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Presentación 1
En este ensayo me propongo abordar uno de los fenómenos sobre los que mayor discurso
académico, técnico – científico y político se ha producido en Colombia, esto es el “conflicto armado
interno”. La perspectiva de mi discusión girará en torno a varios ejes de reflexión, todos ellos
articulados a una perspectiva de crítica discursiva y conceptual, con un gesto de análisis
postcolonial.
Antes de presentar los ejes referidos, quiero explicitar desde donde se asume lo postcolonial
como marco analítico – interpretativo de la problemática en cuestión. Lo postcolonial se entiende
aquí con Thurner (2003:38) cuando recuerda que para Hulme (1995:121) en el “post” convergen
simultáneamente una dimensión temporal – del encuentro entre lo colonial y los postcolonial – y una
dimensión crítica en la que la teoría postcolonial aparece como crítica a unos discursos asumidos
como dados, o implícitos, en lo colonial. Continuado con Thurner, éste recuerda que Hall
(1996:243) explica como esta lectura del “post” no implica asumir que los efectos derivados (after-
effects) de los regímenes coloniales han sido suspendidos; y en igual sentido advierte que no
podemos asumir como que se han superado sus estructuras de poder –conocimiento, o que hayan
entrado en espacios de relaciones no definidas por el poder o en zonas libres de conflicto.
En ese sentido Thurner (2003:38) destaca como Hall señala que el gesto postcolonial refiere
un ir “mas allá” (going beyond) en donde se reconocen las configuraciones emergentes de la
relación poder – conocimiento de manera que se puedan exponer sus distinciones y efectos
específicos. En esta lógica , Thurner acentúa que para Hall, el “post” no se puede conceptualizar
como ruptura epistemológica en el sentido altuseriano-estructuralista del término, sino como una
analogía mas cercana a lo que Gramcsi ha llamado el movimiento de la construcción-deconstrucción,
o que Derrida, en un gesto mas profundamente deconstructivo, identificó como la “doble
inscripción”. En síntesis, este ensayo se inscribe en lo postcolonial como posicionalidad crítica y
reflexiva, de manera que se puedan identificar las articulaciones de los procesos políticos y
culturales (con Guerrero, 2007) de la historia reciente de Colombia asociada al conflicto armado; y
al tiempo, descubrir los puntos ciegos inherentes a las premisas discursivas (Con Palti, 2003) con las
1 Autor: Sandro Jiménez / Doctorado en Estudios Políticos / Para el profesor: Mark Thurner.
Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales - FLACSO, sede académica de Quito.
Junio 25 de 2007
Eje 2. El tiempo del humanitarismo: este será la segunda capa (layer) de la discusión, pues
derivado de la condición de excepcionalidad permanente de la configuración de nación en Colombia,
aparece la figura de los sistemas internacionales de atención humanitaria de emergencia, los cuales,
bajo la idea de la subsidiaridad en la protección a las víctimas de la violencia, ayudan a convertir
dicha emergencia humanitaria en otra manifestación del esquema “campo de concentración” en
términos de Agambe.
2 Escobar, A. 1998:47
conceptuales” que suponen que la gestión de conflictos armados se puede seguir explicando dentro
los límites conceptuales de la idea de Estado-nación 3.
Con el animo de ubicar al lector no seguidor del caso colombiano, en primer lugar desarrollaré
una breve reseña de los momentos y las características generales del escenario de guerra o conflicto
armado interno en Colombia; siempre como relación conocimiento - poder.
3 Las categorías resaltadas con comillas hacen parte de la propuesta de Palti (2007:54)
4 Período de alternación del Poder de un partido a otro, sólo aplicable para los partidos Liberal y Conservador entre 1954 y 19XX
5 Cuando una Zona es declarada Teatro de Operaciones, las autoridades civiles – aún las elegidas – subordinan su autoridad a el
comandante militar que el presidente designa para la zona
6 Mecanismo mediante el cual el congreso le concede total discrecionalidad y poder sobre los asuntos relativos a desmovilización,
acuerdos de paz, amnistías, levantamiento de ordenes judiciales y declaración de zonas de despeje militar, entre otros.
humanos, etc.
Especial interés despierta el hecho de que en las últimas dos décadas, el conflicto colombiano
ha sufrido grandes cambios y presiones derivadas de los modificaciones en la geopolítica de la
gestión internacional de conflictos armados internos. Los actores en contienda -tanto en Colombia,
como internacionalmente - han sido contraparte en la circulación de los discursos que dominan la
agenda política mundial y son usados como justificaciones de un nuevo estado de cosas; este
escenario de conflicto se ha convertido en referencia permanente del surgimiento, la evolución, las
manifestaciones, las soluciones experimentales y los recrudecimiento de este tipo de conflictos en la
llamada comunidad internacional, que a su vez, se ha implicado y ha influenciado las características
propias del conflicto armado interno en Colombia. Todo ello a la luz del humanitarismo
contemporáneo y desde él, con las corrientes de recursos humanos, técnicos y financieros del
aparato del desarrollo.
De lo anterior se deriva una conclusión preliminar, según la cual los campos definidos por los
estudios sobre violencia política y gestión de conflictos armados internos, han terminado por
convertirse en un discurso que ha creado un dominio de pensamiento y acción, caracterizado por las
formas de conocimiento que a él se refieren, los sistemas políticos que desde él se han derivado y
las formas de subjetividad fomentadas por este discurso, particularmente de los agentes que hacen
parte de los lugares definidos desde la geografía imaginaria de la violencia. (Escobar 1998:31)
A modo de síntesis, podemos decir que el conflicto armado interno en Colombia pasa por tres
momentos que prefiguran la mutación más importante de este caso: El primer período, entre los
años cincuenta y principios de los años ochenta, es el tipo de manifestaciones acaecidas en el marco
de la guerra dentro del Estado-nación, en donde el conflicto pasó de movimientos de resistencia
campesina, a movimientos revolucionarios en busca de la toma del poder, hasta llegar a la guerra de
guerrillas cuyas manifestaciones dependían del horizonte de georeferenciación donde se estudiasen.
