aquí cuestionada
por casos puntuales y cuyo análisis nos remite a la índole canina y la vida en relación con el
humano.

El perro en nuestro mundo

Cabe recordar que el perro es un "mamífero social obligatorio", y tal su naturaleza


expresiva; es decir, que sólo puede vivir y desarrollarse en un grupo organizado. Éste, en
estado salvaje, conforma jaurías. Para entender la conducta del perro-compañero será
indispensable conocer la organización de dichas jaurías; a saber:

Todos los actos que realiza un perro, para asegurar su alimentación, protección y
reproducción, son controlados por reglas jerárquicas (que mantiene la relación interjauría
entre dominantes y dominados). El dominante estabiliza al grupo inhibiendo, con su
modelo de liderazgo, la agresividad -actitud imperial del ser para con el entorno, ley básica
de supervivencia- de los congéneres subordinados por "una misma voluntad de destino" o
"negocio tribal" (P. Leyhausen, 1967). Precisamente, este tipo de organización fue uno de
los factores que permitió la relación entre perros y hombres; éste, como líder natural y
deseado.

Actualmente, la vida del perro en jauría es completamente marginal, rara e irrelevante, y la


especie vive interrelacionada o próxima al hombre, muy a menudo en su intimidad
doméstica, integrando la familia-jauría de éste y, más de una vez, dentro de espacios
reducidos.

Amenazas, e inclusive combates, pueden surgir entre individuos de una misma jauría por
rivalidad jerárquica. La actitud, instintiva, persiste al integrar una jauría humana, aunque
por lo general sin manifestaciones de neta violencia al desempeñar el hombre -aunque no lo
sepa- el papel de líder de manada (si en la casa faltare dicha autoridad, el perro pretenderá
naturalmente ese rango y con obvias consecuencias).

Los diferentes comportamientos de agresión -tipificados- son: por dominancia (intento de


conducción y ejercicio de poder), por irritación física (física y aún química), por dolor, por
miedo, por la propiedad territorial o de los alimentos, por defensa maternal, por
pretensiones sexuales (época de celo y acoplamiento), por mera influencia climática (altas
temperaturas, presión ambiente, etc), por hacinamiento y, a veces, por neurosis senil. Hay
otros factores conductales, pero raramente se traducen en agresión al hombre.

Detalles ethológicos de la agresión

Los comportamientos descriptos obligan a un análisis por separado. He aquí el resumen


explicativo:

Agresión de dominancia. Se desencadena al cuestionar un subordinado el rango jerárquico


del dominante, o cuando hay una competición entre dos individuos de rango similar en pos
de jerarquía superior. Los conflictos de status se desarrollan siempre en tres fases: la
amenaza, que suele bastar para que el dominante se imponga; el ataque, mediante el cual el
dominante busca obtener una postura de sumisión del otro; y el apaciguamiento, donde el
vencedor coloca sus miembros anteriores sobre el cuello del dominado.

Agresiones espaciales, alimenticias y afectivas. En la familia-jauría las demostraciones de


agresividad están relacionadas con el acceso a recursos, como el alimento, agua, refugio
(cubil, ciertos rincones, etcétera), cercanía a una persona favorita, tránsito por un lugar
determinado o estada en sitios compartidos, caricias, sujeción, limpieza o presiones táctiles
e, inclusive, el simple acercamiento a su lugar de descanso o el despertarle súbitamente y
con una acción que se interprete como agresiva (pisándolo o pateándolo sin querer, por
ejemplo).

Los perros dominantes responden frecuentemente con agresión al ser mirados fijamente. Y
presentan signos de dominancia para con el dueño, tales como ubicarse frente a él, mirarlo
intensamente, presionar su mentón sobre el hombro o cabeza del amo, abrir y cerrar
alternativamente las fosas nasales, gruñir -"al ordenársele que abandone un sillón, por
ejemplo"- y, claro, enseñar los dientes o morder.

Cuando un perro a mordido varias veces a su amo y obtenido así la sumisión de éste (real o
supuesta), aprende que es el mordisco el instrumento para resolver situaciones; entonces,
progresivamente, pueden desaparecer las fases de amenaza y apaciguamiento, y el perro se
convierte en "mordedor sistemático" (cuadro descripto por Patrick Pageat, 1992).