El segundo momento, surge a mediados de los ochenta, es el del conflicto armado en el
contexto de la globalización. En este nuevo escenario, el conflicto ya no responde ni se funda en los
marcos estrictos del Estado nación; y no se explica única ni exclusivamente, por los motivos que le
dieron origen y además que encuentra razones tanto en la geopolítica internacional, como en los
factores sociales de tipo local, regional y nacional. El hecho particular que mas influencia tiene –
además del inicio de la era de desmonte del Estado en el marco de la teología Neoliberal – fue el
surgimiento de una nueva fuerza de confrontación producto de la articulación de dos viejos actores
del conflicto: los paramilitares y los narcotraficantes.
El tercer momento se manifiesta a partir del 11 de septiembre del 2001, donde la
modificación fundamental de la geopolítica global, que dio origen a la guerra global contra el
terrorismo, generó un efecto inmediato en el tratamiento del conflicto interno en Colombia. Dentro
de esta nueva geopolítica, el caso colombiano con sus actores en contienda, se consideran como uno
de los nodos de la lucha sin frontera contra el terrorismo global, que paradójicamente sólo tiene
expresiones concretas en el ámbito local.
Así surge un nuevo tipo de confrontación que se complejiza y degrada durante los cuatro
últimos períodos de gobierno, entre 1991 y 2006. Las razones de ello se explican por el
entrecruzamiento entre los nuevos comportamientos de los actores en conflicto (fuerzas militares
estatales, fuerzas militares paraestatales, fuerzas militares insurgentes, ejércitos al servicio de
narcotraficantes), las fuerzas internacionales de comercio legal e ilegal y la geopolítica de global que
obliga tomar bandos en la “guerra contra el terror”
El análisis de este ensayo se concentra en estos últimos dos momentos (entre 1980 y 2005),
dado que es durante este período de tiempo que considero que el discurso de la gestión del
conflicto entró en una tendencia hacia la estandarización respecto a modelos internacionales, no
sólo de las prácticas, sino de las formas de comprensión de la violencia; que a su vez ha derivado
en una mutación del conflicto en Colombia, en donde después de que tres gobiernos a tras se
consideró política y discursivamente rentable visibilizar y proyectar internacionalmente todas las
dimensiones de la violencia en Colombia – particularmente en los asuntos referidos a la vulneración
masiva de derechos humanos en las víctimas de la violencia – ahora, un giro discursivo del gobierno
actual, pretende neutralizar las dimensiones políticas de conflicto, bajándole su categoría a
“amenaza terrorista” dentro del marco de la nueva agenda global impuesta por Estados Unidos.
Este tipo de enunciado, se configura como un ejemplo emblemático la importancia discursiva de la
Violencia en Colombia dentro del mantenimiento de determinado orden y determinadas relaciones
de poder.
El asumir la discusión sobre la idea de nación como entrada a la reflexión sobre la violencia
se justifica en dos sentidos, en primer lugar porque la violencia esta a la base de dicho proceso en
Colombia y viceversa; y en segundo lugar, porque las posibilidades explicativas de la propia violencia
colombiana encuentran su limite en las aporías del concepto de nación moderno. Para iniciar esta
discusión es necesario entonces introducir y discutir la noción de Anderson sobre comunidades
imaginas y la de comunidades inimaginadas de Thurner. En primer lugar Anderson realiza un aporte
importante al asumir la tarea de conceptualizar una de las categoría mas importantes del proyecto
moderno, pero al mismo tiempo una de las menos discutidas, tal vez por una especie de acuerdo
tácito general de que ésta es un condición dada y por definición, requisito para poder edificar las
otras aspiraciones del proyecto moderno. Anderson plantea que dicho acuerdo tácito se sostiene
sobre tres cosideraciones, de las cuales destaco las a mi juicio mas importantes (Anderson, 1993:
22):
Desde lo anterior Anderson plantea una primera necesidad en la discusión de la noción de nación,
cual es la de proponer un concepto sobre la noción misma. Así, este autor define a la nación: como
una comunidad política imaginada como inherentemente limitada y soberana. Es imagina porque los
connacionales, en su mayoría jamas se conocerán, pero a pesar de ello, en la mente de cada uno
vive la imagen de su comunión. Es limita porque ninguna nación es imaginada con las dimensiones
de la humanidad, en ese sentido se asumen las fronteras como finitas. Y es soberana, porque el
concepto nació de en un época en que la Ilustración y la Revolución, estaban destruyendo la
legitimidad del reino dinástico jerárquico, divinamente ordenado, para reemplazarlo por el sueño de
las naciones de ser libres y con serlo en el reinado de Dios. La garantía y el emblema de esta
libertad es el Estado Soberano. (Anderson, 1993: 23, 24 y 25)
Varias preguntas y argumentos se se advierten a partir de la aplicación de esta definición al
caso en cuestión: En primer lugar, la historia de la nación en Colombia -siguiendo el sentido
teleológico modernista -, la han calificado como la de la nación fragmentada. En sentido contrario,
considero que el nacionalismo colombiano, nunca se configuró en cuanto tal como proyecto para
todo el territorio. A pesar de ello, si se imaginaron unas fronteras exteriores -por unos pocos- pero
nunca se acabaron de imaginar las fronteras interiores. En segundo lugar, la constitución del
Estado Soberano, era tan porosa como la idea de territorio nacional, no sólo por la escasísima
presencia de las instituciones modernas del Estado en gran parte de la geografía colombiana, sino
porque la vida económica y social en Colombia estaba - en muchos casos sigue estando -
tremendamente regionalizada, de modo tal que los colombianos de una región a otra no
necesariamente tenían en mente la imagen de la comunión con sus demás nacionales. Y luego, si a
ello le sumamos las disputas por el control territorial, en donde cada actor define unas fronteras,
imponen unas imágenes comunes a todos y restringe la posibilidad de movilización según la
estrategia de guerra militar o política que tenga como proyecto, difícilmente ese Estado podrá ser la
garantía y emblema de la libertad.