Este tipo de conducta no comienza de un día para otro; se inicia al ingresar un cachorro a la
vida de una familia donde no se establece un estatuto social o familiar claramente definido,
donde el joven perro no observe autoridad y deba aprender a controlar sus deseos en
función de las reglas vigentes de la familia-jauría.

Pero existen soluciones y claves para evitar la agresión. Tema que desarrollará en un
artículo venidero.

Ante la agresión de perros a sus propios dueños, una noticia que se ha venido reiterando en
la prensa y que, por involucrar al ovejero alemán y al dogo argentino -dos razas
consideradas confiables-, nos preocupa y exige la pertinente averiguación, Punto Crítico
agregó, entre sus columnistas, a un avezado instructor canino, quien -en una nota publicada
en este medio- explicó las causales. El presente artículo completa el anterior y aporta
soluciones a fin de no crear un perro mordedor, peligroso para la familia -y a la vez, un
buen guardián-, en suma, un amigo fiel
Como vimos en la nota pasada, de un día al otro ningún perro se transforma en animal
agresor, lindante en la ferocidad y hasta asesino de su dueños.

Las explicaciones, lógicamente, no desmienten los 51 heridos graves y los 36 muertos por
mordeduras de perros ¡en sólo una década y en Argentina! Al margen de que estas cifras
son nada más que las conocidas a través del periodismo y cuando las autoridades policiales
o las guardias de hospital las divulgaron, pues centenares de casos nunca salieron del
ámbito de la familia o del barrio -desapareciendo como una anécdota- y no existen
estadísticas oficiales. Un ethólogo argentino, E. C. Lerena de la Serna, si bien posee el
mejor archivo de noticias al respecto, admite la imposibilidad de sacar conclusiones
referentes a razas más agresoras o donde quepa suponer patología de raza.

"El problema es muy complejo -dice-, pues las noticias tratan del desenlace y no de las
causas, de los verdaderos orígenes de la agresión y de cómo el desarrollo de ésta tuvo un
agente productivo olvidado al relatar las consecuencias". Agrega: "Conozco bien el caso de
dueños que suponían tener un perro cobarde, porque el cachorrito no ladraba y quería jugar
con cualquiera, y entonces, desde chico, se lo alentó a la agresión sin fundamento,
festejando cuando mordía incluso a los de la casa; esa gente estaba fabricando una máquina
agresora, un animal violento e indominable. Hay pocos perros locos, pero hay muchos
dueños locos y, como dicen las viejas, la locura se contagia".

Hay razas -por sus condiciones particulares- que suelen tener "mala prensa" en cuanto a la
frecuencia de actos de agresión, tal el caso repetido del ovejero alemán y del dogo
argentino; pero, en realidad casi siempre es un problema de mal manejo por parte del
humano y por lo tanto, no debemos caer en la tentación de incurrir en actitudes de condena,
pues hoy son éstas, en el futuro será probablemente el rottweiler (1) -dado la veloz difusión
de la misma- y al culpar a estas magníficas razas y no enfocar el tema hacia las causas
persistirán los titulares catástrofe.

Reiteraré, pues, un axioma expreso en el artículo anterior: la conducta del perro comienza
con el ingreso del cachorrito a la vida de una familia; si en ésta no se establece un estatuto
social y de relación claramente definido, donde el perrito tenga que aprender a controlar sus
deseos en función de las reglas vigentes en la familia-jauría. (El interés de la manada, aún
tratándose de la jauría humana, impera sobre los deseos individuales; también ocurre así en
estado salvaje), entonces tarde o temprano se manifestarán los efectos de una conducta sin
guía ni ley.

Los mamíferos sociales -y ello explica la relación del perro con el hombre- se agrupan bajo
principios jerárquicos inexorables. Si en la casa no hay un líder humano -cualquiera fuese
el sexo-, entonces el perro se convertirá en el conductor de la familia-jauría y la muerte de
uno de sus "dominadores" puede ser la consecuencia de tal mandato instintivo.