Dado lo anterior, considero necesario, apelar a otra noción propuesta por Mark Thurner en su
discusión sobre la constitución de las repúblicas andinas; esta es, la idea de las comunidades in-
imaginadas. Thurner (2006: 45) afirma:
imagen sugerida por la feliz frase “comunidades imaginadas” que Benedict Anderson uso para
caracterizar las naciones modernas. Cabe aclarar también que con “imaginación” o
“imaginado” no se quiere decir “falsedad”, sino que se refiere a un conjunto de imágenes
discursivas, algo mas cercano a “mentalidad”. Por otro lado, “inimaginado” tampoco significa
“la verdad”, aunque ello pueda ser socialmente cierto. Para mí se acerca mas a la visión de
“subconsciencia política”. Pienso que lo “imaginado”, puede ser tan importante como lo
“inimaginado” en la formación de un sentido de nación, particularmente en contextos
postcoloniales.
La última frase de Thurner, es clave en la aproximación que este ensayo trata de presentar, pues lo
que ha ocurrido con la violencia en Colombia, es que en primer lugar, la nación se ha constituido
mas sobre lo inimaginado que sobre lo imaginado, es decir, sobre aquel conjunto de prácticas y
acciones colectivas - con la violencia como una de ellas - en las que se disputa ese derecho a
imaginar la nación. Asunto que la élite centralista colombiana no ha estado muy dispuesta a
negociar a lo largo de la historia, producto de lo cual, la violencia aparece como la forma unificante
de lo inimaginado, la violencia se convirtió para unos y para otros en el subconsciente político de la
construcción de nación.
Adicionalmente a las tensiones derivadas de los planteamientos de Anderson y Thurner,
desde el punto de vista del concepto de nación, es necesario complementar este debate con la
introducción de otro tipo de discursividad, altamente relacionada con esa idea de la nacionalidad;
esta es, la del sujeto campesino. Al respecto quiero en primer lugar destacar la referencia de
Chatterjee (s.f: 195), cuando recuerda que Hegel atribuyo a la clase campesina - la "clase
substancial"- una posición ambigua en la sociedad civil: era parte de la estructura de clases creada
por las "necesidades del sistema", pero solo tenia una vida ética inmediata. Incluso cuando se
manejaba la agricultura "con métodos ideados por el pensamiento reflexivo, esto es, como una
fabrica", Hegel sólo le permitió al miembro de esta clase aceptar "irreflexivamente lo que le era
dado". La clase agrícola tenia "pocas oportunidades de pensar en si misma" y estaba "inclinada a la
servidumbre" 7.
Si bien podemos estar de acuerdo con que el campesinado en Colombia fue sujeto de dicha
ambigüedad, lo que aconteció en sentido contrario fue que los campesinos colombianos en el marco
del conflicto, tanto de la guerra partidista, como de la guerra de autodefensas y guerrillas
campesinas, si fueron sujetos de posturas activas. La razón fundamental se da por una combinación
de factores, entre ellos, que los partidos políticos en Colombia desde inicios del siglo 20 tenían un
arraigo y una base fundamentalmente campesina, ellos eran la fuente que alimentaba la militancia
partidista, sobre todo porque en los pujantes centros urbanos colombianos residía un porcentaje
7 Frenchmen: The Modernization of Rural France, 1870-19/./ (Londres: Chatto and Wind us. 1979) de Eugen Weber. 2 G.W.F.
Hegel, Philosoph\' of Right, trad. T.M. Knox (1952; reedici6n, Londres: Oxford University Press, 1967), par. 203, y agregados 128-9. pp.
131-2 y 270-74.
mejor de la población colombiana; y en igual sentido esta clase urbana dependía fundamentalmente
de la producción campesina y de la ampliación de la siempre flexible frontera agrícola colombiana.
Es en este sentido que la participación campesina en la política nacionalista en Colombia, si
parece reflejar el llamado de Chatterjee (s.f:197) a mostrar al campesinado como sujeto de la
historia, dotado de sus propias normas distintivas de conciencia, y capaz de otorgarle sentido al
mundo y actuar sobre el en sus propios términos.
El problema de lo anterior es que con el cambio demográfico en Colombia, de lo rural a lo
urbano, y el endurecimiento del autoritarismo centralista, esta clase campesina activa y beligerante,
paso de ser el foco de disputa para el sostenimiento de las bases populares partidistas a convertiste
en una amenaza caracterizada por una mutación discursiva que comenzó con chusma, luego paso a
bandoleros, posteriormente guerrilleros y mas reciente narco-guerrilleros, para terminar en
amenaza terrorista. Esto no importando si la militancia campesina fuese activa o no, pues hasta
nuestros días, si no se es militante, se es colaborador y por tanto sujeto de persecución.
La primera reflexión obligada al respecto, para evitar la naturalización hecha de este discurso
en el país, es dislocarlo de los supuestos culturalistas y de las supuestos de condición
exclusivamente endógena del fenómeno. Cuando hablo de los supuestos culturalistas me refiero a la
generalizada y simplista explicación de que dada la prolongada presencia del conflicto y de la
mediación violenta en Colombia, la única explicación posible es que se ha construido una cultura de
la violencia. Para justificar tal argumento abundan las etnografías, crónicas y biografías que
terminan legitimando la idea de que la violencia es de carácter ontológico y que de allí la capacidad
de coexistencia con tan “anómalas” condiciones de vida.