Pero, para asegurar una posición dominante frente al perro, el humano -dueño y familia- no
necesita enfrentarse forzosamente en combate con el canino rebelde. Sólo basta conocer
ciertas actitudes e, imponiéndose a tiempo, cuando el animal es joven, hacerle respetar las
reglas de la familia-jauría; a saber:

Comida: Establecer una estructura jerárquica ligada a los alimentos. Por adorable que
parezca un cachorro, se ha de imponer la espera y, hasta que los humanos no terminen de
comer, aunque pida o gima, el perro aguardará su turno. Nunca compartiremos alimento
con él -es decir, esperará que finalicemos y, como en la jauría salvaje, en la familia-jauría se
le recordará así su rango-; la actitud humana en la ocasión, a lo sumo un "no" dicho con
firmeza, indica al cachorro quién manda (quién mandará en el futuro y, consiguientemente,
quién muerde a quién). Será preciso explicarles a los niños de la casa las razones por las
cuales es importante proceder en esta forma, y no ser "flojos" ante el cachorrito que
reclama (y de adulto ordenaría, o enfrentaría en combate al poseedor del alimento).

Mordiscos: Habrá que enseñar al cachorro a controlar sus mandíbulas; cuando mordisquee
a uno de la casa (de la familia-jauría), se lo agarrará por la piel del cuello, levantándolo
ligeramente del piso, y advirtiéndole con firmeza: "¡No!"; de inmediato, lo soltaremos y
evitaremos jugar con él por un buen rato, para que condicione y memorice su conducta
equivocada.
Territorio: El cachorrito dormirá en un lugar asignado por el dueño (por el líder de la
familia-jauría). El sitio nunca será un espacio de paso obligado de las personas (pasillos,
escaleras, accesos a la casa) y, de ser posible, tampoco dormitorios. Cuando el cachorro
cometa una falta se lo enviará allí -a la "cucha"-, sin agresividad pero sin admitir la
negativa del perro. No lo sacaremos de ahí para castigarlo y menos para acariciarle; el perro
que se refugia en su cubil luego de cometer una falta, realiza un acto de sumisión y, en las
leyes caninas, no debe soportar además ser golpeado, un castigo extra que, por instinto de la
especie, por honor de la manada, obliga a responder y a rebelarse.

Separación: Para acostumbrar al cachorro a soportar períodos de soledad, tome la


costumbre de "ignorarlo" 20 a 30 minutos antes de irse de la casa. Márchese con
naturalidad, sin ocultarse (como procedería un líder canino que sale a cazar y abandona la
jauría) y, a su regreso, ignórelo también, por mucho que ladre o salte para recibirlo.
Acarícielo recién cuando se haya calmado. Si rompió algo en su ausencia, no lo riña ni
amoneste (de nada serviría), y evite limpiar los destrozos en su presencia.

Ante conflictos: Comuníquese dominando, con tono firme y voz clara, sin gritos,
utilizando palabras breves (cuanto más hable, más reflexionará: debilitándose la convicción
del dominio). Su cuerpo -como el de un líder canino- deberá ir hacia adelante, en dirección
al perro, con los hombros bien separados y el torso saliente. Mirará al perro con los ojos
fijos en su lomo; jamás a los ojos del animal, pues esto equivale a una invitación al combate
y, de suceder, el perro sólo responderá a los signos ancestrales como corresponde a su
especie.

...Estas son algunas referencias de índole y jauría, para comprender al perro y sin pretensión
de ser un manual de funcionamiento simplificado con que la armonía en el hogar resulta
infalible. Ni qué decir, se prohíbe infantilizar al perro doméstico y considerarle sustituto de
hijos o personas: su compañía será canina o no será. Respetaremos su derecho al bienestar,
conociendo la biología perruna, su salud e higiene, la alimentación correcta y su psiché (sin
inventar una psiquis o corregirla antropocéntricamente). De tal modo lograremos que la
relación hombre perro se convierta en una fuente de placer, incluso de felicidad recíproca.
Y, de seguro, las noticias sobre perros mordedores y asesinos decrecerán en la prensa.

(1) Cabe acotar que el autor en el presente artículo -escrito en el año 1994- realiza una
conjetura respecto al futuro de la raza rottweiler, confirmada, lamentablemente, en los
titulares de los medios periodísticos en la actualidad

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