Este argumento se asume desde el tipo de análisis que Palti critica como “tipos culturales
ideales”, que para él, no son en definitiva sino la contraparte necesaria de los “tipos ideales” de la
historiografía de las ideas políticas. De ahí que Palti afirma que, no es suficiente con cuestionar las
aproximaciones culturalistas para desprenderse efectivamente de las apelaciones escencialistas a la
tradición y a las culturas locales como principio explicativo último. Continuando con Palti, es
necesario penetrar y minar los supuestos epistemológicos en que tales apelaciones se fundan, es
decir, estructurar de manera crítica aquellos “modelos” que en la historia de las ideas funcionan
simplemente como una premisa, como algo dado. (Palti, 2007:39)
El segundo aspecto inicialmente mencionado, es la necesidad de des-endonogizar la relación
política – violencia en Colombia, dentro del procesos de institucionalización del Estado Liberal
Moderno. Me refiero, a que dado una especie de autismo académico – político, importantes sectores
de la sociedad colombiana asumen que el fenómeno de la violencia aparece, se explica y acontece
como un fenómeno singular de la configuración histórico – social del país. A pesar de que
La paradoja de la soberanía: “el soberano está, al mismo tiempo, fuera y dentro del
ordenamiento jurídico”. Si soberano es, en efecto, aquél al que el orden jurídico reconoce el
poder de proclamar el estado de excepción y de suspender de este modo, la validez del
orden jurídico mismo, entonces “cae, pues, fuera del orden jurídico normalmente vigente sin
dejar de pertenecer a él, puesto que tiene competencia para decidir si la Constitución puede
ser suspendida “in toto” (Schmitt, p.37). La precisión al mismo tiempo no es trivial: el
soberano, al tener el poder legal de suspender la validez de la ley, se sitúa legalmente
fuera de ella. Y esto significa que la paradoja de la soberanía puede formularse de esta
forma: “ la ley esta fuera de si misma”, o bien: “ Yo, el soberano, que estoy fuera de la ley,
declaro que no hay un afuera de la ley” (Agamben, 2003:27)
Una primera aclaración, antes de continuar con la ilustraciones de Agamben. Dos aspectos hacen
tremendamente coherente esta paradoja con el caso colombiano: la primera es que dado el
carácter plebiscitario de la democracia colombiana (aunque se podría decir que de gran parte de la
democracia latinoamericana) el presidente hace las veces, o mejor, se asume como soberano.
Hecho que junto a la presencia de una guerra civil velada o disfrazada, como la de Colombia, ha
permitido que no en pocas ocasiones, el presidente declare el estado de excepción, tantas que si
eliminamos las salidas y las entradas a esta condición parece un continuo.
Lo que merece la atención, sin embargo, no es el número de veces y las motivaciones sobre
las cuales se ha implantado el estado de excepción en el marco del conflicto colombiano, sea de
manera oficial (me refiero a la utilización de un mecanismo jurídico constitucionalmente vigente) o
como régimen de facto; lo que resulta importante para la crítica conceptual son las implicaciones de
la normalización de tal condición. Para Agamben, la excepción es una especie de la exclusión,
veamos:
Esta paradoja develada por este autor, ayuda a explicitar una aporía en los estados de excepción
asociados a la gestión de la violencia en Colombia: en primer lugar, la declaración del estado de
conmoción interior es una decisión exclusiva del presidente, que al asumirse como soberano niega
la naturaleza del Estado democrático en defensa del cual se establece. En segundo lugar, después
de su establecimiento unilateral - siempre temporalmente y transitoriamente, en teoría - el
presidente - soberano, puede ordenar al suspensión de determinados derechos ciudadanos, en
defensa del estado de derecho, es decir, excluye en el gesto de incluir.
En este sentido Agamben (2003: 31) observa que con frecuencia el orden jurídico-político
tiene la estructura de una inclusión de aquello que, a la vez, es rechazado hacia afuera. Deleuze ha
podido así escribir que “la soberanía no reina mas que sobre aquello que es capaz de
interiorizar” (Deleuze, p. 445). De nuevo, surge la aporía, pues el estado de conmoción interior
siempre ha sido un recurso cuando la violencia desborde su cauce natural - normal aceptado por la
sociedad principal, en un gesto por recuperar el cause - normalizar el conflicto - hecho que deja por
fuera el orden que se pretende defender e incluye aquello de supuestamente subvierte dicho orden.
Este gesto es el que destaca Agamben cuando recuerda con Blanchot (292) el intento de la
sociedad de “encerrar el afuera”, es decir, de constituirlo en una “interioridad de espera o de
excepción”. Frente a un exceso, el sistema interioriza aquello que le excede mediante una
interdicción y, de este modo, “se designa como exterior a si mismo” ... lo que queda estará afuera,
quedará aquí incluido no simplemente mediante una prohibición o un internamiento, sino por la
suspensión de la validez del orden jurídico, dejando, pues, que éste se retire de la excepción, que la
abandone. No es la excepción la que se sustrae a la regla, sino que es la regla la que,
suspendiéndose, da lugar a la excepción, y sólo de este modo, se constituye como regla,
manteniéndose en relación con aquella. (Agmaben, 2003: 31).
En conclusión, el excesivo centralismo - autoritarismo del ordenamiento jurídico colombiano,
que permite que el presidente haga las veces de soberano, a través del uso cuasi permanente de la
figura de la conmoción interior durante los últimos 50 años, produce lo que Agamben denomina un
relación de excepción, forma extrema de relación que sólo incluye algo a través de la exclusión.
Que para el caso en consideración, la figura sería mas la de la normalización de la relación de
excepción, en donde lo incluido y excluido se hace cada vez mas borroso.
Hacia el inicio de los años 90 del siglo 20, con el recrudecimiento del conflicto colombiano a
niveles de degradación sin precedentes, la tragedia nacional, se acuña como patrimonio
internacional y se convierte en tragedia humanitaria; y en igual sentido, en la nueva razón y motivo
para que países, frentes de países, organizaciones multilaterales, agencias cooperación, iglesias y en
general la sociedad civil global y del cosmopolitismo, pusiera sus ojos, manos y recursos en
Colombia.
La corriente del humanitarismo de última generación, se edifica sobre una relación dialéctica
entre soberanía externa y soberanía interna (por ahora, y en gracia de discusión -para mostrar las
aporías que surgen aún con el uso del propio lenguaje de la idea de modernidad política liberal-,
apelo al supuesto de soberanía liberal, según la cual, ésta es ejercida por el Estado Nación, como
ejercicio delegativo del supuesto verdadero soberano) en donde la asimetría del tal relación puede
poner en crisis las estructuras mismas de los Estados de Derecho, que en el juego geopolítico
globalizante asumen tales arreglos.
De acuerdo con Reinicke (1998:57) la soberanía externa implica la ausencia de una autoridad
suprema y por lo tanto la interdependencia de los Estados dentro del sistema internacional. En
cualquier caso, las dos formas de soberanía están estrechamente interrelacionadas, dado que según
la naturaleza de la soberanía externa, cualquier tratado finalmente afecta la soberanía interna de los
Estados contrapartes. De igual manera, las amenazas permanentes contra la soberanía interna,
finalmente afectaran su soberanía externa.
Este supuesto natural desequilibrio se agudiza cuando la relación entre los Estados-nación en
acuerdo, es demasiado asimétrica y donde el Estado receptor, tiene dificultades importantes en la
Estas tensiones entre la moral cosmopolita occidental y la práctica real que generan los
acuerdos del humanitarismo trasnacional, obliga a reconocer que el Estado-nación se reduce a
apenas otro actor en un escenario donde tiene que luchar por el equilibrio de fuerzas con el mercado
y las organizaciones “sin finalidad lucrativa”, cada uno con sus propia agenda e interese en
contienda.
En síntesis, el principio de subsidiaridad - ampliamente debatido desde la experiencia de la
conformación de la comunidad de Estados Nación Europeos – se configura como uno de los
elementos críticos de la relación dialéctica entre el sistema internacional y los Estados nacionales. La
coordinación de políticas en el ámbito de la soberanía externa, puede traer beneficios cuando los
estados concordantes no tienen relaciones demasiado asimétricas. En el caso contrario entra a
operar un ejercicio de centralización desde un hegemón benevolente que conduce a un proceso de
desequilibrio entre la soberanía externa y la interna.
Este desequilibrio aparece como problemática abierta con los recursos provenientes de las
entidades multilaterales y de los acuerdos binacionales; en estos casos los agentes financiadores se
asumen la prerrogativa de condicionar la utilización y la aplicación de determinados programas y
estrategias en los programas de atención a víctimas del conflicto. Por su parte la cooperación
denominada descentralizada y no gubernamental, asume un aura de neutralidad discursiva que no
se realiza en prácticas institucionales, pues al fin y al cabo la mayor parte de los recursos de este
sector del humanitarismo trasnacional, viene de los aportes de los contribuyentes de las naciones
“ricas” donantes, que suelen tener cercanías fundamentales a las líneas de pensamiento ideológicas
y programáticas que despliegan los Estados en el ejercicio de control de la soberanía externa frente
a la soberanía interna de los países periféricos o mejor, leídos como Estados “aun no”.
El exilio interno: el “no lugar” y el “grado cero” de ciudadanía como “campo de concentración”
Regreso con Agamben para discutir otra figura de su iluminada producción intelectual, que
puede ayudar a entender aquello que en Colombia por lo protuberante y abultado, no se alcanza a
comprender como no es causa de toda la sociedad. Me refiero a la condición de exilio interno que
soportan casi cuatro millones de colombianos según los últimos informes de las entidades mas
confiables (ACNUR y CODHES). La producción sistemática de desplazamiento forzado de civiles
como estrategia de guerra y la ausencia del Estado, tanto en la prevención del desplazamiento,
como en la restitución de los derechos de los ciudadanos desplazados, son los elementos que
tipifican la crisis humanitaria en Colombia.
El uso de la categoría de “exilio interno” y la de “grado cero de ciudadanía” fueron
introducidas en el debate académico por Alejandro Castillejo y Boaventura de Sousa,
respectivamente. Sin entrar en las discusiones de estos dos autores, asumo ambas figuras para
explicarlas en mi interpretación desde la lógica de Agamben. Me refiero a que los colombianos que
existen bajo la situación se ser - estar desplazados, a pesar de estar dentro del mismo territorio,
sufren del estado de exiliado, en la medida que el exilio supone la suspensión temporal de la
ciudadanía por la pérdida del cumplimiento de la promesa de la soberanía, que interpretando a
Agamben, significa un estar afuera, en condición de excepción. Pero cómo puede ocurrir esto dentro
de las propias fronteras administrativas de la nación y dentro de los propios límites del ejercicio de
la noción de soberanía?
Para Agamben el gesto del “campo de concentración 10” vinculado al “estado de excepción”
tiene la capacidad de explicar la pregunta que acabamos de plantear, eso sí, teniendo en cuenta la
precaución reclamada por el autor de no sobre valorar esta categoría, si se quiere llegar a una
comprensión correcta de la naturaleza del campo. (Agamben, 2003:214)
La protección de la libertad que esta en juego en la custodia protectora es, irónicamente,
protección contra la suspensión de la ley que caracteriza la situación de peligro grave - que en
términos del desplazamiento forzado es la negación del desplazamiento en si mismo - La novedad es
que, ahora, esta institución - la de la custodia protectora - se desliga del estado de excepción en que
se fundaba y se deja vigente la situación normal. En otras palabras, el campo de concentración es
el espacio que se abre cuando el estado de excepción empieza a convertirse en regla. Así el estado
de excepción que era esencialmente una suspensión temporal del ordenamiento sobre la base de
una situación temporal de peligro, adquiere ahora un sustrato especial permanente que, como tal,
se mantiene, sin embargo, de forma constante por fuera del orden jurídico normal. (Agamben,
2003:215).
El estado de excepción para los hoy exiliados internamente comenzó hace unos 20 años, y la
configuración de su estado como característico de campo de concentración, es decir que se hizo
permanente, se inició con el acto de destierro propiamente dicho hace 15 años socialmente
hablando y 10 jurídicamente, pues es hasta 1997 que se produce un ordenamiento jurídico que
incluya a las víctimas del desplazamiento forzado como víctimas del conflicto. Lo paradójico es que
esta decisión a la vez que los incluyó, los volvió a poner afuera, en dos sentidos: primero porque se
les creo un lugar jurídico - político intersticial particular en donde sólo un registro declaratorio ante
la entidad competente lo convertía en sujeto de derechos - lo que supone que todos los desplazados
sin dicho registro están en el adentro de la nacionalidad y en el afuera de la legalidad. En segundo
lugar fueron excluidos por la ley de protección y atención a la población en situación de
desplazamiento, que se convirtió en una tecnología de registro y conteo de la anomalía, de los que
están afuera pero están registrados adentro.
Exactamente en este sentido es que la reflexión de Agamben, sobre el estatuto paradójico
del campo de concentración, en cuanto espacio de excepción, reconoce que, éste en tanto porción
10 Este concepto se asume con Agamben desde el punto de vista de su estructura jurídico - política y no de su carácter histórico, es
decir, en lugar de deducir del campo de acontecimientos que tuvieron lugar en los sitios reconocidos públicamente como tales, este
autor se plantea su abordaje desde otro marco interpretativo, para dar cuenta de las condiciones de posibilidad político conceptual de
este fenómeno.
de territorio que se sitúa fuera del ordenamiento jurídico normal, pero que no por eso es
simplemente un espacio exterior. Lo que en él se excluye, es, según el significado etimológico del
término excepción, sacado fuera, incluido por medio de su propia exclusión. Pero lo que de esta
forma queda incorporado sobre todo en el ordenamiento es el estado de excepción mismo.
(Agamben, 2003:216)
Es por ello que después de diez años de que el Estado colombiano crea el sistema nacional de
atención integral a población desplazada y con él abre la puerta a la vorágine del humanitarismo
trasnacional, las condiciones de exilio interno permanecen casi inmodificadas, pues los desplazados
internos, están inscritos afuera por su condición excepcional, y lo único que los mantiene adentro es
la figura de campo de concentración que creo el mismo sistema de atención que se aplica como si la
emergencia humanitaria se pudiera asumir como excepción, como la normal excepción.
Hannah Arendt ha señalado en alguna ocasión que en los campos se manifiesta a plena luz el
principio que rige la dominación totalitaria, y que el sentido común se niega obstinadamente a
admitir; es decir, el principio según el cual “todo es posible”. Los campos constituyen, en el sentido
que hemos visto, un espacio de excepción, en el que no sólo la ley se suspende totalmente, sino en
el que, además, hecho y derecho se confunden por completo: por eso todo es verdaderamente
posible en ellos. (Agamben, 2003:217)
En este sentido, cuando discutimos anteriormente el principio de subsidiaridad, en teoría,
este principio no se puede aplicar para proteger derechos fundamentales de ciudadanos de un país
por instituciones para estatales, pues en caso de hacerlo, la misma justificación del Estado y su
supuesta condición de soberanía perderían todo sentido. Esto es claro en derecho, pero en los
hechos, existen múltiples experiencias se subsidiaridad y sustitución del Estado, particularmente en
las regiones colombianas donde el Estado apenas es una figura con traje camuflado, pero que con
todo y ello, los exiliados internamente se rehusan a terminar su experiencia de exilio en un centro
urbano donde la inclusión urbana se vuelve la exclusión última, pues en muy poco tiempo se pasa
de la condición excepcional de desplazado a la condición natural de pobre urbano. Así el campo de
concentración tiene tanto de exclusión como de resistencia.
Agamben describe esta situación como la de un umbral, en el el que el derecho se trasmuta
en todo momento en hecho, y el hecho en derecho, y en el que los dos planos tienden a hacerse
indiscernibles. Esto es el producto de una decisión política soberana que opera sobre la base de una
absoluta indiferencia entre hecho y derecho (Agamben, 2003:218). El ejemplo llano de esta
secuencia es que le Estado colombiano reconoce el derecho a la condición de sujeto de especial
protección a partir del registro ante las autoridades competentes de la condición de desplazado -
argumento en derecho - Registro que no garantiza sino el ser parte del campo de concentración que
es el sistema único de registro de población desplazada, porque la acción Estatal es incapaz de
garantizar el derecho pues el tamaño del campo es tal que no se puede lograr respuestas efectivas -
argumento de hecho -
Para cerrar este segundo momento de debate, asumo los siguientes argumentos de Agamben
como sentencia final:
El estado de excepción, que era esencialmente una suspensión temporal del orden jurídico,
pasa a ser ahora un nuevo y sustrato espacial, en que habita esa vida nuda (exilio interno)
que, de forma cada vez mas evidente, ya no puede ser inscrita en el orden jurídico.
La creciente desconexión entre el nacimiento (la nuda vida) y el Estado-nación, es el hecho
nuevo de la política de nuestro tiempo y lo que llamamos campo de concentración es
precisamente esa separación - el registro como desplazado-. A un orden jurídico sin
localización ( el estado de excepción, en el que la ley es suspendida - apelando a
la incapacidad de hecho para proteger los derechos -) corresponde ahora una
localización sin orden jurídico (el campo de concentración como espacio
permanente de excepción - la emergencia permanente como condición de
existencia -). El sistema político ya no ordena formas de vida y normas jurídicas en un
espacio determinado, sino que alberga en su interior una localización dislocante que lo
desborda, en el que pueden quedar incorporadas cualquier forma de vida y cualquier
norma. El campo como localización dislocante es la matriz oculta de la política en
la que todavía vivimos, la matriz que tenemos que aprender a reconocer a través
de todas sus mutaciones. (Agamben, 2003:223) 11
La trasnacionalización de la política
Todo esto es lo que Aradhna Sharma y Akhil Gupta (2006:21) sintetizan como la acción estatal
en el contexto global de la circulación del discurso neoliberal definido por las ideas de buen
gobierno, fortalecimiento de la sociedad civil, privatización y disminución de la intervención del
Estado en las tareas redistributivas (ver Barry et al. 1996; Ferguson y Gupta 2002; Paley 2002;
Rose 1996.Citado por: Sharma y Gupta 2006: 21). La forma en que estos aspectos se manifiestan o
afectan cada estructura estatal depende de múltiples variaciones a lo largo de los contextos
postcoloniales y post socialistas, así como de acuerdo a los contextos sociales y culturales en los que
estas medidas se implementan. Lo que si es claro es que el neoliberalismo o en palabras de Rose
(1996. Citado por: Sharma y Gupta 2006: 21) el liberalismo de ultima generación (advanced
liberalism), está replanteado críticamente las representaciones, los contornos y los ámbitos de
acción del Estado, y con él, las formas de gobierno y normatización de la vida social.
Un argumento central de como esta tendencia no debilita el Estado, sino que crea nuevas
entidades autónomas que comparten espacio de acción autónoma al lado de los gobiernos, es la que
plantea Rose (1996) cuando afirma que este proceso produce la proliferación de puntos o lugares de
regulación y dominación que derivan en entidades autónomas que no hacen parte del aparato
Estatal y que son guiadas por la lógica empresarial (Burchell 1996; Barry et al. 1996.Citado por:
Sharma y Gupta 2006: 21). Rose define esto como el “gobierno en la distancia”, el cual involucra
instituciones sociales como las ONG´s, escuelas, comunidades, e incluso individuos que son
desplazados del centro del aparato estatal y le son asignadas responsabilidades que de otra manera,
y en épocas anteriores, sólo eran de fuero estatal.
Lo que finalmente se pone en conflicto son las propias fronteras de la acción autónoma del
Estado, en donde éste entra a competir, ser subsidiado y en no menos de los casos, ser sustituido.
En este sentido Sharma y Gupta (2006:22) se refieren a esta nueva condición como la aparición de
instituciones “cuasi autónomas” y “cuasi estatales”, tanto en el nivel supranacional como en el nivel
subnacional. Este panorama es representado de diferentes y poderosamente explicativas formas
como: la “de-gubernamentalización” del Estado (Barry et al. 1996: 11); la “des – estatalización” del
gobierno (Rose, 1996: 56) y la gubernamentalización de la sociedad (Foucault, 1991:22).
Esta discusión cobra plena claridad dentro del debate de la gestión de conflictos
armados internos, sobre todo en lo que respecto a la defensa de los derechos humanos. La
discusión en este sentido, desarrollada por Sharma y Gupta (2006:23), destaca como el uso del
lenguaje de los derechos humanos, como un instrumento tanto por parte del Estado como por parte
de entidades no estatales, se plantea en una doble direccionalidad: por un lado se usa para regular
el comportamiento de determinados Estados-Nación, bajo las ideas liberales de justicia; y al mismo
tiempo se usa como estrategia de resistencia antiestatal, cuando se privilegia la estructura de
valores del cosmopolitismo contemporáneo que se suponen no deben subordinarse a los principios
de soberanía cuando al discurso humanitario se refieren. En este mismo sentido Sharma y Gupta
(2006:24) destacan como las acciones relacionadas con los derechos humanos se configuran como
un instrumento disciplinar que ayuda a expandir el poder gubernamental transnacionalmente, donde
el poder hegemónico – del centro o del norte – es el que tiende a fortalecerse (Grewal 1998. Citado
por: Sharma y Gupta 2006:24); pero al mismo tiempo, el mismo discurso es usado por muchas
naciones marginales, al presentar muchas de sus demandas por ayuda a la superación de sus
necesidades como un asunto de derechos humanos.
12 Asumo este concepto en los términos que Palti lo define. Lo pluralizo en dos sentidos - siempre con Palti- : el primerao, como una
mutación grave, el momento decisivo de un asunto de importancia, en donde se combinarían una dimensión temporal (un momento de
reflexión) con un tipo de operación intelectual (la de establecer una distinción). Las crisis ordenan, establecen hitos, dan forma y sentido
al devenir temporal. El segundo, la crisis así producida no basta con verificarla solamente por la dislocación objetiva de un determinado
horizonte de pensamiento, lo que siempre deja las puertas abiertas a su abandono total (con lo que ya no podría hablarse de una crisis,
sino simplemente de un cambio de posturas o de perspectiva). Aquella tiene también un componente subjetivo. Es decir, una auténtica
crisis conceptual sólo se produce cuando se admite una determinada tradición como históricamente (objetivamente) desecha y no
obstante, se persiste en ella, puesto que ninguna otra aparece como mas aceptable o menos problemática. Lo que define a una crisis
conceptual es que se instala en un terreno inhabitable, pero que tampoco es transpasable. (Palti, 2005: 27)
construidos mediante modos ahistóricos de interrogación (Palti, 2007: 3813). Este es el caso de las
herramientas de justicia transicional, que a pesar que casi todas se han desarrollado con base en la
causistica - posterior a la experiencia - de determinados casos, entre ellos, los emblemáticos de
Sudáfrica, Ruanda y la antigua Yugoslavia, hoy dichos instrumentos se exportan desde multiplicidad
de centros especialidades, coaliciones de naciones o instituciones del cosmopolitismo global (la corte
penal internacional, la corte interamericana de derechos humanos) sin consideraciones mayores por
los contextos sociales y políticos donde se intenta construir la transición.
En este sentido, considero que el discurso de la justicia transicional se esta asumiendo bajo la
forma de “modelos” de pensamiento de “tipos ideales”, que como afirma Palti, considerados en sí
mismos, aparecen como perfectamente consistentes, lógicamente integrados, y por lo tanto,
definibles a priori - de allí que toda desviación de éstos (el logos) sólo pueda considerarse como
sintomática de alguna suerte de phatos oculto - que en el caso colombiano es la violencia como
vacío político y como anomalía del mundo globalizado - (Palti, 2007: 38)
Para poder romper esa lógica cerrada que presume que las herramientas y soluciones ya
construidas son buenas por definición, pues se manifiesta como la cristalización - y recuperación
claro esta- del proyecto de justicia liberal moderno, sería útil apelar al gesto metodológico que
sugiere Palti, sobre la historia de los efectos. Según este autor, esta perspectiva expresa mejor la
serie de desplazamiento por los cuales se pueden torsionar los lenguajes (Palti, 2007: 105), que
para el caso son los referidos a la manera en que se asume el conflicto y sus efectos, la forma en
que se etiqueta y taxonomizan las víctimas del mismo, las estrategias con las que se gestiona la
violencia, y finalmente, las apuestas sobre las que se construye el postconflicto.
En suma es necesario destacar y reconocer que nos enfrentamos a varias inquietudes que se
advierten entre la instrumentación tecno - jurídica nacional e internacional y las diversas prácticas
de gestión - transición del conflicto como horizontes de posibilidad de refundar la política. Este
contraste entre los aportes teóricos y de la práctica internacional frente a las demandas de
contextualización al caso colombiano de la protección de víctimas de la violencia y la construcción de
proyectos posibles de transición, nos deja las siguientes torsiones fundamentales:
La primera torsión se refiere a la idea de justicia y equidad liberal, la cual supone el pleno
desarrollo de un Estado de Derecho en el sentido moderno de la expresión. Es tensión para el caso
del “Estado de Derecho” en Colombia, en donde las comillas tratan de dibujar la realidad social que
expresa la ausencia de tal construcción moderna en amplios sectores de la geografía colombiana, en
donde el ejercicio de los derechos ciudadanos nunca se ha configurado como tal, pues muchos de los
colombianos y colombianas no han sido considerados y no han sido asumidos como sujetos de
derechos. Ello es torsión en la medida que estos últimos parecieran ser los únicos verdaderos
ciudadanos en tanto que no han sido sujetados - como súbditos - a ese Estado de Derecho, que al
13Citando a Pocock (1989: 11) En: Politics, language, and time. Essays on Political Thought and History, Chicago, The University of
Chicago Prees.
incluir se enfrenta a sus propios límites y termina excluyendo. Tal vez por ello sólo la mitad de los
exiliados internos han decidido registrarse - sujetarse - a ese Estado, que sólo atina convertirlos en
excepción permanente y a hacer de su “no lugar político” un campo de concentración.
Una segunda torsión refiere a las prácticas sociales construidas por comunidades
campesinas, indígenas y afrocolombianos; para gestionar la violencia, las cuales están cultural y
territorialmente definidas. A ellos y ellas, el desplazamiento forzado les produce un ingreso
intempestivo y abrupto a un escenario modernizante de lo urbano, y a la lucha por “derechos”
individuales – característicos de la idea de justicia liberal moderna –, en donde tal escenario, los
convierte en sujetos amenaza - por militante o colaborador - y genera múltiples rompimientos en las
estructuras colectivas de solución de conflictos en el nivel tradicional y comunitario. La torsión
aparece - y en relación a lo anterior - cuando el ingreso a las ciudades, los despoja de su condición
de ciudadano, pues pasan de ser autónomos - pues aún dentro de la guerra cada actor social define
alcances diversos de negociación con los actores armado-, a ser sujetos -de inclusión/exclusión por
el registro; o de exclusión/inclusión, como nuevo pobre urbano-; pasan de nombrarse - según lugar
de origen, familia y red de compadrazgo - a ser nombrados - desplazado, víctima, mendigo,
informante, miliciano -
La tercera torsión comporta la necesidad de complejizar la relación conflicto –
negociación, pues dentro del conflicto colombiano, ambas categorías son derivables en otras
subcategorías que son necesarias de considerar, no sólo por su especificidad, sino por las
implicaciones en la dinámica del conflicto. Por parte de las poblaciones afectadas, habría que ver
mas allá de la visión victimizante para aprovechar su capacidad de agencia - resistencia ante la
guerra -después de tres y cuatro generaciones expuestas a la violencia política, debe haber
cantidades importantes de saberes sociales desarrollados-, pues el estado de vació del Estado debe
entenderse como el espacio en el que estos han desplegado una nueva política subalterna que tal
vez sea depositaria de las claves de negociación que hasta ahora los múltiples intentos de
centralización - homogeneización de la gestión de la violencia no han logrado procesar. Por el lado
de los victimarios, es necesario destacar que el espectro del victimario en Colombia, entendido éste
como agente violador de derechos, no sólo por aplicación (el paramilitar o guerrillero), sino por
omisión (el Estado que no protege o que cohonesta) y por financiación (el empresario, el
narcotraficante); el panorama de actores fuente se multiplica, y en esa medida el escenario de
negociación se ha de diversificar.
Después de tantos años de estudio, de política -como tecnología-, y vida frente a la experiencia
cercana y cotidiana de la violencia, queda mucho por deconstruir, releer y relenguar. Si bien los
temas aquí esbozados no alcanzan el nivel de profundidad que su complejidad amerita, si creo que
queda abierta la agenda de investigación; en donde se pueda pensar la nación no por la manera en
que se imagina y representa, sino por aquello no imaginado ni representado; en donde la violencia
pase de las visiones epidemiológicas - patologizantes, al reconocimiento de estrategias y espacios
sociales de peramente disputa y negociación - no de una hegemonía nacionalista, sino de la
recuperación de la política en los vacíos mismo de Estado de Derecho - Un agenda que incluya a los
exiliados internos en el afuera de la excepción y en el adentro de la transición, de manera que se
manifieste la posibilidad de salir del campo de concentración. Para que al final, con todo y la
trasnacionalización de la gestión del conflicto y del post, la suma de actores internacionales no
suponga la eliminación de los actores nacionales, pues la sustracción de la sociedad civil nacional es
a su vez el límite político y conceptual de la sociedad civil cosmopolita. En pocas palabras, el
llamado es por el regreso de la política a la agenda, y por una nueva agenda de la política, como
discusión - reflexión - acción, no como tecnología.
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